BRUNO y BERTA Hay momentos en el trascurso de la vida, en el que por diversas circunstancias, se nos viene encima la tristeza, no encontramos consuelo con nada, no hay nada que pueda aliviar nuestra angustia o nuestras soledades. En esos momentos es cuando más necesitamos de una voz amiga, alguien que nos dedique unas frases de ánimo. Digo esto, porque en éste mundo, donde cada cual vamos a lo nuestro, sin preocuparnos para nada del sufrimiento ajeno vivimos solo para nuestro propio egoísmo, no nos damos cuenta de que cada vez entramos con más fuerza en ese remolino de prisa y deshumanización que nos rodea, ese torbellino de desarraigo y soledades donde somos incapaces de intercambiar una sola palabra con nadie y si lo hacemos es estrictamente por interés, trabajo o compromiso. Sin embargo hay excepciones como ésta que voy a escribir, con ello quiero dejar constancia de lo importante que puede ser a veces prestar atención a las cosas más sencillas. Verán, hay una farmacia en mí barriada a la que he tenido que visitar con bastante frecuencia por diferentes causas, primero fue por mi marido, enfermo del corazón durante varios años por dicho motivo
rara era la semana que no tenía que ir dos o tres veces a comprar, después de morir él enfermó mi madre por lo que seguí siendo asidua durante bastante tiempo más el caso es que por una cosa u otra mis visitas fueron constantes, sin embargo jamás entablé una conversación fuera de lo estrictamente necesario dentro de la corrección, “ hola, muy buenas, que desea y adiós” hasta un día que fui a recoger unas recetas del médico y me llevé a mi Bruno conmigo, aquel día no tenía yo los ánimos muy levantados, estaba atravesando malos momentos pues entre la enfermedad y muerte de mi marido y la demencia senil de mi madre estaba francamente hecha polvo, sin embargo sucedió algo que rompió con la rutina de tantos años. Las medicinas eran para Bruno, hacía unos días que se encontraba mal y veníamos de la consulta de su médico. Esto hizo que la farmacéutica me prestase un poco más de atención que de costumbre, pues salió fuera del mostrador y acariciando a Bruno dijo, ¡Qué guapo es! ¿Cómo se llama? Bruno, contesté, se llama Bruno, vengo del médico porque tiene fiebre y lleva un tiempo que está perdiendo peso. ¡Ay pobrecito! ¡Qué lástima, con lo guapo que es! ¡Qué pelo tan bonito tiene y que ojos tan preciosos! Mira niña, le dijo a su hija, le parece a Berta, ¡Que precioso es! Es verdad, contesté, es muy guapo en casa estamos encantados con él, pero ahora nos tiene preocupados, Dios quiera que le vayan bien los medicamentos. Ay sí, ya verá como sí, usted haga todo tal como le han dicho y vera como se pone bien, ya me irá informando. Desde aquel día todo cambió entre nosotros, cada vez que iba a la farmacia había un motivo de diálogo, Bruno y Berta fueron el eje principal de nuestras conversaciones. Yo supe todo de Berta, sus juegos, sus travesuras, su cariño y la inmensa compañía y el consuelo tan grande que representaba en aquella casa donde hacía muy poco que acababa de fallecer el marido, Berta, según la señora, era un ser maravilloso, yo también hablaba de Bruno y esto hizo que surgiera una corriente de simpatía entre nosotros, fue como un lazo invisible que hizo que nos entendiéramos a la perfección y la vez que nos diera un gran alivio para las tensiones emocionales por las que ambas estábamos pasando. Han transcurrido ya tres años desde aquel día y aún no nos hemos dicho nuestro nombre, ni falta que nos hace, yo la conozco por “la mamá de Berta” ella siempre me dice “la mamá de Bruno” nos basta con eso para saber que podemos contar la una con la otra para lo que haga falta. Nos unen dos seres muy pequeños, cariñosos revoltosos y absolventes pero que nos quitan muchas horas de soledad, alivian nuestra pena y sabemos que jamás van a fallarnos.
Ellos son tan importantes en nuestras vidas porque tienen el don de unir a las personas para que nos sintamos más afines, hacen que afluya algo especial porque nos hacen comprender que quien tiene en sus vidas alguien como Bruno y Berta son incapaces de albergar en su corazón ni una pizca de maldad. Sabemos que son ellos los que nos hacen ser más amables porque nos despiertan todos los rincones de la ternura y nos hacen ser más comunicativos. Sabemos dar más amor porque ellos nos lo dan con total desprendimiento. La mamá de Berta me dice que si no fuese por ella lo pasaría muy mal, pues la muerte de su esposo la tiene muy afectada, pero que Berta es una maestra estupenda para disipar las penas y que les tiene a todos el corazón ganado, “el cariño, los juegos y las travesuras de Berta en casa son imprescindibles” me dice. Por eso cuando hablamos le damos gracias a Dios por tener el privilegio de contar con ellos puesto que son los que han dado motivo para que haya está comunicación de amistad entre nosotros, de lo contrario podría haber transcurrido toda la vida sin haber pasado de unos intercambios verbales correctos sin llegar a más. Bruno y Berta son los culpables de otras muchas amistades que tenemos y que conocemos solo por “los papás de… o la mamá de…“y con eso nos basta para simpatizar, para hablar o jugar con ellos ya que son los únicos que tienen ese don especial de estrechar lazos con personas que de no ser por ellos jamás hubiésemos hablado o pasarían por nuestro lado totalmente desapercibidos. ¡Ah se me olvidaba! ¡Bruno y Berta son y serán eternamente nuestros perros preferidos! Y digo esto, porque Bruno, después de ocho años de luchar con esa enfermedad maldita que le trasmitió un mosquito llamada leishmania, después de perder la vista y el oído, de combatir como un titán obedeciendo, tomando y aguantando todos los cuidados, todos los pinchazos, pruebas y medicamentos que le recetó su amiga y su doctora Mamen Vicente, después de perderlo todo menos su cariño por nosotros y la lealtad por sus amigos, decidió que había llegado la hora de convertirse en mariposa, y una mañana hermosísima del mes de junio se fue volando hacia el cielo de los perros a reunirse con su madre Linda y a esperar que llegue su amiga Berta.