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EDICION: 32.680, HORA: 18:35
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PAGINA: C-1
Actualizado el 4 de junio de 2011
“Siento la presencia de seres invisibles”
Isabel Allende llega a las librerías de Hispanoamérica con una nueva novela, titulada El cuaderno de Maya y, en exclusiva, comparte los detalles de esta historia contemporánea
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que aborda el mundo de los jóvenes y las drogas. Texto: Elvira Villasmil Fotos: Lori Barra
Sola en su estudio, su llamado cuchitril, de la ciudad californiana de San Francisco, con su perra Olivia acurrucada al pie de una mesa, Isabel Allende comenzó a escribir una nueva novela el 8 de enero de 2010, un rito que cumple desde hace 30 años, cuando, en Caracas, inició una larga carta para su abuelo agonizante en Chile y que, un año más tarde, vio la luz en el mercado editorial como La casa de los espíritus (1982). En ese rincón donde sólo se siente el tecleo sobre la computadora y su perra lanuda y de color azabache, que menea la cola mientras la autora hace una pausa en la escritura para tomar té y comer galletas, Allende ha dado rienda suelta a su imaginación para contar historias que han llegado al corazón de millones de lectores en todo el mundo, como De amor y de sombra (1984), Paula (1994), Hija de la fortuna (1999) y Zorro (2005), entre otros 15 libros. Y ahí nació la protagonista de El cuaderno de Maya, la novela que, desde fines de mayo, está en las librerías de Hispanoamérica. La protagonista es Maya Vidal, una joven estadounidense de 19 años, adicta a las drogas y en serios problemas con el hampa, la policía y el FBI, y que un día Nini, su abuela chilena, manda a esconderse en una isla de Chiloé, un archipiélago al sur de Chile donde, en medio de la soledad, enfrenta los demonios del pasado y descubre un secreto fundamental de su familia. Después de la desgarradora historia de Zarité Sedella, una esclava que vive en el Saint-Domingue de finales del siglo XVIII, que años más tarde se convirtió en Haití, la primera república negra del mundo y que los lectores apreciaron en La isla bajo el mar (2009), Allende presenta a una chica de un metro ochenta, con cincuenta y ocho kilos, piernas musculosas, manos torpes y ojos azules, que, de seguro, conquistará al público juvenil y provocará los aplausos de los consecuentes lectores de quien ha sido reconocida con el Premio Nacional de Literatura en Chile (2010). A dos meses de celebrar su cumpleaños 69, la escritora latinoamericana más leída en el mundo adelanta un poco de la historia que pronto llegará a los lectores venezolanos.
—Después de sus novelas históricas, ¿cómo concibió la idea de escribir esta historia contemporánea? —Cuando salió La isla bajo el mar mis nietos me preguntaron cuándo iba a escribir algo que a ellos les interesara, algo contemporáneo, joven, con suspenso. Me pareció que eso sería un desafío interesante.
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—Zarité, el personaje de La isla bajo el mar, llegó a su vida en un sueño. ¿Cómo apareció Maya Vidal? —Maya tiene características de mis nietas, una es alta, atlética, aventurera, desafiante; la otra es buena escritora, le gusta leer, se relaciona cariñosamente con la gente.
—¿Cómo la describiría? —Por ser hija de madre escandinava. Maya es muy rubia y alta; por ser criada por los abuelos es sentimental y mimada; por haber sufrido un duelo y una crisis emocional en plena adolescencia, se mete en problemas, pero a pesar de todo lo que le sucede, Maya mantiene su candor y su bondad. Yo diría que es una chiquilla difícil con un corazón de oro.
—¿De qué manera influyeron sus vivencias con Jennifer, hija de su esposo William Gordon, en la construcción de Maya Vidal? —La terrible experiencia de Jennifer con la adicción, viviendo en la calle y al margen de la ley, me sirvieron para construir la parte del libro que transcurre en Las Vegas. La mayor diferencia entre Jennifer y Maya —aparte del carácter— es que Maya pasa por el infierno de las drogas brevemente y puede salvarse. No fue el caso de la pobre Jennifer.
Descargue AQUÍ el avance de la novela —¿Qué otros casos sobre jóvenes drogadictos conoció, cuyas historias la marcaron? —Los tres hijos de Willie, mi marido, son adictos. El mayor, que ya tiene 47 años, no ha podido hacer nada positivo con su destino y Jennifer murió, pero el hijo menor, que estuvo perdido con heroína por varios años, ahora está sano, de vuelta en el seno de la familia, trabajando, en paz.
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—¿Por qué está a favor de la despenalización de la droga? —Para terminar con el crimen organizado, la violencia desatada, los carteles, las prisiones atiborradas de gente que no debiera estar allí, la corrupción de militares, policías, gobiernos, jueces, etcétera. ¿Ha servido de algo penalizar la droga? Cada vez hay más consumo y más crimen.
—¿Éso acabaría con la violencia que los carteles han generado? —Siempre habrá adictos, tal como hay alcohólicos o fumadores. Mientras haya demanda de droga, habrá oferta. La llamada guerra contra la droga no se puede ganar, porque éste no es un problema militar ni policial, es un problema de salud pública y educación. Creo que sería más práctico, eficiente y, sin duda, mucho menos costoso, despenalizar la droga, controlar el uso (como se hace con el alcohol) e invertir los fondos necesarios para rehabilitación de adictos y para educar a la población.
—¿Por qué escogió a Chiloé? —Para esconder a Maya se necesitaba un sitio lejano y yo quería que fuera en Chile para unir mis dos patrias, Chile y California. Una isla de Chiloé resultaba ideal, reunía esos requisitos y, además, el paisaje es maravilloso, la vida es atemporal, como detenida en el tiempo, y el archipiélago tiene una mitología extraordinaria y reputación de ser mágico. Había estado varias veces en Chiloé a lo largo de mi vida, pero cuando me preparaba para escribir la novela hice un viaje especial con un buen guía, para conocer la geografía, la historia, la cultura y la gente. —¿Por qué se identifica con el personaje de la abuela Nini? —Soy mandona, brusca, querendona e intrusa como Nini. En mi juventud era hippie, como ella. Y yo también haría cualquier cosa, incluso violar la ley, para proteger a mi familia.
—En esta novela, como en todas las suyas, hay un halo de magia. Los que ya se han ido
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del mundo o están lejos siguen teniendo vida como Nini y Popo… —Nada se pierde en el universo, sólo se transforma y recicla; el calcio de nuestros huesos se encuentra en todas las estrellas, compartimos ADN con algas marinas... No creo que la muerte señale el final de la existencia del alma, sólo se deja atrás el ego y el cuerpo, pero el espíritu sigue siendo parte del todo. Puedo decir por experiencia personal que, mediante un ejercicio de amor y de imaginación, podemos estar cerca de nuestros muertos. A mí no se me aparecen fantasmas ni ando escuchando voces como los locos, pero siento la presencia constante de seres invisibles: los personajes de mis libros, los seres queridos que están lejos, los espíritus.
—¿Puede compartir alguna anécdota ocurrida durante la escritura? —Según mi traductora americana, Petch Peden, debo tener cuidado con lo que escribo, porque puede ocurrir. Así fue en este caso: uno de mis nietos se intoxicó con alcohol y mariguana en el ‘college’ y durante unos días revivimos el horror de la adicción, que ya conocíamos por los hijos de Willie. Afortunadamente el muchacho está bien y ahora tenemos los dedos cruzados para que esto nunca se repita. —La isla bajo el mar (2009) le provocó problemas estomacales. ¿Cómo transformó Maya su vida? —Maya me permitió explorar el mundo de los jóvenes de hoy y recordar mi propia juventud, que fue muy diferente a la de mis nietos. Escribí esta novela con un ánimo totalmente diferente al de la novela anterior sobre la esclavitud, la escribí con placer y ligereza. —¿Qué apreciación tiene juventud de este siglo?
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—Los jóvenes ahora están expuestos a todo, cosas positivas y otras dañinas, no hay selección. Éste no es un fenómeno norteamericano, sucede en todos lados. La familia y la escuela ya no les ofrecen la estructura ni los límites de antes, viven entre gente de su edad, con su propias reglas, estética, valores, conectados ‘ad infinitum’ mediante la tecnología. Es una generación con mucho
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poder y creo que a ellos les tocará transformar nuestra civilización.
—El próximo año se cumplen 30 años de la publicación de La casa de los espíritus. ¿Cómo va a celebrar el aniversario? —No lo he pensado todavía, pero creo que el libro merece una celebración especial; La casa de los espíritus me cambió la vida. La verdad es que el próximo año habrá varios aniversarios: yo cumplo 70 y mi marido 75, cumplimos 25 años de casados, serán 20 años de la muerte de mi hija Paula, etcétera. —¿Qué valoración hace de la obra de Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura? —¡Me sentí tan contenta cuando supe la noticia del premio! Yo estaba por casualidad en Nueva York y pude correr al apartamento de Mario a felicitarlo el mismo día. Creo que es un gran escritor, talentoso y disciplinado, un orgullo para los latinoamericanos, incluso para quienes no están de acuerdo con sus ideas políticas. —Siempre es bueno pedirle unas palabras para Venezuela, tan importante en su vida, y un país que la admira a usted y a su obra… —Aprovecho este espacio para reiterar lo que he dicho a menudo: a Venezuela le debo mucho. En los años setenta Venezuela me acogió con mi familia, junto a miles y miles de refugiados políticos, nos dio trabajo, respeto y oportunidades. Fuimos “adoptados” sentimentalmente por Ildemaro Torres y su familia, que nos dieron la sensación de hogar, de pertenecer. Mis dos hijos se casaron con venezolanos, mi nieto mayor nació en Caracas, mi hermano y todos mis sobrinos viven entre Caracas y Mérida, mis mejores amigos son de allá. Gracias, muchas veces muchas gracias, como diría Pablo Neruda. PORTADA
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