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CORDOBA NEXO DE HOMBRES Y REGIONES He denominado “Córdoba Nexo de hombres y regiones” a esta breve exposición porque entiendo que la palabra nexo sintetiza -según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española- en gran medida el papel político cumplido por nuestra provincia en su historia: unión o vínculo. Se “une” lo que no es exactamente lo mismo o se “vincula” aquello que siendo diferente, diverso o en ocasiones semejante se entrelaza. Con este concepto no establezco una novedad para esta provincia. En todo caso, sí estoy rindiendo un homenaje intelectual a varios historiadores o “politólogos” (de épocas en que esta última denominación no existía o se usaba poco) que descubrieron este papel relacionante de Córdoba. Me refiero entre otros a Monseñor Pablo Cabrera, Raúl Orgaz, J. Francisco V. Silva, Enrique Martínez Paz, Ignacio Garzón, y ya en tiempos más cercanos, don Carlos Segreti, Santiago Monserrat, Alfredo Terzaga, Efraín U. Bischof o José “Pancho” Aricó. Seguramente soy injusto al no mencionar a otros pensadores pero con las disculpas del caso, intento mostrar cómo estos hombres de las más diferentes filiaciones ideológicas, han llegado -aunque con algunos matices diferenciadores entre sí- a percibir esta originalidad cordobesa de ser nexo de hombres y regiones. Vale la pena realizar aquí una digresión. Existe un cierto lugar común que considera que las visiones “revisionistas” o “críticas” respecto de las grandiosas obras de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López nacieron en Buenos Aires. No podemos sino con realismo considerar algo lógica esta visión, que muchos autores trasuntan en sus textos, sin embargo todos los nombrados y numerosos intelectuales más, anteriores (aproximadamente 1880) y posteriores, fueron creadores de una mirada “federal” o “provinciana” de la historia del siglo XIX. No olvidemos que el puerto no solo enviaba mercaderías al interior sino también su visión del país que creían había sido construido por ellos casi exclusivamente, lo que no evitará que estos grandes pensadores elaboraran conceptos diferentes. El territorio que hoy conforma la provincia de Córdoba fue cuna de antiguos pueblos originarios. Los comechingones (ocuparon
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aproximadamente las serranías, desde Cruz del Eje y Soto hasta la zona de Río Cuarto, e incluso hacia el este “el importante asiento de Yucat cercano a la actual Villa María que servía de mercado con pueblos litorales), los sanavirones que ocuparon el norte de la provincia (Sobremonte, Río Seco, parte de Ischilín, Totoral y el centro oeste, alrededor del “Mar de Ansenuza”), los diaguitas (marginalmente hacia Traslasierra y Guasapampa) y los pampas o puelches al sur de la provincia hacia el límite con el “desierto”. Estas comunidades elaboraron su arte, cultura, costumbres y formas de vida, recibiendo a la vez la influencia de las últimas estribaciones del “incanato”. Es de destacar entonces que esta región de Córdoba también conocida como “Provincia de Comechingones” poseía algunas características geográficas benéficas: su clima, los ríos y arroyos que la surcan, la proximidad con el Paraná, las suaves serranías, variadas tierras aptas para el trabajo. Al mismo tiempo su vínculo con el Tiahuantisuyo y los pasos cordilleranos a Chile atraían a la región desde épocas remotas distintos pueblos con sus propias y originales características. Cierta sujeción política al imperio incaico hace que Monseñor Pablo Cabrera hable incluso de una “gran hibridación del idioma”. Algunas particularidades de los comechingones y sanavirones subsistieron -a pesar de la llegada violenta del europeo- como elemento identitario provincial y penetró la idiosincrasia, el habla o las denominaciones de cosas y lugares de aquellos españoles. Con el tiempo, criollos, indios y mestizos fueron conformando un conglomerado étnico al que no le faltó la sufrida contribución de sangre negra de los esclavos traídos de África por los traficantes. Primera paradoja digna de ser destacada. La sociedad monacal, piadosa y excesivamente pendiente de la pureza de sangre, que llegó a ser la ciudad mediterránea solo logró mantener esta “virtuosidad” a fuerza de secretos e hipocresías que encubrían en no pocas ocasiones, las relaciones prohibidas entre todas “las clases”, incluidas las denominadas “bajas”. Este encuentro hispano-indio que algunos denominan genocidio, otros invasión o enfrentamiento entre civilizaciones, fue en
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realidad, algo de todo eso al mismo tiempo. Marcó duramente a quienes habitaban estas tierras pero no dejó indemnes a los recién llegados que a partir de este gran hecho histórico, en su gran mayoría pasaron a ser americanos, aun cuando su cuna estuviera en la lejana Europa. En suma nuestra geografía, enmarcada por serranías y llanuras, atravesadas por cinco grandes ríos transversales, que contribuyen a unir territorios, y un antiguo “mar”, o laguna, generador de vida, imbricó la tierra con los hombres con una fuerza que sobrevive hasta hoy y que fue enriquecida en la segunda mitad del siglo XIX por sucesivas oleadas de inmigrantes. A mediados del siglo XVI se inicia la etapa fundacional de ciudades y villas. La ubicación estratégica del territorio cordobés y su topografía será un colaborador aunque no determinante de un destino que no estaba escrito, sino que esencialmente el hombre y su idiosincrasia ayudaron a forjar. El rol de Córdoba fue vinculante desde su génesis como producto de la interrelación de geografía, cultura, economía y política. Recordemos aquella vieja división en corrientes conquistadoras y colonizadoras que nuestros historiadores elaboraron a favor de la pedagogía, aunque sin tergiversar los hechos. Así fue como a mediados del siglo XVI don Francisco de Aguirre fundador de la ciudad de Santiago del Estero (1553), “madre de ciudades”, proveniente de Chile intentaba sin dejar de buscar oro, favorecer el poblamiento efectivo, la actividad agrícola, la cría de animales domésticos y el trabajo artesanal, al tiempo que llegar al Mar del Norte (océano Atlántico) por mandato de Pedro de Valdivia gobernador de Chile. En esta entrada al territorio nacional, posterior a la famosa de Diego de Rojas, se produce el primer intento de fundación de nuestra ciudad, que unos veinte años después concretará don Jerónimo Luis de Cabrera. Este último convencido por la “ideología peruanay altoperuana” -tomando el concepto de Roberto Levillier- de “abrirle puertas a la tierra”, en la que mucho tuvo que ver el pensamiento del oidor de la Audiencia de Charcas Juan Matienzo, fue enviado desde ese norte hispano-incaico, encabezando la expedición que fundará la estratégica ciudad de Córdoba. El objetivo era llegar a un puerto sobre el Atlántico
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y permitir una más rápida y corta ruta a España. El objetivo tardó dos siglos en cumplirse. La ausencia de un pensamiento estratégico de los reyes españoles, los Habsburgos -sostenidos por mezquinos intereses comerciales- impidió y retrasó la creación de una economía más compleja y sustentable. El intento de Cabrera de darle un puerto a la jurisdicción cordobesa, donde había estado el fuerte de Gaboto -unión del Carcarañá y el Paraná- frustrado por don Juan de Garay que bajaba de Asunción –la primera “madre de ciudades” para ser rigurosos con la historia-, resultó un vano intento por torcer lo que la geografía y la realidad establecían como conveniente. Los puertos serían Santa Fe y a partir de 1580 Buenos Aires. Resultó más, un magnífico sueño de don Jerónimo, que una posibilidad real para las circunstancias de aquel momento. No se define la historia argentina en este acto como establecen algunos autores. Los puertos atlánticos eran una realidad de aquella primera globalización y el dicho de San Luis -así intentó llamarlo el fundadorhubiera sido de todas formas superado prontamente por los arriba mencionados. La decisión de utilizar el anacrónico y costoso sistema de flotas y galeones que adopta Carlos V, promovió el poder del Pacífico en el sur del continente pero dicho sistema estaba condenado a perecer tarde o temprano. Córdoba en cambio podía ser -todavía hoy lo es- centro y comunicación bioceánica del cono sur, donde la masa de la Amazonia y la Cordillera de los Andes dificultan la unión del Pacífico y el Atlántico excepto en el extremo sur continental donde esta se produce naturalmente. Digamos a modo de digresión, que el corredor bioceánico que hoy, en pleno siglo XXI, atraviesa nuestra provincia desde Brasil hasta los puertos chilenos del Pacífico cobra diaria importancia por los nuevos vínculos económicos con los mercados asiáticos. Sin embargo nada es eterno –el discurrir histórico suele ser implacable- o como decía Heine “Las épocas históricas son como las esfinges, se precipitan tan pronto se descifra su enigma”, frase que podemos tomar en sentido negativo o positivo. O nos forzamos con una mirada de estadistas, a impulsar las obras que este corredor entre océanos requiere o el hombre, los países,
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encontrarán nuevos caminos y formas que mejoren sus necesidades. Reconocer y estudiar el trasfondo histórico de un acontecer actual puede carecer de significado en tanto las líneas estratégicas de la política no adopten las medidas que los tiempos exigen. Si a la insoslayable visión de lo contemporáneo que otorga la gran ciudad de Buenos Aires no incorporamos una visión federal pero suramericana como la descripta estaremos auto condenados a políticas menores encabezadas por economistas sin mayores ambiciones que las de entrecasa. Volvamos a la historia. La fuerza que comienza a adquirir la ciudad de Cabrera a fines del S. XVI no será sin crisis económicas y políticas pero estas no impedirán que la presencia de importantes órdenes religiosas, especialmente jesuitas, franciscanos, mercedarios, dominicos a la vez que sacerdotes seculares, conformen un importante polo cultural “indiano” en el que convivirán no sin debates las visiones de San Agustín, Santo Tomás y luego la modernidad ilustrada imbuida de catolicismo. Esta formación espiritual, que preanuncia la Universidad, unida a una economía interrelacionante, harán de Córdoba un nexo trascendental con el Río de la Plata (Santa Fe, Buenos Aires, Paraguay), Cuyo, Chile y el Alto Perú. No sólo hablamos de población en tránsito sino de un foco cultural/económico americano. La universidad, el colegio de Montserrat, fundado por los Jesuitas, con el apoyo del “insigne bienhechor” el obispo Fray Hernando de Trejo y Sanabria (justicia hace sobre este tema el reciente libro de Josefina Piana y Federico Sartori: “1610 El Colegio Máximo de la Compañía de Jesús en Córdoba” que a la vez muestra los nocivos efectos de la lucha, claustral o lugareña por el manejo de la historia), así como otros institutos menores, fueron decisivos a la hora de irradiar saberes en todo el antiguo Virreinato y con posterioridad en las Provincias Unidas del Río de La Plata. Es justo recordar que no pocos hombres de los gobiernos revolucionarios, Juan José Castelli, Juan José Paso, el Deán Gregorio Funes, Pedro Ignacio de Castro Barros, José Ignacio Gorriti, Mariano Fragueiro, José Javier Díaz entre otros, así como don Gaspar Rodríguez de Francia futuro Supremo Dictador de la tierra guaraní, fueron ex alumnos del Real Colegio Convictorio de
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Nuestra Señora de Monserrat y pasaron por la aulas o terminaron sus estudios en la universidad. Existen numerosas y ricas descripciones de la vida indiana en la ciudad colonial. Nos dice Alfredo Terzaga en su Geografía de Córdoba: “(…) todo lo tenía esta Ciudad, nacida en el postrer impulso del Renacimiento conquistador y pronto conquistada, a su vez por las sugestivas y cambiantes formas del Barroco –el modernismo de entonces- que habría de producir, precisamente en Córdoba, el primer poeta de estas tierras Don Luis de Tejeda (…)”[1]. Ricardo Rojas en su Historia de la Literatura lo compara con los grandes poetas del Siglo de Oro, al mismo tiempo claramente identifica como a pesar del deseado tinte español de la ciudad mediterránea esta se transformaba en americana. Concluye Terzaga “(…) Córdoba no se limitó a ser una mera transferencia de la Madre Patria en tierras de nostálgico extrañamiento, ni tampoco una resignación ante la comprobada inexistencia de los Cesares fabulosos, sino que entró a cumplir una vida intensa, batallada y consolidada a cada paso, endeudada fecundamente a las peripecias de su tiempo histórico y sometida al influjo estimulante y plasmador de su propio margo geográfico.”[2] El logro de la construcción americana de Córdoba se debió al accionar de algunos verdaderos estadistas españoles, seguramente seducidos por el “Nuevo Mundo”. Tal fue el caso en de Rafael de Sobremonte quien en su gobernación intendencia (1784-1797) consolidó el poblamiento territorial en estos lares. Su mirada estratégica lo impulsó al crecimiento poblacional hacia el norte y oeste con fundaciones como San Francisco del Chañar, Río Seco, Candelaria, Tulumba, Quilino, Nono. Proteger en el este de las vías comerciales con el Litoral: el Tío como puesto militar, Villa del Rosario. Finalmente la definitiva fundación de la Villa de la Concepción (Río Cuarto) y la Carlota (así denominada en honor al rey) antiguamente conocida como Punta del Sauce en el sur, ya en la frontera con el indio y el “desierto”. A esta expansión se suma una verdadera transformación urbana de la ciudad capital lo que nos devela la importancia del funcionario político con visiones globales. Hasta por su adversario, el Deán Gregorio Funes tuvo que reconocer los méritos de Sobremonte.
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Cierta historiografía demasiado portuaria en su concepción, concurrirá sin embargo al desprestigio de quien por su accionar, ya como virrey, durante las invasiones inglesas, cumplió con las medidas que le marcaban las políticas de esa época. No se crea que todo fue un progreso ordenado en aquel prolífico siglo XVIII. Este estuvo signado por motines de esclavos, rebeliones universitarias, de los estudiantes del Monserrat, de comuneros de Traslasierra y hasta se hizo sentir en 1780, el impacto de la gran sublevación de Tupac Amaru ya que a estas provincias del Tucumán se les ordenó colaborar con la represión. El viejo imperio mostraba fisuras. El absolutismo borbónico progresista en muchos aspectos se agotaba en un mundo que avanzaba hacia un mayor liberalismo político y social. Llegada la Revolución de Mayo el hecho que las autoridades cordobesas, el gobernador Victorino Rodríguez, el obispo Rodrigo de Orellana y el popular héroe de la Reconquista de Buenos Aires y ex virrey, Santiago de Liniers, intentaran resistir a la Primera Junta de gobierno, hizo hablar a la historiografía clásica de un centro “reacciónario” en la ciudad. Sin embargo el poco apoyo obtenido por los rebeldes quedó demostrado por la sencilla como incruenta detención de los mismos. La mayoría de los vecinos apoyó la nueva situación política, no siempre con pre claras ideas, hubo de todo, conveniencias, expectativas, oportunismo pero la mayoría decidió no jugar a la oposición militar. Es importante destacar el enfrentamiento/colaboración que se va a dar entre los revolucionarios cordobeses –que eran encabezados por el Deán Funes- y los de la ciudad capital. Una vez apresados los partidarios del “antiguo régimen virreinal” el secretario de la Junta, Mariano Moreno, hombre que había estudiado en Charcas, junto a quienes lo secundaban en el gobierno como Castelli o el propio Belgrano ordena el fusilamiento de los rebeldes. Ante esta medida Funes y la sociedad cordobesa se oponen demostrando ya una actitud contemporizadora, menos radicalizada y seguramente imbuida de las relaciones interpersonales y hasta familiares que se establecían en toda aldea. No olvidemos además que Liniers gozaba de prestigio político.
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La historia concluyó como ya conocemos todos pero el hecho insinuaba las distintas políticas en juego para impulsar la revolución. Cornelio Saavedra por su parte, seguramente habría coincidido con Funes, aunque igualmente aceptó el fusilamiento. Las disidencias no quedarían solo en palabras sino que en numerosas ocasiones se intentarían definir por las armas. Era la tradicional confrontación entre quienes adherían a posturas intelectuales e ideológicas y aquellos más pragmáticos. Entre los que buscaban sostener una centralización del poder en la capital, herencia de la organización hispana y quienes comenzaban a buscar formas participativas. Si bien estas últimas estaban influidas por las ideas ilustradas, la revolución norteamericana y la revolución francesa –el Deán Funes poseyó hasta su muerte los tomos de la “Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios” traída de España- en realidad el principal sustento ideológico en América fueron las tradiciones autonómicas de las villas y ciudades hispanas y especialmente la escolástica tardía elaborada en la histórica Universidad de Salamanca a principios del siglo XVI, por hombres como Francisco de Vitoria, Melchor Cano (dominicos) y el jesuita Francisco Suarez entre otros teólogos. El Deán Funes nunca se alejó del tomismo como eje conceptualizador, a pesar de ser un introductor de ideas ilustradas. Sus estudios en la Universidad de Alcalá de Henares que retomaba tradiciones de la de París y la mencionada Salamanca, ayudan a comprender desde las ideas, las posturas políticas de este complejo hombre de su tiempo. Nuevamente nos encontramos con una Córdoba que vincula/enfrenta las ideas “atlánticas” y las emergentes del interior profundo. A riesgo de cometer una simplificación, resultaba nuestra ciudad “peruana y rioplatense” al mismo tiempo. Su mediterraneidad la transformó en paso obligado de los ejércitos patriotas que intentaban imponerse al virreinato del Perú, centro de las ideas más absolutistas e hispanistas. Al mismo tiempo la interrelación de intereses económicos, sociales e ideológicos, incitaron a poco del estallido de 1810, a un clima autonómico propio de las ciudades americanas. Se entiende el enfrentamiento de Funes con el
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“morenismo” y su apoyo a una Junta Grande que aunque con cierta inoperancia resultaba de mayor participación para los pueblos del interior. Había en estos debates diferentes intereses –tal vez no totalmente contrapuestos- económicos, no solo políticos y culturales. Producido los enfrentamientos entre el federalismo democrático de Artigas y el centralismo de Buenos Aires. El caudillo oriental forma la Liga de Pueblos Libres que lo nombra Protector. Su influencia ingresa en Córdoba favorecida por los excesos centralizadores de los gobiernos porteños pero también debido a ciertos excesos que protagonizaban los ejércitos patriotas generalmente escasos de los abastecimientos mínimos para la empresa encarada. El Coronel José Javier Diaz oriundo de Totoral y dueño de la ex estancia jesuítica de Santa Catalina encabezará el federalismo naciente. El Cabildo lo elige gobernador en sustitución de Francisco Ortiz de Ocampo pero en una decisión forzada por las exigencias del Protector. El “artiguismo” mediterráneo poseía una composición social parcialmente diferente a la misma tendencia del Litoral. Había un componente patricio importante que lo expresaba el propio jefe cordobés, así como también los sectores populares generalmente rurales. La política llevada adelante por Diaz es un verdadero paradigma de los nexos que intentará irradiar Córdoba en la política de las Provincias Unidas. A modo anecdótico podemos referir que así como en la fábrica de armas de Caroya, según parece, se hizo hacer una espada que fue entregada al Protector de los Pueblos Libres, al mismo tiempo se realizaba otra para el oriental jefe del Ejército del Norte José Rondeau[3]. Asimismo enviaba al Dr. José Antonio Cabrera al congreso de Oriente o de los Pueblos Libres convocado por Artigas y que según los datos que se conocen declaró la independencia de España y toda otra nación extranjera antes que se hiciera en Tucumán, aunque sin los efectos políticos que logró este último. Esta decisión política que lo acercaba a la Liga de Pueblos Libres, no evitó, que casi al mismo tiempo, Díaz hiciera elegir diputados al Congreso de Tucumán convocado por el Directorio de Buenos Aires. Los congresales serán afines a las ideas federales que ambientaban la docta ciudad.
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Una liviandad en el análisis de estos vaivenes podría llevar a pensar en “oportunismo” o “picardía criolla” del gobernador. En política nunca existe una sola razón, pero la postura se correspondía con la bifacialidad cordobesa, el papel moderador, interrelacionante, de nexo, sostenido por formación cultural y los intereses cordobeses que coincidían con una mirada de una nación no solo portuaria. La necesidad de independencia y organización nacional estaba por sobre las intransigencias, entendibles o no, de los intereses en pugna. A la luz del desarrollo histórico quedó demostrado el acierto de asistir a Tucumán, así como cierta falta de reflejo en un heroico Artigas. Cuando se inician las luchas por la organización nacional, acorde con la tradición universitaria, se consolidará un federalismo doctrinario y especialmente, una fuerte decisión política de organizar constitucionalmente la república. Aun dentro de los enfrentamientos políticos, los proyectos fallidos del Brigadier Juan Bautista Bustos primero y luego del General José María Paz o los Reynafé aliados de don Estanislao López, son demostrativos de una cierta coherencia ideológica o hilo conductor que pretendía evitar la dictadura de del puerto y su dominio sobre los recursos aduaneros. La constitución unitaria de 1826 y la definitiva pérdida de la Banda Oriental por parte de dirigentes –especialmente unitarios del grupo rivadaviano- que no pudieron, no supieron o no quisieron mantener la unidad existente antes de Mayo y que terminaron aceptando la conveniente propuesta de los británicos de crear un “estado tapón”, ahondará las diferencias entre Córdoba y Buenos Aires, independientemente de qué gobierno maneje la gran provincia. La indicación de Juan Manuel de Rosas a Estanislao López en el sentido de no permitir el regreso de Bustos a Córdoba en caso de que Paz fuere derrotado es demostrativa de la concepción del federalismo porteño, expresado en la ocasión por el más hábil político que tuvo Buenos Aires en el siglo XIX. Luego de Caseros, nuestra provincia será protagonista central de la unidad nacional. Un hombre un tanto olvidado, Alejo del Carmen Guzmán será la cabeza de la rebelión del 27 de Abril de 1852 que integrará a Córdoba al proyecto constitucional que encaraba Justo J. de
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Urquiza. Hombre moderado y funcionario de Manuel López, quien a ser precisos tampoco estaba dispuesto a enfrentar al entrerriano, fue un apoyo fundamental del vencedor de Caseros. Si bien Urquiza adoptará las propuestas constitucionales y políticas del tucumano Juan Bautista Alberdi, al mismo tiempo procede a designar a Mariano Fragueiro como ministro de Hacienda de la Confederación, con lo cual introduce un hombre que sostiene variantes de mayor participación del estado e independencia en la economía que las sostenidas por Alberdi, cuya postura era la de una estrecha vinculación con Europa. También Fragueiro, muestra su moderación y voluntad de entrelazar los hombres provenientes tanto del partido unitario como del federal. Sus ideas quedarán expresadas en sus escritos Cuestiones Argentinas y Organización del Crédito. Si bien apoyó a Urquiza hasta Cepeda, inicia hacia el final de sus días un tránsito de acercamiento a Bartolomé Mitre – a nuestro entender equivocado-, tal vez impulsado por las eternas disidencias locales con su comprovinciano y presidente Santiago Derqui, pero también porque sus intereses económicos le hacían buscar la seguridad, que otorgaba Buenos Aires y que a la Confederación de Paraná le resultaba imposible de establecer. En el último tercio del siglo XIX esta conflictiva relación de nexo entre el interior profundo y el Litoral permitirá el surgimiento de una generación de dirigentes políticos de Córdoba, entre los que se destaca Miguel Juarez Celman y el tucumano –aunque “acordobesado”- Julio A. Roca, que luego del interregno mitrista, comienzan a resistir la prepotencia de Mitre. Córdoba tiene un papel trascendental en la recuperación del poder nacional por parte del interior provinciano que había sido derrotado o se había “retirado” en Pavón. Ellos encabezarán la revancha impensada de las provincias, los antiguos federales encontrarán refugio en el autonomismo nacional que expresará, ahora con mayor sustento material, la política de fusión de partidos que se había intentado después de Caseros. El nexo entre Córdoba y la generación del 80 cuyas cabezas políticas fueron Roca y Juarez resulta insoslayable. Este último, será el principal organizador de la Liga de Gobernadores que permitirá el ascenso de
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Roca a la presidencia de la nación como sucesor de su comprovinciano Avellaneda. En medio de las disputas políticas que se daban, en un país que todavía definía por las armas, lo que se votaba -aunque imperfectamente- en las urnas, se producirán dos hechos trascendentes. El primero fue la incorporación a la nación de los irredentos territorios del sur patagónico por la campaña al desierto planificada y concretada por Roca. El segundo fue la federalización de Buenos Aires para la república ya que hasta el momento el gobierno nacional existía como huésped del provincial. El intento subversivo de Mitre y Carlos Tejedor será enfrentado por el mismo General Roca con el pleno apoyo de las provincias. La batalla no fue incruenta. Natalio Botana sostiene que fue la más sangrienta de las batallas de las guerras civiles. Nadie de los contemporáneos cree que haya habido menos de 1000 muertos aunque muchos acuerdan en sostener entre 2500 y 3000. Desde mediados de los 70 Córdoba pasa a ser meridiano político del país, aunque no por la implicancia geográfica y astronómica del término, sino por el papel decisivo que cumple en la concreción de la organización nacional iniciada por Urquiza y la formación de la moderna república Argentina. Esta afirmación no implica que lo haya realizado aisladamente, pero sí que sus hombres lograron entrelazar el Litoral (incluido Buenos Aires), Cuyo y Noroeste tan rico en tradiciones patrióticas con las necesidades de la Nación emergente. Con esta generación de dirigentes cordobeses y bonaerenses del 80 asoma una mirada geopolítica diferente, cuyo eje principal no será solo el puerto, sino también las provincias interiores, los territorios todavía no poblados por la república y parcialmente al menos Suramérica. La generación del 80 es la primera realmente nacional tanto por su alcance geográfico como por su pensamiento. Con ella se inicia una reelaboración de nuestra historia, la que si no siempre llega a confrontar abiertamente con Mitre y Vicente Fidel López, al menos los discute. Córdoba no es extraña a este movimiento intelectual que tendrá su época más brillante en el 900 y su explosión política en la Reforma Universitaria que el uruguayo José Enrique Rodó había intuido. Ese gran pensador que fuera Saúl Taborda es uno
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de los hombres del 900, cuya mirada adopta una ideología americana sin dejar de elaborar su teoría sobre la democracia comunal enraizada en nuestras mejores tradiciones. Espiritualmente este grupo será el primero plenamente Latinoamericano luego de la balcanización sufrida por el viejo imperio indiano, efecto colateral no deseado, de la independencia. Podríamos agregar que las generación del 900 como las posteriores ya no pertenecían totalmente a las clases dominantes tradicionales sino que en muchos casos los debemos ubicar socialmente dentro de las nuevas clases medias argentinas conformadas por los hijos de inmigrantes, que habían accedido a la universidad o eran autodidactas. Córdoba en definitiva, me interesa destacar y es lo que he tratado de desarrollar, no debe en este siglo XXI perder el rol de nexo cultural, político, económico, educativo de hombres y regiones y por el contrario debe pensarse desde una mediterraneidad sudamericana. No se trata de contribuir a esto solo espiritual o culturalmente, la tarea más difícil es la de interrelacionar a los grupos económicos privados y/o estatales y en definitiva a toda la sociedad, cuyo destino será microscópico, si se mantiene en el marco que propone una mirada excesivamente atlántica. Ya no podemos ser un país macrocefálico aunque este concepto no debe implicar un federalismo decimonónico anti porteño sino el crecimiento armónico y sustentable del interior hacia el Pacífico también.
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[1] Alfredo TERZAGA, Geografía de Córdoba, Editorial Assandri, Córdoba, 1963, pág. 95
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[2] Ibíd. Pág. 96 [3] Roberto FERRERO, Breve Historia de Córdoba (15281995), Alción Editora, Córdoba, 1999, pág. 63.