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Sobrevivientes
RICARDO BERNAL
Una casa de adobe verde. En la cocina, alrededor de una mesa de ocote: siete hombres silenciosos escuchando un destartalado radio de pilas. En el cuarto de junto: costales vacíos, bidones llenos de agua gris; cadenas y trancas en la puerta para que nadie entre. Afuera: el polvo venenoso, las veredas y los nopales; las mujeres caníbales de rebozos negros y ojos de jade arañando la puerta, aullando enloquecidas como lloronas. A lo lejos, rumores fantasmales del pueblo destruido. El hombre más viejo mueve el botón con dedos temblorosos: trata de sintonizar alguna señal para saber si son los únicos sobrevivientes; sus ojos enrojecidos se cierran de sueño pero es importante saber. Los otros hombres miran atentos al viejo y escuchan… escuchan… De la bocina solo sale ruido, el mismo ruido desde hace tres semanas y cinco días, cuando todavía quedaban cañas, miel y uno que otro tejocote. De pronto suena una música y todos tiemblan: tamboras y trompetas, el estribillo estrambótico de los tiempos felices; la voz inconfundible que grita: ¡Aquí suena, la Queeeeé Buena! ¬
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