religion

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De cuando una pulga saltó. En algún lugar de la mancha café de un perro blanco llamado Pluto, discutían exaltadamente dos pulgas: - ¡Bruno, que terco eres! Que no hay vida en otros perros, los ancianos así lo dijeron, tú no lo cambies porque quieres. - ¡Claudio, que ser tan aburrido! Imagina a las pulgas de otros perros, conocer sus formas y colores quiero, ir donde los ancianos jamás han ido. Bruno era una pulga aventurera, había explorado desde la puntiaguda cola de su perro, hasta las húmedas y frías cavernas de su hocico, conocía a todo Pluto a pesar de tener tan solo 217 horas de vida, pero eso no le bastaba, y pensaba para sí mismo: - conozco cada una de sus patas, y a las pulgas que allí viven, conozco sus orejas y cloacas, he visto sus dientes cuando gruñen. Pero no conozco más allá de lo que veo, que triste y aburrida sería la vida, si no pudiésemos cumplir nuestros deseos por el tonto miedo a la caída. Las pulgas que habitaban aquel perro eran perezosas, solo se alimentaban de él y a duras penas si se movían para cambiar un poco el paisaje. Pero Bruno no solo quería cambiar de paisaje, él quería cambiar de perro, y eso era algo impensable para todo el pulguero, quienes lo tildaban de loco y decían: - ¡Miren allá esta Bruno! el pobre intenta saltar, sin avanzar milímetro alguno, ahí mismo se va a quedar. - ¡Miren allá esta Bruno! El loco que perdió la razón, que su ejemplo no siga ninguno, y que nadie cante su canción. Pero eso no le importaba a nuestro obstinado amigo, quien a cada salto que daba se elevaba un poco más y se estrellaba un poco más, y con las caídas también crecía su imaginación, y casi podía sentir el aire de otros perros. - Salto para estar lo más lejos del suelo, para ver al perro desde arriba, pues desde arriba vuelo, y el viento me cautiva. Mas al volar viajo, y no hay fronteras para mí, pues las fronteras están abajo, el espacio no tiene fin. Algo faltaba, la sonrisa de Bruno no estaba totalmente estirada, faltaba brillo en su mirada y la respuesta la encontró en su almohada: - No se trata de una media naranja ni tomate ni limón, se trata de una sonrisa que seduzca a mi corazón, una compañera de aventuras que quiera saltar conmigo, que en las noches frías seamos un mutuo abrigo.


Y tras un suave suspiro, Bruno se quedo dormido, sin soñar, porque el sueño empezaba al despertar. - Hoy saltaré con todas mis fuerzas, muy alto y con gran interés, hasta ver tu sonrisa picaresca, saltaré aunque me duelan los pies. También saltaré por si algún día tiembla, por si algún perro se quiere rascar, saltaré si en mi pecho hay tinieblas, y la luz quiera alcanzar. De esta manera Bruno, nuestro querido y saltarín amigo, saltó en busca de un amor y perros por descubrir, lo hizo tan alto que sentía volar; su corazón no latía sino que saltaba. - Ya no seré más quien nuca fui, ahora ni mi sombra me podrá alcanzar, tal vez me encuentre lejos de aquí, tal vez me pierda y te pueda encontrar. Las pulgas que lo vieron partir quedaron atónitas, empezaron a dar grandes pasos porque también querían saltar, y hablaban entre ellas: - Yo siempre dije que lo lograría, que él podría el cielo alcanzar, mientras ustedes lo maldecían, ahora se fue para no regresar. - Todas fuimos unas tontas y no lo apoyamos, ahora todas queremos volar, ya que sin tener alas él lo ha logrado, nosotras también lo vamos a intentar Pero como todos sabemos, no solo se salta con los pies, también se salta con el corazón, y ninguna de estas pulgas pudo saltar tan alto. El nombre de Bruno pasó a ser una historia que le contaban a las pulguitas: - Una vez hubo una pulga, que nació para saltar, una vez hubo una pulga que saltaba sin parar. Tenía en su pecho el sonido del amor, y en sus ojos tenia el brillo de insaciable explorador, él volaba cantando su canción, y en su mano llevaba una flor, dicen que va de perro en perro buscando el color, que pinte su corazón hasta el último rincón. Las pulguitas al escuchar esta historia, comenzaban a explorar al perro a pasos agigantados, hasta que un día todas las pulgas saltaron tanto, que poblaron muchos perros. Y el legado de Bruno fue contado a todos los chiquitines de generación en generación para que se motivaran a saltar. - Saltamos porque las murallas nos impiden ver las flores, saltamos para lejos del suelo bailar, porque saltando vemos más colores, saltamos porque es mejor que caminar. Desde arriba en un eterno segundo, exploramos perros lejanos, con un interés vagabundo, y el corazón en la mano. Fin.


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