EnRedar.T
Magazine
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Dirección y Producción: Carolina Rodríguez Colaboradores: Pepe Roca Silvia Ramírez David Astorga Eliezer Sánchez Javier Solís Patricia Corrales Israel Moyano Soraya López Karola Dola
Enredart Magazine Nº0 Madrid, España. Enero 2015
EnRedar.T
Magazine
Issue 0 Enero 2015
Editorial Enredar.T Magazine es un proyecto emergente que nace en Madrid con la idea de dar a conocer nuevos artistas y formas de expresión. Pretendemos construir un canal de difusión de diversas formas de creatividad, como una sala de exposiciones virtual que permita a cada uno de los colaboradores manifestarse libremente y mostrar al mundo su talento, empleando la técnica artística que prefieran. Formas, sentimientos, palabras, emociones, vivencias, visiones personales y originalidad componen EnredarT. Esperamos enriquecernos y ofrecer una publicación en permanente crecimiento e innovación. Siempre con la ayuda de todos los que quieran participar.
Contenidos 8
Pepe Roca Amiguetes
22
Silvia RamĂrez
28
David Astorga
36
Karola Dola
Latidos de un adios
Gente de la calle Vicente Bahamonde
Vecinos
49 Javier SolĂs
Aquella vez
57
El cebo por Eliezer Sánchez
62
Patricia Corrales
72
Eliezer Sánchez
86
Soraya López
98
Israel Moyano
Ilustración
La crisis tabú
Intimacy
Viajando
Pepe Roca Amiguetes
Amiguetes es un proyecto basado en el trabajo “Your Pet and You” de Tobias Lang, fotógrafo alemán residente en Hamburgo. Me embarqué en este proyecto por dos motivos. El primero y principal, es captar mediante retratos la personalidad de las mascotas y sus respectivos dueños por separado para luego enfrentarlas. Con esto pretendo demostrar que el vínculo entre las personas y sus animales hace que ambos adquieran caracteres el uno del otro. El segundo motivo que me llevó a hacer este trabajo es que cuando conocí la biografía de Tobías Lang en su web me vi reflejado en él, pues también viene del mundo de las IT y ha conseguido dejarlo para vivir de la fotografía. info@peperoca.es http://www.peperoca.es
Silvia RamĂrez
Latidos de un adios
libertad.financiera.personal@gmail.com
Cerró la puerta de su apartamento y se dejo caer en el sofá. Estaba agotada y sentía cómo el corazón le latía aceleradamente. Se asustó un poco y recordó las palabras del cirujano “tómatelo con calma”, pero después sonrió y volvió a dar las gracias como hacía cada día. Se incorporó un poco y decidió tomarse un momento para revisar el correo que se había acumulado en estas semanas. Entre todas las cartas, hubo una que le llamo especialmente la atención al reconocer la letra inmediatamente, incluso antes de ver el remitente. En sus labios se dibujó una sonrisa al darse cuenta de que uno de sus alumnos había tenido el detalle de escribirle una carta. Probablemente de ánimos y deseos de recuperación. Se preparó un vaso de zumo y se tumbo en el sofá a leerla:
“Querida profesora:
Mientras escribo estas líneas te imagino tumbada en la habitación del hospital, leyendo alguno de los libros de los autores que tanto te gustaba leernos en las clases de Filosofía. Esas clases que para mi significaron todo y en las que decidí cuál era el significado de mi existencia. En parte, de eso se trata la filosofía, ¿no? No quería que esto fuera una carta de amor, pero sé que en el momento en el que te diga que estaba enamorado de ti desde el primer día que entraste en la clase, no pude dejar pensar en ti, torne en ese significado. Pero nada más lejos de mi intención.
Tampoco quería que fuera una carta de despedida ni que sonara tétrica la razón por la que tú estas viva, pero en el momento en el que te lo diga, temo que en eso se convierta. Alargaré, por tanto, un poco más ese momento.
Durante mucho tiempo pensé en confesarte mi admiración y mis sentimientos por ti, mi agradecimiento por en quién me convertí gracias a tus palabras, tus sonrisas, tus reflexiones. Intentaba condesar cada sentimiento en un “te quiero”, pero en mi cabeza y el papel donde te escribía cartas de amor, sonaba tan frio como realmente era. Porque no solo te quería. A día de hoy no existen palabras que definan qué es lo que siento por ti. Entonces decidí dedicar el semestre entero a encontrar la manera de demostrártelo, ya que con palabras no me era posible. Fue entonces cuando nos llego la devastadora noticia de que tendrías que abandonar las clases por un problema de salud. El jefe de estudios que nos comunicó la noticia no nos informó, para preservar tu intimidad, cuál eran esos problemas de salud, pero me decidí a averiguarlos. Cuando lo descubrí me quedé destrozado, paralizado, sin saber cómo reaccionar; preguntando al cielo qué podía hacer. En mi mente aparecían más preguntas que respuestas. Fue una noche cuando, de madrugada, no sabría decirte la hora exacta, me desperté de golpe, pero sin ningún sobresalto. Una tranquilidad fuera de lo normal me invadía completamente y sin saber explicarte de donde venía, la respuesta apareció en mi mente. Y entonces todo volvió a tener sentido. Entendí entonces qué era una revelación.
Al día siguiente me hice unas pruebas, solo para confirmar lo que en mí ya sabía: era compatible. Ahora ya solo me quedaba encontrar la manera de hacértelo llegar sin que se dañara. La frase, tan manida por amantes pasajeros, “mi corazón es tuyo” cobra ahora un especial sentido para mí y espero que para ti. Le diste sentido al significado de mi existencia. Quiero que sigas existiendo, que sigas ayudando a encontrar su significado a otras personas. Darte de nuevo la vida que tú me diste a mí. No me queda más que despedirme de ti sabiendo ahora que he cumplido mi misión en la vida que es que tu sigas cumpliendo la tuya” Almudena no llego a leer esta última frase. Su corazón, aunque preparado para llevar una vida normal, no resistió aquella revelación. El vaso de zumo, intacto y derramado por el suelo, empapaba aquella carta mientras ella se apagaba a causa de un infarto.
David Astorga GENTE DE LA CALLE VICENTE BAHAMONDE
Partiendo de la base , todo el mundo tiene derecho a ser fotografiado, gente de la calle Vicente Bahamonde, pretende ser un homenaje y un gracias al barrio que en esta etapa de mi vida me adopta, a su gente a sus formas y maneras. Davidastorgabocos@gmail.com http://500px.com/davidastorgabocos
Karola Dola
Vecinos
¿Conoces la teoría de los seis pasos? Asumiendo que sea cierta, a través de otros cuatro individuos estaríamos conectados con Obama, Ryan Gosling o Paul Auster. Mundos muy distantes del que habitamos y que queremos atraer, sentir que esa magia que desprenden también puede ser nuestra. Con los seres humanos de a pie muchas veces nos pasa lo contrario. Compartimos transporte público, nos preocupan los números rojos de nuestra cuenta corriente y nos hacemos los mismos propósitos de año nuevo una vez tras otra, y sin embargo no sentimos que formemos parte del mismo equipo. No nos paramos a pensar en qué tenemos en común con nuestro vecino, con el becario del departamento de marketing o la chica que nos vende el pan cada día. ¿Tenemos fobia a la normalidad? Pasamos por la vida sin darnos cuenta de una realidad muy simple: nuestros sueños son muy comunes. Todos queremos ir de cañas los viernes, ver crecer a nuestros hijos y encontrar a alguien con quien compartir almohada e ilusiones. Es paradójico que la teoría de los seis grados nos haga más falta para acercarnos a nuestro médico de cabecera que a Scarlett Johansson. (Texto: Laura Muñoz) www.karoladola.com karolafotografia@gmail.com
Javier SolĂs Aquella Vez jsolisros@gmail.com
“La recordaba un poco más pequeña”, pensé al contemplar la estancia vacía a mi alrededor, y un escalofrío indefinible ascendió por mi espalda y se detuvo un instante en el hueco entre los omóplatos, vibrando nervioso. La emoción, o al menos un intento de ella, se revelaba de improviso, inexplicable y compleja. El estómago y la piel también parecían agitarse, sembraban de un incierto hormigueo extremidades, caderas, cuello y pulmones, extrañamente armonizados al unísono. Tan solo el corazón, recubierto de capas de hielo irrompible, se mantenía aletargado al impacto burbujeante de las memorias que se insuflaban de un ánima oscura. Aun así, creí escuchar que los latidos marcaban un son, un paso rítmico, pero sólo fue una ilusión efímera, burlona. Soñador hasta el final: allí, en ese hueco diminuto dentro de las costillas, ya no quedaba nada.
La bolsa de viaje se desprendió de mis dedos, o tal vez yo mismo la dejé caer sin darme cuenta. Con su impacto en el suelo, primer redoble de un tambor invisible que se escuchara en la hondura del tiempo, las sensaciones, flotantes como pompas de jabón, se esfumaron repentinamente, escurridizas ninfas de lejanías grisáceas, y con su partida la habitación del hotel se tornó sepulcral y mortecina.
¿Dónde quedó toda esa luz súbita que existía justo un momento antes? ¿Acaso solo estaba dentro de mí, en los meandros desiguales de mi cerebro?
Cuando caminaba hacia el hostal, abstraído y sin prestar atención a nada en concreto, me noté preso de una ensoñación del pasado: no me agradaba recordar con tanta precisión los detalles de las callejuelas, sus esquinas y rincones, siempre misteriosos y diáfanos, que me saludaban nuevamente, que se paraban ante mí y musitaban: “bienvenido, ¿qué tal has pasado este año?”, y luego se sorprendían de mi timidez, de mi grosería indigna, de mi ademán apurado mientras pasaba de largo sin detenerme, moviendo los pies más deprisa para así escabullirme de ellos y de sus miradas. Incluso las caras de las personas con las que me topaba, embutidos como siempre en sus chaquetas de entretiempo, o las de los viajeros que dormitaban a mi lado cuando viajaba adormecido en el tren, me resultaban tenuemente familiares, cercanas, curiosamente similares las unas a las otras. La recepcionista, menuda y de mediana edad, me saludó amablemente y me entregó la llave con una expresión comprensiva (¿quizás piadosa?). Ya no me preguntó, como en otras ocasiones, si necesitaba ayuda con el equipaje, y ambos sonreímos cuando nuestros ojos se cruzaron durante un momento. Una mujer agradable y un hombre amable entablando un asomo de conversación. Nada más.
En la cama habían colocado una rosa que se apoyaba durmiente sobre la almohada. Me acerqué a ella y la tomé entre los dedos, pero ya casi no olía. Un gesto cortés, pero melancólico: espinas dulces, dulzura sangrante entre las espinas puntiagudas. La arrojé lejos, contra una esquina, deseoso de librarme de su influencia añeja. Miré lentamente a mi alrededor. Pese a su aparente cambio de tamaño, la habitación estaba igual que aquella vez: el color abuhardillado del escritorio adusto, el resplandor tenue del cuarto de baño al encender la luz, el amarillo chillón de la bombilla redondeada y la palidez adormilada, casi tierna, que recubría las paredes aletargadas. “Tú eres más resistente que yo”, pensé al contemplarla, “a ti no se te empañan los ojos y no experimentas soledad, aun en esos períodos en los que no hay nadie recorriendo tu interior”. ¿O tal vez sí? Pensé que tratar de comprender los sentimientos de esa estancia quizás me ayudara a tolerar el resto de habitáculos que se escindían en mis recuerdos.
Entré en el cuarto de baño, recubierto de azulejos blancuzcos y cenefas en el suelo, y abrí el grifo de la bañera. El sonido murmurante del agua caliente, arremolinándose en el fondo y espumeando cuando el chorro contactaba contra la superficie, embargó de improviso mi ánimo y emponzoñó mis oídos. Cuando acabó de llenarse me quedé mirando la transparencia del líquido durante unos segundos, inmóvil. Algunos años me quitaba la ropa y me metía en ella toda la noche; otros, en cambio, simplemente la dejaba así, enfriándose durante horas y días, sin volver a mirarla nuevamente. En esta ocasión creí descubrir un asomo de suciedad en mi reflejo, así que me desvestí con parsimonia y me introduje en el agua. Apoyé la espalda contra la pared y luego clavé los ojos en las baldosas del suelo, donde me pareció atisbar brevemente el contorno de dos pies femeninos, elevándose uno detrás del otro para reunirse conmigo en el interior. Pero mi percepción era errónea o, al menos, incompleta y fugaz. Tan fugaz, tan incompleta y tan errónea como todos los años.
Cerré los ojos. Una sensación agradable: mi cuerpo descansaba y mis extremidades se iban relajando muy despacio. Respiraba lentamente, como si estuviera a punto de dormirme, pero mis sentidos se mantenían alerta, expectantes. Me dio la impresión de escuchar un ruido muy sutil que se filtraba por las paredes desde el exterior. En mi rostro se dibujó una mueca abatida y, sin embargo, alegre: el placer agónico de la repetición. Me levanté, me sequé con la toalla y luego salí del cuarto de baño. Pasé por encima de la ropa tirada en el suelo y tendida alrededor de los zapatos marrones y desgastados. Avancé hacia la ventana, retiré las cortinas y abrí de par en par los cristales. El murmullo de la calle, aún ligero, se fundió con un hálito lúgubre de frescor nocturno sobre mis mejillas punteadas de gotas de lluvia,
justo allá donde, otrora, las lágrimas formaron perpetuos riachuelos transparentes. Mis oídos captaron prontamente los acordes de las marchas procesionales y de inmediato me imaginé el avance monumental de los grandes tronos, orgullosamente flanqueados por cornetas, trompetas y carracas; e imaginé también a los niños a hombros de sus padres, señalando hacia las imponentes figuras religiosas, a los turistas obnubilados destellando la noche con sus cámaras de fotos y a pequeños raterillos de rostros sucios y angelicales sisando cortésmente entre las multitudes ingenuas. La misma costumbre, año tras año, independientemente de la gente, del fluir del ser humano, de su paso, sus circunstancias o su extinción. Nada cambiaba en esencia: lo importante permanecía, la historia principal seguía su curso y, como mucho, mutaban los personajes secundarios. Era dolorosamente reconfortante.
Entonces me giré un instante hacia la cama y sonreí, aunque mi mueca estuviera salpicada de una sombra escalofriante; mis pupilas refulgieron, vívidas y pervertidas, justo cuando, paralizado y temblando, la vi de nuevo, tumbada, mirándome aún con su lujuria inexplicablemente tierna, con ojos oscuros de maga sobre su piel rosada y expuesta en desnudez, tan suave y lisa como aquella vez. Aquélla, sí, en esta misma habitación de hotel. La memoria voló libremente y recordé los besos, las caricias, recordé los “te quiero” y los arrullos, el baño, el perfume del jabón, el olor a vino, la rosa sobre su estómago, palpitante. Se estiró sobre la cama, se expuso, me atrajo, me rodeó de una oscuridad irresistible, tan hermosa, tan eterna: el recuerdo, el pasado. Ella. Respiré aliviado: su fantasma seguía viniendo a visitarme aquí en los albores de cada abril, igual que todos los años. Igual que aquella primera vez. Eso era suficiente.
El ceboPor Eliezer Sรกnchez
España funde a negro Se suele pensar que en España sólo se hace cine de calidad cuando los temas que se tratan son los que mejor conocemos, véase la Guerra Civil, el franquismo o el costumbrismo de los pueblos de Castilla. Bueno, pues resulta que si uno escarba lo suficiente en los archivos, es capaz de encontrar una joya del cine negro con sello español. Se trata de El Cebo (Es geschah am hellichten Tag), una coproducción entre España, Suiza y Alemania Occidental del año 1958, basada en la novela Das Versprechen (La Plaga), del suizo Friedrich Dürrenmatt y dirigida por Ladislao Vajda, un director de origen austro-húngaro que desarrolló en España la mayor parte de su carrera cinematográfica. En El Cebo, se cuenta la historia del comisario Matei (Heinz Rühmann), quien a punto de jubilarse se encuentra inmerso en el caso del asesinato en el bosque de una niña. Matei no cree en la culpabilidad del principal sospechoso, por lo que inicia una investigación por su cuenta para descubrir a un misterioso personaje, un gigante, que aparece en el bosque para arrebatar la vida de indefensas niñas. Vajda dispone su relato con una fuerte influencia del impresionismo alemán, los grandes contrastes, las figuras y las sombras deformadas, y un halo de terror que bebe de M, el vampiro de Düsseldorf de Fritz Lang. Cine negro en estado puro: el detective; la dama en apuros, en este caso la pequeña Annemarie Heller (Anita von Ow); el villano, el grotesco Schrott (Gert Fröbe) y el bosque suizo, personaje igual de fundamental que el resto y que añade la sombría atmósfera que este relato necesita para infundir el suspense en los espectadores.
Las interpretaciones son probablemente lo mejor de la película ya que hasta la pequeña Anita von Ow presenta un personaje cargado de vida, así como Gert Fröbe, el actor alemán más conocido por su papel del magnate del oro Auric Goldfinger en la saga de James Bond. Heinz Rühmann realiza una perturbadora interpretación en la que los turbulentos acontecimientos van nublando la mente del comisario hasta llegar a poner en peligro la vida de Annemarie y su madre. Vajda no es un desconocido del cine español, al contrario, con una extensa filmografía quizá sus títulos más recordados sean Barrio (1947), Carne de horca (1953) o Marcelino, pan y vino (1954), siendo ésta quizá su película más conocida y admirada. De esta época también se tienen otros excelentes filmes de cine negro como Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950), El cerco (Miguel Iglesias, 1955), o Distrito quinto (Julio Coll, 1957). Son películas difíciles de rodar en los tiempos que corrían y que obligaban a incluir una moraleja moralista de “el bien triunfa contra el mal”, algo que en el cine negro y películas de estilo Noir posteriores no se ajusta a sus orígenes, ni siquiera al relato clásico del personaje “bueno” principal y el villano, pues el protagonista de este tipo de filmes suele
ser un personaje atormentado, frecuentemente apegado al alcohol y obnubilado por las mujeres y la mala vida, en ningún caso una figura muy ejemplar, algo que es indispensable para poder adentrarse en los submundos que suelen cercar este género. El género negro en España sigue vigente (menos mal), pero en menor medida que en el pasado. Parece ser que ahora es algo desfasado y que los estudios no están dispuesto a apostar por lo clásico, y sí por engendros infantiloides del estilo de Tadeo Jones, o la reciente Pancho, el perro millonario, películas que ni los niños deberían considerar aceptables. No obstante, aún hay excepciones, como No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011) o la interesante El cuerpo (Oriol Paulo, 2012). A modo de curiosidad, en el año 2001, Sean Penn dirigió un remake con Jack Nicholson como protagonista, pero que, a pesar de ser una cinta interesante, que ofrece un punto de vista alternativo y en la que Nicholson está a la altura (menuda novedad), no llega al nivel de la original después de todo.
Patricia Corrales http://nindeilustracion.tumblr.com http://ninde-ilustracion.blogspot.com.es
Eliezer SĂĄnchez La crisis tabĂş
www.eliezersanchez.com eliezersanchez.g@gmail.com
Soraya L贸pez Intimacy https://500px.com/Sorayalopez soraya_0223@hotmail.com
Israel Moyano Viajando Ilustraciones realizadas durante viajes de personas que me encuentro en el camino. moyanoisrael@gmail.com
Contacto: enredart.mag@gmail.com enredartmagazine.wordpress.com FACEBOOK: enredart.magazine TWITTER: @enredartmag
FotografĂa portada y textos: Karola Dola
Enredart Magazine NÂş0 Madrid, EspaĂąa. Enero 2015