El ejemplar que tienes en tus manos es un documento único, insólito; una edición especial recopilatoria de los textos que se han ido gestando desde que hace ya cinco años viese la luz el debut, el ya clásico “Escritos que nunca me leerás”. De temáticas variopintas y en diferentes tonos el autor, Carlos Escudero (guionista/cantante/escritor/showman), nos deja mirar por el agujero de la cerradura de su corazón, pero guarda a buen recaudo la llave porque, aunque sigue siendo el de siempre, ya no dice “SÍ” cuando es que “NO”. Y es que durante este tiempo han pasado muchas cosas, algunas posiblemente harían crecer de golpe al eterno chaval Peter Pan, pero Carlitos, por suerte, no ha perdido ni un ápice de su frescura, y los presentes escritos dan buena muestra de ello. ¿Cómo? ¿Aún no te has convencido? ¡Venga, ráscate el bolsillo y compra ya esta joya antes de que se agote o te arrepentirás hasta el fin de tus días! ¿O acaso sólo lees best-sellers? Quítate las telarañas de las gafas y, ya de paso, de tus sofisticados y caducos gustos literarios, porque aquí hay mucho de lo que aprender y no vas a encontrarlo en ningún otro libro. ¡Tiembla, Código Da Vinci! “Háblame de ti” ha llegado... Con dos cojones, señores.
HÁBLAME
DE TI
CARLOS ESCUDERO ARÀS
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ÍNDICE
Introducción ............................................................................... 009 Prólogo ....................................................................................... 011 COCKTAIL ACULIANO Los viernes sin sol ..................................................................... 015 ¿Qué he hecho yo para merecer a esta? ................................. 019 Mi película .................................................................................. 023 Kim, ¿te quieres casar conmigo? ............................................. 027 SOBREVIVIENDO A BASE DE TANG ¿Qué me pasa, Lorena? ............................................................ 033 Ilusión ......................................................................................... 039 Los ojazos de Sandra ................................................................ 041 Los reyes de Francesc .............................................................. 045 Happy End .................................................................................. 049 El bufón agotado ........................................................................ 053 Hablar de mí es como ver Parque Jurásico cada día ............ 055 Caballito de mar ........................................................................ 061 Dejas rastro en mi vida sin ti .................................................... 065 El concierto de Laura ................................................................ 071 El gran escrito ........................................................................... 075 Mi primer amor .......................................................................... 079 Sincero ........................................................................................ 083 Mi hermano pequeño ................................................................ 087 7
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CUANDO DORMÍAMOS EN EL VÍDEOCLUB Redacción de Hoy: ¿Por qué escribo? ...................................... 093 Atracción Vital Total 2 ............................................................... 095 Tienes que verla, te cambiará la vida ...................................... 101 Cines y cenas ............................................................................. 105 La noche anterior al día siguiente ............................................ 109 El camino .................................................................................... 113 Tu gran secreto .......................................................................... 117 Nuncajamás ............................................................................... 121 Epílogo ........................................................................................ 127
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INTRODUCCIÓN
En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… No quiero acordarme… ¡coño! Ya ni me acuerdo. No nos engañemos, amigo. Por mucho que hagamos en nuestras vidas, ni tú escribiendo ni yo en la música, llegaremos a ser una celebridad. Es duro, Charly, pero es así. Nunca empezarán tus escritos por ahí, nunca serás Cervantes, Kafka o Bukowski. Ni nunca yo llenaré el estadio de Wembley (de hecho creo que ya ¡ni existe!), ni tendré a la rubia de mis sueños a mi lado, ni haré un «dueto» con Bono. Cuando nos conocimos soñábamos que sí, que todo era posible. Nos comeríamos el mundo, ¿te acuerdas? En un minuto nos ganaríamos la vida escribiendo guiones y haciendo discos. Tú me hiciste soñar en que eso sería posible y, aunque haya momentos difíciles, ahí seguimos todos: al pie del cañón con nuestros sueños. Y ahí está otra ración de escritos para leer y degustar tu habilidad por la palabra, por la emoción pura. Son escritos desde dentro, auténticos como el amor, desnudos como la pasión, libres de toda formalidad literaria, unplugged 100%. Una vez dijo John Lennon: «La vida es eso que te pasa mientras te empeñas en hacer planes» Y mientras muchos se empeñan en ganar Planetas, en tocar la Luna con las manos, tú estás ahí, en ese barrio de La Verneda, 9
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donde nunca brillan las estrellas, donde nunca fluyen las ideas. Estás ahí con tu libreta, en el balcón con vistas al campo del Júpiter, escribiendo sobre tus cosas, sobre tus amigos, tus miedos, tus dudas. Y eso es tan genial que no lo pueden leer muchas personas, perdería la magia, la gracia de que las pequeñas cosas sean las de verdad. De que muchos podrán leer a Cervantes, pero muy pocos emocionarse con Carlos. Porque yo me quedo con el bar de la esquina, con el Chino Mey Mey y su arroz tres delicias, con esas tardes en la FNAC comprando, tomando café sin parar, leyendo guiones, tus cosas... sobre todo sin hacer planes, ningún plan, viviendo la vida. Y es ahí, sólo ahí, cuando empiezas a escribir, cuando por una conjunción mágica de los planetas, las estrellas empiezan a brillar en La Verneda, las ideas a fluir y la Luna te da las manos. Un abrazo, amigo Juan Merrick
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PRÓLOGO
A mí me gustaría sonreír una y otra vez, hacer el payaso las veinticuatro horas del día, el bufón de palacio y, sobre todo, saber de qué escribir. Carlos Escudero. Nunca fui Mamet Escritos que nunca me leerás A veces «el bufón agotado» se para a pensar y se da cuenta en lo que se ha convertido. No es que le disguste aquello que ve en su interior, más bien le agota y le hace recordar en cómo y en por qué se convirtió en lo que es. Carlos Escudero. El bufón agotado Háblame de ti Hace algunos años, Carlos Escudero autopublicó Escritos que nunca me leerás, una colección de escritos sobre cine aquejados de un egoísmo agudo. Con ellos el autor, más que hablar de sus gustos cinéfilos, cumplía su deseo de hablar de él y sólo de él (sus obsesiones, sueños, miedos, filias y fobias), y que lo hicieran los demás. Ahora nos presenta otra colección de «escritos» que giran alrededor de sus pensamientos y experiencias. ¿Más de lo mismo? Rotundamente, no. En este nuevo libro sigue manteniendo el sano placer de compartir sus andanzas con el mayor número de 11
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personas. Nos continúa mostrando sus sentimientos, sus gustos y aficiones. Pero en este libro no hay tanta fantasía como en su anterior trabajo y sí más espacio para la realidad pura y dura que le ha tocado vivir. Ahora nos encontramos con un autor más maduro, más reflexivo, más arriesgado en sus críticas, siendo perfectamente consciente del mundo en el que vive. Así es: este libro supone para Escudero el final de una etapa y, por consiguiente, el principio de otra. En estos años, el «puto Peter Pan» creció, maduró a la fuerza. La cruda realidad le obligó a dejar de lado sus sueños y replantearse muchas veces qué quería hacer con su vida. No fueron unos años fáciles, cayó muchas veces en el desánimo, pero nunca llegó a perder la esperanza (léase «Ilusión»). Y, al fin, cansado de soñar despierto, decidió atreverse a vivir, a luchar por realizar sus sueños. Ejemplo de todo ello es El bufón agotado, una agria mirada a su figura, o Nuncajamás, el último escrito del libro, un intimista repaso a esta etapa de cambio. Uno de sus sueños ya lo tenéis en vuestras manos. Y mientras trabaja en metas de mayor entidad, Carlos Escudero, casi sin proponérselo, ya se ha convertido en uno de los máximos representantes de la verdadera literatura freaky, aquella que queda al margen de los circuitos comerciales. Talento más voluntad ¿hasta dónde llegará? Quiero finalmente destacar Redacción de hoy: ¿Por qué escribo?, donde muestra la importancia que tiene la escritura en su vida: escribo porque, de alguna manera, escribir siempre ha sido la respuesta a mis problemas y porque cuando escribo, parece que estos desaparezcan; y el escrito titulado El camino, uno de los textos que más me han emocionado en los últimos tiempos. Un escrito, al igual que la mayor parte de este libro, que uno puede leer una y otra vez. Y esa es una virtud que no tienen todos los escritores. Oriol Lynch
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LOS
VIERNES SIN SOL
Al último capullo que me soltó la repelente, agobiante, gilipollas y estúpida frase: «por fin es viernes» lo llevé a la UVI directamente y sin contemplación alguna. Y es que odio los viernes. Ya de por sí el nombre me ralla, me desespera... viernes, viernes, uff, me entran escalofríos, sudores fríos, mareos. Da igual si es 13 o 29, si es el día de tu cumpleaños o el día de mojar el churrito: ¡qué más da! El viernes es gris, melancólico, preocupante, insultante y, sobre todo, hipócrita. Cuando era pequeño me metí un piño en viernes con la bici en el parque contra una papelera, más tarde mis papás me dijeron que mi pito necesitaba un pequeño arreglo, o sea, fimosis. Lugar de la operación: Hospital del Mar. Hora: 10.30 y ¿día? Sí, en viernes y, además, llovía. Soy consciente que el viernes es el día milagroso, la mismísima visita al cielo, el orgasmo múltiple y reiterado para el buen cinéfilo, pero, ni aún así, tal día se salva de la quema. Además siempre se llena de abuelos que te cuentan la peli en cada minuto y, encima, si les dices algo, se te rebotan. Todas mis «ex» me han dejado en viernes. Bueno, una tuvo dudas un viernes y al siguiente viernes me dio la patada. Otra me dejó a medianoche, justo en fin de año, antes de las campanadas, con lo que no contó como sábado, engrandeció más apabullantemente mi mito y, para postre, empecé con «buen pie» el año. Los rollitos que 15
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he tenido en viernes, han solido acabar con ella vomitando el cubata en mi chaqueta recién comprada, o yo arrepintiéndome a las tres horas por haber confundido a aquel adefesio con Claudia Schiffer. Uno de mis grandes traumas también pasó en viernes: mi urólogo me dijo que me tenían que hacer un masaje prostático. Yo pensé que me haría caricias por la espalda rollo vídeo Playboy. Pero no, la cosa no iba por ahí ni mucho menos. No entraré en detalles, sólo me acuerdo de haber visto las estrellas. El que tenga dudas que se lo pregunte a sus abuelos, o que solicite un masajito de estos a ver que le parecen. Luego que me lo explique e intercambiaremos impresiones. Si trabajas en viernes es terrible. Bueno, en viernes, sábado, lunes... que más da el día. Pero si el día escogido para ganarte el pan es viernes ya la has cagado. Y más si es un trabajo como el mío, que es un preludio de que lo peor aún está por llegar: currar en fin de semana. Claro que tener fiesta en viernes también es agobiante, porque posiblemente el sábado trabajes en el turno de mañana. Total: que no puedes ni ir a tomar algo, ya que eso de empalmar ni de dormir menos de ocho horas nunca se me dio bien. Los viernes han hecho que odie los clásicos, míticos y entrañables jueves, ya que su nombramiento me avisa de que lo peligroso, lo odiado, lo tenebroso, lo triste, está a punto de llegar. Algunos me diréis que el viernes es guapo porque hacen la peli «porno» del Plus. Eso para quien lo tenga, que yo no cojo ni el BTV. Y que conste que los primeros días intenté disfrutar de semejante género aunque fuese codificado, consciente que todo son primeros planos, pero acabé con los ojos achinados, con dolores de cabeza y mareos que me llevaron de urgencias y lo peor fue la frase del doctor: «otro que no tiene el plus». ¿Acaso pensáis que lo de Viernes 13 es cachondeo? Lo que pasa es que aquí se dijo que fuese en martes para no seguir desprestigiando tal día, tan sobrevalorado de glamour, fiesta y desparpajo. Mi perrito Boby (me pasé toda la noche pensando su nombre, 16
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evidentemente) murió en viernes, atropellado por un camión con una pegatina en la que se leía «Por fin es viernes». A mi cajera favorita de la FNAC, o sea, Amaia, la echaron en viernes. ¿Los exámenes sorpresa en el «Insti»?: En viernes. El concierto de Kenni G. al que tuve que acompañar a mi hermana fue en viernes. Bueno, y sábado también (además es presidenta del club de fans) y lo de las muelas del juicio fue dicho día también. Todo en viernes. Además, está científicamente demostrado en que los días más putas, jodidos, estresantes y patéticos para los seres humanos, son los viernes. Viernes, viernes, viernes, ¿qué te habré hecho yo? Hasta el nombre en inglés es desagradabe: friday... Veo doble, ¡me dan ganas de vomitar! Todo oscuro, todo sin salida, el túnel no acaba, lo oculto, lo innecesario y triste, se apodera de mí... pero... pero... un momento... De repente algo me asombra. La chica de las pequitas me empieza a hacer caso. Sí, esa morenaza. Todo va sobre ruedas. Años de noviazgo, parecemos una pareja de «peli idiota romanticona» y parece que, incluso, y contra todo pronóstico, nos vamos al altar. Bueno, hasta que le pregunto: –¿Qué día naciste? –Un viernes 24 –me responde. Me asusto. No puedo evitar seguir con mi interrogatorio. –¿Cuál es tu día favorito? –El viernes. –¿Y eso? –sigo, intento calmarme. Entonces ella me responde: –Hombre, nací en viernes, mis padres se casaron en viernes, mi primer beso fue en viernes, me gradué en viernes, perdí la virginidad en viernes, me quiero casar en viernes, un viernes me tocó la lotería (trescientos euros, pero algo es algo), y los viernes me hacen descuento en el Zara. Ahhh, bueno, hay algo del viernes que no me gusta. Estoy volando, esa chica, la mujer de mi vida, parece que también detesta el viernes, bueno, poco, pero algo es algo. –¿Qué? –le pregunto con descarada emoción–. Y ella, con esa sonrisa tan 17
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característica, con esa dulzura impagable y con esos ojos llenos de vida y sinceridad, me responde: –Que los viernes hacen cine, y odio el cine. Evidentemente la envié a la mierda y, acto seguido, miré el calendario... Coño, hoy es viernes... No podía fallar, ¿me tiro por la ventana o una soga en mi faringítico cuello será lo más adecuado? Creo que esperaré con ansia, emoción, desespero, fe y obsesión a que llegue el sábado. Sábado... sábado. ¡Dios, qué bien suena!
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¿QUÉ
HE HECHO YO PARA MERECER A ESTA?
Mujeres... mujeres... El problema... La solución... Sí, ahora no me digáis que tengo que hablar de cine, que esto es una página sobre el «Séptimo Arte». Sí, pero Los muelles de Goon es mi sección, y hablo de lo que me sale de la polla... Continuemos... Mujeres, qué dolor de cabeza, ¿verdad chicos? Si lavas los platos... ¿Por qué los lavas? Si no los los lavas... ¿Porqué no los lavas? Y tú, que te has empapado de esas pelis en que las chicas son como princesas virginales, sonrisas eclipsadoras, miradas sinceras... las pones en un pedestal y luego la realidad está lejos, tan lejos. Las mujeres son más raras que el copón. Y si cada persona es un mundo cada tía son mil universos sin pies ni cabeza. Y que conste que esto no es un trátado misógeno aculiano. Y es que me gustan más las mujeres que a un tonto un caramelo. Así que... ¿mujeres? Sí, gracias, pero con cuidado. Y teniendo en cuenta los efectos secundarios y las reacciones adversas. Pero vayamos por partes. Después de varios meses sin una parienta con la que compartir, soñar y todas esas cursilerias baratas que te intentan vender por ahí, tienes una novia. Sí, por fin parece que alguien se ha fijado en un pavo como tú, con ese aspecto rollo Tom Hanks en Náufrago y esa ropa que parece sacada de un episodio de Miami Vice. Además, lo tiene todo: guapa, simpática, dulce, impresionante. Estás en el séptimo cielo: el hombre más feliz del mundo. Pero lo que parecía un ini19
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cio de relación de esos de peli porno, o sea: veinticuatro horas con la chatina dale que te pego, los problemas aparecen de la noche a la mañana. Y es que, a pesar de tu interés, dedicación y sacrificio, no pillas nada: tu novia parece una de esas películas experimentales de cuatro horas en las que «no se entiende un pijo». Sí, de esas en las que nada tiene sentido y que a los diez minutos ya estás rezando para que alguien del público te pueda prestar pastillas, matarratas o una jeringilla para inyectarte oxígeno y acabar con tan mal rato. Llega medianoche, estais los dos ahí, paseando bajo la luz de la luna y tú, como siempre, sin entenderla: «¿Por qué querrá decir eso? ¿Qué habrá querido decir con eso otro?». Debería ser un momento dulce, único, de esos de peli romántica, el preludio para un beso mágico. En cambio, los dos os caracterizáis más por esa preocupante cara de pomes agres que no por un apasionante momento Kodak. Entonces, una luz ilumina tanta oscuridad asfixiante y, como por arte de magia, te acuerdas de Supergirl, esa rubia con superpoderes, tan dulce, tan agradable, un libro abierto. Con esa chica sí que sería fácil salir, amar y seguro que no te volverías loco. Deberías aguantar sus poderes en la cama y estar a la altura. Ella pondría el listón muy alto, ya que se habría tirado a todos los superhéroes habidos y por haber, con penes inmensos y diversión 100 por 100 asegurada en cada una de sus noches «Supergirlianas», así que tendrías que comportarte como todo un campeón (con o sin ginseng). Otra sonrisa memorable viene a tu mente: la de Joey Lauren Adams. Sí, otra rubia. Peor en este caso: es lesbiana. La de Persiguiendo a Amy. Dios, qué dulce, qué mujer. Si se enamoró del carapán de Ben Afleck, se podría enamorar perfectamente de ti, pero no la cagues y recuerda que la chiquilla tiene un pasado sexual turbulento y movidito y, pasado, pasado está. Ahora la rubia está contigo, te ha elegido a tí. «¿En qué piensas?» te dice ella. ¿Qué le vas a decir? «Estoy pensando en mis niñas, en esas con las que me iría al fin del 20
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mundo, en esas que seguro que me dejarían ver el partido de la Champions en lugar de hacerme pasear por un parque lleno de viejos más muertos que vivos. ¡No! Sé sincero, pero no tanto, dile que piensas... «en lo mucho que te quiero», por ejemplo. Sí, ser pelota, en estos casos, es la mejor opción, créeme. Sigue pensando... Kim Basinger en Cita a ciegas. Preciosa, la dulcura personificada. Con ella seguro que las peloteras se acabaron. Recuerda que no puede beber mucho, porque si no se le va la olla y, entonces... ya se sabe. Aunque si prefieres a la Basinger de Nueve semanas y media te entenderé, claro que no esperes de ella poder navegar en las barquitas del parque de La Ciutadella o ver comedias románticas en su casa. ¿Y Natalie Portman en Beautiful Girls? ¿Por qué Timothy Hutton no la esperaba? ¡Pero si era la más madura de todas! Y no esa chica con la que se va a casar: más rancia, imposible. Ella seguro que no te tacharía de inmaduro ni de que «siempre estas haciendo el payaso», aunque recuerda que es menor de edad, así que deberás acostumbrarte al ataque en avalancha de motes a cual más desagradable: asaltacunas, Duque de Feria... etcétera, etcétera. Hay tantas ¿verdad? ¿Y La Sirenita? Qué rollito tenía, ¿verdad? Toda jovial, y tu estarías dispuesto a que te cantara todas esas chorradas ¡con tal de verla en bikini cada día! Ten cuidado con esa cola (aunque siempre la puedes cocinar con una sopita pa cenar). ¿Y la princesa Leia, con sus dos ensaimadas? Tiene un poco de mal genio, pero seguro que entendería tu adicción a los frutos secos. ¿Y Ariadna Gil en Los peores años de nuestra vida? Esa chica es tremenda. Pero ve con cuidado: no serías el único que caería bajo sus encantos. Posiblemente tu padre, tu tío, tus primos, tus amigos y todo bicho conocido habido y por haber. «¿Qué piensas? ¿Estás rallado?» te pregunta ella. Dios, qué mirada. Es preciosa ¿verdad? Quizá no sea tan dulce como Audry Hepburn en Desayuno con diamantes y te acuse cada dos por tres de psicótico obsesivo. Quizá no sea tan espectacular como Kelly LeBrock en La mujer de rojo y te diga un dia «blanco» y al siguiente «negro». Quizá no sea tan genial como Marilyn Monroe 21
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en Con faldas y a lo loco o tan sexy como Liz Hurley en El peso del agua... y quizá esta Navidad no os comeréis los turrones, como Van Gaal. Pero, Dios, ¡cómo la quieres! ¿verdad? Hazle tu media sonrisa a lo Harrison Ford y bésale. Pasado es igual a culpabilidad, futuro es igual a preocupación. Quédate con el presente. Bueno, y con Mariel Hemingway en Manhattan.
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MI
PELÍCULA
Cuando te vi enseguida supe que eras tú. He de confesarte que tuve muchos prejuicios al principio, pero es que tu argumento no me decía mucho, tu título no mataba, los actores no eran mis preferidos... En fin, que en principio tenía la intención de ver la de la sala ocho, una «comedieta», pero al final me decidí por entrar en tu sala para verte y para acabar levantándome de mi butaca aplaudiéndote sin cesar, para acabar amándote... amándote. El inicio de nuestro idilio fue precioso: te veía cada día, en todos los «pases» posibles, en todos los cines de la ciudad. Mis amigos me preguntaban si no me cansaba de ti. Yo, sin apenas inmutarme, les respondía: «Es mi película, la película de mi vida». A los que nos daban dos días les dejamos con un palmo de narices. Y es que ellos preferían otro tipo de géneros: más comercial, más tiros, més sang i fetge. Ellos siempre juzgando a la gente, a las películas, siempre creyendo estar por encima del bien y del mal. Tuvimos tantos momentos, ¿verdad? En los reestrenos, en La Filmoteca, en sesiones golfas... En definitiva, tantos cines por toda la ciudad. Bueno... ¿y mis salidas en tu búsqueda hacia los cines de aquellos pueblos lejanos de montaña? Con sus sillas plegables y sus pantallas llenas de rayas y agujeros. Proyecciones mediocres, pero sólo el hecho de poder verte ya lo merecía todo, siempre sacando una cálida sonrisa de mi rostro. 23
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Una vez que estabas fuera de cartelera, después de pasarme meses anhelando verte otra vez y con un preludio de horas haciendo cola en la puerta de la FNAC, pude volver a saborearte en un monitor chiquitito y con unos cascos puestos, rodeado de mucha gente. Pero el momento fue tan mágico... Como si fuera la primera vez que te veía. Decidí llevarte a casa a los diez minutos, para poder estar en la intimidad. Sí, los posteriores visionados en mi casa ya eran un hecho. Fueron tantos y tan intensos: nos prometimos amor eterno, juntos para el resto de nuestros días. Pero entonces... no sé qué ocurrió. No sé si fue culpa tuya o mía. Eso, ¿qué más da? Ahora no hay héroes ni villanos; lo importante, lo duro, es que lo nuestro ha terminado. Quizá fueran excesivas las horas que pasamos unidos. Quizá tu argumento no era tan bueno y lo quise cambiar. Quizá yo no era tan buen espectador y te fallé. O, a lo mejor, era cosa de los actores, que había momentos en los que sobreactuaban. O era tu duración ¿demasiado larga? El primer día hubiese escrito todos «las críticas» buenas habidas y por haber, pero ahora... todo había cambiado... En un principio no me hice a la idea. Eran demasiados los momentos, los visionados, esas frases dichas al unísono por ambos, tantas butacas calentadas, tantos cines compartidos, tantas palomitas acompañándonos... Pasan los años y hecho de menos esos quince minutos iniciales de plano secuencia, esos diálogos tan divertidos, la secuencia del ascensor... ¿y el clímax final? El desenlace: ¡lo mejor! ¡Ojalá te estrenaran otra vez! Aunque fuese en los Maldá, junto a otra. Lo daría todo por volver a verte. Pero entonces, un día, leyendo la programación, veo en el periódico que te van a hacer un remake. No me lo podía creer: el final será diferente, actores con mas caché, ambientada en otra época y con más presupuesto. No me voy a desesperar, son cosas que pasan, aunque me parece vergonzoso. Cambiarás tanto... ya no serás la misma, serás otra película. Y aunque sea la misma historia, la misma esencia, todo será diferente, descafeinado, engañoso. 24
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Mi reencuentro contigo era algo que debía pasar tarde o temprano, y así ocurrió. Fue justo después del telediario, por la tele (me negué a ver el remake en los cines), y después de años sin saber nada de ti te encontré fría. Además no habían respetado tu formato widescreen original y, nunca imaginé que diría esto, pero creo que, en el fondo, eras muy facilona: los actores, más que sobreactúar, eran bastante malos y, bueno, el clímax... tampoco era para tanto. Me dormí al final del segundo acto. Me sabe mal, pero así fue, aunque, eso sí, aún te conservo intacta en mi videoteca, llena de grandes películas, llena de grandes recuerdos. Con el tiempo yo tendré otras películas, tú, otros espectadores. Son cosas que pasan. Lástima que no acabase todo en un happy end. En la lejanía recuerdo nuestra primera vez, en el cine, mis aplausos, mis ojos llorosos. Queda todo tan lejos, ¿verdad?
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KIM, ¿TE
QUIERES CASAR CONMIGO?
Ya estoy dentro del avión para Barcelona. Está a punto de despegar y lo único que tengo claro es que si nos la pegamos contra el mar o contra Montpellier no tendré ninguna posibilidad de salir con vida, y que me importa un carajo cómo va este chaleco salvavidas ochentero o cómo se colocan estas máscaras de oxígeno «a lo Darth Vader», porque, amigos, sólo tengo atención para una cosa: las azafatas de vuelo. Allí... «tan puestas» y agradables. Rubias auténticas, de esas que no saben lo que es el Farmatint ni lo necesitan. Sonrisas Profident con un solo objetivo: preocuparse por mi vida en caso de tragedia. ¡Qué dulces y atentas! Y yo mirándoles esas piernas largas y jamonas, o esos ojos grandes en los que me puedo reflejar. Ya me veo todos los pasajeros rollo repelente utilizando con pelos y señales todos esos instrumentos en plena situación crítica y yo cagándome en ellos y gritando: «¿Pero cómo coño va esto?» para, acto seguido el más hijoputa responder: «¡Haber estado atento, capullo!» Y yo allí, sin controlar la situación... claro que nunca la he controlado, y ahora menos. Suspiro por uno de esos caminos de baldosas amarillas que tanto le gustan a Dorothy y a mi querida Pilar. Uno de esos caminos llanos. Incluso si son algo chungos: ¡qué más da! Y es que, en el fondo, sabes cual es tu camino, por muy difícil que sea. Cuando ya estamos en el aire (vete tú a saber qué coño son 27
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esas casitas con esos campos tan verdes que se ven desde este privilegiado lugar) me acuerdo de Forrest Gump y, sobre todo, de con quien la vi. Era de familia holandesa, los dos éramos unos mocosos, yo debería tener dieciséis o diecisiete añicos y me decía «vale» a todo. «¿Vamos al teatro?» y ella contestaba: «vale». «¿Vamos a tomar algo?», lo mismo, «¡vale!»... «¿Echamos un clavo delante de tu prima, aquella que está tan buena de Rotterdam y luego que se una a la fiesta?» Me pregunto qué hubiese respondido si le hubiese hecho tal preguntilla. ¿Qué más da? Hace siglos que no sé nada de ella. Bueno lo último que supe es que se casó y la muy fistra no me invitó a la boda. Y es que... ¡fui su primer novio! o, al menos, eso me dijo. Qué menos que invitarme, ¿no? Las azafatas están muy buenas, pero el bocadillo este de cheese no esta muy bien que digamos... un poco rancio... Thinking... thinking... thinking... pensando... pensando... pensando... «¿Los problemas vienen a ti o tú vas a los problemas, Carlos?» Qué gran pregunta, que acabo de recordar me hizo un profe hace años. Entonces no supe responderle. ¿Y ahora? Mucho menos. Posiblemente respondería: «No lo sé. Sólo sé que me quiero ir a Las Vegas». ¿Y por qué no? Vale, está bien, aceptémoslo, soy un puto manirroto pero ¿para qué demonios están los créditos? Jugarlo todo al... catorce negro, por ejemplo, y pasar una noche loca a lo Proposición indecente, o sea, rodeado de dólares y con alguna chica que me importe un rábano y evitar así tenerme que comer el tarro por ella. Claro que, tal y cómo soy, pagaría a dos prostitutas, me lo montaría con ellas a la vez y, al final de la sesión, acabaría pidiéndoles la mano a ambas: «I love you. But the two, all two». Lo sé, patético. Tanto la situación como mi insultante nivel de inglés. Claro que... no hay dos sin tres. Bueno, tampoco nos pasemos, que esto no es la mansión Playboy... Y ahora ¿qué pienso? Que me encanta la Coca-cola, y más que me la haya servido esta azafata. Hay varias, la que me está sirviendo a mí es la jamona... Dios, qué piernas, qué sonrisa... Me pregunto si esta chica y yo haríamos buena pareja. No 28
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lo creo: aguantar al mártir de siempre, chalado perdido y que no sabe lo que quiere. Bueno... ahora sí que sé lo que quiero: llegar a Barcelona, dormir un rato e intentar pensar lo más mínimo. Thinking, thinking, thinking... ¡qué feliz soy cuándo duermo! Sí, me pondré el megapijama de Mickey. Mente en blanco, lejos de los viejos fantasmas, de las llamadas perdidas, de los recuerdos pasados, de las dudas (puta palabra), de la «novena», de la «décima y su puta madre», del P.P, de la guerra, de mis vecinos. Lejos de mi mente, lejos de los que no me dejan de juzgar ni un segundo, lejos de mi jefe, de la verdura, de Operación Triunfo, lejos de todo aquello que me hace que me pase el día thinking, thinking, thinking. Y soñaré con que vuelvo a ver Adaptation: El ladrón de Orquideas... qué peliculón. Soñaré que el Barça gana al Olimpiakos, que le gano de una puta vez a Darío a la Play, que me aumentan el sueldo y que, por fin... ¡ups! Ya se me ha olvidado lo que estaba pensando. Y es que... ¡Dios! qué piernas tan bonitas tiene esta chica, incluso la carrera de su media derecha le queda muy sexy. Entonces me pregunto si costará mucho hacerme «azafato». ¿Muchos estudios se necesitan? Entrar en... Easyjet o, qué coño... ¡esta compañía! y así estoy cerca de mi «jamona». O sea, RKW. Bueno, la «jamona» mucha sonrisa, pero seguro que tiene unas «rayadas» monumentales en su cabeza, y es que seguro que tiene un portento de novio llamado Matt, o Marc, que le pone los cuernos cada día, mientras ella, se gana el pan con sangre, sudor y lágrimas y... ¡Dios! ¡Me acaba de hablar! Ha venido la «jamona» y me ha dicho: «¿Café o té?» Qué dulce, ¿no? ¿ se debe llamar? «Jamona» no, ¡desde luego! ¡Mierda! Se ha dado cuenta que la estoy observando. Y seguro que pensará que le estoy mirando las tetas, ya que buscaba su plaquita de identificación para saber su nombre. ¡Lo juro! Es raro, porque antes ha hablado en inglés, en cambio ahora... en español. ¡Qué mona! Haciendo un sobreesfuerzo para hablar mi lengua, para hacerme feliz una vez más. ¡Por Dios! Qué malo está el café que me ha servido. Es igual, pondré buena cara y ya está. Un momento... ¡No lleva placa de 29
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identificación! ¿Como se llamará? Seguro que es alemana, como la compañía. Un momento... vengo de Amsterdam, a lo mejor es holandesa, como mi «ex». La rancia que no me invito a su boda. Es igual... como si es de Júpiter: ¡está buenísima! A ver... vete a saber cómo se llama, le miro la cara y lo primero que me salga... a ver... me ha salido ¡Elisa! Ya está bien con este nombre. Luego Justine... ¡pero creo que es un nombre de tío! Luego... Jannine... Ni hablar, ¡es nombre de puta! Y mi princesa (porque ya es mi princesa) debe tener un nombre. Un momento... ¡Uff! Acabo de ver a otra azafata rubia. Esta buenísima, con gafas de intelectual... ¡qué morbo! Que venga para aquí, ¡por Dios! ¿Sabes qué?... A rey muerto... rey puesto... ¡Que venga para aquí! Creo que lleva placa de identificación, pero creo que está muy lejos. Es igual, se llamará... Kim, como la azafata del «1,2,3» que me ponía tanto. Decidido, me quedo con ella, me sabe mal por la «jamona», pero seguro que Matt, Marc o cómo coño se llame, en el fondo, es un buen chico. Ahora sólo me queda comprarle un anillo que valga un pastón y decirle: «Kim, ¿te quieres casar conmigo?» Y ella responderá: «Si, pero nos casamos en Las Vegas». Creo que estamos a punto de llegar a Barcelona, espero que a Kim le guste mi casa... bueno, mi habitación. Que le caigan bien mis padres y ella a ellos. Que le guste mi libro y no me lo tire y que no me pida... ¿tiempo? Por ejemplo. ¡Ay, Kim, cómo te quiero!
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¿QUÉ
ME PASA,
LORENA?
Me levanto un día cualquiera con un dolor intenso por todo el cuerpo y con ganas de echar «la pota». Me miro al espejo y mi aspecto me recuerda a Dennis Hopper en Hossiers. O sea: aspecto lamentable, resacoso, casi etílico. Llamo de urgencias a mi doctora de cabecera al consultorio de «Lope de Vega» y, mientras marco el número, me acuerdo de lo borde que es la operadora y también de su mítica y ya entrañable pregunta con tono amenazante: «A ver... ¿qué es lo que te pasa?» A pesar de mi «miedo escénico» pido hora para las 12.50, haciendo el papel de mi vida vía teléfonica, metiéndome en el papel de alguien desfasado, muy enfermo, al límite entre la vida y la muerte, causándole pena a la operadora y ya, de paso, con dicha actuación, gano el Oscar, el Goya y hasta el T.P de Oro (el Globo de Oro se lo ha llevado otra vez Tom Hanks). Cojo el bus, el «40» para ser exactos. Mi estado cada vez es peor, aunque toco fondo al observar quienes serán mis compañeros de viaje: abuelos, sobres con radiografias, más abuelos y 100.000 sobres con más radiografias. Me mareo y vuelvo a tener ganas de vomitar. Entonces me siento en un asiento rojo por despiste (recordamos que los asientos de este color estan reservados para abuelos, embarazadas, y gente necesitada), pero un abuelo con gafas de culo de botella y con el AS bajo el brazo me empieza a increpar en voz alta: «¡Qué vergüenza! La juventud de hoy en día...» 33
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En ese momento me apetece darle una patada voladora a lo Matrix, pero miro hacia atrás y diez secuaces del abuelo le empiezan a secundar y a corear su nombre. Pepe se llama, y es que se conocen todos. Me levanto rápidamente ya que por suerte me bajo en la parada siguiente. Al bajar veo que todos los abuelos se bajan conmigo, provocando una avalancha al más puro estilo «rebajas de Enero». Entro en el consultorio y los abuelos invaden literalmente el ascensor, así que decido subir por las escaleras: «¿Qué planta era, segunda, tercera?», me pregunto indignado conmigo mismo. Y es que, con la de veces que vengo aquí (es mi tercer hogar, después de mi casa y la FNAC) y siempre me olvido de la planta en la que me visitan. Llego a los asientos «de espera» (no hay presupuesto para la sala de espera, no estamos en Pedralbes) y me siento rodeado de muchos abuelos, algunos son del «40». Pepe les lidera, otros me da la sensación que han pasado allí toda la noche. Una mujer mayor, con un bastón con el mango de pato, me mira con cara de «buen rollo», pero soy consciente de que es una pose, así que creo que le pasaré mi Goya y mi Oscar (el premio T.P. me lo quedo yo). Otra mujer un poco más joven (no mucho) que parece que es la líder del grupo que no iba en el «40» me pregunta: «¿A qué hora tienes la visita?» De repente el tiempo se para y toda aquella gente de la tercera edad me mira en silencio. Yo me empiezo a poner nervioso y con ganas de que la tierra me trague una vez más. Entonces respondo con miedo: «A las 12.50.» Los abuelos empiezan a protestar y a hacer cálculos matemáticos en los sobres de las radiografias, restando y sumando horas y minutos en cada paciente, como si de esa manera les pudieran visitar antes. Por suerte, una dulce voz me salva a tiempo: ¿Carlos Escudero? Me levanto con una rapidez no recordada en ninguna etapa de mi vida, alzo la mano a lo líder político en míting electoral y entro en la consulta ante las protestas del respetable. 34
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Al ver a la doctora me deprimo mucho y me doy cuenta de que los rumores de que la nueva doctora se parecía a Lorena Berdún eran pura fantasía de mis compañeros de trabajo. «Es la misma borde de siempre», pienso. Mientras me siento noto la cara repelente de mi doctora... como diciéndose ella mísma: «Otra vez aquí este julay». Miro al suelo tímidamente y entonces me pregunta Lorena, perdón, me pregunta la Doctora Sánchez: –A ver, ¿qué te pasa? Le respondo que tengo un dolor intenso en mi interior, que me cuesta dormir, que padezco mucha falta de atención (esto no es nuevo) y que ya no me emociono ante un estreno de una peli de Spielberg. –¿Has tenido fiebre? –No –le respondo. –¿Te has tomado algo? –Un Vincigrip, un Gelocatil, un antiinflamatorio, una Lizipaina y unas pastillas Juanola –le respondo orgulloso. –¿Hace mucho que te pasa esto con Spielberg? –me pregunta con algo de interés. –No, sólo desde hace 3 meses. La doctora pone mala cara, yo me asusto: «No será nada de la próstata... ¡un masaje prostático otra vez no!» –Tranquilo, ya sé lo que tienes –me responde intentando tranquilizarme. «Hemorroides, tumor, gripe, gripe aviar, la enfermedad del mono de la peli Estallido, vacas locas, triple personalidad, faringitis, prostatitis otra vez...» pensé mientras me derrumbaba. Entonces la doctora dictó sentencia: –Carlos, te tienes que volver a enamorar del cine. Aquellas palabras realmente me impresionaron más que cualquier enfermedad. ¿Volverme a enamorar del cine? Pero si yo amo el cine. Realmente lo amaba, pero llevaba demasiado tiempo estancado en mi trabajo y parece que, «gracias» a eso, ya no amaba 35
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tanto el cine. La verdad es que aquella doctora, borde «a matar», tenía más razón que un santo. Tenía que volver a desvivirme por el cine, gozar con esas pelis llenas de diálogos e historias humanas. Disfrutar de esas tramas con puntos de giros envidiables, con esos actorazos, con esas actrices preciosas, con esos movimientos de cámara, con esas pelis del Spielberg. Mi Spielberg. Yo ya pensaba que me tocaría algo de antibiótico, no sé, un Augmentine, un Clamoxil... pero mi doctora me recetó un abono de cincuenta entradas para todo el año en La Filmoteca. Mi cara era un poema: «¡La Filmoteca! ¡Con lo que me gusta el Augmentine!», pensé. Cuándo salí de la consulta una de las viejas estaba haciendo cuentas de los horarios de todos los pacientes con una calculadora (con el logotipo del Condis), mientras un abuelo se levantaba agresivamente gritando: «Me toca a mí, que hoy viene la Berdún». «Otro al que le han engañado», pensé. Bajé las escaleras rápidamente. Ya por la tarde me subí a la linea amarilla y desembarqué en La Filmoteca. Me daba igual lo que hicieran, tenía que curarme como fuera. Miré la programación: una era checa, duraba tres horas, otra eslovaca, duraba dos, pero no me inspiraba confianza, ya que uno de los actores me recordaba a mi profe de mates de E.G.B., y la última la hacían demasiado tarde (por algo mi apodo «El ceniciento»). A pesar de semejante panorama tragué saliva y me decidí a entrar: «Dice Garci que el cine eslovaco está en alza, claro que ¿qué coño sabrá Garci?», pensé. Entonces un tío con aspecto extraño me miró mal. Luego me fijé en que la cola estaba repleta de gente vestida igual, con el pelo igual, la misma cara, la misma ropa. Me rallé y a uno de ellos le regalé mi «bono 50» de La Filmoteca ante las miradas extrañadas de la gente. Me alejé mientras el tipo me agradecía por decimoquinta vez mi regalo mientras lloraba emocionado mirando al cielo: «¡Gracias señor! ¡Gracias señor!» Empecé a caminar con tranquilidad, en la soledad de la ciu36
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dad, pero con un sentimiento positivo. La verdad es que no sé muy bien cómo explicarlo. Entonces, en ese mismo instante, me acordé de las sabias palabras de mi tío: «Spielberg no hace cine, es el cine». Cogí un taxi rápidamente, llegué a casa y vi seguidas: E.T., El diablo sobre ruedas, Encuentros en la tercera fase y la trilogía de Indiana Jones. Me sentí muy aliviado y, lo que es mejor, ya lo tenía todo planeado: a la mañana siguiente llamaría al trabajo y diría que estaba malo... gripe aviar, por ejemplo. Vería Minority Report, El color púrpura y Tiburón, y me sentiría cada vez mejor. Volvería a llamar al curro, les llevaría mi baja para varias semanas, acabaría de ver toda la filmografía de Spielberg (incluso Always) y estaría casi sano. Entonces ya sólo faltaría una cosa para volver a amar el cine, para volver a deleitarme con su magia, con sus personajes, con su mundo para soñar. Sólo faltaría un último suspiro, una última consigna, un último medicamento antes de estar totalmente sano: ver el programa de la Berdún.
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ILUSIÓN
Me levanto un dia cualquiera con cara de pocos amigos y con muy mal humor, para variar, y lo primero que hago es... mirar el móvil. Hace tiempo que espero una llamada y soy tan ingenuo que incluso creo que me van a llamar a las ocho de la mañana. Yo soy así, siempre haciendo cálculos horarios. «¿A qué hora me llamarán?, la última vez fue a las cuatro de la tarde, o sea que ahora será más o menos a esa hora.» No se trata de una llamada cualquiera. Tampoco es una llamada milagrosa, ni una llamada que lo va arreglar todo. Pero, ¿para qué engañarnos? es una llamada que me haría tanta ilusión... Y es que, gracias a Dios o a quien sea, aún gozo de ilusión. Puede que, con los años, haya perdido sentido del humor, perseverancia, en contados momentos la esperanza y en otros menos momentos los nervios, pero nunca, nunca, la ilusión. Tengo muy presentes cada día las palabras de Albert Espinosa, guionista de la gran película Planta cuarta, que, en aquella lejana clase del postgrado dijo con ilusión: «Aquello que nunca crees que va a pasar, pasa. Y entonces llega un día y... te llaman. Sí, como en las pelis». De eso se trata, de no perder nunca la ilusión, sin ella, ¿qué nos quedaría? Tener ilusión por ver una peli, por ver a tu novia, por hacer un regalo, por «hacer un café» con un amigo, por comer en la montaña, por cenar en «el chino», por ver a la familia. Tener 39
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ilusión por componer una canción, por merendar un croissant de esos con Nocilla del horno de la esquina. Tener ilusión por los demás, tener ilusión al ver sonreír a alguien, tener ilusión al ver gente ilusionada. Nos podrán quitar dinero, nos podrán engañar, podrán pensar que somos tontos pero, al fin y al cabo, estos ladrones que manejan el cotarro y que lo único que saben es robarnos y reírse cada día de nosotros, poco pueden hacer con nuestra ilusión. Jugarán con ella varias veces e incluso se creerán amos y señores de ella, pero nunca la conseguirán derrotar. Sus miradas, llenas de codicia y maldad, poco podrán hacer con nuestra ilusión, porque, que no se les olvide nunca, ES NUESTRA. Ya me he duchado y he vuelto a mirar el móvil. Nada de nada. Pasará el día y seguro que, al menos, lo miraré unas trescientas veces, pero no me cansa, la verdad. Al fin y al cabo: «Entonces llega un dia y te llaman»... Para que luego digan que soy un peliculero.
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LOS
OJAZOS DE
SANDRA
Hoy parece que Sandra, después de estar varios meses pensando, meditando y comiéndose la cabeza, ha decidido darse una segunda oportunidad con Martín. Martín está loco por ella. Vamos, la adora, y todo este tiempo de incertidumbre y espera lo ha pasado deseando volver a salir con ella. Bueno, al menos eso creía, ya que resulta que Martín ahora necesita más tiempo y necesita pensárselo más de dos veces. Bueno, más que pensárselo, necesita hablar de algo conmigo. Martín me invita a un café, me cuenta un par de chistes sobre un ascensor lleno de chinos y otro de un Seiscientos con un elefante ciego que no tienen ni «pajolera» gracia y, finalmente, me dice que Sandra y él tienen pensado volver. Yo estallo de alegría, me ilusiono mucho y le felicito con entusiasmo. Pero él me corta en seco, «de cuajo», y me dice que «¿quién ha dicho que volver sea lo mejor?» «Estará de broma. Lleva tres meses dándome el coñazo, escuchándo a Elton John cada día y leyendo a Benedetti, ¡y ahora va de tipo duro!» pienso confiado. Pero no, parece que Martín no lo tiene tan claro, así que le pregunto que cuál es la razón por la que aquella que, decía él, era su media naranja, su mujer, su vida, ahora resulte ser una duda más en su existencia. Entonces Martín, sentado en una cafetería de mala muerte de un centro comercial de aún más mala muerte, si cabe, «va» y me suelta: 41
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–Es que segundas partes nunca fueron buenas. Ayer vi Gremlins 2 y es malísima. Sinceramente, en ese momento creí que Martín me tomaba el pelo. O eso, o ese café no era realmente café y el carajillo empezaba a hacer efecto. Pero no, estaba muy, pero que muy seguro de lo que decía. –Es una peli aburrida, mediocre y simplona. ¿Quién me dice a mí que mi segunda relación con Sandra no será así? –me soltó con aires de crítico del Dirigido por, y yo, cómo no, le dije de todo: capullo, burro, atontado y sobre todo le dije que cómo podía comparar una segunda oportunidad de una relación con la segunda parte de una peli. Él lo tenía muy claro, eso de que «nunca segundas partes fueron buenas» existía por y para algo y había que tenerlo siempre en cuenta. Hacía tiempo que no me pasaba algo tan surrealista (salvo cuando me quedé enganchado en las escaleras mecánicas de Diagonal Mar), así que intenté digerirlo como pude y convencerle de que su argumento no tenía ni pies ni cabeza. Evidentemente, no lo conseguí. –Mira Los inmortales 2, ¡por Dios! menudo coñazo –me insistió, provocándome con sus palabras un inicio de migraña.– ¿Y El templo maldito? Ahora me dirás que es buena, no? Después de que la camarera nos mirara con cara de póker varias veces seguidas volví a entrar en su juego: –¿Y Superman 2? –Un fracaso de taquilla. Nunca superior a la primera –me respondió más seguro que nunca. –Y... por ejemplo... –¡Nada! –me interrumpió–, no me convencerás. Mi relación con Sandra está condenada al fracaso: La profecía 2, X-Men 2, Poltergeist 2, Regreso al futuro 2, Stuart little 2, Matrix 2, Las dos torres, Tiburón 2, Harry Potter... ¡Ninguna! Ninguna supera a la primera. Incluso, mira, las segundas partes de las pelis de la Disney, son nefastas: El rey león 2, ¡por Dios! Algunas de aquellas pelis eran dignas secuelas, pero no había 42
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ninguna que por unanimidad de crítica y público hubiera sido considerada mejor que la primera. Seguí: –¿Y... Alien2? –Un tostón, la primera da más miedo. –¿Spiderman 2? –¿Me hablas en serio o qué? Lo sé, para matarlo, pero ya no sabia cómo convencerle. Así que seguí probando suerte. –¿Y Conan, el destructor o Mission impossible 2, Regreso al planeta de los simios, Teen wolf 2, Batman 2, Zombie Antes del atardecer? –¿Cómo? –respondió como si aquella peli, por un segundo, le hubiese iluminado. –Sí, aquella del... del... aquella de la Julie Delpy y Ethan Hawke, que se encuentran... –Ah... ¡Vaya coñazo! En las dos partes se pasan la peli hablando y venga a hablar y venga hablar... ¡dan ganas de cortarles las lenguas! Empecé a perder los nervios. No entendía cómo dos personas que estaban al borde de los treinta podían haber llegado a tales límites de idiotez en su conversación. A cada segundo que pasaba me imaginaba a la pobre Sandra, después de aquellos meses de sufrimiento, poniendo esa carilla que sólo ella ponía ante una situación delirante y yo respondiéndole: «Es que, claro, entiéndelo: Cube 2, La reina de los condenados, Grease 2... estábais condenados al fracaso». Pero, de pronto, una luz me guió entre tanta oscuridad y tinieblas y entonces, sin apenas pestañear y con una sonrisa de oreja a oreja, dije bien alto y «endiosado»: –El padrino 2. El tiempo se paró, el silencio se hizo. El quiosquero había dejado de trabajar. La pareja había dejado de besuquearse. Ya no llovía, todo era sol, harmonía, mariposas y un chico con cara de gilipollas (más de la que suelo tener) lleno de felicidad. Aquel momento fue, posiblemente, uno de los más preciosos de mi 43
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vida. Había cambiado la suerte de todo aquel mundo surrealista, haciendo entrar en razón a Martín y, cómo no, los imaginé besándose, acaramelados, felices... ¡Qué bonito! Que happy end, que precioso instante, que... –No la he visto –dijo Martín, tan tranquilo como de costumbre. Martín podía haber visto Los cazafantasmas 2 un millón de veces, podía haber visto Robocop 2 hasta la saciedad, Darkman 2, Dirty dancing 2... cualquier cosa, menos El padrino 2. Insisto, es para matarlo. Me rendí. Le pagué el café, abandoné aquel lugar y esperé en la soledad de mi habitación a que Martín entrara en razón de forma coherente y sensata. Pasado un tiempo me contaron que «habían vuelto» y aquello me hizo muy feliz. Por fin todo se había solucionado, por fin volvían a estar juntos. No más ralladas, no más diálogos de besugos, no más secuelas... Otra vez Martín y Sandra unidos, por segunda vez. De todas formas, aún tengo una duda que me ronda por la cabecilla: Martín volvió con Sandra ¿porque la quería? ¿porque vio El padrino 2 y comprobó que es mejor que la primera o porque encontró una secuela superior a su primera parte? Sinceramente, ¿sabéis qué pienso yo? Que recordó que Batman 2 es mejor que la primera. Bueno, y que no se pueden dejar escapar esos ojazos que tiene Sandra. Vamos, por nada del mundo.
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LOS
REYES DE
FRANCESC
«No podía haberse pedido un Scalextric, un Spiderman que le cae Blandiblub por los ojos, o la última peli de De Palma, como todo el mundo» pensé. «No, ha pedido a los reyes magos un guión.» La pregunta que le hice al bueno de Francesc era sencilla, clara y directa: «Francesc, ¿qué quieres que te traigan los Reyes Magos de Oriente en mi casa?» En ese momento pensé que me respondería con alguna de las ocurrencias que le caracterizan y que le hacen «mega entrañable» como: «Que vayas más este año a La Filmoteca» o que «dejes de defender al inútil de Kevin Smith». Pero no, más que una ocurrencia, aquello fue un deseo muy coherente y sincero, el regalo que a cualquiera de los dos nos haría más feliz que a cualquier crío con su correspondiente PlayStation el día de reyes: «un guión», respondió escuetamente Francesc vía sms. Reconozco que al leer el sms con las palabras de Francesc me entraron unos sudores fríos y me tomé un Vincigrip. Bueno, mejor dicho, dos Vincigrips. Primero, por ser un sms tan corto, es algo que no soporto. Ya sabéis, al más puro estilo: «ok» o «vale» (Dios, qué rabia y qué manera de regalar pasta a la compañía telefónica). Segundo, por la magnitud de aquellas dos palabras tan simples: «un guión». Joder, jamás algo tan cortito, breve y conciso me había provocado tanto pánico (bueno, el «te odio» o 45
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«olvídame» también son expresiones cortas para pegarse un tiro, pá qué engañarnos). Entonces me senté en mi sillón, que no es muy cómodo, por cierto, y pensé en todo aquello. Francesc y yo llevamos años pensando en una idea para un guión. Hemos hecho sinopsis, storylines y hasta una primera versión de un largo, pero la cosa no acaba de salir. Primero era un thriller, luego una comedia, después una de miedo, luego un thriller con toques de historia de amor... En fin, que mucho hablar y pensar, pero al final nasti de plasti. Y es que escribir un largo es muy, muy complicado y si bien es cierto que hace un par de años yo ya escribí un largo con el que aún no he conseguido nada (bueno, en algunas productoras dicen que lo han leído), ahora veo que escribir un segundo guión es aún más complicado de lo que yo pensaba. Reconozco que hay momentos en los que me dan ganas de tirar la toalla, de ponerme a estudiar algo con lo que me sea fácil encontrar un trabajo estable y olvidarme del tema, pero nunca lo hago, y nunca lo voy a hacer. Y que conste que soy consciente de lo jodido del asunto. Mejor dicho, de lo jodido del asunto del cine: todo va por contactos, las ayudas a la gente joven cada vez son menos y, para más inri, un servidor lleva varios años intentando escribir su segundo guión. Si a todo esto le sumas el poco tiempo que tengo y que cada vez se repiten más historias en las pelis, el panorama no le deja a uno ser optimista. Aunque, a pesar de todo, Francesc tiene más razón que un santo cuando me dice eso de «es que hauries d’escriure una mica cada dia, només així sortirà algo». ¡Cuánta razón tiene! Debería hacer eso, escribir cada día un poco y pensar en una historia original pero sincera, directa sin llegar a ser facilona y, sobre todo, humilde, muy humilde, y dejarme de excusas, y dejarme de eclipsar a cada segundo por el obstáculo de turno que se presente en mis morros. En este camino tan complicado (nadie me dijo que sería fácil) lo único que puedo hacer es seguir escribiendo, que, al fin y al cabo, es lo que deseo, lo que amo. Y nunca agachar la cabeza, eso 46
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sería traicionar a ese niño que se emociona aún hoy viendo Los goonies, y eso es algo que nunca me perdonaría, nunca. Así que lo he estado pensando y acabo de bajar al bazar de los chinos a comprar un típex hiper potente. Cuando he subido a casa he ido a buscar la carta de los Reyes Magos y he tachado lo que tenía ya escrito, o sea: la peli de Life aquatic, la de La tierra de los muertos vivientes, la primera temporada de Fraguel Rock, un jersey del Zara y El muro, de Pink Floyd. Y he puesto en boli rojo y encima de lo tachado con el típex, «un guión». Me da igual si es de miedo, porno, un drama o de «arte y ensayo», si el prota es un travesti que quiere ganar un torneo de ping pong en Canadá o un jugador de baloncesto que habla en francés, es adicto a los Corn Flakes y que salvará al mundo de su fin. Pero un guión, eso es lo que le pido a los Reyes Magos, que como me he portado bien este año estoy seguro de que me lo traerán. Bueno y también, de paso, y si no es mucho pedir, que me traigan el Spiderman que saca Blandiblub por los ojos, que dicen que es la bomba.
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HAPPY
END
El final de ayer por la noche no fue un final muy Hollywood, para qué engañarnos. Estuve buscando la música de Gershwin, la media sonrisa de Mariel Hemingway y la cara de circunstancias de Woody Allen, pero no encontré nada de eso. Tampoco estaban Billy Cristal y Meg Ryan dándose un beso mientras la cámara se alejaba. Vamos, por no haber, no había ni cámara, ni travelling de alejamiento, ni música estridente pero a la vez bonita y emocionante, ni Tom Hanks (por suerte), ni unos créditos cortos pero intensos, ni un público emocionado y feliz, y, ni mucho menos, un acomodador vago y aburrido rajando de la comedia romántica de turno que vuelve a acabar bien. No había nada de eso. Nadie se abrazaba, nadie se besaba, nadie conseguía su meta, nadie se reencontraba con su padre, nadie salvaba el mundo, nadie ganaba ningún torneo de béisbol en el último segundo, nadie salvaba a la chica... porque no había chica. Vamos, ni chica, ni mujer, ni rubia ni morena, ni super héroe, ni antihéroe convertido en superhéroe, ni villano convertido en bueno, ni nada de nada. Nadie sonreía, y menos yo. Mi amado cine me ha mal acostumbrado, pero no se lo pienso echar en cara, al fin y al cabo, putadas más grandes me han hecho en mis casi treinta años de existencia y pocas veces he alzado la voz. No voy a engañar a nadie, y menos a mí: prefiero ver un happy 49
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end en la gran pantalla a pesar de ser consciente de que hay una probabilidad entre un millón de que el capullo ese de la pantalla, con su sonrisa Profident y su sueldo desorbitado, que consigue su flamante objetivo después de driblar y vencer a todo tipo de obstáculos habidos y por haber, sea yo. Al fin y al cabo, nunca fui un héroe, pocas veces me he llevado a la chica y casi nunca he encontrado el Arca Perdida: ¡cómo la voy a encontrar sin mapa, sin látigo, sin un sombrero acojonante y sin una cicatriz en mi barbilla! Suficientes batallas perdidas afrontamos día a día (ojo, no guerras), como para preferir algo que no sea un happy end. Así que si por mí hubiese sido, Bogart y Bergman hubiesen tenido un retoño en Casablanca, E.T. se habría quedado con Elliot y se hubiese integrado en la sociedad, como teleoperador, por ejemplo. Luego hubiese salvado a Bjork en Bailar en la oscuridad, aunque está para matarla, hubiese juntado a Ben Afleck con Joey Lauren Adams en Persiguiendo a Amy, hubiese resucitado a Bruce Willis en El sexto sentido, para que pudiera vivir el resto de sus días con su amada en condiciones y no como un fantasma. Hubiese enviado al viejo de Gremlins a una residencia, dejando la tutela de Gizmo a Billy y, por supuesto, hubiese evitado por todos los medios que Mariel Hemingway se fuera a estudiar al extranjero en el final de Manhattan y, así, quedarse con Woody Allen. De esa manera, hubiese destrozado prácticamente todas las pelis nombradas, para qué negarlo, pero joder, hubieran acabado taaaaaan bien (suerte tiene Hollywood de no contar con mis servicios como guionista). Lo dicho, el final de ayer por la noche, nada tuvo que ver con esos finales de «traca i mocador». Más bien todo lo contrario, fue un final triste, en forma de email, un email frío e impersonal. Al fin y al cabo, para qué engañarnos, ya que el remitente del email era de una compañía de cine, con más razón debía haberme dado la patada con algo más de estilo, un final más cinematográfico, más hollywodiense. No sé, ya puestos, un final con un encuentro en un parque de la ciudad condal, un día lluvioso, la cámara 50
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se alejaría (cómo no), una despedida de algo que no pudo ser, mis pasos tristes en dirección a casa, consciente que se trata de una batalla perdida, no una guerra y que, ¡que demonios! la próxima vez ya les diré yo cómo tienen que acabar la peli, porque está claro que harán mucho cine, pelis maravillosas, historias de amor, thrillers, aventuras «y demás», pero no tienen ni idea de finales.
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EL
BUFÓN AGOTADO
A veces, y sin que sirva de precedente, «el bufón agotado» se para a pensar y se da cuenta en lo que se ha convertido. No es que le disguste aquello que ve en su interior, más bien le agota y le hace recordar en cómo y porqué se convertió en lo que es. Fue hace años, no recuerda muy bien cuándo y, posiblemente, tampoco quiera recordarlo. Lo único que sabe es que lleva años sonriendo. Y no se trata de una sonrisa falsa e hipócrita, ni tampoco es una sonrisa de grandeza y de felicidad, más bien se trata de una sonrisa diplomática y a la vez de «saber estar», una sonrisa sincera pero, a la vez, escurridiza y algo temeraria. Una sonrisa cobarde pero, al fin y al cabo, una sonrisa espontánea. Una sonrisa que esconde todo aquello que «el bufón agotado» deja pasar por no querer hacer daño, por no buscarse problemas, por seguir aquel lema a rajatabla de «vive y deja vivir», una sonrisa que en realidad lo que hace es ocultar un arma de doble filo. Pues no hay que olvidar que, por mucho que te digan, por mucho que machaquen o chillen, una sonrisa lo eclipsa todo. Eclipsa la confrontación, eclipsa un posible momento delicado, pero a la vez te hace sentir más agotado cada día que pasa y más fuerte a la persona a la que sonríes. Con la sonrisa agotada de «el bufón agotado» el resto del mundo ya ha ganado la partida, poniendo en duda su inteligencia, tratándole de tonto, dejándole de lado, humillándole y creyendo, 53
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así, estar por encima de él y, de paso, por encima del bien y del mal. El resto del mundo queda endiosado frente al «bufón agotado» que, como casi siempre, se destiñe en ese estado catatónico y de contínuo standby y, sobre todo, consciente de que por mucho que sonría su corazón le dicta que ha de dejar de sonreír y actuar de una vez. Y es que, por suerte, su corazón aún no está agotado. Su mente sí, su mirada también, lo de su espalda ya es cosa de la edad, pero su corazón... para nada está agotado. ¡Qué más da! Al fin y al cabo, los verdaderos amigos de «el bufón», aquellos con los que sonríe, se ríe, llora, se desmadra, sueña y vive las mayores aventuras jamás imaginadas, saben perfectamente lo sincero, sensible y cristalino que puede llegar a ser. Y no es para tirarle flores, porque defectos tiene miles, vamos... ¡como el que más! ¡Créanme! El bufón está cansado de pedir perdón, está cansado de dar, de escuchar y de seguir siendo acusado. Demasiados reproches para su ya desdibujada sonrisa, ¿no creéis? Pero, sinceramente, lo que más caracteriza a este personaje es la fe. La fe en sus allegados, la fe en él, y, sobre todo, la fe en que algún día sea mejor persona consigo mismo y con los demás; que algún día, por fin y de una vez por todas, sea juzgado por lo que es y por quién es: un individuo, una persona. Ni más ni menos. Y no por lo que diga, por lo que sienta o, ni mucho menos, por lo que sonría.
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HABLAR DE MÍ ES COMO VER PARQUE JURÁSICO CADA DÍA
El otro día quedé con Martín para hacer un café. Después de varios días «desaparecido en combate» el bueno de Martín dio señales de vida y pudimos quedar en el Starbucks coffee de el Paseo de Gracia, aunque podría haber sido en cualquier Starbucks de cualquier parte del mundo, ya que allí donde te encuentres siempre está la dichosa cafetería con su rancio café prefabricado esperándote. Yo quería ir a una cafetería llamada NouSnop que hay en la calle Provenza, en la que sólo entrar ya parece que hayas hecho un viaje en el tiempo, hasta los setenta, dándote ganas de nombrarla «Patrimonio de la Humanidad», pero Martín en seguida había puesto hora y lugar en sus escuetos pero a la vez efectivos mensajes de texto: «Starbucks coffee de Paseo de Gracia a las 17.00. Robinho es el mejor». Nos sentamos. Él se pidió un Special Starbucks con caramelo y nata y tardó tan sólo un minuto, diez segundos y tres décimas en intentar convencerme de que Robinho es mejor que Ronaldinho. Yo «me pedí» tan sólo un cortado y tardé diez segundos en indignarme con la camarera por mirarme con cara de loco cuando le reclamé un poco de leche para el cortado (allí no saben lo que es eso y alimentan a sus clientes con una crema digna de analizar por el más prestigioso centro de investigación del mundo). «Robinho es un Dios, Ronaldinho ya no es el de antes», fue 55
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lo primero que me dijo. Y es que a Martín le encanta el fútbol y siempre que quedamos para tomar algo y charlar un rato sus principales temas de conversación son: fútbol, mujeres, fútbol y el banco Santander. «Hay que empezar a quemar cajeros automáticos del banco Santander. Son unos ladrones, al enemigo ni agua» me repite siempre hasta la saciedad. En fin, a lo que íbamos. Llevábamos doce minutos hablando de Robinho, once minutos y cincuenta segundos hablando de Magda (una vecina de Martín que está buenísima, según él), tres minutos con cuarenta segundos hablando de los cajeros del banco Santander y dos con diez hablando de Sandra (parece que por fin, les va bien), cuando me fijé en la cara de cansado que tenía y no pude evitar preguntarle: –¿Y esa cara de cansado...? ¿Qué hiciste anoche, pillín? –le pregunté con cierto tono repelente. –¿Ayer? Me quedé viendo una peli por la noche, hasta las tantas, que era un coñazo. Por cierto, tú ¿no hablas demasiado de ti en tu blog? En ese momento recordé la patada que le da Ralp Maccio al hijoputa aquel en la secuencia final de Karate Kid y, por segundos, quise recrearla con la mejor fidelidad posible pero, para qué engañarnos, en los Starbucks coffee, en menos de lo que canta un gallo llaman a la pasma y no quería pasar la noche en La Modelo, así que me calmé y, cómo no, cambié de tema: –¿Qué peli viste ayer? –pregunté. –Pues no sé... trataba de un tío que escribe obras, o algo así, que conoce a un niño megarrepelente y se inspira en él. Un coñazo, un tostón, aunque salía el actor de Piratas del Caribe. No tenía ni idea de que peli se trataba, lo único que sabía es que Martín nunca se ganaría la vida haciendo críticas de pelis. Eso y que no tardaría en volver a hablar de lo del blog. –No sé, creo que hablas demasiado de ti. Habla de otras cosas. «Bingo», pensé, y entonces, le pregunté: –Pero, ¿qué me quieres decir?. 56
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–Pues que hablar de ti es cómo ver Parque Jurásico cada día. En ese momento miré con rapidez y disimulo «la cara» de ingredientes del Special Starbucks que se estaba tomando: nuez, chocolate, nata, batido de fresa y extra de topping. «¡Nada de alcohol!» pensé, y entonces ya no entendí nada. –Si hablas de ti siempre es como ver Parque Jurásico cada día. Siempre es lo mismo: el viejo que se cree Dios creando bichos a mansalva, el T-rex dando por saco toda la peli, los niños chillando en cada plano con cara de gilipollas y, al final, la isla hecha un asco por culpa de cuatro iluminados de mierda. Empecé a pensar que mi café era el que llevaba alguna sustancia alucinógena (nada de alcohol) y, a pesar de no tener ni la más remota idea de lo que me estaba explicando, su teoría del «hablar de mí es como ver Parque Jurásico cada día» empezaba a interesarme: –Pero eso es como decir aquello de «es la misma peli de siempre», puede ser cualquier peli, no hace falta que sea Parque Jurásico necesariamente. –¡No! Tiene que ser Parque Jurásico, no vale con otra peli. Si hablas de ti es como ver esa peli cada día, acéptalo. Por cierto, ¿viste ayer el gol de Robinho? Al acabar aquella agradable velada no me apetecía ir a casa y me fui directo a la calle Provenza, al NouSnop, a tomarme mi cuarto café para «calmarme» un poco y pensar en el asunto. ¿De quién quería que hablara en mi blog? ¿De Robinho? ¿De mi tío? ¿De Alf? ¿Del repelente guitarrista de Amaral? Ni la tranquilidad de aquella cafetería podía tranquilizarme y, por más que pensaba, más me ofuscaba imaginando un tema para el blog que no fuese hablar de mí. Debería escribir algo sobre las marmotas, es un animal que me encanta. O escribir sobre los lavabos públicos y el porqué no puedes mear tranquilo hoy en día. O podría escribir sobre la churrería de delante de mi casa, o sobre una hipotética invasión de palomas en la ciudad condal, sobre los papeles de Salamanca, sobre Juan Merrick, sobre el top manta, sobre la Seguridad 57
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Social, sobre mi... ¡ay, no! perdón, sobre la nueva hamburguesa triple del Burguer King o... creo que hablaré sobre el guitarrista repelente de Amaral. Ya sabía de qué iba a hablar en mi próximo blog: del guitarrista repelente de Amaral, que, al igual que Martín, despertaba mis más salvajes instintos cada vez que lo veía. Ya estaba más tranquilo, relajado y cuando parecía haber encontrado algún tema que no fuese yo, algo invadió mi limitada y enfermiza mente: Descubriendo Nunca Jamás. Salí corriendo del NouSnop, cogí el móvil y llamé a Martín. Necesitaba hablar con él, decirle lo que iba a tratar en mi próximo escrito en el blog y, sobre todo, machacarle por no apreciar Descubriendo Nunca Jamás. –¿Si? –me contestó algo brusco. –¡Soy yo, Carlos! –Hombre... si es Don Egocéntrico. En aquel momento recordé la secuencia final de Karate Kid, pero también los combates de Bruce Lee y de la monumental paliza de Rocky a Ivan Drago en Rocky 3. –Sí, soy yo –le dije algo desquiciado. –¿Qué te cuentas? Oye, ¿has visto lo del cajero del banco Santader de la calle Guipúzcoa? ¡Alguien lo ha quemado! ¡Olé sus cojones! –Martín, escucha. Ya sé qué peli viste ayer, y mira que decir que era un coñazo, ¡ya te vale! –le recriminé. –¿Qué peli, Parque Jurásico? –¡No! La que víste anoche, la del tío que escribe obras de teatro. –Dios mío, ¿eso te gustó? ¡Menuda basura! ¡Qué asco de gustos tienes! –Escúchame: la peli se llama Descubriendo Nunca Jamás, y va sobre el escritor de Peter Pan, J.M. Barrie... –Ah... Oye, hablamos en otro momento, es que empieza el Madrid... –Un momento, ¡ya sé de qué voy a escribir! 58
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–¿De qué? –¡Adivínalo! –De... ti. –¡No! Atención: preparado... listo... del guitarrista repelente de Amaral. –¿A quién coño le importa ese atontado? Escribe de otras cosas... no sé... –Un momento, ya lo tengo. ¿Y si en el blog hago críticas de cine y empiezo por Descubriendo Nunca Jamás, al fin y al cabo, eso no sería hablar de mí, ¿no? –¡Dios mío! Tú no cambias, ¿eh, Carlos? ¿Una crítica de la peli del escritor del jodido Peter Pan? Otra vez escribes de lo mismo: «Hola, soy Carlos y me da miedo crecer, por eso me encanta Peter Pan y hablaré de él, que es como hablar de mí, algo que, por cierto, me apasiona hacer.» En ese momento ya no habían ni karatekas ni boxeadores, dejando paso al inicio de Salvar al soldado Ryan e imaginándome a Martín desplomado a los cinco minutos de empezar la peli y chillando: «Era broma, Carlos, ¡tú nunca hablas de ti!» Hubo un silencio sepulcral en el móvil, no sabía qué decir, no sabía de qué escribir, entonces, Martín pronunció posiblemente su frase más lapidaria: –Qué importa de lo que escribas Carlos, lo que realmente cuenta es que escribas, sea lo que sea, ¿no? Reconozco que me las doy de romántico y sensiblón aunque pocas veces se me cae la lagrimilla (la última vez fue viendo Big fish), pero al eschuchar aquello, no os voy a engañar, me emocioné. –Escribe de todo esto, de todo lo que te pase –me dijo aconsejándome. –Pero sería hablar de mí, ¿no? –¡Qué más da! Ya no viene de una vez más, además, escribe tú todo esto y yo... hago las críticas de cine, ¿qué te parece? Y así luego... ¡Goooooooooooooooooool! Ha marcado Robinho, te lo dije, ¡mejor que Ronaldinho! –sí, ya ganaba el Madrid. 59
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Martín es mi amigo y tiene un montón de virtudes, pero su fuerte no es el de escribir críticas. A pesar de eso le dije que sí. Además, me hacía muchísima ilusión que un amigo mío se involucrara en algo que yo hacía con tanta pasión y dedicación, un amigo que odia a Peter Pan y odia hablar de si mísmo, no como yo, que me encanta Peter Pan y me encanta hablar de mí. A pesar de eso y a pesar de discutir en casi todo (ayer vi a su vecina y le doy la razón), aún tenemos algo en común: a los dos nos encanta el actor de Piratas del Caribe y Descubriendo nunca jamás, Johny Deep. DESCUBRIENDO NUNCA JAMÁS, por MARTÍN. Trata de un tío que escribe obras o algo así y conoce a un niño muy repelente y entonces se inspira en él. Es un coñazo, un tostón. Sale el actor de PIRATAS DEL CARIBE, que es buenísima.
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CABALLITO
DE MAR
Un amigo mío, Juan Merrick, me dijo hace tiempo que no hablaba de él en mi blog. La primera vez que me informó de tal cosa pensé que era una broma de las suyas, pero cuando vi que me lo decía cada vez que íbamos al Confuccio de la calle Pelayo, entre el rollo de primavera y el cerdo agridulce (Dios, cómo se repite el dichoso cerdito), vi que la cosa iba en serio. O sea, los temas del día eran: Hazañas amorosas de Merrick + explicarme todos los extras de su último DVD de Eric Clapton comprado + «no hablas de mí en tu blog». Todo eso, acompañado del chiste más entrañable y recurrente de Merrick, la imitación de un camarero chino en un restaurante chino diciendo con acento chino: «¡carajillo Baileys no entra en menú!». Está bien, quizás no es el mejor chiste del mundo, pero reconozco que cuando lo hace es un descojone. Así que después de revisar todos mis escritos del blog, cosa que, por cierto, me aburrió mucho (no me lo creo ni yo), me doy cuenta que tiene toda la razón del «mundo mundial», no hablo de él en ningún momento... o sea, que allá vamos... A Juan Merrick (es su nombre artístico), le conocí en el cine donde trabajaba y el primer día que me crucé con él por el pasillo, pensé: «le quedan dos días». Parecía un chico despistado, tímido e introvertido y todos sabemos como disfruta el burro del jefe con las personas de este calibre. De todas formas, le faltó tiempo en 61
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meter la gamba al pobre Merrick, ya que delante del jefe y, sin él darse cuenta, claro, dijo algo así como: «el cabrón del jefe este…» o «el hijoputa este» o algo así. Después de eso, mis pronósticos cambiaron bastante: «le queda un día». Pero no, la verdad es que al bueno de Merrick le «quedó» en el cine ¿un año? ¿año y medio? No lo sé muy bien, lo que si sé es lo que por suerte me quedó a mí: un amigo. Y es que detrás de esa mirada despistada, esa tranquilidad desmesurada, ese tono pausado al hablar que te puede llegar a sacar de quicio, detrás de esa sensación de que le estás explicando algo y no te está escuchando (ojo, sí lo hace) y que se encuentra fantaseando en El país de Nunca Jamás o quizás en un cielo lleno de playmates oxigenadas y bien siliconadas, o vete tú a saber dónde, pues bien, detrás de todo eso y más, se esconde un músico sensacional, un amigo increíble y una persona que es todo corazón. Después de su hazaña con el jefe le apodé «Phenomenon». ¿Qué otra persona insultaría al jefe delante él si que se diera cuenta? ¡Eso es de fenómenos! Con el tiempo vi que él también se emocionaba viendo Regreso al futuro, que también le encantaban las hamburguesas sin pepinillo, que también era amante de lo cotidiano, de lo sencillo, de lo «real como la vida misma». Alejado de las falsas apariencias que hoy en día nos invaden, Merrick era Merrick, y punto, «el que veus, es el que hi ha», como diría nuestro amigo psicólogo Jaume. Entonces llegaron épocas gloriosas en las que nos juntábamos unos cuantos amigos del cine e íbamos al Michael Collins a contar nuestros líos de mujeres... bueno, mejor dicho, nuestras estrategias para conquistar a las mujeres deseadas, bebiendo Guinness «a punta pala» y, de paso, intentando arreglar el mundo, sobre todo el nuestro. A la vuelta de esas noches llenas de brebajes, risas y sueños, Merrick siempre me llevaba a casa con su entrañable coche, escuchando la radio «con la calma» (la fantástica y desaparecida Hit Radio) y, al llegar al portal de mi casa, está62
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bamos unos minutos meditando, preguntándonos el porqué de las cosas, intentando escoger la decisión más adecuada, elegir un camino o el otro. Camino que ni él ni yo sabíamos cual era el correcto, pero es que tan sólo el hecho de ver que habíamos llegado hasta allí juntos, nos hacía respirar un poco más tranquilos, tanto al uno como al otro. Otro aspecto envidiable de Merrick es su música. Yo no entiendo mucho de música, pero lo que sí sé es que amigos míos que se dedican a ello, entre ellos Merrick (no me olvido tampoco del gran amigo y músico Tormenta), dan diez millones de vueltas a cualquier gilipollas que esté en el top10 de ventas, sea Coti, Juanes, Ismael Serrano, El canto del loco, o cualquiera de esos que tienen los cojones (y sobre todo la cara) de decir que hacen música. La dedicación de Merrick con su música es tal que con cada canción suya te hace partícipe directo de la historia que está explicando, del sentimiento que está expresando o de la canción que esta tocando. Sus Caballito de Mar, Tres paradas de metro o Boda en el altar, por nombrar algunos de sus temas, son auténticas joyas que a uno le hacen sentir y, sobretodo, sonreír y disfrutar. Merrick y yo hemos pasado momentos inolvidables, pero también muy malos, para que engañaros. Todo el mundo lleva machacándome día sí y día también por mis vuelos a Nunca Jamás, todos menos Merrick. Él no sólo entiende estos vuelos, sino que es el primero en poner rumbo hacia esa maravillosa isla junto a mí, sin miedo a las alturas, sin miedo a nada, sin miedo a lo que digan esas mentes que se las dan de tolerantes y abiertas y lo único que quieren es que la gente deje de soñar. Entonces, una vez estoy allí arriba, volando junto a él, una vez he pasado la segunda estrella y he girado a la derecha, me imagino a Merrick, con once años, tomándose un polín y viendo a D’Artacán, y pienso con nostalgia que si nos hubiésemos conocido a esa edad, posiblemente mi infancia hubiese sido del todo maravillosa. Hubiésemos jugado a fútbol (los dos en punta, claro), hubiésemos sido Indiana Jones (está bien, si hace falta, yo haría de mo63
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nito que roba dátiles, o hubiese hecho de su novia), hubiésemos ido a su casa o a la mía a comer bocadillos de Nocilla y beber Tang, hubiésemos hecho tantas y tantas cosas juntos... aunque, qué os voy a decir... A veces estoy con él y tengo la extraña sensación de que cuando me mira con esa mirada tan característica (los que le conocéis sabéis de qué estoy hablando) lo conociese de toda la vida. En esta vida deseo muchas cosas, muchas de ellas no se cumplirán, otras sí, y espero que de entre estas esté la de conservar la amistad de Merrick para siempre y, así, poder ir en bici por todo el camping Sitges, hasta la piscina con él, haciendo una carrera «a ver quién llega antes», o comernos unos Calippos mientras nos burlamos de unas niñas con trenzas que juegan a saltar la comba o, ya puestos, ir al cine Picarol, o al Verneda, o cualquier sala y ver Los goonies cargados de palomitas, golosinas y Coca-Colas gigantes. Me voy a dormir, pero antes creo que me pondré el CD de Merrick y escucharé Caballito de mar... ¿cómo hacía? Y es que me he comprado un caballito de mar. Cabalgando, entre burbujas, voy a buscar una sirena que me han dicho que es una preciosidad, me canta cada mañana para que venga ya.
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DEJAS
RASTRO EN MI VIDA SIN TI
La pregunta parecía sencilla, directa, clara, así que respondí sencillo, directo y… claro: –¿Esta peli? –Sí, te la recomiendo. Para qué engañarnos, había sido rancio a más no poder, no sabía si aquella peli con el flamante título Dejas rastro en mi vida sin ti, era una mierda, era una obra maestra o era otra gilipollez de esas que queda tan bien decir que te gustan, y poner en el no menos ridículo top10 de las pelis preferidas de uno. Esta bien, trabajo en un cine, pero eso no implica que deba ver todas la pelis, además, si aquella chica con nariz roja congelada provocada por los vientos siberianos no me hubiese sonreido tan tiernamente, posiblemente mi respuesta hubiera sido peor si cabe: «pues… no, la he visto». Pero no, la verdad es que Lidia fue amable, bueno, no conocía de nada a aquella chica, pero tenía cara de llamarse Lidia. Su mirada era de tristeza, llevaba un abrigo de aquellos antiguos, comprado posiblemente en «el camello», estaba comiendo Donettes crunch con cierta timidez y, a diferencia de todos esos viejos repelentes clientes que he de aguantar cada día y, gracias a Dios, llevaba La guía del Ocio. A pesar de llevar La Biblia, como diría mi amigo Francesc, no pudo evitar hacerme una pregunta: «La peli Dejas rastro en mi vida sin ti, ¿es buena?». 65
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Con ese título difícilmente sería buena esa peli, pero vi que las cejas de Lidia se alzaban como el niño que espera que le digan que «sí» al pedir la play2 para su cumple, o como al no tan niño al pedir a gritos una cita con la «tía buena» de la clase o, sin ir mas lejos, a un servidor al mirar su cuenta en cualquier cajero automático a dia 30. Así que le recomendé aquella peli con título de persona que se pasa las veinticuatro horas observando la luna (lo sé, hay horas que hay sol, pero esas personas te dirían que es la luna que se disfraza de sol para estar bien guapa durante el día… Dios, sin comentarios): «Muchas gracias, ya te contaré a la salida», fueron sus últimas palabras antes de entrar a ver la peli. Se compró unas palomitas gigantes, un Sprite, un Toblerone, unos Maltessers y dos regalices negras (esto último por si se quedaba con hambre, supongo). Durante las dos horas que duró la película, envié treinta y dos mensajes con mi móvil, fui tres veces al lavabo y, de paso, me leí la crítica de cine de Dejas rastro en mi vida sin ti, y decía algo así como: «Inmenso film sobre las relaciones de pareja y, sobretodo, sobre los finales de estas. Lástima del título, no hace justicia al film. La secuencia final es de un nivel trágico digno de mención». Lo que es indigno es que haya gente que escriba semejantes críticas, ¿se puede ser más cabrón? Pero ¿a quién se le ocurre poner eso de «final trágico digno de mención»? Vamos, que la peli acababa mal. Entonces me imaginé a Lidia llorando como una magdalena mientras el chico abandona a la chica, luego se suicida, por ejemplo... ¡ah! y es un día llovioso y es en B/N y también muere un perro atropellado (¡toma ya!). Después de los créditos finales e interminables de Dejas rastro en mi vida sin ti (duran aproximadamente diez minutos), salió Lidia con unos ojos gigantes como dos donuts glaseados y llorando a moco tendido. Al verme fue directa hacia mí: «¿le habrá encantado y querrá agradecermelo?», «¿me pedirá un Kleenex para evitar las cataratas del Niágara en su rostro?» «Dios… parece enfadada…» pensé… bueno, pensé varias veces. 66
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«¡La peli acaba mal!», me dijo con sentimiento entre indignación y tristeza. Yo no supe qué decirle y sólo lamenté tres cosas: no haber visto la peli, no haber leído la crítica nefasta del crítico de turno antes de aconsejarle y, sobretodo, no haber pedido fiesta ese día como «personal», ya que mi radar pocas veces falla y esta vez me indicaba CODIGO ROJO: CLIENTA PELIGROSA CON GANAS DE TOCAR LOS HUEVOS. –Sí, dicen que… que es un poco triste –le dije con cara de gilipollas (esto no es nuevo en mi) y sudando la gota gorda. –Ya, pero yo no quería ver una peli triste y tú me la has aconsejado. Que sepa yo, aún no tengo poderes para predecir el futuro y, aunque soy un amante incondicional de los Happy end ¿era acaso ese mi problema? Yo creo que no, así que estaba dispuesto a liarla. Me quedaban cinco minutos para «plegar», al día siguiente tenía turno de mañana (tres hurras por los horarios hechos por el puto jefe) y ¿le iba a decir a aquella chica, más rara que un perro verde, con gorra de orejas de Mickey, «de todo y más»? Le diría que si quería ver una peli «de risa», que se hubiese ido a ver Esta abuela es un peligro 2. Le diría que estoy harto de clientes repelentes amargados como ella, le diría que los Donettes crunch son cargantes y empalagosos y mucho peor que los originales. Y por último, claro, le diría que ya que se compra la maldita, jodida y condenada Guía del ocio, que al menos la leyera, ya que tienen unos críticos fantásticos que hasta te cuentan el final de la pelis y todo. Pero entonces… «Houston, tenemos un problema», bueno, varios... me dijo: –Mi novio me acaba de dejar por una chica que, ¿para que negarlo? está buenísima, no como yo. Se enamoraron comprando la última entrega de Harry Potter en un top manta que hay en la Rambla de Poblenou… ¿sabes? Llevábamos cuatro años, dos meses y tres días juntos, y yo aún le quiero mucho y tú… tú… ¿me haces ver esta peli? ¡Quiero una hoja de reclamaciones! En ese momento me imagine al capullo de Toni, porque seguro que el exnovio de Lidia se llamaba Toni... pues eso, me imaginé a 67
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ese pavo tonteando con Tania (nombre de tía buena, ¡cómo no!) mientras compraban Harry Potter a Hassan (el del top manta). ¿Quién coño en su sano juicio tontea en un top manta? Yo no, no lo veo muy romántico, y ¿quién demonios en su sano juicio compraría en el top manta? Yo… no… bueno, alguna vez... ¡lo siento! Y, por último, ¿quien en su sano juicio dejaría a aquella chica tan encantadora? Yo sí lo sé: un gilipollas. –Es una comedia romántica con un final y un título horrible. Toda la historia es bonita y al final, sin que nadie lo espere, él deja a ella y se acaba la peli –me insistía Lidia. –Ya... Pero yo, yo que iba a… –yo intentaba disculparme, pero era inútil. –Tú me dijiste que la habías visto, ¿no? ¿Por qué no me dijiste que acababa mal? Quiero una hoja de reclamación, esta peli no puede acabar mal, no puede acabar mal… ¡no es posible! –decía una y otra vez. Lidia no me pedía una hoja de reclamaciones por haberle recomendado mal, ni siquiera por haberle sugerido que viera una peli sin haberla visto yo antes (un mal vicio que he de dejar). Lidia quería rellenar esa hoja porque la peli acababa mal. La verdad es que en cualquier otra ocasión hubiese mandado a la mierda semejante impertinencia pero, creedme, deberíais haber visto esa mirada perdida de Lidia, mirada de tristeza, de estar haciéndose una y otra vez la misma pregunta y de no encontrar por ninguna parte la respuesta. Llamé al encargado y le expliqué la situación, puso esa cara tan característica suya, o sea, de imbécil perdido, y bajó con la dichosa hoja. Lidia rellenó aquella hoja con la cara aún algo llorosa, en silencio, escribiendo pausadamente con un Pilot color negro. –No sé, supongo que no hay para tanto, pero yo quería que Eddie y Magui acabaran juntos –me dijo mientras me daba la hoja de reclamación rellenada. Entonces esbozó su sonrisa y se fue. Aquella hoja de reclamación que tenía en mis manos era clara, concisa, preciosa, coherente y, sobretodo, sincera. Y si bien todo aquello parecía un escena de una peli surrealista con título ab68
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surdo, poco original y malo de cojones, tipo La hoja de reclamación, La hoja o, simplemente Reclamación, por ejemplo (a cual peor título), aquello era tan real como la vida misma. Pasaron varios meses sin saber nada de Lidia, pero el otro día la vi otra vez en el cine. Seguía igual: misma chaqueta, misma sonrisa, mismos Donettes crunch, salvo un detalle, iba acompañada. Un chico alto, moreno, mirada transparente y bolsa de la FNAC. No era Toni, más bien tenía cara de llamarse Sergio. Ella llevaba la Guía del Ocio en las manos, cómo no, se me acercó mientras él nos observaba y me dijo: –¿Qué me recomiendas hoy? –¿Por qué no miras la Guia del ocio? –le dije de buen rollo. –Es que en esta revista te cuentan los finales y… prefiero disfrutar. Lo que venga… vendrá, ¿no? –buena respuesta, pensé. Así que decidí aconsejarle una peli que, milagrosamente, sí había visto: –Hay una peli que se llama Nueve puntos, el título no es gran cosa, pero… –No me cuentes el final. Por cierto, ¿quieres un Donette? La gente, cuando me pide una hoja de reclamación, lo hace para quejarse de cualquier tontería, cuando en realidad deberían molestarse por cosas importantes, empezando por los nefastos títulos de las pelis de hoy en día... (1, 2, 3, responda otra vez), o es que acaso ese increíble y lamentable título: Dejas rastro en mi vida sin ti ¿no es para pegarse un tiro y, de paso, pegarle un tiro también al que lo pensó? (bueno, Coixet un día dijo que era el mejor título que había visto en su vida... ¿sin mí?) Aunque, después de todo esto, os seré sinceros: la mejor queja que he tenido en todos estos años currando ha sido, sin duda, la de Lidia. Y es que, para qué engañarnos, todo el mundo quiere que las cosas acaben bien, incluso las películas.
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EL
CONCIERTO DE
LAURA
Acabo de venir del concierto de «Depeche Mode» en el Sant Jordi y ha sido casi genial. Y digo casi, porque me gustaría hablar de lo bien que me lo he pasado, de cómo un servidor ha disfrutado tanto viendo a alguien entregarse totalmente por y para el público, de lo mucho que trasmite la música que hace dicho grupo, lo que te hace sentir, lo que te hace vivir, pero no, creo que hablaré de Laura. A la chica morena con ojos grandes y brillantes la llamaré Laura porque es un nombre que siempre me ha gustado y, al no saber su nombre real y al no inspirarme su dulce rostro ningún otro nombre, prefiero llamarla así. Dani y yo tenemos las siguientes localidades: sector 121, fila 15, asientos 10 y 12. Ambos llegamos pronto. Bueno, para qué engañaros, nos perdimos 10 minutos de los teloneros (cada día admiro más a todo este tipo de grupos que su función se limita a calentar a un publico distante y con ansias de ver al grupo por el que han pagado, y todo eso en un recinto aún medio vacío), aunque pronto nos apalancamos en nuestras lujosas localidades: sentados, ni muy cerca ni muy lejos del escenario y con un sonido envidiable para nuestros oídos. Después de veinte minutos escuchando a aquellos chicos que no sabemos quiénes son, (no pone el nombre del grupo ni en la entrada, ni en el programa... ¡pobrecillos!) aunque no suenan mal, aparecen Laura, su novio Jordi (este sí que tenía cara de 71
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Jordi) y su amiga pelirroja que llamaremos… no sé… Yoli. Sí, Yoli está bien. Lo dicho, llegan los tres. A mi izquierda hay dos asientos libres, a la derecha de Dani hay uno. Yoli pasa, me pisa y rápidamente se disculpa, entonces, se sienta al lado de Dani. Acto seguido Laura y Jordi empiezan a hablar. Ella parece muy feliz, tiene cara de llevar toda la semana tarareando el Everything Counts, él parece un poco más «espitoso», pero también entusiasmado y con ganas de disfrutar. De repente me doy cuenta que algo falla, ya que ninguno de los dos se sienta en sus localidades y rápidamente empiezan a hablar entre ellos como menos distendidos. Quedan quince minutos y el concierto está a punto de empezar, el Sant Jordi está cada vez más lleno, todo el mundo está gritando, los teloneros están gastando sus últimos cartuchos y Yoli vuelve a pasar delante mío (esta vez por suerte no me pisa ¡bien!). Empieza a hablar con Laura y Jordi, mientras Dani y yo no entendemos nada. Por un momento me da la sensación que Laura se ha quedado sin sitio, pero aunque llevo toda mi vida suspendiendo las mates, aún sé contar y sé que 2+1 son 4, perdón 3, con lo cual, a pesar de estar los tres en localidades separadas hay sitio para todos ellos. Yoli vuelve a su sitio a sentarse, mientras el público ya no disimula que pasa de los Monday in (ya puestos, bautizo también a los teloneros) y yo, de paso, cada vez estoy más tenso. Miro a mi alrededor y estoy rodeado. Creo que no cabe ninguna persona más. Tengo una visión increíble que, por cierto, todo sea dicho, es interrumpida por Yoli una vez más (no hay 2 sin 3), que pasa por delante mío y se sienta parece que ya definitivamente. Pero entonces, cuando todos estamos preparados para ver un gran espectáculo, cuando apenas quedan diez minutos para que salgan los Depeche, cuando todos estamos ansiosos por entonar el Personal Jesus, me giro un momento… y veo a Laura llorar. Me quedo frío, helado, Dani se ha dado cuenta también y se le ha quedado la misma cara que a mi. Laura y Jordi parecen estar discutiendo, ella está llorando 72
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como una madalena, él intenta tranquilizarla. Yoli ve también el panorama, vuelve a levantarse y va para allí. Ahora si que no entendemos nada de nada de nada. No parece una típica pelea de pareja, tampoco parece que haya sido todo fruto de que los sitios de los tres estén separados y a ella le haya entrado la neura y se haya puesto a llorar «rollo chiquilla», además sería absurdo, ya que las entradas de aquella zona eran numeradas y al comprarlas ya sabían lo que había. Las lágrimas de Laura son de realmente estar pasándolo muy mal y no puedo evitar sentirme fatal. Por un segundo me hubiese gustado acercarme y, yo que sé, intentar arreglar el problema, pero ahora mismo aún pensandolo, desconozco totalmente el porqué de todo aquello y la razón por la que Laura lloraba quince minutos antes del concierto. Intento recordar la primera impresión de Laura al verla cerca de nuestras localidades y la recuerdo feliz, entusiasmada, cariñosa con Jordi y expectante por Depeche Mode y, ahora, todo es tristeza. Cuando quedan varios minutos para empezar el concierto, cuando los Monday in han acabado de tocar «salvando la papeleta» como han podido (estos sí que se merecen un Grammy por lo que han vivido y no los cansinos de U2), cuando el público empieza ha estar extasiado pidiendo a gritos el grupo que canta People are People, cuando ya está todo a puntito de caramelo, me fijo una vez más en Laura y sólo veo su espalda; bueno, la suya, la de Jordi y la de Yoli, subiendo las escaleras y desapareciendo entre la multitud con una rapidez pasmosa. Se lo comento a Dani, él también lo ha visto. Entonces las luces se apagan, el público empieza gritar y los Depeche salen al escenario. Con las primeras notas de la Intro no puedo evitar girarme por última vez, todo el mundo está bailando, sonriente, pero no veo a Laura por ninguna parte. Entonces me la imagino comprando las entradas unos meses antes, escuchando el Exciter día sí día también, me la imagino llamando a Yoli al «curro» y diciéndole chillando y dejándole sorda: «¡Ya tengo las entradas Yoli, ya tengo 73
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las entradas!» Me imagino también a Laura llorando con la canción Home mientras está estirada en el sofá de su casa, con la luz apagada, me la imagino discutiendo con Jordi cariñosamente al no ponerse de acuerdo sobre cuál es la mejor época de Depeche Mode, si la de los 80 o la actual y, por último, me vuelvo a acordar de las lágrimas de Laura. Cuando acaba el concierto estoy extasiado, cansado, emocionado, casi feliz, y digo casi, porque vuelvo a acordarme de Laura, y sólo tengo un deseo en mi cabeza: que haya visto el concierto, por Dios… que haya visto el concierto. Prefiero pensar eso. O sea que Laura, a pesar de todo, ha visto el concierto en otra localidad, en el sector 156, fila 10, asientos 4, 6 y 8, y que ha vuelto a llorar como en casa al escuchar Home, y ha bailado con el mítico Just Can’t Get Enough, y se ha emocionado con Enjoy The Silence. A la salida y después de comprarse una camiseta no oficial de la gira (¡las oficiales valen treinta euros!), Laura ha abrazado a Jordi en presencia de Yoli y se han dado cuenta que todo ha sido un malentendido. Entonces, en la lejanía del Sant Jordi, estirados en la cama, a punto de dormirse y mientras le acaricia la barbilla cariñosamente, Laura le preguntará a Jordi: «Ha sido genial… ¿Cuándo vuelven a actuar en Barcelona? Repetiremos, ¿no?»
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EL
GRAN ESCRITO
Me levanto a medianoche, cansado y con mi organismo pidiendo azúcar, así que le doy una Pepsi Max, y aunque la frase publicitaria te advierte que: «Máximo sabor, sin azúcar», con el primer sorbo se me iluminan los ojos a causa de la extrema dulzura de aquel refrigerio, envasado exquisitamente en aquella bonita lata azul y congelada. Me siento en el sofá, enciendo la tele: teletiendas, algo de porno (me he perdido la hora punta) y repeticiones de programas que a la vez son refritos de otros, vamos, para pegarse un tiro. Doy otro sorbo a mi Pepsi Max, y entonces recuerdo algo del sueño que he tenido. Bueno, creo que recuerdo bastante, ahora que lo pienso. Miro el reloj, son las 4,12 de la mañana y parece que he tenido un sueño digno de mencionar, digno de recordar, he soñado que escribía un escrito, un gran escrito. Parece haber sido un sueño espeso pero cálido a la vez, corto pero muy intenso, nostálgico, bonito, me ha dejado una sensación increíble en unas horas en las que suelo entristecerme y, a pesar de mi nula memoria, recuerdo el sueño perfectamente. Es un sueño tan sencillo y, a la vez, tan complejo. Era yo o, al menos, alguien parecido a mí, sentado en mi ordenador (eso seguro), a las tantas de la mañana, de la noche, de la tarde... ¡Vete tú a saber! leyendo un escrito. Recuerdo el escrito a la perfección, se trata de un gran escrito, y no por si sus palabras divierten o hacen 75
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llorar, o son claras, nítidas y tan repetitivas como el ajo. Tampoco es un gran escrito por su calidad literaria, no recuerdo al menos eso, aunque tampoco recuerdo algo coloquial, desenfadado o extremadamente ameno. Es un escrito en el que poco hay de autocomplaciente y mucho de transparente, es un escrito en el que creo recordar que nadie marca un camino o varios como opciones definitivas hacia la meta deseada, pero tampoco se trata del pantano en el cual, a menudo, caemos todos. No creo recordar que se hable de ninguna película, de ninguna secuencia, de nada en concreto, de ninguna chica en concreto, de ningún amor en concreto, tampoco de ningún desamor… en concreto. Tampoco de lágrimas sinceras, ni mucho menos de las de cocodrilo, tampoco. Más bien habla de muelles que un día fueron visitados por barcos que estaban perdidos, de gente que se levanta aunque la hundan cada día, de miedos aún no superados pero si bien llevados, de amigos alejados que parece que gracias a Dios, se acercan, poco a poco, muy poco a poco. Habla también de futuros imperfectos pero algo menos inciertos, de saltos de nube a nube más propios de las aventuras de los «chiquillos nocilleros» que de ñoñerias propias de lo irreal, de sonrisas habidas y por haber, de escritos que nunca, siempre y de vez en cuando, me leerás. De nostalgia del pasado, de pollos a l’ast en un camping que creo que todos conocemos, de gente que escucha y no hace ver que escucha, de sonrisas y sonrisas y no sonrisas y lágrimas, de hadas madrinas que no sólo te ayudan, sino que también juegan contigo a la play. Y también de montañas de azúcar que no provocan caries y ni mucho menos empalagan, y de gente que sabe pedir perdón, de mí mismo pidiendo perdón, de gente que ha dejado de ser conformista, de mucha constancia, de flores sin ser rosas, de volar sin ser avión, de la oscuridad sin que te dé miedo, de la luz sin dejarte ciego y, sobre todo, de sueños cumplidos, incumplidos y quién sabe si por cumplir. Creo que ya no recuerdo nada más del sueño, sólo que me he despertado y mi organismo me pedía azúcar, así que le doy 76
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mi último sorbo a la Pepsi Max y otra vez me pregunto cómo es que está tan dulce si no tiene azúcar: ¿sacarina? ¿caramelo? ¿Sobredosis de azúcar del mítico eslogan publicitario? Digno de investigar… En fin, espero que no os importe, pero con vuestro permiso me guardaré este gran escrito en mi pequeño baúl, ese que está siempre entreabierto y del que, a veces, se me escapan sitios, besos, momentos, canciones, miedos, acciones y que siempre me cuesta tanto volver a buscar, encontrar, recordar. Lo guardaré cuidadosamente con la esperanza de nunca, nunca… olvidarlo. Desconozco de quién era el escrito, a quién pertenecía, si lo había leído antes en la realidad, si quizá esté por llegar, si era de un famoso escritor inglés, francés, o de un amigo, de un vecino, la verdad es que me da igual. Hacía tiempo que no soñaba algo tan bonito, en estos tiempos de caminos poco asfaltados, de pocos túneles iluminados, de pocas metas accesibles. A un servidor le hace feliz haber leído un gran escrito, haber leído tantas cosas grandes, aunque haya sido en un sueño, la verdad es que eso me importa poco. Al fin y al cabo, a veces, y sólo a veces, los sueños se hacen realidad.
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MI
PRIMER AMOR
Mi primer gran amor fue una chica rubia con deliciosa sonrisa y pequitas por todas partes que vestía un jersey rosa de lana y unos tejanos vistosos y ajustados. Era lista, atenta, ochentera preciosa, preciosidad poco accesible y, cómo no, con una sonrisa que lo eclipsaba todo. Se llamaba Lori Swenson. Cuando la conocí yo tenía 8 años, posiblemente fue en un fin de semana, en un inmenso cine del centro (por entonces no existían las multisalas, ¡qué tiempos!). Allí, de entre chavalines amantes del Tang y las palomitas, apareció sin avisar, por sorpresa, llamando tímidamente a la puerta, a mi puerta, para conquistarme al instante, sin previo aviso y para siempre. Era en aquella aventura llamada Exploradores, y estaba acompañada de River Phoenix, Ethan Hawke y Bobby Feet, y su personaje era el de Lori Swenson, aunque su nombre real era Amanda, Amanda Peterson. Amanda nació en Greeley, Colorado, en Estados Unidos y, para qué engañarnos, bien lejos estaba de mi ciudad condal, de mi escuela Montseny, de mi casa de la calle Cantabria y muchísimo más lejos estaba de mi corazón… Ella era carne de tortitas, yo de Bollicaos. Recuerdo que muchas veces, en secreto, justo después de cenar con mis padres y hermana, me encerraba en mi habitación y observaba su foto «a todo color» que tenía en un libro 79
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oficial de la película. Aquella sonrisa, aquella dulzura, aquella aventura, todo me fascinaba de ella. Me parecía alguien increíble y lo hubiese dejado todo por ella, por coger esa nave espacial en forma de merengue y viajar con ella (los 3 chicos se quedarían en la escuela Montseny, rollo intercambio de estudiantes). Y es que en mi clase de EGB, si bien es cierto que había chicas extraordinarias, auténticas bellezas que volvían loco a cualquiera, ninguna era como Lori. En mi clase unos estaban enamorados de Mireia, la más guapa, sin duda, la número uno, la rompecorazones por excelencia, la portada del Cosmopolitan. Todo lo que tenía de belleza lo tenía de inaccesible, una Diosa, para entendernos. Otros preferían la simpatía de Sonia y su eterna sonrisa, mucho más «real» y directa, menos princesita, pero una chica igual de ensueño. Cristina era otras de las que quitaban el aliento en clase: una morenaza alta y contundente, todo belleza e inteligencia, la «tía buena con carácter» y cómo no, finalmente estaba Montserrat, una chica no tan espectacular como las anteriores, pero extremadamente atractiva y con un magnetismo digno de analizar. Todas ellas eran maravillosas y vivían en su particular Olimpo, y a pesar de que «lo tenían todo», Lori, aún en la distancia, seguía ocupando mi corazoncito. Pero con el tiempo mi amor por Lori fue desapareciendo y aquella bonita historia pasó a convertirse en un amor imposible y fantasioso. Mi primer encuentro con la cruda realidad había llegado también sin avisar. Lori fue mi primer amor y, lo que es mejor, fue la primera chica que me hizo entender que era aquella cosa, más propia de la revista Año cero o de los programas de Iker Jiménez, llamada amor. Fue ella quien creó aquella sensación en mi interior tan difícil de explicar, tan irracional y a la vez tan fascinante. A veces me imagino cómo hubiese sido mi vida en Colorado, junto a Lori. Me imagino celebrando el 4 de Julio o comiendo el pavo en «Acción de Gracias», sufriendo día sí y día también con los interrogatorios del padre de Lori: «Muchacho, ¿qué intenciones 80
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tienes con mi hija?» «Chico, tú eres republicano o demócrata?» «¿Cómo que no te gusta la cerveza, chico? ¿No has probado la Budweiser?» Y, cómo no «Muchacho, no sabes la suerte que tienes viviendo en América, el país de las oportunidades. Dios bendiga América. Repite conmigo, chico: ¡Dios bendiga América!». Para qué negarlo, hubiese valido la pena sufrir todo eso por estar un instante con Lori, tan sólo uno. Los amores suelen ser de paso, pasionales, fantasiosos, platónicos, dulces, tristes, de una noche, de una tarde, para siempre... Pero, sobre todo, uno y cada uno de ellos, sea el primero, el cuarto, el aventurero o el definitivo, el intenso o el escondido, es único. Da igual si hemos derramado muchas lágrimas o hemos visto el arco iris cada día, da igual si la sonrisa nos duró eternamente o desapareció al instante y, sobre todo, da igual preguntarse si ha hecho bien uno en todas y cada una de las acciones en todos ellos. Lo importante es haberse arriesgado, haberse dejado llevar y, como decía aquella preciosa canción, haber jugado al juego del amor. Yo he tenido amores de todo tipo y guardo lo mejor de ellos en mi interior y, sobre todo, me acuerdo mucho de Lori, una chica preciosa, encantadora y única, que iba en una nave espacial y que era tan guapa como Cristina, la morenaza alta y contundente de la que también me enamoré y de la que os he hablado antes y que, por cierto, fue mi segundo amor. Aunque creo que eso ya pertenece a otra historia, a otra bonita historia.
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SINCERO
Aún no se cómo, pero Emilio me convenció. Me dijo: –¿Quieres venir a la presentación de un libro de la chica del blog Qué mala soy dosificándote (http://dememoria.blogspot.com) y que tan poco te gusta cómo escribe? Seamos sinceros, cuando Emilio y yo paseábamos por el centro y veíamos algo muy profundo, algo que no entendíamos, siempre comentábamos: «¡Mira! esto es rollo Qué mala soy dosificándote»… así que tenía la excusa perfecta para no ir pero, insisto, aún no sé porqué extraña razón le acompañé. –No sé cómo me has engañado –le dije con cara de pánico. –Tú también me engañaste la semana pasada, ¿recuerdas quién te acompaño al festival de lucha libre mejicana? –me respondió Emilio con esa sonrisa de pillo que todos conocemos. –¡Ahí la has clavado! Después de hacerle pasar dos horas de combates delirantes, de gritos del respetable diciendo «¡sangre! ¡sangre!», de hacerle ver, posiblemente, el espectáculo más dantesco, delirante, surrealista y casposo que habrá visto en su vida, qué menos que acompañarte a dicha presentación: –Es justo, tú ganas. Quedamos en Plaza Cataluña (cómo no) y en breves instantes (como en Tele 5), llegamos al Pati Llimona. Antes tomamos un café en un bar gallego, ya que aún siendo consciente de que el 83
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café no ayuda en nada a mi próstata y mucho menos a mi estado nervioso (¿alguien me ha visto con tres cafés de más? lo sé, patético), es que no soy persona sin tomarme un cortado después de comer. Bueno, pocas veces soy persona, para ser sinceros… por segunda vez. Me siento en el taburete de la barra del bar y la presentación del libro ¿De otro planeta? de varias autoras, aparece en mi mente y me da qué pensar… ¿Cuántas horas deben haber dedicado estas chicas para no sólo acabar un libro, sino también editarlo y presentarlo? Yo estoy escribiendo mi segundo libro y me doy cuenta que debería escribir más… para ser sinceros (no hay dos sinceros sin tres, buff… esta ha dolido). Si tuviese dinero pagaría a diez «negros» y que me lo escribieran ellos, a lo Quintana, doce horas seguidas, sueldos bajos y yo, mientras, en el Boadas bebiendo San Franciscos + vodkas a «punta pala» pero, repito, mi situación económica es desastrosa y el «Genio Credial» me jura y perjura que ya no se dedica a dar créditos y que está de extra en el musical Grease. También es verdad que llevo días algo desanimado y es complicado esto de escribir algo interesante y sin repetirse, y más siendo consciente que hoy en día la humanidad sólo lee tres cosas: El código Da Vinci, las últimas declaraciones de Samuel Eto’o y el horóscopo… y esto último sólo cuándo no follan. Por otra parte, me da miedo preguntarle a Emilio que es lo que piensa de esta especie de «libro» que estoy escribiendo, ya que Emilio no se caracteriza por ser aparente o falso con las personas, y mucho menos con sus amigos. Vamos, que la enciclopedia Larousse en la detallada descripción de la palabra «sincero», aparece acompañada del jeto del Emilio. Aún sabiéndolo me armo de valor, me siento como Russell Crowe en Gladiator cuando sale al circo romano y sabe que las va pasar putas. En fin, le pregunto a Emilio por mi libro al más puro estilo Paco Umbral, ¿su respuesta? Es ya un clásico… –No sé si funcionará, creo que tendrías que ir un poco más allá, hacer cosas nuevas... el proyecto del libro de cuentos, por ejemplo. 84
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¡Lo mato! No, creo que mi abogado lo tendría difícil para que no me enchironaran. No valdría un discurso ante el juez tipo: «¡Joder, señoría, es que me dijo que mi segundo libro no interesaba!» Además me consta que en las cárceles no hay barritas de cereales Muesly Hero, y mucho menos comida china, así que «a cascarla», pagaré a un sicario y que se lo cargue… Pero no, aún estoy pagando dos créditos y el dentista, como ya os he dicho… en números rojos. Así que no me queda más remedio que aceptar su comentario que, para ser sincero (otra vez, y ya van cuatro), cada segundo que pasa está habiendo un comentario menos jodido y más bonito. Me tomo el café y al salir de aquel sitio de tapas gallegas (al que espero volver algún día para jamarme un pulpito) me doy cuenta de lo afortunado que soy. ¿Acaso esperaba un masajito del señor Emilio?: «Oh sí, Carlos, el libro funcionará, escribes de puta madre y porque me gustan más las tías que a un tonto un caramelo, porque sino, te follaría ahora mismo». Llegamos al Pati Llimona y de repente me veo rodeado de chicas por todos los lados: jóvenes, no tan jóvenes, pero muy monas todas ellas. Vamos, que ni en mis mejores sueños húmedos, aunque pronto me acuerdo del libro y de su presentación y bajo del cielo rápido a la tierra, muy rápido… Nos sentamos apartados (cosas de Emilio) y pronto una chica con una sonrisa de esas que te deslumbran y que al día siguiente tienes que ir al oftalmólogo, nos regala una chapa de promoción (buena manera de promocionar el libro: lo plagio y luego digo que me he inspirado, ¡bieeen Carlos!). Empieza la presentación y Emilio ya ha a conocido a un chico llamado Yellow que con su mirada me da la sensación que también estaría en el Larousse, junto a Emilio. ¡Jolin! cuánta gente tan sincera, hasta el camarero que me ha servido el cortado tenía cara de sincero, para ser sinceros (creo que llevo cinco, y que conste que aprobé mates). Después de hora y media, más o menos, de risas, textos, citas, recuerdos, diapos y emociones, conozco a Paola, que re85
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sulta ser la chica que nos había dado las chapas, en dos palabras: im - presionante. ¿Os imagináis a Quim Monzó presentando su libro y haciéndose pasar por la prensa o por alguien del público? Me pareció algo… no sé, bonito, me imaginé a Paola observando las caras, los gestos, las sensaciones de cada uno de las personas que estábamos allí al escuchar sus palabras escritas. ¿Hay algo más bonito, mágico y sincero que eso? Esta claro que hace meses que mi nivel «vaguial» (que viene de vago) llega a límites insospechados, preguntad a los que me conocen y a mis profesores de EGB. Me doy cuenta de que lo que tengo que hacer es escribir más y hablar menos, y acabar el libro de una jodida vez. Pero, sobre todo, lo que tengo que hacer es hacer lo que quiero hacer, eso sí que es ser sincero, como Paola, como Emilio, como Yellow, como el camarero de La Esquinica, como la mirada de Noa cuando me dice «Litus», como Mari sonriendo, como Mari descojonándose y, ahora que recuerdo… como el vendedor de la FNAC que me vendió la minicadena y me dijo que me comprara la Hoher y no la de marca, que se escuchaba peor aunque fuese más cara (aunque lo reconozco Dani y Johnny: a esa cadena… ¡LE FALTAN GRAVES!). Salgo del Pati llimona con la sensación de que ha sido un acto precioso y sencillo, y que aunque quizá no me entusiasme el estilo de Paola (soy sincero por sexta vez en este escrito, voy a entrar en el Guiness), escribe como los angeles: cada una de sus palabras es transparente como pocas, y ya me gustaría a mí escribir como ella y quizá ahora he sido demasiado sincero, pero, para ser sinceros, es la pura verdad.
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MI
HERMANO PEQUEÑO
«Eres el hermano mayor que siempre hubiese querido tener»... Buff… menuda frase, ¿eh? Pues bien, ahí va Marc, un chico encantador, y me suelta esa frase. En fin, me podría pasar siglos intentando describir la cara de gilipollas que se me quedó al oir esa frase y nunca podría hacerlo bien. ¿Yo? ¿De hermano mayor de Marc? Eso sí que sería un reto y no los de Al filo de lo imposible. Y no estoy hablando precisamente de el bueno de Marc (cómo odia eso de «el bueno de Marc»), sino más bien de mí. En mis casi veintinueve años de existencia no sé yo si estoy siendo un buen hermano mayor. Eso, quizá, habría que preguntárselo a mi hermana, que lleva casi veintiséis años aguantándome. Todo empezó un veintinueve de julio, el de 1980, acostumbrado yo a llevar tres años en este mundo extraño recibiendo todo tipo de atenciones, mimos y cariños por parte de todos, ¡cómo podía imaginar que aquellas muestras de afecto debería repartirlas con una renacuaja llamada Irene! Mis padres siempre me han dicho que era un plasta (todavía hoy algunos lo siguen pensando) que me ponía a llorar si la tapa del flan no estaba quitada del todo, que me encariñé de un osito algo «taleguero» que creía que era el Jackie de la serie «Jackie y Nuca»* y que luego, que me compraron el original costándoles un pastón y yo no le hice ni puto caso y que, cómo no, era un celoso acabado con mi pequeña hermana. 87
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Me recuerdan cómo cuando después de hacerme una foto con la Polaroid, con el bebito casi recién nacido en mis brazos, luego no quería soltarla, y que se pegaron un susto de muerte. También me recuerdan (bueno, eso me lo recuerdan mis padres, abuelos, tíos y familia completa) que no paraba de molestarla y que era un auténtico incordio con ella. Si buscamos en los archivos de la familia Escudero-Aràs encontraremos unas cintas en Betamax, de incalculable valor histórico (más incluso que los papeles de Salamanca) donde se aprecia lo «jealouse guy» que era el que escribe. De entre las imágenes entrañables y carismáticas podemos «apreciar» al pequeño Carlos pasando por delante de la cámara cada vez que aparece su hermana y reclamando la atención cada momento en el que había un plano de la más pequeña, Irene. Si hago memoria recuerdo la rabia que me daba cuándo en el camping, justo después de comer, mi hermana se tumbaba para hacer la siesta y yo, que me moría de ganas de jugar, acababa despertándola de mala manera. Eso por no mencionar los «piques» en las comidas, enseñándole la comida de la boca, masticada, o llamándole todos los motes habidos y por haber (paso de recordarlos en estas páginas, no sea que mi hermana aún esté traumatizada). También recuerdo cuando se ponía a jugar con la Barbie y la Chabel, entonces llegaba un servidor para que le dejase jugar. Ella aceptaba, pero no era más que una maligna estrategia mía, ya que acababa haciendo que Ken se emborrachara y se estampara con el Ferrari rojo o, por otro lado, se enrollara apasionadamente con Barbie o con Chabel o, ya puestos, con las dos. Con el tiempo pasé de incordiar a mi hermana a pedirle «pasta» y, ya de paso, consejos amorosos. Pasé de querer jugar con sus Barbies a fijarme en las barbies, pasé de despertarla después del camping a despertarla sobre las doce o la una (¡joder! cómo duerme la marmotilla) y, para qué negarlo, pasé de tenerle unos celos brutales a ser una de las personas que hoy en día más admiro. La verdad es que si tener una hermana como la que tengo 88
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es un lujo, tenerte a ti como hermano lo sería también. Así que voy diciéndoles a mis padres que añadan un nombre al libro de familia, que compren cintas de vídeo, quedan por hacer muchas grabaciones en las que yo he de pasar por delante de ti cuando salgas, prometo no meterte collejas (por si acaso, me da que tienes fuerza, capullo), prometo no esconderte los juguetes, no llamarte empollón o repelente, Así que no sé si sería un buen hermano tuyo, Marc. Hombre, para empezar, ya te tengo celos porque eres más guapo que yo, eso para empezar. Luego, si quieres, te podría dar todos los consejos amorosos habidos y por haber, pero ¿a quién vamos engañar? tú si que eres un killer del área y no el Eto’o… no sé si me explico. Quedamos así, pues: como hermano pequeño que eres a partir de ya, que sepas que tienes un hermano mayor muy cariñoso, atento y buena persona, que puedes contar con él para lo que sea y que siempre que tengas un problema (si es que te has peleado con un tío de dos metros mejor llamamos a la poli), puedes venir a mí. Por el contrario, yo cuento contigo también y sé que nunca, nunca, nunca, nunca, me fallarás… ¿me prestas 40 euros?
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REDACCIÓN DE HOY ¿POR QUÉ ESCRIBO?
Escribo porque un día me di cuenta de lo mucho que me gustaba hacer redacciones mientras los demás niños de la clase soplaban con mala cara. Escribo porque me gusta imaginarme a gente que no conozco y hacer chistes de pollas y tetas y evadirme de la realidad, creando la mía. Escribo porque un día vi Los peores años de nuestra vida y me encantó y porque, cuando escribes, puedes expresar alguna de las miles de cosas que se te pasan por la cabeza durante el día y que casi siempre se te escapan y además, de alguna manera, al escribir eres el padre de algo y eso que escribes no deja de ser como un hijo para ti. Escribo porque un profesor «hijoputa» en F.P. se rio de mí cuando le dije que quería ser guionista, y ya se está empezando a comer con patatas sus jodidas risitas. Escribo por ti, por ti, por ti, por ti y, sobretodo, por ti. Escribo porque es algo que me gusta y siempre he pensado que hay que hacer lo que te gusta: si te gusta ir al karaoke cada día, hazlo. Si te gusta comprar por internet la «mesa multi-usos»: hazlo. Si te gusta soñar despierto, aunque te digan que eres un puto soñador: hazlo. Y si te gusta escribir, ya sean relatos eróticos o poesías automáticas... pues hazlo. Escribo para que alguien lo lea y me diga que tal lo hago y porque es lo que menos mal se me da, y mira que se me da mal. 93
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Escribo porqué me encanta decir lo que pienso, sea en forma de «paja mental» o relato surrealista y porque, de alguna manera, escribir siempre ha sido la respuesta a mis problemas y porque cuando escribo parece que desaparezcan. Escribo para poder tener la excusa perfecta para comprarme diez mil pilots diferentes y otras diez mil libretas variadas, aunque la mayoría de ellas acabarán medio vacías y porque ¡qué demonios! me apetece teclear las teclas de mi teclado con fuerza, aunque el jodido corrector del programa de edición aparezca a cada instante. Escribo porque de esta manera no me metéis las broncas que me merezco y, para qué engañarnos, porque cuando escribo me siento bien y cuando me siento bien me siento feliz, y cuando me siento feliz, pues soy feliz. Escribo por todo esto y más pero, sobre todo, escribo porque un día alguien me dijo que si me lo proponía podía conseguirlo todo y, sinceramente, con conseguir algo ya me doy por satisfecho.
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«ATRACCIÓN
VITAL TOTAL
2»
Mi videoclub es como cualquier videoclub de barrio o, al menos, eso creo. Dispone de todos los tipos de géneros cinematográficos, sección de palomitas, refrescos, patatas onduladas al jamón y a la salsa barbacoa y de un dependiente que, aparentemente, no sabe nada de cine, pero que te podría recitar de memoria los diálogos de Desaparecido en combate, Rocky 3 o Terminator. Entro en mi videoclub con «el ansia» en busca de tres opciones que sacien mi hambre de cine. Busco ese tipo de pelis que «te la pone dura» con sólo ver la carátula o leer el título, o sea, en dos palabras: ¡SHOW-TIME! Tengo tres opciones: Terror en el tiempo muerto: el base suplente de un equipo de baloncesto se carga a toda la plantilla a base de constantes pelotazos en la cabeza. Pinta bien, además no tiene ninguna nominación a los Oscar, bien. Ni felices, ni perdices: una comedia romántica sobre un chico y una chica que no se conocen de nada pero que se hacen la vida imposible. Buff, me da un poco de palo, pero Martín me dijo que era buenísima, claro que la película preferida de Martín es Mi amigo Mac y cuando le hablo de que esa «película», por llamarlo de alguna manera, le digo que es un plagio, a lo que él me contesta indignado: «E.T. es un plagio de Mi amigo Mac, lo sabe todo el mundo, hasta el Gasset de Días de cine. Sin comentarios. Y por último, Liberad a Willy 8 - La emancipación de Willy: la 95
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ballena Willy está harta del niño repelente que en cada película le toca los cojones y decide irse al zoo de Barcelona a ser explotada, para así poder vivir lejos de ese niño con algún que otro brote zoofílico oculto. ¿De dónde sacarán estos guionistas? Entro en mi videoclub. No hay nadie, el dependiente está de espaldas al mostrador, sus ojos están incrustados en una pequeña pantalla en la que está viendo la peli Stuart little 2. Se gira y me mira sonriente: «Después vienen los raticidas, ¿sabes? y se cargan familias enteras. ¡Son tan graciosos! Tienen sentimientos ¿sabes? Todos esos asesinos deberían ver esta peli y concienciarse». Le sonrío sin saber qué decir y, con cierto miedo en el cuerpo, voy a por mis tres opciones. Empiezo a buscarlas, no las encuentro, y lo único que me llevo a las manos, es la novena parte de Willy en la que, una vez está la ballena en el zoo de Barcelona viviendo cree ver a Copito de Nieve por las noches. Estoy a punto de cogerla, pero creo que sin ver antes la octava parte no entenderé nada. De repente entra una pareja de jóvenes al videoclub: ella es muy guapa, pelo rizado, chaqueta del Desigual y sonrisa aplastante. Él va más de guapo de lo que realmente es: ropa extremadamente modernilla y quiere ver la última de Von Trier. «Ya empezamos» pienso. Y es que parece que la chica, que tiene cara de llamarse Tania (algún día os explicaré mi teoría de las chicas que se llaman Tania), quiere una comedia de esas dulces y resultonas y el chico, que tiene cara de llamarse «capullo», quiere una de Von Trier. Bueno, parece que su abanico es bastante amplio y «exquisito»: –Está bien, pues sino es Von Trier… o Won Kar-Wai o… –¿Quién? –interrumpe ella. Él pone cara de indignado, ella entonces se enfada: –¡Uy! perdone el señor director de cortos, por no saber quién es el Wan Tun este. La estadística pocas veces se equivoca: El setenta u ochenta por ciento de cortometrajistas son gilipollas. Bueno, este no es 96
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gilipollas, es un «capullo», y es que, estadísticas a parte, pocas veces he conocido a cortometrajistas que sean buena gente (Francesc, Rubén, Iván y Nacho, vosotros sois el otro veinte por ciento, ¡tranquilos!). El dependiente intenta poner paz: –Cogeros Stuart Little 2, hombre, que el ratón habla y todo. El «capullo» le mira con mala cara, Tania ya no sabe dónde mirar: –Siempre igual… –Está bien… pues, al menos, vemos una de Lynch. Creo que voy a vomitar, ¿cómo se puede ser tan...? ¿tan...? Intento tranquilizarme y evitar el espectáculo de «Mr. como hago cortos me creo algo» y me centro en una alternativa a mis tres pelis, que no he encontrado. Busco y rebusco pero no me acabo de decidir, mientras nuestros amigos siguen erre que erre. –¡Ya está! Esta de Kaurismaki me ha dicho mi profe que escribe en el «Dirigido por» que es muy buena. –Que Stuart Little 2 está muy bien, pero si preferís la primera parte… ¡aunque el argumento es algo flojo!» insiste el dependiente, mientras a Tania le queda poco para tener un ataque de nervios. Entonces me doy cuenta de algo que no me gusta nada: el ochenta/noventa por ciento de las pelis está disponible, de muchas de ellas hay un montón de copias. Me fijo que la sección de porno, en cambio, está toda alquilada, bueno, menos una que sale en la carátula una chica con un burro, una iguana y un perro como Lassie. Entonces la chica dice algo que me ilumina: –Y si vemos La guerra de los mundos de Spielberg? –¿Spielberg? Ese barbudo payaso apesta –le replica él con «mala folla». Eso, amigos, me ha dolido. No sé si arrancarle los ojos de cuajo, cortarle los brazos en treinta y tres trozos y dar de comer a perros rabiosos hambrientos o, simplemente, acercarme a él y darle una patada en la entrepierna: 97
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–Antisemita, eres un antisemita –le grita el dependiente, al cual ya me imagino como mi pareja de lucha en uno de esos torneos de «todos contra todos» del pressing catch. –¡Eh, capullo, yo no tengo nada en contra de los judíos! –se defiende el «capullo». Intento centrarme en la elección de mi peli, que está resultando ser ya una odisea y obviar las palabras del imbécil este, que está claro que no se acuerda de cómo lloró viendo E.T. cuando era un mocoso, un mocoso «capullo». Miro a mi alrededor, es lo único que hago, mirar títulos de pelis, uno detrás de otro, sin ningún rumbo fijo, el nerviosismo se apodera de mí y entonces, cuando los sudores fríos ya han llegado y empiezo a ver borroso y todo, me doy cuenta en lo que el cine se está convirtiendo: refritos de refritos, pajas mentales, remakes innecesarios, pelis españolas malas y alguna que otra buena, pelis del resto de Europa muy malas y alguna decente, pelis catalanas… hay no, que no hay pelis de estas… sigamos… pelis de risa que son de risa, pelis de miedo que son de risa, pelis n.º 1 en USA que no sé de dónde han sacado ese ranking, pelis para toda la familia que hunden a la familia, pelis de lameculos que siempre chupan del bote, pelis alternativas que tienen más presupuesto que cualquier otra, pelis con poco presupuesto que nos la venden como obras de arte y son una auténtica mierda, pelis para olvidar, pelis que queda bien decir que son buenas y, por supuesto, pelis que insultan al público, a nosotros, los que les damos de comer. No sé que hacer, ¿me entierro vivo aquí mismo? ¿Me pego un tiro? ¿Me voy a mi casa a dormir la mona? Ya poco importa la ilusión, la magia, el soñar en el mundo del séptimo arte. Aquí sólo importa lo guapo que sales por la tele, la cantidad de fiestas privadas que te metes cada noche, la parte que te toca del pastel y, por supuesto, de cuántos metros cuadrados dispondrá tu torre. Esta claro que internet está haciendo daño, pero son todos estos babosos de la industria, engominados hasta el culo y con el puro a cuestas, el verdadero cáncer del cine. Aunque, seamos sinceros, no solo es culpa de estos. Todos, absolutamente todos, 98
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tienen su parte de culpa, no se salva ni uno: el cortometrajista que se cree alguien, las distribuidoras usureras, los exhibidores ladrones, los directores pajilleros, los oportunistas de pacotilla, las «divas» detrás de las cámaras, las divas de delante de las cámaras, los directores que se creen estar por encima del bien y del mal, los actores que piden un dineral por decir en la peli frases tipo: «Soy un gran tipo, George». Todos, absolutamente todos, se están cargando el cine y, por supuesto, todos ellos tienen la culpa de que en la puerta de mi videoclub haya un cartel gigante en el que pone: «Se traspasa». Todos ellos tienen la culpa de… De repente, un fuerte estruendo corta mi monólogo mental político-cinéfilo. La estantería de la parte del videoclub con todas las películas de la sección de cine de autor han caído sobre la cabeza de «el capullo». Su novia no puede evitar sonreír mientras él empieza a gritar a diestro y siniestro y a amenazar al dependiente. Este va en su ayuda y, entonces, Tania mira arriba y ve que hay una estantería repleta con muchísimas películas de todo tipo de géneros que se sostiene, milagrosamente, por una peli que se llama Atracción vital total 2. No había visto semejante peli en mi vida, posiblemente será una basura infecta, una mierda de peli, pero a Tania parece que le motiva ese título, esos actores musculosos, ese cartel extremadamente cargante, quiere ver esa película, la quiere ver como sea... Así que soy «sincero» con ella: –Esta la he visto y es buenísima, te encantará, obra maestra. –Es verdad, es incluso mejor que Stuart Little 2, me secunda el dependiente. –Si es de Spielberg… me niego… ¿me oyes? ¡Me niego! –grita «el capullo» desde el suelo, agonizando. Tania nos sonríe a ambos y en esos ojos, tan grandes y bonitos, veo la magia del cine, la ilusión por el cine, las ganas de disfrutar, las ganas de soñar, hacía tiempo que no veía algo tan bonito. Tania puede hacer dos cosas: coger la peli e irse a su casa «la mar de contenta», provocando una lluvia de películas de todo tipo encima de su repelente novio cortometrajista o ayudarle, quitándole todas esas pelis de sus autores predilectos de 99
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encima de su moderno cuerpo (en especial Rompiendo las olas, que a este paso le romperá lo que no suena) y destinar su vida a no sólo aguantarle a él, sino también a todos esos directores pajilleros. Tania coge la peli que aguanta la estantería y se marcha pletórica y llena de felicidad. El dependiente y yo nos quedamos mirando y, entonces, me dice emocionado mientras se escuchan los gritos de nuestro amigo de los cortos: –Como en las pelis ¿eh? Pues sí, dependiente, como en las pelis, pero como en las que nos gustan y, por cierto, creo que este dependiente tiene cara de llamarse Toni, sí, Toni, me gusta. Lo dicho, como en las pelis. Ahora solamente faltan los títulos de crédito, los aplausos del público y todos contentos.
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TIENES
QUE VERLA, TE CAMBIARÁ LA VIDA
Vane y Merrick me dijeron que era una peli muy chula, así que les hice caso y la vi. Pensaba que sería una peli de esas sencillas y simpáticas, de esas comedias románticas, azucaradas, de esas que no hacen daño y si eres una persona ñoña, como yo, te deja una sonrisa al finalizar el visionado...pero no. Elizabethtown no habla del amor, más bien el amor es algo secundario en la peli y si bien el romance entre Kirsten Dunst y Orlando Bloom es digno de mención y lo considero uno de los romances más originales, simpáticos y dulces que recuerdo, la peli habla de otra cosa, habla de la muerte. Sinceramente, cuando acabé de ver la peli, me quedó una sensación en el cuerpo muy extraña y dulce, «extrañamente dulce» para ser más exactos. Y es que, por primera vez en mucho tiempo, pensé en mi muerte. Bueno, durante la peli, y evidentemente en muchas ocasiones en mis veintinueve años de existencia he pensado en mi muerte, en cómo sería, en lo que hay después de la vida, en la incineración, en un tema de Vangelis en vez del hipócrita discurso del sacerdote de turno. Me encantaría que el día de mi muerte se reunieran todos mis amigos y familiares y hablaran de mí, como en Tu vida en 65 minutos, otra gran peli que habla de la muerte. Podrían quedar todos en casa de alguien y hablar de mí, y poner mis cd’s, leer párrafos del Escritos, poner cortos o pelis ochenteras 101
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de Michael J. Fox. Beber Pepsi y Baileys, comer todo tipo de guarradas... Ya los veo a todos. Me imagino quienes irían o, al menos, quienes me gustaría que estuvieran. Me gustaría que rajaran de mí, que dijeran lo capullo que puedo llegar a ser a veces o que dijeran piropos (a ser posible antes de haber bebido alcohol) y que por fin alguien reconociera que me parezco a Eric Bana. Que alguien recordara mis anécdotas más ridículas, lo mal que visto, mi obsesión cuando alguien no me responde un sms, mi pelo calavérico (por entonces sí que seguro que sería calavérico), el desorden de mi casa, mi prostatitis, mis labios de Jagger, mis enchufes desconectados cada vez que salgo de casa... y lo que es mejor, me encantaría verlo todo desde algún lado: cielo, infierno... Es más, seguro que más de uno diría algo así como: «Carlitos, esté dónde esté, estará contento con todo esto, llevamos horas hablando de él... ¡con lo egocéntrico que era!» La verdad, no les faltará razón. En la peli se habla también del tema de la incineración. Yo hace tiempo que quiero que me incineren cuando me muera, así que al acabar la película tuve ya claro el sitio dónde pediré que esparzan mis cenizas. Y es que los quince minutos finales de la peli son increibles, y pensé que ojalá mi muerte fuera así, como los quince minutos finales de Elizabethtown. Pero lo más bonito de todo es esa sensación que aún hoy conservo de la peli, esa idea de no llorar por tu ser querido fallecido, sino intentar que su despedida sea eso, una sonrisa, un baile, un recuerdo, algo relacionado con la felicidad y no con la tristeza. Eso es lo que me he propuesto, que mi fin sea algo precioso, bonito, divertido, pero lo que me he propuesto realmente, lo que de verdad es importante ahora, vamos, lo que me importa realmente son todos los años que me quedan, que espero que sean muchos. Vivirlos con una sonrisa, con un baile, con un recuerdo, con una carcajada y que sean momentos felices. Vivir cada segundo de mi vida de la mejor manera posible. Habrá momentos para todo, al fin y al cabo, de eso trata la vida, de momentos. 102
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Me encanta descubrir pelis, me encanta que haya gente que me diga «esta peli es muy chula, tienes que verla». Y tú le haces caso a esa persona y entonces esa peli te cambia la vida. O, como diría Sandra: «tienes que verla, te cambiará la vida». Cuanta razón tiene Sandra, y Merrick y Vane y Dani P. y Emilio y Carlos y tantos y tantos que me habéis recomendado pelis... Elizabethtown me ha cambiado la vida. Bueno, y la muerte, cómo no.
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CINES
Y CENAS
Hace tiempo que no nos vamos ni de cines ni de cenas, pero ni te imaginas lo mucho que lo deseo. Hace unos años fuiste tú el que te empeñaste en que hiciéramos el Escritos que nunca me leerás. Sí, ese libro que no será un García Márquez o un Asimov, pero que fue algo muy grande y mucha gente lo sabe.. además, ¿y lo bien que nos lo pasamos? Cines y cenas era una sección de la página web que teníamos, que era guapísima, y que fue el origen de todo. Y ese título en sí siempre me pareció encantador, así que me he tomado la libertad de titular este escrito con un título encantador a una persona encantadora. Sin todos esos meses de «piques», risas, textos, cafés y más cafés…. el Escritos que nunca me leerás nunca hubiera existido, pero lo más importante aún: quizás yo nunca hubiese escrito nada en mi vida. El empujón ese que siempre necesito para hacer las cosas fue tuyo, aunque más que un empujón, aquello fue una isla llena de ilusión. Así que te debo mucho, amigo, la verdad es que mucho. Hace tiempo que no escucho tu sonrisa delirante, que no te digo aquello de «¿quién te quiere a ti?» o te observo mientras pones esa cara de no haber roto un plato al pasar una chica con minifalda, o escucho tus quejas ante el vergonzoso precio que tiene el café con leche actualmente. 105
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Cada día leo tu blog, cada día me acuerdo de ti, cada día mi mente busca una excusa para acordarse de ese chico con gafitas y cara aniñada que me decía siempre lo que no quería escuchar, pero que tenía más razón que un santo (a veces, ¡no nos pasemos!). Aunque soy un cero a la izquierda a la hora de recordar cosas, las tuyas parecen haberse vivido ayer mismo. Recuerdo lo sensible que eres, como yo, recuerdo lo que te gusta reirte, como a mí, recuerdo tus gustos y aficiones, muy parecidos a los míos, excepto quizá en el cine. Tú prefieres pelis de esas «de sentimientos» y yo prefiero pelis de esas de «no pensar». También, quizá, en la comida: yo prefiero una hamburguesa guarra y tú un Casa Lucio como Dios manda. Tu prefieres salir a hacer unas copas y yo prefiero una Coca-Cola en casa junto a la play. Tú prefieres leer libros de todo tipo y yo prefiero leerme sus títulos y luego la columna de Cruyff, aunque me hayas dicho siempre que o por hache o por be que: «Esa columna seguro que se la escribe el Patsi». Creo que nuestra canción sería Ordinary World de Duran Duran… ¿Nuestra peli? Está claro: Tu vida en 65 minutos. ¿Nuestro libro? El Escritos que nunca me leerás y El libro de los placeres, con aquella dedicatoria tuya que me encanta. ¿Y nuestra comida? Aquella en aquel tugurio, horas antes de la presentación del libro en la FNAC. ¿Y nuestro mejor momento? Pues muchos y muy diversos, aunque me quedo con aquellos cafés en la Xicra, me quedo con aquel partido de basket en Diagonal Mar, me quedo con aquellos cafés en El Corte Inglés, me quedo con aquel combate de lucha libre americana con Darío, me quedo con los desayunos en tu antiguo trabajo, los paseos por Las Ramblas, las risas con Jordi Mir, las tapas en La Esquinica, los encuentros con Micha, la presentación del libro de Paola, tus caras cuando entrábamos en la FNAC (¡lo que me has llegado a aguantar!) y nuestros chistes con la cajera de turno (¿te acuerdas cuando pregunté por aquella que se llamaba Amaya diciendo que había estudiado con ella?). Aunque, si tuviera que escoger un momento me quedaría con tus abrazos. Sí… me quedo, sobretodo, con tus abrazos. 106
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Cuando veo a Bunbury, a pesar de lo mal que me cae, me acuerdo de ti y ya me cae bien, porque sé que te encanta. Cada vez que miro aquí, cada vez que miro allí, cada vez… mire donde mire… allí estas tú. Me apetecería decirte tantas cosas, con tranquilidad, con un café con leche de los tuyos, o en aquel bar de El Born o donde tú quieras. Hoy me iré a dormir con la sensación que estas un poquitín más cerca de mí, con la sensación que mañana me levantaré y habremos quedado en Plaza Catalunya y me meteré con tu jerseycillo moderno y tú te meterás con mi impuntualidad e iremos a hacer un café y te propondré ir a la FNAC y tú pondrás mala cara. Pero iremos, y nos reiremos de los escritores apalancados y de los títulos de risa de sus libros. Iremos al Top Hombre, me dirás aquello de: «¡Regálame algo!» y yo te regalaré una camisa, un libro que yo nunca leería o una de esas pelis de época, o mi sonrisa, o lo que quieras. En fin, que como dirías en aquel famoso prólogo que me escribiste una vez, pues eso, Emilio, que creo que te quiero.
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LA
NOCHE ANTERIOR AL DÍA SIGUIENTE
La noche anterior al día siguiente: es el preludio de ese subidón que te espera al día siguiente, aquello que ya puedes palpar con las yemas de tus dedos, pero que parece que se te resista, la respuesta a todas tus preguntas, ilusión en estado puro. Parece que esta noche es “la noche anterior al día siguiente” y no sé cómo puedo conciliar el sueño. Por mucho que lo intento me encantaría tener la mente ocupada, pensar en cualquier otra cosa para no darle más vueltas a la cabeza, pero a pesar de intentarlo el «miedo escénico» y los nervios se apoderan de mí una vez más. Es una sensación tan extraña... no es en absoluto desagradable, es un cosquilleo, unos sudores, una incertidumbre. Mi mente se llena de un millón de dudas, entre ellas qué postura coger en este colchón, digno del Ikea. Así que voy a centrar mi mente en algo que me preocupe, pero no hasta el punto de que no me deje dormir. Algo banal pero enigmático, algo que dé qué pensar para no tener que pensar en mañana. Entonces, en tan sólo siete segundos y cinco décimas ya lo tengo, ya lo he encontrado: ¿Dónde se encuentra el auténtico capitán Pescanova? Seamos sinceros, ese jovenzuelo que nos venden ahora como el auténtico Capitán Pescanova no es más que un jodido impostor. Odio a ese metrosexual reconvertido a capitán, de mentón perfecto, perfil griego y brillante sonrisa Profident. Su aspecto 109
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jovial y perfecto no es más que un reflejo de su inseguridad y patética existencia, queriendo parecerse a alguien (al auténtico y viejo Capitán Pescanova) llevando un chubasquero radiante y amarillo, cual humilde pescador. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿No era capitán? ¿Y con un chubasquero amarillo? Me río yo. Y es que su oportunismo queda latente en cada spot que protagoniza, engañando vilmente a pequeñas e indefensas criaturas, intentado hacernos olvidar a todos un estandarte, guía y gran líder para millones de generaciones de todo el mundo: el auténtico Capitán Pescanova, el viejo. Y me refiero a él como «viejo» no de forma peyorativa, sino más bien para diferenciarle del otro, del impostor amarillo. Y es que quizá ese aspecto de «viejo verde octogenario» hiciera desconfiar a muchas celosas madres al empezar nuestro capitán sus andaduras en estos mundos difíciles de la pesca y los congelados. Pero pronto el entrañable capitán se ganó a pulso la confianza de todos con su carisma, simpatía, saber estar, talante e inagotable esfuerzo. Pasó de ser un pobre viejo pensionista, carne de cualquier Casa Paco o Casa Juan, a convertirse en una de las personalidades más influyentes del siglo XX. Su constante perseverancia e insistencia en que los chavales comieran pescado a toda costa tuvo su recompensa al encontrar esa fórmula, más famosa hoy en día que la de la CocaCola, haciendo que niños de todas las edades dejaran de lado el frankfurt, las hamburguesas y el puré de patata, para empezar a alimentarse con el que se ha convertido en todo un referente en cualquier hogar, en la dieta mediterránea: las barritas del Capitán Pescanova. Si bien nuestra memoria (histórica) sigue intacta y nuestro recuerdo hacia el capitán pervive en nuestras retinas, es de justicia recordar también a otra leyenda viva e icono de millones de criaturas: El Capitán Iglú. Por aquella época ambos capitanes compartían el liderato del ranking de congelados y, aunque las malas lenguas y la prensa amarilla insistían en una rivalidad entre ellos, jurando y perjurando que eran enemigos hasta la muerte, tanto el Capitán 110
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Pescanova como el Capitán Iglu, sabían que en el mar el auténtico enemigo es el mar. Pero entonces, ¿quién inventó realmente las barritas, el Capitán Iglu o el Capitán Pescanova? Miles de rumores circulan aún hoy en día, aunque lo hipótesis que coje más fuerza es que ambos capitanes crearon juntos las barritas y que, para que no fueran acusados de monopolio, crearon dos tipos de congelados con igual sabor, para evitar así multas y de paso, todo sea dicho, forrarse. Son recordadas por todos con cierta nostalgia sus míticas partidas al dominó, en sus ratos libres, sus salidas nocturnas, recorriendo su ruta, por todos los prostíbulos de Vigo, sus discusiones siempre amigables sobre cuál era la mejor barrita de pescado, si la del Capitán iglu o la del Capitán Pescanova y, por supuesto, sus tardes de domingo, unidos por el amor y el sentimiento a unos mismos colores: los del Celta de Vigo. Pero este mundo es cruel, y mucho más para nuestros capitanes, y la jubilación anticipada de ambos no sólo fue una de las decisiones más injustas que se recuerda en nuestros tiempos, sino que, además, dejó huérfana a toda una generación de niños, posiblemente irrepetible por talento, ilusión y ganas de vivir. En definitiva, creo que sería de justicia pedir a los políticos, a la Policía Nacional o a quien sea, la encarcelación inmediata del nuevo Capitán Pescanova por fraude, por impostor y mentiroso. Él no ha inventado ninguna barrita, él no tiene el cariño de ningún crío y, lo que es peor, el no es ni capitán ni mucho menos el auténtico Capitán Pescanova. Sin darme cuenta, acabo de mirar el reloj y ya son las ocho de la mañana. De aquí nada he quedado con ella y no se como irá. De aquí a nada vendrán los Reyes Magos de Oriente y creo que me he portado bien. De aquí a nada tengo una entrevista de trabajo y creo que mi currículum aún no tiene mi foto. De aquí a nada me voy de colonias con mi clase, quinto de EGB, y aún he de poner el neceser en la mochila. De aquí a nada me voy de vacaciones en avión o en tren o en el Citroen Ax. De aquí a nada me caso en Las Vegas con ella y aún no tengo el traje de Elvis… 111
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Cuántas cosas, cuántas ilusiones, ¿verdad? Y pensar que tan sólo me quedan… ¿tres horas? Dios, es toda una eternidad… ¡Ya lo tengo! Voy a pensar otra vez en algo que me dé qué pensar para no pensar tanto…. ¡Ya está! En tres segundos y nueve décimas vuelvo a tenerlo: ¿Porqué todas las chicas que se llaman Tania están tan buenas? Miro otra vez el reloj, aún me queda un ratito, así que antes de que llegue definitivamente el día y, lo que es mejor, ese momento soñado, pensaré un poco más, así que… allá vamos. ¿Tania? Un día conocí una chica que se llamaba Tania y estaba buena…
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EL
CAMINO
Mis amigos y yo escogimos caminos parecidos porque, en el fondo, somos muy parecidos. A algunos hace siglos que los conozco y hemos pasado de todo, ha llovido tanto... A otros no tanto, pero siempre están ahí y también se mojaron conmigo. Los vea cada día o haga meses que no sepa nada de ellos todos me dicen lo que no quiero oír, por eso les estaré eternamente agradecido. A veces voy caminando solo por la calle y creo que los tengo a todos detrás, esperando para decirme algo, teniendo ganas de abrazarme, o quizás están por si las cosas van mal poder estar en el momento que más los necesite. Noto sus alientos, sus olores, sus lentos pasos, sus pasos patosos y sus pasos, siempre firmes y constantes. Cada uno tiene un camino diferente, aunque con muchas paradas y destinos en común. Yo escogí sus caminos y ellos el mío, no soy buen guía, pero puedo llevar la cantimplora, soy fatal escogiendo atajos pero suelo hacer onomatopeyas absurdas que nos hacen más ameno el largo, jodido y tortuoso camino y, aunque a veces parezca que no escuche nada y que esté más pendiente de cualquier cosa que de lo que me están explicando, estoy allí, no os quepa la menor duda. Al camino que yo escogí mucha gente se apuntó. Muchos parecían saber el mejor camino, llevar la mejor armadura, el mejor apoyo, los mejores consejos, la cantimplora llena de agua y ¿el mapa? El mapa claro y nítido. Estaba claro que no toda aquella gente seguiría en el ca113
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mino y muchos pronto abandonaron. Otros fueron los primeros en poner obstáculos o cambiar un destino que, a priori, parecía que haríamos juntos. Algunos fueron los que quemaron la brújula, escondieron el mapa y se dieron la vuelta. Me trataron de loco, se rieron de mí, me vendieron al mejor postor, me sonrieron eternamente a la cara y me clavaron varias dagas en la espalda. Otros me siguieron en el camino a las buenas y a las malas y, en ocasiones, parecían mis escuderos, tan serviciales, pero al aparecer la bruja de los tres ojos o el dragón que nunca fue verde, corrieron cobardemente entregándome al mal y poniéndose de su parte. Algunos siguen cerca de mí, en el camino, y no sé por qué razón: el mapa nunca les gustó, el objetivo mucho menos y nunca, nunca, he visto una brújula en sus manos. Pero tranquilos, los conozco a todos como si los hubiera parido. Sé perfectamente quiénes son los que me guardan las reservas de comida y los que me arropan con la manta cuando me destapo en las frías noches. Los que me pasan mi ración de agua de la cantimplora por las mañanas, los que me explican cuentos de princesas, caballeros y tesoros cuando quiero abandonar. Son sólo ellos los que me agarran cuando me derrumbo agotado, son ellos los que me guían, son la luz que sigo, la estrella de los Reyes Magos, la razón del camino, la razón de todo. El camino, en ocasiones, parece no llegar nunca a su fin. Sobre todo en aquel bosque con los árboles talados, olor a azufre y lleno de animales delgaduchos comiéndose los unos a los otros. O en aquel desierto en el que tardamos horas en ver la margarita de color rosa, aquella que el viejo del mercadillo de la aldea de la gente que hablaba siempre y nunca callaba y con el mejor vino del mundo nos dijo que, si la comíamos, nos haríamos invencibles y, al comerla, vimos que era otra dichosa leyenda. Hoy seguimos andando todos, mis amigos y yo, por el camino. Todos cerca de mí, no me separo de ellos ni un segundo, los necesito tanto en este camino que no sé qué haría sin ellos. Unos tararean a Wagner, Oasis o George Michael, otros hacen chistes malos, otros lo ven todo negro o lo ven todo blanco o 114
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no ven nada de nada. Veo su paso firme después de tantos peligros como hemos pasado y tengo total certeza que nada puede salir mal al lado de ellos. A veces, cuando hacemos una parada para descansar y cuando todos están dormidos, les observo uno a uno y entonces sonrío, sonrío y sonrío. Y doy gracias al «algo» que haya por ahí, en lo que me gustaría creer más, por tener amigos que, incluso en un terreno lleno de humedad, de piedras que fácilmente se les clavaran en la espada y de arañas que les picaran por todo el cuerpo, no sólo no abandonarán el camino, sino que, además, se levantarán los primeros para despertarme, conscientes de que siempre me duermo y de que soy un poco vago, conscientes de que no hay tiempo que perder, ya que aún queda mucho, mucho camino.
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TU
GRAN SECRETO
Tu gran secreto fue también el mío. Corrían tiempos en los que yo estaba más perdido que Tom Hanks en Náufrago y tú empezabas a encontrar similitudes con Madame Bobary. Si tuviera que nombrar, escribir o recordar que fue lo primero, no lo dudaría ni un segundo: E.T. Era una peli que tu querías ver en dvd, y a mi me faltó tiempo para dejártela y al cabo de unos meses regalártela (consejo gratis: nunca le digas a una chica que tienes un regalo para ella si aún no lo has comprado). Luego nos dimos cuenta ambos que no sólo teníamos en común al mítico extraterrestre sino además a la Quintana, al Tomate, la Nocilla, las palomitas de colores, los Hombres G, el Gran Hermano y, por supuesto, el cine. Aunque cada día que pasaba eran más las cosas que descubríamos el uno del otro. Entonces llegó el día en el que me di cuenta que cada vez que entrabas a trabajar me escondía por las salas del cine para que no vieras esa cara de gilipollas que aún hoy se me queda cada vez que te veo. Es curiosa la diferente manera que teníamos de saber el uno del otro: mientras tú mirabas mis horarios para coincidir conmigo, yo miraba los tuyos para evitarte, demostrando una vez más lo curioso y sorprendente que es el comportamiento humano ante el mismo hecho o situación. Lo que estaba claro, lo más evidente de todo, era que nos gustábamos. Recuerdo el momento, el instante, la situación que en aquellos días de acercamiento más me desconcertó. Fue, sin ningún tipo de 117
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duda, el día que te vi la cadera. Lo recuerdo como si fuera ayer, fue el día que quedamos con la gente del trabajo para ir a patinar al Skating, o lo, que es lo mismo: vamos a organizar una salida multitudinaria con la excusa de vernos fuera de nuestro curro. En el vestuario, mientras todos hacíais bromas sobre el insoportable olor de los patines alquilados, tu jersey se levantó como por arte de magia al hacer un brusco movimiento (te aseguro que para mí fue muuuuuy lento) y allí se paró el tiempo, observando, con cara aún más de gilipollas, si cabe, aquella preciosa cadera. Ya sabía algo más de ti, ya sabía algo más que tus gusto culinarios, tus programas favoritos, o tu sonrisa apabullante. Ya conocía a tu cadera, tu preciosa cadera. Después de que me acompañaras un día con tu moto, lloviendo, a ver a una exnovia (tiene huevos), conociendo entonces mi chubasquero de «la maldición» (sin comentarios, aún no entiendo como aún así me llevaste), empezamos a hacernos llamadas perdidas al más puro estilo «quinceañero inútil para las mates pero genio para las perdidas y los sms» y, ya de paso, todo sea dicho, a hacer multitud de encuestas entre nuestros más allegados por si esas «llamadas perdidas» querían decir algo, a lo que, todo sea dicho otra vez, había una unanimidad absoluta. Ahora ya sólo faltaba la puntilla, una excusa lo suficientemente potente para engañarte, perdón, para quedar contigo a solas. Qué mejor excusa, (aunque ahora reconozco que ya podría haberme currado una mejor), que mi blog, o sea: «¿qué te parece si quedamos para comer y así te explico lo que no pongo en mi blog?». Lo sé, se me ve de una hora lejos, soy lo peor. Pero tú aceptaste aquella invitación vía sms (no podía fallar), y ya sólo quedaba encontrar el lugar adecuado. Son de sobra conocidos por todos mis exquisitos gustos culinarios o sea Burguer King o Vip’s, así que, como que yo sepa poco se impresiona a una chica con un Whooper con queso o con unas croquetas de la casa, qué mejor que llamar al gentleman de «gentlemans» por excelencia para salvarme el culo. Sí, amigos: mi amigo Ricard. Ricard no sólo te hace las más sensacionales parábolas entre mujeres y jugadores de fútbol (a mí, y eso que no soy mujer, me compara con Julio Salinas, preguntadle por qué), sino que además es todo un hacha escogiendo lugares para quedar con una chica. 118
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¿El sitio? Una pizzería que hay en Gracia llamada El Giardinetto de Gràcia, un lugar sencillo, bonito y muy acogedor. Allí fue donde descubrí lo que te encanta compartir los postres, compartir las pizzas, compartirlo todo. Después de charlar y charlar de todo un poco, fuimos a hacer un café (¡por fin hacías un café conmigo!) y entonces decidimos hacer un viaje juntos, un viaje a Florida, a los Estudios Universal, algo que a ambos hacía siglos que nos hacía una ilusión tremenda. Me daba la sensación de que nos conocíamos de toda la vida y es que, sin apenas haber hablado mucho en los últimos meses, ya queríamos hacer un viaje juntos y, lo que es mejor, compartíamos tantas y tantas cosas. En la moto, de vuelta hacia el curro, intenté evitar cualquier tipo de contacto contigo, aunque está claro es que lo que deseaba hacer era abrazarte fuerte, muy fuerte. Al llegar tuve unos segundos para llamar a Ricard y explicarle todo. Y entonces le hice la pregunta del millón de dólares: «Ricard, ¿qué quiere decir todo esto?, no quiero ser el amigo de los cafés». Y él, con la tranquilidad que le caracteriza, me respondió: «Carlos, desengáñate, no existe el amigo de los cafés con el que me voy a Florida». En dos palabras: «Im-presionante». Después de aquella maravillosa comida en la pizzería de Ricart una cosa llevó a la otra y esta a la otra y esta, finalmente, al origen de todo, a aquella noche en la que me acompañaste a casa con la moto y justo en aquella esquina de aquel barrio donde, desde que estás, han vuelto a brillar las estrellas, nos sinceramos el uno con el otro. Después de aquella noche en la que hablamos de todos nuestros sueños sin tener sueño y hasta las tantas de la madrugada, entonces... empezó todo. Y es que apenas habíamos pestañeado y ya hacíamos juntos los cafés, de buena mañana, en mi cafetera tradicional (eso fue antes de que descubrieras que la cafetera buena, la express, no estaba rota como te había hecho creer, sino tan sólo sucia), ya compartíamos el bol de palomitas de colores en el cine, descubriendo así tu ya famoso muelle en el brazo derecho y, cómo no, nuestras sesiones de sofá juntos se convirtieron en algo obligado cada noche. También vinieron los bocadillos de Nocilla, mis ensaladas de pasta (pronto descubriste que era lo único que sabía 119
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cocinar), tus especias en cualquier plato, los visionados juntos de la Quintana de buena mañana que, por cierto, hay que ver la ilusión que nos hacía a ambos y, por fin, pudiste hacer aquello que anhelabas hacía mucho, mucho tiempo: tocarme el pelo. Las verduras entraron en casa, las lavadoras se empezaron a hacer separando el tipo de ropa (¿no iba toda junta «a saco»?) y por fin descubriste que detrás de esa cara amable y entrañable de Carlitos se escondía la persona posiblemente más desordenada y maniática que nunca hubieras podido llegar a imaginar. En mi pack, cabe destacar que también entraban mis «pequeñas obsesiones» y manías como, por ejemplo, el clásico de clásicos: revisar antes de salir de casa 18.000 veces los enchufes para que estén desconectados y el gas apagado o esperar a limpiar los platos cuando la montaña casi llegara al techo. Conocí tantas cosas de ti, tu pánico a las cortinas de baño, tus preciosos ojos, tus manías con las toallas mojadas, tu eterna sonrisa, tu gusto exquisito vistiendo, tu afición delirante a las revistas que regalaran cualquier cosa (lo que sea, daba igual). Tu respiración acelerada cada vez que te enfadas, tu odisea por las mañanas para levantarte, tu expoliante, exfoliante o como demonios se llame, tu vicio al chocolate y a Sexo en Nueva York, tu imitación de Hannibal Lecter, tu bonita sonrisa otra vez y, por supuesto, tu cadera, tu preciosa cadera. Después de que yo supiera cuál era tu gran secreto y de que tu supieras cuál era el mío, y al comprobar que se trataba del mismo, me doy cuenta de que aún nos quedan tantas y tantas cosas por descubrir el uno del otro... y es increíble comprobar que, en tan poco tiempo, hayamos vivido tantas cosas juntos, a cual más bonita. Aunque lo mejor de todo es lo que nos queda aún por vivir, por descubrir, por sufrir, por sentir, por sonreír, por caminar... juntos. Miro por la ventana y veo que las estrellas vuelven a brillar. Entonces pienso en lo afortunado que soy, y no sólo porque me respondiste aquella llamada perdida en aquel viernes tan aburrido sino, sobre todo, por haber sido yo tu gran secreto y tú haber sido el mío. 120
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NUNCAJAMÁS
Me levanto con mucho sueño, para variar, y con ganas de tomarme el primer café del día, el que me da los «buenos días» y es mi primer aliado en mi batalla con este mundo que nunca se creó para mí. Me miro al espejo e intento convencerme a mí mismo que soy lo más parecido a la suma de Eric Bana + Ethan Hawke, pero ya no engaño a nadie, y mucho menos a mi, y más bien soy la suma del chaval del anuncio de Mediamarkt (el de «yo no soy tonto») + el guardián de la cripta (mi pelo calavérico está llegando a cotas terroríficas, con las que «fijo» que George A. Romero me llamará cualquier día para una de sus pelis). Mi tercera cana me avisa, sin ningún tipo de contemplación, que eso del «Puto Peter Pan» estaba muy bien tiempo atrás, pero que ahora según qué cosas ya no puedo hacerlas: el verde ya no me queda tan bien (¿alguna vez me quedó bien?), los leotardos evidencian mi tamaño preocupantemente «standard» de paquete (dicen que el tamaño no importa, pero tambien decían que en Irak había armas de destrucción masiva) y, por último, los tigretones, bonys y bollycaos, respectivamente, que antes no afectaban a mi brillante vuelo hacia la segunda estrella a la derecha pero que ahora no sólo hacen que mi vuelo sea una odisea, sino que también el Biomanan ya no sea algo desconocido para mí. Cojo el tranvia para ir al «curro» con el pelo aún algo mojado y maldiciendo aquella frase lapidaria puretil (que viene de 121
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pureta) que decía: «¡se ve limpio!». ¡Ay! perdón: «trabajo que nunca falte». Mientras, me pregunto angustiado y sin entender absolutamente nada cómo, de la noche a la mañana, aparecieron en mi vida palabras como «psicólogo», «próstata», «facturas» o «crónico», sin llamar antes a mi puerta o, al menos, sin que me hubieran avisado antes, aunque hubiese sido por email, por el Sorpresa, sorpresa o por la agencia Efe. Llego al infierno, o sea, al trabajo, y aprovecho mis ocho horas para volar de nube en nube, con calma, sin prisas, ya que el camino es un poquitín largo y ahora, con casi treinta años, me mareo bastante. Me paro en la nube con forma de Cobi, me tomo tres Biodraminas, dos Gelocatil y tres Vincigrip (por si acaso) y dedico el parón en el camino para destrozar canciones de Queen (mi inglés es un poco «papuchi») y acordarme de su sonrisa, esa que lo ilumina absolutamene todo. Por la tarde, después del curro, voy al cine con ella: palomitas de colores, Coca-Cola fresca, peli que a priori promete y su sonrisa otra vez, ¿qué más se puede pedir? Y es que, en mis pelis ochenteras, el feíto resultón se llevaba a la más guapa del baile de graduación y, parece ser, que exceptuando a Michael J. Fox, Corey Feldman, el ponche del baile y las tramas surrealistas, la realidad ha superado a la ficción: «Por eso amo el cine, porque el cine es soñar y los sueños, a veces, se hacen realidad», me digo sonriendo, mientras nos ponemos en la fila 9, butacas 10 y 11. Finaliza la peli y nuestra indignación es considerable: menuda paja mental, como diria mi gran amigo el Doctor Ácula, aunque seguro que añadiría algo así como: «Menuda mierda, estos directores pajilleros ¿qué se creen? Que dejen de eyacular en la cara de los espectadores y hagan showtime, ¡joder! Showtime del bueno, showtime como Dios manda, como Spielberg». Entonces yo le replicaría diciéndole que «La Terminal es un bodrio», a lo que él sentenciaría: «Tú sí que estás terminal, capullo, te estás amariconando, tío, de aquí nada te veo yendo a La Filmoteca y corriéndote viendo pelis de Kaurismaki». Al llegar a casa una imagen sobrecogedora se apodera de mi 122
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débil mente: Pepsi Max. Llego a la nevera con «el ansia», pero entonces recuerdo que no sé quién me dijo que la Pepsi Max provocaba cáncer: «También nos intentaron acojonar con la gripe aviar, las vacas locas y el jodido Pokemon, ¡que les den!», me digo autoconvenciéndome mientras le doy los primeros sorbos (los mejores) a la refrescante lata. Mientras, me deprimo mirando el Infojobs: teleoperadores, administrativos, comerciales y consulting manager (¿qué coño se tendrá que estudiar para currar en eso?), o sea: nasti de plasti. Me voy para el lavabo y me miro al espejo otra vez: ahora más bien sería la suma del tatarabuelo del guardián de la cripta + el tatarabuelo del chico del anuncio del Mediamarkt + Willow (sí, el enano ese de la peli). Hago un «Brain Training» con ella y veo que mi edad cerebral está acorde a mi actual aspecto. Está claro que he pasado de ser «el bufón agotado» a una persona agotada, simplemente, así que me estiro en mi sofá de la muerte para descansar y, acto seguido, cómo no, me suena el móvil: cinco veces, para ser exáctos. Las tres primeras no lo cojo (¿otra vez este pesado?), la cuarta es un número privado (algún banco, o alguna telefónica para que me cambie de compañía, o el pesado llamando desde una cabina), así que tampoco lo cojo... ¿La quinta? Martín. –¿Qué tal, Carlos? Oye, si fueras un pitufo... ¿qué pitufo serías? Al oir la pregunta de Martín creo haber entrado en La dimensión desconocida. Me siento en el sofá, algo mareado y con el estómago revuelto (no debí mezclar la Pepsi con los conguitos de chocolate blanco) y le pregunto si me está tomándo el pelo, a lo que él replica: –Joder, tío, ni que te preguntara la capital de Chechenia...¡Los pitufos, tío! ¿Recuerdas? ¿O es que te ponían más los snorkels? Intento calmarme y me digo una y otra vez: «esto no me está pasando a mí». –Es fácil, tío, ¿serías fortachón? Hombre, yo creo que no. De buen rollo, quizás, el pitufo fondoncín, o el pitufo tontín... Hombre, no eres Einstein pero te sabes la tabla del ocho, ¿no? 123
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«¿8 por 8... 65?» me pregunto asustado, mientras Martín insiste. –¿El Pitufo goloso? ¿El presumido? ¿El dormilón? ¿Gargamel? ¿Azrael? ¿El puto padre Abraham?». –¿Cómo está Sandra?» –cambio de tema tajante, con un poco de suerte Martín ni se dará cuenta. –Pues genial, pitufo calavérico –Martín ya me ha bautizado–. Aquí está, comiendo maiz Gigante verde como una cosaca. Es que tiene un antojo, ¿sabes? Hace meses que no le viene la regla y... pues eso. Por cierto, el Gigante verde tiene pinta de buen pavo, ¿a que sí? No sé, me iría a tomar algo con él, me cae bien. Martín es así, antes de decírme que Sandra esta embarazada, me pregunta qué pitufo sería si fuera pitufo y me envía directamente al frenopático hablándome del Gigante verde. No sé qué pitufo sería yo, Martín está claro: Papá Pitufo. Después de tanto surrealismo, perjudicial para mi delicada salud, me vuelvo a estirar en el sofá y me siento feliz. Estoy tranquilo, contento, relajado y entonces, después de dos años, tres meses, cinco días, cuatro horas y treinta y dos minutos me viene a la cabeza una idea genial para escribir un largometraje: «¡Ya la tengo! ganaré doce goyas, dos oscars, tres TP de Oro y cuatro Fotogramas de plata.» Hago una encuesta entre mis más allegados y el noventa y siete por ciento de los encuestados me dicen algo así como: «tu idea me suena a otra peli, bueno, a varias pelis, unas treinta y cuatro, para ser exactos». Tengo un problema: ¿he hecho treinta y cuatro plagios? ¿Treinta y cuatro homenajes? ¿O entierro vivos a mis más allegados? Está claro que en el cine todo está inventado, por lo tanto descartamos al pitufo inventor, al pitufo escritor y al pitufo ese de las gafas negras que lo sabía todo. «Más bien no sé nada», me digo algo tristote. Y después de tomarme un par de carajillos de Baileys al caramelo decido no tirar la toalla, por mucho que esté mojada: Espinosa me dijo que va y un día te llaman, Francesc me dijo que no lo hago mal del todo pero que soy un vago, Rubén me 124
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dijo que escribía mejor que el Serrano y ella me dice, mientras sonríe, que escribo muy bien. Pienso, aunque que no sé que pensais vosotros, que la toalla la tire otro. Llega la noche en el barrio de «La verneda» y sigo saltando de nube en nube, aunque ahora con menos precisión y con bastante flato. Parece ser que esta vez, «los niños perdidos» tienen que irse pronto a dormir, ya que ya no son tan niños y mañana les esperan varios exámenes de historia, geografía y física cuántica, respectivamente. Pero a pesar de todo eso ¡lo bien que nos lo pasamos aún! «son como crÍos, son como yo», me digo mientras hago un Guitar Hero, y después miro mi correo (¡basta ya de cadenas de la suerte, joder!). Cenamos unos bikinis y acabo este escrito, que acaba pareciéndose a la Biblia, pero que mola más. Luego ella quiere ver Anatomia de Grey y yo prefiero ver otra cosa, así que después de meses inventandome excusas para no ver series de hospitales, la veo. Y me gusta y todo. ¿Me gustan las series de hospitales? ¿Empiezo a comer verdura? A este paso, ¿me acabará gustando Lynch...? Lo dudo. Antes de besarla y abrazarla durante toda la noche me miro al espejo por última vez y por fin sé a quien me parezco: me parezco a un chavalín al que hace años le gustaba jugar con los He-Mans, soñaba con ser Indiana Jones algún día y le encantaban los macarrones de una abuela y la paella de la otra. Me parezco a aquel chavalín con orejas de soplillo que lloraba si la tapa de los flanes no estaba quitada del todo, que quería ser el octavo goonie a toda costa y que adoraba irse de vacaciones al camping Sitges junto a toda la familia. La diferencia entre ese chavalín y yo son las tres canas, poca cosa más. Y es que, a pesar de todo lo que ha llovido en esta película, la película de mi vida, me he llevado a la más guapa del baile, sigo saltando de nube en nube, juego igual o más que antes y, lo que es más importante: nunca he dejado de soñar. Y es que en Nuncajamás hay cosas que nunca, nunca, nunca... cambiarán. 125
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EPÍLOGO
¿Epílogo? Epílogo me suena a aquel programa de televisión en el que graban una entrevista y se emite después del fallecimiento del entrevistado. Uff, qué yuyu, ¿no? Bueno, la descripción exacta de esta palabra en la Wikipedia es: Apartado de algunos libros donde se habla sobre su contenido.//// parte de un libro donde se hace referencia a notas adicionales o partes de la historia que no quedaron resueltas/// Un programa de Canal+, Epílogo (programa). Así que no iba tan desencaminada... Porque sí, todos sabemos que el epílogo es esa parte final del libro, como el prólogo sabemos que está al principio (¡vaya lógica!), pero a ver quién es el guapo al que le encargan un escrito de este tipo y tiene la más minima idea de QUÉ poner, por dónde empezar, cómo seguiría y cómo acabarlo. Pues bien, vamos a ello.. Llegando al final de un libro todos esperamos unas bonitas palabras que dejen ese buen sabor de boca para esperar el próximo, o simplemente para saborear el que ya se acaba. En este libro, sintiéndolo mucho, no es así: todo lo bueno lo puedes degustar poco a poco durante sus paginas. Si habéis llegado hasta aquí es que habeis pasado por todas esas emociones que expresan los escritos, porque más que leer te hace sentir, te hace pasarlo bien o mal, inquieto, extrañado o incluso nostálgico. Al menos esas son algunas de las sensaciones que yo he tenido personalmente 127
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al leerlo. Y si habeis empezado por el final a leer: muy, muy mal. ¡Así que id al principio y ya vereis qué! Para todos los que conocemos a su autor (sí, Carlitos) es un placer tener este libro, por fin, en nuestras manos. Hemos esperado, pero ahora que lo tenemos sabemos que nos dice muchas cosas de él o, a veces, no... Esa es una duda que siempre nos queda, o quizás es lo que nos incita a leerle; ¿realidad o ficción? ¿Y si la realidad supera la ficción? ¿Y si es al revés? Pero sea como sea nos gusta que escribas, que nos enseñes tus emociones, sentimientos, pensamientos y, sobre todo, esa imaginación que tienes. Nos gusta entrar en ese mundo tan personal pero que tan bien nos expresas con estos escritos. Así que supongo que hablo en nombre de todos cuando pido que nunca dejes de hacerlo, que nunca dejes de emocionarnos como tú lo haces. No dejes de entretenernos con una de las cosas que más te gusta, escribe. En referencia a las notas adicionales o a partes de la historia que no quedaron resueltas (como dice la descripción de epílogo) no tengo nada que aclarar porque imagino que todo lo posible ha quedado resuelto. Los enigmas que puedan daros algun quebradero de cabeza podeis preguntarle al único que tiene todas las respuestas sobre el libro: Carlos. Gracias por hacernos pasar tan buenos ratos. Vanessa Rodríguez
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AGRADECIMIENTOS
Este libro que tienes en tus manos es una realidad gracias al esfuerzo, el apoyo, el cariño, la dedicación y la amistad de todas estas personas: Vanessa, mis padres, mis tíos Javi y José, mi familia, Carlos So, Dani P., Merrick, «Markitus», Uri Lynch, Ibie, Montse, David, Darío, Talavera, Vaelia Bjalfi, Martín, Rubén, Ricart, Emilio, «Tije», Jaume Mateu-Adrover, «Micha», Artur «14», Albert Espinosa, Siscu, «34 mm», Joan Ramon, J. Mir, Sergi Martín y Jaume «psiko». A todos vosotros y a los que seguro que vendrán, un millón de gracias.
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Artículos rescatados de Escritos que nunca me leerás (http://acula77.spaces.live.com/) Personaje de la cubierta realizado por Xavi Ilustraciones de Ibie Diseño y compaginación de Ditograph para Estaré Aquí Mismo Julio 2007 Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito del autor.
Obra protegida por el Registro Provincial de la Propiedad Intelectual de Barcelona Más trabajos de Xavi en http://losninosdeltiojavi.blogspot.com Más trabajos de Ibie en www.vsscrew.tk y rrarmy.com Juan Merrick appears by courtesy of La Makineta Records Dani, «Portador de Tormenta», es el autor del texto de la contraportada. Cerró su polémico espacio en internet en una de sus crisis existenciales, por lo que ya no es posible acceder a sus textos.
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