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Editorial. El bienestar se educa en comunidad

Irene Arrimadas

“Si no cuidamos los unos de los otros, empezando por los últimos, por aquellos más afectados… no podremos sanar el mundo ”

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Todos necesitamos sentirnos estimados y partícipes en los distintos ámbitos de nuestra vida para lograr el bien-ser y bien-estar. En numerosos estudios sobre socialización e inclusión social se subraya que la humanidad está formada por el conjunto de individuos que necesitan ser acogidos para vivir con bienestar. En el fondo, de lo que se trata es de tomar conciencia de nuestra ineludible dimensión relacional para sentirnos en plenitud.

Las crisis imprevistas y vertiginosas que nos toca vivir nos urgen a volver a prestar especial atención al tema del bienestar de nuestras comunidades educativas, como primera necesidad para re-conectar con nuestra esencia, donde es fundamental escuchar lo que cada uno necesita. Padres, educadores, alumnos, instituciones, medios de comunicación, etc. necesitamos pactos que unan lazos, encaucen sinergias y generen proyectos de vida digna, segura y en paz para todos, donde el bienestar no se sustente solo en la ausencia de conflictos. Es necesario recrear este clima en la familia, en la escuela, en nuestros entornos sociales inmediatos, donde se eliminen barreras excluyentes, donde se respeten los derechos y se ofrezcan oportunidades para todos, donde se experimente la acogida, la cooperación, la compasión (que es la empatía puesta en acción) y la bondad, como fundamentos del bienestar de todos.

Aprender a convivir con nosotros mismos y con los demás se convierte así en uno de los pilares esenciales de la educación, que debe nutrir de experiencias que ayuden a tomar conciencia de la esencial interdependencia entre los seres humanos. Por la educación llegamos a ser lo que somos, y nos curtimos y formamos en un entramado constante de relaciones interpersonales, donde descubrimos la diferencia y la riqueza de los demás.

La escuela es un marco privilegiado para adquirir el sentido de la vida y asimilar los valores que humanizan, con libertad y autonomía. Pero el conocimiento del otro pasa forzosamente por el conocimiento de uno mismo. Las vivencias positivas en la escuela se convierten así en horma vital del carácter y de la personalidad. Por ello decimos en numerosas ocasiones que creemos firmemente en el poder de la educación para construir una sociedad más fraterna, sabiendo que la llave de la felicidad está en hacer felices a los demás, en servir mejor a las personas que nos rodean, generando el compromiso de trabajar por la justicia y la paz.

Ante esta visión educativa compartida, se refleja en nuestros colegios una inquietud creciente sobre cómo cumplir con nuestra misión de ser escuela de acogida, que potencie los sueños y los proyectos de vida de todos sus alumnos, para que nos convirtamos en espacios donde se haga crecer la bondad, la belleza, la justicia y el amor. Esto es lo más específico de la educación: promover el servicio al otro. Los educadores estamos llamados a tomar conciencia de ello y a saber que esta misión tiene que ver con el desarrollo de las dimensiones morales, espirituales, psicológicas, físicas y sociales de la persona.

Queremos ser centros educativos donde se dialogue, se escuche y se reflexione, dando a los jóvenes el protagonismo necesario para que sean ellos mismos los que se transformen en personas más dialogantes, acogedoras y esperanzadas, porque los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se pueden enseñar y aprender desde la más tierna infancia. Si cuidamos nuestro bienestar y el de los demás, lo cambiamos todo.

Con la lectura de este monográfico de Educadores, os invitamos a poner “taller a las ideas” para hacerlas vida, porque necesitamos ser escuelas de testimonio que eduquen para hacer un mundo más justo, fraterno y feliz para todos y cada uno.

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