Desde la Nada
Ervin Malag贸n
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Imagen de portada y contraportada, de Florian Nicolle Ediciones Contraste Noviembre 2013, M茅xico. Desde la nada; Ervin Malag贸n
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Desde aquí se puede ver gran parte de la ciudad, trazada por contornos rectangulares y sombras deformes; más no me interesa. Es de noche, casi de madrugada, el cielo esta perforado de estrellas y una luna menguante se levanta; no me interesa. Mis ojos sólo observan el suelo, que esta no se a cuantos metros. No siento vértigo. Debajo de mí pasan copiosos automóviles de todos colores y tamaños, produciendo estelas y un saturado efecto Doppler que resulta estruendoso. Nadie me ve; yo tampoco los veo; no me interesan. Sólo miro un pavimento negro, un abismo. Mis manos, sujetas a la estructura fría del puente, apenas me mantienen firme. No obstante, mis pies no tiemblan, ni con el aire… “Solamente tengo que dar un paso, un único paso y terminaré con esto. Un paso nada más…”
Hablo intermitentemente conmigo mismo “¿Existirá el más allá, o mi ser simplemente se extinguirá, dejando una masa patética de carne y huesos sobre la tierra, en un charco de sangre oxidada y pestilente?”
Muevo la cabeza. Tal imagen me provoca ligeras nauseas. Ahora enfrento algo de vértigo. Levanto mi mirada y veo por un segundo parte del firmamento mientras mi pensamiento regresa a la gravedad de este mundo, a este puente, momentáneamente. Suspiro, y respiro entrecortado. Otra idea arriba a mi mente, otra pérdida de tiempo. “Me iré de este lugar tan pequeño donde ya no quepo. ¿Quién me echará de menos? ¿Quién rezara por mi alma? Tal vez nadie se dé cuenta, de todos modos un evento así carece de importancia; simplemente soy otra vida mezquina, otra infeliz que viene a terminar su vida cometiendo ese acto que dicen es el más valiente y el más cobarde. “
Silencio. En seguida más ideas circunspectas. “¿Existirá el infierno, o después de esto no habrá nada?” “Como sea” “Me conformo con la nada. Lo único que sé es que ya no quiero sentir, ¡ya no quiero sentir! Lo grito desde hace tiempo en silencio, pero de tanto que lo repito acabo por volver a recordar y por volver a sentir…”
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Me pregunto, cómo llegué aquí. Es como si ya no recordara nada más allá del dolor. Olvidé como me subí a este umbral de vida o muerte, olvidé el camino que recorrí para venir aquí, a qué hora salí de mi hogar. Sólo sé que mis heridas siguen abiertas, incurables, y que acabaron por desangrar mi realidad. Abro mis ojos pantanosos, para intentar no pensar más… Creo que es hora de saltar, me balanceo…
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¿Qué harías tú? Tú que puedes contemplar por un momento mi agonizante realidad, tú que lees lo que justo ahora pasa por mi mente a través de mis ojos negros. ¿Qué harías si ya no le encontraras sentido a la vida?
“Yo no encontré otra salida.”
Momentáneo silencio. Ahora oscilo. Muevo ligeramente uno de mis pies. Me inclino más y más en esta balanza que quizá pronto logre el peso justo. -
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¿Crees en la justicia? Si es así, déjame decirte previamente que el salto sería un acto justo, yo merezco morir. Y, ciertamente, aunque no lo haga, viviría muerta en vida, ¿valdría la pena seguir así?... La gente juzga de manera injusta a los suicidas, mucho más desde el punto de vista moral. La religión con la que crecí, por ejemplo, los repudian y condenan al infierno, no se dan cuenta que algunos de ellos ya lo viven en vida. Pero es difícil comprenderlo si no se está en los zapatos del desgraciado y tan fácil juzgar y condenar. Por ello me he detenido un poco, antes que llegue mi acto final… Quiero que mires a través de mis ojos, tú mi lector, quiero que percibas mi pena, para que valores si hay algo justo en que salte o no, y que seas parte de mi
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decisión… Te contaré mi historia, y sabrás por qué estoy aquí, tal vez así sea más fácil sentir empatía por mí, tal vez así más sencillo dejarme ir… Este es el por qué: Alguna vez soñé con casarme, tener un hogar, una familia, algo cursi como veía en algunas películas, como leía en algunas novelas. Pero el camino que recorre cada vida es tan frágil e inestable, que cuando menos se espera, súbitamente, tales sueños se quiebran o se vuelven pesadillas. Yo, aunque solitaria y tímida, era una mujer llena de vida, apasionada y alegre, ahora lo sé, me lo confirma el contraste… El invierno pasado supe que estaba embarazada y opuesto a lo que podría naturalmente pensarse como reacción ante tal noticia, para mí fue un tormento, pues lo que comenzaba a desarrollarse en mi vientre era fruto… de una violación. El terrible impacto que fue saberlo llegó justo cuando intentaba levantarme y hacer frente dignamente a mi virtud hacía un mes ultrajada y vejada. La vida me derribaba de nuevo y con mayor fuerza al suelo, sentía como si me apuñalaran mil veces las entrañas. Pero algo inopinado sobre la vida es que a veces cuando esta te derriba y yaces tirado y herido, aun se atreve a pisarte, patearte o escupirte… Cuando se enteraron mis padres de mi estado, no me tendieron la mano, como pensé harían, en lugar de eso me prejuzgaron, insinuando que todo había sido mi culpa, señalando mi condición de no estar casada y sin ni siquiera tener pareja, para ellos sin duda era yo una cualquiera, y esta idea la respaldaban por el resentimiento que me tenían por haberme salido del hogar tan joven e independizarme sin pedirles opinión. “¡Querías vivir sola, pues bien, arréglatelas tú sola ahora!”, me dijeron con desaire, sin dejarme siquiera comunicar parte alguna sobre lo que me había pasado o como me sentía. Y es que además no hallaba palabras para explicarles que había sido víctima de abuso, que apenas podía hablar, que vivía desde hace días con mucho miedo, que me habían amenazado, que mi agresor había sido alguien cercano a la familia. La relación con mis padres siempre había sido fría y distante, aun en los momentos que aparentaban ser de unión, no tenía por qué sorprenderme, sin embargo, aun así me dolió. 7
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Tuve que arrastrarme e intentar levantarme por mi propia cuenta, completamente sola. Pero los sufrimientos en la soledad pesan más. Mi soledad día tras día se volvía más sombría. No dejaban de atormentarme imágenes de lo sucedido aquel día, en que una bestia humana me arrebató parte de mi alma. Aunque trabajar me distraía un poco, tal recuerdo hiriente y venenoso me perseguía y volvía todo ruido y distorsión, el panorama me parecía caótico. Rostros monstruosos, risas perversas, sensaciones de dolor y frustración se me presentaban en una mezcla grotesca que me asaltaba cada noche, como si una navaja rasgara lentamente mi piel, se hundiera y abriera la carne hasta llegar a lo profundo de mi ser. No podía dormir y si lo hacía me agredían otras pesadillas. Y no bastando, había algo que me torturaba más aún: sentir como crecía dentro de mí la semilla de aquella persona que tanto maldecía. No soportaba la idea. Cada noche le pedía a Dios fuerzas para continuar. Los meses que siguieron fueron tormenta en el océano, días oscuros en los que germinaban pensamientos tóxicos y rencores hacia todo, incluso hacia el ser que crecía dentro de mí. Con semejante estado emocional bajó mi desempeño laboral y en la empresa no me renovaron el contrato. Tuve que buscar otro empleo, lo cual resulto complicado sumado a mi situación más avanzada de embarazo. Dos semanas después encontré uno, pero mal pagado, como empleada en una pequeña tienda de hilos y estambres. Aunque ahora me alcanzaba para comer más o menos bien, cada vez tenía menos hambre. Me descuidaba mucho y regularmente me sentía débil. Declinaban mis deseos de vivir. Sordamente anhelaba enfermarme, o sufrir un accidente. ¡No quería ser madre! ¡No quería a ese bebe! Algunas noches rasguñaba la piel de mi vientre, otras veces lo golpeaba en violentos ataques de locura. Me desquebrajaba parte por parte, como lo hacen los cerros en temporada de lluvia, entre lodo diluido en lágrimas. “Ayúdame Dios mío”, le murmura a la almohada. “Ayúdame, y perdóname”, repetía una y otra vez hasta quedar dormida. Cuatro meses y medio después di a luz a un niño de casi tres kilogramos. Cuando lo tuve por primera vez cerca, estaba tan lacerada y desequilibrada que no supe reaccionar con afecto maternal. Cuando lo tuve en mis brazos, no dejaba de sentir algo extraño por la criatura, una sensación como de rechazo, y este sentimiento me acompañó en los días que advinieron. Por momentos sentía que miraba en su carita el rostro de aquel hombre, y sufría demasiado 8
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por esto, de una manera incomprensible. La mayoría de las veces lo alimentaba con desagrado o repentinamente le retiraba el pecho; acabe dándole únicamente biberón. Dejaba que llorara sin atenderle. Estaba yo tan sumergida en la depresión que apenas miraba lo que me rodeaba. En soledad los pesares te hunden más… Me miraba al espejo y no me reconocía, era una imagen fantasmal, sin color, monocromática. Pedía socorro a Dios por mi alma y misericordia por lo que me quedaba de vida, aunque en el fondo ya había dejado de creer en él hace mucho; ¿cómo seguir creyendo, después de su constante silencio? Necesitaba tan solo un rayo de luz, pero en su lugar contemplaba más nubes negras. Cada día la vida parecía complicárseme más. El dinero que ganaba ya no me alcanzaba a causa de varios gastos nuevos se generaban por la maternidad. No había pagado la renta desde hacía tres meses. Apenas cubría el pago de la guardería, que era la que me permitía seguir trabajando. No podía evitar pensar que tener a ese bebe en mi vida era una carga. Algunas veces una parte de mi sentía que lo odiaba. Ahora comprendo lo terrible de tales pensamientos… Nunca le brindé cariño, nunca le di la atención que se merecía, solamente pensaba en mí y en mi desgracia, y me auto-compadecía. Me olvidaba de él, lo abandonaba aun estando en la misma habitación, le daba la espalda. No comprendí que necesitaba de mi calor, de mi amor. Con ello iba perdiendo la humanidad que me quedaba. Pero abrí los ojos, y lo entendí finalmente. Fue hace unos días, una mañana que por deber recordé que debía alimentarlo. Prepare su mamila y fui a al cuarto. Me acerque a él y trate de despertarlo, pero no se movía, insistí una y otra vez, era inútil, no respiraba. Sentí que moría una segunda vez. En ese terrible momento comprendí que él era lo mejor que yo tenía hasta entonces, pero era demasiado tarde. Él no tenía culpa de nada, era una vida inocente, y tuvo, indirectamente, que cargar con parte de mi pesar. No me perdono por ello, no merezco el perdón. Sucumbió mi alma ese día. Ahora ya no creo tener vida, y si la tengo, es por un instante, pues sé que la tercera muerte hoy será la vencida.
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Ahora conoces mis razones. ¿No crees que morir es lo más justo para mí?
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“Merezco morir.”
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No creo en el más allá, ¿sabes? No creo que haya un infierno esperándome, ni que en el pagaré mis pecados por la eternidad. No lo creo. Mi intuición me dice que no hay sino abismo, vacío y ya. Después de esto no hay nada, nada, nada. Pero para alguien como yo da lo mismo esa vaciedad o esa nada. Aquí de este lado del umbral, en este mundo donde en apariencia aun respiro, tampoco tengo nada. Lo único que he decidido es ya no sentir… La muerte es mi único destino, no queda más que decir…
Un breve silencio. Ahora, levanto la mirada que queda sin quererlo frente a la luna. De mis labios brotan algunas palabras, algunos nombres. Me despido. Mi pensamiento trata de evocar la escena más bella en mi vida, para irme con su esencia en mis sentidos, pero sin mucho éxito. Mis manos se sueltan, mi cuerpo se deja vencer con la inercia, y me arrojo al vacío. Solo percibo el viento zumbando en mis oídos y algo de frio. Por mi mente no pasa mi vida como en una película. No, no veo nada. Al mismo tiempo contengo la respiración de manera involuntaria, pero no por temor. Y en apenas segundos me impacto, pero no con el piso, un automóvil me ha alcanzado y he golpeado en su parabrisas. Así siento como varios huesos se rompen y músculos se desgarran, antes de llegar al suelo. Giro oblicuamente por el aire, como muñeca de trapo, pero no me estremezco, ni grito. Pierdo momentáneamente el sentido, y cuando vagamente lo recupero, me encuentro en el pavimento. Abro con debilidad los ojos, todo parece temblar, todo se torna borroso, sólo distingo lo negro del concreto y uno de mis brazos, que tiembla cuando intento moverlo. Las piernas no las siento, únicamente una sensación de calor y frio. La cabeza parece explotarme de dolor, y oigo un zumbido agudo. Comienzo a orinarme, sin poderlo evitar. De mi boca sale sangre espesa. Creo ver
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remotamente sombras moverse y entre el persistente zumbido logro oír algo, quizá unos gritos. Mi estómago se sacude en pequeños espasmos que me hacen escupir más sangre. La vista se me nubla, comienza a hacerse gris, termina oscureciéndose, y de pronto ya no miro nada, nada.
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