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La carta. Valores y virtudes

Pedro J. Huerta Nuño Secretario General de EC

Valores y virtudes

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El problema de los valores es que los acabamos haciendo eternos

Cada año, al comenzar el curso escolar, nos vemos envueltos en una carrera por explicar, desarrollar y hacer comprender nuestros valores. Ciertamente, no necesitamos justificar nuestra presencia ni nuestra actividad, pero sí renovar los elementos que sabemos importantes y que tocan de lleno a la misión de nuestras instituciones y centros educativos.

En esto de los valores no somos especialmente originales, poco costaría hacer un listado comparativo con aquellos que proponemos y nos identifican, para darnos cuenta de lo mucho que compartimos, a pesar de que nos empeñemos en marcar las diferencias entre nosotros, tal vez para seguir defendiendo espacios propios de identidad.

El problema de los valores es que los acabamos haciendo eternos. Una vez forman parte de nuestra propuesta institucional se convierten en dogmas inamovibles, condicionan la creatividad y nos obligan a repetir fórmulas, cada vez más alejadas de la realidad específica de aquellos a quienes queremos orientar mediante esos mismos valores. Es entonces cuando se hace necesario recuperar la importancia de las virtudes, que aportan un viso de realidad a los valores eternos. Si seguimos el modelo inspirador de Jesús de Nazaret, nuestra propuesta pedagógica y evangelizadora tiene que ser maestra de relaciones, y para ello necesita aprender a habitar en las virtudes, promoverlas, facilitarlas y acogerlas.

Las virtudes son el presente de los valores, su realidad más transformadora, un instrumento de cambio y una garantía de futuro. Cuando Pericles dirigió su célebre discurso para alentar a los soldados atenienses en la guerra del Peloponeso, dijo que las virtudes son los ornamentos de la polis. ¡Cuántas veces convertimos valores y virtudes en ornato estético de nuestros discursos institucionales y personales! ¡Cuánto nos cuesta hacerlos compromiso moral y opción ética! Por eso, educar en las virtudes implica una escuela que busca la proximidad, el servicio y la relación, que amplía las definiciones de la igualdad y la integración para ser fundamento de una nueva solidaridad, que cuida el entorno y a quienes lo habitan, que se centra en las personas y deja de esconderse en esa masa sin rostro que llamamos comunidad educativa, tantas veces excusa y justificación.

El papa Francisco nos invita a vivir en estas virtudes, no como meta ni como adorno para nuestras programaciones y documentos, sino como desafío para mejorar nuestro entorno educativo, pero también el entorno natural y el relacional. Necesitamos una pastoral y una pedagogía virtuosas, y por tanto socializadoras, más abiertas, vueltas a las personas, que eduquen para lo que ocurre fuera de los muros de la escuela, que creen espacios para el pensamiento propio y para la reconciliación. A este programa lo llama el Papa, Pacto Educativo Global, una propuesta basada en la sencillez para facilitar las iniciativas de las escuelas y de las instituciones educativas; una apuesta por las virtudes como esencia de nuestra misión; un reto para construir juntos, para evitar las marcas y los particularismos que insisten en las diferencias; para unirnos en el carisma único de educar.

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