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Llamados a caminar TODOS juntos

Me doy cuenta de que no soy capaz de aceptarme, ni perdonarme; una actitud peligrosa, ya que puede ser como esa piedra en el calzado, que, aunque vayas por la carretera mejor asfaltada del mundo y con los zapatos más cómodos y caros del universo, tu caminar va a ser siempre doloroso y lleno de dificultades.

La imperfección en mi vida, no solo me hace enemigo de mí mismo, sino me lleva a mirar todo alrededor desde ese dolor, desde esa fragilidad, desde ese no acoger o aceptar lo que cada uno es, desde esa misma insatisfacción que genera la imperfección. Y es por ello que en muchas ocasiones no me gusta la realidad que veo, que experimento, que vivo… sólo aprecio la feal- dad que me rodea, cayendo en un pesimismo disfrazado de realismo, que me inmoviliza, me paraliza, me hace caer en una rutina, en una desesperanza, que ahoga toda vida que hay en mi interior.

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Para nada somos perfectos. Pero esta visión de nuestra realidad no debe empañar una mirada hacia la belleza de lo imperfecto, de lo inacabado, de lo que todavía queda por hacer. Nuestras lágrimas no pueden impedir ver la belleza de nuestra vocación, el tesoro del Carisma recibido y la riqueza de vida en nuestra Provincia. No podemos vivir abrumados por lo que aún nos queda por construir, por toda imperfección que experimentamos, por tanto dolor que llevamos en las mochilas de nuestra vida, por la necesidad de ser perfectos.

Claro que nos queda mucho por hacer, por vivir, por construir, pero no estamos solos. Dios está de nuestra parte. Como decía en la lectura del Deuteronomio “el Señor te ha elegido para que seas su propio pueblo, como te prometió, y observes todos sus preceptos. Él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y serás el pueblo santo del

Señor, tu Dios, como prometió”.

Pidamos la gracia de Dios. Pidamos que nos siga acompañando y que se haga uno con nosotros en el camino. Que Jesús sea ese oro, que une nuestras grietas y nos hace fuertes, pero a la vez que nos recuerde, que, a pesar de las grietas de nuestras vidas, seguimos siendo llamados a vivir con Él y para Él. Que sean nuestra fe en Dios, el oro que tape nuestras heridas, nuestros silencios, nuestras distancias, nuestras incomprensiones, nuestros juicios. Debemos llenar nuestras imperfecciones con la fe y la esperanza de un Dios que sabemos hace nuevas todas las cosas y que da nueva vida por su muerte y resurrección.

Entre lo que uno es y lo que está llamado a ser, entre lo que es nuestra Provincia y lo que está llamada a ser, hay una distancia que sólo puede ser superada por la gracia de Dios, que actúa a través de un espíritu santo, que empuja los corazones de los sencillos al encuentro del Señor. Pero, para ello, debemos confiar en Aquel que se abajó para llevarnos a lo alto, que se hizo hombre para que pudiéramos compartir la condición divina.

Pidamos su Espíritu, el mismo que nos mueve a la perfección, porque “que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Estamos llamados a ser perfectos como el Padre celestial es perfecto. Por tanto, a vivir el amor, la misericordia y la entrega incondicional de Dios a la humanidad. Estamos llamados por tanto a ser uno con él, y por medio de Jesucristo a participar de su condición divina. A reconocer que, nosotros solos, no podemos, y que necesitamos su gracia para hacer todo nuevo y nueva puede hacer nuestra vida si me dejo guiar por su espíritu.

Os pedimos, al conjunto de la Provincia, escolapios, religiosos y laicos, maestros, alumnos, padres y familias, por esta nueva congregación para que nos dejemos hacer por el Señor y vivamos con esperanza y alegría nuestra vocación.

JORGE IVÁN RUIZ CORTIZO.

Prepósito Provincial de las Escuelas Pías Betania

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