FEOS Y MALOS Erick Tomasino

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Feos y Malos Erick Tomasino

THC EDITORES 3


© ERICK TOMASINO FEOS Y MALOS Impreso en El Salvador Editado por THC EDITORES Fotografía: Ilaria Tosello Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

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Para Ilaria, que se aventurรณ a invitarme a su silla.

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ADEMÁS DE FEOS, MALOS

Al parecer, la belleza o fealdad de una persona influye en cómo percibimos su personalidad y hasta su carácter moral. Karen Dion y sus colaboradores realizaron diversos estudios empíricos y encontraron que las personas tendían a considerar que aquellos jóvenes que les parecían atractivos tenían también una personalidad socialmente más deseable que aquellos que les parecían menos atractivos. De hecho, en otro estudio realizado con niños preescolares se vio que los más atractivos resultaban ser los más populares entre sus amiguitos y compañeros. Así mismo, cuando personas adultas tuvieron que juzgar sobre diversas acusaciones que pesaban sobre varios jóvenes, tendieron a dar juicio más severo sobre aquellos que consideraban más feos que sobre aquellos que consideraban más guapos; incluso pensaban que los jóvenes físicamente atractivos tenían menos probabilidad de volver a incurrir en delitos serios que los jóvenes menos agraciados (sic). Si las investigaciones de Dion y sus colaboradores están en lo cierto quiere decir que, por lo menos en nuestra cultura, la apariencia física de las personas juega un importante papel en la percepción que se tiene de ellas y, por consiguiente, también en este capítulo los pobres (mal alimentados, mal desarrollados y mal 7


vestidos) llevan todas las de perder. No en vano la mera presencia de algún niño o joven pobre suele despertar la inmediata suspicacia en ciertas personas y la sospecha de que está allí para robar o “para a saber Dios qué”. Tomado de: Ignacio Martín-Baró. Acción e Ideología. Psicología Social desde Centroamérica. UCA Editores. 8ª edición. 1997. p. 196.

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EL CASO MORRISON

Mi nombre es Enrique Fasso. Soy detective privado y me especializo en casos de infidelidad. A mi oficina llegan muchas solicitudes de personas que quieren que les resuelva dudas relacionadas con sus parejas cuando presuponen que les están jugando la comida. La mayoría de mis clientes son mujeres que buscan confirmar sus sospechas respecto al marido que las engaña. Estas sospechas casi siempre son falsas, pero he aprendido en este negocio que es mejor decirles lo que esperan escuchar que decirles la verdad. Así, si se resuelve el caso tal como ellas lo esperan, puedo cobrar una jugosa bonificación. A veces he mentido y en la situación de que el adulterio sea cierto, cobro por partida doble; es decir que cobro tanto al cliente inicial que sospecha, como a la pareja infiel a quien descubro. Por ello –debo admitirlo– he falseado pruebas para mostrar a mis clientes que su pareja le engaña o he chantajeado a los otros para no dejarlos en evidencia. Últimamente el negocio ha decaído, con esa saturación de lo que llaman “redes sociales”, profesionales como yo ya no somos tan necesarios. Es tan fácil dar seguimiento a la pareja y sospechar de sus engaños bajo los códigos virtuales del rastreo y seguimiento. Pero aún con este hecho, siempre sale una

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que otra persona ansiosa de develar el secreto evidente de la mentira y me contrata. En especial recuerdo la vez que una mujer de avanzada edad entró de súbito a mi oficina, yo siempre prefería que mis clientes llamaran por teléfono antes para acordar una cita, así sabría de antemano si aceptaba o no el caso; sin embargo, ella rompió con esa regla que, a decir verdad, sólo yo cumplía. A esta mujer me parecía que ya la conocía de algún lado, minutos después reaccioné y supe que era una de esas personalidades de las esferas del poder que solía aparecer en los noticiarios emitiendo incendiarios comentarios contra sus adversarios políticos. Al acercarse a mi escritorio noté que cuando quería parecer graciosa, no era ella sino el botox quien reía. No era para nada atractiva, pero como dice un amigo mío, tenía un sex appeal que la hacía llamativa. Su nombre era Elizabeth Reina, una exfuncionaria de gobierno con altos cargos dentro de su partido y conocida en los pasillos del chisme político como “La Octopussy”, apelativo asignado porque supuestamente en su juventud se parecía a Maud Adams, una seductora chica Bond en la época en que Roger Moore encarnaba al famoso agente. Bety –como me pidió que le llamara– entró con la urgencia de quien quiere resolver un asunto de vida o muerte, se veía alterada, le pedí que se sentara y así lo hizo. Puedo fumar me preguntó. Seguro le dije. Al mencionar la palabra “seguro” me lanzó una furtiva y nerviosa mirada, parecía que algo la incomodaba. Sin embargo, se ubicó en la silla y mientras prendía su cigarrillo se cruzó de piernas, acción que reveló, más que una voluptuosa piel como suele suceder en este tipo 10


de escenas, un fustán color talpa jocote que me recordaba a las prendas mata pasiones que solía usar mi ex esposa. Bety, al igual que en la mayoría de los casos, pretendía que yo siguiera a su marido para saber si se la estaba bajando con otra; lo curioso que en este caso su pareja no era un viejo verde, sino que se trataba de un muchacho joven a quien Bety le llevaba muchos años de anticipo y de quien sospechaba que la engañaba con otra mujer. Sus dudas se basaban en que él salía todas las tardes de su casa por el mismo lapso sin dar un motivo claro. Él –me confesó– era uno de esos tipos que, pese a su juventud, no realizaba ninguna actividad que pudiera argumentar sus largas ausencias cotidianas; era uno de esos que gracias a las condiciones propias de su clase “ni estudiaba ni trabajaba” más por pereza que por carencia. Quería que siguiera sus pasos y le informara de lo que hacía cuando se ausentaba de casa, quería saber a dónde y con quién se reunía. Bety vino con una fotografía del susodicho impresa en papel simple, el tipo en efecto –al menos en apariencia– era varios años menor que ella, razón suficiente para que asumiera que la presunta mujer con quien se encontraba era también joven. La foto no permitía detallar el aspecto del tipo, sí parecía una de esas fotos sacadas “para el feis” con una sonrisa falseada por la amenaza del obturador que le daba la apariencia de un joven alegre encantado con la vida. El caso me parecía bastante fácil, pero mi tasa de honorarios dependía de hacer creer que era difícil por los riesgos que se asumían, así como también de las condiciones económicas del o la cliente. Esto es pan comido, pero me llevaré una buena cuota, pensé. Así que le dije a Bety que tomaría el caso y le di un papel 11


con la cantidad de lo que costaría el trabajo, cincuenta por ciento ahora y el otro cincuenta al terminar más el diez por ciento de imprevistos; terminar significaba entregar un sobre con pruebas, fotos, grabaciones y un folio describiendo el modo de operar del sujeto. Sólo quiero saber dónde y con quien se reúne, reiteró. No se preocupe, mi trabajo es garantizado. Bety salió confiada en que resolvería el caso de manera satisfactoria. Más tarde aparecería en la televisión quejándose de ser víctima de persecución política tras haber sido denunciada por un “mal manejo de fondos públicos” que –según la nota– rondaba varios millones de dólares. De haberlo sabido antes le habría cobrado más por mis honorarios. ***

Carlos Jaime, hombre, treinta y cinco años de edad con estudios no concluidos de derecho en una universidad privada, relación sentimental "es complicado" (así se leía en su perfil digital). Especial afición por los carros, la música rock, principalmente las baladas románticas de los años sesentas, setentas y ochentas. A parte de una que otra fotografía en algún sitio turístico apenas abrazado de un grupo de amigos, no había mayor prueba para fundamentar sospechas en contra de él; es más, la mayoría de sus álbumes fotográficos tenían relación con su pasión por los motores o luciendo camisetas de sus bandas favoritas, en definitiva, me parecía que llevaba una vida demasiado simple y monótona pese a las condiciones materiales casi infinitas que Bety le daba como muestras de su amor. Y por supuesto, como dato importante, no había

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ni una foto junto con ella ni de ella. Pero tampoco fotos con otras mujeres. Una vez agotado el rastreo virtual era momento de pasar a la de seguimiento de campo. También me parecía sencillo tomando en cuenta que Bety me había dicho que Carlos Jaime solía salir todos los días a la misma hora por un lapso aproximado de tres horas para retornar a casa a la misma hora, según datos corroborados con los vigilantes de la casa. Así que me dispuse a seguirlo, el día elegido fue un viernes por el ambiente de fiesta que ese día suele pulular en la capital y por el olor a sexo desenfrenado que deambula por las calles. Estacioné mi auto a unos cuantos metros del portón de la casa de Bety apenas unos minutos antes de la hora que Carlos Jaime habituaba salir, el tráfico de la ciudad había estropeado mi plan original y con suerte no llegué demasiado tarde como para perderle la pista. Leyendo la bitácora del caso, recuerdo que ese día salió exactamente a las tres con dos minutos. Lo primero que me sorprendió fue que, a pesar de su pasión, no conducía un súper auto sino uno más bien modesto. Tomó dirección con rumbo sur poniente precisamente a una zona de apartamentos muy cerca de la zona de centros comerciales y bares a la que acudían los chicos de su clase. En uno de los semáforos casi le pierdo la pista pues al ponerse la luz en amarillo él aceleró cruzando la calle a toda velocidad, mientras yo tuve que detenerme debido a mi maldita costumbre de respetar las señales de tránsito. Parado por unos segundos, una voluptuosa mujer se acercó a mi ventana para entregarme varios promocionales mientras el semáforo volvía al color verde. Para mi suerte el tráfico estaba tan 13


pesado que Carlos Jaime apenas había avanzado unos metros y logré retomarle la pista. Seguimos por varias cuadras hasta que se introdujo a uno de los complejos habitacionales entrando sin mayor dificultad, parecía que el vigilante encargado del ingreso lo conocía muy bien debido al saludo ameno con que lo recibió. Para mí, entrar en aquel lugar implicaba un poco más de esfuerzo pues debía tener una buena excusa para ingresar. Así que tomé la decisión de parquearme a una cuadra del edificio para seguir a pie. Mientras verificaba si dejaba bien cerrado mi carro, noté que los promocionales que me había dado la voluptuosa mujer del semáforo eran de un famoso nigthclub de la zona, tomé aquel fajo y los llevé conmigo. Me acerqué al portón y el vigilante me pidió la dirección exacta y el motivo de mi visita, lo observé pensativo por unos segundos, sin mayor detalle le dije que era repartidor y le entregué uno de los promos, si lo lleva esta noche puede participar en nuestras excelentes rifas, el hombre me miró entre sonriente y cauto, como no lo veía muy convencido de mi estratagema y al no tener otra excusa tuve que sobornarlo, le dije que seguía al chico que acababa de entrar y que no hiciera más preguntas o ambos nos meteríamos en problemas, le extendí la mano y me miró sorprendido pero agradecido por los billetes estrujados que le entregué sin saber la cantidad exacta de la mordida. Lo que parecía más difícil había sido superado. El hombre además se quedó con todos los promocionales del nigthclub. Me acerqué unos cuantos metros al apartamento cuya dirección me había brindado el vigilante. Al acercarme sigiloso, noté que Carlos Jaime se encontraba cerca de la ventana que daba hacia la terraza y parecía 14


muy concentrado mirando hacia una pared. Tenía puesta una música de fondo que sonaba muy estridente y mis sospechas iniciales me llevaron a especular que se encontraba con su amante. En este caso cobro por partida doble, pensé. Seguí así por varios minutos anotando cada movimiento en mi libreta. Carlos daba vueltas al ritmo de la música como quien hace una fonomímica. Para mi sorpresa, Carlos Jaime advirtió mi presencia, se acercó a la terraza, sonrió e hizo un gesto con la cabeza, luego hizo otro en señal de que me llamaba para que entrara al apartamento. Como no podía disimular, me acerqué hasta la puerta y antes de tocar el timbre, Carlos Jaime abrió diciendo "pasá adelante, man". Entré y mi segunda sorpresa fue no encontrar a nadie más, el tipo estaba solo, con la música a todo volumen, mientras tanto yo me iba poniendo nervioso pensando que aquella invitación fuera una trampa en contra mía. Por solicitud de Carlos Jaime, me senté y accedí a un trago que muy gentilmente me ofreció, bajó el volumen al equipo de sonido. "¿Te mandó la ruca?, va". Así es le respondí asumiendo que hablaba de Bety. "Esa maitra está loca, man, si vieras que sólo taloniándome quiere pasar". Yo guardé silencio por unos segundos hasta que por fin me animé ¿Porque decís eso? ¿A qué crees que se deba? –pregunté con una súbita confianza–. "Nel, la mera onda que puro vacil de ella, así trató a sus exmaridos y así me quiere tener controlado a mí". La forma de hablar de Carlos Jaime me impresionaba, me había sacado de mis prejuicios de índole clasista al suponer que la burguesía se manejaba en un lenguaje refinado.

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Carlos Jaime sacó un encendedor y lo movía de un lado hacia otro como quien se espanta las moscas. Lo encendía y lo apagaba, perdida su mirada en la llama. De pronto prosiguió: "Pues la mera onda está así, que yo a esa maitra le cuidaba las espaldas y de repente man, que va y me dice que se siente sola, que, si quiero vivir con ella y yo puesí, ni lento ni perezoso que le digo simón y al ratito va ya estábamos endamados". ¿Y qué pasó después? "La mera onda que puesí, sólo mandándome quiere pasar, que hacé esto, que vestite así y esa onda nel ya no me llega, encima sólo gritándome, algo desaforada la ruquita esa, yo no sé si soy su marido o su cholero; así que cuando puedo me doy mis escapadas para acá donde me siento más tranquilo ¿me agarrás la onda?" Aquella era la justificación que Carlos Jaime daba, pero me parecía tan poca excusa, pues desde mi punto de vista era algo que se podía hablar y resolverlo, sobre todo estando con una mujer acostumbrada al parlamentarismo. Nos tomamos otro trago y Carlos Jaime mirándome directo a los ojos notó mi incredulidad. Tomó de nuevo el encendedor de tal forma que me parecía un pirómano que quería quemarme vivo. Sonrió y suspiró, se puso de pie y se dirigió a una habitación, me imaginé que iría a sacar un arma y matarme en ese momento, me rasqué la panza y me acordé que yo nunca había usado una pistola. Era un detective pacifista. Carlos Jaime regresó y para mi fortuna no era un arma lo que traía sino un sobre de papel manila tamaño carta de veintiuno punto cincuenta y nueve centímetros por veintisiete punto noventa y cuatro centímetros que en su interior contenía un montón de papeles. Sorprendido le pregunté de qué se trataba y me dijo que eran unas 16


pruebas que había encontrado en la habitación de Bety que daban cuenta de unos tales desfalcos. Vaya a saber qué es eso, pero pensé que era algo serio. “Simón, es serio y creo que la maitra sabe que yo los tengo, por eso me anda taloniando para asegurarse que se de sus movidas y darme gas, como sabe que no puede hacerlo en su casa, está procurando hacerlo como si fuera un accidente. Por eso te ha mandado a vos, para que me ubiqués y luego darme en la nuca”. Curioso hojeé aquellos papeles, había balances financieros, copias de correos electrónicos y –para sorpresa mía– una foto de Bety en lencería con una exposición estilo bondage, la foto en blanco y negro le daba un toque artístico. Al reverso una frase escrita a mano “Para la reina que enciende mi fuego” firmada de tal manera que el nombre no era legible. Intenté quedarme con ella, pero Carlos Jaime no me quitaba la mirada de encima. Se la devolví. Tomé otro trago y ya me sentía algo cerote. Era una terrible confesión aquella, le dije que tranquilo, que sabiendo de lo que se trataba –aunque no tenía idea de lo que era– confiara que de mí no saldría ni una palabra. “Pero no te vayas a chiviar loco, que yo en esto no cuento con nadie y prefiero darme a la fuga antes de que me balaceyen”. Me explicó que Bety era capaz de todo. Le insistí que tranquilo, que ya vería cómo me las arreglaba. Que su esposa no le haría nada. Evidentemente estaba mintiendo pues yo lo que quería era salir de ahí tan pronto como pudiera. Carlos Jaime se notaba indignado por el trato que Bety le daba. Hasta cierto punto sentí solidaridad con aquel joven de peculiar hablado. Mientras él seguía sosteniendo aquel encendedor que prendía y apagaba 17


amenazadoramente. Luego de un breve pero intenso diálogo con aquel muchacho y al observar que en este caso no había ni un sólo rastro de infidelidad y sentir que estaba desperdiciando mi tiempo y mi vida, además de que su manía con el encendedor me tenía nervioso, no tuve sino que despedirme agradeciéndole su tiempo y su confianza y prometiéndole que no le diría nada a Bety sobre los verdaderos motivos de sus escapadas ni el lugar donde buscaba refugiarse. "Quedate para otro trago" –me pidió–. No gracias, debo irme. "Entonces dejá la puerta abierta" –ordenó–. Salí siguiendo sus indicaciones y me dirigí a paso lento hacia la salida. Caminando hacia el portón de seguridad a pocos segundos de haber salido de aquel apartamento, se escuchó un grito estruendoso como de alguien que libera su “ki”, como de quien ahuyenta sus miedos o el de un potro alazán a punto de iniciar un largo recorrido, del susto que me dio tremendo alarido y como ya iba medio bolo, caí de bruces al suelo y tardé un rato en reaccionar, cuando lo conseguí volví a ver tímidamente en dirección hacia el apartamento y noté que Carlos Jaime se encontraba desnudo, bailando mientras sostenía frente a él la fotografía de Bety, mientras que en la mesita de centro se quemaban los papeles que me había enseñado antes. En el apartamento, mientras empezaba a arder todo en llamas, identifiqué que la canción que se escuchaba decía algo así "come on babe, light my fire", la habitación se incendiaba a la velocidad de la luz "come on babe, light my fire", mientras Carlos Jaime bailando y haciendo su peculiar fonomímica se masturbaba cantando fogosamente "Try to set the night on fire". *** 18


Aquella tarde volví a casa, decidí dejar mi profesión durante algún tiempo, pensé en cambiar de dirección para que Bety no me encontrara y me pidiera una devolución por no haber resuelto el caso, haciendo eco de las palabras de Carlos Jaime: “Bety es capaz de todo”. Encendí la tele y me serví una cerveza bien fría, quería olvidar lo sucedido, pero justo Bety “La Octopussy” aparecía en el noticiario denunciando ser víctima de una conspiración. Yo nada más me la podía imaginar en aquella foto en blanco y negro con su perfil de bondage “para la reina que enciende mi fuego”. Me estaba excitando, pero viendo aquella mujer en la televisión notaba que cuando trataba de ser graciosa, no era ella sino el botox quien sonreía.

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ELVIS NO SABE BAILAR

Magic Wils lanzó el juego a la mesa mientras pidió a una de sus asistentes que le llenara el vaso con whisky. Siempre que recibía nuestra visita sacaba su juego de Risk para que la sesión de conspiración fuera una mezcla de tensión amena y cálculo estratégico. Mientras expandía el tablero nos convidaba a acercarnos y hacernos de la partida. Magic Wils permanecía siempre sentado, así que de inmediato nos ordenó que le acompañáramos a la mesa. De los que estábamos de pie, Buñuelo fue el primero en tomar una silla, le siguió Elvis y por último me senté yo. Pidan algo para beber y disfrutar que esto va para largo nos ordenó. Siempre era así, la partida de Risk dilataba tanto tiempo que era necesario solicitar más y más botellas de whisky. Buñuelo, el gordo, solía jugar siempre con dos asistentes, una a cada lado, las que eventualmente se sentaban en sus piernas y que, a pesar del frío tropical que provocaba el aire acondicionado, se mantenían en delicadas ropas de lencería. Fumaba siempre dando la impresión de un vulgar gánster graso y asqueroso, por ello no desaprovechaba la oportunidad de hacerse acompañar de las edecanes que Magic Wils le conseguía en la agencia de modelaje que solía subcontratar la R.S.E. S.A. de T.V. lugar donde trabajábamos. Vaya piricuacos, tome cada quien sus fichas de colores y ya saben que las rojas no están permitidas en esta mesa, acuérdense que este país será la tumba donde

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los… Magic Wils daba un generoso trago a su whisky hasta trabar los ojos en el horizonte y tarareaba el himno partidario. El juego daba inicio y mientras tanto (mientras tratábamos de conquistar territorios y declarar la guerra a nuestros adversarios) los tragos desfilaban imparables uno tras otro. Si no perdías en el Risk, corrías el riesgo de caer derrotado por el alcohol sobre la alfombra que tapizaba el piso y ser víctima de la ronda de vejámenes de los sobrevivientes. Elvis era el único que se mantenía en silencio. Apenas dejaba escapar un suspiro y en su rostro se notaba una risita nerviosa. Bebía eso sí, sendos tragos de su vaso y miraba inquieto hacia todos lados, sudaba, se mordía los labios, miraba el reloj, la disposición de las piezas sobre el tablero, bebía, respondía a la mueca que alguna de las edecanes le lanzaba con la mirada perdida en sus adentros. Magic Wils que parecía estar siempre en todo, lanzó un comentario al aire como para ver quien lo cachaba, pero evidentemente todos sabíamos que era dirigido a Elvis. A ver cuándo salen esos ridículos vídeos tuyos por el internet –dijo–. Nos miramos unos a otros sin dar respuesta. Elvis reía tímido. Estás hecho un galán dijo Magic Wils esta vez acercándose en dirección de Elvis. Vaya que poner tu rostro para defender lo indefendible es de valientes y lanzarlos por las redes sociales es de una osadía que… Magic Wils reía con sarcasmo demostrando que todo lo que decía lo hacía en son de burla mientras se volvía a empinar su trago. Elvis trataba de evadir las provocaciones de Magic Wils quien cantando “suelta el mechón de tu pelo” despeinaba el gelatinoso flequillo que Elvis solía usar.

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Vaya energúmenos, decía Magic Wils, es hora de pasar a otro nivel y cantando con desafino pidió a una de las chicas que le llevara una buena dosis de polvo blanco que él se encargaba de distribuir sobre la mesa sin importarle que un poco se dispersara sobre el tablero de Risk. Hoy si hijos de su router, aprovechen que ésta acaba de llegar de la isla de la fantasía por cortesía de uno de nuestros amigos de la tele. Al escuchar la orden, el Gordo Buñuelo tomaba un poco de aquella coca y se la ponía en las tetas de una de sus asistentes a quien inmediatamente después le daba su buen narizaso. Elévame con tus globos nena. Elvis con su peculiar mirada que parecía faro sin dirección, seguía inmutado frente a todo aquello. Mientras otra de las asistentes le acercó un billete de cien dólares a Magic Wils quien lo enrolló y lo usó para llevarse una línea con toda la pasión que eso le generaba. Esto es lo más notable que hizo tu tata, le expresó a Elvis, traernos los dolaritos que para lo único que en verdad sirven es para darse sus buenos toques porque para lo demás no sirven para ni mierda. Puto pisto sin base, falso, como el aprecio que estas edecanes nos tienen, falso como nosotros también o como este gordo cerote – dirigiéndose al Gordo Buñuelo– que para lo único que sirve es para darle paja a la gente en la televisión. El estado de ánimo de Magic Wils nos incomodaba a todos, pero nadie decía nada pues sabíamos que alguna discordia con él podía significar nuestra sentencia de muerte. Esa tarde yo tuve algo de suerte pues no me dedicó ninguna de sus ofensas y podía sentirme un tanto ajeno de aquel palabrerío que manaba de la tosca boca de Magic Wils. *** 23


Nosotros éramos del equipo de creatividad de la sección de editorial y censura de la R.S.E. S.A. de T.V. Un grupo propagandístico de élite que solíamos juntarnos una vez a la semana para esbozar y desarrollar los lineamientos de la estrategia editorial que debíamos llevar; si bien los cuatro éramos funcionarios de comunicaciones encargados de trasladar las ordenes “de arriba” a todos los medios de comunicación bajo nuestro control: televisión, radio, prensa escrita y digital, también teníamos amplios poderes para orientar lo que debía o no aparecer en esos medios; casi todos recibían nuestras órdenes, además contábamos con muchos ‘analistas’ que aparecían como ‘independientes’ pero a quienes les dictábamos lo que deberían de decir en sus columnas o en los programas de opinión que eran arreglados también por nosotros. Incluso orientábamos a líderes religiosos de todas las expresiones que salían diciendo cualquier cosa que les ordenáramos. Por ello, para motivar nuestra creatividad, los jefes siempre nos tenían las mejores condiciones; es decir un salón especial con mucho whisky, drogas y la compañía de lindas edecanes que la empresa prostituía con famosos clientes del jet set nacional. Más de una vez fuimos acompañados por alguna reina de belleza y hasta contamos con la presencia de alguna cantante mexicana ex-amante de un ex-presidente por cortesía de nuestra cadena aliada en aquel país donde dicen que se firmó la paz. Esa tarde, como todas las tardes en que nos reuníamos, tratábamos de hacer un análisis de lo que estaba aconteciendo y medir a través de fuentes poco transparentes lo que se decía en la opinión pública. Para nosotros hablar de opinión pública era medir en la 24


práctica si nuestro mensaje había llegado a la mayor parte de la población, si ésta expresaba ‘libremente’ de manera casi literal los mensajes que nosotros imponíamos a través de la repetición incansable a través de los medios. Dicen que ese método lo inventó un tal Goebbles, pero nosotros lo habíamos llevado a niveles más efectivos. Por ejemplo, si queríamos hacer mierda a un adversario de nuestros patrones, decíamos, de las formas más sutiles a las más obscenas, que esa persona era una mierda y si la gente luego de un sondeo de “opinión pública” repetía que esa persona era una mierda, sabíamos que lo habíamos hecho bien. Si, por el contrario, los enemigos de nuestros patrones colocaban un tema en los medios que no nos favorecía, nos correspondía a nosotros cambiar el mensaje y hacer que aquello se olvidara. Tuvimos mucho trabajo cuando se destaparon sendos casos de corrupción, pero gracias a nuestros buenos oficios ya casi nadie los recuerda. A tal punto que jamás se investigaron. Todo esto lo hacíamos mientras nos drogábamos porque no había otra forma más efectiva para crear realidades paralelas y nuestros patrones lo sabían muy bien. A nosotros nos gustaban las encuestas porque así podíamos medir la efectividad de nuestras campañas. Por ejemplo, cuando nuestro partido cayó en un bache por los mencionados casos de corrupción, hicimos una maniobra para hacer creer que todos los partidos eran iguales de corruptos, una mierda; meses después casi todo el mundo opinaba de esa manera, la población repetía como un mantra “todos los partidos son iguales, son una mierda”. Nosotros sabíamos muy bien que una encuesta de percepción tiene como objetivo evaluar la influencia de los medios de comunicación en la 25


población; por ello nosotros ordenábamos a los medios lo que debían decir y cómo lo debían decir; por ejemplo, si uno de nuestros adversarios estaba muy bien posicionado simplemente no publicábamos nada de él, no lo mencionábamos, lo desaparecíamos para anularlo por completo de la opinión pública. Cuando esto no funcionaba, entonces nos inventábamos una historia incriminatoria, multiplicando las ideas en las que se le inculpaba (y hasta se le sentenciaba). Si era un sujeto común, lo desaparecíamos y luego se justificaba que todo le había pasado por pobre, otra simple víctima de la delincuencia común. Cuando estábamos de buen humor nos inventábamos campañas esperanzadoras para que la gente se identificara más con nuestros patrones con campañas como Pray for them o We are them, etcétera. Así la gente se conmovía ante el sufrimiento de nuestros jefes olvidándose incluso de sus propios problemas. Lamentábamos no tener una industria cinematográfica en la que podíamos producir sendos montajes fílmicos como en Hollywood, por ello sólo nos quedaban los noticiarios para mantener entretenida a la población con nuestras historias de ficción. ***

Esto lo sabía Elvis como –evidentemente– todo mundo lo sabe. Lo que él no sabía era cómo hacerlo efectivo y por eso lo habían enviado con nosotros. Su tarea era inventarse una historia para distraer a la opinión pública con algún tema sin importancia mientras nosotros encontráramos un caso relevante que pusiera en jaque a nuestros adversarios. Pero Magic Wils se había alterado porque no comprendía cómo una persona incompetente como Elvis, había sido enviado a

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lo que él siempre consideró el grupo de élite de los aparatos ideológicos de los grupos dominantes. Pese a su pensamiento burgués nunca le habían gustado las prebendas, los hijos de papi que utilizaban sus influencias para escalar puestos. Y por eso aquel día le había entrado una gran cerotera contra el tímido muchacho. Pero por un momento Magic Wils se había tranquilizado de la jodedera que tenía, estaba muy concentrado en el juego de Risk por atacar Venezuela, puso las fichas que le correspondían por norma, tomó los dados y anunció: ataco a Venezuela desde América Central. Elvis lo miró sin sorpresa pues había comprendido en poco tiempo que en el juego del Risk, por una extraña razón, Venezuela era el territorio que más nos disputábamos. Hubo varios intentos, pero no fue suficiente, por lo que el juego continuó y Magic Wils aprovechó para llenar su vaso y darse también un pericazo, momento en el que notó que el Gordo Buñuelo ya no estaba interesado en seguir jugando y lo miraba clavado con ojos de maniquí. Vos gordo cerote, no sé cómo putas no te morís. El Gordo lo miró y sólo hizo una mueca que pretendía ser una risa. ¿Ya viste? me preguntó, parece que en este equipo sólo habemos dos personas valiosas, el resto es puro ripio el que nos han mandado. Este pedazo de mierda nada más sirve para ponerse loco y andarle tocando el culo a las chamacas en la tele. Me estás oyendo pedazo de mierda, cerotillo con ojos. Parecía que Magic Wils iba a sacar todo su repertorio de puteadas, cuando Elvis por fin reaccionó y le dijo: ya calmate, o sea, dejá en paz a la gente. Ve y este igualado que ni hablar puede, mirá mono cerote, si vos estás aquí 27


es por puro cuello, entendés, que si no fuera por tu tata y por los de arriba, vos putiando estarías en la zona rosa o Miami. Elvis dejó entonces su impulso y volvió a quedarse callado. En realidad, todos nos quedamos como mudos pues sabíamos que, si Magic Wils seguía tenso, más de alguno iba amanecer serenado en cualquier cuneta del país. Escúchenme bien hijos de su grandísima router, aquí nadie se me va poner al brinco, el que la cague sabe que lo mato hasta con la punta de la moronga y luego doy la orden de que fue por vínculo con pandillas que así me he cargado a mucha gente para favorecer a los patrones. Magic Wils tomó otro trago y miró a su alrededor como esperando alguna reacción nuestra, quizá el último comentario no fue el más acertado pues lo ponía en una situación compleja, sobre todo ante Elvis que hasta ese momento desconocía tal dato. Así que respiró profundo, nos miró a todos –jalando mocos– se rió. Elvis lo espetó, quería saber el trasfondo de su conducta y que porqué la había tomado contra él. Magic Wills, enrojecido quizá por la vergüenza, quizá por el exceso de whisky, respondió casi enseguida, como un empuje del instinto. –Mirá mono, la mera onda que vos me caés mal porque sos un gran pipiolo, porque no la sabés menear. El muchacho lo miró con incertidumbre, había tocado una fibra bastante delicada en su autoestima, dudar de su orientación sexual lo descompensaba a tal punto que los ojos se le pusieron briosos. Como pudo, retomó el aliento y amenazó que abandonaría el equipo si tanta incomodidad nos generaba. Ese fue un golpe bajo pues sabíamos que, si Elvis se retiraba, tendríamos 28


represalias de los de arriba a tal punto de perder nuestro trabajo y así también cualquier oportunidad de escalar puestos. Nos miramos unos a otros y de forma casi coreográfica nos empinamos sendos tragos. De manera insólita, Magic Wils se levantó de su asiento, se acercó hacia Elvis, se disculpó y como muestra de compensación por la ofensa, le pidió que escogiera a una de las chicas edecanes de la R.S.E. S.A. de T.V. y se la llevara a una de las habitaciones. Al principio Elvis no quiso aceptar, pero ante la insistencia accedió. Las chicas se pusieron de pie formando una fila y como un desfile de modas pasaron ante los ojos de Elvis quien al final se decidió por una y se fue al cuarto, el resto esperamos mientras hablamos de cosas sin importancia, clavados en la tele apostando sobre el nuevo embarazo o los problemas de drogadicción de la actriz de turno. Pensando cuál sería la estrategia para ocultar los problemas de nuestros jefes hasta que, un par de minutos después, la chica salió de la habitación con una expresión entre burla y frustración. Al notar nuestras miradas de interrogación, la chica apenas dijo: – ¡Ay dios! si a este bicho lo que le gusta es que le pongan su misma canción. Este Elvis no sabe bailar. Elvis salió despavorido del salón y sollozando se despidió de nosotros. Daba la impresión de que no lo tendríamos de nuevo en el equipo. Magic Wils quitándole importancia al asunto se rascó una nalga y tirándose un pedo nos dijo que para esa semana hablaríamos de las prácticas masturbatorias en los funcionarios públicos y su relación con la calvicie y el sobrepeso. Todos reímos ante la ocurrencia. Ya teníamos tema para seguir distrayendo a la población.

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POR UNOS CUANTOS CENTÍMETROS DE MÁS

La tarde estaba calurosa y no había mucho qué hacer, decidí dirigirme al sitio perfecto a donde –como yo– acuden todos los desempleados: un parque al centro de la ciudad. No era el parque central, si no uno a poquitas cuadras hacia el oriente de aquel. En el camino pasé por un supermercado y con el poco dinero que aún tenía compré medio litro de guaro y un litro de jugo de naranja. Llegué al parque y me senté en una de las bancas que, con suerte, no habían cagado los pájaros. Arrojé un poco del jugo de naranja sobre el jardín y de lo que quedaba en la botella lo completé con el guaro. Era aguardiente del mejor espíritu de caña producido en el país. Lo mezclé bien y me tomé un buen trago. El jugo estaba frío y me refrescó la garganta, apenas y aturré la cara, la mezcla había quedado dulzona. No es fácil estar desempleado y sin esperanzas, pero me lo llevaba bien, aún me sentía joven y creía que podía dar lo mejor de mí para el mundo, eso, hasta que en el puesto de discos piratas más cercano se oía a todo volumen la melodiosa voz de Braulio cantando “en bancarrota” que me devolvió a la realidad. Tomé otro

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trago, esta vez me produjo una pequeña tos. Guardé silencio. El parque estaba lleno de viejos jubilados, quizá por eso le decían el “parque de las palomas caídas”, el ruido de los buses destartalados se mezclaba con el de las ventas de discos y la estridente voz regañona de un pastor evangélico amenazando a los pocos bolitos que lo escuchaban esperando, sin duda, la venida del pan con café. Tomé otro trago. A pesar de aquel estrepitoso ambiente me sentía bien, aún con el desorden y el caos, uno puede sentarse y meditar sobre la vida, sobre la muerte, sobre el tiempo, recordar amores pasados y pasiones fallidas. Podría acostumbrarme a aquello si no fuera por las necesidades materiales que siempre apremian. En eso estaba cuando vi venir hacia mí a un tipo no tan mayor, pero tampoco era un joven, al menos no era de mi edad. Caminaba pausado y a mi parecer un poco encorvado, traía consigo un saco al hombro lleno de latas de aluminio aplastadas. Llegó hasta donde me encontraba y se sentó a mi lado. Como reacción del instinto lo primero que hice fue tratar de esconder las botellas, lo que inmediatamente me pareció una estupidez pues no había manera de ocultarlas. Así que me serené, lo observé un poco y él a mí. Nos saludamos. Quedamos unos minutos en silencio. El tipo no parecía que quisiera irse y yo sentía que debía pelear mi espacio. Sí, porque uno por un extraño sentido de apropiación, cree que todo lugar a donde uno llega es de uno, eso que se expresa en la frase “yo llegué primero”. Pero el tipo no se inmutaba y parecía estar más relajado que yo. No me quedó más remedio que tranquilizarme y le ofrecí un trago, le acerqué la botella 32


y él, cambiando su expresión de indiferencia a una amable sonrisa, se empinó la mezcla de guaro con jugo de naranja y dio un sorbo, parecía un caballero aceptando gentilmente una cortesía. Luego sacó un paquetito hecho de papel, lo abrió y tomó un par de cigarrillos de los cuales me ofreció uno. Lo tomé y me ofreció fuego, encendí mi cigarro y luego él el suyo. Ello me llevó a pensar que era momento de romper el hielo y descubrir si podríamos comunicarnos en un idioma que no fuera el de las gentilezas. Me presenté. Mucho gusto –respondió– y pasaron otros largos minutos de silencio hasta que por fin dijo: Yo soy Tyson. Al decirme eso lo miré detenidamente para descubrir el porqué del nombre, pero aparte de tener la tez morena y la nariz achatada no había otra señal del porqué lo habían bautizado con el apellido del buen Mike. Ni siquiera tenía la cara de emputado del otrora campeón ni la complexión física de un peso pesado. Así que le pregunté por qué le decían como le decían. Es que en mi juventud fui boxeador. Se puso de pie y lanzó unos cuantos jabs al aire e hizo un poco de juego de piernas. Bueno, fui boxeador amateur, pero estuve inscrito en la federación. Era muy bueno, pude haber sido campeón, si tan solo hubiera nacido en otro país, aquí el box sólo sirve para arrear bolos en los chupaderos. La plática me parecía buena, di otro trago a la botella. Le pregunté qué había sido de él. Bueno, si me das un buen poco de tu vitamina te lo puedo contar. En este país, un buen poco significa mucho. Un buen poco es un buen poco. Un poco bastante grande, por lo tanto, es eso, bastante, mucho. No te entiendo. No importa. Le ofrecí la botella y en

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efecto le dio un trago considerable, como si quisiera tragarse los recuerdos. Empezó. ***

Yo era un chico bueno, hacía mucho deporte y no me metía drogas. Veía las películas de Rocky y quería ser un campeón del box, quería ser famoso. Si por la gran puta, era lo que se puede decir un angelito pugilista. Me inscribí en la federación de boxeo y entrenaba duro, ni siquiera me interesaban las chamacas. Para mí, toda la vida se concentraba en el ring. Luego me mudé de casa para estar cerca del sitio de los entrenos, mis padres tenían algo de dinero y me pagaban el alquiler de un pequeño apartamento. Pero mientras yo me dedicaba a formarme como deportista la vida a mí alrededor seguía su rumbo. Una tarde escuché que alguien llamaba a la puerta de mi casa. Era un amigo de infancia a quien le decíamos el Barni, dijo que necesitaba un sitio donde quedarse, que había entrado a la universidad para estudiar algo así como periodismo o comunicaciones y que había conseguido un trabajo cerca, pero con lo que le pagaban no podía alquilarse una casa ni gastarse el dinero en taxis para regresar a su vecindario. Así que me pidió si podía quedarse en el apartamento y que podría ir aportando algo para los gastos. Como era mi amigo accedí y lo dejé vivir conmigo. El Barni era un buen muchacho, se sabía llevar con todo el mundo y nunca se metía en problemas. Nos tratábamos bien. Hasta llegaba a ver mis peleas y me daba mucho ánimo, decía que me admiraba mucho. Mi constancia y mi disciplina le fascinaban, que yo sería alguien en la vida, en fin, creo que quería parecerse un

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poco a mí. Pero él era bastante perezoso, no tenía la fortaleza suficiente como para poder superarse, pero era simpático; quizá su sobrepeso le daba ese aire de un oso tierno, sabés, de esos tipos que a las chicas les parecen abrazables. De hecho, tenía mucha suerte con las mujeres, lo sé, porque lo vi acompañado de algunas chicas lindas que lo llegaban a visitar a la casa. *** La historia de Tyson me parecía agradable, pero no sabía qué relación había entre su amigo y su afición al box, no quise interrumpirlo, pero la vitamina se nos estaba acabando, se lo hice saber y le dije que andaba un poco corto de dinero. Él abrió el saco y revolvió las latas aplastadas, luego sacó una bolsa que parecía contener otras bolsas y dentro de ellas había un estuche, su billetera. Sacó algo de dinero y me lo dio, traete un pulmón de ese mismo que estábamos tomando y otro litro de jugo de naranja, también podés traerte unas bolsas de maní o de chicharras y una cajetilla de cigarros. Aquello me dejó sorprendido, pero me favorecía que Tyson gastara para las compras, por lo que no discutí su orden y me fui rápido hacia el supermercado. Regresé tan pronto como pude y Tyson me esperaba tranquilo, no parecía alguien que había dedicado los mejores años de su juventud a fajarse con otros tipos rudos, (aunque insistieran en llamar aquello deporte, me parecía desagradable pensar que darse de golpes en un cuadrilátero podría ser considerado como tal). Le comenté que no entendía por qué me contaba lo de su amigo cuando había empezado a hablar de su apodo y del box. Porque precisamente por él todo cambió, respondió. Volvió a sacar su billetera y tomó lo 35


que parecía ser una fotografía doblada en cuatro partes, lo extendió y me lo enseñó. ¡Puta cerote! ¡Por dios! era una fotografía de él desnudo con su pene erecto, se miraba enorme, tenía una sonrisa de oreja a oreja y los puños hacia el frente mostrando sus pulgares en señal de buena onda. Mierda, porqué me eseñás esto, si no hubieras sido boxeador ahora mismo te habría pegado un pijazo –le dije–. Tyson nada más rio y guardó la foto. No aguantás nada, dijo. Si era una broma me parecía desagradable –le expresé–. Tyson se puso a realizar la mezcla del aguardiente con el jugo de naranja, lo batió bien y me ofreció la botella, le di un trago y suspiré profundamente, le había quedado potente. Él se puso de pie en posición de un conquistador que espera ser retratado, no pude evitarlo y dirigí mi mirada a la altura de su zíper, pese a que ya no era un joven aún se le marcaba el mueble. The eye of the tiger. Tomé otro trago. Siguió contando. *** Una tarde llegué a casa, iba de un entreno en el cual me habían informado que se realizarían unas pruebas para participar en una competencia que valía como clasificatorio a las olimpiadas; mi entrenador me dijo que tenía muy buenas posibilidades, pero que tenía que seguir entrenando duro y cuidarme, ya sabés, lo que se les dice siempre a los deportistas: nada de licor, drogas, desvelos, sexo, etc. Yo no tenía problemas con aquello pues era justamente lo que evitaba. Yo quería ser un campeón. Llegué con ganas de contárselo a mi amigo, pero aquella tarde estaba con alguien en la habitación, lo supe porque se escuchaban sus risitas y sus voces, yo también 36


me reí y me senté en el sofá, abrí una revista de mujeres desnudas que el Barni solía tener y esperé. Luego lo normal, vos sabés, se escuchaban besos, los ahhh de la chica, los ohhh de él y aquello me estaba poniendo caliente. Me fui hacia el refrigerador y lo único frío para beber eran unas cervezas. Me dije que no habría problema si tomaba una, la destapé y le di un sorbo, al principio me pareció amarga pero no tanto como los menjurjes de hierbas que me hacía para mis entrenos, le di otro sorbo y regresé al sofá. Ahora los jadeos de la chica se escuchaban más fuertes y la cosa se me estaba poniendo dura. Me reí nerviosamente de tener aquellos pensamientos que creía pecaminosos. Dejé la cerveza y seguí hojeando la revista. El ruido de la habitación desapareció y de pronto salió mi amigo vestido sólo en calzoncillos, sudando y con cara de frustración. Le hice un gesto como preguntando qué había pasado y él tranquilamente me dijo que la chica estaba muy caliente, que no lograba satisfacerla y que si podía hacerme cargo de ella; por un momento pensé que se trataba de una broma, pero la chica desde la habitación gritó sugestiva ¡Tyson, te necesito aquí, vení campeón! Parecía que estaba llamando más a un perro que a mí, pero no me importó, vos sabés. Yo estaba caliente y hacía muchos días que no había estado con alguien, me asomé tímido hacia la habitación y ahí estaba aquella chica totalmente desnuda sobre la cama, me miró febril mientras se acariciaba. Hola, hola, y entonces, ¿estás segura?, qué creés. Me desnudé y cuando me quité toda la ropa la chica expresó: ¡púchica! ¡granpoderdedios! Sí, yo ya había notado que mi pene era unos cuantos centímetros más largo que el promedio nacional, lo sabía porque en las 37


duchas del gimnasio había visto otros penes y el mío me parecía un poco más grande, supongo que los entrenamientos y la vida saludable que había llevado toda mi vida hacía que la sangre recorriera mejor por mi cuerpo. Además de mi ascendencia senegalesa. Vos no parecés de Senegal –le dije–, es decir, no conozco a nadie de Senegal, pero me imagino que no te parecés. Es culpa del mestizaje. Culpa del esclavismo. No te entiendo. No importa. No lo sé, lo cierto es que la chica se entusiasmó e inmediatamente se abalanzó hacia mí. Empezamos a hacerlo y ella jadeaba sin parar, mi amigo se asomó para observarnos y se hizo una paja, creo que también se sorprendió cuando vio mi pene y se ahuevó, así que se sentó y le dijo a la chica que cuando termináramos se fuera de la casa y que no volviera. No nos importó ese comentario y lo hicimos durante un par de horas. Luego la chica tomó sus cosas y se fue. El Barni y yo pasamos un buen tiempo sin hablar de aquello. Pero a los pocos días, la chica de aquella tarde volvió a llegar y cada vez que estaba con él, le pedía que yo estuviera presente, que, aunque yo no la penetrara quería ver mi grande y hermoso pene, decía que eso la excitaba más. Aquello se volvió una costumbre. Ella llegaba todos los días y cuando estaban a punto de empezar me llamaban, me pedían que me desnudara y estuviera observándolos, ella se ponía bastante caliente al verme y con ello sentía mucho placer. Luego que ellos acababan, yo me iba a mi cuarto con las revistas del Barni, me masturbaba y así podía acabar. Eso pasó por unas cuantas veces más hasta que mi amigo decidió por terminar la relación con ella.

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Parecía que la cosa había finalizado ahí. También para mí. Lo cierto es que después de aquella experiencia con la chica pasé mucho tiempo sin estar con alguien, el Barni no volvió a llevar a nadie, yo de imaginarme tener sexo, me masturbaba casi todos los días, fui perdiendo la disciplina, ya casi no entrenaba ni cuidaba de mi salud y me fui debilitando de tal manera que no clasifiqué al torneo, mucho menos a las olimpiadas. Me iba a los burdeles, pero después de un par de noches ninguna de las chicas quería conmigo, decían que por mi tamaño debía de pagar más, me fui deprimiendo; llamé a un par de amigas, pero me dijeron que no querían tener nada conmigo. No entendía por qué. Una noche, mientras me tomaba una cerveza reflexionando sobre el rumbo que llevaba mi vida, llegó el Barni notablemente borracho. Se acercó a mí y sollozando me pidió perdón. Perdón de qué o porqué – le pregunté–. Me confesó que se sentía envidioso por el tamaño de mi pene, que las chicas querían probar conmigo, pero él había soltado el rumor que lo mío era exageradamente grande pero que no me interesaban las mujeres, que sólo me había visto con un chico al que dejé bizco después de haberlo penetrado. Yo quise golpearlo por mentiroso, pero él no dejaba de ser mi amigo, nos abrazamos y terminamos bien bolos aquella noche. Traté de volver a los entrenos, pero no dejaba de pensar en que si el tamaño de mi pene se estaba volviendo un problema. Yo no sabía que tener un pene era como tener una mascota, que había que sacarla a pasear y darle de comer todo el tiempo. Así que me dediqué a alimentar mis instintos, sabía que, en el 39


vecindario, el Barni había lanzado el rumor sobre el tamaño de mi pene por lo que me declaré en estado de disponibilidad; contrario a lo que el Barni se esperaba, las chicas en lugar de huir de mí se sentían curiosas, vaya que ha sido la temporada en que más he cogido. El problema fue que por eso me descuidé por completo de mis entrenamientos y mi meta de ser un gran boxeador quedó en el olvido. Ya no tenía horarios, no respetaba los entrenamientos, quedaba a cualquier hora con cualquier chica que me contactara. La casa parecía un sitio de peregrinaje de la gran retahíla de chamacas que desfilaban para cerciorarse del tamaño de mi miembro. El Barni se fue sintiendo celoso y sabía que la envidia se estaba convirtiendo en odio. Poco a poco dejó de hablarme y ni me consideraba su amigo. Hasta que a los días decidió marcharse de casa y dedicarse por completo a sus estudios. Mientras tanto yo disfruté de mi racha de amante de vecindario tanto como pude, quedaba hasta con dos o tres mujeres en un mismo día, lo hacía toda la semana, dejé de ir a los entrenos, por mi indisciplina me sacaron de la federación. Mis padres me dijeron que si no continuaba con los entrenamientos ya no me apoyarían y me quitaron el apartamento. Había perdido todo lo que tenía por culpa de mi pene. Poco a poco fui vendiendo mis pocas pertenencias. En un principio me quedaba en las casas de mis amantes, pero pronto se perdía la magia. Ninguna quería tener un vínculo afectivo conmigo ni hacerse cargo de mi vida. Total, al final ya no me hice famoso ni un campeón como lo había deseado. Busqué empleo en varios sitios, pero era el momento en que habían privatizado muchas empresas y la flexibilización laboral 40


era la moda. Como no sabía hacer nada más y me fui volviendo alcohólico, paulatinamente me quedé en la indigencia, mendingando o recolectando latas para poder sobrevivir; al contrario, años después supe que el Barni sí se hizo famoso como comunicador, como presentador de radio y televisión especialista en lanzar rumores o dar noticias falsas; mientras que yo, a esta altura, no tengo nada más que los recuerdos. Me he quedado sin nada. Por unos centímetros de más. Bienvenido al club –le dije–. Después de unos minutos de silencio, Tyson me miró lánguido, tomó un buen trago directamente de la botella de licor, se puso de pie, agarró su saco lleno de latas aplastadas, se despidió con un ademán y siguió su camino. Sentí un poco de pena por Tyson, me había parecido un tipo simpático que se merecía algo mejor. Viendo a la distancia parecía un hombre encorvado a quien le pesaba el destino. O quizá sus pocos centímetros de más.

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FEOS Y MALOS

Cuando Gael nos enseñó la pistola, todos los demás lo miramos con asombro. Jamás creímos que hablaba en serio cuando nos compartió su idea de utilizar un arma. De hecho, casi nunca lo tomábamos en serio, pero esta vez no había manera de dudar. Gael llevaba consigo un revólver dentro de su bolso de manta e hizo que lo miráramos con discreción para comprobar que esta vez no mentía y luego puso el bolso en el banco donde estaba sentado. Benicio fue el primero en reaccionar y le preguntó a Gael cómo la había conseguido. Era de mi padre –respondió–. Nos miramos unos a otros. En serio, aseveró Gael, asumiendo que no le creíamos. Es de las pocas cosas que le quedaron y que me heredó, aunque no sé si funciona, nunca la he utilizado. El arma provenía de un baúl secreto que sus padres habían conservado luego de haber sido miembros de una estructura político militar durante los años ochenta. Pero tampoco eso le creíamos, a mí me parecía que era su excusa para sentirse ideológicamente cercano a nosotros, sin embargo, daba igual, el arma era una realidad. De todos Gael era el que más sabía de poesía, el único que había estudiado literatura y en ese sentido lo considerábamos talvez no nuestro maestro, pero si un 43


guía. Mientras nos manteníamos callados y un tanto nerviosos pensando en el Plan, cada quien miraba en el menú a manera de esconderse frente a los demás. Benicio fue el primero en ordenar, siempre era así, de todos era el más hambriento, nunca se saciaba. De todos era al que más le tenía confianza y sabía que con él nuestro Plan se podía llevar a cabo hasta el final asumiendo todas las consecuencias. Era un chico rudo y no se dejaba amedrentar. A él era a quien más miedo le tenían las demás bandas y era por decirlo de algún modo, el delirio de las chicas. Porque, claro está, nosotros éramos una banda que nos hacíamos pasar por un grupo de poetas, pero esa era nuestra fachada, a esa edad lo que nos importaba era controlar el territorio de la bohemia para transar con drogas. Usábamos los recitales y cualquier otra actividad para nuestros negocios y así éramos reconocidos. Como éramos unos pésimos poetas una de las otras bandas – no sé exactamente cuál– nos bautizó con el nombre de los Feos y Malos o la Banda FM, pero la población civil nos reconocía como los feomalditos, que a mí me gustaba más. Nuestro principal rival era la Banda AM, así conocida porque ellos se autodenominaron los Auténticos Maestres, nombre sacado a partir de que la totalidad de sus miembros habían ganado casi todos los juegos florales y muchos otros certámenes de poesía a nivel nacional e internacional, lo que los colocaba en una situación ventajosa pues ellos pasaron a ser jueces en casi todos los certámenes y así podían decidir quiénes eran los buenos y los malos poetas; solían entregarle los premios a aquellos que les parecía podían integrar su banda y convertirlos en unos Auténticos Maestres, ellos también traficaban con drogas pero a más alto nivel, así 44


como también con armas, entre otras cosas. La rivalidad entre la Banda AM y la Banda FM era por todos conocida, al menos en el ámbito de los poetas. Justo estábamos por ordenar cuando a lo lejos se oyó un grito: “¿Qué ondas feomalditos?” el grito era de un chico al que le decíamos Sputnik, era un poco menor que nosotros y por alguna extraña razón le caíamos bien. Quería ser parte de nuestra banda, pero nosotros no estábamos muy convencidos, aunque funcionaba bien como un satélite (de ahí su apodo) que nos mantenía informados de las acciones de las otras bandas y solía ser buen operativo; podría haber sido considerado uno de los nuestros, pero temíamos que su adicción a las drogas nos podría comprometer. Porque hay que saber que, si bien nosotros traficábamos, o más bien dicho “menudeábamos” con drogas, no las consumíamos, teníamos eso como política interna: no consumir drogas y no emborracharse, mucho menos si estábamos en acción. De lo contrario nosotros mismos habríamos arruinado el negocio. Sputnik tomó la bolsa de manta de Gael y abruptamente la colocó sobre la mesa, lo que nos puso aún más nerviosos. Puta, que piedras llevás que como pesa esta mierda –dijo–. Callate cerote –reaccionó Gael– y delicadamente puso la bolsa al lado de donde él estaba. Volvimos a quedarnos callados hasta que al final cada quien ordenó lo que le apetecía, yo siempre pedía dos pupusas de queso con frijoles y una cerveza. Solíamos reunirnos en aquella pupusería casi todas las noches, así mientras planificábamos nuestras acciones evitábamos los ambientes llenos de artistas a quienes sólo nos interesaba venderles nuestra mercancía, en aquella pupusería nos tomábamos un par 45


de cervezas cada uno para luego salir a ofrecer nuestro producto, en los bares casi nunca bebíamos a menos de que alguien nos invitara tratando de no ponernos demasiado ebrios. La gente cuando nos miraba ya sabía de nuestras andadas. Nuestro centro de operaciones era el Xibalbar, allí todo mundo nos conocía muy bien y nosotros conocíamos muy bien a todo el mundo. A veces solían aparecer rostros nuevos que llegaban por alguna recomendación, pero casi nunca atendíamos a desconocidos. El transe era sencillo. El cliente se asomaba a nuestra mesa y decía una frase como “hoy me ligo un duplex” y eso significaba que quería dos dólares de marihuana. “Está sazona la luna” significaba media onza de coca y si agregaba “hasta los perros ladran”, era la onza completa. Así, uno de nosotros se dirigía al baño, preparaba el pedido, el cliente llegaba segundos más tarde y se hacía el intercambio. Nuestra mercancía era famosa porque en cada envoltorio dejábamos nuestro slogan: “He aquí vuestro placer, vuestro placebo”. Teníamos un mercado cautivo bastante bueno. *** Maricarmen había sido actriz de cine, aunque sólo apareció en un par de películas de bajo presupuesto, trató de actuar en teatro, pero no pasó de realizar personajes secundarios. De nada habían valido sus estudios superiores en artes escénicas, cuando recortaron el fondo para las artes sólo necesitaban burócratas, no artistas. Trató de estudiar algo de gestión cultural y fue así como hizo un diplomado a distancia con alguna universidad de algún país que no recordaba, al menos eso le sirvió para ser asistente en una 46


institución encargada de gestionar fondos para pequeños proyectos artísticos. Su vida iba de lo más tranquila, hasta que un día, buscando algo de mota en el barrio de Lavapiés de la ciudad de Madrid, se cruzó con un chico dominicano con quien congenió inmediatamente. Si la mota le parecía buena, más buena le parecía la cadenciosa manera de hablar de aquel moreno latino. Ella lo invitó a liarse un porro en su apartamento y al instante los liados eran ellos mismos en la habitación. El encuentro de dos mundos se había consumado. Maricarmen pronto se enamoró de aquel chico dominicano. O, mejor dicho, se había enamorado de la forma en como aquel chico dominicano la follaba. Él, mejor que nadie sabía complacer todos los deseos sexuales de la defenestrada actriz convertida en gestora cultural. Él sabía qué tipo de mota le ponía más y cómo más le ponía las veces que le intentó enseñar a bailar merengue y bachata en aquel bullicioso bar de Lavapiés. Ella pensaba en casarse hasta que una mala movida del chico dominicano lo llevó a huir de las autoridades migratorias y a desaparecer de la vida de Maricarmen. Todo había parecido una ilusión. Por ello, cuando semanas después en la oficina de cooperación al desarrollo, le avisaron de la vacante de un puesto de trabajo como gestora cultural en un paisito de América Central del que nunca había escuchado su nombre, decidió que era para ella. Total, las cosas por la madre patria no andaban muy bien y quizá, los aires de aquel país caribeño era lo que necesitaba. Porque Maricarmen por una extraña razón creyó que Centroamérica quedaba en el Caribe cerca de República Dominicana que tampoco sabía dónde quedaba exactamente. Es así 47


como aplicó al trabajo y unos meses después estaba viajando hacia aquellos parajes desconocidos que suponía lleno de hombres morenos, merengues, bachatas y, sobre todo, mucha mota tropical. ***

Mientras transábamos menudeado en el Xibalbar, seguíamos dándole vuelta a nuestro Plan. Sabíamos que no era una buena idea abordarlo en aquel ambiente, pero no teníamos mucho tiempo para planificarlo. Es decir, que a esas alturas nuestro Plan aún no tenía un plan. Mientras hablábamos tapábamos nuestra boca como a quien le hiede el aliento para que no nos leyeran los labios, mirando para todos lados mostrándonos bastante sospechosos. Sputnik se nos acercó sujetándose de un vaso de ron con monte. Porque Sputnik aunque quisiera aparentar ser un marginal como nosotros, tenía pisto y eso le permitía pasar chupando de a galán toda la noche. ¿Que se traman pues feomalditos? Algún su recital se están armando, va, y no quieren invitarme. Yo lo miraba casi con desprecio, pues si nosotros éramos feos y malos, éste era pésimo y asqueroso. Tratamos de despacharlo, pero no entendía, así que tuvimos que abortar la conversación y quedarnos en silencio aparentando que estábamos ahí esperando que la clientela se nos acercara. Eventualmente tocábamos algún tema relacionado con la poesía, para ello Gael era un especialista, con sus amplios conocimientos en el tema, dejaba nokeado a cualquiera, tanto que yo ni recuerdo las cosas que decía, nunca me interesé realmente por aquellos temas, pero era bueno que Gael sí, porque eso le daba un buen camuflaje a nuestras andadas.

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Cuando Maricarmen arribó al aeropuerto le sorprendió la poca presencia de morenos altos y fornidos como según había creído que abundaban en estas tierras. Por el contrario, parecía que el país al que llegaba estaba plagado de cobrizos bajos y mal nutridos. Eso sí, el calor era parecido a lo que se imaginaba y agradecía haber traído su docena de vestidos adquiridos recientemente en una tienda de ropa tribal administrado por un viejo pakistaní. Los funcionarios de la Liga Franco Española la estaban esperando en la salida del aeropuerto con un frío recibimiento que contrastaba con el cálido clima e inmediatamente la llevaron hasta el que sería su apartamento por los dos años en los que estaría expatriada. En el trayecto no dijeron una sola palabra. Maricarmen anhelaba que en aquel momento hubiese sido su moreno dominicano quien le recibiera y al llegar al apartamento arrojar las maletas y hacer el amor durante una semana en medio de la música de Juan Luis Guerra y mariguana recién traída de los cultivos de la costa caribeña. Pero no, eran dos funcionarios de la Liga Franco Española que sólo sabían hacer preguntas de la situación en la vieja Europa y confesiones de los defectos de este país. Pensaba que había venido a perder el tiempo y su vida. La dejaron en lo que sería su apartamento, advirtiéndole que al día siguiente tendrían una reunión para explicarle sus responsabilidades como nueva directora de la Liga Franco Española. Esa noche mientras tomaba una ducha con agua caliente, pensó en su moreno dominicano y mientras el agua le recorría todo el cuerpo, se masturbó.

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Gael tenía prácticamente todo resuelto: el arma con sus respectivas municiones que pretendíamos no utilizar, el auto (tomaríamos prestado el de Sputnik que era la única persona cercana que conocíamos que tenía carro), la casa, las lianas, los pertrechos que considerábamos suficientes para unos cuantos días de privación de libertad. Porque si no lo he mencionado aún, la esencia de nuestro Plan era el secuestro de la nueva directora de la Liga Franco Española, quienes recientemente habían anunciado la convocatoria para participar en un certamen de poesía cuyos premios para los primeros tres lugares consistían en una suma de dos mil dólares para el primer lugar, mil dólares para el segundo y quinientos dólares para el tercero, los tres con publicación, diploma, y la posibilidad de viajar a España y Francia para las presentaciones de los trabajos. Cuando leímos la convocatoria una mezcla de esperanza y frustración nos invadió. Los premios nos parecían seductores, pero sabíamos que serían los miembros de la Banda AM los que ganarían. Porque ellos siempre ganaban y, porque sabíamos de sus nexos e influencias en la Liga Franco Española donde habían ganado todos los certámenes convocados por aquella institución a la que llamaban “la gallina de los huevos de oro”. Es así que ideamos nuestro Plan o, mejor dicho, que a Gael se le ocurrió realizar esa acción para impedir que los de la Banda AM ganaran una vez más y garantizar que aquellos premios nos los dieran a nosotros. Era un plan aparentemente sencillo. Secuestrar a la nueva directora de la Liga Franco Española, ejercer presión para que nos dieran a nosotros los premios así: primer lugar para Gael, 50


segundo lugar para Benicio y tercer lugar para mí (que de los tres era el más malo, pero no el más feo); así como la garantía de llevarnos de gira por España y Francia y acceso a becas. Sépase que no nos interesaba el prestigio, sino el dinero y crear redes para ampliar nuestro mercado en el mundo del tráfico de drogas. Ése, en resumidas cuentas, era nuestro famoso Plan. Lo primero era asistir a la fiesta de presentación de la nueva directora. En ese mismo evento anunciarían oficialmente la convocatoria para el certamen de poesía, habría cóctel sin duda, porque a pesar de la crisis, en estos eventos oficiales nunca faltaba el vino. Así hicimos aquel día, nos reunimos en una esquina a unas pocas cuadras del local de la Liga, los tres vestíamos con nuestros mejores trapos, yo le pregunté a Gael si traía el arma, me contestó con un no jodás cerote, como voy andar con esa mierda en la calle. Benicio y yo nos miramos confundidos, pero al mismo tiempo aliviados, al menos no mataríamos a nadie. Nos aromatizamos con un poco de pachuli que Gael llevaba en un pequeño frasco. A las europeas les gusta este olor, es en serio cerotes –nos dijo–. Caminamos pretendiendo llegar un poco más tarde que la hora de inicio de la actividad. Cuando llegamos ya estaban ahí algunos de la Banda AM que nos miraron con recelo. Estaban en círculo sosteniendo grotescamente sus copas de vino y riendo con sorna ante sus propios chistes que las chicas rubias, y también morenas, con quienes conversaban no entendían. Los pasamos por alto y nos dirigimos hacia la mesa donde servían el vino y los bocadillos, tratando de identificar a la nueva directora de quien no teníamos ni puta idea de su apariencia. El lugar estaba lleno de gente europea y aparte de los de la Banda AM y anexos 51


algunos bastante rubios también, nosotros éramos los únicos verdaderamente nativos. Luego sonó una voz que desde el micrófono anunciaba el inicio del evento y nos invitaba a acercarnos. Lo típico, palabras de bienvenida, salutaciones al ex-director de la Liga Franco Española, un miembro de la Banda AM que interrumpió “transgrediendo” el protocolo para leer un poema dedicado a la noble labor del despedido. Hasta que por fin llegó el momento de la presentación de la nueva directora a quien recibimos con un fuerte y caluroso aplauso. Su nombre era Maricarmen y notablemente nerviosa dio las gracias por el recibimiento confesando que estaba muy emocionada, que siempre había querido conocer este país, que de lo poco que había visto ya sentía que le gustaba vivir aquí y un largo y poco sincero discurso que todo el mundo, incluso nosotros, terminamos aplaudiendo con euforia. Después anunció sin mucha importancia la convocatoria para el concurso de poesía, uno de los premios de más renombre que entregaba la Liga Franco Española y al final nos invitó a quedarnos para disfrutar del buen vino y la recepción. Teníamos que actuar rápidamente, antes de que nos ganaran el mandado. ***

Después de su discurso, Maricarmen sintió calambres en el estómago y decidió ir al baño. Sabía que todo aquello era una farsa, que ella no estaba a gusto en este país del que sólo había visto notas criminales, de balaceras y asesinatos en los noticiarios. Se sentía insegura y ni siquiera la probabilidad de un buen polvo le entusiasmaba. Mirando su rostro en el espejo pensaba en aquel moreno dominicano y le dieron ganas de 52


fumarse un porro. Después de enjugarse delicadamente el rostro, decidió mandar todo por culo y regresar al salón principal. Sus responsabilidades diplomáticas le obligaban a saludar sonriente a los invitados. ***

Cuando la nueva directora reapareció en el salón, yo ya tenía varias copas de vino dentro, por lo que me sentía más sociable. Así que no dudé en abordar a Maricarmen presentándome con un efusivo saludo, con beso y abrazo incluido, ella sonrió sorprendida. La llevé donde mis compinches y se presentaron, Gael inició con un breve discurso con anécdotas y datos históricos de importantes poetas españoles, mientras Benicio, indiscretamente le pasó el escaner y sonrió maliciosamente. Ya entrados en confianza ella preguntó si sabíamos dónde conseguir mota. Estás en buenas manos le dijimos, pero que si quería fumar ese no era el mejor sitio, sabido es que la mayoría de los ahí presentes eran adictos pues con muchos de ellos habíamos hecho negocios, pero dentro de la Liga no estaba permitido el consumo de drogas ilegales, por ello le sugerimos que la llevaríamos a un sitio donde estaría más a gusto y donde podría fumar tranquilamente todo lo que quisiera. Ella nos pidió esperar un rato más hasta que terminara la recepción, lo cual hicimos. Alguien a lo lejos preguntó dónde seguiría la fiesta y otro respondió gritando que en el Xibalbar, parecía que había acuerdo. Maricarmen se nos acercó preguntando qué haríamos y le dijimos que podríamos ir un rato al Xibalbar pero que después mejor fuéramos a otro lugar, ella accedió y en breve llamamos a Sputnik para que nos recogiera en su carro y minutos después nos fuimos hacia el bar para luego

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irnos a la casa que habíamos preparado según nuestro Plan. El auto era manejado por Sputnik, Gael de copiloto y en el asiento de atrás, Maricarmen al centro, Benicio a su derecha y yo a su izquierda. Sacamos el primer porro, ella estaba muy agradecida y dio una profunda calada que parecía que se lo terminaría de un suspiro. Minutos después todo parecía risas, ella nos pidió pasar a un sitio para comprar ron y lo que quisiéramos, que ella nos invitaba como gesto de agradecimiento. En la tienda de una gasolinera nos apertrechamos de lo necesario y nos dirigimos al Xibalbar que como era de esperarse estaba asquerosamente lleno, toda la red de la banda AM estaba ahí concentrada, absortos al vernos entrar con la nueva directora de la Liga, algunos pretendieron abordarla, pero ella se sentía incómoda en medio de aquellos olores y miradas acechantes. Nos ubicamos en una mesa y casi de inmediato uno de los de la banda AM pidió sentarse con nosotros, mientras yo me fumaba un cigarrillo, el tipo empezó a hablar babosadas que nadie le entendía sobre las diferencias entre Góngora y Quevedo hasta llegar a decir que nosotros éramos una mierda, al escuchar esto, Gael se paró y le pegó una gran pechada que hizo que el pobre chico revirara en el suelo. Todo mundo se puso de pie y casi se suscita la tremenda trifulca. Yo intenté reventar un envase para procurarme un arma blanca pero la puta botella salió rebotando para otro lado. En ese momento me entró el dilema sobre la importancia de haber llevado la pistola y las consecuencias de las balas perdidas. El dueño del Xibalbar nos pidió que nos calmáramos y que mejor nos largáramos. Maricarmen se asustó de cómo se dirimían 54


las diferencias en este país así que en breve nos pidió que nos fuéramos y como si nada, pronto estábamos en casa. La casa era de un tío de Gael que vivía en los Estados Unidos quien la había dejado al cuidado de su sobrino. Tenía todo lo necesario para pasar un buen tiempo ahí. Cuando entramos, yo me fui directamente a la cocina a preparar unos tragos, Gael se dedicó a poner música y Benicio en ese momento ya le estaba haciendo el indique a Maricarmen. Sputnik observaba un tanto intrigado todos nuestros movimientos hasta que lo llamé a la cocina y donde, a pesar de mi desagrado, tuve que compartirle nuestro Plan; él se asustó, pero no tenía más remedio que ajustarse a lo que teníamos planeado. Pasaron un par de horas entre conversación, tragos y el consumo de la mariguana más fuerte que teníamos. Por ahí salió algún lineazo de coca del que sólo Maricarmen y Sputnik degustaban. Sputnik se sintió un poco mal no sé si por las drogas, el alcohol o por el miedo de ser cómplice de todo aquello y decidió marcharse. Después, con un disco de Adrenalina –que por aquella época estaba de moda– como música de fondo (la bacha, la bacha, que muera la bacha), Maricarmen se quedó dormida en los brazos de Benicio. Intentamos despertarla pera ella no reaccionó, así que decidimos que era el momento de atarla a una silla y la amordazamos con una liana que habíamos hecho de trapos viejos. Tomamos unos tragos más y nos fuimos a dormir. Esa noche se fue con el olor a espíritu joven que transpirábamos. A la mañana siguiente, muy temprano, Gael y yo nos fuimos para trabajar un comunicado dirigido a la Liga y del que esperábamos una respuesta satisfactoria a nuestras peticiones. Benicio 55


se quedaría cuidando a nuestra secuestrada, esperando a que volviéramos. ***

Dentro de aquel garaje, Maricarmen sujeta a la silla con unas pitas de plástico y con su boca amordazada con trapos sucios de colchas viejas, hacía que sus ojos azulverdosos resaltaran por sobre todas las cosas, Benicio quien era el único que se había quedado custodiándola, la miraba mientras trataba de sintonizar alguna radio decente. Ella no sabía quitar su mirada escalofriante de chivo en matadero de aquel torso desnudo que le sugería su primera escena de sexo tropical en el trópico y Benicio, que no perdía ni la más mínima oportunidad, le hizo saber que aquellas carnes flácidas y cobrizas podrían ser todas de ella sujetándose sus “llantas” y meneándoselas al ritmo de una cumbia sabanera. Benicio se le acercó al calor de la música y al oído descubierto le preguntó ¿y por qué no nos besamos? Ella quiso decir algo pero su boca llena de telas viejas le impedía expresar palabra alguna, por lo que Benicio asumió que tenía que actuar sin esperar ninguna orden de aprobación. En ese momento se imaginó que no eran sus labios los que le acercaba a la olvidada actriz, sino su miembro viril y bien erecto que surgía al acercamiento de aquella nueva expresión del síndrome de Estocolmo, primero como un termómetro de carnes afrodisíacas y luego como sustituto de la mordaza que ya dentro de la boca española simulara un sonajero humedecido por el placer de tenerlo todo dentro de su boca. Benicio le quitó la mordaza y volvió a sentarse frente a ella. La miraba como un grogui, ella no entendía aquella expresión, hasta que por fin él preguntó: ¿Es 56


cierto que las europeas no se bañan? Ella reaccionó inquieta, yo pensaba lo mismo de vosotros. Ustedes tienen fama de que no se bañan. Y yo pensé que vosotros aún vivíais con taparrabos comiendo bananas debajo de una palmera. Ambos sonrieron. Yo hasta me depilo declaró Benicio sugerente mientras sin pedir permiso se desnudó completamente para mostrarle a Maricarmen su cuerpo rapado. Al ver aquello lo que menos le importó fue ver la piel completamente desnuda de Benicio, pues sus ojos se enfocaron ardientes hacia el pene que a esa altura y quizá como producto todavía de la pedera, le parecía apetecible. Eso le llevó a recordar al chico dominicano que le había mostrado los más gratos placeres de la vida y por un momento se sintió excitada, a tal punto que le encendieron los deseos por tener aquel pene dentro suyo. Aquella escena le parecía extraña pues entre el miedo por sentirse prisionera de unos jóvenes alocados y la excitación que le provocaba ver la polla parada de aquel chico desconocido sintió que su deseo iba en aumento. Hasta que al fin no pudo soportarlo más y le confesó a Benicio que se la quería morder. Como parecía esperarlo, él le acercó su miembro para que hiciera efectiva le felación metiéndole la pija que, en menos de lo esperado, terminó con una corrida que se deslizaba por el rostro de la secuestrada. Ella, un poco frustrada por la brevedad del acto se limitó a decir que no se esperaba más, suspiró y se relamió los labios que, cubiertos del caliente semen, se sentían pegajosos. Horas más tarde apareció Sputnik quien llevaba unos vasos de sopa instantánea para el desayuno y algunas sodas en caso de resaca, acto que fue muy bien agradecido. Benicio, que recién se había bañado, se 57


dirigió a la cocina para calentar agua. Sputnik se sentó frente a Maricarmen quien aún mostraba señales de la chilguetiada que le había caído. Él la miró impresionado y ella, aún excitada le hizo un guiño y volvió a saborearse los labios por lo que Sputnik sintió que la cosa se le ponía dura. Benicio salió de la cocina con la sopa preparada y la ofreció, pero nadie quiso comer así que las dejó sobre la mesa de la sala. Anunció que saldría a realizar unas diligencias y le encargó a Sputnik cuidar de la “huésped”, él accedió sin problemas y en unos instantes ya sólo se encontraba Maricarmen con su nuevo vigilante. ***

Estando solos, Maricarmen probó pedirle a Sputnik que si follaban pues Benicio intentando seducirla le había dejado caliente pero no había sido complacida, le confesó que se quería quitar las ganas con él prometiéndole portarse bien o mal según se lo pidiera. La ingenuidad de Sputnik y las grandes ganas de coger lo llevaron a acceder inmediatamente para lo cual la desató y la llevó de la mano hacia una de las habitaciones en donde follaron brevemente diciendo adiós a la virginidad de aquel remedo de poeta. Después de eso tuvieron tiempo de hacer una siesta y soñar con futuros compartidos. ***

Cuando regresamos por la tarde nos encontramos con la sorpresa de una casa vacía, no había rastros ni de Sputnik ni mucho menos de Maricarmen, nos jalamos los pelos estupefactos e incrédulos, nuestro Plan parecía haber fracasado. Decidimos desaparecernos por un tiempo hasta tener claridad de lo

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que había sucedido, temiendo a las consecuencias de aquel acto. Dejamos de ir a los sitios que frecuentábamos, principalmente el Xibalbar y, por supuesto, abandonamos nuestras actividades de narcomenudeo. Yo no recuerdo que pasó durante los meses siguientes pues, del rencor que sentía por el Plan fallido y el miedo a lo que podía sucedernos como castigo a nuestros actos, me había agarrado una gran zumba que me hizo borrar el casete. Siempre me pareció extraño de que no hayan girado una orden de captura contra nosotros. Me desentendí de Benicio y Gael, de Sputnik no me importaba saber nada pues era seguro que él había dejado en libertad a Maricarmen. Y así pasó el tiempo hasta que un día nos reencontramos. Gael nos convocó para compartirnos una noticia, sentados en unas bancas del parque leímos en un periódico la nota de que un joven poeta salvadoreño había sido publicado por una importante editorial en España. En la foto aparecía Sputnik vestido en impecable frac y corbata sujetado de la mano de Maricarmen. Ella, de pie y de perfil, con el rostro radiante de felicidad, mostraba su vientre embarazado.

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PIERNAS LOCAS

Su padre siempre lo preparó para ser el mejor atajador de todos los tiempos, quería que fuera mejor portero que la Araña Magaña o aún mejor que Lev Yashin “La Araña Negra”. Quizá por haber nacido un quince de junio de mil novecientos ochenta y dos, día en que por una mala jugada de dios le propinaron diez goles a la selecta, con el pobre de Ricardo Guevara Mora como arquero, su padre decidió que había sido el destino y no otra cosa lo que orientaba que su hijo debía salvar la imagen del país. Tenés que ser el mejor de todos los tiempos le indicaba casi como una orden militar, pero Piernas Locas nació para el dribling, para llevarse por encima a todos los rivales, para construir jugadas en el medio campo y hacer goles de antología. Con su porte espigado, flacucho y altivo, era el mejor delantero que se había visto en los arrabales de aquel cantón extraviado que nadie sabe ubicar en el mapa. Lo demostraba cada tarde de juegos improvisados mientras llevaba a pastorear las dos vacas familiares en aquel pastizal que funcionaba al mismo tiempo como potrero y como cancha de fútbol. Por más jornadas de arduo entrenamiento que su padre le hizo sufrir bajo los tres palos, Piernas Locas demostró que era un chico de campo.

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En la escuela no sabía nada de aritmética, ni de geografía; apenas había escuchado de un país llamado Brasil, del cual sabía que ganaron la copa del mundo del noventa y cuatro y del cual no le importaba el nombre de su capital. Pero aprendió a celebrar los goles como su ídolo Bebeto, aunque Piernas Locas a esa edad nunca había llevado un bebé en los brazos. Su vida era el balón en sus pies al que sabía llevar felizmente hacia el gol, eso lo supo mientras estudiaba el bachillerato cuando, jugando para la selección del instituto, hizo uno de los goles más recordados por su generación y que le valió ganarse un besito de la reina del instituto. El gol era alegría. Uno de sus profesores, profeta de los cracs, al advertir que el talento de Piernas Locas no estaba en los salones de clase sino en las canchas, lo llevó a probarse con el equipo local de la tercera división que rápidamente lo fichó como una de sus promesas. Este, a los pocos meses lo cedería a las reservas de uno de los clubes más importantes del país e inmediatamente lo abrazaron como uno de los suyos, como el sustituto de la magia de uno de los mejores futbolistas de toda su historia, aunque para esos días no le daban ni para el pasaje del autobús; es así que en esos primeros meses como reservista del equipo, acudía a los entrenos con dinero prestado o que le daba su padre como producto de la venta matinal de la leche que le extraían a las dos vacas familiares. Pero poco a poco se fue haciendo un lugar en el equipo e inmediatamente fue convocado para el equipo mayor, había promesas de salario y premios. Piernas Locas sólo quería jugar. Cuando debutó con el equipo mayor, apenas comido y vivido, metió tres goles de leyenda, en las 62


estadísticas quedó como el primer “hat trick” de un debutante en liga mayor, parecía que bailaba twist con el balón. Había nacido un nuevo ídolo de la fanaticada a quien ya le habían llegado los rumores de la novel promesa, pero que hasta esa tarde fue testigo de ello. Ni uno, ni dos, ni tres rivales daban abasto para marcar aquel chico que llevaba en sus piernas una joya del fútbol nacional, fue en ese momento que por su particular manera de driblar le apodaron el Piernas Locas. Asentado ya en el equipo soñaba cada vez con cosas más grandes. Una vez le preguntaron para qué equipo le gustaría fichar, dudó un momento, pero luego respondió casi salomónico: para el Real Madrid o para el Barcelona, porque sépase bien, que en la cabeza de Piernas Locas no había lugar para las diferencias ni disputas históricas, poco a poco se fue enterando que la única ideología en el fútbol es la de las ganancias que se miden en millones de dólares. Lo supo cuando, luego de ganar la liga nacional en aquel año, le dieron como premio un auto que aprendió a manejar poco a poco. La siguiente temporada iniciaba con la noticia de que Piernas Locas sería el único jugador en toda la liga en ser fichado por más de una temporada, un acontecimiento histórico para una liga de semi profesionales que cada año tenían que renovar contrato o jugar casi de gratis. Es así que en esas fechas pudo comprarse una casa y otro carro, volvió a su pueblo para ofrecerle matrimonio a la ex reina del instituto con quien meses después se casarían. Ese año volvió a ganar la liga y el título de máximo goleador. Piernas Locas era todo un ejemplo para chicos y grandes.

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Su profesión iba en ascenso. El siguiente año volvería a ser noticia al firmar para una importante marca deportiva un contrato de patrocinio. Ni equipos enteros lo habían logrado nunca y Piernas Locas era así el primer jugador que lograba rubricar un contrato individual con una empresa, luego le sucedieron otras y el rostro de Piernas Locas aparecía en banners, rótulos, spots televisivos y hasta en camisetas. Era la imagen de gaseosas, yinas y empresas lotificadoras. La gente lo adoraba, era un verdadero ídolo nacional de masas. Fue así como lo convocaron a la selección nacional y uno de los sueños de infancia de Piernas Locas se hacía realidad. No hay que obviar que en su debut con el equipo de todos, en una ciudad de Estados Unidos y en una estupenda noche y pese a las genialidades de Piernas Locas, no se logró obtener el resultado; es así que aprendió de la derrota sin perder las esperanzas. Sin embargo, esa noche le dieron ganas de tomarse un vaso de leche con vodka. Pero Piernas Locas no se dejaba vencer y en el segundo juego de la gira, se echó el equipo a los hombros y lo encaminó a un sendo triunfo contra una selección del Caribe del que Piernas Locas nunca había escuchado, pero lo celebró a lo grande. Al ser entrevistado por un periodista de una importante cadena de televisión, sus inmortales palabras quedaron registradas: “Bueno, primeramente, quiero agradecer a dios por este triunfo y a la noble afición que vino a darnos el respaldo, lo importante fue que nos aplicamos, seguimos las recomendaciones del profe y dimos el todo por el todo, sólo nos queda seguir trabajando y pensar en el próximo partido”. Piernas Locas se rascó la nariz y se retiró corriendo a las duchas. 64


De regreso al país le informaron que en su equipo tendría un nuevo compañero de ataque, su nombre era Fernandinho Pipoca, un brasileño que había llegado para reforzar la delantera, la magia de ambos los convirtió en una de las duplas más temidas en todo el redondo nacional. Casi como por arte de magia, ambos arietes se entendían en el campo como si se hubiesen criado juntos. La afición enloquecía cada tarde de fútbol. Aquella temporada los dos llevaron al equipo a una nueva copa, disputando entre ambos el liderato de goleo que rompió records históricos y por ese mérito llegaron de nuevo los premios, los agradecimientos, firmas de nuevos patrocinios, ofertas de otros equipos nacionales y extranjeros. Ese mismo año nació el primer hijo de Piernas Locas. A los pocos meses se realizó el bautizo del primogénito, el padrino –como no podía ser de otro modo– fue Fernandinho Pipoca. Aquel evento apareció en las portadas de los principales periódicos y revistas del país; la prensa rosa lo aprovechó muy bien y era la comidilla en casi todos los medios. La gente lo quería mucho y se emocionaba con la presencia del pequeño príncipe, descendiente de aquel que había alcanzado el éxito y que seguía subiendo como la espuma. Pero se venía una nueva temporada y había que volver a los entrenos. El equipo les informó que debido al gran éxito alcanzado, habían sido invitados a realizar una gira por los Estados Unidos, ya había fechas comprometidas para jugar en las principales ciudades donde había compatriotas que –hay que decirlo– vivían en una situación irregular, pero que aun así podían enviar 65


remesas y pagar sus entradas mientras estaban en la lista de las personas que serían lanzadas como carne de cañón a alguna aventura militar gringa con la esperanza de obtener la residencia, si volvían con vida; por lo tanto había que llevarles alegría y qué mejor que un buen espectáculo con Piernas Locas como protagonista y de Fernandinho Pipoca como el mejor de sus compinches. Piernas Locas se emocionó pues uno de los directivos les prometió una jugosa bonificación, se emocionó porque pensó que con ese dinero podría ampliar el lote donde vivían sus padres y poder construir una piscina para recrearse con toda la familia. Piernas Locas seguía siendo un chico de familia. Al final de la reunión con todo el equipo, Fernandiho Pipoca se le acercó para invitarlo a celebrar, celebrar qué, nossa amistad e os triunfos compartidos dijo él en un portuñol al que Piernas Locas ya se estaba acostumbrado. No puedo dijo él, tengo que volver a casa, porra pa’carajo fue la expresión de Fernandinho Pipoca, no credo, si tú estás un adulto, vamos celebrar. La expresión en los ojos de aquel alegre brasileño, terminó de convencer a Piernas Locas, así que accedió y se fueron juntos a una zona llena de bares y gente jovial. Piernas Locas entendió que ese era el ambiente al que le gustaba ir su compañero de goles, lo supo porque al nomás entrar un grupo de jóvenes le gritó vocé, vocé, pipoca gosta da maconha y el otro más alegre les abrazó diciendo e aí carajo, os feomalditos, mira, voy a te presentar a mi amigo el Piernas Locas, por favor siéntense con nosotros, qué honor, qué placer, qué orgullo tenerlos por acá. Van a pedir algo. Cerveza. Un vaso de leche. Un qué. Toma otra cosa. Un vaso de leche con vodka. Un vodka sin leche será. Todos reían. En eso, uno de 66


los chicos le hizo la indicación a Fernandinho Pipoca, ambos se pusieron de pie y se dirigieron hacia el baño. Mientras los otros dos chicos se deshacían en elogios. Sos el más grande, el mejor de todos los tiempos, en serio cerote, no hay nadie como vos, valen verga los demás, firmame la servilleta, haceme un bicho. En eso estaban cuando los que se habían ido regresaron, Fernandinho Pipoca un poco más alegre lanzó un papelito sobre la mesa que Piernas Locas alcanzó a leer: “He aquí vuestro placer, vuestro placebo”. Él no entendía nada, hasta que minutos después, Fernandinho le pidió ir a sentarse a otra mesa, dejando aquellos chicos solos para quedarse ellos solos y hablar de sus temas. Muy amena la noche, cuando un tipo gordo, vistiendo de corbata y saco se les acercó, les preguntó si podía sentarse junto a ellos a lo que el brasileño respondió con un sí, el hombre se sentó casi con fatiga y simuló una sonrisa. Se fue directamente al grano y preguntó si estaban de acuerdo con ganarse algunos dolaritos extras. Piernas Locas pensó que se trataba de un nuevo patrocinio y muy interesado le pidió que les explicara. El tipo gordo les dijo que sabía que el equipo haría una gira por los Estados Unidos y se enfrentaría a importantes equipos de la región, que sabía de la buena racha que aquella dupla tenía y que eran una de las más prometedoras, que nadie se podía esperar menos que importantes triunfos y una serie de éxitos y que eso les vendría bien para las estadísticas, pero la oferta que él tenía era más tentadora. Se trataba de agenciarse unos sus buenos billetes si hacían caso a las casas de apuestas, es decir, si en todos, todos los partidos en los cuales eran favoritos para ganar se dejaran vencer para que, de esa 67


forma, las casas de apuestas e importantes apostadores ganaran un dinero fácil, de lo cual –claro está– de esas ganancias ellos se podrían llevar una jugosa bonificación. Los dos arietes se miraron a los ojos, Fernandinho Pipoca se mostró el más interesado y quería que le explicara cómo funcionaba aquello. Mientras el tipo gordo y con corbata les exponía cómo era la movida. A Piernas Locas no le quedaba muy claro y no estaba seguro de aceptar el trato, pero el tipo gordo le pasó un papelito donde se detallaba la cantidad que se podría ganar por cada partido perdido. Era más de lo que ganaba por temporada. En ese negocio los dólares caían por miles. Desconcertado Piernas Locas, al terminar la plática, decidió marcharse, Fernandinho Pipoca trató de persuadirlo para que aceptaran la propuesta de inmediato, pero había que pensarlo muy bien; las esperanzas de cientos de aficionados estaban puestas en aquella maravillosa dupla y no había lugar para decepcionarlos. El brasileño lo regañó, le dijo que se portaba como una crianza, que con ese billete podían resolverse el futuro, que jugando para equipos mierdas nunca iban a lograr nada. Piernas Locas lo paró en seco y le dijo que lo iba a pensar, que le diera unos días, que la cosa no era así nomás. Fernandinho lanzó una manotada al aire y dijo ¡bah! Hasta mañana entonces. Cada quien tomó su camino. En el trayecto a casa, a Piernas Locas se le atravesó un amarillo school bus cuyos pasajeros le gritaron que era el mejor. La gente parecía andar desenfrenada. Al llegar a casa, su esposa lo estaba esperando, por qué llegás tan tarde, el niño no ha dejado de llorar, traés hambre. Te tengo una noticia. El te tengo una 68


noticia lo asustó un poco y lo sacó de aquel pensamiento que llevaba entre ceja y ceja. ¿Qué noticia? –le preguntó– habrá un nuevo miembro en la familia le dijo y se sobó la panza y sin esperar respuesta del crac, le empezó a enlistar las necesidades que se vendrían, ampliar la casa, comprar cosas, buscar una persona que le ayudara con los cipotes y un larguísimo bla bla bla. En resumidas cuentas, vamos a necesitar más dinero. Lo importante es tener salud, le habría gustado decirle. Piernas Locas acostumbrado a esas alturas a invertir en la familia, pensó que el futuro era incierto, que los éxitos no duraban para siempre, se contaban por miles las historias de futbolistas afamados que terminaron en la ruina y en el olvido. Había que garantizar a su familia –cada vez más numerosa– cierta estabilidad. Eso pensó y entonces decidió aceptar la propuesta de aquel viejo gordo de corbata. El día siguiente, en medio de los entrenamientos se lo contó a Fernandinho Pipoca quien lo abrazó efusivamente y ambos se prometieron guardar el secreto. En aquella gira, que supongo todo el mundo recuerda, el equipo del dúo dinámico perdió todos los juegos de manera insólita. Y la famosa dupla no anotó ni un tanto. Piernas Locas incluso falló un penal que pudo haber cambiado la historia. Después de aquello, la fama de Piernas Locas fue decayendo, al final de la temporada su compañero de goles Fernandinho Pipoca abandonó al club y regresó a su natal Brasil. Piernas Locas se quedó en solitario y ya no destellaba magia, ni emoción, la grada se puso en su contra y en el estadio se leían pancartas exigiendo que se fuera del equipo. Meses más tarde se destaparían los casos de corrupción en el fútbol y el nombre de Piernas 69


Locas aparecía como uno de los principales implicados. La justicia lo requirió para que diera declaraciones, pero él nunca se apareció. Lo buscaron por todas partes, pero nadie daba cuenta del ex-héroe de chicos y grandes. En la sede del club borraron todo registro del paso de Piernas Locas. La afición aprendió a olvidarlo como había hecho con muchos futbolistas. La prensa rápidamente encontró otro personaje de quien hablar. Las esperanzas se renovaron lanzando al olvido toda la historia. Dicen que Piernas Locas ahora vive en los Estados Unidos de forma ilegal, que con el poco dinero ahorrado que logró llevarse puso una pupusería a la que frecuentan sus compatriotas y otras personas indocumentadas que acuden, bíblicamente, a realizar su última cena en espera de ser enlistados al próximo contingente de invasión gringa. Dicen que ese lugar se llama Crazy Legs Pupusas y donde toda la gente, toda, habla sobre la guerra, pero nadie habla de fútbol. Nadie.

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TE ARRANCARÉ LOS GÜEVOS

La Señora de C era una de mis habituales clientes. La Señora de C era la esposa del Señor C, también cliente asiduo de mis servicios profesionales. Aunque ni el Señor C ni la Señora de C lo sabían, ambos recurrían a mí para servirles como detective e investigar las improbables, pero tampoco imposibles infidelidades de las que cada quien sospechaba. Esta historia se lleva a cabo porque la Señora de C me sorprendió con una invitación para ir a cenar a su casa, se suponía que por agradecimiento a mis buenos oficios de mantenerla informada de los asuntos extramatrimoniales de su esposo. En el mismo correo me aseguraba que su marido, es decir el Señor C, no estaría presente por lo que no había nada de qué preocuparme. A mí nunca me gustaba aceptar este tipo de gestos, pero la Señora de C era buena paga y de cierto modo, por ser una mujer refinada y esas cosas, me generaba morbo verla como alguien más que una cliente; así que con mucho entusiasmo accedí y quedamos de vernos esa misma noche. Como raras veces lo hago, me preparé muy bien vistiendo mi traje más elegante, es decir el único que tenía. También pensé en llevar una botella de buen vino, pero me acordé que no me habían pagado mi último trabajo y era mejor ahorrar el poco dinero que aún guardaba. Así que salí con las manos vacías a esperar a quien me llevaría a la cita con la Señora de C. El tipo asignado para transportarme era un hombre alto y fornido de nombre Momotombo, lo 71


único que sabía de él –que había investigado casualmente– es que era un nicaragüense que había combatido con la Contra en contra del gobierno sandinista en los ochentas y que a petición del Señor C, quien lo había conocido en una pelea ilegal de artes marciales mixtas en un hotel en Costa Rica, se había vuelto el guardaespaldas principal de la Señora de C, aunque con el tiempo, más que un privilegiado guachimán, parecía haberse vuelto el confidente de ella. O eso es lo que por un momento quise creer. Momotombo me recogió en el sitio donde la Señora de C nos había indicado, puesto que, por sugerencia de ella, para no levantar sospechas y evitar cualquier molestia, era mejor que no llegara en mi carro, sino entrar en el vehículo asignado al rudo ex paramilitar. Subí de inmediato al auto y en el trayecto, que estaba ambientado por un silencio sepulcral, quise contarle un chiste sobre un nicaragüense y tres ticos, pero el tipo parecía que estaba hecho de piedra y nada más me lanzó una mirada que me dejó frío de inmediato. Llegamos hasta la casa del Señor C y de la Señora de C, aunque la casa, supuse, era más de él que de ella. No fue difícil el acceso, el vigilante de la puerta ni siquiera se molestó en revisar si Momotombo entraba acompañado, creo que ni se interesó en saber quien conducía aquel auto de señas conocidas. Hasta me dio la impresión de que tampoco se percató que alguien entraba en ese momento. Entramos y el sujeto me hizo pasar directamente, señalando hacia la sala para recibir visitas en la cual tenía que esperar a la Señora a quien le anunciaría mi presencia. Entré en aquella habitación, a 72


la chambre pensé imaginando aquellas señoras pudientes que habían conocido la Francia de finales del siglo diecinueve y principios del siglo veinte y que junto a sus esposos habían traído esas ideas modernas sobre arte y explotación económica. Di una breve inspección a aquella habitación que estaba llena de cuadros y pequeñas esculturas que imaginé, eran producto del mecenazgo del que la Señora de C era muy famosa, o quizá provenían del tráfico de mercancías ilegales y lavado y peculado del que el Señor C solía salir bien librado ante cualquier indicio que lo incriminara. Aunque supuse que el Señor C había aprendido de Cosimo de Medici que el mecenazgo era una efectiva táctica para beneficio político al patrocinar artistas que influyeran a la opinión pública para que tuviera una percepción favorable hacia su persona. Ante mi ingeniosa ocurrencia de mezclar ambas probabilidades me reí y se me soltó un pedo que me hizo reír un poco más. Después de pasados algunos minutos, los cuales puedo considerar prudentes para una dama que sabe hacerse esperar, la Señora de C por fin se apareció. Se dispensó por los minutos de demora. No hay problema le disculpé. Pero por favor siéntese, que hace ahí parado, que falta de respeto aún no le han ofrecido nada para beber. Me señaló un asiento y entendí que ahí debía quedarme. Ella tomó otro asiento y sonó una campanita ante lo cual de inmediato apareció una joven con un traje que parecía el de una bailarina erótica con una mezcla de monja de iglesia conservadora. Britany –le pidió– por favor tráenos unos aperitivos, aunque imagino que usted preferiría algo más fuerte, intentó bromear conmigo. Oh por favor, lo que 73


usted guste está bien para mí sonreí como un gentelman al mejor estilo de James Bond en la época en que Sean Connery interpretaba al famoso agente. La cena ya casi está lista así que esperemos un poco. Quiero agradecerle que haya aceptado mi invitación, por un momento pensé que pondría alguna excusa para no venir, no suelo hacer invitaciones de este tipo, pero con usted me pareció buena idea hacer una excepción. De ninguna manera podría negarme a tal honor, le dije poniendo la voz grave. Es usted todo un caballero reaccionó jalando de forma sutil su falda como enviando un mensaje de su recato. Hice algún comentario desinteresado sobre la cantidad de arte plástico que había en su casa, así que me invitó a mostrarme y describirme los cuadros y las esculturas que eran de su preferencia. Había de todo tipo y ella, como una guía de museo, me hablaba de estilos y períodos, mencionaba alguna anécdota de los autores y por supuesto, confesándome que los que más le gustaban eran aquellas pinturas inspiradas en pasajes bíblicos. En eso estábamos cuando se acercó Britany para anunciarnos que la cena estaba servida. Caminamos hacia el comedor y al llegar ahí me indicó, como parecía ser su costumbre, la silla en la cual debía sentarme, ella se ubicó a la cabeza de la mesa y me convidó que tomara lo que quisiera. La cena era una variedad exquisita de mariscos. Había toda una diversidad de frutos del mar, la mayoría que no pude identificar dado mi poca afinidad a ese tipo de alimentos, pero seguro había camarones, langostinos, conchas, almejas, mejillones, pescados de todo tamaño y textura, chacalines y punches en algüashte también.

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Todo aquello era lo que llamaría una verdadera mariscada. La Señora de C me hizo probar de todo, describiendo cada una de las recetas que supuse ella sólo conocía en la teoría, no me la imaginaba manipulando pescados crudos y llenando sus elegantes trajes de salsa rosada o de chimichurri. Mientras ella iba explicando cada platillo, me hacía probarlos sin importar si había digerido el bocado anterior, así que entre masca y masca pasaba los alimentos entre trago y trago del vino que tenía más a la mano. Hasta que ella ordenó que la cena ya había terminado y, aunque todavía quedaba mucha comida, pidió a Britany que retirara todo de la mesa. Luego de la cena, pasamos a otra salita, más oscura pero mucho más agradable que las habíamos estado anteriormente. Sin preguntarme nada sirvió dos copas muy bien proporcionadas de lo que entendí era champaña y como ya me sentía algo entonado, le daba sendos tragos a mi copa, dejando todo el glamur de hacía un par de horas para volverme en un imprudente borracho. Más dicharachero, más vulgar, más del tipo de tipos que a la Señora de C parecía atraerle. Eso lo supe porque fue ella quien me lo dijo mientras me servía más champaña. Usted es de los hombres que me gustan, de los que no tienen complejos, de los que son capaces de hacer de todo en la cama. Al escuchar esto último casi escupo la cáscara de camarón que había estado intentando sacar de manera indiscreta hacía ya ratos, pero logré contenerme. Usted es del tipo de hombre que me excitan, hice bien en invitarlo esta noche, remató mientras se soltaba el cabello. No dudé en expresarle mi sorpresa por aquellos comentarios. Soy una mujer que guarda muchos 75


secretos, ¿por qué no compartir algunos con usted? – me cuestionó–. Quedé pensativo por un rato y a los pocos minutos, el revoltijo de mariscos que había comido se estaba digiriendo y comenzó a hacerme efecto y ya se sabe –o se supone– tuve que solicitar me dispensara pues debía de usar el baño sin explicar mayores detalles. Entré al cuarto de baño y abruptamente me senté para expulsar todo aquello que demandaba por salir. Por más esfuerzo que hice para silenciarlo, entre los chirridos de mi estómago expeliendo gases malolientes, aquello que salía resonaba como un plocosh plocosh desaforado al contacto entre el agua y mis pequeños moluscos que volvían ruidosos al encontrarse de nuevo con la corriente del servicio hasta llegar al mar –su hábitat natural– por la vía de los acueductos. Una mezcla de vergüenza y molestia se apoderó de mí. Sentía frustradas mis aspiraciones porque la Señora de C me llevara a su nicho de pasión, ahora que había revelado sus intereses. Por suerte no tardé mucho tiempo y logré incorporarme para encontrar a aquella mujer desatada por los efectos del licor bailando seductora y cantando a todo pulmón canciones de la Banda El Recodo “Me gusta todo de ti, tu sonrisa tus ojos tu cara y esa forma tan dulce de hablarme. Si me besas me llevas al cielo, siento ser el aire. Me gusta todo de ti”. Mientras seguía bailando, me confesó que su afinidad por ese tipo de música nació una vez que acompañó una comitiva presidencial a una gira de negocios en el hermano país del norte, cuando su esposo había sido Ministro de Modernización del Estado en la época de las privatizaciones. Aunque por una extraña razón, ella particularmente nunca asistió a 76


ninguna reunión con ningún empresario, sino que se la pasó junto a un grupo de damas de dudosa reputación entre jaripeos, fiestas con mariachis y por supuesto conciertos privados de importantes grupos de banda y de tex-mex. Después de contar esa anécdota, la Señora de C con una sutil señal me invitó a que la acompañara a bailar y muy tímido hice caso a lo que tomé como una orden indiscutible. Me abrazó furtiva y me pidió que la tomara con todas mis fuerzas, traté de manera muy torpe acompañar sus pasos, pero no le importó, dejamos de bailar o lo que se suponía era bailar. Me miró fijamente y me besó. Señor Fasso, quiero que me haga el amor –susurró– y llevó su mano hacia mi pene y lo apretó tan fuerte que casi me saca un grito. Lo quiero dentro de mí. No me decepcione. Le devolví el beso y aquello era impostergable, de inmediato nos fuimos hacia una habitación que supuse Britany había preparado para que la Señora de C acometiera su delirio conmigo. Nos desnudamos o, mejor dicho, ella se desnudó y me desnudó, mi pene ya estaba duro y deseaba con ansias inusitadas penetrar a la Señora de C. En ese instante reflexioné de cómo es de fuerte la subjetividad pues sentía que la mezcla de mariscos y alcohol hacían su papel afrodisíaco. Ella me empujó de tal manera que quedé de espaldas a la cama, boca arriba, demostró toda su experticia en felaciones como una maestra que quiere comerse toda la fruta, estuve a punto de eyacular pero pude contenerme, ella susurraba que quería que me corriera pero yo le dije que quería metérsela; así que dejó de chuparlo y quedando siempre de espaldas a la cama me pidió, o mejor dicho me ordenó, que lo hiciéramos 77


de candelita chorriada, porque esa era su posición favorita, la cual la hacía sentirse dominante, que podía controlar toda la situación. Y mientras cogíamos, me cabalgaba salvajemente saliéndose todas sus concepciones filosófico-religiosas al gritar ¡oh dios! ¡oh sí! dios mío, así, así… La Señora de C parecía que no tenía ese tipo de emociones desde hacía mucho tiempo, o eso quise creer yo. Quiero que me haga el amor como nunca, hágame sentir que todavía soy una mujer que despierta lujuria, señor Fasso. Así que cambié un poco la situación de sumisión en la que me había puesto la Señora de C y esta vez yo le ordené cambiar de posición. De la postura de candelita chorriada, pasamos a hacerlo de torito, armas al hombro, pero la que pareció gustarle más fue la de patita de ángel. Yo le diré mis secretos, pero usted dígame cosas Señor Fasso, pedía la Señora de C con evidente excitación. Cosas como qué le pregunté. Cosas sucias, dígame que soy una jodida burguesa. Es una jodida burguesa –le dije mientras la seguía embistiendo– . Sí, sí, soy una explotadora, yo soy la patrona y usted mi sirviente –gemía–. El momento de mayor excitación se dio cuando a lo lejos, pero acercándose cada vez más, se escuchaban los gritos desesperados del Señor C quien, irrumpiendo en su propia casa, le ordenaba a Momotombo que buscara inmediatamente no sé qué cosas. La Señora de C como era de esperarse exclamó la típica expresión que se da en situaciones similares “es mi marido” pero seguía embistiéndome cada vez con más rapidez. Yo estaba confundido, supuse que debía vestirme, esconderme o huir; pero, por el contrario, la Señora de C me pedía que no parara. 78


Yo quería continuar, pero me intrigaba escuchar al Señor C y, por supuesto, temía que nos encontrara en aquella situación, así que pese a las órdenes de la Señora de C de que continuáramos, me aparté y le dije que no podía más, que mejor debía de huir o esconderme. Me decepciona señor Fasso –expresó–, pensé que era un tipo al que le aficionaban las aventuras, pero lo entiendo, mi marido sería capaz de hacer cualquier cosa si nos encontrara –dijo– y como si nada, se acercó a una mesita y sacó una caja de cigarrillos, me ofreció uno, pero le dije que no, que prefería irme, ella encendiendo un cigarrillo, expelió un poco de humo y dijo: adelante, váyase. Tomó lo que parecía un radiocomunicador y entendí que le pedía a Britany que por favor me acompañara pues debía irme. En pocos segundos la joven entró y haciendo un gesto indicó que la siguiera. La Señora de C, aún desnuda se acercó hacia mí y se despidió con un beso que me volvió a excitar. Ha sido una linda velada, lástima que haya terminado tan pronto, tenemos muchas cosas que compartir –expresó– y nos ordenó que nos fuéramos. Bajamos con Britany de tal manera de que el Señor C no se diera cuenta de mi presencia, fue por ello que usamos las puertas y los pasillos designados para el uso de los sirvientes y no las principales que eran de uso exclusivo de los patrones y sus distinguidas visitas. Llegamos a una habitación desde la cual pude escuchar al Señor C que hablaba con Momotombo. Lo que alcancé a entender fue que él le decía que se habían descubierto los recibos de unos sobresueldos en la época en la que era Ministro. El Señor C no entendía como habían salido esos cheques a la luz y que le parecía 79


raro de que no se hayan enterado de igual manera de los viajes Colombia-México-Miami que extrañamente hacía de forma consuetudinaria. Le ordenó a Momotombo de que se comunicara con los amigos de la Cámara y con los de la R.S.E S.A. de T.V. con quienes harían una reunión para que la noticia de esos sobresueldos no tuviera seguimiento ni implicaciones jurídicas. Giró un par de instrucciones más y finalmente preguntó por la Señora de C ordenando a Momotombo a que subiera a la habitación para cerciorarse de ella. Al acordarme del último beso que me dio la Señora de C volví a excitarme. Britany lo notó porque estaba justo frente a mí. Señor Fasso, ahora entiendo porque la Señora lo deseaba, se acercó a mí y puso su mano sobre mi pene erecto, nos besamos con lascivia y olvidándome de la situación en la que me encontraba, la chica y yo empezamos a desnudarnos, ella se sentó sobre una mesa y me pidió que me acercara. Estábamos en aquello cuando de manera abrupta entró el Señor C y, al vernos en esa circunstancia, lanzó un grito que pudo escucharse en toda la casa. ¡Fasso, perro maldito, te arrancaré los güevos! y tú Britany, zorra asquerosa, sabía que me engañabas con alguien, pero no con este remedo de investigador. El Señor C parecía estar furioso mientras yo quedé impresionado por la frase que había expresado y todo lo que estaba ocurriendo. Temblando de la rabia llamó a gritos a Momotombo, me vestí rápido y busqué la puerta de salida. Britany quedó asustada y el Señor C parecía una estatua rabiosa. Corrí tan rápido como pude y percibí que Momotombo corría detrás de mí. Fasso, espera –sentí que amenazaba–, lo bueno es que el tipo era tan grande 80


que sus movimientos eran lentos. Atravesé el portón y el guardia asignado pareció no inmutarse ante mi tumultuosa salida. Seguí corriendo por aquellas calles que no me eran familiares y de pronto sentí un retorcijón, llevé mi mano a mi panza como si eso podría detener el dolor, pero el malestar aumentaba y corría cada vez más lento hasta que me detuve. Los mariscos volvían a hacer su efecto. Resignado a recibir la golpiza que supuse Momotombo me propinaría, quise sentarme. Me temí que el próximo pedo viniera con sorpresa, imaginé que además de quedar muerto por la furtiva acción del guachimán, sería un cadáver reconocido por la particularidad de ponerle sellos a mis calzoncillos. Momotombo me alcanzó y jadeante se inclinó un poco como para retomar el aire. Nos quedamos unos segundos en silencio, pero no era el sepulcral de la ida sino más bien el silencio cómplice de dos atletas que han llegado a la meta. Fasso –suspiró por fin– maldito idiota, corres muy bien. Oye amigo, hagas lo que hagas por favor, si vas a golpearme que no sea ni en el rostro ni en el cuerpo, traté de lanzar lo que parecía mi última broma, o eso quise creer. Vi como llevaba su mano a uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y pensé que sería una muerte rápida, un disparo certero ¡bum! y se acabó. Pero para mi sorpresa lo que sacó fue una memoria USB y me la entregó. La Señora de C me pidió que te diera esto, si el Patrón pregunta, le diré que no te aparecerás por mucho tiempo, así que te recomiendo que te pierdas por algunos meses. Intrigado por lo que me había dado le pregunté qué era. Es una USB. Lo sé, pero qué contiene, por qué la Señora de C me lo envía. Supongo que 81


contiene información que podría interesarte, información que supongo incrimina al Señor C –me dijo–. No supe qué hacer. Lárgate –me ordenó Momotombo– y así hice. Al llegar a la casa, sudando y con los dolores de estómago, me fui al baño. De una sentada hice todo lo que se puede hacer en semanas, mientras expulsaba mis destripados submarinos, saqué aquel pequeño dispositivo de mis bolsillos preguntándome sobre el contenido y el por qué me lo habían entregado. Cuando terminé cagar y al acercarme para descargar el resto de mis molestos moluscos, la USB cayó dentro del retrete. Como me daba asco ver aquel aparato mezclado en la inmundicia, no tuve valor de sacarlo así que, sin más remedio, aquello tuvo que irse por el camino discreto del acueducto. Nunca supe qué contenía, pero sabía que de un modo o de otro, tenía que desaparecerme por algún tiempo, tal como Momotombo me lo había sugerido.

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NACIDOS PARA SER LIBRES

Todos hacían fila india a las cuatro menos cuarto de la tarde para recibir su medicamento. Algunos iban ataviados con bastones o con sujetadores para la dentadura. El lugar apestaba a meados, a fustanes rotos, a batas con creolina. Casi nadie sonreía, no como en los tiempos en los que aún creían en que las balas iban directamente al corazón del enemigo. Casi nadie reía, pero tenían que hacer caso de los altavoces que los llamaban para bien de sus desventuras. Unos todavía vestían el uniforme militar con el que habían sido dados de baja en aquellos esperanzadores años previo a las paces firmadas y acuerdos recién perfumados. Otros llevaban amarrado al cuello sus pañoletas con las siglas de los grupos en los que habían militado, los portaban con pleno orgullo y también con nostalgia de aquellos años que a cada hora resonaban a aires de lo que el viento se llevó. Muchos estaban en aquel asilo de veteranos como el único refugio contra la invasión ideológica del enemigo. Otros ya ni sabían por qué estaban ahí, pero sabían que aquella fila había que seguirla en nombre de la disciplina combatiente. Casi todos conservaban aún su carné de desmovilizados que les había entregado la Onusal. Todo mundo haciendo la fila para recibir el medicamento y esperar la hora de la cena. Al final del 83


día terminarían viendo la telenovela o una película con la quijada irremediablemente abierta. Aquel era el asilo “Compañero Álvaro Torres” a donde solían llevar a los excombatientes que ya nadie quería. Muchos de quienes pudieron ser héroes de una guerra prolongada terminaban arrojados en aquellos pasillos grises, con el piso forrado de ladrillos grises y rojos como un tablero de un ajedrez roto y harapiento. Por eso siempre se distraían sumergidos en sus pensamientos mientras pasaban aquella novela mexicana producida por uno de los periodistas uno que vino a filmar la gloriosa revolución y en la cual –como siempre desde el punto de vista de un periodista– eran los corresponsables de guerra quienes salvaban las causas justas. Aquella telenovela dejaba medio adormitado a la mayoría que no se sentía identificado con la simulada sonrisa de los actores y las actrices que les sugerían el heroico personaje que representaban dentro de los estudios de grabación, mientras comían los tres tiempos al calor de masajes ayurvedas y dietas para la buena memoria. Nada que ver con las condiciones objetivas en las que objetivamente ellos combatieron. Eran las seis de la tarde y no era tiempo para la oración sino para hacer de nuevo la fila, esta vez para recoger la cena, lo mismo de siempre, una dieta inventada en los escritorios de aquellos burócratas que rápidamente se adaptaron a los perfumes del nuevo momento, a esa hora el pasillo olía a glifosato con berenjenas y pólvora nostálgica. Después habría tiempo para los sutiles juegos del dominó o de la baraja mientras la mujer de la telenovela se disfrazaba de verde olivo y rojo carmín. 84


Jugando en la mesa esférica todo mundo se miraba casi con vergüenza, casi con la decepción de haber pasado de ser los protagonistas de la foto histórica a ser ahora replegados en aquel submundo de gente enloquecida que todavía creía en utopías y proyectos liberadores, de gente que no se resbaló con muros caídos ni con odas a los fines de la historia. En la mesa el juego parecía una conspiración, el juego sonaba a estrategia, el juego era una simulación de que se tenía que aprovechar la coyuntura para escapar de aquella mierda. Un hombre se rascaba los huevos y después se acercaba los dedos a la nariz para olerlos, el aroma a punches con algüashte le recordaba su juventud y eso era lo más parecido a la memoria histórica de aquellos años en los que tenía ganas de transformar el mundo. Pero habría que quedarse quietos, por la disciplina revolucionaria que en ese momento era algo parecido a papeles de manual estancado, a mordaza, a verde olivo lavado con candela de cebo. Mientras en la sala de espera sonaban las canciones del compañero Álvaro Torres y todo se llenaba con toma esta canción patria querida, matizados con el recuerdo de las olas del malecón de La Habana escrita con nostalgia y las banderas de los grupos revolucionarios que ondeaban con melancolía. A las once menos cuarto sonaba la bocina para indicar que las luces se apagarían y que todo mundo debía volver a sus habitaciones. Ya no había más telenovela, pero sí una película de Oliver Stone la cual no había terminado. Pero la orden de irse a la cama no se podía discutir, porque las órdenes no se discuten, porque había que irse a dormir a huevos, porque quien

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sabe si en algún momento de inspiración, los burócratas se acordarían de ellos y los sacarían de aquel olvido. Los pocos compañeros que aún sentían que se podía hacer algo susurraban en la penumbra como en las horas de posta. Ahí se encontraban el Sargento Pimienta, que así le decían porque usaba unas gafas al estilo de John Lennon sólo que con una mayor graduación, lo cual le sugería una mirada más aguda; también estaba el Teniente Tomate, formado en la escuela Patricio Lumumba, el Capitán Malanga y Avellana, ambos veteranos en Nicaragua y El Salvador, entre otros excombatientes. Curioso era que de todos aquellos con rango militar no había ninguno con el cargo de Comandante, aunque se rumoraba que Caramelo lo había sido, pero nadie podía confirmarlo dado su carácter impasible, tanto que parecía que permanecía siempre en estado vegetativo y que por abandono de sí mismo no se bajaba nunca de su silla de ruedas. Pero de él no hablaremos porque no hace parte de este cuento. Los excombatientes murmuraban, se quejaban, balbuceaban críticas en contra de su estancia obligada en aquel asilo, así pasaban los minutos hasta que uno por uno iban cayendo víctimas del sueño. Sólo el Capitán Malanga no podía dormir aquella noche, daba vueltas sobre el camastro, de un lado a otro sin poder conciliar el sueño, resignado se quedó de espaldas al colchón y, viendo el techo de plafón descascarado, le vino al recuerdo los días en que el Partido lo envió a Cuba para tratarse una herida grave que sólo el sistema de salud de la isla podía atender de la mejor manera. Su estancia allá fue más corta de lo que le habría gustado, durante mucho tiempo había soñado con conocer el 86


país que había servido de inspiración a generaciones de revolucionarios y esa oportunidad le llegaba más por accidente que por construcción histórica. Pero estaba en Cuba, en un hospital de La Habana, con personal médico y de enfermería cubanos que sabían todo de medicina y de la revolución que se estaba librando en un pequeño país. Luego llegó una breve etapa de recuperación en la cual aprovechó a conocer un poco de la ciudad, siempre al cuidado de una enfermera mulata que la revolución le había asignado como su responsable. La Compañera Mulata lo llevaba de un lado a otro, a recorrer el malecón, las principales calles, el Coppelia en el cual le habría gustado invitarla a un sorbete si no fuera porque el Capitán Malanga no contaba ni con un solo peso, y porque a él particularmente no le gustaban los helados y porque en general no le gustaba hacer fila. Un día, ya cuando el Capitán Malanga había recibido el alta por completo, el Partido le anunció que debía volver para incorporarse a la ofensiva que se había estado gestando y en la cual necesitaban de todo aquel que estuviera apto para incorporarse. Malanga no lo dudó y arregló sus maletas, pero ese día, el último día completo en que estaría en Cuba antes de marcharse, la Compañera Mulata lo invitó a ir a la playa. Cómo negar –frente a aquellos ojos acaramelados– la única oportunidad que tendría de conocer el verdadero caribe, no el del malecón, sino el de las playas tranquilas que la costa cubana ofrecía; es así que abordaron una guagua hacia Brisas del Mar, tuvieron que caminar un poquito porque ella le quería mostrar una playa virgen, llegaron a un punto donde parecía que solo ellos dos existían en el mundo. Se sentaron, conversaron un poco, sobre lo 87


que les esperaba a ambos, lo que podría venir después, es decir sobre el futuro que en aquella época era tan incierto como el fin del bloqueo. Mirando el horizonte, ella probó a decirle papi cómo tú andas, él no sabía qué responder, pensó en todo y nada al mismo tiempo, chico que yo soy cubana ¿o acaso no te gusto? Él la miró y sonrió nervioso, vamos papi que quiero saber por qué te dicen Malanga. Entonces al ver la duda en él o mejor dicho la inseguridad, lo tomó de la mano y lo llevó hasta un área natural protegida aledaña a unos pocos metros del mar, ahí se desnudaron y entre unos charrales – revolucionariamente– hicieron el amor. Luego regresaron a la orilla y la Compañera Mulata se sumergió un momento en aquella zona liberada del mar caribe. Caminando hacia las aguas, él le miraba aquellas protuberancias como nalgas marinas que parecían menearse al ritmo de los Van Van, mientras él tarareaba la era está pariendo un corazón. Cuando ella volvió a sentarse sobre la arena junto a él, ambos se quedaron viendo hacia la lejanía, él sin decir palabra alguna, ella con ganas de decir muchas cosas. Papi, cuando tú esté en tu país, quiero que me recuerde siempre, quiero que vayas al mar y viendo el horizonte como estamos ahora, tú recites unos versos de nuestro apóstol José Martí. Me lo jura papi. Te lo juro. Al siguiente día el Capitán Malanga tuvo que regresar al país para dejar por un lado el amor y retomar la guerra, retornar a la guerra por amor. Nunca más supo de la Compañera Mulata… *** La noche pasó calma y a la mañana siguiente, el Capitán Malanga tuvo una premonición: junto a sus compañeros, con aquellos que así lo desearan, saldrían 88


del asilo “Compañero Álvaro Torres”, no esperarían más la orden de nadie para liberarse de aquel cuchitril de viejos abandonados. Tomarían por sí mismos la decisión con mucho ímpetu y buscarían la liberación, o como también se diría, la autoemancipación. Es así que en el desayuno se lo comentó a sus compañeros. De todos, sólo el Sargento Pimienta, Teniente Tomate y Avellana lo secundaron, nadie más se atrevió. Muchos tenían miedo a las represalias o aún guardaban la esperanza de salir de ahí por medios pacíficos, o porque ya se habían acomodado a las condiciones de aquel contexto. Los cuatro esperaron la noche para escapar, suponían que en la oscuridad podrían superar la seguridad del recinto, caminaron hacia la puerta de salida y para su sorpresa, no había nadie vigilándoles, ni un solo guardia de seguridad, en verdad todo este tiempo habían estado resguardados por sus propios miedos pues nadie ahí les ponía atención ni los estaban vigilando. Nadie. Entendieron que habían estado en ese lugar todo ese tiempo porque también ellos se habían acostumbrado a no hacer nada más que esperar una orden. Por si las dudas tomaron la silla de Caramelo, que con todo y él lo empujaron por un pasillo que daba hacia el estacionamiento para ver si había alguien que pudiera sorprenderlos. Caramelo, que no debería aparecer en esta historia, ni se inmutó, permanecía profundamente dormido sobre su silla. Corrieron hacia donde estaba estacionado un school bus amarillo que, viejo y destartalado, parecía un Yellow Submarine del tercer mundo. Se subieron. Sargento Pimienta lo arrancó utilizando los cables y con toda la potencia de 89


aquel vetusto aparato, derribaron el portón en busca de la libertad. Ya en el camino decidieron que querían ir a la playa. Capitán Malanga tenía que cumplir una promesa, los demás aceptaron y hacia allá se dirigieron, no sin antes recuperar algunas viandas en una tienda de conveniencia de la primera estación de gasolina que encontraron. Manos arriba –sugirieron al chico que estaba detrás del mostrador–. Nos llevaremos sólo lo necesario. Una caja de cervezas de las cholas, el resto en latas, pan de caja y mortadela. Los cigarrillos no deben faltar, deje de ver esa revista de mujeres chulonas, compañero. Y así siguieron el camino. Pero todavía antes hicieron una parada táctica cerca de la Avenida Independencia. Ahí sobre la calle se encontraban las damas de la noche, los cuatro hicieron una seña y se acercaron algunas de ellas. Quienes quieren viajar rumbo a la internacional de la alegría, súbanse. Nosotras dijeron unas y rápidamente abordaron el Yellow Submarine. Eran tres, todas travestis, una de ellas se presentó: mi nombre es la Talía, esta de acá es la Sasha y aquella rubia artificial es la Paulina. Prefiero ser rubia artificial que zorra natural –ironizó–, todos rieron. Cuáles son sus nombres. Qué nombres les gustan. Pues serán Beni, Erick, Diego y Eduardo. Entonces sean bienvenidas al Comando Timbiriche. Todas rieron. Así, el equipo recién conformado se dirigió con rumbo a las playas del Majagual. Al llegar a aquellas playas de arena negra que contrastaban con los recuerdos de las arenas blancas del caribe, se instalaron. Al final, tendidos con el ruido del oleaje como único soundtrack, descubrieron parte de la hermosura de aquel horizonte infinito. Más de alguno 90


se quedó dormido en el anonimato regalándole un pedito a la nostalgia. Uno de ellos se preguntó: ¿y qué hemos ganado con esta hazaña? A lo que el Capitán Malanga, sin dejar de ver hacia la profundidad del mar y recitando para sí mismo unos versos de José Martí, respondió: Un poco de libertad.

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EL VIRGEN DE GUADALUPE

Lupillo, de pie frente a la cortina metálica que daba a la entrada del burdel “El Correcaminos”, se aseguró de que llevaba los calzoncillos nuevos recién comprados en el puesto de mercado de su tía Angélica. Dio un profundo suspiro y justo en el momento en que había decidido entrar, la Selena se le apareció –cigarrillo en mano– como si lo hubiera estado esperando aquella tarde-noche. Hola papito, le dijo con una sonrisa pícara, como una agente publicitaria que trata de convencer a su cliente de que su producto es el mejor en el mercado. Hola, respondió Lupillo, evidentemente nervioso, tratando de evitar mirar ese ángel prohibido que lo invitaba a entrar en aquel paraíso del pecado atestado de bolos y música de rocola. ¿Querés pasar? preguntó ella tomando la mano del mozo que temblaba helada, vení que aquí nos podemos relajar un rato mi amor. Lupillo, que no sabía nada de la diplomacia de aquellos lugares, dudó de la sinceridad de las palabras de la mujer, se apresuró yendo al grano al preguntarle que cuánto le iba a cobrar por el polvo. Ella, muy experimentada, le dio a entender que guardara silencio poniéndole el dedo índice en los labios que a Lupillo le parecía olía a una mezcla de sardina con tabaco, cuántos años tenés le preguntó ella, ya casi cumplo los dieciséis respondió él, siendo así, no podés entrar, a menos que nos vayamos directo al cuarto le aclaró ella, pero cuánto vale el rato pues insistió él. Ella, presumiendo que aquel cipote se

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le iba a ir en seco ahí mismo de las grandes ganas que ya eran evidentes, siguiendo su juego seductor le adivinó que aquella sería su primera vez. Lupillo cada vez más inquieto, tuvo que aceptar su inexperiencia en las artes amatorias, la Selena se sentía un tanto motivada por arrancarle de una sola arremetida la virginidad a aquel muchacho moreno que sudaba y miraba trémulo hacia todos lados. En el historial de ella se contaban por decenas los cipotes que la habían elegido para que con sus voluptuosidades los bendijera en el serpenteado e infinito camino de la cogedera y porque prefería a los muchachos imberbes que por su nula experiencia acababan rápido el primer round, que con los bolos experimentados que podían entretenerse por más tiempo; así que sería un placer sumar a uno más en aquella cuenta que en realidad sólo ella llevaba. Hoy es tu día pajarito, te voy a hacer precio especial de introducción, andate a la mesa del fondo para que no te vean desde afuera y ya voy a llegar para ver qué puedo hacer con vos. Lupillo entró dubitativo con el pulso tan agitado que hacía que sintiera que el corazón se le iba a salir como vomitado en medio de aquel lugar que parecía observarlo y castigarlo moralmente. De los nervios no sacaba sus manos de los bolsillos de su bluejeans nuevo, uno que se había comprado especialmente para aquella ocasión con el pisto que le habían dado en su trabajo de peón en las fincas de café. Tal como se lo habían ordenado se sentó en la mesa del fondo, una que estaba lejos de la barra de donde se despachaban las cervezas y los tragos, pero cerca de aquel renglón de habitaciones que atestiguaban los más íntimos secretos de los deseos prohibidos de casi todos los hombres del pueblo. Desde esa ubicación, Lupillo 94


observaba con inquietud la dinámica del burdel del que sólo conocía por las habladas de sus amigos, hasta ese entonces, “El Correcaminos” era para él una incógnita que le ponía su miembro viril como asta para colgar la bandera nacional. Sobre todo, observaba con ansiedad a la Selena que en ese momento despachaba unas cervezas y unas bocas de queso frito y de chilibín a unos bolos que cantaban a todo pulmón unas canciones de Rudy La Scala, mientras un viejo bailaba pegado con otra de las muchachas en el centro de aquella sala atestada de colillas de cigarro y escupidas que a esa altura apenas eran marcas pegajosas en el piso. Lupillo se emocionó al ver que la Selena se dirigía a su mesa, ella se sentó frente a él, puesí miamor, querés algo de tomar antes, una gaseosa dijo él, ella rio indiscreta, no querés que te de lechita mejor bebé, él sonrió agüevado, dame una cerveza entonces solicitó un poco envalentonado, ahorita te la traigo mi niño. La Selena se puso de pie y antes de irse por lo pedido se le acercó a Lupillo que ya iba agarrando confianza y le dio un sutil beso en la mejía, dejándole la marca de sus labios pintados de rojo carmesí. En lo que la Selena andaba por la barra, de uno de los cuartos salió un tipo tosco con señales de que lo habían despachado antes de tiempo, ajustándose el pantalón miró de reojo a Lupillo, hizo una especie de mueca, balbuceó algo y salió encorvado de aquel lugar. Otro valiente había sucumbido en la cruenta guerra de los placeres inmediatos. Segundos después, del mismo cuarto, salió una mujer gorda y morena envuelta en una toalla, con el pelo recogido a fuerza de ganchos, se dirigió hacia la pila que hacía de ducha y en el cual, a puros huacalazos, se lavó las partes que en su profesión hacían de 95


herramientas de trabajo. Una mezcla de asco y lamento pasaron por la mente de Lupillo, que todavía a esa hora no sabía lo que era estar compartiendo los naturales fluidos del sexo con una mujer. En breve reapareció la Selena con una cerveza bien helada y un tarrito de plástico que contenía varias semillas de maní tostado, vaya mi niño, para que se me relaje un poco y puso las cosas sobre la mesa, mientras ella se sentaba esta vez al lado del cipote que –de un trago– le bajó la mitad a la birria sintiendo como le pasaba fría por la garganta, uy miamor, tenías sed, le dijo mientras le pasaba una mano sobre el muslo y lo miraba de pie a cabeza como quien estudia los gustos de su cliente. Lupillo no decía nada y ni siquiera podía volver a verla, pero en su actitud se notaba que quería consumar el acto lo antes posible por lo que la experticia de la Selena resaltó y casi como leyéndole la mente le dijo el precio de la primera comunión, dándole las opciones de las que podía elegir: normal, mamada y si quería ponerse más exigente había tarifa especial “por el detroit”, pero si quería aprovechar su estancia, también podía hacerle “triple saldo” que consistía en aplicarle las tres anteriores hasta que acabara. Lupillo se vio tentado, pero como desconocía las capacidades de su cuerpo, se decidió por la posición normal. La Selena le dijo que en el momento que quisiera y él respondió casi instintivamente con un ¡ya!, ella lo tomó de la mano y se lo llevó a uno de los cuartos; al entrar, Lupillo notó que aquella cueva era un verdadero cuchitril amueblado apenas con una cama, una mesita llena de peines, talcos, un alhajero y una caja de condones de los que reparten en la unidad de salud; mientras que en la pared había nada más un espejo y un calendario ilustrado con una exuberante mujer desnuda. 96


La Selena, antes de todo, le pidió el dinero y al recibirlo le dijo al chamaquito que esperara, que ya volvería, después de eso le tiró un beso al aire y le hizo un guiño. Él se sentó sobre la cama que le parecía cómoda aunque sucia a pesar que de sus sábanas emanaba cierto olor a lejía, miró a su alrededor y se dijo a sí mismo por fin, por fin sentiría los humores de una mujer de verdad, una de carne y hueso, no una de aquellas que aparecían en las páginas de contraportada del periódico que vendían en el parque y que sólo le servían para agitar su excitación y volarse la paja. Pensando en ello estaba cuando entró la Selena quien lo miraba sorprendida, todavía estás vestido cariño y se le acercó reptando, sin prisa, con la sonrisa de quien tiene asechada a su presa, ella se quitó el vestido con una sutilidad inimaginable para el chico, quedándose sólo en un diminuto calzón, ayudó al joven a desvestirse, primero la camisa, después los zapatos, Lupillo no estaba seguro de quitarse los calcetines pues no se acordaba si de la prisa se había puesto los talcos para que no le hedieran los pies, pero a ella tampoco le interesaba quitárselos, luego le quitó los pantalones dejándolo sólo en aquellos calzoncillos nuevos que había comprado en el puesto de mercado de su tía Angélica. Con mayor delicadeza y casi en cámara lenta, la Selena lo fue despojando de aquella prenda, presentando al mundo la virilidad de aquel cipote moreno y tímido ¡Ave María Purísima! la Selena lo observó con un poco de asombro y fuera de protocolo le preguntó a Lupillo si se lo podía besar, porque de aquel instrumento emanaba un profundo olor a monte, a puro sabor del campo. Él, presumiendo que en el acto podría haber besos e imaginando que le podía dar asco sentir a través de los labios de Selena el 97


sabor de su propio pene, le dijo casi suspirando que no. Ella se saboreó los labios y pareció tragarse un buen poco de saliva. Se puso de pie y se dirigió hacia la mesita donde estaban los condones, tomó uno y abrió el sobre con delicadeza, lo sacó y con una impresionante destreza, de forma casi didáctica, se lo puso en el novel miembro erecto del chico y después de ello le dio un par de frotaditas mirando a los ojos del chico que observaban absortos aquel ritual de iniciación. Ella se quitó el diminuto calzón y se reposó sobre la cama como un ave a punto de ser aliñada, le ofreció sus manos al chico y este más por instinto que por sabiduría se reposó encima de ella, como principio pretendió besarla, pero ella evadió el intento girando su cabeza hacia la derecha y pronto le dijo, sin besos miamor, él asumió que era parte de las reglas de su profesión y no insistió, así que sin más buscó con la punta de su lanza el abrazo vaginal que bautizaría a aquel muchacho peón de finca como un hombre. Pero los primeros intentos por penetrarla no lograron su objetivo pues Lupillo no tenía idea de cómo se hacía por lo que, con un poco de ayuda, siempre con el ánimo didáctico de la Selena, sintió como con un pequeño levantamiento de la pelvis de ella, por fin lograba el flechazo inicial dando en el albo húmedo de aquella mujer. Para sorpresa de ambos, lo que sería una mera formalidad inicial, se fue convirtiendo en un verdadero estado de gozo pues, quizá por el reconocimiento del territorio carnal entre ambos, se fue desatando todo el potencial que por unos tempranos dieciséis años Lupillo guardaba y aquella primera embestida tímida se fue haciendo cada vez más potente, más segura y ella más cadenciosa sentía como aquel joven miembro le cubría el cuerpo cavernoso que 98


conocía casi todos los penes del pueblo pero ninguno tan placentero como aquel. Así, imparables ambos comenzaron a jadear, a respirar de forma acelerada, en un zigzageo que no podía detenerse y del entusiasmo de aquella conexión ella le exigió que siguiera, mostrándole un amplio repertorio de posturas que a Lupillo le eran desconocidas pero a las cuales parecía adaptarse inmediatamente, por su mente, sin embargo, se preguntaba cuánto sería el costo de todo aquello, pero ya no le importaba y seguía las ordenes que la Selena le daba a gritos hasta que ella finalmente, esta vez encima del muchacho, lo bañó con el calor líquido de un orgasmo. Complacida de aquella experiencia inmediatamente le quitó el condón a Lupillo y succionó el pene aún duro hasta que como un regalo inesperado recibió en su cuerpo la liberación del deseo contenido que Lupillo tenía guardado. Finalizado aquello, ambos se tumbaron de espaldas sobre la cama, miraron el techo de zinc y respiraron hondo, ella le ofreció un cigarrillo y él se lo aceptó, se tomaron de la mano y se miraron a los ojos, ella se le acercó y le dio un apasionado beso, ¿y eso? preguntó el muchacho sonriendo evidentemente feliz, ella no dijo nada. Entrecruzaron sus cuerpos y pasaron un rato en silencio hasta que por fin Lupillo irrumpió el silencio con un pujido ¡jum!, ella alejó un poco su rostro y lo miró perpleja, ¿qué pasa?, es que apenas te conozco y ya siento que te amo le confesó él, ella lo miró con ternura y le pasó una mano por el rostro, le dio un beso tierno y se quedaron a dormir. A esa hora, el silencio y la oscuridad de la noche, eran apenas interrumpidos por los cómplices eructos de unos geckos.

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Índice

EL CASO MORRISON .......................................................... 9 ELVIS NO SABE BAILAR ..................................................21 POR UNOS CUANTOS CENTÍMETROS DE MAS.....31 FEOS Y MALOS ....................................................................43 PIERNAS LOCAS ..................................................................61 TE ARRANCARÉ LOS GÜEVOS .....................................71 NACIDOS PARA SER LIBRES ..........................................83 EL VIRGEN DE GUADALUPE ........................................93

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