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Abro el telón, una mirada ilumina el paisaje ante el espectador; qué barco es el mío, me pregunto. Una voz en off responde: no importa demasiado. El público se mece en un vaivén de constantes movimientos. Un tumulto de voces que van creciendo hacen difícil oír la función. El humo de un vapor anuncia su partida, un débil soplo empuja las velas a la mar. La presencia de un hombre en el escenario llama la tención de todos; es mi padre. Un juego de movimientos de tablas y manos convierte la madera de una barca en unas formas diminutas que decoran el fondo de la tarima, son construcciones de casas que conforman el paisaje. La gente ya no se mueve, han cesado los rumores. El malecón se ha llenado de colores y la sinestesia de la imagen embriaga el palco de un salado olor a mar. Es la magia del actor, que ha transformado la escena de mi vida en una vital ilusión, de él obtengo la sal de la vida. Con su función he aprendido a navegar sin rumbo sobre el arte de su visión del mundo.
No hay distancia tan larga que haga menguar la voluntad de llegar, ni tiempo tan fugaz como para detener la espera. Un manillar guía mi rumbo, sólo preciso el lugar, el paisaje lo llevo impreso en mis gafas; una colina, una ciudad… Todavía no tengo nombre, pero alguien me dijo que un par de ruedas de bicicleta iban deletreando sus letras, en cada ciudad donde sus muros hablan de mí. No hay premura por llegar, cualquier lugar es idóneo para estacionar la bici. Ninguna parada es vana, cada recodo perfila una nueva ilusión. Seres componen mi vida de diversos colores. Quiero un dilema donde pensar, una pieza de barro que modelar, quiero una momento para vivirlo, un lugar para ocuparlo, una canción para bailar… Me reflejo en las miradas y el carisma de ojos que caminan, me contagio de amistad; mi maleta está cargada de recuerdos, nunca pesa. Por las costuras voy derrochando sonrisas que dibujan mi camino, en el que voy encontrándome. Mientras laten mis pedales, una melodía suena, la cual me hace recordar que el camino no ha cesado, cada nota es esencial para endulzar el paisaje. Pero lo más importante, escuchar con gozo mientras la balada no ha dejado de sonar.
Tocan a la puerta, es la flaqueza que habita en la desgana. Es una espera incesante que siempre aflora cuando la fuerza se acaba. Dentro oscuridad que disimula necesitar tu ternura. No desistas. Flores en el camino para alegrar la mirada. Una figura de hombre que sugiere una parada. En una puerta de paso la tentación que te dice nadie aflojará tus ganas. Si el cansancio y la fatiga no cesan de mendigar tu tesón Saca la luz de tus ojos, los que fueron, los que son. Es la actitud de la vida, la magia del que confía. De pardo se tiñe el cielo cuando asomas tu mirada Y unas flores te recuerdan que te busca la añoranza. Es una puerta del tiempo rodeada de recuerdos. Nada aminará tu alma. Has hecho fuerte tus manos, has fortalecido el paso. Si un atisbo de flaqueza te reclama una mañana, No te rindas a esa figura cansada. ¿Ves las flores apagadas? Necesitan tu sonrisa, porque el alma del que mira pinta la fotografía. ¿Ves las flores, tía? Brillan con un rojo intenso al compás de tu sonrisa.
La certeza incuestionable de que todo cambia. Todo muta. Mantenerse en equilibrio sobre un pie. El otro en punta en dirección al cielo. Vive, sueña. Levántate con elegancia como una ola en el océano. Cae con estrépito y disuelve la sal de tus lágrimas en el inmenso mar. Levanta tu rostro-espuma al cielo una vez más. Vive, sueña. Bestias oceánicas habitan en ti; medusas, ballenas, orcas y vacas marinas, todo parte de tu cuerpo azul profundo, surcando tus aguas, aprenden y te enseñan. Sus habilidades son las tuyas, igual que sus debilidades. Eres agua, eres sal, eres tormenta, calma, guerra, paz. Todo cambia, todo muta. Eres inmensa como el mar, tan profunda que ni tú te reconoces. Cabalga un delfín, un tiburón, o un pez vela. Conviértete en una sirena y surca tus aguas, recorre tus mares, canta el viento, hechiza a los marinos con tu danza. Vuelve a ser tú, tan profunda que ni tú te reconozcas.
¿Te oigo, quién Eres? Hoy mi nombre nada importa. Las letras que lo describen son ecos en la memoria de una familia que espera. Ruge la barriga de Samuel, Martina peina su vieja muñeca. Migas de breza recuerdan el escaso almuerzo de medio día. Un cartón de leche en la nevera, reserva un líquido mal exprimido. Y la mirada de alguien pena su ira con ese escenario mal construido, desgobernado. Un pañuelo rompe el aire y lo fragmenta en suspiros. Lágrimas que han quebrantado con su marcha los recuerdos que pretenden ser junto e ellos, pena que no pueda verlos. Un estridente silbido rompe el silencio. Ya parte. ¿Es tu llamada? Y un silencio de respuesta, le confirma que se ha ido. Juan, Pedro, Ana, Esmeralda, estos nombres son todos los nombres que hoy son lucha. Que parten a tierra extraña para alejarse un destino roto por el desgobierno de España.
Qué sencillo resultaría verte sobre la rama de mi vida, tan inmenso como es la naturaleza, tan diminuto como una catarina. Es difícil mantenerse sobre las verdes hojas, sin redimirse ante el vendaval, cuando la lluvia moja tus patas y el cielo empieza a perder su tono azul tras el apagarse del sol tras las colinas. Mírala, qué grácil figura refleja su color tan definido sobre un imperfecto mundo que se muestra borroso bajo mis pies. Es la arena de la vida que se seca con el tiempo, que te trajo a mí. Mientras su fragilidad resista ante la brusquedad de las tormentas, este hilo de esperanza que se balancea con el estrépito de las circunstancias, seguirá reservándote inmaculado, tal como te conocí, tal como te anhelo. Y si se quiebra la raíz que lo sostiene, el amor y la ternura de Cuica me hará sostenible la espera a un mar estable y tranquilo que me depare el camino y me reserve la sabrosura de un mundo nuevo.
Qué extraña belleza escondes en recóndito misterio, que aún cuanto más advierto los detalles, más intriga siento. Codicia de una mirada que invoca la libertad y la prisión de mirar. Sinestesia de calor se desprende de tu aroma; candor seco de tus hojas que, aunque cubiertas de espinas, en su interior, como hilo de diamante, fuerte bramante que atrae y que acoge al que se entrega, guarda una pieza valiosa, histórica y poderosa difícilmente accesible, y en ocasiones posible. Con el borde puntiagudo, Tu Hermosura no se disfraza el tesoro de una flor que con añoro guardas en fuerte recelo. Sin pausas ni garantías, sin promesas ni consuelo. Sólo sé que con el tiempo que aguarda el tiempo que espero tocaré tus sentimientos. ¿No ves el cielo? Quiere arropar tu deseo Baja tus armas punzantes, Sometamos tus heridas a que viajen con el viento que se marchen al pasado para confiar de nuevo.
Se está apagando tu luz. En el espacio del tiempo se está apagando Entre tanto presente entre la gente… Y romperse el cristal en mil pedazos Y cada frágil pedazo nunca volverá a ser. Y en el instante que impacta cada fragmento, te imagino como siempre, nuevo, entero. Y brilla con todo el resplandor Y lo imagino completo y vuelvo a amarte Como siempre, como antes… Y en ese ínfimo instante, en cada segundo ahogando una eternidad, Te amo. Y vuelvo a ver tu sonrisa, la que ya nunca será. La que se cierne en el para siempre eterno recuerdo, en que te imagino como siempre, nuevo, entero. Y brilla con todo el resplandor… Y lo imagino completo y vuelvo a amarte Como antes, como siempre… Y en ese instante que impacta cada fragmento, te imagino, en cada segundo ahogando una eternidad. Pero se está apagando. Al extremo del recuerdo Se está apagando.
No hay camino que se mantenga con tanta claridad que una promesa lejana lo consiga encontrar. Ni un recuerdo tan claro que se mantenga indemne más adelante. Nada escapa. No existe cordura intransigente para siempre ni sonrisas que no pierdan poco a poco su brillo. Tampoco existen lugares que la memoria no proteja eternamente. Nada escapa. Las orillas de una tierra no nacieron ovaladas, fueron arrasadas por el tiempo que todo lo erosiona. Tantas palabras no hubieran hecho tanto mundo si las escasas letras que existían en el origen no hubieran tenido su propio destino. Tú no estarías dónde has llegado, y yo no sabría declararte con tanta verdad. Todo lo cubre el tiempo. Aquí estamos ahora, donde siempre. Y sin embrago, no te reconozco. Logro escabullirme entre tus demolidas paredes a pesar de no reencontrarme en ellas. Muros suspendidos entre la vana oscuridad del polvo. Habitaciones que se insinúan sin la mísera posibilidad de ser presencia. Busco el rumor de nuestros recuerdos y no oigo nada. El tiempo te ha arropado durante todo este tiempo. Tanto te quiso acunar que te halló hundida entre el deterioro de su paso. Todo lo cubre. Pero puedo reconocerte donde te amé, donde nos soñamos. Porque no existe promesa alguna que se resista a volver, ni cambios que muten tanto. Ni locuras que no hallen en la tristeza de su desamparo el deseo de sonreír. Siempre puedo imaginarte como mis ojos te piensan. Porque el mar nació para ondular las esquinas de esta tierra y las palabras para dibujar un presente, el nuestro, ahora.
Día de búsqueda de playa. Un viaje en coche, tras algunos meses con el corazón viajando a dos. Un cartel de dirección con un nombre singular. Un desvío inesperado. Calor casi asfixiante, un viento seco agita la vegetación que es tosca y frágil. Una alambrada con señales de peligro… una invitación para cruzarla. Mi mano entrelazada con la de la mujer que amo. Trasgresión, amor, fotografía. Un ángel cuyo nombre es primavera, tiñe de verde la tierra casi muerta. Al final y al principio del camino. Tú. Aquí. Y en la soledad de Los Infiernos, un oasis en su centro se resiste a ser tragado por la flama candente del suelo. ¿Quién alimentará este imposible? A lo lejos dos ancianos. Campesinos milenarios que han consagrado sus vidas a sustentar una esperanza vacía. Sobre su hogar, han anclado una parcela de cielo. Una vez cada diez años decantan una escurridiza nube dentro de un frágil estanque. Mientras que esos dos ancianos sacien la sed de esa tierra, el ángel que los protege irá al cine los domingos.
Los hombres de la ira fueron armados de valor. Nosotros, sus hijos, una generación de jóvenes póstumos, somos los hombres testigo. Heredamos el conocimiento, pero también el horror. Conocemos el origen y la meta del camino que anduvieron. Fuimos partícipes oculares del principio y del final. Supimos la injusticia, la defensa y el tesón. Pero también fuimos conscientes de lo que aquello trajo consigo. La guerra, más idealizada que experimentada por nosotros, se hizo horrible en nuestros pensamientos. El miedo y el hambre dejaron huella en nuestros padres y abuelos. Y ahora, estamos paralizados, desarmados, vacíos de caminos. Nuestras plumas quieren disparar y no saben hacia dónde hacerlo por miedo a herir lo que ya fue herido. Por temor a despertar lo que ya despertó en su día y no se supo vencer. El miedo nos consume y paraliza la mano, nos enciende el corazón y la rabia. Una rabia que germina entre nosotros, una rabia que no es productiva como lo fue entonces. Una rabia de aquél que se regocija cobarde en su miedo lleno de moral e ilustración. ¿Qué hacemos levantando las manos vacías de tinta cargada de acción? ¿Qué hacemos gritando PAZ con nuestras palmas ante quienes nos golpean? ¿Ya no hay rueca ni pluma? El futuro de un teclado ha secado la sangre del pincel y ha cosido los dedos a una Constitución que ya nadie respeta ¡Esa es nuestra arma! Ya no hay biblia mayor que nos socorra ni dios que la Impulse, el Hombre de ayer creó su propia biblia, la religión de los derechos y los deberes. No podemos borrar sus letras que fueron escritas con sangre. No debemos. La lucha es nuestra fe, y no lucharemos como ellos, con la pluma llena de sangre. Están cerrando sus páginas, la portada está vacía de vida, carente de letras, no la queremos, no queremos ver la piel curtida a lo burgués, no queremos sus vainas doradas, no queremos el título de fachada que contiene su política. ¡Abrámosla! En su seno yace todo lo que necesitamos para luchar, si ha muerto la letra poética, que pervivan los ojos lectores que tienen balas cargadas de razón.
Fantasmas… Presencias etéreas, inasibles.
inquietantes,
Una sutil ráfaga de viento helado que acaricia la piel descubierta de tu nuca. Una huella inexplicable en el espejo empañado de tu baño. Sonido de pasos en una casa grande dónde no habita nadie más que tú. Chocar de copas en un comedor vacío. Una cortina abultada cubriendo una ventana cerrada. Pasos que arrastran a tu cama mientras duermes en tu habitación vacía. Una radio que se enciende por la noche. Una mano invisible que se posa en tu espalda tensa, fría. Un susurro (casi inaudible) en un idioma que sólo tú entiendes; que entiendes a medias, pero cuyas palabas son capaces de erizar el vello de tu piel. Helada, pero cubierta de sudor. Culpa. Fantasma cotidiano. Una presencia que ya no te pertenece. Una muda de piel que ya no es tuya. El eco de un pasado muerto. Culpa. Una mano fría (huesuda) que te empuja a la acción, o a la inacción. Una bofetada. Un grito sordo. Una mirada ciega. Un feliz cadáver quebrando tu espalda con su peso. Veo fantasmas…. Aunque sólo soy yo.
Durante siglos, la Orden de Hispania se había mantenido en secreto. Pero no siempre había sido así, en sus orígenes fue bien acogida por altos comisionados del cristianismo. Sin embargo, la debilidad del hombre perece ante la ostentación del poder. Por eso, cuando el malvado hechicero franco galés se hubo visto amenazado por la valía de los templarios, inició unas letales falacias contra sus caballeros, generando un paulatino rumor que fue creciendo en el tiempo. Sin embargo, eso no impidió su persistencia hasta nuestros días en la clandestinidad. Actualmente, el caballero José estaba a punto de alcanzar la mayor condecoración al honor: “La Santa coraza de piedra”. Pero lo que él no sabía era que después de tanto sacrificio durante 32 años cabalgando en múltiples cruzadas, albergando un sinfín de comisionados a lo largo de Tierra Santa para merecer la Santa Coraza, la inmunidad al sufrimiento amoroso que le proporcionaría jamás le iba a ser entregada. Y no era porque no lo hubiese merecido, sino porque el destino quiso poner en su camino un fantasma del pasado que había regresado para evitarle la eterna soledad. Nadie recuerda ya lo que ocurrió a las puertas de la Torre de los lamentos 32 años atrás, cuando el valiente José, a los trece años, venció al guardián asesino que la custodiaba. Pues de todos era sabido que si alguien lograba derrocarlo y conseguía llegar a los muros de la torre, la seductora Ester, prisionera desde su niñez, podría ser conquistada con la simple mirada del caballero. Pero una vez que llegó a la torre, Ester jamás miró hacia abajo, y el corazón de José quedó humillado por la decepción. Fue entonces cuando oyó mencionar la orden de los Templarios, y de la existencia de la Santa Coraza de piedra, y desde entonces ese había sido su único objetivo; hacerse caballero y obtener el mérito a la Coraza. Era un tesoro hallado en la antigüedad. Aquella piedra había sido bendecida por Cristo en las bóvedas del Santo Crepúsculo, en Jerusalén. Se había oído decir que el propio Jesucristo la forjó con ayuda de un poderoso para que María Magdalena la vistiera mientras estuviera con vida, porque evitaba el sufrimiento del alma enamorada, ya que tenía el poder de sosegar ese sentimiento. Por eso, José quiso conseguirla y vivir al margen del amor. Tras la muerte de Mª Magdalena, nadie supo de su paradero, y con los años, el sumo secreto de los templarios se habría encargado de custodiarla en la clandestinidad hasta que un caballero, con la suficiente entrega a su dedicación y sacrificio,
La luna no es tan silenciosa como creemos, en las noches de resaca, silva al oído de los borrachos que duermen en las calles, les sopla secretos que tan sólo ella conoce. Confía en ellos sus temores, fundados en la gente... Una noche, en marzo de este mismo año, le susurró a Juan el chico mientras dormitaba, que hacía mucho tiempo, cuando los ecos de las escopetas de la guardia civil resonaban en el llano de la Pedriza, la tierra se abría en surcos para dar cabida a las múltiples familias de rojos que se escondían entre la frondosa colina acallada por la noche. El humo de los cigarrillos se helaba en el aire, mientras los cascos de los caballos daban la voz de alarma. El cabo Santos Robledillo, ladeando su capa de charol negro, escrutaba entre las sombras del bosque. _Pero era yo, _le dijo entonces la luna a Juan el chico_, era yo quien incitaba al caballo para que repiqueteara con descaro y así poder avisar a María la hornera, que aguardaba en el llano desde hacía más de dos semanas con su bebé Carmelita en brazos sin saber ya con qué amamantarla; se estaba quedando seca de no comer. Y a Pozuelo, el abuelo de Juanete, a quien también le zozobraba la mano bajo el bastón cada vez que se acercaba la benemérita. Era yo, le dijo, porque el ruido de los justicieros podía salvar alguna esperanza para España, porque aquellos que duermen en paz, con el alma blanca de tranquilidad, están desprevenidos y hay que arrancarles la manta de un tirón para que tengan ojo avizor. El viento sopló con furia y arrastró los cartones húmedos y la manta que envolvían a Juan el chico. El pobre despertó sobresaltado justo cuando un joven se aproximaba hacia él, seguido de un grupo de muchachos que sostenían cadenas y cascos de botellas de cristal en las manos. Juan aún tuvo tiempo de sentir el escalofrío en su cuerpo antes de saltar del banco, que le había servido de cama en los últimos meses. Trepó por la reja de metal y descendió por el Pasaje Valor. Anduvo durante unos minutos alejándose cada vez más del barrio de los costales. Giró a cobijarse en un portal de la calle Amadorio. Sin percatarse, había llegado a la puerta de la que un día fue su casa, su hogar, antes de ser desahuciado. La luna no es tan silenciosa como creemos, en las noches de tímida tristeza, silva al oído de aquellos que ignoran que están formando la historia y el devenir de los días españoles, les sopla secretos que tan sólo ella conoce. Confía en ellos sus temores, fundados en la gente...