EL TESTAMENTO FRANCES
Andrei Makine Literatur Solasaldiak Tertulias literarias Errenteria, 2013 / 05 / 21 http://liburutegiak.blog.euskadi.net/errenterialiburutegia/
ANDREI MAKINE (Krasnoyarsk, Rusia, 1957)
Doctor en Letras por la Universidad de Moscú, fue profesor de Filosofía en el Instituto de Novgorod. En 1987 marchó a Francia como miembro de un grupo de profesores en intercambio cultural, pidiendo allí asilo político. Comenzó a escribir, en francés, con escaso éxito, hasta la publicación de su libro El testamento francés, de cierto carácter autobiográfico, que en 1995 obtuvo los premios Goncourt y Medicis.
Obras •La Fille d'un héros de l'Union soviétique, 1990 •Confession d'un porte-drapeau déchu, 1992 •Au temps du fleuve Amour, 1994 A orillas del amor •Le Testament français, 1995 - El testamento francés, Tusquets 1996 •Le Crime d'Olga Arbélina, 1998 - El crimen de Olga Arbélina, Tusquets 2001 •Requiem pour l'Est, 2000 - Réquiem por el Este, Tusquets 2007 •La Musique d'une vie, 2001 - La música de una vida, Tusquets 2002 •La Terre et le ciel de Jacques Dorme, 2003 - Entre el cielo y la tierra, Tusquets 2005 •La Femme qui attendait, 2004 - La mujer que esperaba, Tusquets 2006 •Cette France qu'on oublie d'aimer, 2006 •L'Amour humain, 2006 •Le Monde selon Gabriel, 2007 •La Vie d'un homme inconnu, 2009 - Vida de un desconocido 2010
http://es.wikipedia.org/wiki/Andre%C3%AF_Makine
EL TESTAMENTO FRANCÉS ¿Por qué le conté precisamente aquel día esa historia y no otra? Sin duda hubo una razón, o hablamos de algo que me sugirió ese tema... Era un resumen, muy abreviado por lo demás, de un poema de Hugo que me había leído Charlotte hacía mucho tiempo y cuyo título ni recordaba... En alguna zona próxima a las barricadas destruidas, en el corazón de aquel París rebelde donde los adoquines poseían la extraordinaria capacidad de convertirse súbitamente en muros, los soldados fusilaban a los insurrectos. Una ejecución rutinaria, brutal, despiadada. Los hombres se alineaban de espaldas a la pared, contemplaban un instante los cañones de los fusiles que les apuntaban al pecho y alzaban los ojos hacia la ligera carrera de las nubes. Luego caian. Sus compañeros les relevaban frente a los soldados... Entre los condenados se hallaba un golfillo cuya edad hubiera debido inspirar clemencia. Por desgracia, no fue así. El oficial le ordenó que se pusiera en la lista de espera fatal; el niño tenía el mismo derecho a la muerte que los adultos. <¡A ti también vamos a fusilarte!>, masculló el verdugo jefe. Pero un instante antes de dirigirse a la pared, el niño corrió hacia el oficial y le suplicó: <¡Déjeme que le lleve este reloj a mi madre! Vive a dos pasos de aquí, junto a la fuente. ¿Le juro que volveré!> Esta astucia infantil ablandó incluso los endurecidos corazones de la soldadesca. Todos soltaron una risotada, pues la astucia parecía realmente demasiado ingenua. El oficial, riéndose a carcajadas, profirió: <Anda, corre.¡Lárgate, pequeño indeseable!>. Y siguieron partiéndose de risa mientras cargaban los fusiles. De repente, enmudecieron. El niño reapareció y, acercándose a la pared, junto a los adultos, gritó: <¡Aquí estoy!>. (Fragmento)
UN DESTINO RUSO http://www.revistadelibros.com/articulos/un-destino-ruso Mercedes Monmany
A lo largo de estos últimos años, el tantas veces discutido Premio Goncourt ha ofrecido a los lectores no sólo franceses sino mundiales excelentes descubrimientos. Uno de ellos fue el joven quiosquero Jean Rouaud, autor de Los campos del honor y más tarde de su continuación, Hombres ilustres, y otro es el autor de origen ruso, Andrei Makine, poseedor de una excelente y subyugante prosa, que hace un par de años sacó a la luz lo que podría ser una especie de autobiografía novelada: El testamento francés. Makine se doctoró en letras por la Universidad de Moscú y fue profesor de francés en Novgorod, antes de trasladarse a Francia definitivamente, donde se doctoró por la Sorbona en literatura rusa y dirigió un seminario de cultura rusa en la Facultad de Ciencias Políticas. Desde su llegada, Makine dejaría de lado su lengua materna rusa y, como el rumano Cioran, como el búlgaro Todorov, como el irlandés Beckett o como el argentino Bianciotti, pasaría a convertirse en un escritor plenamente francés. Como extranjero asimilado a una cultura que no es la propia de origen, su historia es realmente curiosa. Cuando llegó a Francia, Makine redactó en francés dos primeras novelas, rechazadas por varias editoriales y que sólo conseguiría publicar gracias a una estratagema muy literaria y borgiana: inventó un traductor, con el nombre, en masculino, de su bisabuela materna, Albertine Lemonnier, una de las protagonistas de El testamento francés. Este traductor habría sido el que habría vertido desde el ruso la obra del autor. Sólo después de que a duras penas viera publicado su tercer libro, en 1994, Makine se decidiría definitivamente a afirmarse como escritor francés y ganaría, en 1995, con El testamento francés, su cuarta novela, el Premio Goncourt. Es decir, la confirmación quizá más simbólica en la conquista de un país por parte de un autor extranjero. Sin
especificarse en ningún momento lo que de verídico contiene el texto, el protagonista de esta novela, como el propio Makine, nació en Siberia en 1957. El testamento francés es un libro de homenaje a un amor lejano y casi imposible, Francia y su cultura, y también la historia de la formación intelectual de un joven afrancesado y occidentalizado bajo la Rusia comunista y anticosmopolita del pensamiento hiperúnico; la conquista y trabajo de su memoria y sus remotas raíces. Esta pasión francesa le vendría transmitida al protagonista por un personaje carismático e inusual, una abuela materna francesa, culta y sensible, indiferente e inmutable aparentemente a todo vaivén y desastre dentro de la vorágine de su siglo. Auténtica «extraterrestre» injertada por azar en los confines de las estepas rusas, Charlotte es una mítica sobreviviente de dos guerras mundiales, de una revolución y guerra civil, de las purgas estalinistas, de hambrunas y violencias. Esta mujer casi sin edad vive en el tiempo detenido de los recuerdos de su niñez, en un pasado refinado e idílico, alimentado vivamente por lecturas de poemas de Baudelaire y Musset por soflamas de José María de Heredia, por heterogéneos recortes de periódicos antiguos que a modo de reliquias se niega a abandonar y, sobre todo, por una cualidad fuera de todo límite usual, y propio para dotar a cualquier anécdota conservada en la memoria de una dimensión cercana a lo épico. Una de las imágenes centrales de ese tiempo suspendido y detenido, petrificado en la memoria de Charlotte, tiene lugar en el París de 1910, el París de un joven dandi llamado Marcel Proust, del presidente Félix Faure y de la Bella Otero, en el que tuvo lugar una crecida histórica del río Sena y se tenía que atravesar la ciudad en barca. Para el joven protagonista, esta imagen será todo un símbolo y para él París siempre se le aparecerá como una maravillosa Atlántida sumergida y a descubrir. Criado con sus padres a orillas de una ciudad industrial del Volga, el niño, ya adulto, que rememora su historia en El testamento francés, estará marcado de por vida por los relatos impresionistas y fetichistas de su abuela Charlotte, con la que pasa los veranos en su humilde casa de la estepa siberiana. Pronto, en el ambiente opresivo e ideológicamente martilleante, cazando de aquí y allá relatos de terrores por parte de sus mayores, productos directos de la época estalinista, el niño
ávido de historias francesas que lo transportan a una rara «alquimia del tiempo» irá sufriendo una escisión. Vivir con su abuela «implicaba ya sentirse en otro lugar». Con ella, que planea entre dos mundos, uno imaginario y otro real, el «profundamente soviético», de la vida diaria, con ella y gracias a ella quedará estigmatizado y sufrirá continuamente un desdoblamiento. Al niño, pronto joven adolescente devorador voraz de bibliotecas, le da la impresión de que él y su hermana «ven con una mirada distinta a las de los otros». Sufren continuamente una contradicción irreconciliable entre los líricos recuerdos de su abuela en torno a la visita del zar Nicolás II a París y la demonización de los zares hecha por los bolcheviques. Tampoco cabe en su cabeza que aquella delicada joven francesa que se había paseado por los Campos Elíseos fuera la misma que esperaba frente a la ventana congelada por el hielo la vuelta de su marido Fiódor a las tres de la mañana, hora en que daba por finalizado su trabajo de funcionario, como todos los funcionarios a lo largo y ancho del inmenso imperio. No había ninguna regla escrita, pero todos ellos sabían que ésa era la hora en la que Stalin abandonaba su despacho del Kremlin. Todos habían acomodado mentalmente sus horarios a los del pavoroso dueño de la nación. Makine ha escrito un excelente libro que alterna perfectamente tiempo y espacios rememorados, evocaciones imaginarias y literarias y descripciones reales y cotidianas. Un libro que pasa fácilmente y con soltura de un delicado y minucioso ejercicio proustiano de la memoria a un tono crudo y específicamente realista, digno del Diario de 1920 de Isaac Bábel, plagado de las más despiadadas y salvajes imágenes de guerra, muerte y destrucción. Por otra parte, en la lectura emocionante y subyugante de esa realidad de la que se huye continuamente a través de un escapismo literario e imaginario, la maestría de Makine ha sabido dosificar perfectamente la sorpresa y el desenlace de un misterio que muy levemente apuntaba en las primeras páginas. Y, por supuesto, lo que podría haberse convertido en un empalagoso canto a las excelencias más características y queridas a los oídos del chauvinismo francés, se transmuta, gracias a la contención e inteligencia de Makine, en el sutil y creíble relato de una fascinación.
ENTREVISTA “No hay tiempo para escribir libros malos" (Antonio Jiménez Barca / Babelia, 19/06/2010) http://elpais.com/diario/2010/06/19/babelia/1276906354_850215.html a
Andreï Makine nació hace 53 años en la ciudad de Krasnoiarsk, en Siberia. Pero a los 30 llegó a París y se quedó para siempre en el mismo barrio, en Montmartre, del que conoce cada esquina y del que, debido a la presión inmobiliaria y a la invasión de turistas en primavera y verano, comienza a renegar como un verdadero parisino. "Ahí había un café precioso, en el que todo mundo se mezclaba, los artistas y los tenderos, los parisinos y los extranjeros. Ahora, ya lo ve usted, hay una sucursal del Crédit Agricole horroroso". Aprendió francés de su abuela, cuya relación -y a través de ella con Francia entera- describe en la preciosa novela El testamento francés, premiada con el Goncourt en 1995. Su último libro publicado en España, Vida de un desconocido, es una novela medio rusa-medio francesa (como él). En ella, un escritor ruso exiliado en París, mayor, fracasado, desconfiado y malas pulgas (ojo: nada que ver con el exitoso, simpatiquísimo y charlatán Makine), siente que su relación con una mujer mucho más joven que él expira. Harto de esa historia que no va a ninguna parte, regresa a Rusia en busca de un amor de juventud a la que, claro, encuentra mucho más cambiada de lo que imaginó. Deshecho y más sombrío que nunca, coincide en Moscú con un viejo que a lo largo de una noche le cuenta su vida, que esconde una (verdadera) historia de amor y de guerra de esas que cambian para siempre la suerte y el destino de los que las viven y de los que las escuchan. e
¿Vida de un desconocido es una novela muy rusa escrita en francés? Sí, es una mezcla. Al principio es una suerte de parodia de cierta literatura que se hace en Francia, que cuenta pequeñas historias, un chico de barrio rico encuentra a una chica de barrio rico, y luego se separan... Son historias que no merece la pena escribir, de ahí la parodia. ¿Y qué historias merecen la pena? Las grandes: el hombre frente a Dios, frente a la muerte, frente a la muerte de los padres, frente a la fugacidad de la vida y la pena que eso acarrea. Es decir, frente a dramas que nos superan. Leyéndolo, da la impresión de que esos dramas solo ocurren en Rusia. No crea. Al principio del libro hay un viejo que cuenta una historia de guerra, es un viejo combatiente que habla, pero que nadie escucha. Eso también es un drama: uno es viejo, ha vivido su vida y nadie le escucha. En otra novela mía, La mujer que esperaba, cuento la historia de una mujer que aguarda noticias de su marido, que nadie sabe si murió o no en la guerra. Un periodista español me informó de que durante la guerra civil española también pasaron cosas parecidas. Más que con la historia o la geografía, las historias que me interesan son existenciales, tienen que ver con algo que no se entiende, que no se puede entender. Se puede escribir una novela con un personaje que viaja mucho que en el fondo sea una novela muy local porque se refiere a una clase social muy limitada, la de intelectuales que viajan mucho, por ejemplo... En sus novelas son muy importantes las historias que se entrecruzan, la literatura que influye en la vida de cada uno. Porque el país al que prohíben la palabra se agarra a la literatura. En Rusia, por ejemplo, un poeta podía morir por un poema. Yo, ahora mismo, puedo ir ahí al lado, a la Place des Abbesses, y comenzar a gritar: "¡Abajo Sarkozy!". Todo el mundo pasará de mí. Sin embargo, hace unos años, tú te ponías en la Plaza Roja y gritabas: "¡Abajo Stalin!", y automáticamente, eras ejecutado. Así, la
palabra, la literatura, era un acto valiente, casi existencial, que marcaba tu identidad, ya que uno se preguntaba: "Hablo o no hablo, me atrevo o no me atrevo, soy un hombre honorable o un esclavo...". ¿Entonces, en los países democráticos no habría verdadera literatura? No, porque el escritor debe buscar esos temas de los que no se habla. Por ejemplo: la muerte. En la sociedad occidental no se habla de ella: decimos la tercera edad, la cuarta edad... Sin embargo, la muerte está ahí, es terrible, y no aparece mucho en la literatura. Hay que ser consciente de la fugacidad de la vida, de los pocos días que vivimos. Hay muy poco tiempo para hacer el mal, para hacer el idiota. No hay tiempo para escribir malos libros, para no ser amados, para tomar decisiones pequeñito-burguesas y no grandes decisiones, hay muy poco tiempo para ser políticamente correcto. Usted se caracteriza por no serlo. Lo políticamente correcto es mortífero. Yo he escrito un ensayo, no publicado aún en España, que se titula Une France à aimer, donde analizo, según mi punto de vista, los disturbios de 2005 en los barrios de las afueras de las grandes ciudades. Yo me preguntaba: ¿pero qué país es este en el que a 20 kilómetros de París unos jóvenes pueden matar a un hombre por robarle su cámara de fotos? A veces hay que tener el coraje de pararse y decir: esto es lo que pasa. Y en el caso de Francia, ese tema es el de la inmigración. Aquí ha habido muchas inmigraciones: rusos, polacos, italianos, españoles, y todos se integraron. Antes, ser inmigrante era una oportunidad. Ahora, una desgracia. ¿Y según usted, cómo se logra integrar a esos inmigrantes? Hay que hablar de lo que Francia puede aportar a esos chicos. Pero claro, eso requiere un esfuerzo. Y un chico que duerme hasta las doce de la mañana y no hace nada, pues no logra nada. Y eso hay que decirlo. Hay que hablar claro. Hay muchos debates en los que no se hace.
Todo gira sobre uno de sus temas favoritos: el de la identidad. Si usted empieza a aprender la cultura y la lengua francesa, a los 20 años de vivir aquí será francés. Conservará, como una riqueza, sus orígenes españoles, pero será francés. Usted es ya francés, pues. Sí, pero mi origen ruso me da una distancia, un ángulo diferente de ver las cosas, de apreciarlas. Si usted se atreve a escribir un libro sobre París lo hará como español y como tal verá cosas que los parisinos, a fuerza de estar aquí, han dejado de percibir. Y eso sería bueno también para esos jóvenes de los barrios de las afueras. Imagínese: saben árabe. Eso es una riqueza, como he dicho. Pero en vez de utilizarla para abrirse a la cultura francesa se encierran en esa propia cultura árabe, que en Francia, claro, es más pobre que en los países árabes. Muchos de esos jóvenes no quieren convertirse en franceses por la influencia del islamismo, y también porque así se diferencian, eso explica su agresividad. En el fondo, son las últimas víctimas de un juego perverso de esta sociedad, que cada vez se parece más a la soviética. ¿Sí? Sí. Aquí parece que todo está dirigido: el rol social es el de consumir: consumir, producir, dormir, y vuelta a empezar. Eso nos convierte en buenos ciudadanos completamente descerebrados. Contra eso hay que rebelarse. Yo me rebelo. También está la competencia. ¿La competencia? Mire: las gentes de mi generación siempre dicen: "Yo nunca fui comunista". Bueno. Yo sí lo fui. No lo oculto. Pensé que llegaría el día de la Gran Fraternidad, en que nadie pensara en arrebatar al otro su trozo de pan, en esa competencia. Porque ustedes en Occidente viven en una total competencia. En la oficina, ese mira lo que hace el otro. Ahí, un escritor espía lo que ha escrito otro. Jamás he recibido más críticas que cuando gané el Goncourt. Occidente está organizado alrededor de la competencia entre unos y otros, desde la escuela. Me pregunto si la verdadera amistad puede
florecer aquí. ¿Y en Rusia? La Rusia que yo viví durante 30 años desapareció. Y el capitalismo que le sucedió era caricaturesco. Yo no quería vivir en una sociedad caricaturesca. No quiero. Pero una cosa: los rusos adolecen de todos los defectos del mundo, pero gozan de una ventaja: una gran experiencia histórica que les hace pasar rápido por las distintas etapas. Por eso ya empiezan a superar la fascinación y la seducción occidental y a rechazar ese mundo. Ya se dicen que la vida no consiste en construirse un palacio, ni tener diez amantes, ni beber champán para desayunar. Rusia comienza a mirar de nuevo hacia las cuestiones existenciales. ¿Por eso que se denomina un poco tópicamente el alma espiritual rusa? Eso es un tópico, cierto, pero que tiene algo de verdad. En Francia, todo es muy equilibrado: todo tiene un orden, y eso atrae y fascina a los rusos, que propenden a la anarquía. Pero al mismo tiempo, aquí, les falta algo.
ENLACES http://epdlp.com/escritor.php?id=8237 http://papelesdepedromorgan.com/wpcontent/uploads/downloads/2011/02/ 17-PPM1-critica_Prieto-P-castellano.pdf http://www.revistadelibros.com/articulos/ http://elpais.com/diario/2006/12/30/babelia/1167439156_850215.html http://elpais.com/diario/2010/06/19/babelia/1276906354_850215.html http://www.dooyoo.es/libros/el-testamento-frances-andrei-makine/421017/ http://www.lanacion.com.ar/1091715-enriquecer-el-testamento-frances
ANDREI MAKINE EN LA RLPE
Makine, Andreï (1957-) A orillas del amor / Andrei Makine ; traducción de Zoraida de Torres Burgos
(2001)
Makine, Andreï (1957-) El testamento francés / Andrei Makine ; traducción de Javier Albiñana
(1997)
Makine, Andreï (1957-) La música de la vida / Andrei Makine
(2002)
Makine, Andreï (1957-) La música de una vida / Andreï Makine ; traducción de Amelia Ros y Alejandra Montoro
(2001)
Makine, Andreï (1957-) Le testament français / Andreï Makine
(1998)
Makine, Andreï (1957-) A orillas del amor / Andreï Makine; traducción de Zoraida de Torres Burgos
(2001)
Makine, Andreï (1957-) El crimen de Olga Arbélina / Andreï Makine ; traducción de José Escué
(2001)
Makine, Andreï (1957-) El testamento francés / Andrei Makine ; traducción de Javier Albiñana
(1996)
Makine, Andreï (1957-) Entre el cielo y la tierra / Andreï Makine ; traducción de Amelia Ros
(2005)
Makine, Andreï (1957-) El testamento francés / Andrei Makine ; traducción de Javier Albiñana
(1997)
Makine, Andreï (1957-) La mujer que esperaba / Andreï Makine; traducción de Javier Albiñana
(2006)
Makine, Andreï (1957-) Réquiem por el este / Andrëi Makine ; traducción de Amelia Ros y Alejandra Montoro
(2007)
Makine, Andreï (1957-) Vida de un desconocido / Andreï Makine ; traducción de Juan Manuel Salmerón
(2010)
Makine, Andreï (1957-) La vie d´un homme inconnu / Andreï Makine
(2009)
Makine, Andreï (1957-) Le testament français / Andreï Makine
(1995)
Makine, Andreï (1957-) El crimen de Olga Arbélina / Andreï Makine ; traducción de José Escué
(2001)
Makine, Andreï (1957-) El testamento francés / Andrei Makine ; traducción de Javier Albiñana
(1996)
Los premios Goncourt de novela
(1998)