PREMONICIONES DE LA INDEPENDENCIA
Gabriel Augusto Kreibohm PREMONICIONES DE LA INDEPENDENCIA
Parte de esta obra se redact贸 con una beca de perfeccionamiento art铆stico otorgada por el Fondo Nacional de las Artes ciclo 2000/2001
EDICIONES DEL ENTE CULTURAL TUCUMAN Direcci贸n de Letras
A mis padres Emilio y Teresa in memoriam. A Juan José Hernández por su valioso estímulo.
Gabriel Augusto Kreibohm PREMONICIONES DE LA INDEPENDENCIA 1ª Ed: Ediciones del Ente Cultural Tucuman - 2009 174 pag.; 21 cm. x 14 cm. ISBN: 978-987-25029-0-4 I. Narrativas Argentina. 2. Novela Histórica. I.Tìtulo CDD A863 Fecha de Catalogación: 14-04-2009
© 2009 - Gabriel Augusto Kreibohm © 2009 - EDICIONES DEL ENTE CULTURAL TUCUMAN Diseño de Tapa: Donato Grima Colección:Nueva Narrativa Director: Ricardo Calvo DIRECCION DE LETRAS ENTE CULTURAL DE TUCUMAN San Martín 251- 1º Piso- S. M. de Tucumán. Tel::0381-4001062 www.tucumanescultura.gov.ar Impreso en Argentina Printed in Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio.
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INTRODUCCIÓN En 1.812, época durante la cual la Argentina todavía luchaba por su soberanía política, en la región del norte, llamada entonces Intendencia de Salta del Tucumán, el doctor don Nicolás Valeriano Laguna fue elegido como representante a la primera asamblea constituyente que se celebró en el país y que sentó las bases de la organización institucional. Laguna, en cuya casa se declararía la independencia pocos años después, se destacó por tres motivos: defendió las autonomías regionales ante la presión centralista de Buenos Aires, redactó un proyecto de constitución (actualmente extraviado), y renunció a percibir su dieta de diputado. Luego, en 1.826, fue designado gobernador de Tucumán, cargo que dejó como consecuencia de la lucha entre unitarios y federales. Ante todo considero que el doctor Laguna fue "un metafísico", como bien dice Gervasio Antonio Posadas en sus memorias. Pues llama la atención que este patriota argentino vivió sus últimos diez años en una especie de autoexilio, en su estancia del Carapunco de Tafí del Valle. Por otra parte, en la historia oficial su lugar es apenas un conjunto de referencias, pero es de suponer que, como lo afirma Lizondo Borda, Laguna supo retirarse a tiempo de la actividad política desilusionado por las luchas intestinas. Valeriano Laguna fue testigo de un período en el que, como hoy, el país y el mundo experimentaban el adveni9
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miento de un nuevo orden cultural, coincidencia ésta que favorece el sentido moral de lo que deseo expresar. Finalmente, agregaría que mi objetivo fue lúdico y experimental, y que, respetando el marco de la narrativa histórica, intenté por esta vía rescatar del olvido a una personalidad excluida del discurso histórico, quizás de un modo similar al que hoy muchas personas lo están del sistema. El autor
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Quien mira hacia afuera, sue単a. Quien mira hacia adentro, despierta. Carl G. Jung
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I CAMINO AL RĂ?O DE LA PLATA (1812-1813)
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CONTRA LA CORRIENTE I Las torres de La docta y católica iban desapareciendo a sus espaldas y las carretas hundían sus pesadas ruedas en el vapor del arenal. Sin contar la semana que habían descansado en el convento —entre villancicos y lechones asados— ya hacía un mes que viajaban rumbo al Buenos Aires. Al adentrarse la tropa en el monte donde los cordobeses se proveían de leña, el diputado Laguna recordó las recientes fiestas navideñas, y pensó: "Sin duda, la Divina Providencia bendijo esta intendencia más que a otra cualquiera". Luego sacó cuentas de la distancia recorrida: ya llevaban de camino ciento cincuenta y cinco leguas, a excepción de las que restaban para cruzar el Río Segundo. Hasta allí él conocía muy bien la huella porque siendo estudiante del Montserrat la había caminado varias veces: inmediatamente después del Tucumán se llegaba a la posta de Mancopa, a una jornada de distancia, luego a Vinará, desde donde Santiago del Estero quedaba a cuatro días, y más adelante a Chañar Pugio, Ayuncha, Ambargasta, Portezuelo, Cachi, Urahuerta, La Dormida, Sinsacate, y finalmente, Córdoba. Fuera de los comentarios sobre haciendas y damas, hablaba poco con el otro diputado: el coronel Balcarce. Ambos estaban concentrados en examinar las instruccio-
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nes que les diera en el Tucumán el gobernador Chiclana. Mas él no estaba de acuerdo en seguir demorando la declaración de la independencia, sólo que nadie conocía su parecer porque se lo guardaba para la Asamblea. Además, en las carretas no se podía debatir, la calor era insoportable. Así que, por evitar el tedio de ir dentro de las cajas, los dos hombres se adelantaron de a caballo, en aprovechando la sombra de los árboles para conversar: —Ahora podríamos hablar de ese asunto del libre comercio—, díjole Balcarce. —Vea, coronel, si bien respeto sus ideas, creo que los intereses del Tucumán están primero-, contestó Laguna en forma terminante. —De acuerdo, doctor, pero tenga presente que a los diputados también nos conciernen los negocios. —Eso no me preocupa, el uso que hagamos de los tributos es lo que interesa. —Justamente, ¿a qué le teme? —¡A nuestro empobrecimiento!—, replicó el abogado en azuzando su caballo, y alejóse sin explicar sus ideas federacionistas. II Andando bajo la sombra, don Valeriano Laguna oía el rumor de las aguas y descubría cómo, poco a poco, la arboleda se convertía en un nuevo arenal. Había pasado el mediodía, y detrás los bueyes sacudían sus lomos dando sordos bramidos a causa del sol.
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—¿Habremos de estar a una legua del río, verdad, doctor? —Podría ser. —Pensándolo mejor, creo que usted tiene razón, don Valeriano. —Así es coronel, el problema reside en esa palabrita que pusimos de moda: "Libertad", no la puede haber sin igualdad. "¡Señores, señores!" —en acercándose, gritóles un baquiano—. "¡A las carretas, señores diputados, que vamos a cruzar el río!". Y así subieron, en medio de los alaridos de la peonada. Algunos hombres se apeaban poniéndose detrás de las carretas para poder empujarlas, otros se apresuraban a enrollar las toldas, pero la mayoría iba junto con los bueyes, en alentándolos para que se metieran al agua. Al principio las bestias mostraban timidez, pero una vez adentro, resistían la correntada con el pecho y arrastraban su pesada carga admirablemente. "Muchos deberíamos aprender de estos animales que no retroceden ni se asustan cuando el agua los tapa, mientras sus orejas permanezcan secas, ellos siguen adelante" —reflexionaba Laguna—, mientras las carretas hundían sus pesadas ruedas en el pantanoso lecho del Río Segundo. III Al fin armaron campamento. Con absoluta destreza, los picadores desunieron los bueyes, y los bueyeros los
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juntaron con las remudas para que los animales descansaran, comiesen y bebiesen. —Dicen que haremos tiempo hasta las siete-, comentó Balcarce en desplegando su taburetito de doble tijera. —O como hasta las ocho, si sigue esta calor—, agregó Laguna en quitándose el sudor con su blanco pañuelo del cuello. —Buen momento para una tabiada, ¿no, doctor? —No creo coronel, necesito revisar mis papeles. —Y bueno… si es así, ¿qué le vamos a hacer? Al momento, los peones extendieron una lona por sobre las picanas y la calor comenzó a ceder. "¡Es hora de aprovechar el tiempo!" —se dijo Laguna—, y excusándose ante el coronel, ordenóle a su esclavo ubicar la mesita de campaña en un lugar firme y seco. Luego, entre mate y mate, comenzó a reflexionar sobre lo que diría en la Asamblea: "Tendría que anotar esto: creemos que la peor amenaza es que las potencias extranjeras nos declaren la guerra, pero estamos equivocados. El peligro está en nuestras propias mentes porque todavía pensamos con la moral de los virreyes. No, no, antes debo imaginar un título provisorio que resuma todas mis ideas. ¡Ya está!: Artículos de Confederación y Perpetua Unión entre las Provincias Argentinas. ¡Eso es! ¡Qué absurdo luchar por la libertad para cambiar de corona! ¡Qué inseguridad la vuestra, señores representan-
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tes! Pero… ¿de verdad diría eso?, ¿trataría de cobardes a mis colegas?, no sé... ¡Esta idea infantil de un nuevo rey a la cabeza!, ¿para qué? Un gobierno unipersonal sólo acarrearía más guerras. Si lo sabremos, después de haber sufrido en carne propia los abusos del despotismo. "Lo haremos a la inglesa, doctor", diría uno que conozco bastantemente, mas… no creo que ése sea el camino correcto. Son muchos los vivos que hacen fila para entrar a la prometedora Corte del Río de la Plata... A ver..., entonces, anotaré lo siguiente: Artículo Primero: El gobierno que resultare de la confederación entre ciudades, villas y lugares que componen el antiguo virreynato, será ejercido por un presidente. Artículo Segundo: Dicho presidente será electo democráticamente a través de una junta de representantes. Artículo Tercero: Concluida su función electoral, los diputados fijarán las leyes para la administración del estado federal, y velarán por su cumplimiento, en designando a los miembros de los tribunales de justicia". Más por lidiar con la incómoda mesa de campaña que de tanto escribir, un fuerte calambre se apoderó de sus manos así que, exhausto, pidióle a su esclavo Saturnino que fuera por un catre, y echóse allí, hasta que, arrullado por el canto de las primeras cigarras, se quedó profundamente dormido.
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NUESTRA SEÑORA DE LOS SUEÑOS I Estoy en el claro de un monte me hace frío oigo pasos. Una joven india se acerca me dice: "No tema no le haré daño. Soy india güena siempre viví aquí sin espantar a nadie. Cuido de árboles y bichos. Conmigo hay buenas cosechas y hace mucho tiempo protegí a clistianos parientes de usté. Hablé con el cacique pa' que no los hirieran y les di choclitos pa' que no hambriaran. Pero ellos creyeron que yo era la Virgen Maria y me ordenaron que en viendo aqueste milagro desde agora i perpetuamente seréis recordada como Nuestra Señora de los Sueños". La joven india se parece a la Virgen del Valle pues tiene la cara morena y una dulce mirada materna. "Pa' que se le pase la helazón" me dice ahora ella y me da de beber aguamiel. El aroma de los árboles me penetra y tendido en el pasto cientos de flores giran alrededor de mi cabeza: el loto de la India las orquídeas de la selva colombiana la amarilla flor del lapacho los azahares que plantaron mis padres. Todas moran en mí. Me siento más fuerte más vivo. Es un como prodigio de la naturaleza. En el cielo la joven india me muestra el origen del mundo: granos de oro forman una tormenta y caen y estallan las primeras mazorcas. Los surys labran escaleras en las laderas y bandadas de loros arrojan las semillas de las
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que nacerán cientos de lenguas. "¡Aquellos son los dioses de Moctezuma! Pero vendrán días en que las tinieblas cubrirán la tierra y nada será como lo que hoy ve. A usté le negarán la memoria y a mí el sol. ¡Ay cuando esos días lleguen! El dragón torturará el mundo con sus lamentos" me dice en este instante la joven india y dentro de mi cabeza escucho al fantástico animal: "A la hora en que el sol consigue su absorción la constitución pasa cuan torbellino y ¡ay señor! ni unión ni nada. La magna letra asiste inmóvil al espectáculo de la injusticia. Dicen que nuestra faena pertenece a toda la nación y que flameará cuan trofeo ejemplar. Dicen que el ingenio es vasto servidor razón de recompensas y empleo universal. ¡Pero queremos saber qué sucedió con los empréstitos! La libertad se ahogó junto con su ciencia y predico el futuro a una manada de ignorantes. Así razonan los déspotas en las mentes de los tontos: "Apóyenlo y el país se hundirá". ¿Acaso acometerán contra la casa que me vio nacer? No creo que puedan conseguir las hachas del cóndor. Nadie quiere a las minorías ése es su problema. ¡Ciegos! El poder de la vida está en la sabiduría. ¡No os deis por vencidos pueblos del orbe que vuestra liberación brilla en la Cruz del Sur!". II La joven india llora grandes inundaciones y bajo sus lágrimas desaparecen puertos y ciudades. Con su cetro hace temblar los cerros la tierra se abre los bosques se
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incendian. Tanto dolor me entristece. Obscurece pero no es el fin. Estoy en el útero de una inmensa ciudad donde el aire enrarecido por los humos convierte en insectos a hombres y mujeres y mientras descanso bajo la sombra de un gomero sin querer descubro que también soy un escarabajo que empuja inútilmente su bolilla de estiércol. Ahora nuevamente escucho la misma voz rugiente: "Érase éste el barrio de San Pedro Telmo donde nació la libertad para criollos y negros. Pero qué sabe el bicherío de quien otrora lo libró del yugo. A usted diputado Laguna también lo dan por muerto. Sin embargo ambos estamos vivos y no en el bronce de la historia o en algún retrato de museo sino en la sangre del pueblo. Únase a mi causa venga despiérteme". III El metálico animal que se desplaza hacia el Buenos Aires o el plátano de azabache por el que hablan sus habitantes no son cosas gobernadas por duendes. ¡Son máquinas! magia de los hombres del futuro cifra de nombres que no entiendo peones sin alma que me han abandonado a la suerte de mis arcaicas palabras. Cómo he de hacerme entender atrapado como estoy en mi propia laguna. Me trepo a la punta de un cactus y en el espejo del desierto veo el reverberar de mi propio sueño. Hago un esfuerzo y pídole ayuda a Nuestra Señora de los Sueños." Yo que soy criollo me siento indiano" le digo y ella serena
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cuan luna nueva envuelta en los resplandores de la arena se baña con la tinta dorada de los códices griegos y llena el aire con las letras extraídas de la garganta de algún profeta: Primero la t que antes servía para nombrar luciérnagas. "Tucos" les decíamos. Después la e de "estancia" la l de "loco" y nuevamente la e. En el cielo estrellado de la noche está escrito: "tele" pero yo no sé qué es. Junto con esta palabra pareciera que todo el mundo pasa a través de mis ojos y sólo basta esa para dar con las otras que aún no comprendo. Alguien idéntico a mí salta de contento dentro de una caja de vidrio tan auténtico tan alegre que lo sigo donde una sensual mujer baila y canta con unos esclavos que acarician su cuerpo. Los dejo que me lleven que me atrapen y me arrastren hacia el fondo de eso que llaman televisión y los nombres y las imágenes de todas las cosas pueblan los aires se pegan en las paredes se enmarañan en los cabellos de alguna jovencita o hacen piruetas en la cola de un cometa. Son los signos diminutos que urden el texto infinito de la gran ciudad del Buenos Aires y también le persiguen a usted. Algo querrán decirle pero como yo usted no los comprende. ¿Será que estas nuevas palabras no tienen sentido? No lo sé. Lo único que sé es que hay otro hablando por mí y que todo brilla alrededor nuestro. Lo sé por las inexplicables señales de este tiempo. Pero no me preocupan las señales sino los gestos con que las disimulamos.
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DIFERENCIAS IDEOLÓGICAS La naciente esfera del sol pincelaba los pastizales con un tenue rosado, y el rocío, aun suspendido en el aire, recordaba que la noche apenas había pasado."¡Ah, los amaneceres! Es lo que más me gusta de este camino al Buenos Aires" —pensaba el doctor Laguna—, mientras seguía con su mirada las últimas estrellas, y la tropa se acomodaba junto a una arboleda todavía somnolienta. —¡Buen día, doctor!—, saludólo Balcarce en aproximándose a la fogata que había mandado a encender. —¿Qué desea tomar?—, preguntóle el diputado mientras terminaba de secarse las manos. —Igual que usted: un chocolate con algunas fritanguillas—, respondió el coronel mirando con asco la carne mal cocida que desayunaba la peonada. Entre tanto saboreaba su chocolate, el abogado se distraía observando al militar. Éste habíale ordenado a uno de los bueyeros que limpiase su carreta, y como el bueyero se había negado, fue a quejarse ante el tropero, quien le respondió: "Con su venia, mi coronel, pero el hombre no está pa' eso. Si no le gusta, hubiese traído un esclavo, como el dotor". Con esa respuesta, pronto los dos hombres se trenzaron en una áspera discusión en la que Laguna no quiso intervenir, pues, aunque estaba en desacuerdo con el usufructo del trabajo ajeno, respetaba a los soldados que habían arriesgado sus vidas por la patria, y por ende al
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coronel. —¡Habráse visto semejante manga de atrevidos y vagos!—, rezongó Balcarce en derramándose sobre las piernas el chocolate. —Cálmese, renegar no le hace bien a nadie. Ya cambiarán. —¿Cambiar? Estos gauchos lo que necesitan es mano dura, doctor. ¡Si no les gusta trabajar! Uno trata de educarlos para que sean hombres de bien, ¡y se encabritan! El problema de este país no es la falta de constitución, como dice usted, sino los gauchos de mierda que lo habitan. —¡Amigo! —¡Sí, doctor!, y también los ineptos que nos gobiernan. —No lo entiendo. —¿De qué vale que el mandamás sea rey, presidente, o director supremo?, si el hombre no sirve, tampoco su gobierno. —¡Hay diferencias, coronel! La administración de un estado moderno no debe estar en manos de un solo hombre. De lo contrario, ¿qué sentido tendría esta revolución?, o, ¿acaso la hicimos únicamente por el comercio? ¡No, señor!, otras libertades están en juego, y el derecho de gobernarse a sí mismo que tiene cada pueblo, es la principal. —Podemos elegir a nuestro propio rey, doctor. —¿Y quién sería?, ¿el Inca?, ¿un portugués?, ¡qué estupidez! Debemos gobernarnos nosotros mismos y for-
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mar una confederación de ciudades, como los norteamericanos. —Pero un cuerpo no puede andar sin cabeza, doctor, y... si esta lleva corona, ¿no se vería mejor? —Tal vez, mientras el poder no lo maree, se le caiga al suelo y se le haga añicos. Vamos, ¡es hora de seguir viaje, coronel! CIELITO MÍO Los precipicios del río, las casitas de adobe y el ganado que atolondra los bañados, quedaron atrás. Ahora, la caravana entraba por una huella bordeada de acequias y sauces que, con su frescura, la devolvía a la vida. A sendos lados de la huella se veían negros trabajando, animales, huertos floridos y quintas con árboles frutales. Ampira invitaba al descanso y por eso decidieron quedarse allí un par de días más. Por otra parte, los diputados habían llegado a un entendimiento: Balcarce defendería la postura monárquica y Laguna la autonomía local. "Así podré librarme de su aburrida compañía y dedicarme a seguir anotando lo que diré en la Asamblea" —pensó el abogado—, y ya en el cuarto de la posta, se puso a escribir: "Sepan los señores diputados que el principal obstáculo para el triunfo de nuestra causa no es el sistema político ni la posesión del poder, ya en manos liberales, ya en mesiánicas. ¡No señores!, la ignorancia es lo que degrada
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nuestro propósito. Desde el inicio de esta revolución acordamos que habrían de crearse escuelas de primeras letras como prioridad de gobierno y todavía no hicimos nada. Acaso, ¿creéis que, sin educación, las generaciones venideras gozarán de las riquezas de nuestra tierra?, ¿con qué conocimientos administrarán los derechos que hemos de legarle?. Los pueblos ignorantes nunca se gobiernan a sí mismos ni alcanzan la madurez política. Lamentablemente, siempre son engañados por los oportunistas que, para encubrir la propia, fomentan la viveza ajena. ¡Caballeros!, nuestra responsabilidad presente es sagrada. Por eso, antes que la ignorancia nos arruine, debemos empezar a combatirla". Mientras Saturnino le alcanzaba una palangana con agua, el aire nocturno se introducía por la pequeña ventana e intentaba apagar la candela con la que Laguna iluminaba sus manuscritos. —Por dónde andabas?—, inquirióle a su esclavo. —Por ahí, con la peonada, amito. —¿Seguro que no has estado echándole el ojo a alguna mulata? —¡No amito! —¿Ya engrasaste mis botas? —No. —¿Y qué esperás? —¡Ya mismo, amito! De pronto, la brisa trajo el rasguido de unas guitarras que resonaban en el patio contiguo y Laguna pensó en
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salir, no fueran a decir que era un ermitaño, pues desde que habían llegado, jamás había dejado el cuarto. "¡Espero que el coronel les haya explicado nuestras obligaciones de diputados!" —se dijo—, anudó la modesta cortina que lo separaba de la galería, y salió. El patio de tierra estaba justo en frente y los vecinos principales congregados alrededor de las brasas, en comiendo un sabroso churrasco, bajo la copa de un frondoso árbol. —¡Doctor Laguna!, es un honor conocerlo—, saludólo el maestre de la posta. —El honor es mío, señor. —¿Gustaría un vasito de aloja? —¡Únicamente bajo su buena fe, mi amigo! Y así, mientras bebía, don Valeriano Laguna deleitábase con el andar de las bellas mujeres que iban y venían de los fogones. Algunas llevaban coloridos chales y otras ligeras blusas por donde asomaban sus voluptuosos senos. Una mocita que se columpiaba entre dos sogas amarradas al árbol, lo observaba sin que él lo notara. "¿Le agrada esa niña, doctor? Se llama Natalia, es la hija del maestre" —le murmuró el coronel—. El se sintió incómodo con el comentario, mas, con una sonrisa devolvió la mirada a la joven, y ella se ruborizó para luego tornar a mirarlo. Entretanto, las guitarras convocaban el canto y la danza, y entusiasmados, todos los presentes comenzaron a marcar el ritmo con los pies. —¡A ver con qué homenajean a los señores diputados!—, exclamó el maestre de la posta. —Usted ordena, don. ¡Vaya este Cielito para los
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representantes del pueblo!—, respondió uno de los guitarreros, y empezaron a cantar: "Cielo, cielito y más cielo, cielito siempre cantad que la alegría es del cielo del cielo es la libertad. Hoy una nueva nación en el mundo se presenta, pues las Provincias Unidas proclaman su independencia. Cielito, cielo festivo, cielo de la libertad, jurando la independencia no somos esclavos ya..." Hombres y mujeres se amontonaron sobre el piso de tierra hasta formar una doble calle de cinco parejas. "¡Aquí faltan dos bailarines!"— exclamó a tiempo el anfitrión—. "¡Esta es su oportunidad, doctor!" —insistióle el coronel—, y Laguna, que tenía los ojitos de la moza en su pecho, aproximóse al maestre, y le dijo: "¿Me permite bailar con doña Natalia, señor?". "¡Faltaba más, doctor! ¡Baile, baile!" —le contestó éste—, mientras los músicos continuaban con el Cielito: "Los del Río de la Plata
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cantan con aclamación, su libertad recobrada a esfuerzos de su valor. Cielo, cielito cantemos, cielo de la amada Patria, que con sus hijos celebre su libertad suspirada. Los constantes argentinos juran hoy con heroísmo eterna guerra al tirano, guerra eterna al despotismo..." Como es regla de aquella danza, a medida que doña Natalia y don Valeriano se aproximaban al otro extremo de la calle, también acompañaban a viva voz los acordes de las guitarras. Y así, más o menos exaltados con la letra de Bartolomé Hidalgo, pronto se detuvieron en frente de otra pareja de bailarines; en inclinándose los saludaron, luego retrocedieron y entre todos siguieron entonando: "Cielito, cielo cantemos, cielito de la Unidad, unidos seremos libres, sin unión no hay libertad. Todo fiel americano, hace a la Patria traición
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si fomenta la discordia y no propende a la Unión. Cielito, cielo cantemos, que en el cielo está la paz y el que la busque en discordia jamás la podrá encontrar..." "Este sentimiento popular va más allá de nuestras especulaciones políticas" —reflexionó Laguna—, en tomando a doña Natalia por la cintura, lleno de emoción. "No se me la ponga nerviosa..." —díjole con meditada dulzura—, y entre suspiro y suspiro, ella se tranquilizó hasta que se dio cuenta que todos la observaban. Así que, para lucirse ante la concurrencia, balanceóse un poquito y, con gran donaire, recogióse la pollera. "Nuestra patria es como la Natalia, una niña todavía" —pensó el maestre al verla. EL SOL SIEMPRE ESTÁ Las lluvias habían formado atolladeros y bañados por donde antes pasaba la huella y pastaba el ganado. Viajaban incómodos, con un atraso al menos de tres jornadas, mas las aguas no eran la única causa, también la niebla y el mucho viento entorpecían el paso, y según estimaba el tropero, ya habían perdido dos zainos. "¡Es un fastidio!, pero no se puede hacer nada, úni-
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camente esperar que pase el temporal y mantener la caja seca. Por suerte, en Córdoba hice cambiar y engrasar los cueros de afuera. Pero lo que más me molesta es no poder comer algo caliente y tener que conformarme con queso y aguardiente. Este lodazal no permite armar campamento. ¡Y tampoco puedo escribir! porque, con semejante movimiento, saldríame torcida la letra", quejábase el diputado Laguna para sus adentros, no obstante, siguió armando mentalmente su discurso para la Asamblea: "El propósito mayor de nuestra gesta revolucionaria debe de ser el cambio profundo del pensamiento del pueblo. Hay que comprender que la patria somos todos los que pisamos este suelo, el cual al pertenecernos demanda como algo natural su propio gobierno. Ya dimos el primer paso con las triunfantes batallas contra el despotismo, pero resta auxiliar a la patria en su parto cívico, en otorgándole fuerza de ley a nuestros derechos. Por eso, hay que abolir los privilegios de clases y terminar así con las desigualdades que nos enfrentan. Esto significará afianzar las libertades individuales con el fin de garantizar la colectiva, en la que, como vosotros sabéis, se funda la razón del estado moderno. Por lo tanto, dirimamos esta controversia y dejemos que cada ciudad se autogobierne sin la intromisión de otras más importantes". Por fin el cielo de la pampa aclaraba y el rey de los astros reverberaba en los charcos de la huella que los conducía a San Antonio de Areco. La brisa que había comenzado a secar los cueros de la carreta, sin querer salpicó a Laguna con algunas gotas;
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él se llevó la mano al rostro y se dio cuenta que la barba le había crecido como un arrozal. "Bien lleguemos le diré a Saturnino que me afeite y me daré un baño de agua fría, si es que hay tina" —pensó. En las inmediaciones de la posta no había llovido, sin embargo el campo brillaba como un espejo verde. Toros, vacas, terneros, varias mulas y corpulentos caballos llamados capones pastaban a lo largo del terreno. Todo era propiedad del maestre de la posta de Areco según Laguna había oído decir. —Reanudaremos viaje esta noche, a eso de las once y media—, comentóle Balcarce, mientras una negra les servía mate debajo del alero. —Como sea, ¡ya nos perdimos la inauguración de la Asamblea! —Cierto, doctor. ¡Qué lástima! —En fin, coronel... Ahora, si me disculpa, voy a descansar un rato. Así pues, una vez en el cuarto, don Valeriano Laguna se propuso escribir otro párrafo, más, al ver las sábanas recién almidonadas, sintió que el sueño lo vencía y optó por acostarse. Desprendióse la camisa, quitóse las botas y las polainas, y echóse a dormir hasta que la candela paró de arder.
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EL CÓMICO DE LA PATRIA I "Si alguno de los constituyentes de mil ochocientos trece se levantara de la tumba ¡ay Dios mío! no vea usted lo que pasaría" le dice una anciana al camarero de la pizzería. Yo gritaría que estoy aquí. Pero acaso sabrían quién soy. Otra mujer —más joven— me ha descubierto y me observa. Busca mis pupilas. Yo bebo una sangría me hago el tonto. Inexplicablemente puedo leer sus pensamientos. Ella intuye que no soy lo que aparento deduce que no parezco europeo ni porteño. "Este tipo es raro de dónde será” —se pregunta—, mientras clava esos sus pícaros ojos en mi levita. La ropa me delata no hablo me quedo quieto. Bien sé que parezco una reliquia. Únicamente me faltan la galera y el bastón con mango de carey para que ella se imagine que soy un cómico de la lengua. Ahora se acerca me habla no deseo escucharla. Permanezco atento a las arañas que esquivan la humedad de las paredes pero ella insiste. —No vengo ni voy ¡soy! —¿Te gusta el teatro? —Por supuesto. Eurípides y Sófocles. —Los clásicos... —Si. —¡Qué casualidad! a mi también. Me llamo Patricia
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¿y vos? —Valeriano. —¿Leíste "Antígona Vélez" Valeriano? —No… pero si la representa para mí me sentiré complacido. —Sos actor ¿verdad? —O cómico de la lengua. Como más le guste. Patricia confiésame que ve un hecho espiritual en nuestro encuentro. Yo en cambio pienso que entre nosotros podría haber una relación amorosa. Mis formas la excitan pero ella disimula su deseo quemando cascaritas de naranjas y asegurándome que los cítricos purifican el astral. Ahora me muestra unas jóvenes con pies de amapolas y unos ángeles con túnicas de fuego. Todos dibujos suyos de crayón y en papel madera. II Nuestra Señora de los Sueños habla en las profundidades de mi conciencia. Sus palabras me hacen comprender la causa de mi estado y mis palmas arden. Siento la presencia de Dios y otra vez escucho el quejumbroso resuello del dragón: "He aquí mi advertencia para todas las clases del pueblo: artesanos gauchos y negras que glorifican nuestro bravo carácter. ¡El sistema está al perecer! Os di pleno poder para que de todo herrumbre limpiéis la fragata pero vos tras otros frotandoos contra ellos. ¡Evitad el estancamiento del ciudadano! ¡Sed la justicia del espíritu público!
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Allá van cielo y más cielo mis votos para las naciones". A partir de hoy mi misión será la liberación de la gente insecto y este atelier el lugar estratégico para pergeniar la revolución. Hago a un lado los dibujos me trepo a la mesa y dígole a Patricia: —Con vuestra gracia señora os presentaré mi humanidad: Soy Nicolás Valeriano Laguna diputado por el Tucumán a la Soberana Asamblea. Estoy en el Buenos Aires para batirme a duelo con los traidores a Dios y a la Patria y en cumplimiento de este sacrosanto mandato pídole asilo hasta que apalabre a mis hombres y ejecute mi misión. —¡Concedido vuestra merced! podéis quedaros. Mañana mismo os presentaré ante Gaby Kreys ¡la reina de la noche porteña! Te garantizo que ella te conseguirá trabajo en las tablas. III Patricia me prepara la cuja junto al balcón mientras abajo en los patios los gatos chillan y dejan una hilera de pestilencias junto a los macetones de helechos. Bajo la luz de la luna estos patios son como un barco encallado en la gran ciudad y San Telmo la Venecia argentina. Escapados de las tiendas salen a pasear los sombreros de fieltro los relojes de bronce los angelitos de yeso y los elegantes candelabros de plata. Todos desfilan unidos a la murga de bohemios que ruidosamente marcha
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hacia el parque Lezama. UNA HIJA DESCOCADA Patricia me quita el frío de la soledad. Su corta falda juega entre sus piernas y capta mi atención. Con ella no me siento ese fantasma que deambula por la feria donde entre chucherías y tangueros se empujan los europeos enloquecen los japoneses y asómbrase el mundo entero de los antiguos gustos porteños. "¿Te conté que estuve casada con un pintor famoso? Es norteamericano pero... ¡mejor bailemos un tango! ¡Dale! —me dice ella como queriendo atrapar con sus manos el alegre clima de la plazoleta Dorrego—. Aferrada a mí danza como ninguna. Gira traza un corte una quebrada se echa a mis brazos y exclama: "¡Qué viva San Telmo!". "¡Viva!" —le contesto. Ahora nos sentamos en un bar que está en frente de la plazoleta y mientras bebemos un mistela ella me confiesa: "Mis padres viven en Barrio Norte. Tiendas elegantes plazas prolijas materialismo ya sabés. Mami es una santa pero papá es milico y nos odiamos. Siempre me hizo a menos. Cuando era chica e íbamos a Cariló no me dejaba tomar sol. —¡No vaya a ser que se ponga negra!— me decía. Por eso me tiño el pelo. Pero ya lo perdoné... Recuerdo que en la cena de egresados papá se pavoneó toda la noche conmigo. Yo estaba tan linda…
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Bailamos el vals nos tomaron fotos pero una de mis compañeritas la tarada amaneradita que nunca falta le contó lo de mi bronceador sin sol y él se enojó a más no poder. Es que mi papá odia a los negros. ¡Desvergonzada! no verás ni un peso el día que me muera —me amenazó aquella vez. Fue por su carácter que un mal día mi marido se hartó de él y se fue a París. Yo lo seguí lo ayudé a vender sus retratos pero pronto la barba le llegó a las rodillas y por el hachís lo perdí. Me pregunto dónde habrán quedado sus labios finitos de papel maché su amor de peluche y su sexo color zanahoria. En fin ya lo perdí y no quiero hablar de él. Cuando cierto presidente echaba multitudes de la plaza de Mayo volví al país instalé un teatrillo y prosperé. En la habitación trasera ocultaba a mis amantes y en la de adelante a los entusiastas del teatro popular. Así me transformé en "Antígona Vélez". El éxito del estreno fue tal que hasta mi papá asistió al estreno. Pero a algunos camaradas en vez de programas se les dio por repartir panfletos. "¡Ya sé yo a dónde iremos a parar con estos negros de mierda!" — vociferó él—, justo cuando yo cavaba un hoyo para clavar la cruz de telgopor y entonces nuestra relación terminó. Pobre papá. Nunca pudo con su rabia de viejo perro cazador. Pero como ahora soy devota de Saint Germain ya lo perdoné".
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DE ONCE A UNA, HORAS GAYS I La imponente belleza de los altos edificios me maravilla. Por admirarlos pierdo el equilibrio resbalo sobre el empedrado y gracias a Patricia no me voy de bruces. Es evidente que no estoy bien tengo mareos de ciudad choco con gente y semáforos me impaciento sufro de ansiedad. "¿Dónde está la tropa revolucionaria?" pregúntole a mi compañera -"Allá en la puerta de la Casa Rosada"contéstame ella en señalándome con un gesto a los granaderos. La vista de la plaza de Mayo es majestuosa. Nos detenemos ante la estatua de la República y me da la impresión que la escultura tiene vida y hace por hablar. ¡No voy a moverme de acá! En esas palomas que revolotean junto a ella se eleva al cielo el espíritu de la argentinidad. "¡Vamos loco!" —me insiste Patricia—. Vamos a lo de la Gaby Kreys que vive en el barrio de Congreso. II Aquí en la plaza de los dos Congresos las emociones vuelven a perturbarme y pierdo la compostura. "¡Los cóndores!" —grito—, al descubrir las esculturas de las enormes aves andinas y no tengo que cerrar los ojos para imaginar cómo las metálicos pájaros giran alrededor de la
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verde cúpula del parlamento. —"¡Que grandioso es el país que soñamos!"— dígole a Patricia. "La Argentina es una cornucopia gigante pero para unos cuantos privilegiados que no son los niños precisamente" contéstame ella y ¡otra vez esa irascible voz que tortura mi cabeza!: "Un cráneo atraviesa el conventillo. Si hubiese piyao la vida y no la intolerancia de las familias ricas... en el valle de la muerte no suspiraría. ¡Qué rara sensación este silencio del pueblo! Vender diarios fue el trabajo de su vida. Hoy sólo implora se agita pone en movimiento los martillos oye a los marineros y se arrastra. En cambio la cabeza llena de placeres cumple con las tinieblas al ganar una estrella en la compra y venta paterna. Los ricos son Argos de cien ojos que prometen la cruz. El no era ni es más que sus manos encallecidas. No te asustes entonces si los rastrojos inscriben su raíz donde nace el arrabal. Los políticos dirigen a los conformistas esto se ve escrito cerca de Dios y sólo en el infierno hay clavadas extrañas sustancias cuan agudo puñal hombres que se revuelven por moneditas y se impresionan con los primeros sones de la revolución. De los estudios al buen negocio de la política. ¡Qué magníficas gargantas! Así nacimos. ¿Qué le vas a hacer?". III La Gaby Kreys es una travesti gordita vistosa y
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desinhibida. Con sus pulidas uñas hábilmente arma un delgadísimo cigarrillo lo chupa hasta quedarse sin aire se lo pasa a Patricia y me llega el turno. ¡Qué paz! Me siento un potrillo con ganas de retozar. Dentro de mí gira una matraca se detiene y de nuevo esta inusual serenidad. ¡Por fin el tiempo se fue! ¿Habré despierto ya? Alguien recita: "Dame vino, dijo el zorrino. No con borra, dijo la zorra. Meta de ancho, dijo el chancho. En fin, en fin, dijo el crespín". ¡Soy yo mismo que me volví niño! y por eso se me ha dado por jugar con el gatito que está sobre el diván pero la Gaby Kreys descorre sus párpados de largas pestañas postizas y me advierte: ¡Cuidadito Valeriano Laguna! Te prohíbo que franelees a mi minino. ¡Tarado! ¿No sabés que es un animal sagrado y que yo soy la reencarnación de Cleopatra? —¡Pobre de usted! —¡Sacrílego degenerado! ¡Soltalo soltalo! Como puedo me defiendo de sus largas uñas esculpidas. Patricia lanza una carcajada nos separa y la Gaby Kreys por fin se tranquiliza. —Traumatizada por mi forma de ser le hice una con-
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sulta a una parapsicóloga de Flores por eso ahora sé todo de mis vidas pasadas. —¡Ah! ¿Sí? ¿Y quién fuiste? —Siempre fui mujer y reina. Además de Cleopatra también encarné en Gina Lolobrígida. —Ja ja ja ¡Qué ridícula! Esa está viva. —¿Usted siempre fue un hombre vestido de mujer? —¡No estúpido! Yo soy toda una mujer- contéstame la Gaby Kreys. Sin ningún pudor sus gruesas piernas me muestra y canta: "Queremos una alfombra rosada en Pueyrredón y Santa Fe donde en días de fiesta se ven gauchos con mantillas y corsé. Pues durante el mediodía tiernos higos comía cuando mi rancho tenía. ¡A tocar se ha dicho! que de once a una son horas gays. Pero si nos habéis llamado para engañarnos con policías os quitamos los votos y el estriptis".
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EN EL HORNO NOS VAMOS A ENCONTRAR El gato de la Gaby Kreys se me presenta vestido con un traje de aviador y me invita a dar un paseo por la miaunoche porteña. Amparados por los mercuriales rayos de la luna citadina viajamos en globo al Buenos Aires de mil ochocientos noventa y ocho cuando la nación Argentina era toda una señorita alta y rubiecita que posaba para el almanaque Peuser y escoltada por rollizos angelitos hacía girar el globo terráqueo para festejar las virtudes de la máquina de hilar algodón. Mas nadie sabe que sus dominios empiezan en una boca de tormenta donde tropezando con ratas y soretes en vano nuestras narices intentan esquivar los humores que bullen en esta cloaca. Si vamos camino del averno no dudo que éste sea el purgatorio. Aunque tampoco dramaticemos que a un buen cristiano pronto lo asisten perfumes más llevaderos. Pues ahora siento olor a mujer. "¡Miaudios! ¡Las Temperley!" —chilla el gato—. "Bienvenidos al Palacio de la Modernidad" —con voz de ultratumba—, nos dan la bienvenida las guardianas del infierno y para darle un toque de alegría al recibimiento entonan: "El día que nos mates mi Buenos Aires perdida los diablos celosos nos verán enloquecer
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y una garra putrefacta nos desollará los sesos. Ay ay ay bajemos al infierno. Ay ay ay que todo está al pelo". Las guardianas nos hacen descender por una imponente escalera de mármol negro con altos faroles de oro reluciente y descansos cada vez más ardientes. "Banco Central de la República Argentina" reza un cartel. Aquí se cocinan las almas de los deshonestos cuya condena consiste en rallarse las manos cada tres días y una vez cicatrizadas vuelven a ser flageladas per secula seculorum. Entre los condenados hay generales presidentes ministros y secretarios. Todos se encuentran ocupados en despojarse de hongos y gusanos para recuperar sus manos. Cada siete días las Temperley entran y les ordenan: "¡A escribir muchachos!: Quiero a mi país mi país me ama". Pero a falta de cuadernos los condenados imprimen la letra en sus cuerpos hasta que sus almas van desapareciendo debajo de las palabras. "¡Mentirosos! Así nunca llegarán al cielo" —grítanles las guardianas—, en propinándoles dolorosos punterazos agujazos alfileretazos microfonazos y cuanto varillazo hubo y habrá en el averno argentino. Ahora llegamos al "Relicario de la Inutilidad". Aquí hay una variedad inagotable de objetos o botines de la historia que como hojas arrancadas de un libro ya no sirven
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para nada. La maqueta de ciudad de La Plata junto a un busto de Alberdi partituras con canciones inéditas de Gardel los diminutos muebles vieneses de un tal Ernesto Padilla los impertinentes de la Infanta Isabel las medias de Marcelo T. de Alvear un daguerrotipo de Sisí Emperatriz un manuscrito de Leopoldo Lugones cuatro pelucas de Luis XIV siete ponis embalsamados y un retrato de Eva Perón con un puñal clavado en la frente ensangrentada. Hay más pero no quiero ver porque de nuevo tengo uno de esos mareos de ciudad. Junto a nosotros se ha parado un demonio con uniforme de almirante. Es verdaderamente repugnante tiene la cara llena de granos y pústulas infectas. Las Temperley le temen y sus grisáceos cuerpecitos de plasma tiemblan y se marchitan. "Tengo el alto honor de presentaros a nuestro intendente: don John Western" —exclama una de ellas—, con un hilo de voz y haciéndole la venia se aparta. "¡Oh ser mister Laguna! yes yes io saber mucho de usted. ¿Pasarlo bien?" —inquiéreme el demonio—, pero de verdad me cuesta oírlo porque mi cabeza se ha convertido en un colador de padrenuestros y avemarías. "Okey mister Laguna su pasaporte please" —continúa hablando el diablillo—, a la vez que inclinándose un poco me muestra sus rojizos cuernos. Trato de aferrarme a mis rezos pero igual tengo miedo. Escucho una gran carcajada y de nuevo su desagradable voz: "Si no tener pasaporte para viajar en el globo del tiempo no poder volver. Pero como io carecer de personal usted poder trabajar para mí. Nosotros pagar bien".
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Alguien intenta ahogarme. No puedo verlo me oprime. ¿Trabajar para un diablo inglés? ¡Ni soñando! Estoy sin aire sin habla. ¡Otra vez esa risotada! Padre nuestro que estás en los cielos... ¡Necesito despertar! LA REVELACIÓN DE LOS ARCANOS I Una mariposa negra me persigue desde que llegué a estos "Patios de San Telmo". Sobre todo esta noche no me deja en paz se posa en mi cabeza me incomoda me molesta. La corro con una escoba la espanto con un trapo pero no logro ultimarla. Patricia considera que el asunto es un mal presagio e insiste que vayamos donde Anita de San Esteban la clarividente de Flores. El consultorio de Anita huele a un exquisito toque de incienso ella tiene la cabeza cubierta con un gran pañuelo y muy amablemente nos hace sentar mezcla sus cartas de Tarot me las entrega. —"Cortá en tres elegí un montón y preguntá"- me dice. -"Preguntá por qué te persigue esa mariposa negra"me secretea Patricia. Estoy de acuerdo hago un gesto y la tarotista despliega sus coloridos naipes sobre la mesa. —¡Caramba! vos tenés una importante misión espiritual en esta vida por eso te persigue esa mariposa negra. Es una señal de los grandes obstáculos que deberás enfrentar.
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—¿Y qué misión es esa? —Dejame ver. Ya vuelvo... II Anita de San Esteban coloca un pequeño brasero sobre la mesa y lo enciende. No puedo ver porque el humo lo cubre todo. Dos siluetas femeninas emergen de la humareda. ¿Patricia? ¿Señora? No son ellas. Las que veo van ataviadas a la usanza del medioevo. Y más allá suspendido en el aire hay un ángel con un cáliz en la mano. "Soy el Regente de los Cambios" —me dice—. "La que porta el libro antiguo es la Sabiduría y la que lleva esa gran corona es la Reina del Progreso"-. "Verás que nosotras conservamos las pieles de los normandos" —interviene La Emperatriz— "los guantes de los sajones y el cetro del emperador romano. Nosotras todo lo profetizamos desde las trampas de Cupido hasta el advenimiento de la misma muerte"-. "¡Pero Dios te ha dado el libre albedrío! así que con atención escucha lo que vinimos a decirte" —interrumpe la potente voz del ángel—. "Las gozosas vacas profetas declaran que en Sudamérica todos los hombres de bien se unirán al ñandubay provisto de laureles. Mas los representantes del pueblo claudicarán por guisos y carnes ante la profusión de las letras mundanas fabricadas con los orejanos del ardoroso empeño popular".
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III —¡Valeriano! ¿Te sentís bien? —Sí sí estoy bien. —¡Bueno! entonces sigamos... Los arcanos me indican que para acallar esa irascible voz que te martiriza tenés que hallar una perla. —¿Una perla? —¡Exacto! "La perla de los comechingones". —No entiendo. —Esa perla perteneció a los indios pero los curas se la quitaron y la escondieron en un lugar secreto. Sólo hay alguien que puede decirte donde la ocultaron. —¿Quién? —La mujer de piedra de Esteco. Anita de San Esteban se desploma sobre la mesa. Con Patricia la ayudamos a volver en sí y salimos al patio donde nos explica que para mantener su campo psíquico amplificado ingiere unas esencias florales que le causan frecuentes mareos. Ahora nos acompaña hasta la puerta de cancel y sin que Patricia se dé cuenta me entrega unos amarillentos papeles. "Estas copias me las prestó don Eusebio un amigo de la Gaby Kreys. Estoy segura que te van a interesar", me dice en voz baja y nos despedimos. La plaza del barrio de Flores nos recoge con sus arbóreas manos y la brisa de la siesta nos regala un suave aroma a jazmines. Los coches cruzan velozmente la imponente avenida Rivadavia y siento esos mareos de ciudad.
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Entonces nos sentamos en un banco desde donde diviso al ángel del cáliz en la mano trepado en la torre de la iglesia de San José. IV La mariposa negra al fin desapareció y mientras Patricia colorea nuevas jóvenes con pies de flores y ángeles con túnicas diversas yo me concentro en la lectura de los amarillentos papeles que me entregara Anita de San Esteban: "INFORME DE FRAY BENITO FUENLABRADA A SU EMINENCIA DON FERNANDO TREJO DE SANABRIA, OBISPO DE CÓRDOBA DEL TUCUMÁN. Lo que voy a referirle, Eminencia, nos sucedió en el valle de Santa Rosa de Calamuchita, en luchando por ganar las almas de los naturales de Córdoba, para la mayor gloria de Dios, Nuestro Señor. Aún dormíamos a la intemperie y compartíamos con los indios la comida, cuando, en la quinta noche desde nuestra entrada, presenciamos una inusual ceremonia pagana, llamada "Amazunco" que, en castellano, significa: "adoración de la bola traída de abajo". Así pues, dentro de una gran cabaña, los indianos rendíanle culto a una singular piedra. En ostentando penachos con grandes plumas de colores, cantaban y bailaban a su alrededor. Pero al acercársele y tocarla con sus
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lanzas, los dichos naturales caían al suelo con espantosas convulsiones. La roca, cuyo aspecto es similar al de una enorme perla de nácar, estaba sobre un pedestal de cañas tacuaras, encendíase de un brillante color marino tanto más la tocaban, y también emitía el sonido de un pito que se mezclaba con el de los gritos y las danzas. De esta forma, reinó la algarabía durante toda la noche con los indios en embriagándose hasta el amanecer, en desplomándose uno a uno, y en acariciando aquella roca como si fuera una mujer. Al ver lo que acontecía, pensamos que tratábase de una gema traída de los infiernos por algún espíritu maligno, y uno de nos decidió acercarse, mas, como los salvajes, también cayóse al suelo. Entonces, lo traximos, lo recostamos sobre las rodillas de otro hermano, y mientras lo sosteníamos, el pobrecillo abrió sus ojos y dixo que nos abandonaría. Vanos fueron nuestros ruegos para persuadirlo de lo contrario, quitóse el hábito, y en cueros perdióse entre la obscuridades de la selva. Al amanecer vimos que los indianos habían dejado su aldea a merced de la natura, y no supimos qué hacer. Pero al cabo de tres días, ellos regresaron y nos amenazaron obligándonos a huir. Así nos ocultamos en los bosques donde ayunamos y oramos para comprender lo sucedido. Finalmente, concluimos que, tanto los salvajes como el regular de nuestra orden, habían cambiado de parecer por obra de la demoníaca perla. De esta suerte decidimos sustraer el objeto en cuestión y ocultarlo de la vista de los mortales, en nombre de
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la fe católica, para nuestro bien y el de la santa madre iglesia. Después lo traximos a esta casa de exercicios donde, como Vuestra Merced sabe, ya fue analizado por los padres de la orden, quienes, con vuestra autorización, han de sepultarlo para siempre. Dos de febrero del año del Señor de mil seiscientos cinco". "AUTO DE PROTECCIÓN PARA LOS REGULARES QUE TRASLADARÁN LA PERLA DE LOS COMECHINGONES A LA CIUDAD DEL BUENOS AIRES Hermanos míos: En el Nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Tres Personas y un mismo Dios. La Misericordia Divina os asista como hijos de Nuestra Santa Madre Iglesia. Yo, Fernando Trejo de Sanabria, Obispo de Córdoba del Tucumán, elevo mis plegarias al Altísimo y os confiero protección perpetua para toda ocasión en que entrareis en contacto con el objeto de culto pagano, a vuestro exclusivo cuidado desde este momento, con el fin de allanar los caminos de la fe, y evitar el peligro de su exposición pública. Dicho lo cual, ordeno: I. Destinar como sitio de ocultamiento el túnel secreto.
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II. Manipular el objeto con los guantes de Malta que os suministré. III. Disponer de tres cajas para guardarlo: la primera de cedro, la segunda de plomo y la tercera de hierro, con candados y ataduras correctamente ungidos. IV. Realizar el traslado en una carreta tirada por cuatro bueyes -con sus herraduras debidamente consagradas- y partiendo de ésta el primer lunes de cuaresma, a las tres de la tarde. V. No llevar indios sin bautizar en la tropa. VI. Tener siempre presente que el contacto de la piel con el objeto pagano produce la locura, y en algunos casos, la muerte. Ruego a los ángeles, a los santos y a María Santísima que os auxilien y defiendan en todo tiempo y lugar. Amén. Catorce de abril del año del Señor de mil seiscientos seis". ÚLTIMA PARADA El entusiasmo colmaba el ánimo de la tropa porque, finalmente, después de tres agotadoras jornadas, estaban a
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sólo dos leguas de la Villa de Luján, la última posta del camino al Buenos Aires. La huella era verdaderamente deleitosa, tanto por los durazneros y manzanares que alegraban el paisaje, como por el aire diáfano que se respiraba, con olor a hierbas y flores del campo. Además, el ganado pastoreaba entre maizales y trigales cuajados de granos y, a lo lejos, cuan blanca sementera, se veía el grupo de casas. De pronto, un grupo de jinetes se aproximó en agitando sus chambergos: —¿Quiénes son ésos? —Hombres de la villa, dotor. Pa mí que se han enterao que en esta tropa vienen diputados, y han salío ha recebirlos. —No me imaginaba que la noticia de la Asamblea esté tan pregonada. —Por todas partes, dotor. Es lo que mi han dicho No había ya más tiempo para descansar, empero, en valiéndose del cansancio general, sin esforzarse mucho, don Valeriano Laguna convenció al tropero que se quedaran todo ese día en Luján, Balcarce lo apoyó en la moción y se dejó caer en el catre. El, en cambio, aprovechó las últimas horas de la jornada para terminar de escribir sus razonamientos, pues nada le interesaba más que exponerlos ante la Asamblea con absoluta claridad: "Señor Presidente: Si de verdad anhelamos consolidar esta revolución, una vez más os digo que, sin un cambio de pensamiento, no podremos lograr semejante propósito. Por ello, debe-
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mos dar el paso inicial con el ejemplo de nuestra obra legislativa, en encauzando el ejercicio del poder de forma equitativa. Unión, pues, no implica aglomeración, sino reunión de partes diferentes entre sí. De otro modo, sólo estaríamos hablando de unidad que no es lo mismo. Pensemos que así como el suelo patrio reparte con justicia sus abundantes frutos, de igual manera hemos de obrar nosotros al hacer de este país una confederación de ciudades con idénticos derechos y obligaciones." "¡Amito!, ¿no va a descansar un rato antes de seguir viaje?, ¡ya son las dos y media de la mañana!"—lo interrumpió Saturnino—, visiblemente preocupado por las ojeras que exhibía el rostro de su amo diputado. "Tenés razón, no me había dado cuenta. Vení, ayudame con estas botas que voy a tirarme a dormir un rato" —le contestó él—, luego se echó en la cama, estiró su cuerpo y se entregó a los brazos de Orfeo con la satisfacción de haber cumplido con su trabajo de representante del pueblo.
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II EL DESCENSO DE LA REPĂšBLICA
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LA GRAN COMEDIA (Buenos Aires, mayo de 1813) I Por ver la iluminación, los diputados habían decidido no tomar carruajes. Una niebla sofocante impregnábalo todo con el olor de los saladeros, mas, a don Valeriano Laguna le agradaba mucho el movimiento del puerto, pues el hecho de tener los barcos tan cerca estimulaba su imaginación y se veía haciendo un viaje a La Francia una vez que pasaran los conflictos revolucionarios. "Debería de visitar alguna de aquellas elegantes tiendas inglesas que hay en frente y comprar los cuellos de olanda y bofeta que me encargaron mis hermanas Gertrudis y María Nicolasa" —pensó—, apuró el paso, y siguió hablando con sus colegas. Su pequeño grupo era el más conversador. El trío estaba compuesto, además de él, por don Carlos María de Alvear y don Pedro Feliciano Cavia, unos pocos pasos más atrás venían caminando los otros constituyentes. Aquel veinticuatro de mayo la fiesta patria brillaba en todo su esplendor, el Paseo de La Plata lucía escoltado por imponentes antorchas preparadas para la ocasión, y ellos todavía recordaban las graciosas imágenes de la Gran Comedia cuando se cruzaron con la comparsa de morenos que bailaba al compás del tamboril. "¡Viva la Patria!" —gritaron los negros al verlos—. "¡Viva!" —les respondieron
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los representantes del pueblo—, en levantando sus galeras a manera de festejo. De pronto, la niebla que cubría el paseo tornóse más densa y el representante por el Tucumán a la Soberana Asamblea perdió de vista a sus colegas, comenzó a sudar helado, ante sus ojos la Plaza de la Victoria se escurrió para siempre, y el resuello del dragón que, según creía, era sólo una absurda figuración de sus sueños, otra vez comenzó a martillar en su cabeza: "La paz y la guerra en tropilla pasan frente a los tiranos. ¡Qué tiempos éstos mi señor! ya se confedera el potro ya se bolea y uno muy bien se percata del libre gobierno. Los ponchos al campo salen y cuidando nuestros pasos hacia la luz nos guían. Admitid entonces al gaucho tironiador sin que os duelan sus males ni el remedio pa' sus alardes". "¿Dónde están mis colegas diputados?, aquí no hay nadie conocido" —intentaba razonar don Valeriano Laguna—, pero era demasiado tarde, pues aunque él lo ignoraba, ya estaba tendido de bruces sobre la calle, víctima de las inesperadas fiebres que le provocaba el chucho de la frontera o "paludismo larvado" que había contraído varios meses atrás, cuando viajaba a Salta atravesando los pantanos de Rosario de la Frontera para asesorar al gobierno patrio.
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II Unas mujeres se acercan me piden que les firme un pañuelo pero no sé si eso forma parte de los menesteres de la Soberana Asamblea. Colgados mutilados degollados quejidos gritos risotadas fosas abiertas restos humanos pasan como tropeles por mi mente. Y de nuevo el bramido ensordecedor de ese dragón: "Cuando era gaucho baquiano las heridas de los gobiernos en todo el cuerpo me jodían me ligaba el desorden de los pardos y morenos los empellones las curtidas y la ira divina. Formen a sus hembras en teniendo el campo a la vista decían ellos pa' mostrarse enante la humanidá. Eso los volvió chúcaros y ahora sus leyes son pasteles la virtud una rareza y no hay uno que no pare de ponchos calamacos imperios y reinos. ¡Anda lista la gente con el orden establecido!". Las mujeres insisten yo me niego. ¿Qué hacer sin el debido asesoramiento? "Las donaciones para viudas y madres que perdieron a sus familiares en la guerra las haremos recién mañana" —les contesto— y otra vez este mareo. La Buenos Aires que conozco se ha desvanecido aquel paseo tan hermosamente iluminado ahora se llama Avenida Rivadavia y hasta el cabildo perdió sus brazos. ¡Mi Dios! ¿Qué me sucede? —Este hombre está en la luna mejor llamemos a un médico. —Tiene los ojos como mi hijo.
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—Pobrecito era tan inteligente. ¿Te acordás? —Si. Escribía unos versos… —Pero ¡no lo volví a ver! —¡Nunca más los volvimos a ver! —¡Justicia justicia! —¡Juicio y castigo para los militares asesinos! Las palabras me sacuden sus gritos me aturden pero ¡ahora las veo! Van tomadas de las manos cuan bandada de palomas levantan vuelo sus cabezas cubiertas con blancos pañuelos simulan las aspas de un molino que muele vientos de tormenta y así se pierden algunos gorritos de cuartel birretes bufandas paraguas."¡Se viene el aguacero vamos!" —grita la gente—. Pero lo grave es que el gorro frigio de la estatua de la República cayóse a mis pies. —¡Qué percance para una dama perder su estampa!dígole al alcanzárselo mientras como si nada ella se sienta junto a su monolito. —Gracias ché. ¡Esta sudestada me tiene harta! no te imaginas el trabajo cada vez que se me pianta el gorro frigio. ¿Quién sos? —Nicolás Valeriano Laguna. Representante por el Tucumán a la Soberana Asamblea. —¡Mirá vos! así que sos del interior y ¿Qué viniste a hacer acá? ¿Buscás trabajo? —No señora. Lo que busco es la perla de los comechingones. —¡La perla! ¡Yo no sé nada de eso! y no hablo con subversivos. Ahora dejame tranquila que debo armar mi próximo viaje a Europa. ¡Estos no son tiempos para andar
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sacando trapitos al sol! ¡Flor de lío en el que te metiste! De la perla ni mú y yo: ¡Argentina hasta la muerte! Mejor búscate otro laburo guía de turismo por ejemplo. Unos meses afuera le vienen bien a cualquiera. En mi caso voy al cumpleaños de mi abuelita francesa. Razón de más para viajar ¿no te parece? Tucumano me dijiste ¿no? —Y a mucha honra señora. —Ah si… ahora que me acuerdo… la que no sé si irá es ésa estatua de la Libertad de tu provincia. ¡Siempre se pelea con la familia! Haceme un favor ¿querés? Llevale esta carta de nuestra hermana norteamericana ¡pero no la leás! Mirá que es un secreto de estado. —¡No para un representante del pueblo! —¿Qué decís? En fin me importa un cuerno. MISIVA OFICIAL Y yo que no quería moverme de su lado y pensaba que el espíritu de la argentinidad estaba con ella. ¡Mejor sería que las palomas le cagaran el gorro frigio! Mejor será que lea lo que hay en este sobre con el membrete del gobierno de los Estados Unidos: "¡Hermanita querida!: Te escribo desde mi glorioso sitial, pero no lo hago para que me envidies ni mucho menos para persuadirte, no. Ya eres mayorcita como para comprender la bondad de mis políticas.
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¿Viste el mapa de Babel que te mandé por e-mail? ¿Acaso allí no está plasmado el destino de los sistemas de gobierno? Fíjate bien: los pueblos civilizados andan sobre alfombras azules, pero los bárbaros gatean por un escabroso sendero rojo que va de este a oeste. He intentado con numerosos mensajes mostrarte tu posición en ese mapa, pero no supiste interpretarme. No te culpo, claro, algunos desinformados adujeron que el mapa tiene la facultad de automodificarse, ¡y no es cierto!, yo soy la única que puede hacerlo. En estos momentos, tú te encuentras entre los que gatean, hija. ¿Qué harás al respecto? Creo que estas confundida, Libertad, y como hermana mayor, debo guiarte a un futuro mejor, comercialmente hablando, por supuesto. Utiliza tu juicio crítico, chiquita. Dime: ¿Hasta cuándo vivirás de mis préstamos? Hay fuerzas que creíste manejar, pero sucedió lo contrario, ¡populismo, nada más!, y ahora te pareces al reino del revés. Recuerda esto, hermanita: "Todos se deben a la perfección que emana de mi letra magna". Si pierdes esta nueva oportunidad que te doy, tendrás que andar el camino de nuevo. Ven a la fiesta de nuestra abuela francesa, ¿sí? Te aprecia, Liberty of New York."
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TAQUITO MILITAR I Dada las circunstancias y como aún no encuentro la perla de los comechingones no se me ocurre otro modo de tranquilizar al dragón que el reunir un ejército. Por eso ando mucho por las calles céntricas y Corrientes es la que más me gusta pero me desanimo al observar a los jóvenes tan flacos que parecen zancudas y no combatientes. ¡Aquí debería de estar mi esclava Micaela! para darles mazamorra a ver si así consiguen el peso de la milicia. A estos chicos el mal gusto y los vicios los dominan. Vístense como bárbaros embriáganse como salvajes ¡pobres niños! están perdidos. ¿Es que nadie hará algo? ¿Con quienes formaré mi tropa revolucionaria? ¡Ay mi Señora de los Sueños! quisiera renunciar decir que no es para mí tan alto encargo pero los lamentos del dragón no me dejan en paz: "Hasta que salgamos de la adolescencia todo barco extranjero será llevado por delante el desvelo rondará nuestros ojos y nos quedaremos sin hombres. Sepa Su Majestad que al fin descubrimos la primavera y que permaneceremos bajo la vigilancia de las madres hasta que sepamos quien dejó los muertos tirados en el campo. ¡Santíguate unidad nacional! y no razones como rata. Medita sobre tus circunstancias: los altos vacunos deberán esperar que el estanciero elija las tres esclavas
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del patriotismo". II El que entró al atelier de Patricia Miraflores se apellida Olima. Ella me lo presenta como el administrador de los Patios. "Todavía me adeuda dos meses de alquiler querida. Además su perra... ¡por favor! Mire que con la caca de los gatos ya tenemos bastante!" —rezonga el hombre—, deja una boleta y se va. Patricia refunfuña reclamando mi parecer. "No veo el motivo de su enojo Patricia. El sólo cumple con su trabajo" —le digo—, pero ella quiere debatir sobre autoritarismo. "Víctimas de la insana autoridad eran los esclavos y los indios" —aclárole—, mas ella me habla de una desviación de la personalidad se apasiona me manda a leer nuevos libros no la entiendo. Esta niña tiene la rebeldía revolucionaria pero carece de buen tino. —Ese Olima es un mafioso. En su tienda de antigüedades detrás de los biombos y los gobelinos vende cocaína en complicidad con altos funcionarios de la justicia. Dicen que su fortuna malhabida sólo se compara con la de los hacendados del siglo diecinueve. Y de hecho tiene tanta fama en los negocios como sadismo con los chicos. ¡Lo detesto! —¡Qué estupideces dice usted Patricia! Ese señor siempre asiste a los desfiles militares. Yo mismo lo he visto colocarse la insignia patria y persignarse al pasar por la iglesia. Así que no ha de ser para tanto.
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¡Eso no es patriotismo Valeriano! Los tipos de su clase saben camuflarse como en la guerra seducen al pueblo con la apariencia y así nos engañan. Pero a mí no me confunde ¡Lo tengo de los huevos! Es un degenerado. —Por favor Patricia mida sus palabras. —¡Es un corruptor de menores un pedófilo le gustan los pendejos! —¿Y usted cómo sabe eso? —Lo ví varias veces manoseando a chicos pobres. —¿Dónde? —En la calle. —No sé que decirle Patricia. Su acusación es muy grave. —Por eso te digo… ¡lo tengo de los huevos! Acaso qué es peor ¿Deber dos meses de alquiler o andar cojiendo pendejos? —Su argumento es insostenible Patricia. —¿Por qué? —Bien puede haber confundido un manoseo con paternales caricias. —¡Sos un vil machista Valeriano Laguna! —En el fondo todos los hombres lo somos. Y terminemos aquí el asunto. Si usted le debe páguele y no haga más problema. Eso es lo correcto. III Con gran amabilidad Olima me enseña el cañón de bronce que ocupa el centro de su escaparate. Dentro de mí
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escucho el eco de los fusiles el galopar de la caballería las arengas de los generales las palpitaciones de la revolución que se pelean por encender mi corazón. Me inquieta la oxidada artillería que veo sobre una petaca y él advierte mi emoción. "Aquí hay como para un escuadrón" —comenta sonriente— y me deja recorrer a solas el salón. Me pregunto con qué armas lucharán los soldados de hoy en día y de nuevo esta angustia ese algo que me ahoga esta tos. Quisiera despertar pero me atrapa la belleza de la perla que un pequeño dragón de jade tiene en su boca. ¿Acaso será la que estoy pensando? Examino la pieza con cuidado y la aproximo a mi oído: "Te ves muy bien para estar muerto. ¿Te pintaste los labios o las banderas de la revolución se te pegaron a la cara? ¡Traidores burgueses criollos! ustedes despilfarraron mis átomos por el mundo y por eso incendiaré la morada de vuestra clase. Mientras gobiernen ningún pino crecerá en las laderas de los Andes ni los brazos de vuestro pueblo recogerán los mieses del trigo. ¿Qué esperas para liberarme soldado? Tu camino es el mío. Sácame de aquí y pondré a los falsos reyes en el carro de la muerte. Sírvete de los dragones de la China y no pierdas tu tiempo con animales que perecen. Ellos necesitan de muchas vidas para salir de esta pesadilla. Yo soy el tao del oriente la llama del Tibet la fuerza del mongol. ¡Únete a mí diputado Laguna! y te daré la victoria sobre el opresor".
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UNA MISMA MUJER I —¡Qué suerte que te encuentro! ¿Dónde andabas? Patricia tiene un ataque de nervios está re loca no sé qué hacer. —Pero ¿qué le ocurre? —Te digo que no sé. Está con un delirio de aquellos. Dice que no tolera más Buenos Aires y que está harta de su mal karma. —Hágala beber una infusión de valeriana Gaby. Creo que en el armario de la cocina hay algunos saquitos y no se preocupe tanto que ya se le ha de pasar. Patricia yace en la cama marinera junto a su perrita que de tristeza llora también. Procuro reanimarla dándole unas palmadas en el rostro y así descubro que se parece a mi Natalia de Ampira. La Gaby Kreys le da de beber la valeriana y yo me siento a sus pies aguardando una mejoría. Pienso en las palabras del ángel del cáliz en la mano en la arrogancia de la estatua de la República en las lágrimas de Nuestra Señora de los Sueños y de nuevo esta calor en todo el cuerpo esta sensación de asfixia y el quejido del dragón que me aturde: "El Todopoderoso sólo una nación sostiene y así la gauchada se ve aporriada. ¡Cuánto la protege el cielo! Aquí únicamente hay haciendas con frecuentes domas y
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algunas algarrobas de vainas amarillas. Pero igual le deseamos fortuna su buen traje de misa y el sol bordado en la randa de las provincias. Mas nunca uséis polleritas y como el santo sed expeditos. Escribid para los hermanos que el resorte de la libertad es la palabra. ¡Qué bello sería invitarles un trago de caña y unir toda la América! pero no hablamos igual". ¡Basta basta! no quiero oírlo más. Necesito el aire puro de Tafí y el aroma del cebil para salirme de esta maldita pesadilla. Patricia descansa bajo el sereno hechizo de las hierbas. Observándola recuerdo que me dijo: "Nos conocemos de otra vida Valeriano". Pero por qué me diría eso. Cierro los ojos y la veo cruzando una calle de tierra abriéndose paso entre las vendedoras de miel y velas. El viento acaricia sus ojitos rasgados y un sol de otros tiempos juega en su talle mientras una esclava la protege con una sombrilla de encaje. Natalia o Patricia es cálida luna verde estrella una misma mujer que se mete por todos mis poros que deseo y quiero. II (Ampira, 1820) "Nunca más tocaré el piano ni tejeré randas para la capilla de Santa Eulalia. Estoy decepcionada de la vida, don Valeriano. Yo misma oí cuando brotaron los últimos ayes de mis propios vecinos envueltos en sangre, y des-
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pués... ¡ese ruido ensordecedor de los cascos y las lanzas! Alguien llora en el atrio de Santa Eulalia, pero no soy yo. A mí ya no me quedan lágrimas, únicamente este escalofrío de la guerra…¿Hasta cuándo, don Valeriano?, ¿hasta cuándo nos seguiremos matando?" —decíale doña Natalia al doctor Laguna—, mientras él con lágrimas en los ojos contemplaba la desolación que los unitarios habían dejado tras su paso por Ampira. La humareda de las últimas casitas incendiadas se introducía por todas partes y nada había quedado en pie, ni los huertos floridos, ni las quintas con árboles frutales, ni las rumorosas acequias a la sombra de los sauces. Hasta los animales y los negros -harapientos y magullados- se habían marchado. —¡Váyase usted también, don Valeriano!, regrese al Tucumán. No vaya a ser que tanta muerte lo enloquezca, y que, por recuperar la cordura, olvide para siempre que mi belleza lo condujo a la servidumbre del amor. No vaya a ser que, al ver mi dolor, su tierno deseo busque sosiego en otra dueña. —No me pida eso, doña Natalia. Soy dichoso con la gracia de vuestra compañía, es cierto que me siento grave al verle ajena, pero con irme daría muerte a nuestro amor. Venga conmigo al Tucumán, permanezca a mi lado… así cesará su dolor por la guerra y con ello premiará la fe de mi amoroso pecho. Buscando un pañuelo para protegerse de tan densa y ácida humareda, don Valeriano metió su mano en el bolsillo de la levita y sin querer encontró esos versos que había
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compuesto en el camino, la cinta de terciopelo rojo con que los había anudado, y los restos ya marchitos de varias florecillas campestres. "Esto escribí para usted en regresando del Buenos Aires" —le dijo a doña Natalia—, cuando por detrás apareció un soldado rezagado y dióle un golpe de fusil en la cabeza que lo dejó inconsciente, tendido sobre el piso de ladrillo. III —¿Se siente mejor Patricia? —Sí. Acostate a mi lado. Vení. Coloco mis manos sobre su pecho y me aproximo le susurro dulces palabras muerdo su orejita su cuello se inclina lo beso le acaricio los hombros paso mi lengua por sus senos y ella se quita la ropa lentamente y nos quedamos desnudos sobre la cama marinera que se mece como una estera de totoras al viento que recoge nuestros jadeos los hace pasar por entre los helechos de los patios y los sumerge en las amarronadas aguas del río de la Plata porque ella y yo al fin somos uno. IV Enamorados como estamos hace días que no salimos del atelier. Sólo de vez en cuando la Gaby Kreys viene a visitarnos nos trae comida de regalo y nos arranca carcajadas con las últimas novedades de su mundillo. Feliz-
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mente tampoco me tortura el resuello del dragón ni me preocupa esa bendita perla de los comechingones. Podría decir que estoy en paz y que no tengo ganas de despertar. Mas tengo un mal presentimiento: Olima. Patricia lo sorprendió seduciendo a un jovencito de unos once años. Ella apareció en la esquina de Balcarce y Defensa en el preciso instante en que él lo acosaba sin reparo y desde entonces cada día viene a cobrar su renta con mirada acusadora. V Tres oficiales ingresan al atelier sin llamar. Exhiben una orden de requisa aducen que robaron en lo de Olima y registran.-"¡¿Qué pasa?!" —exclama Patricia desconcertada—. Sus polleras hindúes vuelan por el aire el arroz integral cae al piso y junto con los rollos de pintura desplómanse los autores místicos. Nuestra perra clava sus colmillos en uno de los policías y éste le profiere una cruel golpiza. "¡Déjela en paz!" —grito—, pero los ladridos no le permiten oírme. "¡Basta!" —se la quito—, y la meto dentro de la cocina. La canina no se calla atrae toda la atención. "¡A un lado!" —me ordena el agente— y destapa el horno. "¡Oficial venga aquí hay algo!" —vocifera el policía—. Efectivamente en vez de la perra el dragón de jade del negocio de Olima está dentro de la vieja cocina.
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VI Me enceguecen con sus reflectores me acosan con sus voces y no puedo verles la cara. Vuelvo a responderles que soy Nicolás Valeriano Laguna diputado del Tucumán a la Soberana Asamblea. No me creen. "¡Su documento! ¿Dónde está su documento?" —me gritan—. No contesto me golpean se burlan de mí. Estoy perdiendo sangre no tengo idea de donde viene. Todo el cuerpo me duele me siento mareado. ¡Tengo que resistir! pero de nuevo estoy cayendo por un túnel interminable y oscuro y me ahogo en un rincón de esta celda. Me cazaron como a una mosca me golpearon la cabeza y me engrillaron hasta las manos. ¡Estas mismas manos con las que empuñé el bastón de mando! ¡Hijos de la madre que los parió! Me sumergieron en la laguna de la historia me sepultaron en el frío de estos corredores donde la justicia es un bucanero con un emplasto en el ojo izquierdo. Pero yo sé que el día del juicio todos despertarán.
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III EL EXILIO TAFINISTO (Estancia del Carapunco, 1830)
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VIÉNDOLO DORMIR "Pobre el amito Valeriano" —pensaba Saturnino en el rincón desde donde vigilaba el sueño de su amo— "pa' mí que tiene mal de amores. Yo no sé cómo será, sólo que a deshora me llama una y otra vez: "¡Saturnino!, la bacinilla. ¡Saturnino!, cubrime los pies". De viejos los amos se vuelven más servidos, ansí me lo enseñó mi mama que es esclava de ley. Pero lo mesmo me da pena verlo sufrir, si toda la vida lo serví como Dios manda. Ahora que lo estoy viendo dormir… se destapa, y tengo que levantarme y echarle la colcha encima. Lo ha de andar torturando el recuerdo de doña Natalia. Y… ¿quién no se ha enamorao de esa niña?, si era tan linda. Ella fue la reina del baile que hicimo pa' celebrá la independencia argentina. ¡Cómo nos hicieron burrear ese día!, ¡sí, señor! A las cinco de la mañana fui a Santo Domingo por las sillas; a las ocho y media a lo de los Aráoz pa' ayudar con la mesa, y a las diez volví pa' vestir al amito. Anduve ansí todo el santo día, trabajándole a la libertad porque, como dice el dotor: "la esclavitud es un ultraje pa' la revolución". ¡Qué hermosa estuvo la casa de la amita María Francisca esa noche! Había guirnaldas de flores en la entrada, escarapelotas con los colores patrios y muchos farolitos de papel. A mí me pusieron en el salón de la jura a servir empanadas. Tenían un olorcito que las amitas las esperaban con la boca hecha agua. ¡Qué gentío era eso!, pa' lle-
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var la fuente tuve que hacerme el equilibrista. A las diez de la noche las arpas sonaron de golpe, y con sus damas del brazo, al patio salieron los amos dando inicio al minué. Con esos cabellos de azabache doña Natalia era la mejor. Lástima que después la hicieron casar con ese milico y no con el dotor. Antes, ella tocaba el piano como un ángel, pero desde que se casó perdió el don. Pobrecita la niña Natalia, con el amito su vida habría sido mejor. La culpa la tiene ese teniente que le robó el amor. Ayer nomás la Micaela anduvo tirándome la lengua. Quería saber por qué el dotor nunca se casó. "No será por la amita Natalia, estaba justito pa él" —me dijo—, y se desapareció meneando las caderas. ¡Qué la parió!, cómo le gustan las malas lenguas. El amito no se casó porque los libros exigen más que las mujeres, y no por las tonteras que la negrada inventa. Pensar que ansina nos vinimos a Tafí, y me acuerdo que el amito me dijo al salir: "Estaré mejor con las vacas que con los políticos". Y pensar también que en esta hacienda el amito tiene doscientas cincuenta y tres cabezas marcadas con sus iniciales, un membrillar, un huerto, y siete pailas grandes donde hacemo el dulce pa' vender. Pero, como no tiene hijos y morirá semilla, desde la Puerta del Carapunco hasta la Cumbre del Potrerillo, y desde la barranca del río hasta la punta más alta del pabellón, todo será de la amita Mercedes, su sobrina. A mí, en cambio, me heredará la libertad, ¡sí, señor! La Micaela, sus cinco hijos, y yo, a su muerte quedaremos libres. ¡Ve!, por eso me da pena verlo sufrir, cuando el amito se me lo
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muera, ¿a quién voy a servir?". "¡Óyense mucho los sapos a esta hora, Saturnino!," lo interrumpió Laguna con un grito sorpresivo para que cierre bien la puerta, avive un poco el fuego, no meta bulla y lo deje dormir. ÁNIMAS BENDITAS I Desde el "Expreso Independencia" contemplo la enorme extensión de las tierras sureñas. La llanura cordobesa perfumada de hierbas se mueve velozmente bajo un cielo radiante y nosotros tan quietos. Me cuesta recordar quien soy. Lo único que me viene a la memoria es un potrero de nombre Carapunco donde quedó mi ganado abandonado a su suerte. Mistoles tuscas arena. Por la ventanilla del "Expreso Independencia" entra la brasa ardiente del aire santiagueño. Ahora se asoman mujeres que ofrecen bolanchaos y rosquetes. Tengo un nudo en la garganta porque el Tucumán está cerca. Mas la nostalgia del Buenos Aires me molesta en todo el cuerpo y aquella casa llamada "Patios de San Telmo" es el recuerdo más fuerte. Tornan a mi memoria los besos de Patricia la dulzura de su piel el calor de sus manos y nuestra despedida incierta. Quién sabe si la veré otra vez… mas la voz del dragón me contesta:
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"En los talones de Mercurio propágase Buenos Aires. Fábrica que brota del corazón acostumbrado a las nubes y a no tener querencia. Ella nos engrandece al rumbiar pa' otros pagos su acción civilizadora es dueña de los caminos las industrias manufactureras se amparan en sus tralcas y si por ahí el mundo llega a ser más opulento a ella se lo deben". II La calor de mi provincia me aplasta y cuan gorrión sediento me refugio debajo de sus naranjales. También aquí encuentro gente insecto niños a la intemperie hombres apurados pisadas tacos chirriar de neumáticos todo muy rápido y al fondo los cerros. En frente de la plaza: el palacio de gobierno. No dejaron cimientos ni muros del cabildo viejo ni siquiera una pared con madreselvas. Otro jardín en tinieblas. De nuevo esta sensación de vivir en el fin de los tiempos. Dónde están la vendedora de velas las carretas con sus animales olor a mierda las ancianas desdentadas las niñas con mejillas de maicena. Dónde están los Laguna y los Bazán y los Estévez mis amigos mis parientes. Muy cerca de mí se sienta un hombre. Su pelo tan largo me llama la atención. La gente pueblerina que pasa junto a él lo observa seguro que le han de inventar historias dirán que es loco agente de inteligencia o miembro de alguna secta. Se aproxima me pide fuego. "Aquí tiene" —contéstole en alcazándole las cerillas que conmigo siem-
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pre llevo. —¿Viene usted del llano o del cerro? —De la "Banda del Río Salí" donde van a parar todas las cagadas de esta ciudad careta. —Y ¿cómo se llama don? —Me llamo Darío Sepúlveda pero digamé "Sandokán" nomás. —¿Y qué anda haciendo por acá Sandokán? —Manguiando día y noche y por la terminal vieja también. Ahí tengo amigas trolas y maricones con quienes me hago franelear un poco. Recién al alba vuelvo a mi casa a hacer de estatua porque soy solo será... El hombre me recuerda a los indianos como ellos arrastra su miseria por la benemérita ciudad del Tucumán. Mas al escucharlo entiendo que conoce las flaquezas de la gente insecto mejor que yo. Se burla de los políticos conoce la traición y sabe cómo vengarse de los pervertidos. Bastantemente bien conoce Sandokán las tinieblas y como protegerse de ellas. Para eso dibujó un rudimentario mapa de la insulindia tucumana: marcas de baldíos y casas abandonadas donde sobrellevar las tristes noches del cuerpo y del alma. "Usted es un buen cartógrafo" —dígole— y para instruirlo en los saberes de la república explícole las consecuencias de la conducta inmoral: —Y quién hace plata con la moral don. —Si usted piensa así… qué país ha de legarle a sus hijos. —Por suerte no tengo críos.
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—¡No importa! hay que tener sentido de patriotismo. —¡Patriotismo! eso es una farsa de los milicos que hicieron mierda a un montón de compañeros. —No lo entiendo. —Ni podrá hacerlo porque usted parece extranjeroconcluye él y no sé refutarle se me ha hecho una laguna. ¡Que desaparezcan los tumores del olvido! —Dónde está la heroica descendencia de mi raza dónde la casa de mi finada madre. —Y quién era su madre. —Doña María Francisca Bazán de Laguna propietaria del solar donde juramos la independencia argentina. —¡Ah! usted quiere saber donde queda el museo de la independencia si le interesa el lugar yo lo llevo por dos pesos. —Ahora no mañana. No podemos dormir en esta plaza mejor busquemos una de esas moradas solitarias que usted conoce. III Según cuenta Sandokán nadie sabe desde cuando este edificio está deshabitado. Al entrar nos vigila el triángulo vidente de su frontispicio que reza las palabras de un pacto secreto: "Ciencia Verdad Justicia" y me siento en territorio desconocido. —Aquí está lleno de fantasmas porque lo usaban para torturar a los guerrilleros.
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—Usted ¿le tiene miedo a eso? —¡Ni a la muerte mi capitán! —Así me gusta. Sacudimos un sillón y otros muebles y en un rincón de la sala nos recostamos a fumar hasta que contemplando las diversas sombras que la noche prodiga el dragón me transporta a su reino donde a través de infinitos senderos los campesinos recogen la limosna de los magnates. "¿Por qué razón dejamos el arado?"— se preguntan—, y ociosamente se agachan se separan y desaparecen entre los caminos que suben y bajan. Ahora escucho un clamor de justicia que tiene el sonido de un sello primero como un juntarse de labios y después como un golpe de puños cerrados. IV "¡Ah, cuando nuestra juventud brotaba de preparación y entonábamos canciones de resistencia y eran muchos los molinos que nos hacían madurar!" —exclama una voz— y del otro lado de los postigos entreabiertos diviso una figura. ¿Quién vive? "¡Soy yo doctor Laguna cúbrase las vergüenzas y venga!" —me contesta la voz— y reconozco a Nuestra Señora de los Sueños esperándome junto a la alberca del patio. Voy a su encuentro y salimos. Echamos a andar bajo el tenue resplandor de la luna y a pocas calles en frente de un gran portal nos detenemos. Ella toma su caña da repetidos golpes contra la reja y la que fuera mi casa lentamente abre sus puertas.
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Entre los jazmines del primer patio caballeros y damas se entregan al gracioso cumplimiento del habla sus voces flotan cuan polvo de nácar mientras la música de una pianola reverbera en las cinturas que danzan y en los farolillos que iluminan mi cara. Allí están mi madre doña María Francisca como leve alga. Mis hermanas doña Gertrudis y doña María Nicolasa como dos palomas blancas. Mi bisabuela doña Catalina de Placencia con el hábito de Santa Teresa ataviada y don Juan Gregorio Bazán con una flecha india que le atraviesa la garganta. Nuestra Señora de los Sueños se aproxima y los saluda con familiaridad. Estoy emocionado quiero besar las manos de mi madre pero mi boca apenas si roza una piel hecha de aire. "La paz sea con vos Valeriano hixo mío que de la muerte no conoceréis oficio e cargo. Pues sois tenido por caballero hixodalgo por ello de mancomún i a voz de uno la buenaventura os auguramos como antecesores vuestros e de Jesucristo vasallos. Sed fiel servidor de Dios i valiente soldado. Luchad sin tregua hasta que yndios e cristianos de la tiranía sean apartados. Nos somos conformes hixo i agora con la asistencia del Criador nos marchamos" —me dice— y todos se esfuman en la oscuridad perfumada. V Ya es la mañana y decido que la casa del triángulo vidente servirá de campamento hasta tanto encuentre a alguno de mis descendientes. También Sandokán se ha
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mostrado conforme y para no levantar sospechas durante el día cada uno andará por su cuenta. "A eso de la media noche nos encontraremos en la plaza independencia" sugiéreme el tigre de la insulindia tucumana quien como experto en cartografía urbana dibujó otro mapita para mí. Allí veo el irregular trazado de las calles y las indicaciones de las principales "bocas de expendio solidario" como él las llama. "Don Mostacho" por ejemplo es un bar al paso donde regalan las sobras de la cena y "La Europea" un gran almacén donde su dueño auxilia con aspirinas y jabón. Mapa en mano recorro la ciudad buscando a mis parientes mas al oírme la gente me confunde con un español. Pregunto por hombres de carne y hueso y me responden con nombres de calles que desaparecen a lo lejos. En "La Europea" me obsequian salames. "¡Hombre! pa' que no extrañes tu tierra" —me dice el almacenero. Me imagino que han de confundirse al verme con esta indumentaria pero si me la quito qué prueba tendré de ser el que soy. Aunque si se trata de pulcritud a la siesta lavaré esta levita y me cubriré con los rayos del sol. Es mejor la desnudez un rato que quedar para siempre en el anonimato. CORRESPONDENCIA FRATERNAL Escapando de las nieves tafinistas, una vaca empujaba con su gran hocico blanquinegro la ventana del cuarto
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donde, junto al brasero, don Valeriano releía la carta que le enviara su hermano Venancio: "San Miguel del Tucumán, 3 de mayo de 1.830 Querido Valeriano: Mándole estas líneas en aprovechando el viaje de nuestro sobrino. ¿Cómo anda, hermano? Aquí nos preocupa mucho tu salud, y por eso todos los días rezamos por vos en San Francisco. Con don Fernando también le envío los libros que pidió de Salta, ayer nomás llegaron. Eso sí, ruégole me los preste después de leerlos. ¿Se acuerda de las siestas que nos pasamos comentando los "Ejercicios de Perfección"?, que si lo mesmo hubiesen hecho todos los revolucionarios, hoy los gobiernos serían más aplicados. Hablando de eso, si vieras el problema que tengo con el Cabildo por ésta mi casa del Camino Real. En febrero hiciéronme citar de nuevo y pagar por las dos varas de terreno que habíale saldado al anterior gobierno. Lo que está pasando es lamentable, don Valeriano. Ahora entiendo tu repugnancia por los políticos. Pues, como lo tienen de uso y costumbre, todavía no se ponen de acuerdo en cuanto al sistema que nos ha de gobernar. Parece mentira que tan pronto hayan olvidado tu ejemplo: ¡Hasta el propio gobernador elevóse su paga en cinco mil pesos! Y pensar que te negaste a recibir el sueldo de representante a la Asamblea Constituyente. En este país nadie reconoce el sacrificio de los patriotas, lo único que les importa es per-
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petuarse en el poder. Pasando a otro tema, he seguido tus consejos y ha pocos días que liberté a otro más de mis criados. Sin embargo, aún no pude lograr que mi mujer aprenda a hacer su firma. ¡Cuánta razón tenía en pidiéndoles mayor educación a los diputados!, pero la escuela primaria sigue sin abrirse, y de los dineros donados por don Manuel Belgrano, ni siquiera el rastro. Ya verás, entonces, las novedades que hay por el Tucumán. De los ciento cincuenta panes de dulce que enviaste, no ha quedado ni uno sin vender, y la contabilidad de las ganancias se la confiamos a don Pedro Zavalía. Con doña Agueda tenemos hechas las diligencias para multiplicar nuestra descendencia, y aunque todavía es pronto para obtener una respuesta, creemos que Dios ha de otorgarnos su gracia. Entretanto, mi señora te ha preparado chancacas y tabletas de leche que van en el otro paquete, junto con la plata. Ansina pues, hermano mío, ya que en las tertulias se lo extraña tanto y los amigos quieren saber de vos, prometo visitarte para la próxima yerra, pues de aquí en adelante, a causa de la gota, debo de cuidarme unos tres meses lo menos, después, según el doctor Readhead, ya podré comer carne. Dios y la Virgen quieran que tus días en el Carapunco sirvan de beneficio para tu cuerpo y alma. Recibe un fuerte abrazo de tu hermano Venancio".
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II "Estancia del Carapunco, Tafí del Valle, 10 de mayo de 1.830 Querido Venancio: ¿Cómo andan ustedes con este frío? Aquí en el Tafí, dos braseros a los pies de la cuja no resultan suficientes. Por eso, en la petaca chica, junto con los libros va para vos un aguardiente cafayateña. Cuando me visites espero que traigas a tus hijos doña Carmen y don Ramoncito, y que, por el momento, no dejes de enseñarles sobre números y letras. Bien sabemos nosotros por donde respira el futuro del pueblo. ¡En educando a esos jóvenes usted ilumina el destino de la patria!, don Venancio. Hoy, muchos creen que la república y mandar con el dedo es lo mesmo, éso es lo que pasa en el Tucumán, pura consecuencia del yugo feudal que fomenta la inocente ignorancia del pueblo. Por eso, en habiendo sido su gobernador, me entristece no haber podido desarrollar la instrucción pública, ni haber extirpado la inmoralidad con el ejemplo de la honestidad. Mas recordarás que, como autonomista que soy, debí doblar mi cerviz ante el filo de la barbarie. Sin embargo, todos los que fuimos fieles en nuestros altos deberes entraremos en el templo de la fama, y aquellos que, confundiendo la voluntad general con la pro-
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pia, envilecieron la carga pública —ésos— ¡ésos vivirán para siempre en las tinieblas del crimen!. Por otra parte también la hipocresía de quienes quitaron el escudo de armas de sus fachadas, pero en el fondo pretenden ser superiores a los demás, es algo indignante, sobre todo si participan del gobierno. A ésos otros habría que apartarlos de los ojos del pueblo porque a la postre serán vergonzosos monumentos. El único escudo que hemos de exhibir es el sello de la Asamblea Constituyente: las manos de las provincias unidas y entrecruzadas bajo el sol naciente de la libertad, que, orlado de laureles, anuncia la victoria del país del sur. Y en hablando de más al sur, Venancio. Usted sabe que yo nunca me llevé bien del todo con los porteños, y que me repugna esa arrogancia que tienen. Pienso una cosa: no vaya a ser que, "por guiarnos a la civilización" —como dicen—, hasta nos hagan perder la lengua, cuando, si de verdad queremos convertirnos en una nación soberana, deberíamos de hablar el mismo idioma en todas las villas y ciudades de nuestropaís. Pues, sin el acuerdo de la palabra, la avidez humana no tiene límites. Pero además, también pienso que hablar un mismo idioma significa tener una voz, es decir, un tono que nos identifique entre las naciones de América. Sólo así la bandera de Belgrano flameará con orgullo en el cielo. Hasta que no pasen las nevadas aquí no veremos carniadas nuevas, así que he de ocupar mi tiempo en leer y matear junto al fuego. Cuéntele a nuestro cuñado don Pedro que, como me aconsejó, he sumado una invernada al
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Carapunco con resultados muy buenos, y a todos, que, por suerte, las fiebres no me han vuelto a dar. Bueno, hermano, quiera el Altísimo que, aquí en los cerros y allá en el llano, todos sigamos viviendo bajo su santa gracia. Afectuosos saludos para todos de tu hermano Valeriano". El aceite de la lámpara habíase consumido por completo. "Si hay algo para corregir de esta misiva, lo haré mañana" —pensó Laguna—, y sus ojos fueron cerrándose de a poco, hasta que se quedó dormido sobre la mesa de los papeles. MALDITOS FANTASMAS Desde hace un rato escuchamos que intentan abrir el portón de entrada. "Ya se han metido en el salón principal" —adviérteme Sandokán— y nos ocultamos en el patio al abrigo de la penumbra. Los nuevos intrusos encienden las luces y nosotros nos turnamos para ver a través de los postigos entreabiertos. Hay un militar tres civiles una mujer y un capellán. Quitan los lienzos que cubren las sillas. Ella se sienta en la cabecera y comienzan a cantar. Sus voces llegan débiles y confusas. No logramos entender lo que dicen. —Qué cantan jefe? —Parece que una marcha militar. —Si esta gente nos descubre ¡somos boleta don!
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—¿Los conoce? —¡Claro! el milico que está sentado a la derecha es el asesino de varios compañeros y la mujer de la punta es la querida del gobernador. —Entiendo pero no hay que temer nos cubre la oscuridad. Si estamos callados no podrán descubrirnos Apostados en la galería observamos al grupo que comenta las novedades del día entre risotadas y tragos de coñac: —El "basilisco" ya no tiene más hilo en el carretel y si el dólar sube habrá muchos saqueos. —Y los zurditos nos allanarán el camino. —¡Esos boludos! ja ja ja. —Es cuestión de horas y ¡buum! todo el país explotará ja ja ja. —Tiene razón señora pero ¿qué haremos entonces? —Nos quedaremos aquí hasta que lleguen los otros y después meteremos a su excelencia en un sarcófago y lo mandaremos en un camión a Buenos Aires para que los otros lo rematen en una casa de antigüedades ja ja ja. ¡Ahora tarados escuchen! que voy a leerles el discurso que pronunciaré ante el pueblo: "En virtud del fracaso político de la momia yo la ungida barreré el desorden la corrupción y la droga de esta provincia. Pondré en vereda a los maestros a los ociosos a los ambiciosos a los maricones y a los supermercadistas. Con mi ejército venceré a los subversivos. Cumplo así con la última voluntad de nuestro extinto y verdadero conductor. Por eso debemos prepararnos hermanos y her-
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manas que todos ingresaremos en la nueva era anunciada por Nostradamus. ¡Crean crean crean!. Los árboles darán frutos nunca vistos los gases de los animales no afectarán la capa de ozono y nuevamente seremos el granero del mundo. Nosotros impondremos el voseo en las universidades de toda Hispanoamérica. ¡Crean crean crean!". Los hombres aplauden y la vitorean con cierto nerviosismo pero ya es casi de madrugada y antes que la claridad nos delate sigilosamente abandonamos esta casa colándonos por entre las últimas sombras hacia la calle. En el salón las voces siguen resonando y Sandokán prefiere nunca más volver. "Mire que también podrían ser fantasmas. Acuérdese jefe de lo que le conté cuando llegamos acá" —me advierte—, para que yo cambie de parecer y busquemos otro lugar donde pernoctar. EL CLON I Habiendo analizado el riesgo que implica permanecer en tierra de espectros virulentos he resuelto procurarme un alojamiento acorde a mi condición. Así que guiado por Sandokán voy hacia mi casa con la esperanza de hallar algún dato sobre mis parientes. Tal como él dijera aquí unos posan para las fotografías y otros cobran para entrar. "¡Es una vergüenza
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obrarnos por visitar el solar de la independencia!" —reclamo con la autoridad con que me enviste mi apellido. Mas al oírme los guardias me toman por loco. Los oficiales intentan echarnos a la calle como si fuéramos un par de ebrios. Gritamos los empujamos forcejeamos pero una gentil señora nos separa y nos salva del atropello. Ella nos explica que es la directora del museo. "El gusto es mío" —contéstole— y en haciéndole una reverencia cítole los nombres de mi estirpe. Su dedo índice va y viene según los enumero y me dice: "Entonces usted viene a ser primo de mi amiga Eugenia Zavalía". "Así será" —respóndole— y ahora ella me guía por las distintas salas. Lo único que reconozco es el retrato de mi cuñado Pedro el resto de los muebles y objetos nunca perteneció a mi familia. Ahora comprendo que los descendientes de Gertrudis vendieron la casa al gobierno —¡mejor!— al menos así no tuvieron que pagar injustos impuestos. Por fin hemos desembocado en el patio trasero donde teníamos los huertos. La mujer describe los relieves de una tal Lola Mora que ornamentan los muros y comenta que tengo un aire a los congresales de mil ochocientos dieciséis. "Agradézcole el cumplido mi señora" —le contesto al tiempo que sorprendido— descubro mi parecido con las figuras esculpidas en el bronce. La culpa la tiene mi levita que por tanto lavarla de negra pasó a ser gris. —¿Sabrá usted donde vive ahora mi prima Eugenia Zavalía? —¡Ah sí! aquí nomás en la avenida Veinticuatro de
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Septiembre al doscientos. —¡Gracias! y ahora si me permite aprovechando que estoy cerca voy a hacerle una visita. ¡Adiós!. II "Usted espéreme en la Plaza Independencia" le digo a Sandokán en tanto procuro elucubrar un argumento para presentarme ante mi supuesta prima que más bien ha de ser mi tátara sobrina nieta o algo así. III “¡No lo puedo creer!”, exclama una muchacha con pecas y pelo crespo al abrirme la magnífica puerta de cancel. Me besa con un gran cariño como si me conociera de toda la vida y prosigue: —¿Por qué no me avisaste que venías? —La verdad prima iba a enviarle una misiva pero pensé que antes llegaría. La luz se filtra a través de los coloridos vitrales modernistas y trepa a los altos aparadores ingleses del gran comedor. Nos miramos sin hablar y mientras degustamos café holandés me pregunto quién seré en realidad para Eugenia Zavalía. —¿Te acordás de esos días en Tafí de los bailes en el club de veraneantes y de nuestras escapadas a Buenos Aires y del mal humor de la tía? —¡Claro que me acuerdo!
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—Sin embargo me parece que el cambio de horario no te ha sentado bien. Tenés una mirada de tristona y lejana como si vivieras en otro siglo. —Es que trato de recordar hace cuánto que no le escribo. —¡Qué descarado! ¡Diez años! mi querido Val ¡diez años! —Parece mentira ¡cómo pasa el tiempo! No sé qué decirle... ¡El exilio! ¡Sí! el dolor del exilio me comió las palabras por eso no le escribí. —Pero ¡si sos escritor Val! ¡Qué descarado! no importa igual te perdono contame: ¿Conociste el Prado? ¿La catedral de Toledo? ¿La de Santiago? ¿Cuántas veces fuiste al Escorial? ¡Qué magnífico! ¿Verdad? ¡Ay! y decime: ¿Viste de cerca a la reina Sofía con ese su aire tan angelical? —Ya sabe que los reyes no me interesan. —¡Qué importa! ahora no hablemos de política. Me contaron que trabajabas en una editorial ¿es cierto? ¿Qué hacías? —Traducía escritos del francés. —¡Qué maravilla Val! la literatura francesa... Con esa materia me recibí de licenciada en letras. —¿Cuándo? —Hace dos años ¡Gracias a la tía! —¿La tía? —¡Sí Val! la tía Isabel. ¿Qué te pasa? ¿En qué estás pensando? —Nada nada.
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—¡Ya sé lo que estás pensando! que la tía no te quiere. Y ¡¿qué le vas a hacer?! La pobre... ya tiene sus años. Se olvida de cosas... pero ¡sigue yendo a misa cada día! y con lo franquista que es le alegrará saber que ahora tenés la doble ciudadanía. IV Eugenia no puede dormir da vueltas en su cama se queja suspira la escucho desde la habitación contigua. Ha de estar ahorcándose con sus sábanas bordadas y sus pensamientos serán un abanico de recuerdos o contrariedades. Quizás desee sumergirse en su mundo de clases de literatura y alumnos profanos. Pero de verdad creo que no puede imaginar siquiera la excusa que le pondrá a su tía por haber faltado a la misa del primer viernes del mes. Más bien me parece que el otro Valeriano se le ha metido en el cuerpo y la hace temblar con un vaho que le llega desde la adolescencia cuando se ocultarían debajo de las camas para guardar el juego de sus besos. Ha de ser por todo esto que no abre los ojos ni enciende la luz y sin embargo goza con lo que se desgrana en su memoria: Un ramito de violetas secas unas cartitas de papel aromado y las tardes de lluvia en el cine Rex. No sé… ahora que estoy tan cerca de ella quisiera ser ese tipo pero me falta coraje para entrar a su habitación. Aunque andando descalzo ¿quién podría oírme? En otro dormitorio su hermano Evaristo soñará con un campo de golf o con la presumida rubia del club y acaso se sienta tan sofo-
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cado como yo. ¿Deseará Eugenia que la abrigue con las palpitaciones de mi corazón o la acaricie con mi ropa interior? No sé. El motivo de su insomnio es el otro no yo. V Esta mañana Eugenia díjole a su tía que me acoge por caridad y no por otra cosa. Mas ella con su típico gesto de solterona advirtióle que en este caso la caridad es un espejismo de la tentación. ¿Será por eso que mi prima volvió de misa descalza y regaló sus botas a la pordiosera del atrio de San Francisco? Entender a las mujeres es algo difícil. —¡Qué desubicación Eugenia! Si pensás volverte socialista ¡andá preparando las valijas! El culpable es tu primo Laguna. ¿Cuántas veces te he dicho que el amor no existe para los comunistas? ¡Ese chico es ateo Eugenia! —El amor no reconoce fronteras tía. Existe tanto para católicos como para comunistas. No me importa si a veces el diablo mete la cola. Siempre lo amaré. Por eso lo recibí ¿querías saberlo? ya lo sabés. En todo caso mi amor es más que caridad. Es memoria que me despedaza es un algo que me ahoga es todo eso que me prohibieron decir. ¡Ay mi Cristo Obrero! esta familia a la que pertenezco con tanto cura y moral ¡me ha secado los senos! ¿Por eso me buscabas un novio que me halague a la hora del té no? —¡Te estás volviendo loca Eugenia!
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LA LIBERTAD HERIDA Otra vez estoy sentado en el mismo banco de la plaza Independencia en reflexionando sobre este mundo del final de los tiempos. Sin querer escucho un llanto lastimero y descubro que proviene de una estatua de mármol que alguien tiró al suelo. Ahora me aproximo para asistirla pues se ha quebrado una rodilla e ida en fiebre delira: "Fueron esos colmillos o balas que mordieron la piedra. Fueron los jinetes del apocalipsis con sus garras de fuego. Fueron los líquenes de la roca. Eran como toros que bramaban puro acero. ¡Todos contra el granito! Me golpearon me insultaron me apedrearon. "¡Puta pedí perdón!" —vociferaban—. Hasta que me amordazaron. ¡Madre Lola mira mi labio blanco y censurado! ¡Mira el río de polvo donde quedó mi huella! ¡Madre Lola! ¿Dónde cayó mi pie? ¿Quién escondió mi mano? Dime Lola: ¿Dónde moras?. Lola morena moradora de las moreras en Salta dicen que vives aguardando la estrella de la buena suerte y que recoges las moras mordidas por el viento. Dime viento: ¿Quién sepultó a la Mora y metió sus brazos en la tierra? Lola Lola ya nadie esculpirá besos sobre mi pecho ni modelará mi cabello ni dirá: "Rompe con todo mi niña"". —¿Quiere saber cómo nací?- pregúntame la estatua mientras hago barro para curar sus heridas. —Diga nomás señorita. —El año que vine al mundo crisparon las flores esta-
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llaron los cristales y mucha gente se enamoró. Yo únicamente escuchaba una voz que me decía: "Empuja empuja". Era que poco a poco Lola Mora iba sacándome de la piedra y cuando ya estuve afuera cientos de hijos me salieron como arena por la boca. Eran hombres y mujeres de todas las razas que venían con guirnaldas y banderines a darme una fiesta. ¡Cuántas ollas a la sombra de estos árboles! ¡Cuánto vino y canciones de protesta!. Mas cierta vez llegaron ellos. Me parece que eran lobos. En hilera se apostaron junto al portón de la catedral de en frente. Decían que venían a lavar nuestra vela pero mintieron. Estaban cubiertos hasta el pescuezo con la piel arrancada de los corderos hedían a sangre fresca y adornaban sus cabezas con diademas de orejas secas. "¡Cerrad vuestro hocico hermanos lobos!"- les grité aquella vez y desde el norte hasta la pampa me oyó el pueblo. Para entonces yo ya era una mujer. "¡Siéntese!" —le digo— mientras la sostengo por la espalda pero la estatua de La Libertad no puede y se queja. —Olvidé mi posición ¿Cómo estaba señor? —De pie. —¡Es verdad! Ocurre que ésta no es la primera vez que me agreden. Aunque en todo caso tengo el ejemplo de mi pobre madre que sufrió mucho. Dicen que cuando la Mora me estaba haciendo los ignorantes la injuriaban: "¡Eh marimacha devolvele esos pantalones a tu abuelo!" Pero ella ajustaba su cinturón arremangaba su camisola y de nuevo abría otro surco en la piedra. A cada improperio
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Lola respondía con un martillazo más fuerte todavía. Y por eso yo nací rebelde. Recuerdo que cuando estuve lista para que los gobernantes me rodearan de palmas y fuegos de artificio Lola me dijo: "Aquí te pongo para que desde las alturas guíes a los hombres pequeñitos". ¡Pobre mi madre Lola! La gente de este país siempre fue despiadada con sus genios. ¡Infames! Nunca verán la luz. —¡Tranquila señora! conserve sus energías para la batalla final. —¿Acaso habrá una última? —Sí. La que libraremos contra los traidores. —¡Qué equivocado está usted señor! Nunca habrá una última batalla porque la lucha de la liberación es eterna. Como yo. —Lo que sucede es que usted ha perdido la fe señora. Pero mejor no hablemos de estas cosas. ¡Yo le tengo buenas noticias! Su prima la estatua de La Libertad de Nueva York me ha dado esta carta para usted. Tome. —¡Esa gusana atrevida soberbia engreída! ¿Qué me aconseja esta vez? ¿Que saque una tarjeta de crédito o tome pastillas para adelgazar? Usted no sabe señor. ¡Esa replicada no tiene mística! A mí la gente todavía me pide milagros. "Volvé volvé" —me dicen. Pero a ella ¿qué le pueden pedir si todo lo cobra? ¡Esa escultura es hija de bucaneros señor! Así que ¡rompa esa carta! ¡No la voy a leer!
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EL ESPECTADOR —Val querido ¿por qué no usás bleiser como cuando trabajabas en la azucarera?- me pregunta Eugenia de camino al cine Rex. —Porque en España me acostumbré a las gabardinas. —¡Ah! pero tampoco me regalás violetas ni me comprás amaretis ¿qué te pasa? —Ya le dije que nada. Todo cambia. —Pero ¿qué te cambió a vos? —Ha de ser la guerra. —¿La "guerra sucia"? —No hay "guerras limpias" Eugenia. —Y la que ustedes empezaron en el setenta y tres ¿qué? ¿Te acordás cuando uno de tus compañeritos me tiró al suelo y me gritó "nena caca" en plena Recoleta? —Ese era un mal educado Eugenia. —¡Era un vil comunista! ¿O también te olvidaste que por hacerle la contra a la tía nos quedamos varios días en lo de tu amiguita la cubana? ¡Si entonces no te dejaron cesante fue porque todos sabían que yo te quiero mucho Val! —Más de la cuenta Eugenia —contéstole tomándola del brazo para cruzar hacia el cine Rex. "Argentina Sono Films presenta:
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LA VENGANZA DE LA FE Con Víctor García como fray Antonio de Castilfemo. Y la actuación estelar de Rosa Avila en el papel de Concepción Guanuco. Dirigida por Gerardo Vallejo” Reza en la gran pantalla con brillantes letras. En medio del silencio el abrir de paquetes de galletas silbidos chistidos. Eugenia me acaricia la mano y reclina su cabeza sobre mi hombro. Está contenta. "Hace mucho que no venía al cine"- me comenta por lo bajo. "También yo. Casi tengo la sensación que esta es la primera vez"— contéstole y nos hacen callar—. La película comienza: "Talavera de Esteco. Año de mil seiscientos noventa y dos... Una brisa cálida sopla sobre las márgenes de un río junto a un pueblo de casas blancas y veredas de piedra. Las primeras luces se reflejan en la superficie tornasolada de las vasijas llenas de tintes para la lana. Entre sueños Concepción Guanuco amamanta a su niño y recoge la estera. Unos ladridos le anuncian la presencia de un forastero: es un fraile que se acerca con el sayo raído y los labios cortados por el frío. "Sin duda éste viene de lejos" —piensa ella— haciéndose a un lado para dejarlo pasar a su humilde morada. "He venido a predicar la palabra de Dios pero
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dormí a la intemperie porque nadie quiso acogerme" —le dice él— pero ella permanece callada "ningún blanco practica eso que llaman caridad" —reflexiona— recordando a su compañero muerto bajo el yugo de la encomienda. Mediodía: chupándose los dedos el misionero devora a la única gallina que Concepción tenía y se va. Amanece: Concepción Guanuco descubre que donde la gallina se echaba hay otras más gordas y pechugonas. Grita baila de alegría no puede creerlo. Al fin la Pachamama ha escuchado sus ruegos. La siesta: Hasta las sabandijas enloquecen de calor. Gotitas de sudor se deslizan por el rostro del fraile que espía a Concepción. Ella entierra parte de la comida en un ritual y él quiere saber por qué lo hace. Le pregunta si está bautizada pero como la primera vez la india no habla. El se esfuerza por sacarle una respuesta. "¡Lo de las gallinas es un milagro de nuestro señor y no de la pachamama como creés vos!" —le dice— pero la mujer se encoje de hombros y antes que el franciscano la mande al infierno rompe en llanto: "¡Las gallinas se acabaron padre!". "¡Confiesa abjura! Así la abundancia volverá a tu hogar" —le grita él— amenazándola con una cruz y se marcha moviendo la cabeza. Cae la noche: El fraile roba de las fincas del pueblo para castigar la codicia de los españoles y convertir a Concepción según cree. El sol se asoma: En la reducida parcela que ocupa el rancho de Concepción hay vacas mulas cestos con hortalizas granas y jabón.
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Finaliza el almuerzo: El fraile se sienta bajo la sombra de un sauce y toca la flauta con gracia. Concepción lo observa con devoción pero su corazón pierde los estribos y palpita enloquecido. Al él lo turba su mirada. "¿Cómo puede ser?¡He alimentado su alma no su carne" —medita en silencio. Las últimas luces: Sin darse cuenta ambos yacen desnudos en la misma estera. Llega la madrugada: Fray Antonio de Castilfemo sueña que un toro gigante con grandes cuernos de plata arroja a los españoles de la iglesia incendia las viñas y aplasta las casas. Se despierta sudado y tembloroso. "He ofendido a Dios" —concluye— y se aparta de la india. El fraile corre desbocado por las solitarias veredas de piedra. "¡Esteco se hundirá a causa de vuestra codicia!" —vocifera a los cuatro vientos—. "¡Os hundiréis vos cuatrero. Ja ja ja!" —burlándose le contestan. Por fin regresa al ranchito de Concepción Guanuco. "Dios me ha revelado la destrucción de este pueblo. Toma a tu niño y márchate sin mirar atrás" —le ordena— y ella le obedece. Trece de septiembre. Diez y media de la mañana... Sin la brisa que viene del río en una total quietud atmosférica y entre soldados que impiden el paso fray Antonio de Castilfemo es atado al poste de la hoguera. Las llamas lo envuelven y lo queman "por ladrón y blasfemo" según pregonan. Finalmente su corazón estalla por el gran calor y muere recordando a Concepción Guanuco. De pronto un estruendo hace temblar la tierra y
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todos huyen despavoridos. En la confusión pierden los verdugos sus capirotes los monjes sus capuchos los encomenderos sus calzas los soldados sus corazas y las mujeres sus capas. El Marapillo ha entrado en erupción. La india recuesta al niño sobre su pecho y cruza el río. Pero al oír el gran estrépito del volcán se vuelve hacia atrás y sus ojos estallan de dolor al ver la lava. En su mente el fraile roba gallinas carbonizadas que se hunden junto a un corazón ardiendo en llamas y sobre su pecho el niño se hace cenizas y también su pelo su piel sus dientes sus huesos. Todo lo que antes fuera carne se ha transformado en piedra. Fin". Aplausos. Luces. Un tanto mareados Eugenia y yo nos levantamos de las butacas y abandonamos la sala. Afuera llueve.
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IV SIEMPRE SE VUELVE (Tucumรกn, 1836 - 1838)
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CUESTA ABAJO (De Tafí del Valle a Tucumán, 1836) I Desde las alturas del desfiladero, don Valeriano Laguna contemplaba el ínfimo caserío del Tucumán y se envolvía en su chal de vicuña para protegerse de la llovizna que caía sobre las verdes paredes de la quebrada. Venía bajando del Tafí junto con su tropa, pero se sentía cansado, el asiento de la montura le resultaba duro, y aquel viaje, pesado. "Ha de ser uno de los últimos que haga" -pensaba. Después de una larga década, al fin volvía, nada más que para firmar su testamento y recoger la petaca con sus papeles de ex-gobernador. La tropa entró por un zanjón que más bien parecía otro brazo del río, y él sintió miedo por las patas de su zaino, mas como creía que la Virgen del Perpetuo Socorro lo asistía con la astucia natural de sus peones, se tranquilizó. En llegando a la ronda del sur, los indios hacían tintinear las espuelas por unas cuantas monedas. Aquellos hijos de la tierra que andaban mendigando a las puertas de la ciudad, eran cientos. El les tenía cariño, y por eso sería que, ante el griterío de sus peones, ellos daban un paso al costado dejándolos pasar. Los indios le apenaban y le asombraban, pero la mayoría de los mestizos aún se burlaba de ellos. "Dios me perdone" —reflexionaba— "no hay
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diferencia entre ambas clases, los criollos ni siquiera saben escribir. Para mí, si pronto no abren más escuelas, la revolución del Buenos Aires habrá fracasado". En la casa de su finada madre ya le tenían preparada la cuja. La tropa iba llegando, y los tenderos que colgaban los faroles de papel en la calle, quedaban atrás. Por fin arribaban, don Valeriano vio los brazos de su sobrina en alto, saludándolo. Mercedes lo esperaba para festejarle el santo, le recibió el chal, el sombrero, y lo acompañó hasta el cuarto. "Pronto serás mi heredera", —le dijo él con tristeza. "¡No diga esas cosas, tío!" —le contestó ella con lágrimas en lo ojos—, y se retiró pensando que, a la mañana siguiente, volvería con el mate de leche que tanto le gustaba. Ahora le había hecho traer un caldo de gallina y polvorón de ciruelas. "¡Que suerte!" —pensó Laguna— mientras Saturnino le quitaba las polainas "hace fresco para dormir, y nada me molesta, excepto éste que siempre anda metiendo ruido". —¿Te acordás del baile de la independencia? —Sí, amito. —¿Qué hicieron con la tolda del patio? Era de un género bonito, a rayas. —¡Las cosas que pregunta, amo!-, le contestó el negro, tambaleándose entre risas como una marioneta. —Eso no importa, ¡decíme! —No sé... creo que se la robó la Micaela pa' hacerse un vestidito. —¡Ya me lo imaginaba!
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Al día siguiente, andando por la calle del Congreso, el ex-gobernador se admiraba de cómo había aumentado la población debido a las migraciones que causaba la guerra entre unitarios y federales. La gente nueva y mal vestida evitaba las carretas y la peonada se amontonaba en las veredas. "¡Dejen pasar al doctor Valeriano Laguna!"— gritaba el negro—, abriéndole paso mientras se dirigían al Cabildo. El secretario de la gobernación salió hasta los arcos para recibirlo, y muchos curiosos se agolparon alrededor observando el acontecimiento con solemnidad y en silencio. Luego los tres hombres entraron, y después de un rato, Saturnino apareció con la petaca, la puso en un carro y la despachó hacia la casa de los Laguna. "Aquí ya no me queda nada, después que me festejen el santo, volveré al Tafí a cuidar de mis vacas" —le dijo don Valeriano al secretario de la gobernación— y se despidió en medio de inesperados aplausos. II "Me parezco a los indianos porque adoro el sol de los altos" —pensaba don Valeriano— mientras sacaba de la petaca sus antiguos escritos y los ordenaba recordando cuando, desde la galería de su casa taficeña, oía con alegría esa música que ellos hacían dándose palmadas en la panza. Los indios venían de la cosecha del membrillo a dejar las frutas en la despensa para que, después, la Micaela vigilase las pailas.
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El verano pasado don Valeriano había mandado ciento cincuenta panes de dulce a la ciudad, por eso sus parientes no tenían quejas, ni podían decir que no se ocupaba de ellos. "Al fin y al cabo, he tratado a mis sobrinos como a hijos propios. Es verdad que moriré soltero, y que no tuve más querencia que la de los cerros, pero he sido un tío generoso" —se dijo— al tiempo que, en atravesando los huertos, le llegó el repicar del campanario franciscano. Las mujeres de la casa se preparaban para ir a misa. El también deseaba ir, pero el airecito de la tarde era traicionero, así que mandó a poner una olla con yerba buena al fuego, "pa' espantar la peste", —como dijo Saturnino al traérsela—. Entretanto, las esclavas trabajaban y cantaban a viva voz en la cocina y en los patios, y su ritmo africano se metía en el cuarto de don Valeriano, entusiasmando sus cansadas piernas. "Para mi santo les pediré que me vistan con los justillos de seda florentina, el levitón negro y los zapatos con hebillas de oro peruano. Quiero lucir elegante ante las damas que vendrán a tocar las arpas"-pensó- y sin darse cuenta, los sones del pericón en su cabeza le hicieron perder la noción de la realidad" ¿Dónde están Saturnino y Micaela?, no los veo" —se preguntó— y reconfortado por los vapores de la yerba buena, quedóse dormido profundamente.
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NI MÚ I Me ahogo intento despertar pero no puedo. "¡Saturnino Saturnino!"- quisiera gritar pero mis labios no se mueven y como si una lengua de fuego me alcanzara con su aliento me arde todo el cuerpo. "¡Madre de Dios líbrame de esta pesadilla en la que me estoy hundiendo! ¡Guárdame Virgen santa!" rezo rezo pero ¿acaso alguien me escucha? Aquí aparte de mí sólo escucho la voz del bendito dragón: —Por no reparar en la quebrada defendieron el mañana con sus vidas. Así la patriótica armada de deudas y famas quedó coronada. Es que... ¡cómo cuesta cortar el cabestro de las jergas pampas! y echarse a dormir con un mismo gobierno. Deberíamos de tomar ejemplo del gringo que vive pa' sembrar la tierra. Somos un istmo de blandos asientos. ¡Habráse visto tanto primor del carácter! ¡Adelante los recuerdos del Nuevo Mundo! que se curen las llagas. Y ojalá no te olvides Valeriano que debés encontrar a la mujer de piedra antes que llegue a la otra orilla. —¡Está bien! Pero cómo llegaré a Esteco y con qué pretexto. —Te encomiendo que compiles los versos que aún se recitan tierra adentro. —¿Compilar versos? ¿Para qué?
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—Para salvaguardar mi voz que es la memoria viva del pueblo. ¡Ah! y que te acompañe tu prima Eugenia. II —Me encanta tu proyecto Val. ¡Yo tengo un grabador de periodista que nos viene como anillo al dedo! —¡Es verdad! y yo tengo un mapa con los poblados donde perviven intactos los antiguos poemas. —Pero Esteco ya no existe Val. ¿Acaso no viste la película? —¡Ay Eugenia! nunca se lleve de la ficción. III —¡Me embarga la impotencia Eugenia! En vano hemos acudido al gobierno para costear nuestro proyecto. De haber sido yo ministro ¡no habría escatimado ni un peso en rescatar la cultura del pueblo! Y ahora qué haremos. —Podríamos narrar cuentos y cobrar por las funciones. —¡Lo mismo podrían hacer los campesinos por dictarnos sus versos! —Y qué tiene. Nosotros somos profesionales. —Piense en algo más equitativo Eugenia. —¡Hay que autofinanciarse Val! —Ya sé: ¡Actuemos! Montemos una obrita y la representemos en los pueblos. ¿Le parece?
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—¡Sí! Vos bien podrías escribir el libreto. IV Mi prima es una caprichosa y no admite que mujer consentida acaba en la soltería. Pero esta vez reconozco que tiene razón. ¡Tengo que pensar!... si los campesinos han de transmitirnos sus versos... ¡nosotros podríamos devolverles el gesto! recitando otros más modernos. ¡Ay Eugenia! Sería como una forma de payar con ellos… pero debería de hablarles en un lenguaje que entiendan de cosas que conozcan que los diviertan y de paso ridiculice a este gobierno que los trata como a ganado. ¡Eso es! ¡Vacas! Ellas serán las estrellas de mi comedia. Entonces ¡a escribir!: "Nimú Entremés Satírico Vaca: Eugenia Zavalía. Hacendado: Valeriano Laguna. Primera escena: Se encienden las luces y suenan los acordes de una guitarra. Eugenia y yo bailamos una zamba (ella lleva una máscara de vaca y ropas de chinita. Yo llevo chambergo pañuelo al cuello bombachas y botas de carpincho). Luego salgo y ella recita con una zamba de fondo musical:
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DERECHOS VACUNOS Nosotras las vacas del ganado nacional autoconvocadas en el mercado de Liniers y con la finalidad de fertilizar los campos decretamos el paro digestivo. Para nuestro beneficio y para el las mulas, burros, tapires y mariquitas que habitan el suelo de la patria. Segunda escena: Suena una chacarera de fondo musical. Las luces caen sobre el sill贸n de estera donde me encuentro sentado y aparece mi prima vaca. Me lustra las botas me peina me alcanza el peri贸dico y me sirve la merienda. Luego se va y yo recito: TERRITORIO NACIONAL Para ingresar a la zona de influencia vacuna,
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son requisitos: Integrar la manada. Poca plata. Un jarro. Los interesados pueden dirigirse al llano pero con un almohadón en el trasero, por si acaso. Si se decide, nunca mire de frente y no hable, ladre. Tercera escena: Suena un gato de fondo musical. Los reflectores iluminan a la vaca Raquelita que está trepada a un escritorio. Aparezco yo la hago bajar la siento en el sillón de estera le acomodo las zimbas le arreglo el vestidito le limo las pezuñas la maquillo… Luego me hago a un costado y recito: NALGAS A LA PIMIENTA Para una vaquillona manequén todo el mundo es poco. En la Rural luce fashion:
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Ella se divierte estirando las patas sobre el prado sintético. En Londres, estofada, brilla acaramelada. En París, a la crema, sabe delicadamente agria. En Madrid, pastosa, se ve pesada. Y en Tokio, cierto nipón exótico, se la come medio crudita. Fin". LA MUJER PETRIFICADA I El autobús brinca en contacto con el pedregoso terreno que flanqueamos. Ahora gira en una curva y luego en otra. Por debajo de la lomada los bosquecillos de cebil se van apagando y transformándose en largas hileras de cardones que nos vigilan desde la distancia. El calor el desierto viaja sentado a nuestro lado mientras descendemos por un verduzco valle. Más allá pueden verse los picos amarronados y el firmamento radiante que se extiende hasta el infinito.
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Por fin llegamos al pueblo de Valbuena. Empero el alojamiento que conseguí a Eugenia no le agrada. -"Aquí ¡seguro que hay vinchucas! mirá si me pican"- se queja y me irrita. Sin embargo nada me importa pues ya estamos muy cerca de las ruinas de Esteco. El aire perfumado de las serranías juega con la cabellera de los sauces que mecen sobre las acequias y el canto de las aves que regresan a sus nidos me llena de esperanza. Eugenia y yo vamos andando hacia la escuela primaria donde representaremos nuestra comedia. —¡Mirá Val! ¿Qué será ese humo? —¡Es la escuela mi Dios! Parece que el fuego manda en estos parajes. ¡Vaya suerte la nuestra! —Y ahora qué hacemos Val. —No sé Eugenia... recemos. II Afortunadamente un joven matrimonio del lugar nos permite grabar las coplas que cada uno recuerda. El entona mejor que ella. Es el maestro de música de la escuela. Pero a juzgar por su aspecto no me parece lugareño. —Tiene razón señor mi marido es chino- aclárame su mujer. —Y qué hace un chino tan lejos de su tierra— pregunta Eugenia. —Sigue su tao señorita— le responde él inclinando la cabeza. El chino se llama Lin que significa "primavera" y su
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mujer Stella. Nos cuentan que no comen carne y que practican el budismo. Ambos son personas alegres amables y pausadas en el hablar. —La poesía oral es el sol de los pueblos—, dice Lin mostrándonos un cuaderno lleno de los versos que le dictaron sus alumnos. —Pero ¡esto es una joya! —Toda palabra de saburía resplandece como un diamante amigo mío. —¡Es verdad! Si todos fuéramos sabios quizás también seríamos felices. —Se ve que usted es un hombre inteligente señor Valeriano. Justamente éso es lo que creemos los budistas. Pero dígame algo: Además de compilar versos… Qué otra cosa los trae por acá. —¡Vinimos a pasear!— dándome un codazo le contesta Eugenia. —Y también nos interesa saber más sobre ese mito de la mujer de piedra— agrego yo reprendiéndola con una mirada de reojo. —¡Ah sí! Esa leyenda es muy famosa por aquí. Los viejos conocen bien la historia. Algunos dicen que todavía anda por el río y que cuando un baquiano la alcanza con su fusta su cuerpo de piedra volcánica chispea sangre. —Y usted… personalmente ¿alguna vez la vio? —No. Pero los viejos también dicen que se la puede ver si uno bebe el "Pedrito". —¿Qué es eso? —Una infusión alucinógena.
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—¿Usted la tomó? —No. —Pero habrá oído algo más. Cuénteme por favor. —También dicen que cuando llegue a la otra orilla será el fin del mundo —Eso ya lo sé. Hábleme de esa infusión. —El "Pedrito" es mágico y bebiéndolo uno puede comunicarse con todos los espíritus de la tierra. Suelen prepararlo con el cactus del mismo nombre que cortan de la ladera de un cerro bajo. Luego le quitan las espinas la membrana y el corazón. Después lo hierven a fuego lento y una vez frío se lo beben. III ¡Me tomo este "Pedrito" por el bien de la patria y amén! ¡Carajo! estoy viendo todo rojo en esta casa ahora verde. ¿Qué fuego es ése? No puedo moverme. Dentro de mí hay pantanos. ¡Qué asco! Necesito vomitar. Con los higos secos que comí esto me va a matar. ¿Qué hora es? No pegué un ojo en toda la noche. Prepararé un mate. ¿Dónde está la menta? Iré al patio a buscarla. ¡Qué buen aire! ¡Buen día señora gallina! ¡Buen día rey sol!... Con permiso doña acequia ¿anda usted bien? ¡Doña higuera! ¡Qué arrugada está! permiso permiso. Nada más quiero hierbabuena y me voy. —¿A dónde va el señor gobernador? —¿Quién es? ¿Quién anda por ahí? —Fziii fziii fziii. ¡Aquí sonso aquí! En el tronco de la
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higuera. ¡Ya lo veo! es un hombre de barba rubia y pequeñito. Se acerca. ¡Ay! me golpea los tobillos con una vara dorada. Ahora desaparece. —¿Quién es usted? ¡No me moleste! Corto la menta y me voy. —¡Mentiroso!... Vos andás buscando una mujer… yo lo sé. —Y... ¿cómo lo sabés? —Porque yo la conozco. —¿A la mujer de piedra de Esteco? —¡Sí!... —Llevame con ella ¿podés? —Pero no quiero. —¿Por qué? —Primero convidame tabaco y después te llevo. IV El aire de la mañana va despojándose poco a poco de las brumas del alba y poblándose con el trinar de las aves. El duende se niega a entrar al río y me da otro golpe en los tobillos en obligándome a seguir solo. La correntada intenta derribarme. Me aferro a troncos piedras lo que encuentro. En el medio del lecho está ella desde aquí puedo verla. A sus pies el agua es clara y mansa los peces juegan dan vueltas. Parece dormida dentro de una obsidiana transparente. Me aproximo y le hablo al oído: "Soy un peregrino que busca tu voz. ¡Despierta despierta!".
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Ella comienza a moverse. Las aguas se agitan y hacen un ruido ensordecedor. De la mole se desprenden gránulos de arena y partículas fosforescentes que caen y flotan sobre el río cuan manto de estrellas. La mujer de piedra ha recobrado su forma primigenia. —¿Quién interrumpe mi reposo eterno? —Yo el doctor Valeriano Laguna. —¿Qué deseas de esta pobre apacheta mi señor? —Saber dónde está la perla de los comechingones. —Pues sepa su merced que está sepultada en tierra de blancos muy lejos de aquí. —Pero dónde mujer. —¡Mi señor!... le suplico no me obligue a decir más o los seres de las tinieblas duplicarán mi tormento. —Si no la encuentro se perderán miles de vidas. ¡Decime! —¿Su merced es misionero? —No. Yo soy el libertador. —¡Dios bendito! entonces sí mi señor. La perla está debajo del altar de San Ignacio donde soplan los aires buenos y amarran los barcos extranjeros. LA FIESTA DEL SANTO I Aquel seis de diciembre ya de mañana muy temprano comenzaron con su barullo las mujeres de la casa.
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Mientras dos negras encargábanse de lavar los patios, otras dos, arrodilladas sobre el piso de la sala, sacábanle brillo a los baldosones con una mezcla de grasa de vaca y polvo de tierra colorada. Entre los fogones de la parte trasera andaba la Micaela dándole órdenes a las cocineras, pues para el día de San Nicolás la niña Mercedes había solicitado un menú especial. Aparte de las jugosas empanadas tucumanas, era de uso y costumbre preparar un pastel de anco con los zapallos que días antes habían mandado a traer de quintas santiagueñas. Así pues, en tanto el negro Esteban disponía de las brasas dentro del gran horno de barro que estaba junto a los huertos, las cocineras freían cebollines verdes junto con abundantes trozos de pollo y, por otra parte, hervían los orejones de duraznos secos que le darían el toque agridulce al plato preferido de don Valeriano. Empero, ni los gritos de las esclavas, ni el ruidaje de los baldes, ni el trinar de los cardenales que alegraban las galerías, lograban sacar a don Valeriano de sus profundos sueños, tuvo Saturnino que abrir de par en par las puertas que daban al patio, para que entrara al cuarto la potente luz de diciembre; luego, en dirigiéndose con sigilo hasta la cuja de su amo, pasóle por la cara una escobilla de plumas de ganso, y díjole entre risitas contenidas: "Buen día, amito. Y tenga muchas felicidades por su santo" De ese modo, aún perturbado por la pesadez de los sueños que rodaban en su cabeza, abrió sus ojos don Valeriano, pidió agua, y después de beber unos cuantos sorbos, contestó: "Gracias, Saturnino, sin duda sos el más leal de mis criados. Que San Nicolás también te bendiga en este
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día, y ahora apurate en vestirme que pronto han de llegar las damas para festejarme el santo". Sin detenerse en explicarle que las damas a las que él se refería vendrían a saludarlo recién a las ocho de la noche, Saturnino trajo una palangana con agua perfumada, quitóle el camisón de lino, y en ayudándose con una toalla, con gran destreza fue higienizándole las partes. Después arrimó la navaja junto con el jabón de vaca, y le rasuró la cara. A pesar de los dolores propios de su edad, el doctor Laguna no se quejaba, pues bien sabía de la importancia de ese día, así que, aunque los movimientos de su esclavo en mucho lo incomodaban, él oraba en silencio para mantener su fortaleza y buen humor. Finalmente, al cabo de un largo rato, Saturnino lo ayudó a incorporarse y comenzó a vestirlo: primero le puso la camiseta y los calzoncillos largos, luego la camisa bordada con hilos de plata y los justillos de seda florentina que él tanto apreciaba, y al fin los zapatos con hebillas de oro peruano que había lustrado la noche anterior. "Ahora, peiname y empolvame la cara" —dijo don Valeriano—, y así, hacia el mediodía quedó listo el dueño del santo. II Asistido por su esclavo, salió hasta la galería don Nicolás Valeriano para que los moradores de la casa le presentaran sus saludos y él les diera su bendición. La primera en aparecer fue su sobrina doña Merceditas, con el pelo
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recogido y los hombros descubiertos por la calor, al rato llegaron las hermanas Gertrudis y Nicolasa que, como eran ya mayores, aparecieron en compañía de sus criadas. A todas don Valeriano besóles las manos, y cuando las principales de la casa cumplimentaron sus saludos, llególes el turno a los criados, en total unas siete esclavas negras y otros tantos peones que, arracimados en un tímido grupo junto al aljibe del patio, hiciéronle una gran reverencia a la que el doctor contestó con un "Que San Nicolás a todos proteja". III Hacia las dos de la tarde, el grupo de familiares se encontraba sentado en la galería degustando las jugosas empanadas tucumanas y conversando alegremente de tiempos idos, mientras dos negras los aliviaban de la calor con grandes pantallas de palma santiagueña. —Bien inspirada debió de estar nuestra madre, que en paz descanse, al bautizarte con el nombre de Nicolás — aseveró doña Gertrudis. —¿Por qué decís eso, hermana? —Porque San Nicolás es tenido por "protector y defensor de los pueblos". —¡Ay, mi niña!, si nuestra madre se hubiera imaginado los sinsabores que me iba a causar la política, me habría dejado el Valeriano nomás. —No diga eso, hermano, que más de una vez usted le sacó las papas del fuego a esos tontos cabildantes-, inter-
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vino doña Nincolasa, y todos rieron. V La oración caía con sus destellos de oro y rubí sobre huertos y tejados, y mientras daban las ocho, la sala de los Laguna concluía de vestir sus galas, ya por las arañas y candelabros cuya plata destellaba, ya por la caoba lustrosa de las mesas con patas de animales, o por el brocado de graciosas flores estampado que tan bien cubría sillones y butacas. Y así, mientras cuartos y patios se iluminaban, fueron llegando los invitados: el señor gobernador con su esposa, el secretario —aún soltero—, don Martín Laguna junto con dos frailes franciscanos, el doctor Redhead, doña Filomena Quesada y doña Uwaldina Hernandarias, de las cuales, la primera tocaba el arpa y la segunda cantaba. Algún coronel tardó en llegar, pero para entonces la sala ya estaba colmada entre amigos y familiares. Después que pasaron las porciones del pastel de anco, vinieron los comensales a deleitar su paladar con tabletas de leche y gaznates, mientras las damas amenizaban la reunión con sus sones y cantos. Empero, al dueño del santo los ojos iban cerrándosele y la cabeza inclinándosele. "¡Saturnino!, lleva al tío a su cuarto"—ordenó doña Merceditas por lo bajo—, y sin que los tertuliantes lo notaran, con sus fuertes brazos el negro levantó al anciano, lo depositó en la cama, le quitó las ropas, y allí lo dejó para
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que, en paz, soñara. EL VIENTO DEL FINAL I Desde aquí veo un enorme almácigo de torres desplegadas frente al puerto. Planeo. Ora soy gaviota ora cometa. Giro me doy vuelta y hago piruetas en el aire. De pronto una ráfaga me empuja hacia abajo y otra me aspira hacia arriba. Vuelo recostado sobre las nubes y con mi mano abierta las acaricio hasta que sus blancas crestas se desarman. Sin embargo toda esta luminosidad me enceguece. Ahora alguien viene caminando por sobre el techo celestial de Buenos Aires y me saluda desde lejos. Es una señora rubia que lleva un gran miriñaque de tafetán violeta. Sus finos hombros están desnudos sus manos enguantadas y su cabellera sostenida por una diadema de brillantes. Es toda hermosura y tierna elegancia beatífica. Se desplaza escoltada por un grupo de piadosas enfermeras y junto a sus pies descalzos flota una cinta que reza: "La abanderada de los humildes". Para mí que es la Virgen María. "La Madre de Dios está mucho más arriba descansando sobre rosas de energía crística. Yo soy Lady Evita servidora del Rayo de la Misericordia" —me dice la magnífica señora en señalando el haz de luz que emerge de
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su entrecejo— "resido en el Templo de la Iluminación situado encima del lago Titicaca en el éter de Los Andes. Pero como siempre recuerdo que en la tierra amé con todo mi ser al pueblo argentino cada tanto visito esta parte del cielo". De sus dedos brotan dorados rayos que penetran las nubes y caen cuan lluvia de estrellas sobre la gran ciudad. —¿A qué rayo sirve usted? —Al del inmaculado rostro de la patria. —¡Qué bien está eso compañero! Entonces ambos somos extensión de la misma entidad viviente. ¡Venga! Sígame. Volando junto al cortejo de Lady Evita contemplo pedazos de la América Latina por entre los claros de las nubes: ciudades como nidos colmados de huevillos. Montes y selvas como cabelleras mochitas y verdes y cuadraditos marrones o amarillos surcados por las nervaduras de arroyos y ríos. De pronto una diáfana presencia solar sacude el firmamento entero y todo el grupo inclina sus cabezas. Ya se divisan los pilares del Templo de la Sabiduría reverberando como cirios pascuales sobre las aguas serenísimas. "En poco tiempo más toda la humanidad volverá su atención hacia estas montañas donde el Todopoderoso creará un nuevo edén" —afirma Lady Evita— mientras maravillado contemplo el flamear de la imponente llama dorada de la Sabiduría y un coro de voces angelicalesque recita: "En el Nombre de Mi Amada Presencia Yo Soy invo-
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cando la asistencia de los Amados Directores de los siete rayos. Arcángeles Elohims y Complementos haced de la América del Sur una bella habitación y hogar para los hombres y mujeres de la séptima raza. ¡Gracias Padre y amén!". II Montado en una carroza de fuego el zonda me devuelve al firmamento argentino donde oscuros nubarrones me empujan a la tierra. No tengo cuerpo soy tormenta ardiente viento que lucha contra las gélidas bocanadas del sur. Me filtro en oficinas y corredores. A mi paso los postes tiemblan los árboles se quiebran. "¿Quién vive?" —pregunto pero nadie me contesta— parece que la gente hubiera perdido su voz mientras la mía es un bramido ensordecedor que agita el Plata y chilla contra quienes buscan su salvación en el juego: "¡Carajo carajo carajo!" Ahora caigo como chicote sobre los que andan haciendo sebo y mi voz se transforma en tormenta que castiga los mafiosos, golpea las persianas de la Casa Rosada tranca los sumideros se trepa en los escritorios e inunda toda la ciudad con algas luminosas y verdes. "En el Nombre del Amado Arcángel San Rafael con su rayo sanador destrono para siempre la injusticia que reina en esta tierra" —grito— y emblanquece mi aliento. Ahora soy viento patacón.
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III En el patio del colegio militar hago castañetear a los cadetes que parecen tiroleses corriendo detrás de sus cuadernos. "¡Se van a engripar muchachos entren!" —les ordena un sargento— pero ellos se resisten me entregan aeroplanos de papel y sueñan..."¡Otrovión otrovión!" —silbo raspo sus cortos cabellos y los sigo adentro. "¡Oíd, dorada juventud!" —exclama un lacónico profesor— "el general nos advirtió de este mal tiempo. En el discurso del estadio nos dijo que seríamos presa de las tinieblas ¡y se vino este apagón! Recuerden que él es nuestro conductor señores ¡y repitan!: "Soy culpable del mal uso de la energía perdóneme señor". Además también deben recordar que él nos salvó de la erupción generalizada de volcanes subterráneos ¡y de la guerra civil! Incluso el programa que ustedes cursan fue creado por él. La reconciliación de este país la refinanciación de la deuda externa y la reencarnación de Sarmiento en un lustrabotas de Constitución ¡Todo se lo debemos al general! ¿Quién es nuestro conductor? ¡Contesten!". —¡El general el general! —Profesor... ¿Esto es lo que le enseñaremos a nuestros hijos? —¡Lógico cadete! —Pero ¿Cómo les explicaremos que para formarnos en las armas tuvimos que obedecer a un presidiario y no al presidente? Eso es anticonstitucional ¡Yo no entiendo pro-
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fesor! —¡No cuestione cadete! Esa es la historia y así me ordenaron transmitirla. "¡Otrovión otrovión!" —silbo en medio del salón— pero me da la impresión que nadie me escucha... —Yo sí. Y también los otros pero no hablarán con usted porque el General dijo que en un país tan rico no hace falta respetar la constitución. —¡Carajo con vuestra educación!- chiflo en el salón y despréndese un plafón que cae sobre la cabeza del lacónico profesor. —¿Usted es quien robó las hojas de mi manual de historia? —¡Sí señor! —¿Por qué? —Porque quiero saber qué ocurrió con los patriotas. —¡Ah! Eso no lo sé pregúntele al profesor- contéstame el alumno preguntón mientras me hago ventolina y me escurro por el tragaluz. EL ESCOCÉS El doctor Readhead no le daba ninguna importancia a los sueños que Laguna le había contado. Se esforzó en explicarle que los causaba la fiebre, le pidió que sacara la lengua, y también que le mostrara las manos. "Felizmente, el pasmo se le ha ido, y ese zumbido tan molesto que escu-
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cha cuando se pone de costado, es por las sales que le estoy dando" —le dijo—. Entonces, sus palabras le levantaron el ánimo, y pensó que después de todo no había ningún dragón en su cabeza, pero luego recordó uno de los últmos sueños y dudó, sin embargo, ¿para qué atreverse a preguntarle nada de nuevo?, no sea que terminara aislado en la pieza del fondo de la casa, como le pasaba a los parientes locos. "¡Déjese de pensar tonteras, don Valeriano!, sus pesadillas no tienen ningún significado" insistióle el facultativo como adivinando sus pensamientos, mientras con Saturnino lo ayudaban a incorporarse. Las calenturas le habían secado la boca y casi no podía hablar, así que tomó la medicina sin protestar. Al principio, el doctor Readhead había creído que las fiebres se debían a un exceso de la bilis negra, y por eso le había practicado varias sangrías. En ese entonces fue cuando le aseguró que su excesiva pasión por la política era la causa de sus males, y le recetó dedicarse a su hacienda y vivir en los valles. Mas, sólo ahora, se había dado cuenta que el posible origen de la enfermedad era el "paludismo larvado" o "paludismo de la frontera", contraído por Laguna varios años atrás, cuando viajaba a Salta, en atravesando los pantanos de Rosario de la Frontera, para asesorar al gobierno. "Puede que haya estado bien cierto" —reflexionaba Laguna en medio del sopor—, "siempre me tragué las amarguras para no claudicar. Ha de ser por eso que todos los días me duele la panza". Empero ahora, desconfiaba de que, para sanarse, bastaría con los polvos de la condesa.
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"No sé... si por mí fuera, regresaría a Tafí ya mismo, a que me curandee la Micaela" —le dijo a su médico con un hilo de voz— en tanto se le ponía la piel de gallina de sólo pensar que, durante la siesta, lo haría bañar. Mas, no podía contradecir las órdenes del escocés, pues no tenía fuerzas para pelear, y sabía que las aguas de eucalipto lo aliviarían un poco más. "¡Que no haya mujeres por ahí cerca!" —le ordenó el médico a Saturnino—, quien estaba ocupado en llenar la tina. "¡Me van a dejar como a perro pila! ¡Mi Dios, qué problema vuélvese la higiene cuando uno envejece!" —se dijo Laguna con resignación— y se entregó a los fuertes brazos de su esclavo. "Después de secarlo, dale una leche con ralladura de limón, y que se acueste" —agregó el doctor—, y el negro se retiró con las toallas en la mano. "¿Acostarme?, ¿para qué?, si desde que he vuelto al Tucumán lo único que hice es dormir" —se quejó el enfermo— sin que el médico le prestara atención, pues doña Merceditas había entrado a la habitación. —Sigan dándole un gramo de sales por día—, le indicó el escocés a la atractiva joven. —¿Y esos manojos de eucalipto que hay en la cocina?, ¿qué tenemos que hacer con ellos?-, le preguntó ella con preocupación. —Son para los emplastos, niña. Pero usted no se inquiete que eso es tarea de Saturnino—, le contestó él, fingiendo una reverencia de despedida, y la invitó a salir al patio. "¡Qué malandrín este gringo!, ha conseguido que mi
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sobrina lo acompañe hasta la puerta. ¡Sonso!, cree que no adivino sus intenciones, como si yo no supiera que anda arrastrándole el ala. ¡Pero no me importa!, lo único que deseo es volver a mi casa taficeña. ¡Vaya santo que festejé!, y encima aquí sólo. Soy una especie de preso, como de los sueños nomás." —caviló el enfermo— en observando por la puerta entreabierta las siluetas del médico y de doña Merceditas. "¡Que descanse, don Valeriano!, mañana lo visitaré de nuevo" —le gritó éste desde el patio— y juntó las dos hojas de madera. "Mejor así." —se dijo Laguna— y, agobiado de tanto trajín, otra vez se quedó profundamente dormido. LA MUTANTE Verdaderamente me siento como un alma en pena. Pues andando sin cuerpo la brisa me ha secado el pensamiento. Pero al verme reflejado en un charquillo recupero la memoria y también mi digno porte de abogado. Sobre el cordón de la vereda varios gatos se pelean por restos de alimento y la pobreza silencia la calle Defensa. Ahora algo enorme planea sobre mi cabeza en aterrorizándome con su rostro de serpiente y en amenazándome con la flama de sus ojos. El dragón bate en el aire sus emplumadas alas de quetzatcoalt y me habla con voz de trueno: "Por sobre las advertencias de los profetas ¡La injusticia ha descendido sobre este pueblo! Es la autoritaria sombra del mercado que vive de concesiones forestales rueda alegre por la nave nocturna marcha con los favore-
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cidos de los bancos y hasta los organiza. ¡Pero que no se engañe! No tiene apoyo la tiraremos al río y entonces las sendas intelectuales nunca tan maravillosas se pronunciarán. Con dolor exhibiremos el blasón de nuestra carne porque los charlatanes nada solucionan. Si hacen la revolución se neutralizan en su seno ¡Ni siquiera despilfarrando resuelven los problemas! Ya no pueden encubrir su intolerable ociosidad. ¡Qué débiles son sus paredes!". Al oírlo un gran calor me sale del pecho como si el mismo sol emergiera de mis entrañas e iluminara todo San Telmo. Casi tengo la sensación de estar despierto. Pero no. De nuevo soy un chiflón rumbo al atelier de Patricia Miraflores. Cruzo la calle Chile me arremolino en la San Lorenzo y mientras subo las escaleras del conventillo pienso si estos patios me reconocerán o como yo de nostalgia habrán muerto. Escucho ruidos. Creo que provienen de aquella persiana y me acerco. Allí hay luz. Me parece que unos ojos se asoman y alguien abre. "¿Valeriano?" —me pregunta una voz tímida y familiar. "¿Patricia?" le contesto. "No no. Soy yo la Gaby Kreys. ¿Te acordás de mí?". ¡La Gaby Kreys! ¡Increíble! ¡Es ella! Mas tiene otro aspecto ¿qué habrá hecho con su roja cabellera y con sus pestañas de mascarita candombera? Ahora habla como una dama y oculta su cara detrás de un abanico a lunares. Sus movimientos son pausados y sus gestos me inspiran una confianza que antes no le tenía. Me hace pasar coloca su gato sobre mis piernas y mientras la observo se me ríe. "¿Sabés que mis vidas pasadas ya no me torturan
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más? Al fin superé el karma de cuando fui la reina del Nilo" —me dice— dándome con un gesto su aprobación para que me entretenga con su felino. Ahora agrega: "no me reconociste porque estoy delgada ¿verdad?" gira y se queda quieta como posando para un figurín de revista mas cuando torna a moverse descubro a la misma Gaby que conocí en el barrio de Congreso y la beso. Por fin también mi nostalgia perdió su peso. "Me pasaron de cosas después que te fuiste..." —me cuenta ahora desde el diván de en frente— "Sobre todo me cansé del espectáculo. Es que al final de cada función me sentía vacía insatisfecha. Aunque ganaba bien y me levantaban tipos lindos algo me decía que desnudarme ya no era lo mío. Pero no quería pensar en eso y seguí trabajando en lo mismo hasta que una mañana me asustaron mis ojeras y tuve que acudir a la bruja de Flores ¿te acordás? Ella me aconsejó hacer una peregrinación para reencontrarme conmigo misma y viajé a Egipto. Durante tres noches vomité negro al pie de las pirámides. Entonces comprendí que mi karma había mutado y que debía ser terapeuta holística". Misia Gaby Kreys se abanica recostada sobre su canapé granate y de a ratos agita sus encajes porque el Buenos Aires está muy sofocante. —¿Qué horas están siendo? —pregúntale a su esclavo gato. —Las cinco en punto amita- contéstale él mientras le coloca otro almohadón debajo de la espalda. —¡No no! ¡dejá eso! mejor alcanzáme la mantilla
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carmín que voy a salir. —Acuérdese de la cuarentena amita. —Tenés razón ¡qué fastidio! —¿Se siente aburrida doña Gaby?- pregúntole entretanto saboreo otro amargo. —No don Valeriano... ¡estoy trancada! por culpa de este gobierno que me tiene encerrada. Desde hace meses que deseo embarcarme a Río pero no me dejan. En vez del pasaporte el Restaurador me envía rosquetes. ¡Por eso estoy trancada! —Y ¿por qué se quiere ir tan lejos? —Porque en esta pampa bruta el gobernador hace la voluntad del clero y para encontrar marido yo hice tratos con el santo de los negros. —¡Dios la perdone misia! Y ¿qué santo es ése? —¡Gato! Andá a traér el bulto y mostrále al doctor la imagen que tengo. —¡Jesucristo misia Gaby! Pero ¡si es San Antonio! ¡Y mitad rojo mitad negro! ¡Y con cuernos! —Ese no es San Antonio doctor. Es "Vará" el dios del sexo. —¡Santa Madre! y... ¿le dio resultado? Digo ¿le consiguió marido? —No. Por eso debo de ir a Río a verlo para que me haga el milagrito. —Ahora entiendo doña Gaby. ¡Las brujerías que hacen en el Buenos Aires! —Así es don Valeriano. Los europeos las llaman "terapia holística".
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LA ANALISTA I La Gaby Kreys me ha contado que Patricia Miraflores no vive más en estos Patios de San Telmo. Me dijo que aturdida con los ruidos de la genteinsecto mareada y casi enferma por mi ausencia decidió emigrar a Capilla del Monte en las serranías cordobesas. También me dijo que tenía la esperanza de conectarse con los Hermanos de Luz. Seres que son como ángeles y que provienen de un mundo espiritualmente más evolucionado que el nuestro. Sin embargo yo todavía no me explico todo esto y mientras intento hacerlo otra vez el dragón ruge en mi cabeza: "La verdad es toda oídos necesaria austral ¡tuya! Pacifica al que se le resiste haciéndole justicia y allí radica su secreto. Padecen los que quieren. Pero los arrogantes se aseguran la supremacía arrojando la molienda a la bajeza de la guerra. Su construcción es hostil y tiene la mirada del ruin. El mal que veo no es social sino de creencias. ¿Acaso un gorrión los salve porque los vea llorar? ¡No! Yo le daré la voz capitana a los excluidos les marcaré su rumbo y enseñaré la paz. A la vieja Argentina no le queda más que pensar en el polvo. ¿Qué hará con sus vestidos? Se desgastan porque su obra es realizar el veneno. ¡Cerros como brazos para el brazo del pobre! Al país diría yo tenés que sentirlo en todas partes así que... ¡mordé
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escuchá y alzá tu mirada! La nueva Argentina va". II —Patricia leía mucho sobre los Hermanos de Luzme dice la Gaby Kreys. —Lo sé. Pero no creo que los haya visto. Únicamente los santos pueden ver a los ángeles-, le contesto. —Eso sostienen los fundamentalistas. Es verdad. ¡Claro! ¿Cómo Patricia una chica bohemia podría ver a los ángeles? o en todo caso una travesti como yo ¿cómo puede sanar el alma? ¡Qué estupideces decís Valeriano! Cualquiera que tenga fe puede ver a los Hermanos. ¿Entendés ahora por qué soy una militante de la New Age? Nosostros practicamos la tolerancia y sabemos que cada uno puede elegir su propio camino para llegar a Dios. —¡Está bien! Disculpeme. Pero... ¡mire! ¿Qué es esa luz? —¡Ay es verdad! ¡Qué hermoso! Es una manifestación de Lady Evita. Patricia tenía razón ¡Vos sos uno de nosotros! —No sé Gaby… A mí la única diosa que me interesa es la Patria Argentina. III Sentados en el bordillo de la plazoleta Dorrego La Gaby Kreys y yo contemplamos el titilar carmesí de Venus la Cruz del Sur que se inclina hacia el puerto y las tres
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Marías que juegan a las escondidas sobre el oscuro paño del cielo. De tanto en tanto me encuentro con sus labios que anhelan un amor extraterrestre. "Quisiera que vengan los Hermanos y me lleven a un planeta donde no discriminen a los travestis"—me dice— mientras nos levantamos para deambular por la tibia noche de San Telmo. Ahora nos detenemos junto a la vidriera de una tienda de antigüedades fascinados con un gran espejo de patas de león y marco dorados. "Esa camisa te queda bárbara pero le falta algo" —observa— y debajo del cuello prende un hermoso alfiler de plata. "¡Ahora sí que estás en sintonía! Miráte". Es cierto. Unicamente me faltan tacones y peluca para imitar a los aristócratas franceses. "Te parecés a la Gran Bestia Pop de los Redondos" —agrega— y entre carcajadas ensayamos unos cuantos pasos de rock. Empero me cuesta interesarla en los asuntos de la revolución. Cada vez que le hablo de la patria me contesta diciendo que ya nadie canta el himno nacional completo y que si bien las provincias siguen unidas el pueblo no tiene salud. —Entienda que como madre de la República la Patria está encinta nuevamente y debemos asistirla en el parto. —¡Ay Valeriano! ¡Qué loco estás! Cuidáte de ese mesianismo que desequilibra tu cuerpo mental. Y mirá si en la Argentina no nos habrán metido el perro con semejante verso. ¡Refundar refundar! ¿refundar qué Valeriano?.
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IV Recostado en su diván confiésole a Gaby Kreys mis conflictos sentimentales: —Amo a Patricia como si fuese una jovencita que me traiciona con otros pero después la perdono y vuelvo a pensar en ella. Por eso a veces me parece una tontería luchar por su amor y también por eso me entrego de corazón a la revolución. —Bien bien. No me digás más. Ahora intentá visualizar la situación y contáme qué ves. —No sé... creo que una perla que brilla dentro de mi pecho... —¿Qué más? —Es pequeña pero tiene la potencia de una estrella.... —Relajáte. Imaginá un lugar. ¿Qué ves ahora? —El pórtico de una iglesia y damas con mantillas saliendo de ahí. —Seguí. —¡Ya estuve allí! conozco esa iglesia. —¿Recordás su nombre? —¡Sí! Es la de San Ignacio. La de los padres jesuitas y la perla está ahí. ¡Ahora recuerdo todo!. Tengo que ir a buscarla. —No Valeriano. No tenés que buscar nada fuera de vos todo está dentro tuyo. —Pero esa perla no.
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—Y ¿para qué querés encontrarla? —Para despertar al dragón que azota al mundo con sus designios. —¿El dragón? ¿Qué dragón? —¡Vos no entendés nada! —Calmáte... Mirá… será mejor que hablemos con fray Eusebio. El sabe de los jesuitas más que yo—, concluye la Gaby Kreys abre las persianas y se quita el saco de analista. LA VISITA DE NUESTRA SEÑORA I En medio de la sofocante siesta un lejano retumbar de cajas y una que otra difusa letanía fueron poblando la estrecha calle del Congreso. Cubiertos de polvo hasta las cejas, distintos grupos de indios, criollos y negros —de los diferentes pueblos del Tucumán adentro— en andas traían graciosas imágenes de la virgen María. Algunas llevaban mantos bordados con hilos de oro y plata, otras se veían más modestas, pero todas tenían su pedestal hecho de coloridas flores y lloronas velas. Al son de las cajas balanceábanse las Marías, mientras los nubarrones veraniegos da ban alivio a los sudorosos cuerpos, pero también amenazaban el andar confiado de los misachicos. Después de andar un trecho vino uno de los grupos a detenerse en frente del solar de la Independencia, y de
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entre la gente irrumpió un cura a golpear la puerta. Del otro lado, advertidos como estaban los habitantes de la casa, salió doña Merceditas a recibir a los promesantes. El cura, que era su tío don Martín Laguna, saludóla con grandes gestos, y ella, en sabiendo que el cansado grupo venía de Trancas, mandó a abrir de par en par las pesadas puertas. Así pues, todos aquellos cristianos ingresaron hasta el patio de la casa donde, entre señales de la cruz y ruegos, las negras les dieron de beber agua fresca. II —¿A qué se debe tanto vocerío?-, inquirióle el doctor Laguna a Saturnino. —Son los del misachico que vienen de Trancas, amito. —¡No me digas que ha llegado mi hermano cura! —Justamente, amito. —Vení y ayudame con esta bata, que no es propio recibir a un hombre de Dios en calzoncillos. —¡Pero, amo!, no pensará salir al patio con esta calor, puede que le regresen las fiebres. —¡Malhaya la hora en que me volví viejo! Tenés razón Saturnino—, concluyó entristecido don Nicolás Valeriano, mientras el negro le ayudaba con la bata y, al mismo tiempo, alguien llamaba a la puerta del cuarto. Era el cura don Martín Laguna quien, en aproximándose con los brazos extendidos, abrazó a su hermano lleno de alegría. Un hilito de lágrimas recorrió las mejillas de ambos hombres
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y, en secreto, díjole el cura a don Valeriano: "Te traigo una visita, ya verás". Así pues, inmediatamente detrás del sacerdote, ingresaron cuatro negros cargando una bellísima imagen de la virgen morena, la cual depositaron junto a una ventana. Luego entraron las mujeres de la casa: Merceditas y las hermanas Gertrudis y Nicolasa, encendieron las velas y se dispusieron a rezar los gloriosos misterios. Don Valeriano, afecto como era a los preceptos de la Iglesia, olvidóse un momento de los peligros de las fiebres y unióse al grupo con unción y gran respeto. Finalizadas las oraciones, quedáronse solos los dos hermanos hablando sobre cuestiones vinculadas a los campos. Era evidente que don Valeriano en mucho extrañaba su casa taficeña, los días soleados durante los que, mientras tomaba mate de leche, se le pasaban las horas contemplando los cerros; las yerras invernales que casi siempre originaban alguna fiesta, la cosecha del membrillo y de los durazneros, todo aquello era motivo de nostalgias y recuerdos. Don Martín, en cambio, trataba de contentarlo con el relato de las simplezas en las que creían los indios, supersticiosos por naturaleza, según decía. —Y esta imagen de la Madonna, ¿dónde la conseguiste?—, preguntó don Valeriano. —La verdad, no lo sé. Cuando el señor obispo envióme a Trancas, ella ya estaba en la capilla. Los lugareños dicen que unos indios la encontraron en el monte, enclavada sobre un montón de piedras. Pero… ¿Por qué me lo preguntás?
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—Porque tengo la impresión de haberla visto antes. —¡Hombre, claro!, cuando me visitabas de camino a Salta, ¿o ya no te acordás de eso? —Sí, sí, claro que me acuerdo. Pero no es eso a lo que me refiero. —Si no… —No sé cómo explicártelo, hermano… Esta no es la Virgen del Valle. Su verdadera advocación es la de Nuestra Señora de los Sueños. —Pero, ¡qué decís!, de no ser que somos hermanos y que, como yo, ya estás viejo, te acusaría de blasfemo. —No te pongás nervioso, Martín! Es que he visto a esta misma Madonna en mis sueños. —¡Ah, es eso! El doctor Readhed ya me habló de tus pesadillas. Son cosas que te provocan las fiebres, pero de todos modos, que sueñes con la Virgen es algo bueno, ha de ser que ella te protege por lo buen cristiano que sos-, concluyó el sacerdote, dióle la bendición, besólo en la frente y retiróse para unirse a los promesantes que ya reiniciaban su marcha rumbo a la iglesia matriz. III De aquella forma, quedóse en soledad don Valeriano, con los ojos fijos en la dulce expresión de la virgen morena. "Y, ahora, ¿por qué no me hablás señora mía" —decíase para sus adentros—, mas, al no obtener respuesta, con la voz queda, empezó a recitar esta oración: "Dios te salve Reina Madre y protectora nuestra,
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a tu misericordia acudimos los confundidos argentinos, que la prístina luz de tus rosas místicas nos indique el camino de la unión, la libertad y la igualdad. Y allí, donde no llegare nuestro brazo justiciero, acuda la sabiduría de tu hijo Jesucristo para liberar a indios, criollos y negros de la ignorancia y la pobreza. Y acuérdate también de éste tu devoto hijo en su próximo y último sueño" EL PENITENTE I La Gaby Kreys y yo hemos viajado de San Telmo a Retiro en el autobús número 22. Luego en subte hacia Primera Junta y ahora en el 163 hasta la localidad bonaerense de San Miguel donde según ella encontraremos a fray Eusebio especialista en la historia de los jesuitas. —¿Sabés que el fraile estuvo mucho tiempo en la India? —¿Sí? ¿Cuánto? —Creo que como unos veinte y por eso conoce bastante de religiones orientales. —¿De budismo? —Y también de hinduísmo y otras más de nombres
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difíciles. El me explicó que todos los seres humanos poseemos en el cuerpo unos orificios por donde fluye la energía divina los chacras. Y también me dijo que al morir vamos al cielo hasta que reencarnamos de nuevo con otra misión. —Ese señor es un cura raro ¿No te parece? —¿Por qué? —Porque los católicos no creemos en esas cosas. —Y ¿qué importa eso? ¡Fray Eusebio es un cura progre! —Si usted lo dice... —¡Es verdad! Gracias a él ahora sé que mi misión en esta vida es elevarme por encima del deseo sexual para superar mi estado de polaridad alterada ¿Entendés? —No. —¡Ay Valeriano ya entenderás! II Por fin el autobús se detiene sobre la ruta y bajamos. En frente hay una granja. Empujamos el pesado portón de lata y entramos. El cielo se ve radiante y despejado y el campo sembrado con prolijas hileras de tomatales zapallares y flores anaranjadas. Varios jóvenes con palas y azadas preparan nuevas sementeras junto a la casa que se halla a un costado y donde otros chicos más pequeños juegan a las piyaditas. "Esos son los pibes del comedor infantil" —me aclara la Gaby Kreys— mientras bambolea su mochila de jean turquesa y menea las caderas. "Como verás la generosidad de fray Eusebio no tiene límites. El
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siempre dice que la caridad es el camino más directo a la santidad" —agrega— y tomándome de la mano me guía hacia la casa que más bien parece una capilla de piedra rodeada de pinos y abedules silvestres. —Estoy cansada ¿cargarías mi mochila un rato? —¿Qué trae acá? ¡está pesadísima! —Mis potes de crema y facturas para los chicos. Los pequeños la rodean al verla la tironean de las faldas chillan ríen saltan y la tratan como si ella fuese uno de los tres reyes magos en su versión femenina. "¡Niños niños dejen en paz a la señorita!" —les ordena un hombre como de unos cuarenta años delgado entrecano y sin sotana—. Ahora la Gaby Kreys nos presenta y entramos a un rústico refectorio donde fray Eusebio nos convida mate que acompañamos con las facturas que sobraron. III "Pésame Dios mío me arrepiento de corazón por haberme vuelto sobre mis pasos". —confiésome ante fray Eusebio que me oye con los ojos entrecerrados— "Pésame por el infierno que merecí al renunciar a mi cargo de gobernador. Pésame por esa banda celeste y blanca que con su medalla de oro en el centro hoy es una brasa ardiente en la boca de mi estómago. Pésame por la lengua del dragón que rasguña mi cabeza. Señor: ¿Por qué dejaste que el general Lamadrid me engañara? ¡Ay padre Eusebio! de todo me arrepiento menos de ser un federal. Mas si con eso ofendí al Creador prometo
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volver a la política y enmendar mi daño. Pero no sé qué hacer padre. ¿Acaso debo de convertirme en un bárbaro? Oriénteme por favor padre Eusebio que de noche me asaltan Inexplicables dolores de cuello". —¡No te quiebres hijo! la fe es fortaleza. —Es verdad padre ¡no pienso quebrarme ante la presión unitaria! Si el destino manda que con sangre nos hagamos derechos ¡nada importa! —Estás estresado hijo cálmate. —No padre no es así. ¡Estoy enfurecido! y encima ¡me siento impotente! ¿Qué pasa con todos padre? ya nadie respeta la palabra dada. —Estos son otros tiempos hijo y debes adaptarte. —No sé padre. ¿Acaso pequé haciéndome a un lado de las tentaciones del poder para consagrarme a las aspiraciones del pensamiento? Mil veces les dije a mis colegas diputados que mejor les ayudaría con ideas pero jamás quisieron escucharme. ¡Estoy perdido padre Eusebio! El general Lamadrid se acerca ya viene entrando. Dígame qué hacer por favor. Libéreme de este infierno. Sobre mi sudorosa frente fray Eusebio hace la señal de la cruz y me absuelve. La luminosa perla que ha de domeñar al dragón nuevamente brilla en el centro de mi pecho y el alma me vuelve al cuerpo en tanto que flotando en el aire dentro de otras bellísimas perlas de luz los arcángeles San Gabriel Rafael y Miguel se presentan ante mí. "¡Los Hermanos de Luz!" —pienso— y dígole al cura: —¡Válgame Dios fray Eusebio! ahora comprendo que ando muy cerca de encontrar esa perla.
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—¡Justamente hijo! al fin lo entendiste. Lo tuyo no es sólo una experiencia mística. Poco antes de partir a la India mientras investigaba en la biblioteca de los jesuitas leí algo sobre un objeto de culto precolombino llamado "la perla de los comechingones". Esa es la que búscas ¿verdad? —¡Sí padre! usted... ¿podrá ayudarme? —Para eso estamos Valeriano. No hay más que regresar a Buenos Aires bajar a los túneles de San Ignacio y desenterrarla. ESCARABAJOS NOCTURNOS Los efluvios astrales de la noche de San Juan dominan la atmósfera de las desoladas calles de Buenos Aires. Únicamente en las inmediaciones de la plazoleta Dorrego un grupo de locos se atreve a quemar un muñeco. Mientras tanto en el interior de la iglesia de San Ignacio Fray Eusebio la Gaby Kreys y yo descendemos al túnel por una puerta diminuta ubicada junto al retablo de San José. El carga una botella con agua bendita ella una linterna y yo las sogas y las herramientas. Descendemos por una larguísima escalera caracol. El fraile nos encabeza rociando las gradas y pronunciando palabras en latín. La dama lo sigue alumbrándolo con su linterna y yo me las arreglo como puedo. "Mejor recemos un rosario completo" —sugiere la Gaby Kreys—. "¡No tengas miedo Gaby! Nada malo pasará. Piensa que los indígenas a su modo
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también creían en Dios"- le dice él para tranquilizarla y así por fin llegamos abajo. El lugar es húmedo y estrecho pues a duras penas cabemos cuan hilera soldadesca. —Debemos calcular donde viene a caer el altar mayor. Creo que en ese punto debieron de enterrar el objeto. —¿Y por qué allí justamente? —Para mayor protección supongo. —Tiene razón pero cómo calcularemos eso. —No te preocupes yo traje un plano. Además puedo localizar el objeto con mis manos. Es una técnica que aprendí en la India. Ven Gaby hazme luz —agrega el cura— mientras revisa el plano y como un sonámbulo tantea el suelo y las paredes: —¡Aquí está! siento algo vengan. Yo también pongo mis manos en el lugar señalado y efectivamente un calor increíble me atraviesa las palmas se mete en mis arterias y estalla en mi frente bañándome de sudor. —¡Parece que estamos encima de un volcán! —¡Mejor dicho en el techo del infierno! —¡Calma calma! El calor es vida no muerte. —Eso ha de ser en "La Divina Comedia" porque aquí ¡nos cocinamos padre! No habiendo más remedio comenzamos a cavar la negruzca tierra del subsuelo pero las aguas del Plata se filtran por todas partes y mis manos y mi cabeza se cubren de lodo. Estamos exhaustos y agitados. "¡Vamos vamos
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que falta poco!" —nos alienta el fraile—, entretanto recita sus oraciones latinas. Por fin mi pala se topa con algo y un sonido metálico retumba en toda la extensión de la galería. -"¡Diste contra la caja de hierro! ¡Sigue sigue!" —exclama don Eusebio— mientras poco a poco por debajo de los terrones va emergiendo un cofre oxidado. "Deberíamos abrirlo aquí mismo pero no tengo las llaves. Algún jesuita se las habrá llevado a la tumba. ¡No importa! carguémoslo hasta el vehículo. Lo abriremos en la granja. ¡Sube tú primero Valeriano! que yo te lo alcanzo" —me dice el cura— y desde la escalera le arrojo las sogas con las que él lo sujeta para hacerlo subir. Ahora los tres salimos por la diminuta puerta. En la contra sacristía le quitamos el polvo lo ponemos en un carrito de limpieza lo cubrimos con diarios viejos y lo sacamos a la calle. Ya con el cofre en el baúl de la camioneta atravesamos la avenida 9 de Julio bajo la atenta mirada de altos y luminosos parapetos. Cuan valientes escarabajos nocturnos. Es así como llevamos la preciosa carga que ha de redimir el contaminado mundo de la genteinsecto. SOBRE EL FINAL DEL DÍA I Habían transcurrido cinco meses desde que don Vale-
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riano Laguna regresara al Tucumán, pero, ya nunca más se levantaría de su cama. El murmullo de unos rezos se filtraba por la puerta que daba al patio, y él pensaba: "Han de estar orando por mí que me voy apagando como la luz del día", mientras a la vez recordaba a sus hermanos Martín y Venancio, y se veía jugando con ellos en el campo vecino. Más, no sabía por qué, justo ahora, se acordaba de todo aquello. "¿Será que, al final de la vida, volvemos a ser infantes?"—se preguntó. Con las pocas fuerzas que le restaban, le ordenó a Saturnino abrir la puerta, pero el negro con la cabeza le contestó que no, y siguió puliendo los dorados bordes del brasero."¿Qué pasa?" —exclamó él—, tratando de incorporarse. "No se puede, amito, se me lo va a enfriar" —le respondió el esclavo— con un inusitado tono de autoridad, y entonces, Laguna se dio por vencido, se dejó hundir en la blanda tersura de las almohadas, y que fuese lo que Dios quiera. Al pasar junto a la cama, con sus largos dedos morenos, la Micaela le acarició la frente. "¡Amito!" —le susurró con dulzura—, y por un breve instante él se sintió reconfortado, cerró los ojos e intentó reconstruir la expresión de su médico: "¡Qué bien se lo ve esta mañana, don Valeriano!", pero en el fondo no creía en eso. "A estas alturas, uno se vuelve escéptico o santo, y el último, no es mi caso. Soy un viejo que se deja engañar. Después de todo, pronto me han de sacar a la calle con los pies para adelante" —pensaba— mientras como una hoja solitaria, un mareo lo arrastró hasta el fondo incierto de la cama.
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—¿Qué hablé esta mañana con el doctor Readhead?—, le preguntó a su esclavo después de un rato. —De cuando él llevó al General Belgrano pa' Buenos Aires. —¡Ah, sí!... y yo no me enteré de nada. Laguna consideraba al doctor Readhead un "gringo fuerte" porque, a pesar del dolor que todavía sentía por la muerte de su amigo Manuel Belgrano, siempre andaba de buen ánimo. Sin embargo, durante esa mañana, el médico escocés había derramado unas cuantas lágrimas al rememorar los padecimientos que el militar sufriera en su último viaje: —En arribando a una posta —le confesó— con el padre Villegas lo cargábamos y metíamos en la cuja. El pobre ya no valía nada. No sé cómo llegó vivo a Buenos Aires... —¡Qué ironía de la vida, doctor!... Siendo extranjero, usted fue quien más se ocupó de él—, le dijo Laguna. —Yo era su amigo, y ése mi trabajo. —¡Cierto!, pero también es verdad que usted no obtuvo ganancias de esa amistad, y quienes lo hicieron, después le dieron la espalda. —Un verdadero amigo no espera retribuciones. —Es usted un hombre recto, doctor. Por eso, la actitud de los tucumanos deshonra la causa revolucionaria, don Manuel no habría sufrido tanto de haber recibido el dinero que, con justicia, se merecía. Sin embargo, ni Aráoz, ni nadie tuvo el gesto de tenderle una mano, y sin plata cualquier enfermo se enferma más.
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—Así es, don Valeriano. —Lamento haberme enterado del asunto demasiado tarde, sino, usted ya sabe, no habría tenido problemas en ayudar—, concluyó Laguna, el médico estrechó su mano, se despidió, y salió al patio dejando la puerta entrecerrada. II "¿Qué hacen?, ¡salgan!, ¡déjenme en paz!", les gritaba don Valeriano a sus esclavos, pero éstos tironeaban de las sábanas, reían, jugaban, le quitaban las almohadas, y agitaban un camisón recién almidonado que volaba por los aires. "¡Tranquilo, amito!" —escuchó que le decía Saturnino—, mientras las manos del negro se entrometían con sus carnes. De pronto, sintió una suave humedad recorriéndole el cuerpo entero, y después, la cálida tersura del camisón limpio. Ahora, lo afeitaban, le empolvaban la cara con maicena, y lo peinaban. "Inevitablemente, soy esclavo de mis siervos: ¡he aquí la consumación de las ideas liberales!" —se dijo— mostrándole a sus esclavos una sonrisa de alivio. "¿Y, para qué todo esto?" —preguntó—. "Es que tiene visitas, amito" —le contestó la Micaela—, quien, tomando ambas hojas, abrió la puerta de par en par. Elegantemente ataviados, sus sobrinos, don Fernando de Zavalía y el pequeño Nicolás, ingresaron al cuarto. —¿Acaso venís a visitar a Su Señoría?—, les dijo con ironía. —Así es, tío—, le contestó, con una sonrisa, don
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Fernando, y le presentó sus saludos con una reverencia. El niño, en cambio, observaba la escena con timidez y sin despegarse de la pajarera que traía consigo. —¿Y, esas avecillas?—, le preguntó él. —Las he pillado en "Las Juntas", son para usted, tío, le respondió el jovencito, ofreciéndole la jaula con solemnidad. —Vamos a ponerlas en la galería, junto con las demás. —Pero... ¿sabe qué pajaritos son?. —No, mas viniendo de usted, han de ser buenos cantores. —¡Son quetupíes, tío!, para que alegren sus mañanas-, le explicó el muchacho, al anciano se le encendieron los ojos, y le dijo a su esclava: "¿Ya le han dado algo de comer a este niño?". Entonces, sin responder, la Micaela corrió alborotada hacia la cocina. —¿Desea ver las cuentas, tío?-, le preguntó don Fernando, entregándole el pesado libro que llevaba sus iniciales, y donde se registraban con detalle los gastos y ganancias de su hacienda taficeña. —No, hijo, mi cabeza no está para números. Mejor, explíquemelo todo usted. —Bueno, tío. Marcáronse tres novillos nuevos, y cinco vendimos a la estancia de Silva, pero han muerto cuatro ovejas a causa de las pestes, así que, como verá, sólo obtuvimos lo comido por lo servido. —¿Y, los panes de membrillo? —También se vendieron todos, y mandé algunos a
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Buenos Aires, de regalo para la familia Alvear, como me lo pidió. —Bueno, bueno... veo que el Carapunco está en orden, gracias, hijo. Ahora, déjeme a solas un ratito con su niño-, concluyó don Valeriano, y haciéndole otra reverencia, don Fernando se retiró. Felizmente, la Micaela había regresado muy a tiempo con el candeal y las empanadillas, dejó todo sobre una mesita, y hábilmente sentó a Nicolás en una silla petisa. "¡Buen provecho!"- díjole el anciano al niño, pensando que el hambre los diferenciaba, pues él ya no tenía más. -"¿Has visto alguna vez un dragón?"- le preguntó luego, y, en levantando las cejas, el pequeño le contestó: —Nunca tío, ¿y, usted? —¡Sí, claro que lo ví! —¿Cuándo, tío? —Cuando me nombraron gobernador... —¡Cuénteme, por favor!, —Esta bien, lo que voy a relatarle me sucedió en el cabildo, el mismo día que asumí... Todavía tenía puesta la banda patria, y esperaba a mi secretario con el memorando sobre las finanzas de la provincia, cuando alguien llamó a la puerta. Mas, al abrirla, aunque me resultaba familiar, noté que esa cara no era la de él. El hombre tenía los ojos hundidos, los pómulos pronunciados, y una imponente barba negra. Además, me miraba en forma amenazante. "Ha de ser un diputado disconforme con mi nombramiento" —pensé—, hasta que logré distinguir su cuerpo, y comencé a temblar. ¡Era el de un inconcebible animal!.
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Su pecho y su lomo estaban recubiertos de gruesas y brillantes escamas, y sus patas eran las de un tigre, pero sus narices parecían humanas, hasta que comenzaron a lanzar una especie de niebla gris que terminó envolviendo todo. Entonces, sentí que una fuerza sobrenatural me empujaba hacia atrás, como queriéndome derribar, y me apoyé en el escritorio, mientras tanto, la bestia, que me seguía mirando sin parpadear, movió su bocaza, y me dijo: "¡Aniquile a los traidores, doctor!, ¡no les tenga piedad!", y al oírla, reaccioné y me di cuenta que el General Quiroga estaba ante de mí, sólo para felicitarme por mi nuevo cargo. —Entonces, ése no era un dragón. —Así es, Nicolás. Pero se lo conté para que, en el futuro, tenga cuidado con las cosas que su mente le haga ver. —Y, ¿qué es la mente, tío? —Nuestros pensamientos, hijo. —¡Ah!, ahora entiendo... —Prométame que siempre recordará este consejo. —¡Prometido!—, le dijo el niño, y él lo dejó marchar. De pronto, Laguna sintió que alguien se sentaba a su lado, y que, suavemente, le acariciaba una mano. Entonces, un intenso frío le recorrió todo el cuerpo, hizo un gran esfuerzo, giró su cabeza un poco, y, una vez más, la vio: Nuestra Señora de los Sueños estaba allí, con la perla del dragón en la otra mano.
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AMANECER DE LOS TRABAJADORES Esta mañana fui el primero en despertar en la granja. A falta de espacio y muy a mi pesar la Gaby Kreys durmió en la cama contigua y todavía ha de andar cabalgando en su quinto o sexto sueño. En las otras habitaciones se oye el ruido de las mujeres que colaboran con el padre Eusebio. No esperaré que alguna venga a prepararme el desayuno yo mismo me lo haré. Pero ¿dónde han puesto el azúcar y la yerba? Esta cocina está tan desordenada que me recuerda a las que improvisa Saturnino en los viajes. Contemplo el amanecer por la ventana mientras cargo mi mate. El viento mece las amarillas cabelleras de los maizales acaricia los tomatales y sacude los brotes de las tiernas lechugas arrepolladas. Detrás de los sembradíos el sol va escalando hacia su alta morada y con su rojizo aliento borra las sombras del campo. Entretanto saboreo un trozo de pan casero con mermelada la huerta comienza a poblarse de jóvenes. Cerca de mí bosteza alguien que pasa rumbo al baño. Yo sigo mirando por la ventana. Esos chicos están tan delgados que no parecen agricultores sino espantapájaros. Se agachan y se levantan en golpeando la tierra con sus azadas. Parecen muñecos mecánicos con esos mamelucos azules y esas camisas a cuadros. Algunos se dan cuenta que los observo y agitan sus manos para saludarme. Me llama la atención una mujer que anda entre
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ellos. De sus anchas y coloridas polleras extrae puñados de semillas que arroja a la tierra. Sus desnudos brazos morenos brillan con el sol sin molestarla. Ahora se une al grupo coloca las manos a los costados de su boca y me llama. El eco de mi nombre me llega difuso y el corazón me palpita como presintiendo algo. Salgo corro hacia el campo y atravieso los surcos regados por hilos de agua. Al verla una profunda alegría me llena el alma. "¡Doctor Laguna!" —grita la virgen india— envolviéndome con sus brazos. Los muchachos se han congregado alrededor nuestro. "¡Vayan a traer más bollo y agua caliente!" —les pide— y en mirándome agrega: "Estos jóvenes son una de las pocas cosas que me alegran. Por eso vine a darle una mano a don Eusebio así tenga una buena cosecha y no lo castigue tanto el agua. Lo que con amor se rescata forma parte del plan divino y merece ser recompensado". Ahora ella toma su cetro golpea el suelo y cuan vergel paradisíaco florecen todos los sembradíos. Los adolescentes regresan dividen el bollo y lo pasan de mano en mano. —¡Este es el pan latinoamericano este es el pan solidario. Compartidlo con cada uno de vuestros hermanos y seréis libres y soberanos! —¿Vamos a rezar la gran invocación? —Sí m'hijo… ¿Sabrá doctor que Carlitos era el más rebelde de todos? El pobrecito llegó a consumir ácido y a cortarse las venas por las alucinaciones diabólicas que le causaba la droga. ¡Y mírelo ahora! es el más rezador de
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todos. Estos chicos serán los primeros en el nuevo milenio. Así que oremos en agradecimiento: "Desde el punto de Luz en la mente de Dios que afluya la Luz a la mente de los hombres que la Luz descienda a la tierra. Desde el punto de Amor en el corazón de Dios que afluya Amor a los corazones de los hombres que Cristo retorne a la Tierra. Desde el centro donde la Voluntad de Dios es conocida que el propósito guíe a las pequeñas voluntades de los hombres. El propósito que los Maestros conocen y sirven. Desde el centro que llamamos la raza de los hombres que se realice el plan de Amor y de Luz y selle la puerta donde se halla el mal. Que la Luz el Amor y el Poder restablezcan el Plan en la Tierra" Ahora los jóvenes trabajadores del campo retornan a sus labores saciados con el divino pan latinoamericano. La virgen india y yo nos quedamos sentados al borde del maizal en contemplando el infinito horizonte de las tierras sureñas. —¡Este fue el antiguo territorio de los indios pampas! a quienes yo misma vi desangrarse y morir en las batallas contra los blancos. Pero para bien de la séptima raza que todos esos pecados sean perdonados. Y ahora… ¡hablemos de lo nuestro señor diputado! —Entiendo que usted se refiere a la perla. —¿La recuperó? —Sí. ¡Lo felicito doctor! Mas debe saber que no puede abrir ese cofre sino en el lugar al que pertenece. —Entonces tendremos que llevarlo a Córdoba.
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—Efectivamente. Debe llevarlo al sagrado cerro del Uritorco pues sólo allí usted comprenderá y usará correctamente el poder de la perla. —¿Contra el dragón? —Exacto. Contra el dragón. LA RESTITUCIÓN I —El objeto que contiene ese cofre bien podría ser un poderoso talismán que comenzó como tótem. Eso explicaría las experiencias relatadas en el informe de Benito Fuenlabrada. —Pero los tótems eran montículos. —No en todos los casos. Se sabe de culturas en las que presentaban otra forma. —Si usted lo dice padre... ¡Para mí que los indios recibieron esa cosa de los extraterrestres! —¡Tonterías! —¡Bueno bueno! eso no importa. Lo importante es restituir el cofre a su lugar de origen. —No veo para qué Valeriano. Tratándose de un descubrimiento arqueológico deberíamos donarla a un museo. —¡Pero padre! Sólo se trata de desagraviar la memoria indígena. —Para eso no hace falta abrir el cofre en el
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Uritorco. —Estoy de acuerdo lo abramos acá—, agrega la Gaby Kreys que no puede más con su ansiedad. Fray Eusebio perfora las gruesas cerraduras con una sierra eléctrica quita las cajas de metal para donarlas al museo y decide conservar intacta la de cedro por temor a dañar su precioso contenido. Pero ahora para introducirla en la camioneta requiere la ayuda de cuatro fuertes muchachos porque nosotros solos no logramos levantarla del suelo. —Esto es un misterio. La noche que la desenterramos estaba mucho más liviana. Me quieren decir qué pasa acá. —¿Vio padre? yo le dije que esa cosa tiene que ver con los extraterrestres. En esta fría noche los moradores de la granja se congregan junto al portón para despedirnos. Desde la ventanilla de la camioneta veo sus manos titilando como luciérnagas. El alambrado queda atrás. La blanca franja de la ruta fosforece y se desplaza bajo la quietud de las estrellas. Fray Eusebio conduce y la Gaby Kreys dormita. —No hace falta que entremos a Rosario. —Lástima. Dicen que allí hay un gran monumento a la bandera y me habría gustado conocerlo. —Lo harás cuando regresemos Valeriano. Ahora despierta a tu compañera. Como un transparente abanico rozado a lo lejos resplandece la ciudad de Rosario. La Gaby Kreys se despereza se acomoda las tetas de cilicona y se maquilla rápida-
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mente. —¡Buen día bonito! ¿me preparás un matecito? —Y también uno para mí- agrega el cura entretanto baja su ventanilla porque todos percibimos ese olor a quemado. Fray Eusebio estaciona levanta el capó mira revisa. ¡Nada!. -"El humo viene de atrás. ¡El cofre!" —grito desesperado— y corro sólo para presenciar lo que me temía. La frágil caja de cedro se ha agrietado en los costados. Del interior emergen potentes destellos que me enceguecen al acercármele. "¡Por favor! no toques nada y sigamos viaje" —me pide el cura y eso hacemos. II A menudo desoímos nuestra voz interior y perdemos la fe ignorando que la vida posee una profunda sabiduría que hace encajar todas las piezas. El camino que nos lleva a Capilla del Monte también me conduce a Patricia Miraflores aunque me resista a creerlo. En este hotel los viajeros hemos tomado habitaciones separadas. Pero me desalienta que por lo menos aquí nadie ha escuchado hablar de Patricia. Aún preguntando y recorriendo el pueblo la Gaby Kreys sólo ha logrado datos inciertos. Dicen que hace más de un año una porteña se extravió en el cerro. Seguramente no se trataba de ella. Por fin ha llegado el momento de escalar la montaña sagrada. Cálzome los borceguíes y cargo lo indispensable en mi mochila. En cambio la Gaby Kreys que pretende tomar sol a orillas del río ha llenado la suya con tantos
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potes de crema que ahora no puede cargarla. A poco escalar el desfiladero hallamos un puente colgante sobre un gran precipicio. Ella siente vértigo y busca mi brazo. "De esta forma no podrás subir el cerro"le digo- y ella chilla. Mas al oírla el fraile comenta: "Por acá pasarían los jesuitas empuñando cruces para espantar a los demonios indígenas" y con eso le arranca una sonrisa. Ahora llegamos al borde de una tranquera que está junto a un árbol y detenemos la marcha. La Gaby Kreys deja su mochila sobre los pastos y oculta detrás de la planta se dispone a evacuar sus aguas. El viento cuan erke celebra el señorío de la madre tierra y me contagia. Me trepo a una peña extiendo mis brazos e imagino que soy un brillante cóndor de plumas negras: a mi izquierda están el cerro Las Gemelas los techos de Capilla del Monte y el dique Del Zapato. En el centro el valle de Punilla y a mi derecha el Uritorco con la potente luz del sol bañando su pelambre gris perla. La pendiente que baja hacia el río es sinuosa y escarpada pero fuerte la mula que transporta la caja envuelta en una lona. Al fin llegamos a una hondonada donde fatigados acampamos. Fray Eusebio y yo encendemos una fogata y la Gaby Kreis abre las latas y los sobres de sopa instantánea. —Estamos muy cerca de la "Cueva del Hermitaño" donde se aparecen los extraterrestres. —-Y... dónde oíste eso Gaby. —En la televisión porsupuesto.
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—¡Ah! bueno allí también dicen muchas cosas sin fundamento. —¡Pero estas no padre! Yo vi las imágenes. Los extraterrestres son enormes seres de energía y se aparecían justo encima de aquella loma. —¡Seres de energía! No te comprendo hija. —Significa que no tienen forma humana padre. —Y entonces…qué forma tienen. —Como de ángeles padre. —¡Vaya fraude mediático! —¡Bueno bueno! Ya basta de polémicas. Lo que debemos hacer ahora es depositar ese cofre en la cueva. —Y… por qué allí justamente. —Porque allí los indios hacían sus ofrendas supongo- contéstole al fraile justo en el momento en que oímos las voces de gente que viene orillando el río. El grupo que se acerca cada vez más parece un séquito. Lo encabeza una mujer que mueve sus brazos con entusiasmo. Al verla la emoción me anuda la garganta. ¡Es Patricia Miraflores! La Gaby Kreys corre a su encuentro. Fray Eusebio los observa con desconcierto y a mí las piernas me están temblando. Tomo coraje y me uno a las mujeres en un interminable abrazo. Ahora todos nos acomodamos junto a la fogata. Patricia es la única mujer y el resto atléticos varones vestidos a la usanza clásica con túnicas y sandalias. Ellos empuñan cristalinas varas que iluminan la musculatura de sus torsos. Fray Eusebio los mira con desconfianza y se aparta en tanto la Gaby Kreys logra persuadirlo de lo con-
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trario. "Ya sabíamos que iban a venir. Pero el tiempo apremia. El cofre debe llegar a la ciudad intraterrena antes del amanecer" —nos explica Patricia— y nos indica que la sigamos. Mas el fraile se resiste a acompañarnos e insiste en regresar al pueblo por su cuenta. "Lo siento mucho Valeriano pero como católico me cuesta creer en la Nueva Era" —me dice— y finalmente me da un abrazo de aceptación. Así Patricia Miraflores los atletas la Gaby Kreys y yo iniciamos la marcha hacia la ciudad intraterrena de "Erks". Dentro de la "Cueva del Hermitaño" un húmedo sendero se abre ante nosotros. Andamos un largo trecho asidos de los muros de roca y después desembocamos en otra gruta más grande donde formaciones de cuarzos recubren las bóvedas y gemas ocres o verdes centellean a nuestro paso. Descendemos por curvas asfaltadas con lajas y en el fondo de la caverna se ve un manso río en cuyas riveras crecen flores y pastizales. Ahora estamos ante una puerta muy alta. Patricia extiende su mano derecha y las enormes hojas de metal se abren. Ingresamos por una gran avenida que ostenta palmeras helechos y orquídeas gigantes. Más allá al final del trayecto pueden apreciarse los edificios de cristal las cornisas plateadas y los muchos puentes que cruzan esta ciudad inconcebible. "Y... cómo es que la luz solar llega hasta aquí" —pregúntole a Patricia—. "Nuestra luz no proviene del sol Valeriano sino de la madremagma" —me contesta.
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LA CIUDAD DE ERKS Como aquí el tiempo no parece transcurrir ignoro cuanto llevo conviviendo con los amables habitantes de Erks quienes a diferencia de los que viven en la superficie me resultan más humanos pues lo que aprendo con ellos es sumamente valioso. Esta ciudad fue edificada hace veinte mil años por los padres de la humanidad procedentes de Orión. Y para quienes no lo saben, se yergue dentro de la inmensa caverna que se extiende por debajo de Sudamérica, en un valle subterráneo que los indígenas ya conocían. Sus hombres y mujeres son el resultado de la mezcla de las diferentes civilizaciones que dominaron la superficie antes de sus caídas sucesivas. La tecnología de esta gente ha conquistado la juventud eterna y su sistema de gobierno la paz social. Organizada en base a los "kúnfures" o comunidades que se forman espontáneamente, su administración es regulada por consejos llamados "Ankares". Así cada grupo constituye una asociación con estilo de vida propio que cada uno puede escoger a voluntad según sea su necesidad de aprendizaje personal y social por lo tanto no existen escuelas. Los responsables de un "kunfur" se ocupan de contener a quienes lo conforman mientras sus miembros se dedican al arte el amor la mente el cuerpo o el espíritu y quizás por eso le restan importancia a la política. Sin
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embargo el conjunto está obligado a trabajar controlando el funcionamiento de las máquinas y de este modo comparten su avanzada tecnología como un patrimonio en común. Sin duda los habitantes de este mundo son enteramente contemplativos sólo ello explica por qué reemplazaron la libertad de comercio por la del espíritu pues no entienden el concepto de propiedad privada y cuando uno los interroga al respecto ellos contestan: "Las cosas no se mueven las personas sí y éstas no se compran ni se venden se aman se seducen se comunican". Con esa idea la asociación que más visitan es la del placer amatorio cuyo emblema ostenta la figura del dios "Mamarráma" un bellísimo ser hermafrodita que ataviado con guirnaldas y velos transparentes transmite una sublime ternura a quienes se le acercan. "Nuestra verdadera misión en la vida es alcanzar la perfección del amor" —me dice Patricia— mientras tomados de la mano ingresamos al templo de los devotos del dios hermafrodita. EL FUEGO SAGRADO Lord Yanus quien varias veces presidió el "Ankar Supremo" nos explica que hace seiscientos años cuando la ciudad alcanzó el último estadio de desarrollo sus antecesores decidieron regalar la perla a los indios: "Comprendan que durante esa época circulaban pro-
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fecías sobre una invasión extranjera a la tierra de los comechingones. Sin duda nuestro objetivo fue acelerar el proceso de evolución cultural de aquellos hermanos así tuvieran cómo enfrentar a sus enemigos pero lo único que conseguimos es que sus chamanes la utilizaran como un objeto de culto sin aprovechar la sabiduría de sus enseñanzas bien porque no las comprendían o bien porque egoístamente se las guardaron para sí. Mas si nosotros cometimos el error de entregar un conocimiento a quienes todavía no estaban preparados para recibirlo aquellos hermanos de la superficie tampoco fueron capaces de aniquilar el autoritarismo religioso que les impedía liberarse de sus propios miedos y por eso fueron sometidos. Hoy entendemos que ningún ser humano debe acelerar la evolución de otro pues cada uno necesita hacer su propio camino ésa es la Ley que contiene la perla. Este es el motivo por el que en su simplicidad los hermanos indígenas nos consideraron dioses y aunque les explicamos en detalle cómo utilizar la esfera ellos que desconocían el arte de los signos codificados terminaron por creer que también la perla era una diosa. Ahora es necesario que vosotros sepáis la verdad. Lo que llamáis "La Perla de los Comechingones" es en realidad un generador de energía cósmica autorealizadora creado por los seres de los planetas celestiales para proveernos de armonía social y neutralizar la discordia cultural que durante milenios nos impidió avanzar en el dominio de nuestras facultades.
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Así como todos los seres humanos poseemos un centro del cual emana la energía vital de igual forma la perla constituye la fuente del crecimiento social. He allí la iluminación de los maestros ascendidos acaecida en virtud de su gran misericordia. La energía que la perla difunde actúa directamente en la sinapsis de la corteza cerebral integrando ambos hemisferios y generando imágenes o pensamientos sobre lo que el individuo debe hacer para mejorar su vida en comunidad. Por eso puede decirse que ella es una herramienta para desarrollar la amorosa creatividad social mediante la recualificación molecular de las neuronas. En nuestro idioma la llamamos "La Ley" y bien utilizada también actúa como un potente armonizador de la tasa vibratoria del pensamiento colectivo y en ello no reside ningún peligro. Su funcionamiento es simple: todos los miembros de un mismo "kúnfur" se sientan en círculo y la rodean a fin de "tomar su luz". El dispositivo no requiere de energía suplementaria alguna, como la nuclear, o la solar, por ejemplo. Se acciona instantáneamente con el calor de los cuerpos físicos Entre nosotros, cuando todavía la utilizábamos, la exposición de un "kúnfur" era motivo de hermosas festividades que incluían comidas frugales, danzas sagradas, y juegos mentales. Hermanos queridos: siguiendo la voluntad de los maestros ascendidos a partir de hoy vosotros seréis los nuevos depositarios de este conocimiento para vuestro propio beneficio y para el de toda Sudamérica futuro hogar de los hombres y mujeres de la séptima raza. ¡Que
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así sea!". Sin proponérmelo al oír las palabras de Lord Yanus me descubro razonando poéticamente: "¡Poderosa llama universal ven a mí! Las figuras del amor son tus hijas y mi sueño uno que retuve ante la vista del sol. Siento tu presencia en carne y espíritu. ¡Oh lámpara inasible! mis sueños siguen los gráciles movimientos de tus vibrantes alas y tus verdes ojos son los de Dios". Ahora somos conducidos al edificio de cristal donde se reúne el "Kúnfur de La Mente". En una ceremonia y después de seiscientos años, la perla de La Ley será restituída a su emplazamiento original. Así entre danzas y cantos dos jóvenes con túnicas violetas extraen una esfera de nácar de la caja de cedro y la colocan sobre un pedestal de mármol que, a sus pies, tiene grabada una estrella. Patricia la Gaby Kreys el fraile y yo nos sentamos sobre cómodos almohadones de seda anaranjada y esperamos en silencio. Poco a poco la perla se resquebraja como el cascarón de un huevo y comienza a emanar una débil luz azulada que luego se hace más potente hasta que estalla en millones de brillantes lucecitas similares a copos de nieve. Por un momento las partículas quedan suspendidas
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en el aire bañándolo todo de una intensa claridad. Después se reúnen formando volutas que pasan por encima nuestro. Nos acarician se posan en la punta de mi nariz o me dejan envuelto en una estela ya azul ya rosada ya amarilla. He perdido la noción de tiempo y espacio y apenas si puedo distinguir a mis compañeras de viaje. Unicamente veo la dulce luz de la perla y siento su calidez en todo mi cuerpo. Ahora una fosforescencia violeta del tamaño de la llama de una vela se enciende en mi corazón se expande me penetra y flamea victoriosa. "Yo Soy la llama de la transmutación. Yo Soy la confianza en Dios para tu amado planeta Tierra" —me dice— y siento cada una de sus destellantes partículas como una blanca espada de fuego que parte en dos mi cabeza roza mis neuronas y me provoca increíbles luminiscencias que hacen resplandecer mis arterias. Estoy flotando, no más carne. ¡Soy luz! ¿Será esto la muerte? ¿Será éste el cielo? De mis labios brotan los versos del Ave María transformados en rosas que se elevan. ¡Al fin me siento en paz! El rugido del dragón me abandonó definitivamente. MORTEM INSCRIPTIS En el nombre de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Amén.
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Encomiendo de todas veras el alma de don Nicolás Valeriano Laguna a la Serenísima Reina de los Ángeles, María Santísima, Madre de Dios y de todos los pecadores, en este su tremendo trance, invocando la fe de Cristo en la que vivió y protestó morir, y en llevando cuenta que veneró todos los misterios, artículos y sacramentos de Nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, muy humildemente solicito el consorcio del Arcángel San Miguel para que, con su arcabuz azul, lo guíe en esta hora incierta a la Patria Celestial. Asímesmo, pido en su nombre la interseción del patriarca San José, del Ángel de la Guarda y de San Nicolás, para que le alcancen el perdón de los pecados, y le consigan la vida eterna por los infinitos méritos de Nuestro Señor y Redentor Jesucristo. Amén. Ante vosotros, como más haya lugar, doy fe que el finado doctor don Nicolás Valeriano Laguna era hijo de don Miguel Laguna y doña María Francisca Bazán, según consta en el registro de bautismal de esta Iglesia Matriz; heredero de la histórica casa donde se juró la independencia, abogado de la Universidad de Córdoba; y destacado ciudadano por los relevantes servicios prestados a la patria, como diputado a la Asamblea Constituyente, juez y gobernador de esta provincia. Que, hallándose enfermo, pero en sus potencias y sentidos todavía cabales, el licenciado don Nicolás Valeriano Laguna expiró hoy, doce de junio de mil ochocientos treinta y ocho, en esta ciudad de San Miguel del Tucumán, provincia de la Confederación Argentina, a las once de la mañana poco más o menos, sin dejar descendencia.
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Ante mí, el párroco de la Iglesia Matriz, así lo declaran sus familiares y vecinos. Fecha ut Supra. Así lo declaro yo, para que conste y quede. FIN
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