cuentos de terror

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Escuela Secundaria Emiliano Zapata # 3038 Materia: español Maestra: Delma

Alumnos: Kevin Erives, melissa Ordóñez, Tania Ávila, Héctor solano, jorge manjarres Grupo: 3-E


Índice Prologo……………………………………………………………….1 Biografía de Allan Poe……………………………………………...2 Berenice……………………………………………………………...4 El retrato oval………………………………………………………..9 La mascara de la muerte roja……………………………………..11 Manuscrito hallado en una botella………………………………..14 El baril amontillado…………………………………………………21 El gato negro……………………………………………………….26 Ligeia………………………………………………………………..38 El corazón delator………………………………………………….50 La caída de la casa Usher………………………………………...54 Biografía de Guy de Maupassant………………………………….66 A las aguas……………………………………………………..…..68 Abandonado ……………………………………………………….76 Blanco y azul……………………………………………………….85 Bola de sebo……………………………………………………….90 Campanilla……………………………………………………..… 126 Cuento de navidad……………………………………………….130 Después…………………………………………………………...135 Dos amigos………………………………………………………..141 ¿El ?………………………………………………………………..149


El credo de Morin…………………………………………………154 Historia corsa………………………………………………………165 Anónimo…………………………………………………………….190 Las luces……………………………………………………………191 El aniversario……………………………………………………….192 El Visio…………………………………………………………..…..193 Alguien observando………………………………………………..194 Mataos mutuamente…………………………………………….…195 Visiones y premoniciones…………………………………………196 El salvaje asesinato………………………………………………..197 El pensamiento……………………………………………………..199 Los 4 puentes……………………………………………………....200 Biografía de Carlos Trejo………………………………………….201 Detrás de cada puerta……………………………………………..202 Clarisa………………………………………………………………..203 Violeta y verónica…………………………………………………….204 El responsable………………………………………………………205 Brujas…………………………………………………………………206 La daga…………………………………………………………….…207 El bar………………………………………………………………….208 Alicia y Tim……………………………………………………………209 El hombre polilla……………………………………………………..210 María…………………………………………………………………..211


La maldición………………………………………………………….212 Prologo

Colección de miedo

Esta antología va dirigida a todo aquel que se atreva a experimentar sensaciones escalofriantes. El propósito es causar en ti un mundo de emociones horripilantes, encontraras una gran variedad de textos tétricos mayor reconocidos a nivel interna nacional, también encontraremos a los padres del terror como: Edgar Allan Poe, nació en Boston Estados Unidos el 19 de enero en 1809 y murió el 7 de octubre de 1849, el empezó a escribir cuentos de terror a muy corta edad ya que se intereso por el enero. Otro de ellos fue Guy de Maupassant, nació el 5 de agosto en Dieppe Francia y murió en Paris el 6 de julio de 1839. se desarrollo en Et retar y mas adelante en Yvetot. Atacado por graves problemas nerviosos intenta suicidarse el 1º. De enero de 1892, otro es Carlos Trejo, es un investigador de hechos paranormales muy reconocido a nivel internacional. (No se han encontrado datos personales sobre el). Los textos de esta antología fueron encontrados en varios sitios virtuales, esperamos que sea de su agrado, ya que se puso mucho esfuerzo y dedicación en ello.

¿Te atreverás a leerlo?


Edgar Allan Poe (Boston, EE UU, 1809-Baltimore, id., 1849) Poeta, cuentista y crítico estadounidense. Sus padres, actores de teatro itinerantes, murieron cuando él era todavía un niño. Edgar Allan Poe fue educado por John Allan, un acaudalado hombre de negocios de Richmond, y de 1815 a 1820 vivió con éste y su esposa en el Reino Unido, donde comenzó su educación. Después de regresar a Estados Unidos, Edgar Allan Poe siguió estudiando en centros privados y asistió a la Universidad de Virginia, pero en 1827 su afición al juego y a la bebida le acarreó la expulsión. Abandonó poco después el puesto de empleado que le había asignado su padre adoptivo, y viajó a Boston, donde publicó anónimamente su primer libro, Tamerlán y otros poemas (Tamerlane and Other Poems, 1827). Se alistó luego en el ejército, en el que permaneció dos años. En 1829 apareció su segundo libro de poemas, Al Aaraf, y obtuvo, por influencia de su padre adoptivo, un cargo en la Academia Militar de West Point, de la que a los pocos meses fue expulsado por negligencia en el cumplimiento del deber. En 1832, y después de la publicación de su tercer libro, Poemas (Poems by Edgar Allan Poe, 1831), se desplazó a Baltimore, donde contrajo matrimonio con su jovencísima prima Virginia Clem, que contaba sólo catorce años de edad. Por esta época entró como redactor en el periódico Southern Baltimore Messenger, y más tarde en varias revistas en Filadelfia y Nueva York, ciudad en la que se había instalado con su esposa en 1837.Su labor como crítico literario incisivo y a menudo escandaloso le granjeó cierta notoriedad, y sus originales apreciaciones acerca del cuento y de la naturaleza de la poesía no dejarían de ganar influencia con el tiempo. La larga enfermedad de su esposa convirtió su matrimonio en una experiencia amarga; cuando ella murió, en 1847, se agravó su tendencia al alcoholismo y al consumo de drogas, según testimonio de sus contemporáneos. Ambas fueron, con toda probabilidad, la causa de su muerte. Según Poe, la máxima expresión literaria era la poesía, y a ella dedicó sus mayores esfuerzos. Es justamente célebre su extenso poema El cuervo (The Raven, 1845), donde su dominio del ritmo y la sonoridad del verso llegan a su máxima expresión. Las campanas (The Bells, 1849), que evoca constantemente sonidos metálicos, Ulalume (1831) y Annabel Lee (1849) manifiestan idéntico virtuosismo. Pero la genialidad y la originalidad de Edgar Allan Poe encuentran quizás su mejor expresión en los cuentos, que, según sus propias apreciaciones críticas, son la segunda forma literaria, pues permiten una lectura sin interrupciones, y por tanto la unidad de efecto que resulta imposible en la novela. Publicados bajo el título Cuentos de lo grotesco y de lo arabesco (Tales of the Grotesque and Arabesque, 1840), aunque hubo nuevas recopilaciones de narraciones suyas en 1843 y 1845, la mayoría se desarrolla en un ambiente gótico y siniestro, plagado de intervenciones sobrenaturales, y en muchos casos preludian la literatura moderna de terror; buen ejemplo de ello es La caída de la casa Usher (The Fall of the House of Usher). Su cuento Los crímenes de la calle Morgue (The Murders in the Rue Morgue) se ha considerado, con toda razón, como el fundador del género de la novela de misterio y detectivesca. Destaca también su única novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym (The Narrative of Arthur Gordon Pym), de crudo realismo y en la que reaparecen numerosos elementos de sus cuentos. La obra de Poe influyó notablemente en los simbolistas franceses, en especial en Charles Baudelaire, quien lo dio a conocer en Europa.

Berenice


*

Edgar Allan Poe


La desdicha es diversa. La desgracia cunde multiforme sobre la tierra. Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste y también tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Pero así como en la ética el mal es una consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena. O la memoria de la pasada beatitud es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido. Mi nombre de pila es Egaeus; no mencionaré mi apellido. Sin embargo, no hay en mi país torres más venerables que mi melancólica y gris heredad. Nuestro linaje ha sido llamado raza de visionarios, y en muchos detalles sorprendentes, en el carácter de la mansión familiar en los frescos del salón principal, en las colgaduras de los dormitorios, en los relieves de algunos pilares de la sala de armas, pero especialmente en la galería de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca y, por último, en la peculiarísima naturaleza de sus libros, hay elementos más que suficientes para justificar esta creencia. Los recuerdos de mis primeros años se relacionan con este aposento y con sus volúmenes, de los cuales no volveré a hablar. Allí murió mi madre. Allí nací yo. Pero es simplemente ocioso decir que no había vivido antes, que el alma no tiene una existencia previa. ¿Lo negáis? No discutiremos el punto. Yo estoy convencido, pero no trato de convencer. Hay, sin embargo, un recuerdo de formas aéreas, de ojos espirituales y expresivos, de sonidos musicales, aunque tristes, un recuerdo que no será excluido, una memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida, insegura, y como una sombra también en la imposibilidad de librarme de ella mientras brille el sol de mi razón. En ese aposento nací. Al despertar de improviso de la larga noche de eso que parecía, sin serlo, la no-existencia, a regiones de hadas, a un palacio de imaginación, a los extraños dominios del pensamiento y la erudición monásticos, no es raro que mirara a mi alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi infancia entre libros y disipara mi juventud en ensoñaciones; pero sí es raro que transcurrieran los años y el cenit de la virilidad me encontrara aún en la mansión de mis padres; sí, es asombrosa la paralización que subyugó las fuentes de mi vida, asombrosa la inversión total que se produjo en el carácter de mis pensamientos más comunes. Las realidades terrenales me afectaban como visiones, y sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños se tornaron, en cambio, no en pasto de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi sola y entera existencia. Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la heredad paterna. Pero crecimos de distinta manera: yo, enfermizo, envuelto en melancolía; ella, ágil, graciosa, desbordante de fuerzas; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo y entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando despreocupadamente por la vida, sin pensar en las sombras del camino o en la huida silenciosa de las horas de alas negras. ¡Berenice! Invoco su nombre... ¡Berenice! Y de las grises ruinas de la memoria mil tumultuosos recuerdos se conmueven a este sonido. ¡Ah, vívida acude ahora su imagen ante mí, como en los primeros días de su alegría y de su dicha! ¡Ah, espléndida y, sin embargo, fantástica belleza! ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y entonces, entonces todo es misterio y terror, y una historia que no debe ser relatada. La enfermedad -una enfermedad fatal- cayó sobre ella como el simún, y mientras yo la observaba, el espíritu de la transformación la arrasó, penetrando en su mente, en sus hábitos y en su carácter, y de la manera más sutil y terrible llegó a perturbar su identidad. ¡Ay! El destructor iba y venía, y la víctima, ¿dónde estaba? Yo no la conocía o, por lo menos, ya no la reconocía como Berenice. Entre la numerosa serie de enfermedades provocadas por la primera y fatal, que ocasionó una revolución tan horrible en el ser moral y físico de mi prima, debe mencionarse como la más afligente y obstinada una especie de epilepsia que terminaba no rara vez en catalepsia, estado muy semejante a la disolución efectiva y de la cual su manera de recobrarse era, en muchos casos,


debo darle otro nombre-, mi propia enfermedad, digo, crecía rápidamente, asumiendo, por último, un carácter monomaniaco de una especie nueva y extraordinaria, que ganaba cada vez más vigor y, al fin, obtuvo sobre mí un incomprensible ascendiente. Esta monomanía, si así debo llamarla, consistía en una irritabilidad morbosa de esas propiedades de la mente que la ciencia psicológica designa con la palabra atención. Es más que probable que no se me entienda; pero temo, en verdad, que no haya manera posible de proporcionar a la inteligencia del lector corriente una idea adecuada de esa nerviosa intensidad del interés con que en mi caso las facultades de meditación (por no emplear términos técnicos) actuaban y se sumían en la contemplación de los objetos del universo, aun de los más comunes. Reflexionar largas horas, infatigable, con la atención clavada en alguna nota trivial, al margen de un libro o en su tipografía; pasar la mayor parte de un día de verano absorto en una sombra extraña que caía oblicuamente sobre el tapiz o sobre la puerta; perderme durante toda una noche en la observación de la tranquila llama de una lámpara o los rescoldos del fuego; soñar días enteros con el perfume de una flor; repetir monótonamente alguna palabra común hasta que el sonido, por obra de la frecuente repetición, dejaba de suscitar idea alguna en la mente; perder todo sentido de movimiento o de existencia física gracias a una absoluta y obstinada quietud, largo tiempo prolongada; tales eran algunas de las extravagancias más comunes y menos perniciosas provocadas por un estado de las facultades mentales, no único, por cierto, pero sí capaz de desafiar todo análisis o explicación. Mas no se me entienda mal. La excesiva, intensa y mórbida atención así excitada por objetos triviales en sí mismos no debe confundirse con la tendencia a la meditación, común a todos los hombres, y que se da especialmente en las personas de imaginación ardiente. Tampoco era, como pudo suponerse al principio, un estado agudo o una exageración de esa tendencia, sino primaria y esencialmente distinta, diferente. En un caso, el soñador o el fanático, interesado en un objeto habitualmente no trivial, lo pierde de vista poco a poco en una multitud de deducciones y sugerencias que de él proceden, hasta que, al final de un ensueño colmado a menudo de voluptuosidad, el incitamentum o primera causa de sus meditaciones desaparece en oval un El retrato completo olvido. Edgar Allan Poe En mi caso, el objeto primario era invariablemente trivial, aunque asumiera, a través del intermedio de mi visión perturbada, una importancia refleja, irreal. Pocas deducciones, si es que aparecía alguna, surgían, y esas pocas retornaban tercamente al objeto original como a su centro. Las meditaciones nunca eran placenteras, y al cabo del ensueño, la primera causa, lejos de estar fuera de vista, había alcanzado ese interés sobrenaturalmente exagerado que constituía el rasgo dominante del mal. En una palabra: las facultades mentales más ejercidas en mi caso eran, como ya lo he dicho, las de la atención, mientras en el soñador son las de la especulación.Mis libros, en esa época, si no servían en realidad para irritar el trastorno, participaban ampliamente, como se comprenderá, por su naturaleza imaginativa e inconexa, de las características peculiares del trastorno mismo. Puedo recordar, entre otros, el tratado del noble italiano Coelius Secundus Curio De Amplitudine Beati Regni dei, la gran obra de San Agustín La ciudad de Dios, y la de Tertuliano, De Carne Christi, cuya paradójica sentencia: Mortuus est Dei filius; credibili est quia ineptum est: et sepultus resurrexit; certum est quia impossibili est, ocupó mi tiempo íntegro durante muchas semanas de laboriosa e inútil investigación. Se verá, pues, que, arrancada de su equilibrio sólo por cosas triviales, mi razón semejaba a ese risco marino del cual habla Ptolomeo Hefestión, que resistía firme los ataques de la violencia humana y la feroz furia de las aguas y los vientos, pero temblaba al contacto de la flor llamada asfódelo. Y aunque para un observador descuidado pueda parecer fuera de duda que la alteración producida en la condición moral de Berenice por su desventurada enfermedad me brindaría muchos objetos para el ejercicio de esa intensa y anormal meditación, cuya naturaleza me ha costado cierto trabajo explicar, en modo alguno era éste el caso. En los intervalos lúcidos de mi mal, su calamidad me daba pena, y, muy conmovido por la ruina total de su hermosa y dulce vida, no dejaba de meditar con frecuencia, amargamente, en los prodigiosos medios por los cuales había llegado a producirse una revolución tan súbita y extraña. Pero estas reflexiones no participaban de la idiosincrasia de mi enfermedad, y eran semejantes a las que, en similares circunstancias, podían presentarse en el común de los hombres. Fiel a su propio carácter, mi trastorno se gozaba en los cambios menos importantes, pero más llamativos, operados en la constitución física de Berenice, en la singular y espantosa distorsión de su identidad personal. En los días más brillantes de su belleza incomparable, seguramente no la amé. En la extraña


pasiones siempre venían de la inteligencia. A través del alba gris, en las sombras entrelazadas del bosque a mediodía y en el silencio de mi biblioteca por la noche, su imagen había flotado ante mis ojos y yo la había visto, no como una Berenice viva, palpitante, sino como la Berenice de un sueño; no como una moradora de la tierra, terrenal, sino como su abstracción; no como una cosa para admirar, sino para analizar; no como un objeto de amor, sino como el tema de una especulación tan abstrusa Y ahora, ahora temblaba en su presencia se Elcuanto castilloinconexa. en el cual mi criado se le había ocurrido penetrar ya palidecía la fuerza cuando en vez de acercaba; sinmalhadadamente embargo, lamentando amargamente su pasar decadencia y su ruina, permitirme, herido como estaba, de una noche al ras, recordé era uno que me había amado largo tiempo, y, en un mal momento, le hablé de matrimonio. Y al de esos edificios mezcla de grandeza y de melancolía que durante tanto tiempo fin se acercaba la fecha de nuestras nupcias unatanto tardeendelainvierno unoende levantaron sus altivas frentes en medio de loscuando, Apeninos, realidad -en como la estos días intempestivamente cálidos, serenos y brumosos que son la nodriza de la imaginación de Mistress Radcliffe. Según toda apariencia, el castillo había sido hermosa Alción-, me senté, aunque creyéndome solo, en el gabinete interior deenla una biblioteca. recientemente abandonado, temporariamente. Nos instalamos de las Pero alzando los ojos vi, ante mí, a Berenice. ¿Fue mi imaginación excitada, la influencia habitaciones más pequeñas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una de la atmósfera luz incierta, crepuscular aposento, o los grises vestidos torre aislada delbrumosa, resto dellaedificio. Su decorado eradel rico, pero antiguo y sumamente que envolvían su figura, los que le dieron un contorno tan vacilante e indefinido? No deteriorado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías y adornados con numerosos sabría decirlo. No profirió palabra y yoellos por nada del mundo hubiera sido capaz de trofeos heráldicos de todauna clase, y de pendían un número verdaderamente pronunciar una sílaba. Un escalofrío helado recorrió mi cuerpo; me oprimió una prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en sendos marcos sensación de intolerable ansiedad; una curiosidad devoradora invadió mi alma y, dorados, de gusto arabesco. Me produjeron profundo interés, y quizá mi incipiente reclinándome en elaquellos asiento, cuadros permanecí un instante sin respirar, los ojos delirio fue la causa, colgados no solamente en lasinmóvil, paredescon principales, clavados en su persona. ¡Ay! Su delgadez era excesiva, y ni un vestigio del ser primitivo sino también en una porción de rincones que la arquitectura caprichosa del castillo asomaba en unahice sola alínea del cerrar contorno. Mis ardorosas miradas cayeron, su hacía inevitable; Pedro los pesados postigos del salón, puespor ya fin, eraen hora rostro. La frente era alta, muy pálida, singularmente plácida; y el que en un tiempo avanzada, encender un gran candelabro de muchos brazos colocado al lado de mi fuera cabello de azabache caía parcialmente sobre sombreando las hundidas sienes cabecera, y abrir completamente las cortinas deella negro terciopelo, guarnecidas de con innumerables rizos, ahora de un rubio reluciente, que por su matiz fantástico festones, que rodeaban el lecho. Quíselo así para poder, al menos, si no reconciliaba el discordaban por completo con la entre melancolía dominante de de estas su rostro. no sueño, distraerme alternativamente la contemplación pinturasSus y laojos lectura tenían vida ni brillo y parecían sin pupilas, y esquivé involuntariamente su mirada de un pequeño volumen que había encontrado sobre la almohada, en que se criticaban paraLeícontemplar los contemplé labios, finoslasypinturas contraídos. Se entreabrieron, una yvidriosa analizaban. largo tiempo; religiosas devotamente; ylasenhoras sonrisa de expresión peculiar los dientes de la cambiada Berenice se revelaron huyeron, rápidas y silenciosas, y llegó la media noche. La posición del candelabro me lentamentey aextendiendo mis ojos. ¡Ojalá nunca hubierapara visto después de verlos, molestaba, la mano conlos dificultad noo,turbar el sueño de mihubiese criado, muerto! El golpe de una puerta al cerrarse me distrajo y, alzando la vista, vi que mi lo coloqué de modo que arrojase la luz de lleno sobre el libro.Pero este movimiento prima había salido del aposento. Pero del desordenado aposento de mi mente, produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus numerosas bujías¡ay!, dio no de había salido ni se apartaría el blanco y horrible espectro de los dientes. Ni un punto en pleno en un nicho del salón que una de las columnas del lecho había hasta entonces su superficie, sombraprofunda. en el esmalte, ni una melladura en el hubo esa cubierto con ni unaunasombra Vi envuelto en viva luz un borde cuadro queenhasta pasajera sonrisa que no se grabara a fuego en mi memoria. Los vi entonces con más entonces no advirtiera. Era el retrato de una joven ya formada, casi mujer. Lo claridad que un momento antes.los ¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquíaly principio; allí y en contemplé rápidamente y cerré ojos. ¿Por qué? No me lo expliqué todas partes, visibles y palpables, ante mí; largos, estrechos, blanquísimos, los pero, en tanto que mis ojos permanecieron cerrados, analicé rápidamente elcon motivo pálidos contrayéndose como en el momento mismotiempo en quey que me labios los hacía cerrar. Eraa su un alrededor, movimiento involuntario para ganar habían empezado a distenderse. Entonces sobrevino toda la furia de mi monomanía recapacitar, para asegurarme de que mi vista no me había engañado, para calmar yy luché en mi vano contraasuuna extraña e irresistible Entre los múltiples del preparar espíritu contemplación másinfluencia. fría y más serena. Al cabo objetos de algunos mundo exterior pensamientos sino para losera dientes. Losdudar, ansiabaaun concuando un deseo momentos, miré no de tenía nuevo el lienzo fijamente.No posible lo frenético. Todos los otros asuntos y todos los diferentes intereses se absorbieron en hubiese querido; porque el primer rayo de luz al caer sobre el lienzo, había desvanecido sola contemplación. ellossentidos eran los se únicos presentes a mi mirada mental,volver y en eluna estupor delirante de Ellos, que mis hallaban poseídos, haciéndome su insustituible individualidad llegaron a ser la esencia de mi vida intelectual. Los repentinamente a la realidad de la vida. a todas las luces. Leshe hice todasselas actitudes. Examinédesus Elobservé cuadro representaba, como ya dicho,adoptar a una joven. trataba sencillamente un características. Estudié sus peculiaridades. Medité sobre su conformación. Reflexioné retrato de medio cuerpo, todo en este estilo que se llama, en lenguaje técnico, estilo de sobre el cambio su naturaleza. Me estremecía al asignarles en imaginación un poder viñeta; había en éldemucho de la manera de pintar de Sully en sus cabezas favoritas. Los sensible y consciente, y aun, sin la ayuda de los labios, una capacidad de expresión brazos, el seno y las puntas de sus radiantes cabellos, pendíanse en la sombra vaga, pero moral. Seque ha dicho de mademoiselle que tous ses pas étaient des sentiments, profunda, servíabien de fondo a la imagen. Sallé El marco era oval, magníficamente dorado, yy de Berenice yo creía con la mayor seriedad que toutes ses dents étaient des idées. Des de un bello estilo morisco. Tal vez no fuese ni la ejecución de la obra, ni la excepcional idées! ¡Ah, éste fue el insensato pensamiento destruyó! Des idées! ¡Ah,No porpodía eso belleza de su fisonomía lo que me impresionó que tan me repentina y profundamente. era que los codiciaba tan locamente! Sentí que sólo su posesión podía devolverme la creer que mi imaginación, al salir de su delirio, hubiese tomado la cabeza por la de una paz, restituyéndome la razón. Y la cayó y vino ylaeloscuridad, duró y se persona viva. Empero,a los detalles deltarde dibujo, el sobre estilo mí, de viñeta aspecto del marco, fue, y amaneció el nuevo día, y las brumas de una segunda noche se acumularon y yo no me permitieron dudar ni un solo instante. Abismado en estas reflexiones, permanecí seguía inmóvil, aquelfijos aposento y seguí sumido en la meditación, y una hora enterasentado con losenojos en el solitario; retrato. Aquella inexplicable expresión de el fantasma de los dientes mantenía su terrible ascendiente como si, con la claridad realidad y vida que al principio me hiciera estremecer, acabó por subyugarme. Lleno de más viva y más espantosa, flotara entre cambiantes lucesy yhabiendo sombras así delapartado recinto. Al terror y respeto, volví el candelabro a sulasprimera posición, de fin, irrumpió en mis sueños un grito como de horror y consternación, y luego, tras una mi vista la causa de mi profunda agitación, me apoderé ansiosamente del volumen que pausa, el lasonido de yturbadas voces, conBusqué sordos inmediatamente lamentos de dolor y pena. contenía historia descripción demezcladas los cuadros. el número Me levanté de mialasiento y, abriendo de par en paryuna puertas de la biblioteca, correspondiente que marcaba el retrato oval, leí de la las extraña y singular historia vi en la antecámara a una criada deshecha en lágrimas, quien me dijo que ya siguiente:"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, Berenice que en mal no existía. Había tenido un acceso de epilepsia por la mañana temprano, y ahora, al


austero, y había puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y preparativos entierro. Me cervatillo, encontré amándolo sentado entodo, la biblioteca y de más nuevo Me sonrisas, con del la alegría de un no odiando quesolo. el arte, parecía que acababa de despertar de un sueño confuso y excitante. Sabía que era que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos medianocheque y que desde la puesta Berenice Terrible estaba enterrada. Pero adel importunos le arrebataban el amordel de sol su adorado. impresión causó la melancólico periodo intermedio no tenía conocimiento real o, por lo menos, definido. dama oír al pintor hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentose Sin embargo, sudurante recuerdo estaba repleto en de lahorror, horror más horrible por vago, pacientemente, largas semanas, sombría y alta habitación de lalo torre, terror más terrible por su ambigüedad. Era una página atroz en la historia de mi donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso. El artista existencia, escrita con recuerdos oscuros, espantosos, cifraba su gloria entoda su obra, que avanzaba de hora en hora, ininteligibles. de día en día.Luché Y erapor un descifrarlos, pero en vano, mientras una y otra vez, como el espíritu de un sonido hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no La máscara de la muerte roja grito de mujer parecía sonar en mis oídos. Yo había ausente, agudo y penetrante veía que launluz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y Edgar Allan Poe hecho algo. ¿Qué era? Me lo pregunté a mí mismo voz alta, y los susurrantes los encantos de su mujer, que se consumía paraentodos excepto para él. Ella,ecos no del aposento me más respondieron: ¿Qué veía era? que En laelmesa, a mi ardía una y obstante, sonreía y más, porque pintor, quelado, disfrutaba de lámpara, gran fama, había junto a ella una cajita. No tenía nada de notable, y la había visto a menudo, pues experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para era propiedad del lamédico Pero,amaba, ¿cómolahabía allí,día a mi mesa, y por trasladar al lienzo imagendedelalafamilia. que tanto cual llegado de día en tornábase más qué me estremecí al mirarla? Eran cosas que no merecían ser tenidas en cuenta, y débil y desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en mis voz ojos sucayeron, al fin, en las abiertas un genio libro del y enpintor, una frase baja semejanza maravillosa, pruebapáginas palpablededel y delsubrayaba: profundo Dicebant sodales le si inspiraba. sepulchrumPero, amicae visitarem, meas aliquantulum fore levatas. amor que mihi su modelo al fin, cuandocuras el trabajo tocaba a su término, no ¿Por qué, pues, al leerlas se me erizaron los cabellos y la sangre se congeló en mis se permitió a nadie entrar en la torre; porque el pintor había llegado a enloquecer por sonó unsuligero golpe en la puerta de rara la biblioteca; pálidonicomo un elvenas? ardorEntonces con que tomaba trabajo, y levantaba los ojos vez del lienzo, aun para habitante de la tumba, entró un criado de puntillas. Había en sus ojos un violento mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el terrorborrábanse y me hablódecon voz trémula, ronca, ahogada. algunasmuchas frases lienzo las mejillas de la que tenía sentada¿Qué a su dijo? lado. Oí Y cuando entrecortadas. Hablaba de un salvaje grito que había turbado el silencio de la noche, de semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, la servidumbre para buscar origenlosdel sonido, y su cobró un tono sólo dar un toquereunida sobre la boca y otroel sobre ojos, el alma de voz la dama palpitó aún, espeluznante, nítido, cuando me habló, susurrando, de una tumba violada, de un como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse. Y entonces el pintor dio cadáver desfigurado, sin instante mortaja quedó y que aún respiraba, palpitaba, vivía. Señaló los toques, y durante un en éxtasis anteaún el trabajo queaún había ejecutado. mis ropas: estaban manchadas de barro, de sangre coagulada. No dije nada; me tomó Pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, la mano: tenía uñas DirigióSemivolvió atención a un objeto ysuavemente gritó con voz terrible: "¡Enmanchas verdad, de esta es humanas. la vida misma!" bruscamente que había contra la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un alarido para mirar a su bien amada: ¡Estaba muerta!" salté hasta la mesa y me apoderé de la caja. Pero no pude abrirla, y en mi temblor se me deslizó de la mano, y cayó pesadamente, y se hizo añicos; y de entre ellos, entrechocándose, rodaron algunos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos objetos pequeños, blancos, marfilinos, que se desparramaron por el piso.


La "Muerte Roja" había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora. Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitan que antes les describa los salones donde se celebraba. Eran siete -una serie imperial de estancias-. En la mayoría de los palacios, la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes, permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a la vez. Cada veinte o treinta metros había un brusco recodo, y en cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda, en mitad de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules, vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de terciopelo negro, que abarcaban el techo y la paredes, cayendo en pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un color de sangre.A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían aquí y allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no había lámparas ni candelabros. Las cámaras no estaban iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores paralelos a la galería, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se proyectaban a través de los cristales teñidos e iluminaban brillantemente cada estancia. Producían en esa forma multitud de resplandores tan vivos como fantásticos. Pero en la cámara del poniente, la cámara negra, el fuego que a través de los cristales de color de sangre se derramaba sobre las sombrías colgaduras, producía un efecto terriblemente siniestro, y daba una coloración tan extraña a los rostros de quienes penetraban en ella, que pocos eran lo bastante audaces para poner allí los pies. En este aposento, contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono; y cuando el minutero había completado su circuito y la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía un tañido claro y


músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto; y, mientras aún resonaban los tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción semejante. Mas, al cabo de sesenta y tres mil seiscientos segundos del Tiempo que huye, el reloj daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la meditación. Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía gustos singulares. Sus ojos se mostraban especialmente sensibles a los colores y sus efectos. Desdeñaba los caprichos de la mera moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones brillaban con bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído que estaba loco. Sus cortesanos sentían que no era así. Era necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la seguridad de que no lo estaba. El príncipe se había ocupado personalmente de gran parte de la decoración de las siete salas destinadas a la gran fiesta, su gusto había guiado la elección de los disfraces.Grotescos eran éstos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo, el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico. Veíanse figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes, veíanse fantasías delirantes, como las que aman los locos. En verdad, en aquellas siete cámaras se movía, de un lado a otro, una multitud de sueños. Y aquellos sueños se contorsionaban en todas partes, cambiando de color al pasar por los aposentos, y haciendo que la extraña música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos. Mas otra vez tañe reloj que se alza en el aposento de terciopelo. Por un Manuscrito hallado eneluna botella momento todo queda inmóvil; todo es silencio, salvo la voz del reloj. Los sueños están Edgar Allan Poe helados, rígidos en sus posturas. Pero los ecos del tañido se pierden -apenas han durado un instante- y una risa ligera, a medias sofocada, flota tras ellos en su fuga. Otra Sobre mi país y mi familia tengo poco que decir. Un trato injusto y el paso de los años vez crece la música, viven los sueños, contorsionándose al pasar por las ventanas, por me han alejado de uno y malquistado con la otra. Mi patrimonio me permitió recibir las cuales irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al oeste ninguna una educación poco común y una inclinación contemplativa permitió que convirtiera en máscara se aventura, pues la noche avanza y una luz más roja se filtra por los cristales metódicos los conocimientos diligentemente adquiridos en tempranos estudios. Pero de color de sangre; aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél cuyo por sobre todas las cosas me proporcionaba gran placer el estudio de los moralistas pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano un ahogado resonar alemanes; no por una desatinada admiración a su elocuente locura, sino por la facilidad mucho más solemne que los que alcanzan a oír las máscaras entregadas a la lejana con que mis rígidos hábitos mentales me permitían detectar sus falsedades. A menudo alegría de las otras estancias. Congregábase densa multitud en estas últimas, donde se me ha reprochado la aridez de mi talento; la falta de imaginación se me ha imputado afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta en su torbellino hasta el como un crimen; y el escepticismo de mis opiniones me ha hecho notorio en todo momento en que comenzaron a oírse los tañidos del reloj anunciando la medianoche. momento. En realidad, temo que una fuerte inclinación por la filosofía física haya teñido Calló entonces la música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban se mi mente con un error muy común en esta época: hablo de la costumbre de referir interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una cesacion angustiosa. Mas esta sucesos, aun los menos susceptibles de dicha referencia, a los principios de esa vez el reloj debía tañer doce campanadas, y quizá por eso ocurrió que los pensamientos disciplina. En definitiva, no creo que nadie haya menos propenso que yo a alejarse de invadieron en mayor número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la los severos límites de la verdad, dejándose llevar por el ignes fatui de la superstición. multitud entregada a la fiesta. Y quizá también por eso ocurrió que, antes de que los Me ha parecido conveniente sentar esta premisa, para que la historia increíble que debo últimos ecos del carrillón se hubieran hundido en el silencio, muchos de los narrar no sea considerada el desvarío de una imaginación desbocada, sino la experiencia concurrentes tuvieron tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que auténtica de una mente para quien los ensueños de la fantasía han sido letra muerta y hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, habiendo corrido en un nulidad. Después de muchos años de viajar por el extranjero, en el año 18... me susurro la noticia de aquella nueva presencia, alzóse al final un rumor que expresaba embarqué en el puerto de Batavia, en la próspera y populosa isla de Java, en un crucero desaprobación, sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. En una asamblea por el archipiélago de las islas Sonda. Iba en calidad de pasajero, sólo inducido por una de fantasmas como la que acabo de describir es de imaginar que una aparición ordinaria especie de nerviosa inquietud que me acosaba como un espíritu malévolo. Nuestro no hubiera provocado semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no hermoso navío, de unas cuatrocientas toneladas, había sido construido en Bombay en tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el madera de teca de Malabar con remaches de cobre. Transportaba una carga de algodón liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón de los más temerarios hay cuerdas en rama y aceite, de las islas Laquevidas. También llevábamos a bordo fibra de corteza que no pueden tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida de coco, azúcar morena de las Islas Orientales, manteca clarificada de leche de búfalo, y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede granos de cacao y algunos cajones de opio. La carga había sido mal estibada y el barco jugar. Los concurrentes parecían sentir en lo más hondo que el traje y la apariencia del escoraba. Zarpamos apenas impulsados por una leve brisa, y durante muchos días desconocido no revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y flaca, estaba envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata. Cuando


movimiento lento y solemne como para dar relieve a su papel, se paseaba entre los bailarines), convulsionóse en el primer momento con un estremecimiento de terror o de disgusto; pero inmediatamente su frente enrojeció de rabia.-¿Quién se atreve -preguntó, con voz ronca, a los cortesanos que lo rodeaban-, quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfematoria? ¡Apodérense de él y desenmascárenlo, para que sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas!Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en eldeaposento este, el aposento Sus la permanecimos cerca de la costa oriental Java, sindel otro incidente que azul. quebrara acentos resonaron alta ycurso claramente las sieteencuentro estancias, con pueslos el pequeños príncipe era hombrede monotonía de nuestro que el en ocasional barquitos temerario y robusto, y la música acababa de cesar a una señal de su mano.Con dos mástiles del archipiélago al que nos dirigíamos. Una tarde, apoyado un sobre el grupo de pálidos a su lado hallábase el príncipe el aposento azul. Apenas pasamanos de lacortesanos borda de popa, vi hacia el noroeste unaennube muy singular y aislada. hubo hablado,no lossólo presentes un movimiento en dirección al intruso, quien,nuestra en Era notable, por suhicieron color, sino por ser la primera que veíamos desde ese instante, se hallaba su alcance se acercaba al príncipe sereno yde repente partida de Batavia. La aobservé conyatención hasta la puestacon del paso sol, cuando cuidadoso. Mas la indecible aprensión que la insana apariencia de enmascarado había se extendió hacia este y oeste, ciñendo el horizonte con una angosta franja de vapor y producido en lalosforma cortesanos quedenadie alzara la mano detenerlo; y así, sin adquiriendo de una impidió larga línea playa. Pronto atrajopara mi atención la coloración impedimentos, pasó éste de a unla metro príncipe,apariencia y, mientras vastaÉste concurrencia de un tono rojo oscuro luna, ydel la extraña dellamar. sufría una rápida retrocedía en un solo hasta pegarse a las paredes, andando Pese a que transformación y el impulso agua parecía más transparente quesiguió de costumbre. ininterrumpidamente pero con el mismo y solemne pasocomprobé que desdeque el principio había alcanzaba a ver claramente el fondo, al echar la sonda el barco lo navegaba distinguido. Y de la cámara azul pasó la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a y a quince brazas de profundidad. Entonces el aire se puso intolerablemente caluroso lacargado anaranjada, desde ésta a laenblanca y desimilares allí, a la avioleta antes de que se hubiera de exhalaciones espiral, las que surgen delnadie hierro al rojo. A decidido a detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero, enloquecido por la y la medida que fue cayendo la noche, desapareció todo vestigio de brisa ira y resultaba vergüenza su momentánea se lanzó la carrera losuna seisvela sin el imposible de concebir una calmacobardía, mayor. Sobre la atoldilla ardíaa través la llamadede aposentos, sin que nadie lo siguiera por el mortal terror que a todos paralizaba. más imperceptible movimiento, y un largo cabello, sostenido entre dos dedos,Puñal colgaba en acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasosdijo de que la figura, que sinmano, que se advirtiera la menor vibración. Sin embargo, el capitán no percibía seguía alejándose, cuando ésta, al alcanzar el extremo del aposento de terciopelo, se indicación alguna de peligro, pero como navegábamos a la deriva en dirección a la costa, volvió de arriar golpe las y enfrentó a su perseguidor. agudo mientrascompuesta el puñal en ordenó velas y echar el ancla. NoOyóse apostóun vigías y lagrito, tripulación, caía resplandeciente sobre la negra alfombra, y el príncipe Próspero se desplomaba su mayoría por malayos, se tendió deliberadamente sobre cubierta. Yo bajé... muerto. Poseídos el terrible coraje de En la desesperación, máscaras se sobrecogido por por un mal presentimiento. verdad, todas numerosas las apariencias me advertían lanzaron al aposento negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura la inminencia de un simún. Transmití mis temores al capitán, pero él no prestó atención permanecía erecta e inmóvil a ladignarse sombra adelresponderme. reloj de ébano, a mis palabras y se alejó sin Sinretrocedieron embargo, mi con inquietud me inexpresable horror al descubrir que el sudario y la máscara cadavérica que impedía dormir y alrededor de medianoche subí a cubierta. Al apoyar el con pie tanta sobre el rudeza aferrado contenían ninguna me figura tangible.Yun entonces reconocieron la últimohabían peldaño de la no escalera de cámara sobresaltó ruido fuerte e intenso, presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno semejante al producido por el giro veloz de la rueda de un molino, y antes de que cayeron convidados en las salaspercibí de orgía y cada murió en pudiera los averiguar su significado, unamanchadas vibración de en sangre el centro del uno barco. Instantes ladespués desesperada actitud de su caida. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del se desplomó sobre nosotros un furioso mar de espuma que, pasando por último aquellosbarrió alegresla seres. Y las los trípodes expiraron. las latinieblas, y sobre de el puente, cubierta dellamas proa ade popa. La extrema violenciaY de ráfaga fue, laencorrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo. gran medida, la salvación del barco. Aunque totalmente cubierto por el agua, como sus mástiles habían volado por la borda, después de un minuto se enderezó pesadamente, salió a la superficie, y luego de vacilar algunos instantes bajo la presión de la tempestad, se enderezó por fin. Me resultaría imposible explicar qué milagro me salvó de la destrucción. Aturdido por el choque del agua, al volver en mí me encontré estrujado entre el mástil de popa y el timón. Me puse de pie con gran dificultad y, al mirar, mareado, a mi alrededor, mi primera impresión fue que nos encontrábamos entre arrecifes, tan tremendo e inimaginable era el remolino de olas enormes y llenas de espuma en que estábamos sumidos. Instantes después oí la voz de un anciano sueco que había embarcado poco antes de que el barco zarpara. Lo llamé con todas mis fuerzas y al rato se me acercó tambaleante. No tardamos en descubrir que éramos los únicos sobrevivientes. Con excepción de nosotros, las olas acababan de barrer con todo lo que se hallaba en cubierta; el capitán y los oficiales debían haber muerto mientras dormían, porque los camarotes estaban totalmente anegados. Sin ayuda era poco lo que podíamos hacer por la seguridad del barco y nos paralizó la convicción de que no tardaríamos en zozobrar. Por cierto que el primer embate del huracán destrozó el cable del ancla, porque de no ser así nos habríamos hundido instantáneamente. Navegábamos a una velocidad tremenda, y las olas rompían sobre nosotros. El maderamen de popa estaba hecho añicos y todo el barco había sufrido gravísimas


averías; pero comprobamos con júbilo que las bombas no estaban atascadas y que el lastre no parecía haberse descentrado. La primera ráfaga había amainado, y la violencia del viento ya no entrañaba gran peligro; pero la posibilidad de que cesara por completo nos aterrorizaba, convencidos de que, en medio del oleaje siguiente, sin duda, moriríamos. Pero no parecía probable que el justificado temor se convirtiera en una pronta realidad. Durante cinco días y noches completos -en los cuales nuestro único alimento consistió en una pequeña cantidad de melaza que trabajosamente logramos procurarnos en el castillo de proa- la carcasa del barco avanzó a una velocidad imposible de calcular, impulsada por sucesivas ráfagas que, sin igualar la violencia del primitivo Simún, eran más aterrorizantes que cualquier otra tempestad vivida por mí en el pasado. Con pequeñas variantes, durante los primeros cuatro días nuestro curso fue sudeste, y debimos haber costeado Nueva Holanda. Al quinto día el frío era intenso, pese a que el viento había girado un punto hacia el norte. El sol nacía con una enfermiza coloración amarillenta y trepaba apenas unos grados sobre el horizonte, sin irradiar una decidida luminosidad. No había nubes a la vista, y sin embargo el viento arreciaba y soplaba con furia despareja e irregular. Alrededor de mediodía -aproximadamente, porque sólo podíamos adivinar la hora- volvió a llamarnos la atención la apariencia del sol. No irradiaba lo que con propiedad podríamos llamar luz, sino un resplandor opaco y lúgubre, sin reflejos, como si todos sus rayos estuvieran polarizados. Justo antes de hundirse en el mar turgente su fuego central se apagó de modo abrupto, como por obra de un poder inexplicable. Quedó sólo reducido a un aro plateado y pálido que se sumergía de prisa en el mar insondable. Esperamos en vano la llegada del sexto día -ese día que para mí no ha llegado y que para el sueco no llegó nunca. A partir de aquel momento quedamos sumidos en una profunda oscuridad, a tal punto que no hubiéramos podido ver un objeto a veinte pasos del barco. La noche eterna continuó envolviéndonos, ni siquiera atenuada por la fosforescencia brillante del mar a la que nos habíamos acostumbrado en los trópicos. También observamos que, aunque la tempestad continuaba rugiendo con interminable violencia, ya no conservaba su apariencia habitual de olas ni de espuma con las que antes nos envolvía. A nuestro alrededor todo era espanto, profunda oscuridad y un negro y sofocante desierto de ébano. Un terror supersticioso fue creciendo en el espíritu del viejo sueco, y mi propia alma estaba envuelta en un silencioso asombro. Abandonarnos todo intento de atender el barco, por considerarlo inútil, y nos aseguramos lo mejor posible a la base del palo de mesana, clavando con amargura la mirada en el océano inmenso. No habría manera de calcular el tiempo ni de prever nuestra posición. Sin embargo teníamos plena conciencia de haber avanzado más hacia el sur que cualquier otro navegante anterior y nos asombró no encontrar los habituales impedimentos de hielo. Mientras tanto, cada instante amenazaba con ser el último de nuestras vidas... olas enormes, como montañas se precipitaban para abatirnos. El oleaje sobrepasaba todo lo que yo hubiera imaginado, y fue un milagro que no zozobráramos instantáneamente. Mi acompañante hablaba de la liviandad de nuestro cargamento y me recordaba las excelentes cualidades de nuestro barco; pero yo no podía menos que sentir la absoluta inutilidad de la esperanza misma, y me preparaba melancólicamente para una muerte que, en mi opinión, nada podía demorar ya más de una hora, porque con cada nudo que el barco recorría el mar negro y tenebroso adquiría más violencia. Por momentos jadeábamos para respirar, elevados a una altura superior a la del albatros... y otras veces nos mareaba la velocidad de nuestro descenso a un infierno acuoso donde el aire se estancaba y ningún sonido turbaba el sopor del "kraken". Nos encontrábamos en el fondo de uno de esos abismos, cuando


un repentino grito de mi compañero resonó horriblemente en la noche. "¡Mire, mire!" exclamó, chillando junto a mi oído, "¡Dios Todopoderoso! ¡Mire! ¡Mire!". Mientras hablaba percibí el resplandor de una luz mortecina y rojiza que recorría los costados del inmenso abismo en que nos encontrábamos, arrojando cierto brillo sobre nuestra cubierta. Al levantar la mirada, contemplé un espectáculo que me heló la sangre. A una altura tremenda, directamente encima de nosotros y al borde mismo del precipicio líquido, flotaba un gigantesco navío, de quizás cuatro mil toneladas. Pese a estar en la cresta de una ola que lo sobrepasaba más de cien veces en altura, su tamaño excedía el de cualquier barco de línea o de la compañía de Islas Orientales. Su enorme casco era de un negro profundo y sucio y no lo adornaban los acostumbrados mascarones de los navíos. Una sola hilera de cañones de bronce asomaba por los portañolas abiertas, y sus relucientes superficies reflejaban las luces de innumerables linternas de combate que se balanceaban de un lado al otro en las jarcias. Pero lo que más asombro y estupefacción nos provocó fue que en medio de ese mar sobrenatural y de ese huracán ingobernable, navegara con todas las velas desplegadas. Al verlo por primera vez sólo distinguimos su proa y poco a poco fue alzándose sobre el sombrío y horrible torbellino. Durante un momento de intenso terror se detuvo sobre el vertiginoso pináculo, como si contemplara su propia sublimidad, después se estremeció, vaciló y... se precipitó sobre nosotros. En ese instante no sé qué repentino dominio de mí mismo surgió de mi espíritu. A los tropezones, retrocedí todo lo que pude hacia popa y allí esperé sin temor la catástrofe. Nuestro propio barco había abandonado por fin la lucha y se hundía de proa en el mar. En consecuencia, recibió el impacto de la masa descendente en la parte ya sumergida de su estructura y el resultado inevitable fue que me vi lanzado con violencia irresistible contra los obenques del barco desconocido. En el momento en que caí, la nave viró y se escoró, y supuse que la consiguiente confusión había impedido que la tripulación reparara en mi presencia. Me dirigí sin dificultad y sin ser visto hasta la escotilla principal, que se encontraba parcialmente abierta, y pronto encontré la oportunidad de ocultarme en la bodega. No podría explicar por qué lo hice. Tal vez el principal motivo haya sido la indefinible sensación de temor que, desde el primer instante, me provocaron los tripulantes de ese navío. No estaba dispuesto a confiarme a personas que a primera vista me producían una vaga extrañeza, duda y aprensión. Por lo tanto consideré conveniente encontrar un escondite en la bodega. Lo logré moviendo una pequeña porción de la armazón, y así me aseguré un refugio conveniente entre las enormes cuadernas del buque.Apenas había completado mi trabajo cuando el sonido de pasos en la bodega me obligó a hacer uso de él. Junto a mí escondite pasó un hombre que avanzaba con pasos débiles y andar inseguro. No alcancé a verle el rostro, pero tuve oportunidad de observar su apariencia general. Todo en él denotaba poca firmeza y una avanzada edad. Bajo el peso de los años le temblaban las rodillas, y su cuerpo parecía agobiado por una gran carga. Murmuraba en voz baja como hablando consigo mismo, pronunciaba palabras entrecortadas en un idioma que yo no comprendía y empezó a tantear una pila de instrumentos de aspecto singular y de viejas cartas de navegación que había en un rincón. Su actitud era una extraña mezcla de la terquedad de la segunda infancia y la solemne dignidad de un Dios. Por fin subió nuevamente a cubierta y no lo volví a ver. Un sentimiento que no puedo definir se ha posesionado de mi alma; es una sensación que no admite análisis, frente a la cual las experiencias de épocas pasadas resultan inadecuadas y cuya clave, me temo, no me será ofrecida por el futuro. Para una mente como la mía, esta última consideración es una tortura. Sé que nunca, nunca, me daré por satisfecho con


respecto a la naturaleza de mis conceptos. Y sin embargo no debe asombrarme que esos conceptos sean indefinidos, puesto que tienen su origen en fuentes totalmente nuevas. Un nuevo sentido... una nueva entidad se incorpora a mi alma. Hace ya mucho tiempo que recorrí la cubierta de este barco terrible, y creo que los rayos de mi destino se están concentrando en un foco. ¡Qué hombres incomprensibles! Envueltos en meditaciones cuya especie no alcanzo a adivinar, pasan a mi lado sin percibir mi presencia. Ocultarme sería una locura, porque esta gente no quiere ver. Hace pocos minutos pasé directamente frente a los ojos del segundo oficial; no hace mucho que me aventuré a entrar a la cabina privada del capitán, donde tomé los elementos con que ahora escribo y he escrito lo anterior. De vez en cuando continuaré escribiendo este diario. Es posible que no pueda encontrar la oportunidad de darlo a conocer al mundo, pero trataré de lograrlo. A último momento, introduciré el mensaje en una botella y la arrojaré al mar. Ha ocurrido un incidente que me proporciona nuevos motivos de meditación. ¿Ocurren estas cosas por fuerza de un azar sin gobierno? Me había aventurado a cubierta donde estaba tendido, sin llamar la atención, entre una pila de flechaduras y viejas velas, en el fondo de una balandra. Mientras meditaba en lo singular de mi destino, inadvertidamente tomé un pincel mojado en brea y pinté los bordes de una vela arrastradera cuidadosamente doblada sobre un barril, a mi lado. La vela ha sido izada y las marcas irreflexivas que hice con el pincel se despliegan formando la palabra descubrimiento. Últimamente he hecho muchas observaciones sobre la estructura del navío. Aunque bien armado, no creo que sea un barco de guerra. Sus jarcias, construcción y equipo en general, contradicen una suposición semejante. Alcanzo a percibir con facilidad lo que el navío no es, pero me temo no poder afirmar lo que es. Ignoro por qué, pero al observar su extraño modelo y la forma singular de sus mástiles, su enorme tamaño y su excesivo velamen, su proa severamente sencilla y su popa anticuada, de repente cruza por mi mente una sensación de cosas familiares y con esas sombras imprecisas del recuerdo siempre se mezcla la memoria de viejas crónicas extranjeras y de épocas remotas. He estado estudiando el maderamen de la nave. Ha sido construida con un material que me resulta desconocido. Las características peculiares de la madera me dan la impresión de que no es apropiada para el propósito al que se la aplicara. Me refiero a su extrema porosidad, independientemente considerada de los daños ocasionados por los gusanos, que son una consecuencia de navegar por estos mares, y de la podredumbre provocada por los años. Tal vez la mía parezca una observación excesivamente insólita, pero esta madera posee todas las características del roble español, en el caso de que el roble español fuera dilatado por medios artificiales. Al leer la frase anterior, viene a mi memoria el apotegma que un viejo lobo de mar holandés repetía siempre que alguien ponía en duda su veracidad. «Tan seguro es, como que hay un mar donde el barco mismo crece en tamaño, como el cuerpo viviente del marino." Hace una hora tuve la osadía de mezclarme con un grupo de tripulantes. No me prestaron la menor atención y, aunque estaba parado en medio de todos ellos, parecían absolutamente ignorantes de mi presencia. Lo mismo que el primero que vi en la bodega, todos daban señales de tener una edad avanzada. Les temblaban las rodillas achacosas; la decrepitud les inclinaba los hombros; el viento estremecía sus pieles arrugadas; sus voces eran bajas, trémulas y quebradas; en sus ojos brillaba el lagrimeo de la vejez y la tempestad agitaba terriblemente sus cabellos grises. Alrededor de ellos, por toda la cubierta, yacían desparramados instrumentos matemáticos de la más pintoresca y anticuada construcción. Hace un tiempo mencioné que había sido izada un ala del trinquete. Desde entonces, desbocado por el viento, el


barco ha continuado su aterradora carrera hacia el sur, con todas las velas desplegadas desde la punta de los mástiles hasta los botalones inferiores, hundiendo a cada instante sus penoles en el más espantoso infierno de agua que pueda concebir la mente de un hombre. Acabo de abandonar la cubierta, donde me resulta imposible mantenerme en pie, pese a que la tripulación parece experimentar pocos inconvenientes. Se me antoja un milagro de milagros que nuestra enorme masa no sea definitivamente devorada por el mar. Sin duda estamos condenados a flotar indefinidamente al borde de la eternidad sin precipitamos por fin en el abismo. Remontamos olas mil veces más gigantescas que las que he visto en mi vida, por las que nos deslizamos con la facilidad de una gaviota; y las aguas colosales alzan su cabeza por sobre nosotros como demonios de las profundidades, pero como demonios limitados a la simple amenaza y a quienes les está prohibido destruir. Todo me lleva a atribuir esta continua huida del desastre a la única causa natural que puede producir ese efecto. Debo suponer que el barco navega dentro de la influencia de una corriente poderosa, o de un impetuoso mar de fondo. He visto al capitán cara a cara, en su propia cabina, pero, tal como esperaba, no me prestó la menor atención. Aunque para un observador casual no haya en su apariencia nada que puede diferenciarlo, en más o en menos, de un hombre común, al asombro con que lo contemplé se mezcló un sentimiento de incontenible reverencia y de respeto. Tiene aproximadamente mi estatura, es decir cinco pies y ocho pulgadas. Su cuerpo es sólido y bien proporcionado, ni robusto ni particularmente notable en ningún sentido. Pero es la singularidad de la expresión que reina en su rostro... es la intensa, la maravillosa, la emocionada evidencia de una vejez tan absoluta, tan extrema, lo que excita en mi espíritu una sensación... un sentimiento inefable. Su frente, aunque poco arrugada, parece soportar el sello de una miríada de años. Sus cabellos grises son una historia del pasado, y sus ojos, aún más grises, son sibilas del futuro. El piso de la cabina estaba cubierto de extraños pliegos de papel unidos entre sí por broches de hierro y de arruinados instrumentos científicos y obsoletas cartas de navegación en desuso. Con la cabeza apoyada en las manos, el capitán contemplaba con mirada inquieta un papel que supuse sería una concesión y que, en todo caso, llevaba la firma de un monarca. Murmuraba para sí, igual que el primer tripulante a quien vi en la bodega, sílabas obstinadas de un idioma extranjero, y aunque se encontraba muy cerca de mí, su voz parecía llegar a mis oídos desde una milla de distancia. El barco y todo su contenido está impregnado por el espíritu de la Vejez. Los tripulantes se deslizan de aquí para allá como fantasmas de siglos ya enterrados; sus miradas reflejan inquietud y ansiedad, y cuando el extraño resplandor de las linternas de combate ilumina sus dedos, siento lo que no he sentido nunca, pese a haber comerciado la vida entera en antigüedades y absorbido las sombras de columnas caídas en Baalbek, en Tadmor y en Persépolis, hasta que mi propia alma se convirtió en una ruina.Al mirar a mi alrededor, me avergüenzan mis anteriores aprensiones. Si temblé ante la ráfaga que nos ha perseguido hasta ahora, ¿cómo no horrorizarme ante un asalto de viento y mar para definir los cuales las palabras tornado y simún resultan triviales e ineficaces? En la vecindad inmediata del navío reina la negrura de la noche eterna y un caos de agua sin espuma; pero aproximadamente a una legua a cada lado de nosotros alcanzan a verse, oscuramente y a intervalos, imponentes murallas de hielo que se alzan hacia el cielo desolado y que parecen las paredes del universo. Como imaginaba, el barco sin duda está en una corriente; si así se puede llamar con propiedad a una marea que aullando y chillando entre las blancas paredes de hielo se precipita hacia el sur con la velocidad con que cae una catarata. Presumo que es absolutamente imposible concebir el horror de mis


sensaciones; sin embargo la curiosidad por penetrar en los misterios de estas regiones horribles predomina sobre mi desesperación y me reconciliará con las más odiosa apariencia de la muerte. Es evidente que nos precipitamos hacia algún conocimiento apasionante, un secreto imposible de compartir, cuyo descubrimiento lleva en sí la destrucción. Tal vez esta corriente nos conduzca hacia el mismo polo sur. Debo confesar que una suposición en apariencia tan extravagante tiene todas las probabilidades a su favor.La tripulación recorre la cubierta con pasos inquietos y trémulos; pero en sus semblantes la ansiedad de la esperanza supera a la apatía de la desesperación. Mientras tanto, seguimos navegando con viento de popa y como llevamos todas las velas desplegadas, por momentos el barco se eleva por sobre el mar. ¡Oh, horror de horrores! De repente el hielo se abre a derecha e izquierda y giramos vertiginosamente en inmensos círculos concéntricos, rodeando una y otra vez los bordes de un gigantesco anfiteatro, el ápice de cuyas paredes se pierde en la oscuridad y la distancia. ¡Pero me queda poco tiempo para meditar en mi destino! Los círculos se estrechan con rapidez... nos precipitamos furiosamente en la vorágine... y entre el rugir, el aullar y el atronar del océano y de la tempestad el barco trepida... ¡OH, Dios!... ¡y se hunde...!

El barril de amontillado Edgar Allan Poe


Lo mejor que pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme. Ustedes, que conocen tan bien la naturaleza de mi carácter, no llegarán a suponer, no obstante, que pronunciara la menor palabra con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. Este era ya un punto establecido definitivamente. Pero la misma decisión con que lo había resuelto excluía toda idea de peligro por mi parte. No solamente tenía que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador. Igualmente queda sin reparación cuando ésta deja de dar a entender a quien le ha agraviado que es él quien se venga.Es preciso entender bien que ni de palabra, ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y él no podía advertir que mi sonrisa, entonces, tenía como origen en mí la de arrebatarle la vida.Aquel Fortunato tenía un punto débil, aunque, en otros aspectos, era un hombre digno de toda consideración, y aun de ser temido. Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. Pocos italianos tienen el verdadero talento de los catadores. En la mayoría, su entusiasmo se adapta con frecuencia a lo que el tiempo y la ocasión requieren, con objeto de dedicarse a engañar a los millionaires ingleses y austríacos. En pintura y piedras preciosas, Fortunato, como todos sus compatriotas, era un verdadero charlatán; pero en cuanto a vinos añejos, era sincero. Con respecto a esto, yo no difería extraordinariamente de él. También yo era muy experto en lo que se refiere a vinos italianos, y siempre que se me presentaba ocasión compraba gran cantidad de éstos.Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontré a mi amigo. Me acogió con excesiva cordialidad, porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso. Llevaba un traje muy ceñido, un vestido con listas de colores, y coronaba su cabeza con un sombrerillo cónico adornado con cascabeles. Me alegré tanto de verle, que creí no haber estrechado jamás su mano como en aquel momento.-Querido Fortunato -le dije en tono jovial-, éste es un encuentro afortunado. Pero ¡qué buen aspecto tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado, y tengo mis dudas.-¿Cómo? -dijo él-. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y en pleno Carnaval!-Por eso mismo le digo que tengo mis dudas -contesté-, e iba a cometer la tontería de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No había modo de encontrarle a usted, y temía perder la ocasión.¡Amontillado!-Tengo mis dudas.-¡Amontillado!-Y he de pagarlo.-¡Amontillado!-Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. Él es un buen entendido. Él me dirá...-Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez.-Y, no obstante, hay imbéciles que creen que su paladar puede competir con el de usted.-Vamos, vamos allá.-¿Adónde?-A sus bodegas.-No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Preveo que tiene usted algún compromiso. Luchesi...-No tengo ningún compromiso. Vamos.-No, amigo mío. Aunque usted no tenga compromiso alguno, veo que tiene usted mucho frío. Las bodegas son terriblemente húmedas; están materialmente cubiertas de salitre.-A pesar de todo, vamos. No importa el frío. ¡Amontillado! Le han engañado a usted, y Luchesi no sabe distinguir el jerez del amontillado.Diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo. Me puse un antifaz de seda negra y, ciñéndome bien al cuerpo mi roquelaire, me dejé conducir por él hasta mi palazzo. Los criados no estaban en la casa. Habían escapado para celebrar la festividad del Carnaval. Ya antes les había dicho que yo no volvería hasta la mañana siguiente, dándoles órdenes concretas para que no estorbaran por la casa. Estas órdenes eran suficientes, de sobra lo sabía yo, para asegurarme la inmediata desaparición de ellos en cuanto volviera las espaldas.Cogí dos antorchas de sus hacheros, entregué a Fortunato una de ellas y le guié, haciéndole encorvarse a través de distintos aposentos por el abovedado pasaje que conducía a la bodega. Bajé delante de él una larga y tortuosa escalera, recomendándole que adoptara precauciones al seguirme. Llegamos, por fin, a los últimos peldaños, y nos encontramos, uno frente a otro, sobre el suelo húmedo de las catacumbas de los Montresors.El andar de mi amigo era vacilante, y los cascabeles de su gorro cónico resonaban a cada una de sus zancadas.-¿Y el barril? -preguntó.-Está más allá -le contesté-. Pero observe usted esos


sus nubladas pupilas, que destilaban las lágrimas de la embriaguez.-¿Salitre? -me preguntó, por fin.-Salitre -le contesté-. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos?-¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem!...!A mi pobre amigo le fue imposible contestar hasta pasados unos minutos.-No es nada -dijo por último.-Venga -le dije enérgicamente-. Volvámonos. Su salud es preciosa, amigo mío. Es usted rico, respetado, admirado, querido. Es usted feliz, como yo lo he sido en otro tiempo. No debe usted malograrse. Por lo que mí respecta, es distinto. Volvámonos. Podría usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad. Además, cerca de aquí vive Luchesi...-Basta -me dijo-. Esta tos carece de importancia. No me matará. No me moriré de tos.-Verdad, verdad -le contesté-. Realmente, no era mi intención alarmarle sin motivo, pero debe tomar precauciones. Un trago de este medoc le defenderá de la humedad.Y diciendo esto, rompí el cuello de una botella que se hallaba en una larga fila de otras análogas, tumbadas en el húmedo suelo.-Beba -le dije, ofreciéndole el vino.Llevóse la botella a los labios, mirándome de soslayo. Hizo una pausa y me saludó con familiaridad. Los cascabeles sonaron.-Bebo -dijoa la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro.-Y yo, El gato negro* por la larga vida de usted.De nuevo me cogió de mi brazo y continuamos nuestro Edgar Allan Poe camino.-Esas cuevas -me dijo- son muy vastas.-Los Montresors -le contesté- era una grande y numerosa familia.-He olvidado cuáles eran sus armas.-Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón.-¡Muy bien! -dijo.Brillaba el vino en sus ojos y retiñían los cascabeles. También se caldeó mi fantasía a causa del medoc. Por entre las murallas formadas por montones de esqueletos, mezclados con barriles y toneles, llegamos a los más profundos recintos de las catacumbas. Me detuve de nuevo, esta vez me atreví a coger a Fortunato de un brazo, más arriba del codo.-El salitre -le dije-. Vea usted cómo va aumentando. Como si fuera musgo, cuelga de las bóvedas. Ahora estamos bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted. Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos...-No es nada -dijo-. Continuemos. Pero primero echemos otro traguito de medoc. Rompí un frasco de vino de De Grave y se lo ofrecí. Lo vació de un trago. Sus ojos llamearon con ardiente fuego. Se echó a reír y tiró la botella al aire con un ademán que no pude comprender.Le miré sorprendido. El repitió el movimiento, un movimiento grotesco.-¿No comprende usted? -preguntó.-No -le contesté.-Entonces, ¿no es usted de la hermandad?-¿Cómo?-¿No pertenece usted a la masonería?-Sí, sí -dije-; sí, sí.-¿Usted? ¡Imposible! ¿Un masón?-Un masón -repliqué.-A ver, un signo -dijo.-Éste -le contesté, sacando de debajo de mi roquelaire una paleta de albañil.-Usted bromea -dijo, retrocediéndo unos pasos-. Pero, en fin, vamos por el amontillado.-Bien -dije, guardando la herramienta bajo la capa y ofreciéndole de nuevo mi brazo.Apoyóse pesadamente en él y seguimos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos por debajo de una serie de bajísimas bóvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos después y llegamos a una profunda cripta, donde la impureza del aire hacía enrojecer más que brillar nuestras antorchas. En lo más apartado de la cripta descubríase otra menos espaciosa. En sus paredes habían sido alineados restos humanos de los que se amontonaban en la cueva de encima de nosotros, tal como en las grandes catacumbas de París.Tres lados de aquella cripta interior estaban también adornados del mismo modo. Del cuarto habían sido retirados los huesos y yacían esparcidos por el suelo, formando en un rincón un montón de cierta altura. Dentro de la pared, que había quedado así descubierta por el desprendimiento de los huesos, veíase todavía otro recinto interior, de unos cuatro pies de profundidad y tres de anchura, y con una altura de seis o siete. No parecía haber sido construido para un uso determinado, sino que formaba sencillamente un hueco entre dos de los enormes pilares que servían de apoyo a la bóveda de las catacumbas, y se apoyaba en una de las paredes de granito macizo que las circundaban.En vano, Fortunato, levantando su antorcha casi consumida, trataba de penetrar la profundidad de aquel recinto. La débil luz nos impedía distinguir el fondo.-Adelántese -le dije-. Ahí está el amontillado. Si aquí estuviera Luchesi...-Es un ignorante -interrumpió mi amigo, avanzando con inseguro paso y seguido inmediatamente por mí.En un momento llegó al fondo del nicho, y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atónito y perplejo. Un momento después había yo conseguido encadenarlo al granito. Había en su superficie dos argollas de hierro, separadas horizontalmente una de otra por unos dos pies. Rodear su cintura con los eslabones, para sujetarlo, fue cuestión de pocos segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme resistencia. Saqué la llave y retrocedí, saliendo del recinto.-Pase usted la mano por la pared -le dije-, y no podrá menos que sentir el salitre. Está, en efecto, muy húmeda. Permítame que le ruegue que regrese. ¿No? Entonces, no


están en mi mano.-¡El amontillado! -exclamó mi amigo, que no había salido aún de su asombro.-Cierto -repliqué-, el amontillado.Y diciendo estas palabras, me atareé en aquel montón de huesos a que antes he aludido. Apartándolos a un lado no tardé en dejar al descubierto cierta cantidad de piedra de construcción y mortero. Con estos materiales y la ayuda de mi paleta, empecé activamente a tapar la entrada del nicho. Apenas había colocado al primer trozo de mi obra de albañilería, cuando me di cuenta de que la embriaguez había disipado parte. El primer indicio queque tuveme de No esperodeniFortunato pido que sealguien crea en en el gran extraño aunque simple relato ello fue un agemido que salió la profundidad era ya el de dispongo escribir.apagado Loco estaría si lode esperara, cuando del misrecinto. sentidosNo rechazan su grito propia un hombre embriagado. Se produjo luego un largo y obstinado silencio. Encima de evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy ala primera coloqué segunda, la tercera y la cuarta. Y oíconsiste entonces furiosas morir yhilada quisiera aliviar lahoy mi alma. Mi propósito inmediato en las poner de sacudidas de la cadena. El ruido se prolongó unos minutos, durante los cuales, para manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. deleitarme con él, interrumpí mi tareame y me en cuclillas los huesos. Cuando Las consecuencias de esos episodios hansenté aterrorizado, mesobre han torturado y, por fin, seme apaciguó, por fin, aquel rechinamiento, cogí de nuevo la paleta y acabé sin interrupción han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para las quinta, sexta y séptima hiladas. La pared se hallabaMás entonces a la altura mi pecho. otros resultarán menos espantosos que barrocos. adelante, tal vez,deaparecerá De nuevo me detuve, y, levantando la antorcha por encima de la obra que alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia había más ejecutado, dirigílógica la luz ysobre la figura queexcitable se hallabaque en ellainterior.Una de fuertes serena, más mucho menos mía, capaz serie de ver en lasy agudos gritos salió repente de la describiré, garganta del encadenado, como ysi efectos quisiera circunstancias que de temerosamente unahombre vulgar sucesión de causas rechazarme con violencia hacia atrás.Durante un momento vacilé y me estremecí. Saqué naturales. Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La mi espada y empecé a tirar estocadas por el interior del nicho. Pero un momento de ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de reflexión bastó para tranquilizarme. Puse la mano sobre la maciza pared de piedra burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres mey respiré satisfecho. Volví a acercarme a la pared, contesté entonces a lostiempo, gritos de quien permitían tener una gran variedad. Pasaba a su ylado la mayor parte del y jamás clamaba. Los repetí, los acompañé y los vencí en extensión y fuerza. Así lo hice, y el me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de que mi gritaba acabó porconmigo callarse.Ya era medianoche, su término carácter creció y, cuando llegué a lay llegaba virilidad,a se convirtiómi entrabajo. una de Había mis dado fin a las octava, y décima que hiladas. Había casi la totalidad de la principales fuentes de novena placer. Aquellos alguna vez terminado han experimentado cariño hacia oncena, y quedaba tan no sólonecesitan una piedra revocar. Tenía laque luchar con un perro fiel y sagaz queque mecolocar molestey en explicarles naturaleza o lasu peso. Sólo parcialmente se colocaba en la posición necesaria. Pero entonces salió del intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de nicho una risa que me puso los pelosdedeaquel punta. Secon emitía con unaha voz tan triste, un animal queahogada, llega directamente al corazón que frecuencia probado la que con dificultad la identifiqué con la del noble Fortunato. La voz decía:-¡Ja, ja, ja! ¡Je, falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre. Me casé joven y tuve la alegría de que mije, je! ¡Buenacompartiera broma, amigo, buena broma! ¡LoAlqueobservar nos reiremos luego en ¡je, je, esposa mis preferencias. mi gusto porel palazzo, los animales je!, a propósito de nuestro vino! ¡Je, je, je!-El amontillado -dije.-¡Je, je, je! Sí, el domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. amontillado. Pero, ¿no se de noscolores, hace tarde? ¿No estarán esperándonos en el palazzo Lady Teníamos pájaros, peces un hermoso perro, conejos, un monito y un gato. Fortunato y los demás? Vámonos.-Sí -dije-; vámonos ya.-¡Por el amor de Dios, Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de Montresor!-Sí por elAlamor de Dios.En vano me esforcé en que obtener una sagacidad -dije-; asombrosa. referirse a su inteligencia, mi mujer, en el respuesta fondo eraa aquellas palabras. Me impacienté y llamé en alta voz:-¡Fortunato! no hubo respuesta, no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todosy volví a llamar.-¡Fortunato! tampoco me contestaron. una que antorcha por el los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No Introduje quiero decir lo creyera orificio que quedaba y la dejé caer en el interior. Me contestó sólo un cascabeleo. Sentía seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla. Plutón -tal era el una presión el se corazón, sin duda causada por lay humedad de las Me nombre del en gatohabía convertido en mi favorito mi camarada. Sólocatacumbas. yo le daba de apresuré mi trabajo. Conpartes muchos esfuerzos coloqué mucho en su sitio la última comer ya élterminar me seguía por todas en casa. Me costaba impedir que piedra y la cubrí con argamasa. Volví a levantar la antigua muralla de huesos contra anduviera tras de mí en la calle. Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de losla nueva Durantealmedio siglo, nadie ha tocado. In pace cualespared. (enrojezco confesarlo) mi los temperamento y mirequiescat! carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor. Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad. Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen


Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido. El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible. La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza. No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el* cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había Metzengerstein quedado a salvo Edgar Allan Poede la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal. Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver. Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar. Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano.


salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho. Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni nada él. Continué acariciando al gato y, cuando me disponía volver a casa, El sabía horror y ladefatalidad han estado al acecho en todas las edades. ¿Para aqué, entonces, el animaluna pareció a acompañarme. Le permití que loque hiciera, atribuir fecha dispuesto a la historia que he de contar? Baste decir en la deteniéndome época de que una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró hablo existía en el interior de Hungría una firme aunque oculta creencia en las doctrinasa ella la de metempsicosis. inmediato y se convirtió en el de mismas, mi mujer.dePorsumifalsedad parte, pronto de Nada diré degran las favorito doctrinas o su sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo probabilidad. Afirmo, sin embargo, que mucha de nuestra incredulidad (como lo dice La que habíadeanticipado, pero -sin que pueda cómo niêtre porseuls". qué- suPero, marcado cariño Bruyère nuestra infelicidad) "vient de decir ne pouvoir en algunos por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y puntos, la superstición húngara se aproximaba mucho a lo absurdo. Diferían en fatiga esto creció hasta alcanzar amargura del odio. Evitaba encontrarme con El el animal; un resto por completo de suslaautoridades orientales. He aquí un ejemplo: alma -afirmaban de vergüenza el recuerdo de mi crueldad de antaño me"ne vedaban maltratarlo. Durante (según lo hacey notar un agudo e inteligente parisiense)demeure qu' une seule fois algunas me abstuve de pegarle o deunhacerlo víctima de même, cualquier violencia; dans un semanas corps sensible: au reste, un cheval, chien, un homme n'est que la pero gradualmente -muy gradualmentellegué mirarlo de conBerlifitzing inexpresable odio y a huir ressemblance peu tangible de ces animaux". Lasa familias y Metzengerstein en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste. Lo que, hallábanse enemistadas desde hacía siglos. Jamás hubo dos casas tan ilustres separadas sin contribuyó aumentar mi odio fue descubrir, a laresidir mañanaensiguiente de haberlo porduda, su hostilidad tan aletal. El origen de aquel odio parecía las palabras de una traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue antigua profecía: "Un augusto nombre sufrirá una terrible caída cuando, como el jinete precisamente quemortalidad lo hizo másdegrato a mi mujer, quien, poseía en alto en su caballo,la la Metzengerstein triunfecomo sobreya ladije, inmortalidad de grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo y la Berlifitzing". Las palabras en sí significaban poco o nada. Pero causas aún distintivo más triviales fuente de mis más simples y más puros. El cariño del gato por mí parecía han tenido -y noplaceres hace muchoconsecuencias memorables. Además, los dominios de las aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia casas rivales eran contiguos y ejercían desde hacía mucho una influencia rival en que los me costaría entender al lector. Dondequiera que veces me sentara ovillarse negocios del hacer Gobierno. Los vecinos inmediatos son pocas amigos,venía y los ahabitantes bajo mi silladeoBerlifitzing saltaba a podían mis rodillas, prodigándome odiosas caricias. Si echabalasa del castillo contemplar, desde sussus encumbrados contrafuertes, caminar, del se metía mis pies, amenazando con feudal hacerme caer, o bien clavaba sus ventanas palacioentre de Metzengerstein. La más que magnificencia de este último largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos se prestaba muy poco a mitigar los irritables sentimientos de los Berlifitzing, menos momentos, aunqueacaudalados. ansiaba aniquilarlo de un solo entonces golpe, medesentía paralizado por el antiguos y menos ¿Cómo maravillarse que las tontas palabras recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismode una profecía lograran hacer estallar y mantener vivo el antagonismo entre por dos un espantoso temor al animal. Aquel temor no eralasprecisamente miedo de un mal físico familias ya predispuestas a querellarse por todas razones de un orgullo hereditario? y, embargo, me sería imposible definirlo de otracosamanera. Me siento Lasin profecía parecía entrañar -si entrañaba alguna el triunfo finalcasi deavergonzado la casa más de reconocer, sí, aún esta celda de criminales me lasiento casi avergonzado de poderosa, y los más en débiles y menos influyentes recordaban con amargo reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por resentimiento. Wilhelm, conde de Berlifitzing, aunque de augusta ascendencia, era, en el una de las insensatas quimeras que sería dado concebir. Más deseuna vez notar mi mujer tiempo de más nuestra narración, un anciano inválido y chocho que sólo hacía por me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he una excesiva cuanto inveterada antipatía personal hacia la familia de su rival, y por un hablado, y que constituía única diferencia animal yniel sus que achaques yo había amor apasionado hacia lala equitación y la entre caza, ela extraño cuyos peligros matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al corporales ni su incapacidad mental le impedían dedicarse diariamente. Frederick, barón principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi de Metzengerstein, no había llegado, en cambio, a la mayoría de edad. Su padre, el razón luchó largo joven, tiempoy por rechazarla fantástica, la mancha ministro G..., durante había muerto su madre, lady como Mary, lo siguió muy pronto. fue En asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me aquellos días, Frederick tenía dieciocho años. No es ésta mucha edad en las ciudades; estremezco nombrar,y yenpor odiaba, y hubiera librarme del pero en unaal soledad, unaello soledad tantemía magnífica como querido la de aquel antiguo monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa principado, el péndulo vibra con un sentido más profundo. Debido a las peculiares atroz, siniestra..., imagen del ¡Oh lúgubre terrible del horror del circunstancias que¡larodeaban la patíbulo! administración de su ypadre, el máquina joven barón heredóy sus crimen, de la agonía y de la muerte! Me sentí entonces más miserable que todas las vastas posesiones inmediatamente después de muerto aquél. Pocas veces se había visto ¡Pensardeque una bestia, semejante yo destruido amiserias un noblehumanas. húngaro dueño semejantes bienes.cuyo Sus castillos eranhabía incontables. El más desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en sus un esplendoroso, el más amplio era el palacio Metzengerstein. La línea limítrofe de hombre creado a imagen y semejanza Dios! ¡Ay,pero ni desudía ni de principal noche pude ya gozar dominios no había sido trazada nunca de claramente, parque comprendía de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante de un circuito de 50 millas. En un hombre tan joven, cuyo carácter era ya desolo; sobra noche, despertaba hora a hora permitía de los más horrorosos sueños, para sentirvenidera. el ardiente conocido, semejante herencia prever fácilmente su conducta En aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me efecto, durante los tres primeros días, el comportamiento del heredero sobrepasó era posible desprendermeapoyado eternamentedesobre mi corazón. Bajo admiradores. el agobio de todo lo imaginable y excedió las esperanzas sus más entusiastas tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los Vergonzosas orgías, flagrantes traiciones, atrocidades inauditas, hicieron comprender malos pensamientos disfrutaban vasallos ya de mi los más tenebrosos, másy rápidamente a sus temblorosos queintimidad; ninguna sumisión servil de su los parte perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse ningún resto de conciencia por parte del amo proporcionarían en adelante garantía en aborrecimiento de todo lo que me y de la Calígula. entera humanidad; mi pobre alguna contra las garras despiadadas derodeaba aquel pequeño Durante lay noche del mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los cuarto día estalló un incendio en las caballerizas del castillo de Berlifitzing, y la opinión repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera me abandonaba. unánime agregó la acusación de incendiario a la yaa que horrorosa lista de losCierto delitosdía,y para cumplir del una barón. tarea doméstica, me acompañó al ocasionado sótano de la casa donde enormidades Empero, durante el tumulto porvieja lo sucedido, el nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la joven aristócrata hallábase aparentemente sumergido en la meditación en unempinada vasto y escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura.


colgaduras que cubrían lúgubremente las paredes representaban imágenes sombrías y habían detenido descargué un golpe quesacerdotes hubiera matado instantáneamente majestuosas de mi milmano, ilustres antepasados. Aquí, de manto de armiño aly animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. dignatarios pontificios, familiarmente sentados junto al autócrata y al soberano, oponían Entonces, llevado pordesuunintervención a una rabia máscon que me zafé de su su veto a los deseos rey temporal, o contenían el demoníaca, fiat de la supremacía papal abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies. el cetro rebelde del archienemigo. Allí, las atezadas y gigantescas figuras de los príncipes Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda fría a la de Metzengerstein, montados en robustos corceles de guerra, quesangre pisoteaban al tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como enemigo caído, hacían sobresaltar al más sereno contemplador con su expresión de noche, ysin correr riesgo que voluptuosas, algún vecino como me observara. Diversos vigorosa; otra vez el aquí, las de figuras de cisnes, de las proyectos damas de cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los antaño, flotaban en el laberinto de una danza irreal, al compás de una imaginaria pedazos. Pero Luegomientras se me ocurrió una tumba en escuchar el piso delel sótano. Pensé también si melodía. el baróncavar escuchaba o fingía creciente tumulto en las no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se caballerizas de Berlifitzing -y quizá meditaba algún nuevo acto, aún más audaz-, sus ojos tratara de una mercadería hacia común, y llamarde a un de cordel que lo retirara de se volvían distraídamente la imagen unmozo enorme caballo,para pintado con un color casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el que no era natural, y que aparecía en las tapicerías como perteneciente a un sarraceno, cadáver en de el sótano, tal de como diceEnque monjes la Edad el Media emparedaban antecesor la familia su se rival. el los fondo de ladeescena, caballo permanecíaa sus víctimas. El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran material inmóvil y estatuario, mientras aún más lejos su derribado jinete perecía bajo de el puñal de poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad un Metzengerstein. En los labios de Frederick se dibujó una diabólica sonrisa, al darse de la atmósfera había Además, en inconscientemente. una de las paredes No se veía la cuenta de lo quenosus ojosdejado habíanendurecer. estado contemplando pudo, saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera sin embargo, apartarlos de allí. Antes bien, una ansiedad inexplicable pareció caer como semejante al restosobre del sótano. Sin lugar Le a dudas, sería difícil muy fácil sacar los en esae un velo fúnebre sus sentidos. resultaba conciliar sus ladrillos soñolientas parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna incoherentes sensaciones con la certidumbre de estar despierto. Cuanto más miraba, mirada pudiese se descubrir algoencantamiento sospechoso. yNo equivocaba en que misalguna cálculos. más absorbente hacía aquel másme imposible parecía vez Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar pudiera alejar sus ojos de la fascinación de aquella tapicería. Pero como afuera el cuidadosamente cuerpo contra la logró, pared por interna, lo mantuvepenosamente en esa posición tumulto era cadaelvez más violento, fin, concentrar su mientras atención aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme en los rojizos resplandores que las incendiadas caballerizas proyectaban sobre las argamasa,del arena y cerda, enlucido no semucho distinguía ventanas aposento. Conpreparé todo, suun nueva actitudque no duró y sus del ojosanterior volvierony revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro a posarse mecánicamente en el muro. Para su indescriptible horror y asombro, de la que todo bien. La pared no mostraba la menor señal de haber tocada. Había cabeza delestaba gigantesco corcel parecía haber cambiado, entretanto, de sido posición. El cuello barrido hasta el menor fragmento material suelto. Miréinclinarse en torno,sobre triunfante, y me del animal, antes arqueado como si de la compasión lo hiciera el postrado dije: "Aquí, poramo, lo menos, he trabajado en vano". Mi paso consistió en cuerpo de su tendíasenoahora en dirección al barón. Los siguiente ojos, antes invisibles, buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. mostraban una expresión enérgica y humana, brillando con un extraño resplandor Si en como aquel de momento hubiera surgido ante mí, suaparentemente destino habría quedado rojizo fuego; y ellosgato abiertos belfos de aquel caballo, enfurecido, sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi dejaban a la vista sus sepulcrales y repugnantes dientes. Estupefacto de terror, elprimer joven acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no En cambiara mi humor. Imposible aristócrata se encaminó, tambaleante, hacia la puerta. el momento de abrirla, un describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada destello de luz roja, inundando el aposento, proyectó claramente su sombra contra la criatura trajotapicería, a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por desde temblorosa y Frederick se estremeció al percibir queprimera aquellavezsombra su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el (mientras él permanecía titubeando en el umbral) asumía la exacta posición y llenaba peso del crimen sobre mi alma. Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador completamente el contorno del triunfante matador del sarraceno Berlifitzing. Para no volvía. Una vez más como un hombre ¡Aterrado, el monstruo había calmar la depresión de surespiré espíritu, el barón corrió allibre. aire libre. En la puerta principal del huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema palacio encontró a tres escuderos. Con gran dificultad, y a riesgo de sus vidas, los felicidad, la culpa de de calmar mi negra me preocupaba muy poco. Se caballo practicaron algunas hombres ytrataban losacción convulsivos saltos de un gigantesco de color de averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición * fuego. -¿De quién es este caballo? ¿Dónde lo encontraron? -demandó el joven, con voz Ligeia en lasombría casa; pero, naturalmente, no se cuenta descubrió nada.el Mi tranquilidad futura parecía tan como colérica, al darse de que misterioso corcel de me la tapicería asegurada. Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó era la réplica exacta del furioso Edgar animal Allan que estaba Poe contemplando.-Es suyo, señor inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa Convencido de que Lo mi -repuso uno de los escuderos-, o, por lo menos, no inspección. sabemos que nadie lo reclame. escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron atrapamos cuando huía, echando humo y espumante de rabia, de las caballerizas que los acompañara en sudeexamen. No dejaron hueco nique rincón revisar. Al final, por incendiadas del conde Berlifitzing. Suponiendo era sin uno de los caballos tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. extranjeros del conde, fuimos a devolverlo a sus hombres. Pero éstos negaron haber Mi corazón latía tranquilamente, comopues el debien aquel queque duerme la inocencia. visto nunca al animal, lo cual es raro, se ve escapóenpor muy poco Me de paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba perecer en las llamas. -Las letras W.V.B. están claramente marcadas en su frente tranquilamenteotro de aquí para allá. Los policías estaban completamente se -interrumpió escudero-. Como es natural, pensamos que eran satisfechos las inicialesy de disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Wilhelm Von Berlifitzing, pero en el castillo insisten en negar que el caballo les Ardía en deseos de decirles, por lo menos, prueba de triunfo pertenezca. -¡Extraño, muy extraño! -dijo el una jovenpalabra baróncomo con aire pensativo, y siny confirmar doblemente mi inocencia. -Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la cuidarse, al parecer, del sentido de sus palabras-. En efecto, es un caballo notable, un escalera-,prodigioso... me alegro mucho de haber sus sospechas. felicidadcomo y un caballo aunque, comodisipado observan justamente,Lestandeseo peligroso poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien intratable... Pues bien, déjenmelo -agregó, luego de una pausa-. Quizá un jinete como construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no Frederick de Metzengerstein sepa domar hasta el diablo de las caballerizas me de daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas Berlifitzing. -Se engaña, señor; este caballo, como creo haberle dicho, no proviene de paredes... ¿ya del se conde. marchan ustedes, caballeros?... una gran solidez. bien Y entonces, las caballadas Si tal hubiera sido el caso,tienen conocemos demasiado nuestro arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en el la deber para traerlo a presencia de alguien de su familia.-¡Cierto! -observó secamente mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de barón. En ese mismo instante, uno de los pajes de su antecámara vino corriendo desde mi palacio, corazón.con ¡Que Dios me proteja y meHabló libre aldeoído las garras del archidemonio! Apenas el el rostro empurpurado. de su amo para informarle de la


Un quejido, sordo ydetalles entrecortado al comienzo, semejante Como al sollozar de un que agregó numerosos tan precisos como completos. hablaba en niño, voz muy luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, baja, la excitada curiosidad de los escuderos quedó insatisfecha. Mientras duró el relato anormal, inhumano, un pareció aullido, un clamor deencontradas lamentación,emociones. mitad de horror, mitad del paje, como el joven Frederick agitado por Pronto, sin de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los embargo, recobró la compostura, y mientras se difundía en su rostro una expresión de condenados en su agonía y de los demonios condenación. Hablar fuera de lo resuelta malignidad, dio perentorias órdenesexultantes para que en el laaposento en cuestión que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la inmediatamente cerrado y se le entregara al punto la llave. -¿Ha oído la noticia de la pared opuesta. Por del un instante el grupo de hombres la escalera quedó paralizado lamentable muerte viejo cazador Berlifitzing? -dijoenuno de sus vasallos al barón, por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó del de quien después de la partida del paje seguía mirando los botes y las arremetidas unaallípieza. El cadáver, yavoluntad muy de corrompido y manchado coagulada, apareció Y dentro está que no como muere. ¿Quién conoce los su misterios de de la enorme caballo que laacababa adoptar suyo, y de quesangre redoblaba furia mientras pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el voluntad y su fuerza? Pues Dios no es sino una gran voluntad que penetra las cosas lo llevaban por la larga avenida que unía el palacio con las caballerizas de los único por ojo obra comode desufuego, estaba la se horrible bestia astucia me había había todas intensidad. hombre no doblega a loscuya ángeles, ni por Metzengerstein. -¡No! -exclamó elElagazapada barón, volviéndose bruscamente hacia el cede que inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había entero a la muerte, como no sea por la flaqueza de su débil voluntad. hablado-. ¿Muerto, dices? -Por cierto que sí, señor, y pienso que para el noble que emparedado al monstruo en launa tumba! -Joseph ostenta Glanvill su nombre no será noticia desagradable.Una rápida sonrisa pasó por el rostro del barón. -¿Cómo murió? -Entre las llamas, esforzándose por salvar una parte de sus caballos de caza favoritos. -¡Re...al...mente! -exclamó el barón, pronunciando cada sílaba como si una apasionante idea se apoderara en ese momento de él. Juro por mi -repitió alma queel no puedo-¡Terrible! recordar -dijo cómo, cuándo ni siquiera conocíena ¡Realmente! vasallo. serenamente el joven,dónde y se volvió Ligeia. Largos años han transcurrido desde entonces y el sufrimiento ha debilitado mi silencio al palacio. Desde aquel día, una notable alteración se manifestó en la conducta memoria. no puedo rememorar ahora cosas porque, decir verdad, el exterior O delquizá disoluto barón Frederick de aquellas Metzengerstein. Su acomportamiento carácter de mi amada, su raro saber, su belleza singular y, sin embargo, plácida, la decepcionó todas las expectativas, y se mostró en completo desacuerdo con y las penetrante y cautivadora elocuencia voz profundaaly mismo musical,tiempo, se abrieron caminoy esperanzas de muchas damas, madresdee su hijas casaderas; sus hábitos en mi corazón con pasos tan constantes, tan cautelosos, que me pasaron inadvertidos manera de ser siguieron diferenciándose más que nunca de los de la aristocraciae ignorados. obstante, creofuera haberla conocido las más dey en las aquellas veces, en una circundante.No Jamás se le veía de los límites ydevisto, sus dominios, vastas vasta, ruinosa ciudad cerca del Rin. Seguramente le oí hablar de su familia. No cabe extensiones parecía andar sin un solo amigo -a menos que aquel extraño, impetuoso duda sucolor, estirpe remota.continuamente, ¡Ligeia, Ligeia!tuviera Sumidoalgún en estudios que, por sua corcelde de que ígneo queera montaba misterioso derecho índole, pueden como ninguno amortiguar las impresiones del mundo exterior, sólo ser considerado como su amigo. Durante largo tiempo, empero, llegaron a palaciopor las esta dulce palabra, Ligeia, acude a los ojos de mi fantasía la imagen de aquella que ya no invitaciones de los nobles vinculados con su casa. "¿Honrará el barón nuestras fiestas existe. ahora, mientras escribo, me asalta un rayo elelrecuerdo de altaneras que nuncay con su Ypresencia?" "¿Vendrá el barón a cazarcomo con nosotros jabalí?" Las supe el apellido de quien fuera mi "Metzengerstein amiga y prometida, de estudios y, lacónicas respuestas eran siempre: no luego irá a lacompañera caza", o "Metzengerstein por último, la esposa de mi corazón. ¿Fue por una amable orden de parte de mipor Ligeia o no concurrirá". Aquellos repetidos insultos no podían ser tolerados una para poner aigualmente prueba laaltiva. fuerzaLas deinvitaciones mi afecto, que me estaba vedado indagar sobre ese aristocracia se hicieron menos cordiales y frecuentes, punto? ¿O fue más bien un capricho mío, una loca y romántica ofrenda en el altar de la hasta que cesaron por completo. Incluso se oyó a la viuda del infortunado conde devoción apasionada? Sólo recuerdo el hecho. de extrañarse que Berlifitzingmás expresar la esperanza de queconfusamente "el barón tuviera que ¿Es quedarse en su casa haya olvidado por completo las circunstancias que lo originaron y lo acompañaron? Y cuando no deseara estar en ella, ya que desdeñaba la sociedad de sus pares, y que en verdad,cuando si alguna vez ese cabalgar, espíritu al que llaman Romance, si algunadevez pálida cabalgara no quisiera puesto que prefería la compañía un la caballo". Ashtophet del Egipto idólatra, con sus alas tenebrosas, han presidido, como dicen, los Aquellas palabras eran sólo el estallido de un rencor hereditario, y servían apenas para matrimonios fatídicos, seguramente presidieron mío. cuando queremos que sean probar el poco sentido que tienen nuestrasel frases especialmente enérgicas. Los más caritativos, sin embargo, atribuían aquel cambio en la Hay un punto muy caro sin tristeza embargo, falla. Es la persona de conducta del joven nobleena el la cual, natural demi unmemoria hijo por no la prematura pérdida de Ligeia. Era denialta un echaban poco delgada y, ensu susodiosa últimosy tiempos, descarnada. sus padres; queestatura, decir que al olvido desatada casi conducta en el Sería vano intentar la descripción de su majestad, la tranquila soltura de su porte o la breve periodo inmediato a aquellas muertes. No faltaban quienes presumían en el barón inconcebible y elasticidad de su de paso. salía como unalos sombra. un concepto ligereza excesivamente altanero la Entraba dignidad.y Otros -entre cualesNunca cabe advertía yo su aparición en mi cerrado gabinete de trabajo de no ser por la amaday mencionar al médico de la familia- no vacilaban en hablar de una melancolía morbosa música de su voz dulce,mientras profunda,la cuando su mano marmórea sobredeminaturaleza hombro. mala salud hereditaria; multitudposaba hacía correr oscuros rumores Ninguna mujer igualó la belleza de su rostro. Era el esplendor de un sueño de opio, aún más equívoca. Por cierto que el obstinado afecto del joven hacia aquel caballouna de visión aérea y arrebatadora, más extrañamente divina que las fantasías que revoloteaban reciente adquisición -afecto que parecía acendrarse a cada nueva prueba que daba el en las almas de las hijas tendenciasde Delos. Sin embargo, facciones no tenían esa animal de susadormecidas feroces y demoníacas terminó porsus parecer tan odioso como regularidad quedefalsamente nos handeenseñado a adorar las obrasdel clásicas del anormal a ojos todos los hombres buen sentido. Bajo elenresplandor mediodía, paganismo. "No hay belleza exquisita -dice Bacon, Verulam, refiriéndose con justeza en la oscuridad nocturna, enfermo o sano, con buen tiempo o en plena tempestad, ela todas las formas y géneros declavado la hermosurasin algodel de colosal extrañocaballo, en las proporciones." joven Metzengerstein parecía en la montura cuya intratable No obstante, aunque yo veía que las facciones de Ligeia no eran de una regularidad fiereza se acordaba tan bien con su propia manera de ser. Agregábanse además ciertas clásica, aunque sentía que su hermosura era, en verdad, "exquisita" y percibía mucho circunstancias que, unidas a los últimos sucesos, conferían un carácter extraterrenodey "extraño" en vano la irregularidad rastrearHabíanse el origenmedido de mi portentosoena ella, la manía delintenté jinete descubrir y a las posibilidades del ycaballo. percepción de lola"extraño". Examiné deque su frente alta,depálida: eraasombrosa impecable cuidadosamente longitud de algunoeldecontorno sus saltos, excedían manera -¡qué fría en verdad esta palabra aplicada a una majestad tan divina!por la piel, quea las más descabelladas conjeturas. El barón no había dado ningún nombre a su caballo, rivalizaba con todos el marfil más puro, la imponente amplitud y la calma, la noble pesar de que los otros de supor propiedad los tenían. Su caballeriza, además, fue prominencia de las regiones superciliares; y luego los cabellos, como ala de cuervo, instalada lejos de las otras, y sólo su amo osaba penetrar allí y acercarse al animal para lustrosos, exuberantes y naturalmente rizados, que demostraban toda fuerza del darle de comer y ocuparse de su cuidado. Era asimismo de observar que,la aunque los epíteto homérico: "cabellera de jacinto". Miraba el delicado diseño de la nariz y sólo tres escuderos que se habían apoderado del caballo cuando escapaba del incendio enen la los medallones de los contenido hebreos he unadeperfección la casagraciosos de los Berlifitzing, lo habían porvisto medio una cadenasemejante. y un lazo, Tenía ninguno misma superficie y suave, la misma tendencia casi imperceptible ser aguileña, las podía afirmar conplena certeza que en el curso de la peligrosa lucha, o ena algún momento


dulce boca. extraordinaria Allí estaba en en verdad el triunfo de caballo todas las cosas celestiales: la magnífica inteligencia la conducta de un lleno de bríos no tienen por qué sinuosidad del breve labio superior, la suave, voluptuosa calma del inferior, los hoyuelos provocar una atención fuera de lo común, ciertas circunstancias se imponían por la juguetones y el color expresivo; los dientes, que reflejaban con un brillo casi fuerza aun a los más escépticos y flemáticos; se afirmó incluso que en ciertas ocasiones sorprendente los rayos de la luz bendita que caían sobre ellos en la más serena la boquiabierta multitud que contemplaba a aquel animal había retrocedido horrorizaday plácida y, sin embargo, radiante, triunfal de todas las sonrisas. Analizaba la forma del ante el profundo e impresionante significado de la terrible apariencia del corcel; ciertas mentón y también aquí encontraba la noble amplitud, la suavidad y la majestad, la ocasiones en que aun el joven Metzengerstein palidecía y se echaba atrás, evitando la plenitud y la espiritualidad de de los aquellos griegos, elojos contorno que el dios Apolo reveló tanensólo viva, la interrogante mirada que parecían humanos. Empero, el en sueños a Cleomenes, el hijo del ateniense. Y entonces me asomaba a los séquito del barón nadie ponía en duda el ardoroso y extraordinario efecto grandes que las ojos de Ligeia. Para los de ojos tenemos modelosenenellajoven remota antigüedad. Quizá fuera, fogosas características su no caballo provocaban aristócrata; nadie, a menos también, que en los de mi amada yacía el secreto al cual alude Verulam. Eran, creo, que mencionemos a un insignificante pajecillo contrahecho, que interponía su fealdadmás en grandes que los ojos comunes de nuestra raza, más que los de las gacelas de la tribu del todas partes y cuyas opiniones carecían por completo de importancia. Este paje (si vale valle de mencionarlo) Nourjahad. Pero sólo instantes -en losque momentos intensa excitaciónla pena tenía el por descaro de afirmar su amo de jamás se instalaba en se la hacía más notable esta peculiaridad de Ligeia. Y en tales ocasiones su belleza -quizá la montura sin un estremecimiento tan imperceptible como inexplicable, y que al volver veía así mi imaginación fervienteera la de los seres que están por encima o fuera de la de sus largas y habituales cabalgatas, cada rasgo de su rostro aparecía deformado por tierra, la bellezade detriunfante la fabulosamalignidad. hurí de los Una turcos. Los tempestuosa, ojos eran del negro más brillante, una expresión noche al despertar de un velados por oscuras y largas pestañas. Las cejas, de diseño levemente irregular, eran pesado sueño, Metzengerstein bajó como un maniaco de su aposento y, montandodela mismo Sin embargo, loprisa, "extraño" que encontraba en sus ojos caballo color. con extraordinaria se lanzó a las profundidades deera la independiente floresta. Una de su forma, del color, del brillo, y debía atribuirse, al cabo, a la expresión. palabra conducta tan habitual en él no llamó especialmente la atención, pero sus ¡Ah, domésticos sin sentido tras cuya vasta latitud de simple sonido se atrinchera nuestra ignorancia esperaron con intensa ansiedad su retorno cuando, después de algunas horas de de lo espiritual! La expresión de los ojos de Ligeia... ¡Cuántas horas medité sobre ella! ausencia, las murallas del magnífico y suntuoso palacio de los Metzengerstein ¡Cuántas noches de verano luché por sondearla! era aquello,envueltas más profundo el comenzaron a agrietarse y a temblar hasta ¿Qué sus cimientos, en laque furia pozo de Demócrito, que yacíaAquellas en el fondo deylas pupilas de mi amada? era? Me ingobernable de un incendio. lívidas densas llamaradas fueron¿Qué descubiertas poseía la pasión de descubrirlo. ¡Aquellos ojos! ¡Aquellas grandes, aquellas brillantes, demasiado tarde; tan terrible era su avance que, comprendiendo la imposibilidad de aquellas Llegaron a ser para mí las estrellas gemelas de Leda, yo era salvar la divinas menorpupilas! parte del edificio, la muchedumbre se concentró cerca dely mismo, para ellas el más fervoroso de los astrólogos. No hay, entre las muchas anomalías envuelta en silencioso y patético asombro. Pero pronto un nuevo y espantoso suceso incomprensibles de de la la ciencia psicológica, punto más más atrayente, queque el reclamó el interés multitud, probando cuánto intensamás es laexcitante excitación hecho -nunca, creo, mencionado por las escuelasde que en nuestros intentos por provoca la contemplación del sufrimiento humano, que los más espantosos traer a la memoria algo largo tiempo olvidado, con inanimada. frecuencia llegamos a encontrarnos espectáculos que pueda proporcionar la materia Por la larga avenida de al borde mismo del recuerdo, sin poder, al fin, asirlo. Y así cuántas veces, en mi intenso antiguos robles que llegaba desde la floresta a la entrada principal del palacio se vio examen de los ojos de Ligeia, sentí que me acercaba al conocimiento cabal venir un caballo dando enormes saltos, semejante al verdadero Demonio de de su la expresión, me acercaba, aún no era mío, y al fin desaparecía por completo. Y (¡extraño, Tempestad, y sobre el cual había un jinete sin sombrero y con las ropas revueltas. ah, el más extrañoque de aquella los misterios!) Veíase claramente carrera encontraba no dependíaendelos la objetos voluntadmás del comunes caballero. del La universo un círculo de analogías con esa expresión. Quiero decir que, después del agonía que se reflejaba en su rostro, la convulsiva lucha de todo su cuerpo, daban periodo belleza de Ligeia penetrópero en miningún espíritu, dondesalvo moraba comoalarido, en un pruebas en de que sus laesfuerzos sobrehumanos; sonido, un solo altar, yo extraía de muchos objetos del mundo material un sentimiento semejante al escapó de sus lacerados labios que se había mordido una y otra vez en la intensidad de que provocaban, dentro de mí, sus grandes y luminosas pupilas. Pero no por ello puedo su terror. Transcurrió un instante, y el resonar de los cascos se oyó clara y agudamente definir eselassentimiento, ni analizarlo, ni siquiera con y,calma. he sobre elmejor rugir de llamas y el aullar de los vientos; pasópercibirlo otro instante con unLosolo reconocido a veces, repito, en una viña, que crecía rápidamente, en la contemplación de salto que le hizo franquear el portón y el foso, el corcel penetró en la escalinata del una falena, de una mariposa, una ycrisálida, de un veloz curso de agua. he sentido palacio llevando siempre a sude jinete desapareciendo en el torbellino de Lo aquel caótico en el océano, en la caída de un meteoro. Lo he sentido en la mirada de gentes muyy fuego. La furia de la tempestad cesó de inmediato, siendo sucedida por una profunda viejas. Y hay Blancas una o dos estrellas en el (especialmente de sexta magnitud, sorda calma. llamas envolvían aúncielo el palacio como unauna, mortaja, mientras en la doble y cambiante, que puede verse cerca de la gran estrella de Lira) que, miradas con serena atmósfera brillaba un resplandor sobrenatural que llegaba hasta muy lejos; el telescopio, mismo sentimiento. Me las ha colmado escuchar entonces una me nubehan de inspirado humo se elposó pesadamente sobre murallas, almostrando ciertos sones de instrumentos de cuerda, y no pocas veces al leer pasajes de distintamente la colosal figura de... un caballo. El corazón delator determinados libros. Entre innumerables ejemplos, recuerdo bien algo de un volumen de Joseph Glanvill que (quizá simplemente por lo insólito, ¿quién sabe?) nunca ha dejado Allanestá Poe de inspirarme ese sentimiento: "Y Edgar allí dentro la voluntad que no muere. ¿Quién conoce los misterios de la voluntad y su fuerza? Pues Dios no es sino una gran voluntad que penetra las cosas todas por obra de su intensidad. El hombre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero a la muerte, como no sea por la flaqueza de su débil voluntad". Los años transcurridos y las reflexiones consiguientes me han permitido rastrear cierta remota conexión entre este pasaje del moralista inglés y un aspecto del carácter de Ligeia. La intensidad de pensamiento, de acción, de palabra, era posiblemente en ella un resultado, o por lo menos un índice, de esa gigantesca voluntad que durante nuestras largas relaciones no dejó de dar otras pruebas más numerosas y evidentes de su existencia. De todas las mujeres que jamás he conocido, la exteriormente tranquila, la siempre plácida Ligeia, era presa con más violencia que nadie de los tumultuosos buitres de la dura pasión. Y no podía yo medir esa pasión como no fuese por el milagroso dilatarse de los ojos que me deleitaban y aterraban al mismo tiempo, por la melodía casi mágica, la modulación, la claridad y la placidez de su


manera de pronunciarlas) con que profería habitualmente sus extrañas palabras. He hablado del saber de Ligeia: era inmenso, como nunca lo hallé en una mujer. Su conocimiento de las lenguas clásicas era profundo, y, en la medida de mis nociones sobre los modernos dialectos de Europa, nunca la descubrí en falta. A decir verdad, en cualquier tema de la alabada erudición académica, admirada simplemente por abstrusa, ¿descubrí alguna vez a Ligeia en falta? ¡De qué modo singular y penetrante este punto de la naturaleza de mi esposa atrajo, tan sólo en el último periodo, mi atención! Dije ¡Es Siempre he sido ¿Pero está por quecierto! sus conocimientos erannervioso, tales que muy jamásnervioso, los halléterriblemente en otra mujer,nervioso. pero, ¿dónde qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en el hombre que ha cruzado, y con éxito, toda la amplia extensión de las ciencias morales, vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído más agudo de todos. Oía todoque lo que físicas y metafísicas? No vi entonces lo era queel ahora advierto claramente: las puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo adquisiciones de Ligeia eran gigantescas, eran asombrosas; sin embargo, tenía suficiente estar loco,deentonces? Escuchen... para y observen conconcuánta cuánta conciencia su infinita superioridad someterme infantilcordura, confianza con a su guía en tranquilidad les cuento mi historia. Me es imposible decir cómo aquella idea me entró el caótico mundo de la investigación metafísica, a la cual me entregué activamente en la cabeza por primera unamatrimonio. vez concebida, mequé acosó noche y día. Yo no durante los primeros añosvez; de pero, nuestro ¡Con amplio sentimiento de perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo.ella Jamás triunfo, con qué vivo deleite, con qué etérea esperanza sentía yo -cuando se me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece entregaba conmigo a estudios poco frecuentes, poco conocidos- esa deliciosa que fue su ojo. fue! Tenía un ojogradación semejanteante al demí,unpor buitre... ojoy celeste, perspectiva que¡Sí, se eso agrandaba en lenta cuya Un larga magníficay velado porhollada una tela. Cadaalvez lo clavaba en mí mesabiduría helaba lademasiado sangre. Y así, poco a senda no podía fin que alcanzar la meta de se una premiosa, poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo demasiado divina para no ser prohibida! ¡Así, con qué punzante dolor habré visto, para siempre.Presten ahora. Ustedes por loco. Peroesperanzas los locos noy después de algunos atención años, emprender vuelomea toman mis bien fundadas saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué desaparecer! Sin Ligeia era yo un niño a tientas en la oscuridad. Sólo su presencia, sus habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse lecturas, podían arrojar vívida luz sobre los muchos misterios del trascendentalismo ena la fui más amablePrivadas con el viejo que la semana de matarlo. Todas las losobra! cualesJamás vivíamos inmersos. del radiante brillo deantes sus ojos, esas páginas, leves noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan y doradas, tornáronse más opacas que el plomo saturnino. Y aquellos ojos brillaron suavemente! Y entonces, cuando la las abertura para enferma. pasar la cada vez con menos frecuencia sobre páginas era que lo yo bastante escrutaba.grande Ligeia cayó cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que Los extraños ojos brillaron con un fulgor demasiado, demasiado magnífico; los pálidos no se viera ningunalaluz, y tras ella pasaba cabeza. ¡Oh, yustedes se hubieran al dedos adquirieron transparencia cerúleala de la tumba las venas azules dereído su alta ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, frente latieron impetuosamente en las alternativas de la más ligera emoción. Vi que ibaa fin de no perturbar el sueño delenviejo. Mecon llevaba unaAzrael. hora entera introducir a morir y luché desesperadamente espíritu el torvo Y las luchas de la completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. apasionada esposa eran, para mi asombro, aún más enérgicas que las mías. Muchos ¿Eh? ¿Esdeque lococarácter hubiera me sidohabían tan prudente como entonces, la rasgos su un adusto convencido deyo? queYpara ella la cuando muerte tenía llegaría cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan sin sus terrores; pero no fue así. Las palabras son impotentes para dar una idea de la cautelosamente! cautelosamente abriendo la linterna (pues crujían la fiera resistencia Sí,que opuso a la iba Sombra. Gemí de angustia ante las el bisagras), lamentable iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y espectáculo. Yo hubiera querido calmar, hubiera querido razonar; pero en la intensidad esto hice deseo durante largassólo noches... noche,y laa razón las doce... pero siempre de su lo salvaje de siete vivir, vivir, vivir, elcada consuelo eran el colmo de la encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no el locura. Sin embargo, hasta el último momento, en las convulsiones más violentas era de su viejo quien me irritaba, el mallade ojo. Yexterior por la mañana, apenasSuiniciado día, espíritu indómito, no se sino conmovió placidez de su actitud. voz se el tornó entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su más suave; más profunda, pero yo no quería demorarme en el extraño significado de las nombre voz cordial y preguntándole cómo habíaalpasado la noche. Ya una ven melodía ustedes palabras con pronunciadas con calma. Mi mente vacilaba escuchar fascinada que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, sobrehumana, conjeturas y aspiraciones que la humanidad no había conocido hasta justamente a las doce, no iba podía yo a dudar, mirarloy mientras dormía. Al llegarque, la octava entonces. De su amor me era fácil comprender en un noche, pecho procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero reloj como el suyo, el amor no reinaba como una pasión ordinaria. Pero sólo endela un muerte se mueve más rapidez de lo Durante que se movía mano. Jamás, antes de aquella noche, medí toda con la fuerza de su afecto. largasmihoras, reteniendo mi mano, desplegaba había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener ante mí los excesos de un corazón cuya devoción más que apasionada llegaba a mi la impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni idolatría. ¿Cómo había merecido yo la bendición de semejantes confesiones? ¿Cómo siquiera soñaba con mis secretas intenciones pensamientos! Me reíen entre dientes ante había merecido la condena de que mi amadao me fuese arrebatada el momento en esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si que me las hacía? Pero no puedo soportar el extenderme sobre este punto. Sólo diré se Ustedes que me atrás... no. Su cuarto estaba quesobresaltara. en el abandono más pensarán que femenino de eché Ligeiahacia al amor, ay,pero inmerecido, otorgado sin tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo ser yo digno, reconocí el principio de su ansioso, de su ardiente deseo de vida, esa vida aque los huía ladrones; sabía que le era Soy imposible distinguir la abertura de la puerta, ahorayotan velozmente. incapaz de describir, no tengo palabrasy seguí para empujando suavemente, suavemente. Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la expresar esa ansia salvaje, esa anhelante vehemencia de vivir, sólo vivir. La medianoche linterna, cuando pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se repitiera enderezóciertos en el en que murió memillamó perentoriamente a su lado, pidiéndome que lecho, gritando: -¿Quién está ahí? Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una versos que había compuesto pocos días antes. La obedecí. Helos aquí: hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche ¡Vedla! ¡Esennoche de gala tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte. en los últimos años solitarios! Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No La multitud de ángeles alados, expresaba dolor pena... bañados, ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma con sus velos, en olágrimas cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, son público de un teatro que contempla justamente las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando un drama dea esperanzas y temores, con su espantoso eco los terrores mientras toca la orquesta, indefinida, que me enloquecían. Repito que lo conocía bien.


fondo de del mi Dios corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve Imágenes que está en lo alto, ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era allí los mimos gruñen y mascullan, nada, conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un correnpero aquí sin y allá; y los apremian grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, vastas cosas informes pero era enalteran vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, que eltodo escenario de continuo, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra vertiendo de sus alas desplegadas, imperceptible era Sufrimiento. la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la un invisible, largo presencia de mi cabeza dentro de la habitación. Después de haber esperado largo ¡Este múltiple drama ya jamás, tiempo, conolvidado! toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, jamás será una pequeñísima la linterna. Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con Con su Fantasma ranura siempreenperseguido qué cuidado, con que qué no inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo por una multitud lo alcanza, de la araña, brotó de la ranura en un círculo siempre de retornoy cayó de lleno sobre el ojo de buitre. Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda al lugar primitivo, claridad, azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. y mucho de de un Locura, y más Pecado, Pero podía-el veralma nada la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un y másno Horror dede la intriga. instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito. ¿No les he dicho ya que lo los quemimos tomanen erradamente ¡Ah, ved: entre tumulto por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento una forma reptante se insinúa!llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el quecomo podríala hacer envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. ¡Roja sangreunsereloj retuerce Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un en la escena desnuda! tambor estimula el coraje de un soldado. Pero, incluso entonces, me contuve y seguí ¡Se retuerce y retuerce! Y en tormentos callado. Apenas respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando los mimos son susi presa, de mantener con la firmeza y sus fauces destilantoda sangre humana,posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más y los ángeles lloran. fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más ¡Apáganse las luces, todas, todas! fuerte, siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, Y sobremás cadafuerte! forma¿Me estremecida lo soy. Y ahora, a medianoche, cae el telón, cortina funeraria, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve con extraño fragor decomo tormenta. todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, Y los ángeles pálidos y exangües, más Me velos, pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se ya defuerte! pie, ya sin manifiestan apoderó de mí... ¡Algún vecino aquel sonido! ¡La hora del viejo había que el drama es el del "Hombre",podía y queescuchar es su héroe sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El el Vencedor Gusano. viejo clamó una vez... nada más que una vez.deMe segundosus para arrojarlo al -¡Oh, Dios! -gritó casi Ligeia, incorporándose un bastó salto yun tendiendo brazos al cielo suelo echarle encima el pesado al colchón. Sonreí alegremente al verDios! lo fácil me con uny movimiento espasmódico, terminar yo estos versos. ¡Oh, ¡Oh,que Padre había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un Celestial! ¿Estas cosas ocurrirán irremisiblemente? ¿El Vencedor no será alguna vez sonido Claro no me pues nadie quién podríaconoce escucharlo a través vencido?ahogado. ¿No somos unaque parte, unapreocupaba, parcela de Ti? ¿Quién, los misterios de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón de la voluntad y su fuerza? El hombre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero ya examiné cadáver. muerto. Apoyé la mano el la muerte,el como no Sí, seaestaba por lamuerto, flaquezacompletamente de su débil voluntad. Y entonces, como sobre agotada corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien por la emoción, dejó caer los blancos brazos y volvió solemnemente a su lecho de muerto. Sumientras ojo no volvería ustedes continúan porsuave loco muerte. Y lanzaba alosmolestarme.Si últimos suspiros, mezclado con tomándome ellos brotó un dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté murmullo de sus labios. Acerqué mi oído y distinguí de nuevo las palabras finalespara del esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pasaje de Glanvill: "El hombre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero a la pero en silencio. el cadáver. corté* la cabeza, y piernas. caída de la Usher muerte, como noAnte sea todo por descuarticé laLaflaqueza de suCasa débilLe voluntad". Murió; brazos y yo, deshecho, Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco.y Edgar Allan Poe pulverizado por el dolor, no pude soportar más la solitaria desolación de mi morada, Volví a colocar los tablones tanta del habilidad queme ningún ojolohumano siquiera el la sombría y ruinosa ciudad con a orillas Rin. No faltaba que el -ni mundo llama suyohubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna fortuna. Ligeia me había legado más, mucho más, de lo que por lo común cae en suerte mancha... ningúnEntonces, rastro dedespués sangre.de Younos era meses demasiado precavido para eso.sin Una cuba a los mortales. de vagabundeo tedioso, rumbo, había recogido todo... ¡ja, ja! Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de adquirí y reparé en parte una abadía cuyo nombre no diré, en una de las más incultas lay madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. momentos envastedad que se oían menos frecuentadas regiones de la hermosa Inglaterra. La En sombría y triste del las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda edificio, el aspecto casi salvaje del dominio, los numerosos recuerdos melancólicos y tranquilidad, pues ¿qué con podía temertenían ahora?mucho Hallé aen trescomún caballeros, quesentimientos se presentaron venerables vinculados ambos, con los de muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había abandono total que me habían conducido a esa remota y huraña región delescuchado país. Sin un alarido,aunque por lo el cual se sospechaba la posibilidad algún atentado. recibirpocos este embargo, exterior de la abadía, ruinoso, de invadido de musgo,Alsufrió informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que cambios, me dediqué con infantil perversidad, y quizá con la débil esperanza de aliviar registraran lugar.Sonreí, pues... ¿quémagnificencias tenía que temer? la bienvenida a los oficiales mis penas, aeldesplegar en su interior másDique reales. Siempre, aun en lay les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber infancia, había sentido gusto por esas extravagancias, y entonces volvieron como que una el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y compensación del dolor. ¡Ay, ahora sé cuánto de incipiente locura podía descubrirse los en invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la los suntuosos y fantásticos tapices, en las solemnes esculturas de Egipto, en las extrañas habitación Les en mostré sus caudales intactos y cómo cada de cosa serecamado! hallaba en cornisas, endellosmuerto. moblajes, los vesánicos diseños de las alfombras oro su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a losy tres Me había convertido en un esclavo preso en las redes del opio, y mis trabajos mis caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi planes cobraron el color de mis sueños. Pero no me detendré en el detalle de estos


de mi víctima. Los oficialesconduje se sentían satisfechos. modales habían convencido. momento de enajenación al altar -como Mis sucesora de los la inolvidable Ligeia- a Por mi parte, me de hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron Rowena Trevanion Tremaine, la de rubios cabellos y ojos azules. No hay de unacosas sola comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé partícula de la arquitectura y la decoración de aquella cámara nupcial que no sea notar queahora me ponía y deseé que tenía se marcharan. Meladolía cabezade y creía percibir presente antepálido mis ojos. ¿Dónde el corazón altivalafamilia la novia para un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. permitir, movida por su sed de oro, que una doncella, una hija tan querida, pasara El el zumbido hizo más intenso; seguía resonando y era vez más intenso. Hablé los en umbral dese un aposento tan adornado? He dicho quecada recuerdo minuciosamente voz muydealta para esa sensación, mismo suspendu; y sey, iba Son coeurlibrarme est luth loimportanciadetalles la cámara -yo, que de tristemente olvidounpero cosas continuaba de profunda sin haciendo cada vez más hastaarmonía que, al fin, me dilujo cuenta de que que aquel no sea Sitôt qu' on touche, ilclara... résonne.-De Béranger embargo, nolehabía orden, no había en aquel fantástico, se sonido impusieran producía dentro de mis oídos. debí de ponerme muy pálido, peroera seguí mi memoria. La habitación estabaSin en duda, una alta torrecilla de la abadía fortificada, de hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían forma pentagonal y de vastas dimensiones. Ocupaba todo el lado sur del pentágono la aumentaba... ¿yun que Era resonar y presuroso..., un sonido bajas pesadas eninmenso elpodía cielo,hacer crucéyo? solo, a un caballo, unaapagado región singularmente lúgubre del única yventana, cristal de Venecia de una sola pieza y de matiz plomizo, de como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la suerte que los rayos del sol o de la luna, al atravesarlo, caían con brillo horrible sobre recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor melancólica sé cómo ventana fue, pero la primera que edificio los objetos. Casa En lo Usher. alto deNo la inmensa seaextendía el mirada enrejado deeché una al añosa vid rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Digo insoportable porque que trepaba por los macizos muros de la torre. El techo, de sombrío roble, era sobre insignificancias voz ydecorado con violentas gesticulaciones; el sonido no lo atemperaba ninguno demuy esosalta sentimientos semiagradables, pormás serpero poéticos, con altísimo, abovedado yendecorosamente con los motivos extraños, más crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, los cuales recibe el espíritu aun las más austeras imágenes naturales de lo desolado o lo grotescos, de un estilo semigótico, semidruídico. Del centro mismo de esa melancólica como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía terrible. Miré el escenario que tenía de delante -la largos casa y eslabones, el sencillo paisaje del dominio, las bóveda colgaba, de una sola cadena oro de un inmenso incensario continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... paredes desnudas, las ventanas como ojos vacíos, los ralos y siniestros juncos, y los del mismo metal, en estilo sarraceno, con múltiples perforaciones dispuestas de tal juré... silla sobre la cual me una había sentado, raspé ella lasúnicamente tablas del escasos troncos de laárboles agostadoscon depresión de ánimo maneraBalanceando que a través de ellas, como dotadas de lafuerte vitalidad de una con serpiente, veíanse las piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, la amarga caída contorsiones continuas de llamas multicolores. Había algunas otomanas y candelabros alto... entretanto hombres seguían charlando plácidamente sonriendo. en la más existencia cotidiana, elloshorrible descorrerse del velo. una yfrialdad, un de oro de alto! formaY oriental, y también el lecho, el lecho nupcial, deEra modelo indio, bajo, ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! abatimiento, un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún esculpido en ébano macizo, con baldaquino como una colgadura fúnebre. En cada uno ¡Sabían... seimaginación estaban burlando de migigantesco horror! ¡Sí,sarcófago asíalguna lo pensé y así lonegro pienso hoy! acicate dey la podía desviar hacia forma de granito lo sublime. ¿Qué era¡Pero -me de los ángulos del aposento había un de proveniente cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable detuve a pensar-, qué era lo que así me desalentaba en la contemplación de la Casa de las tumbas reales erigidas frente a Luxor, con sus antiguas tapas cubiertas que de aquel escarnio! ¡No podía más tiempo sonrisas queque tenía Usher? Misterio insoluble; y en yo las nocolgaduras podía luchar con los sombríos pensamientos se inmemoriales relieves. Perosoportar delsus aposento sehipócritas! hallaba, ay,¡Sentí la fantasía más que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más congregaban mi alrededor vi obligado a incurrir la importante. aLos elevados mientras muros, reflexionaba. de gigantescaMe altura -al punto de enser fuerte... más fuerte! -¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! insatisfactoria conclusión de que mientras hay, fuera de toda duda, combinaciones de desproporcionados-, estaban cubiertos de arriba abajo, en vastos pliegues, por una ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible simplísimos objetos naturales que tienen poder de afectarnos el análisisdel de piso, este pesada y espesa tapicería, tapicería de un el material semejante al deasí, lacorazón! alfombra FIN poder se encuentra aún entre las consideraciones que están más allá de nuestro la cubierta de las otomanas y el lecho de ébano, del baldaquino y de las suntuosas alcance. Eralos posible, reflexioné, que una simple disposición diferente de los era elementos volutas de cortinajes que velaban parcialmente la ventana. Este material el más de la escena, de los detalles del cuadro, fuera suficiente para modificar o quizá anular su rico tejido de oro, cubierto íntegramente, con intervalos irregulares, por arabescos en poder dolorosa; y, procediendo de azabache. acuerdo con idea,figuras empujésólo mi realce, de de impresión un pie de diámetro, de un negro Peroestaestas caballo a la escarpada orilla de un estanque negro y fantástico que extendía su brillo participaban de la condición de arabescos cuando se las miraba desde un determinado tranquilo junto a la mansión; pero con un estremecimiento aún más sobrecogedor que ángulo. Por un procedimiento hoy común, que puede en verdad rastrearse en periodos antes contemplé la imagen reflejada e invertida de los juncos grises, y los espectrales muy remotos de la antigüedad, cambiaban de aspecto. Para el que entraba en la troncos, vacías ojos. Enmonstruosidades; esa mansión de melancolía, sin embargo, habitacióny las tenían la ventanas aparienciacomo de simples pero, al acercarse, esta proyectaba pasar algunas semanas. Su propietario, Roderick Usher, había sido uno de apariencia desaparecía gradualmente y, paso a paso, a medida que el visitante cambiaba mis alegres compañeros de se adolescencia; pero años habían transcurrido desde de posición en el recinto, veía rodeado pormuchos una infinita serie de formas horribles nuestro último encuentro. Sin embargo, acababa de recibir una carta en una región pertenecientes a la superstición de los normandos o nacidas en los sueños culpables de distinta del país -una carta suya-, la cual, por su tono exasperadamente no los monjes. El efecto fantasmagórico era grandemente intensificado por apremiante, la introducción admitía otra respuesta que la presencia personal. La escritura denotaba agitación artificial de una fuerte y continua corriente de aire detrás de los tapices, la cual daba nerviosa. El autor hablaba deanimación una enfermedad física aguda, de unmuros, desorden mental que una horrenda e inquietante al conjunto. Entre esos en esa cámara le oprimía y de un intenso deseo de verme por ser su mejor y, en realidad, su único nupcial, pasé con Rowena de Tremaine las impías horas del primer mes de nuestro amigo personal, el propósito de lograr, gracias a la de mi compañía, algún matrimonio, y lascon pasé sin demasiada inquietud. Que mijovialidad esposa temiera la índole hosca alivio su mal. La en que se amara decía esto mucho de de mi acarácter, quemanera me huyera y me muy ypoco, nomás, podíaeste yo pedido pasarlo hecho por alto; todo corazón, no me permitieron vacilar y, en consecuencia, obedecí de inmediato al pero me causaba más placer que otra cosa. Mi memoria volaba (¡ah, con qué intensa que, no obstante, consideraba un larequerimiento singularísimo. Aunque Me de embriagaba muchachos nostalgia!) hacia Ligeia, la amada, augusta, la hermosa, la enterrada. habíamos sido camaradas íntimos, en realidad poco sabía de mi amigo. Siempre se de había con los recuerdos de su pureza, de su sabiduría, de su naturaleza elevada, etérea, su mostrado excesivamente reservado. sin embargo, queysulibremente, antiquísima con familiamás se amor apasionado, idólatra. Ahora Yo mi sabía, espíritu ardía plena había destacado desde tiempos inmemoriales por una peculiar sensibilidad de intensidad que el suyo. En la excitación de mis sueños de opio (pues me hallaba temperamento desplegada,pora los lo grilletes largo dedemuchos ensunumerosas habitualmente aherrojado la droga)años, gritaba nombre enyelelevadas silencio concepciones artísticas y manifestada, recientemente, en repetidas obras de caridad de la noche, o durante el día, en los sombreados retiros de los valles, como si con esa generosas, aunque discretas, así como en una apasionada devoción a de las mi dificultades más salvaje vehemencia, con la solemne pasión, con el fuego devorador deseo por la que a las bellezas ortodoxas y fácilmente reconocibles de la ciencia musical. Conocía desaparecida, pudiera restituirla a la senda que había abandonado -ah, ¿era posible que también el siempre?hecho notabilísimo deAlque la estirpe de los Usher, no fuese para en la tierra. comenzar el segundo mes desiempre nuestrovenerable, matrimonio, había producido, en ningún periodo, una rama duradera; en otras palabras, que toda la Rowena cayó súbitamente enferma y se repuso lentamente. La fiebre que la consumía familia se limitaba a la ylínea descendencia directa y siempre, con de insignificantes perturbaba sus noches, en sudeinquieto semisueño hablaba de sonidos, movimientosy transitorias variaciones, había sido así. Esta ausencia, pensé, mientras revisaba que se producían en la cámara de la torre, cuyo origen atribuí a los extravíos de su mentalmente perfecto acuerdo del carácter de de la propiedad el que distinguía imaginación o elquizá a la fantasmagórica influencia la cámara con misma. Llegó, al fin, laa sus habitantes,y,reflexionando la posible influencia la primera, lo largo de convalecencia por último, elsobre restablecimiento total. Sinque embargo, habíaatranscurrido


colaterales, y la ataque, consiguiente transmisiónque constante padre a hijo, dolor; y de este su constitución, siempre de fuera débil, nuncadel se patrimonio repuso del junto con el nombre, era la que, al fin, identificaba tanto a los dos, hasta punto de todo. Su mal, desde entonces, tuvo un carácter alarmante y una recurrenciaelque lo era fundir el título originario del dominio en el extraño equívoco nombre de Casa Con Usher, aún más, y desafiaba el conocimiento y los grandesy esfuerzos de los médicos. la nombre que parecía incluir, entre los campesinos que lo usaban, la familia y la mansión intensificación de su mal crónico -el cual parecía haber invadido de tal modo su familiar. He dicho queimposible el solo efecto de mi experimento tanto infantil -el demenos mirar en constitución que era desarraigarlo por mediosunhumanos-, no pude de el estanquehabía ahondado la primera y singular impresión. No cabe duda de que el la observar un aumento similar en su irritabilidad nerviosa y en su excitabilidad para conciencia del rápido crecimiento deDe mi nuevo superstición -pues, ¿porcon quémás no frecuencia he de darle miedo motivado por causas triviales. hablaba, y ahora e este nombre?servía especialmente para acelerar su crecimiento mismo. Tal es, lo sé insistencia, de los sonidos, de los leves sonidos y de los movimientos insólitos en las de antiguo, laa paradójica de todos que tienen base el el terror. colgaduras, los cualesley aludiera en los unsentimientos comienzo. Una noche,como próximo fin de Y debe de haber sido por esta sola razón que, cuando de nuevo alcé los ojos hacia la septiembre, impuso a mi atención este penoso tema con más insistencia que de casa desde su imagendeendespertar el estanque, surgió eninquieto, mi mentey una extraña fantasía, fantasía costumbre. Acababa de un sueño yo había estado observando, tan ridícula, en verdad, que sólo la menciono para mostrar la vívida fuerza con un sentimiento en parte de ansiedad, en parte de vago terror, los gestos de de las su Guy de Maupassant sensaciones que me oprimían. Mi junto imaginación estaba punto semblante descarnado. Me senté a su lecho de excitada ébano, enal una de de las convencerme otomanas de de que seSecernía sobre atoda la casa y el dominio atmósfera propia de de ambos y de su la India. incorporó medias y habló, con ununa susurro ansioso, bajo, los sonidos inmediata sin de afinidad con el aire que del cielo, que estabavecindad, oyendo yuna yo atmósfera no podía oír, los movimientos estabaexhalada viendo ypor yo los no árboles marchitos, por los muros grises, por el estanque silencioso, un vapor pestilente podía percibir. El viento corría velozmente detrás de los tapices y quise mostrarle (cosa yenmístico, pesado,no apenas color plomizo. la cual, opaco, debo decirlo, creía perceptible, yo del todo)deque aquellos suspiros casi inarticulados y aquellas levísimas variaciones de las figuras de la pared eran tan sólo los naturales Sacudiendo mi espíritu eso que teníaPero que laserpalidez un sueño, de cerca el efectos de ladehabitual corriente de aire. mortalexaminé que se más extendió por su verdadero aspecto del edificio. Su rasgo dominante parecía ser una excesiva antigüedad. rostro me probó que mis esfuerzos por tranquilizarla serían infructuosos. Pareció Grande era laydecoloración producida porrecurrir. el tiempo. Menudos hongos se extendían desvanecerse no había criados a quien Recordé el lugar donde había un por toda la superficie, suspendidos desde el alero en una fina y enmarañada tela de frasco de vino ligero que le habían prescrito los médicos, y crucé presuroso el araña. Pero esto nada tenía que ver con ninguna forma de destrucción. No había caído aposento en su busca. Pero, al llegar bajo la luz del incensario, dos circunstancias de parte de la mampostería, incongruencia la índole alguna sorprendente llamaron miy parecía atención.haber Sentíuna queextraña un objeto palpable, entre aunque perfecta adaptación de las partes y la disgregación de cada piedra. Esto me recordaba invisible, rozaba levemente mi persona, y vi que en la alfombra dorada, en el centro mucho integridadque de arrojaba ciertos maderajes que se hanuna podrido largouna tiempo en mismo la delaparente rico resplandor el incensario, había sombra, sombra alguna cripta descuidada, sin que intervenga el soplo del aire exterior. Aparte de este leve, indefinida, de aspecto angélico, como cabe imaginar la sombra de una sombra. indicio ruina general la fábrica daba pocas señales inestabilidad. Quizá ojo de un Pero yodeestaba perturbado por la excitación de unadeinmoderada dosis deelopio; poco observador minucioso hubiera podido descubrir una fisura apenas perceptible que, caso hice a estas cosas y no las mencioné a Rowena. Encontré el vino, crucé extendiéndose del vaso, edificio, el frente, abríadecamino pared abajo, nuevamente la desde cámaraelytejado llené un queenllevé a los se labios la desvanecida. Ya en se zig-zag, hasta perderse en las sombrías aguas del estanque. Mientras observaba estas Nacimiento 5 un tanto, de sinagosto había recobrado embargo, y de tomó el 1850 vaso en sus manos, mientras yo me cosas por calzada hasta la Francia casa. queenaguardaba tomóFue mi Castillo debreve Miromesnil Dieppe, dejabacabalgué caer en la una otomana que tenía cerca, conUn lossirviente ojos fijos su persona. caballo, y entré en la bóveda gótica del vestíbulo. Un criado de paso furtivo me condujo entonces cuando claramente un paso(42 suaveaños) en la alfombra, cerca del lecho, y un Defunción 6 percibí de julio de 1893 desde en Paris, silencio, a través de alzaba varios lapasadizos oscuros intrincados, el segundoallí,después, mientras Rowena copa de vino hastae sus labios, vi hacia o quizá Francia gabinete de su amo. Mucho de lo que encontré en el camino contribuyó, no sé cómo, soñé que veíaEscritor caer dentro del vaso, como surgida de un invisible surtidor en laa Ocupación avivar los del vagos sentimientos de los grandes cuales he hablado ya. brillante, Mientras del loscolor objetos atmósfera aposento, tres o cuatro gotas de fluido del Nacionalida Francesa circundantes -los relieves de los cielorrasos, los oscuros tapices de las paredes, el rubí. d Si yo lo vi, no ocurrió lo mismo con Rowena. Bebió el vino sin vacilar y me ébano negro de los pisos y los fantasmagóricos trofeospensé, heráldicos rechinabancomo a mi abstuve de una circunstancia que, según debía que considerarse Génerode hablarle Narrativo: principalmente cuentos pasoeran cosas a las cuales, o a sus semejantes, estaba acostumbrado desde la infancia, sugestión de una imaginación excitada, cuya actividad mórbida aumentaban el terror de Movimiento mientras lo familiarnoque eradejar todode aquello, meque, asombraban por lo Realismo, Naturalismo mi mujer,cavilaba el opio yenlareconocer hora. Sin embargo, pude percibir inmediatamente s insólitas las fantasías que esas imágenes no habituales provocaban en mí. En una demal las después de la caída de las gotas color rubí, se producía una rápida agravación en el escaleras encontré al médico la familia. Lalas expresión su doncellas rostro, pensé, era una de mi esposa, de suerte que lade tercera noche manos dedesus la prepararon Desplegar mezcla de baja astucia y de perplejidad. El criado abrió entonces una puerta y me dejó para la tumba, y la cuarta la pasé solo, con su cuerpo amortajado, en aquella fantástica Influido por en presencia de su amo. La habitación donde me hallaba era muy amplia y alta. Tenía cámara que la recibiera recién casada. Extrañas visiones engendradas por el opio ventanas largas, estrechas puntiagudas, a distancia grande del piso de roble revoloteaban como sombrasy delante de mí.y Observé contan ojos inquietos los sarcófagos negro, que resultaban absolutamente inaccesibles desde dentro. Débiles fulgores de luz en los ángulos de la habitación, las cambiantes figuras de los tapices, las contorsiones de Firma carmesí se multicolores abrían paso aentravés de los cristales enrejados servían para diferenciar las llamas el incensario suspendido. Mis y ojos cayeron entonces, suficientemente objetos; los ojos, de sin una embargo, para mientras tratabalos deprincipales recordar las circunstancias nocheluchaban anterior,enenvano el lugar alcanzar los más remotos ángulos del aposento, a loslashuecos techode abovedado donde, bajo el resplandor del incensario, había visto débilesdelhuellas la sombra.y esculpido. Oscuros tapices colgaban de las paredes. El moblaje general era Pero ya no estaba allí, y, respirando con más libertad, volví la mirada a la pálidaprofuso, y rígida incómodo, antiguo y destartalado. Había muchos libros instrumentos figura en elde lecho. Entonces(Dieppe, me asaltaron mil dedeLigeia, Henrytendida Réne Guy Maupassant Francia, 5recuerdos de eagosto 1850 ymusicales - cayó Paris,sobre 6 en de desorden, que no lograban dar ninguna vitalidad a la escena. Sentí que respiraba una mi corazón, con laEscritor turbulenta violencia de una marea, todo de el indecible con que julio de 1893). francés, autor principalmente cuentos.dolor Subsiste una atmósfera de dolor. Undelaire de dura, profunda irremediable melancolía loelenvolvía había mirado su cuerpo amortajado. Ladenoche avanzaba, ygenerada con el por pecho lleno dey controversia acerca lugar exacto su enacimiento, biógrafo penetraba todo. A mi entrada, Usher se incorporó de un sofá donde estaba tendido amargos cuyo objeto mi una único, mi supremo fecampéspensamientos, Georges Normandy en 1926.era Según primera hipótesis,amor, habría permanecí nacido en cuan largoen eraelyelBout-Menteux, me recibió vivacidad, que mucho al principio, contemplando cuerpo de con Rowena. Quizá fuera noche, tal vezpensé más temprano o Fécamp, elcalurosa 5 de agosto demedia 1850. Según tenía, la otra hipótesis habría de cordialidad excesiva, del esfuerzo obligado del hombre de mundo ennuyé. Pero una más tarde, pues no tenía conciencia del tiempo, cuando un sollozo sofocado, suave, mirada a su semblante convenció de mi su ensueño. perfecta sinceridad. Nos del sentamos y, pero muy claro, me sacómebruscamente Sentí que venía lecho de durante unos instantes, mientras no hablaba, lo observé con un sentimiento en parte de ébano, del lecho de muerte. Presté atención en una agonía de terror supersticioso, compasión, en parte espanto. ¡Seguramente hombre alguno algún hasta movimiento entonces había pero el sonido no sederepitió. Esforcé la vista para descubrir del cambiado tan terriblemente, en un periodo tan breve, como Roderick Usher! A duras cadáver, mas no advertí nada. Sin embargo, no podía haberme equivocado. Había oído penas pude llegar débil, a admitir identidad del ser exangüeMantuve que tenía mí, concon el el ruido, aunque y milaespíritu estaba despierto. conante decisión,


siempre notable. La arrojara tez cadavérica; losel ojos, grandes, líquidos, incomparablemente ninguna circunstancia luz sobre misterio. Por fin, fue evidente que un color luminosos; los labios, un tanto finos y muy pálidos, pero de una de curva ligero, muy débil y apenas perceptible se difundía bajo las mejillas y a lo largo las extraordinariamente hermosa; la nariz, de delicado tipo hebreo, pero de ventanillas hundidas venas de los párpados. Con una especie de horror, de espanto indecibles, más que abiertas quelenguaje es habitual en ellas; el mentón, finamente modelado, en mi su no tienedeenlo el humano expresión suficientemente enérgica,revelador, sentí que falta de prominencia, de una falta de energía moral; los cabellos, más suaves y más corazón dejaba de latir, que mis miembros se ponían rígidos. Sin embargo, el tenues de araña: estos rasgos y el excesivo desarrollo de la región frontal sentimiento del deber devolvió la(Tourville-sur-Arques), presencia de ánimo. Ya podía dudar de que nacido que en eltela castillo demeMiromesnil a 8no kilómetros de Dieppe, constituían una fisonomía difícil de olvidar. Y ahora la simple exageración del carácter nos habíamos apresurado preparativos, que Rowena aún vivía. Era necesario como establece su partidaendelosnacimiento. Node obstante todo parece apuntar a que el dominante de esas facciones y de su expresión habitual revelaban un cambio tan grande, hacer algo inmediatamente; pero la torre estaba muy apartada de las dependencias de se la auténtico lugar de nacimiento fue este último. Su infancia, muy apegada a su madre, que dudé de la persona con quien estaba hablando. La palidez espectral de la piel, el servidumbre, no había nadie cerca, no tenía modo antes de llamar en mi al ayuda desarrolló primero en Étretat, y más yo adelante en Yvetot, de marchar liceo sin en brillo milagroso de los ojos, por sobre todas las cosas me sobresaltaron y aun me abandonar la habitación unos minutos, y no podía aventurarme a salir. Luché solo, pues, Ruán. Maupassant fue admirador y amigo de Gustave Flaubert al que conoció en 1867. aterraron. sedoso además, al de descuido y,periódicos como en mi intento de volver a laprotección, vida el espíritu aúncrecido Pero, al cabo de un en breve Flaubert loEltomó bajocabello, su lehabía abrió lavacilante. puerta algunos y su le desordenada textura de telaraña flotaba más que caía alrededor del rostro, me era periodo, fue evidente la recaída; el color desapareció de los párpados y las mejillas, presentó a Ivan Turguenev y Emile Zola. El escritor viaja a París tras la derrota imposible, haciendo un esfuerzo, relacionar enmarañada apariencia convarios ideay dejándolos más pálidos Franco-prusiana que el mármol; labios estaban doblemente apretados francesa enaun la Guerra delos1870 ysutrabaja como funcionario en alguna de simple humanidad. Enenlas1880 maneras de miuna amigo me sorprendió encontrar contraídos enhasta la espectral expresión de lasumuerte; viscosidad y undefrío repulsivos ministerios, que publica primera gran obra, Bola Sebo, en un incoherencia, inconsistencia, y pronto descubrí que era motivada por una serie de cubrieron rápidamente la superficie del Zola: cuerpo, la habitual rigidezEl cadavérica volumen naturalista preparado por Emile "Lasyveladas de Médan". relato, de débiles y fútiles intentos de vencer un azoramiento habitual, una excesiva agitación sobrevino de inmediato. Volví a desplomarme con un estremecimiento en el diván de corte fuertemente realista, según las directrices de su maestro Flaubert, fue nerviosa. decir verdad, estaba preparado para permite algo esta naturaleza, no menos donde meA levantara tan ya bruscamente y de nuevo me de entregué a mis adquirir apasionadas grandemente ponderado por éste.Esta publicación a Maupassant una por su carta que por reminiscencias de ciertos rasgos juveniles y por las conclusiones visiones de Ligeia. Así transcurrió una hora cuando (¿era posible?) advertí por segunda cierta notoriedad en el mundillo literario. Será finalmente autor de multitud de deducidas su peculiar física ylecho. su temperamento. Sus gestos vez un vago sonido procedente la región del Presté en el colmoeran del cuentos y de relatos (más deconformación 300).deSus temas favoritos son los atención campesinos normandos, alternativamente vivaces y lentos. Su voz pasaba de una indecisión trémula (cuando su horror. El sonido se repitió: era un suspiro. Precipitándome hacia el cadáver, vi los pequeños burgueses, la mediocridad de los funcionarios, la guerra franco prusiana espíritu vital parecía en completa latencia) a esa especie de concisión enérgica, esa -claramentelos amorosas labios. Un ominuto después se entreabrían, una de 1870, lastemblar aventuras las alucinaciones de la locura:descubriendo La Casa Tellier manera de hablar abrupta, pesada, lenta, hueca; a esa pronunciación gutural, densa, brillante línea de dientes nacarados. La estupefacción luchaba ahora en mi pecho con el (1881), Los cuentos de la becada (1883), El Horla (1887), a través de algunos de los equilibrada, perfectamente modulada que puede observarse en el borracho perdido o profundo que hasta solo.deSentí que mi vista se oscurecía, que cuales seespanto transparentan losentonces primerosreinara síntomas su enfermedad.Son especialmente en el opiómano incorregible durante los periodos de mayor excitación. Así me habló mi razón se extraviaba, sólo por un violento logré al fin cobrar ánimos para destacables sus cuentosy de terror, género en elesfuerzo que es reconocido como maestro, a la del objeto de mi visita, de su vehemente deseo de verme y del solaz que aguardaba de ponerme a la tarea que mi deber me señalaba una vez más. Había ahora cierto color en altura de Edgar Allan Poe. En estos cuentos, narrados con un estilo ágil y nervioso, mí. Abordó con cierta extensión lo que él consideraba la naturaleza de su enfermedad. larepleto frente, de en exclamaciones las mejillas y eny lasignos garganta; calor perceptible invadía todola elpresencia cuerpo; de un interrogación, se echa de ver Era, dijo, un mal constitucional y familiar, y desesperaba de hallarle remedio; una simple hasta se sentía latir levemente el corazón. Mi esposa vivía, y con redoblado ardor me obsesiva de la muerte, el desvarío y lo sobrenatural: ¿Quién sabe?, La noche, La afección nerviosa, añadió de inmediato, que indudablemente pasaría pronto. Se entregué de resucitarla. y friccioné las sienes y las manos, vida y utilicé todos cabelleraa olaeltarea ya mencionado El Froté Horla.Publicó asimismo 5 novelas:Una (1883), la manifestaba en una multitud de sensaciones anormales. Algunas de ellas, cuando las los expedientes que la experiencia y no pocas lecturas médicas me aconsejaban. Pero aclamada Bel-Ami (1885) o Fuerte como la muerte (1889), Pierre y Jean, Mont-Oriol y detalló, interesaron mebajo desconcertaron, aunque cesaron, sin dudaPrunier tuvieron en vano.me De pronto, elycolor huyó, las seudónimos: pulsaciones los labios recobraron la Nuestro CorazónEscribió varios Joseph enimportancia 1875, Guy los de términos y el estilo general del relato. Padecía mucho de una acuidad mórbida de los expresión de la muerte y, un instante después, el cuerpo todo adquiría el frío de hielo, Valmont en 1878, Maufrigneuse de 1881 a 1885. Menos conocida es su faceta como sentidos; apenas soportaba los alimentos más podía vestir sino ropas de elcronista color de lívido, la intensa rigidez, el aspecto consumido y todas las actualidad en los periódicos de la insípidos; época (Leno Gaulois, Gil Blas, Lehorrendas Figaro...) cierta losnumerosas perfumes de todas las flores eran opresivos; aun laY luz más débil características de quien ha sido, por muchos días, detemas: la tumba. de nuevo me dondetextura; escribió crónicas acerca delehabitante múltiples literatura, política, torturaba sus ojos, y sólo pocos sonidos peculiares, y éstos de instrumentos de cuerda, sumí en las visiones de por Ligeia, y de problemas nuevo (¿y nerviosos quién ha de sorprenderse de de laque me sociedad...etc. Atacado graves (a consecuencia sífilis), no le inspiraban horror. Vi que era un esclavo sometido a una suerte anormal de estremezca al escribirlo?), de nuevo llegó a mis oídos un sollozo ahogado que venía de intenta suicidarse el 1 de enero de 1892. Lo internan en la clínica parisina del Doctor terror. "Moriré -dijo-, tengo que morir de esta deplorable locura. Así, así y no de otro laBlanche, zona deldonde lecho de ébano.unMas, qué detallar inenarrable horror aquella noche? muere año¿a más tarde. el Está enterrado en eldecementerio de modo me perderé. Temo los sucesos del futuro, no por sí mismos, sino por sus ¿A qué detenerme a relatar cómo, hasta acercarse el momento del alba gris, se repitió Montparnasse, en París. resultados. estremezco pensando cómo en cualquier incidente,recaída aun elterminaba más trivial, este horribleMedrama de resurrección; cada espantosa en que una pueda sobreyesta intolerable agitación. No aborrezco peligro, como no sea muerteactuar más rígida aparentemente más irremediable; cómo elcada agonía cobraba el por su efecto absoluto: el terror. En este desaliento, en esta lamentable condición, aspecto de una lucha con algún enemigo invisible, y cómo cada lucha era sucedida por siento que extraño tarde o temprano el periodo en quePermitidme deba abandonar vidaapresure y razón aa no sé qué cambio enllegará el aspecto del cuerpo? que me un tiempo, alguna lucha el torvonoche fantasma: miedo." Conocí además por concluir. La en mayor parte de lacon espantosa había eltranscurrido, y la que estuviera intervalos, y a través de insinuaciones interrumpidas y ambiguas, otro rasgo singular de muerta se movió de nuevo, ahora con más fuerza que antes, aunque despertase de una su condición mental. Estaba dominado por ciertas impresiones supersticiosas relativas disolución más horrenda y más irreparable. Yo había cesado hacía rato de luchar o dea la morada que ocupaba y de donde, durante muchos años, nunca se había aventurado moverme, y permanecía rígido, sentado en la otomana, presa indefensa de un torbellinoa salir, supersticiones relativas a unalasinfluencia supuesta energía fue descrita de violentas emociones, de todas cuales elcuya pavor era quizá la menos terrible, en la términos demasiado sombríos para repetirlos aquí; influencia que algunas peculiaridades menos devoradora. El cadáver, repito, se movía, y ahora con más fuerza que antes. Los de la simple forma material decon la casa familiarenergía habían el ejercido sobre los su espíritu, decía, colores de la viday cubrieron inusitada semblante, miembros se arelajaron fuerza de soportarlas largo tiempo; efecto que el aspecto físico de los muros y las y, de no ser por los párpados aún apretados y por las vendas y paños que torrecillas grises y sepulcral el oscuroa estanque el cual éstos se miraban había producido, a la daban un aspecto la figura, en podía haber soñado que Rowena había sacudido larga, en la moral de su existencia. Admitía, sin embargo, aunque con vacilación, que por completo las cadenas de la muerte. Pero si entonces no acepté del todo esta idea, podía un origen natural y más palpable a mucho de laa tientas, peculiarcon melancolía por lobuscarse menos pude salir demás dudas cuando, levantándose del lecho, débiles que así lo afectaba: la cruel y prolongada enfermedad, la disolución evidentemente pasos, con los ojos cerrados y la manera peculiar de quien se ha extraviado en un próxima de una tiernamente su única compañía durante sueño, aquel serhermana amortajado avanzó querida, osadamente, palpablemente, hasta muchos el centroaños, del su último y solo pariente sobre la tierra. "Su muerte -decía con una amargura que aposento. No temblé, no me moví, pues una multitud de ideas inexpresables vinculadas nunca olvidarharáeldeporte mí (dedemí,la elfigura desesperado, frágil) el último antigua con elpodré aire, la estatura, cruzaronelvelozmente por de mi lacerebro, raza de los Usher." Mientras hablaba, Madeline (que así se llamaba) pasó lentamente paralizándome, convirtiéndome en fría piedra. No me moví, pero contemplépor la un lugar apartado aposento y, sinennotar presencia, desapareció. miré con aparición. Reinaba del un loco desorden mis mi pensamientos, un tumulto La incontenible. extremado desprovisto de figura temor,que y sin embargo me ¿Podía es imposible explicar ¿Podía ser, asombro, realmente,noRowena viva la tenía delante? ser realmente estos sentimientos. Una sensación de estupor me oprimió, mientras seguía con la Rowena, Rowena Trevanion de Tremaine, la de los cabellos rubios y los ojos azules? mirada sus pasos que se alejaban. Cuando por fin una puerta se cerró tras ella, mis ojos


Rowena de Tremaine? Y las mejillas -con rosas como en la plenitud de su vida-, sí la cara entre manoslas y sólo pude percibir quelauna palidezseñora mayordeque la habitualY se podían ser enlasverdad hermosas mejillas de viviente Tremaine. el extendía en los dedos descarnados, por entre los cuales se filtraban apasionadas mentón, con sus hoyuelos, como cuando estaba sana, ¿podía no ser el suyo? Pero lágrimas. enfermedad Madeline había durante mucho tiempo lalocura ciencia me de entonces,La¿había crecidodeella durante su burlado enfermedad? ¿Qué inenarrable sus médicos. Una apatía permanente, un agotamiento gradual de su persona invadió al pensarlo? De un salto llegué a sus pies. Estremeciéndose a mi contacto, dejóy frecuentes accesos devendas carácter caer de la aunque cabeza, transitorios sueltas, las horribles que parcialmente la envolvían, cataléptico y entonces,eran en el la diagnóstico insólito. Hasta entonces había soportado con firmeza la carga de su atmósfera sacudida del aposento, se desplomó una enorme masa de cabellos enfermedad, guardarque cama; pero, caer la de mi llegada a la casa, desordenados:negándose ¡eran másanegros las alas de al cuervo detarde la medianoche! Y lentamente sucumbió (como me lo dijo esa noche su hermano con inexpresable agitación) poder se abrieron los ojos de la figura que estaba ante mí. "¡En esto, por lo menosal-grité-, aplastante del destructor, y supe que¡Éstos la breve que yo había de negros, su persona nunca, nunca podré equivocarme! sonvisión los grandes ojos, tenido los ojos los sería probablemente la última para mí, que nunca más vería a Madeleine, por lo menos extraños ojos de mi perdido amor, los de... los de LIGEIA!" en FINvida. En los varios días posteriores, ni Usher ni yo mencionamos su nombre, y A las aguas durante este periodo me entregué a vehementes esfuerzos para aliviar la melancolía de Guy de mi amigo.Maupassant Pintábamos y leíamos juntos; o yo escuchaba, como en un sueño, las extrañas improvisaciones de su elocuente guitarra. Y así, a medida que una intimidad cada vez más estrecha me introducía sin reserva en lo más recóndito de su alma, iba advirtiendo con amargura la futileza de todo intento de alegrar un espíritu cuya oscuridad, como una cualidad positiva, inherente, se derramaba sobre todos los objetos del universo físico y moral, en una incesante irradiación de tinieblas. Siempre tendré presente el recuerdo de las muchas horas solemnes que pasé a solas con el amo de la Casa Usher. Sin embargo, fracasaría en todo intento de dar una idea sobre el exacto carácter de los estudios o las ocupaciones a los cuales me inducía o cuyo camino me mostraba. Una idealidad exaltada, enfermiza, arrojaba un fulgor sulfúreo sobre todas las cosas. Sus largos e improvisados cantos fúnebres resonarán eternamente en mis oídos. Entre otras cosas, conservo dolorosamente en la memoria cierta singular perversión y amplificación del extraño aire del último vals de Von Weber. De las pinturas que nutrían su laboriosa imaginación y cuya vaguedad crecía a cada pincelada, vaguedad que me causaba un estremecimiento tanto más penetrante, cuanto que ignoraba su causa; de esas pinturas (tan vívidas que aún tengo sus imágenes ante mí) sería inútil mi intento de presentar algo más que la pequeña porción comprendida en los límites de las meras palabras escritas. Por su extremada simplicidad, por la desnudez de sus diseños, atraían la atención y la subyugaban. Si jamás un mortal pintó una idea, ese mortal fue Roderick Usher. Para mí, al menos -en las circunstancias que entonces me rodeaban-, surgía de las puras abstracciones que el hipocondríaco lograba proyectar en la tela, una intensidad de intolerable espanto, cuya sombra nunca he sentido, ni siquiera en la contemplación de las fantasías de Fuseli, resplandecientes, por cierto, pero demasiado concretas. Una de las fantasmagóricas concepciones de mi amigo, que no participaba con tanto rigor del espíritu de abstracción, puede ser vagamente esbozada, aunque de una manera indecisa, débil, en palabras. El pequeño cuadro representaba el interior de una bóveda o túnel inmensamente largo, rectangular, con paredes bajas, lisas, blancas, sin interrupción ni adorno alguno. Ciertos elementos accesorios del diseño servían para dar la idea de que esa excavación se hallaba a mucha profundidad bajo la superficie de la tierra. No se observaba ninguna sapiencia en toda la vasta extensión, ni se discernía una antorcha o cualquier otra fuente artificial de luz; sin embargo, flotaba por todo el espacio una ola de intensos rayos que bañaban el conjunto con un esplendor inadecuado y espectral. He hablado ya de ese estado mórbido del nervio auditivo que hacía intolerable al paciente toda música, con excepción de ciertos efectos de instrumentos de cuerda. Quizá los estrechos límites en los cuales se había confinado con la guitarra fueron los que originaron, en gran medida, el carácter fantástico de sus obras. Pero no es posible explicar de la misma manera la fogosa facilidad de sus impromptus. Debían de ser -y lo eran, tanto las notas como las palabras de sus extrañas fantasías (pues no pocas veces se acompañaba con improvisaciones verbales rimadas)-, debían de ser los resultados de ese intenso recogimiento y concentración mental a los cuales he aludido antes y que eran observables sólo en ciertos momentos de la más alta excitación mental. Recuerdo fácilmente las palabras de una de esas rapsodias. Quizá fue la que me impresionó con más fuerza cuando la dijo, porque en la corriente interna o mística de su sentido creí percibir, y por primera vez, una acabada conciencia por parte de Usher de que su encumbrada razón vacilaba sobre su trono. Los versos, que él tituló El palacio encantado, decían poco más o menos así: En el más verde de los valles


que habitan ángeles benéficos, erguíase un palacio lleno De majestad y hermosura. ¡Dominio del rey Pensamiento, Allí se alzaba! Y nunca un serafín batió sus DIARIO DEL MARQUÉS DEalas ROSEVEYRE Sobre cosa tan bella. Amarillos pendones, sobre techo ¡Quieren que vaya a pasar un mes a Loëche! 12 DE JUNIO 1880.¡A elLoëche! flotaban, áureos y gloriosos ¡Misericordia!¡ Un mes en esta ciudad que dicen ser la más triste, la más muerta, la más (todo esode fuelas hace mucho, aburrida villas! ¡Qué digo, una ciudad! ¡Es un agujero, no una ciudad! ¡Me en los más viejos tiempos); condenan a un mes de baño..., en fin! y con la brisa que jugaba en 13 tan DE gozosos JUNIO.- días, He pensado toda la noche en este viaje que me espanta ¡Sólo me queda por las almenas se expandía una cosa por hacer, voy a llevar una mujer! ¿Podrá distraerme esto, tal vez? Y además Una fragancia alada. yo aprenderé, con esta prueba, si estoy maduro para el matrimonio. Y los que erraban en el valle, por dos ventanas luminosas Un mes a solas, un mes de vida en común con alguien, de una vida en pareja completa, adelos espíritus veían conversación a todas la hora del día y de la noche. ¡Diablos! danzar al ritmo de laúdes, en torno trono donde Estar conaluna mujer durante un mes, es verdad, no es tan grave como tenerla de por (¡Porfirogeneto!) vida; pero es de por sí mucho más serio que estar con ella por una noche. Sé que envuelto en merecida podré devolverla, conpompa, algunos cientos de luises; ¡pero entonces permaneceré solo en Sentabas señor reino.divertido! Loëche, loelque no del es nada Y de rubíes y de perlas era la puertaserá del difícil. palacio,No quiero ni una coqueta ni una espabilada. Es necesario que no La elección de donde como un me sienta ni ridículorío ni fluían, orgulloso de ella. Quiero que se diga: “El Marqués de Roseveyre fluían centelleando, está de buena suerte”; pero no quiero que se cuchichee: “ Ese pobre Marqués de los Ecos, de gentil tarea:tengo que exigir a mi pasajera compañera todas las cualidades Roseveyre!”. En suma, la deexigiría cantar con voces definitiva. La única diferencia que se puede establecer es que a mialtas compañera el genio y el ingenio aquella que existe entre el objeto nuevo y el objeto de ocasión. ¡Bah!, ¡se puede De su rey soberano. encontrar, voy a pensar en ello! Mas criaturas malignas invadieron, Vestidas de tristeza, aquel He dominio. 14 DE JUNIO.¡Berthe!... aquí mi acompañante. Veinte años, guapa, recién salida del (¡Ah, duelo y luto! ¡Nunca Conservatorio, esperando más un papel, futura estrella. Buenos modales, altivez, carácter Nacerá otra alborada!) y... amor. Objeto de ocasión pudiendo pasar por nuevo. Y en torno del palacio, la hermosura que antaño florecía 15 DE JUNIO.Estáentre libre.rubores, Sin compromiso de negocios o de corazón, ella acepta, yo es sólo he unaencargado olvidada historia mismo sus vestidos, para que no tenga aspecto de jovencita. Sepulta en viejos tiempos. Y el valle, 20los DEviajeros, JUNIO.-desde Basilea. Duerme. Voy a comenzar mis notas de viaje. por las ventanas ahora rojas, ven se mueven Cuando llegó a la estación delante de mí, no la De vastas hecho,formas ella esqueencantadora. en fantasmales discordancias, reconocía, hasta tal punto tenía aspecto de mujer de mundo. Verdaderamente tiene mientras, cual niña.... espectral torrente, porvenir esta en el teatro. por la pálida puerta Sale una horrenda multitud quemodales, ríe... Me pareció cambiada en sus en su andar, en su actitud y sus gestos, en la Pues la sonrisa ha muerto. Recuerdo bien que las sugestiones de¡Oh! esta Peinada balada nos forma de sonreír, en la voz, en todo, irreprochable, en fin. ¡Ynacidas peinada! de lanzaron una corriente de pensamientos donde se manifestó una opinión una formaa divina, de una manera encantadora y sencilla, en una mujer que yade noUsher tiene que no por su novedad otrosagradar hombres han pensado así), sino que menciono, atraer las miradas, que ya no (pues tiene que a todos, cuyo papel ya nopara es explicar obstinación que la la defendió. En que líneas generales la sensibilidad seducir, alaprimera vista,con a los que vean, sino quiere gustarafirmaba a uno solo, discreta y de todos los Yseres entodo su desordenada la ideatanhabía asumido un únicamente. esto vegetales. se dejaba Pero ver en su aspecto. fantasía Se mostraba finamente y tan carácter más audaz e invadía, bajo reino que de lo inorgánico. Me completamente, la metamorfosis meciertas pareciócondiciones, tan absoluta ely hábil, le ofrecí mi brazo faltan palabras para expresar todo el alcance, o el vehemente abandono de su como hubiera hecho con mi mujer. Ella lo tomó con soltura como si se tratara de mi persuasión. La creencia, sin embargo, se vinculaba (como ya lo he insinuado) con las mujer. piedras grises de la casa de sus antepasados. Las condiciones de la sensibilidad habían sido satisfechas, él, porpermanecimos el método deencolocación esas piedras, por ely Frente a frente imaginaba en el portalón un primerdemomento inmóviles orden en que estaban dispuestas, así como por los numerosos hongos que las cubrían mudos. Después ella levantó su velo y sonrió... Nada más. Un sonreír de buen tono.y los circundantes, pero, sobre todo, por prolongación ¡Oh!marchitos Me daba árboles miedo besarla, la comedia de la ternura, el laeterno y banal inmodificada juego de las de este Pero ordenno,y ella su se duplicación en fuerte. las quietas aguas del estanque. Su evidencia -la jóvenes. contuvo. Es evidencia de esa sensibilidad- podía comprobarse, dijo (y al oírlo me estremecí), en la


Más tarde hemos charlado un poco como dos jóvenes esposos, un poco como dos muros. El Era resultado discernible, añadió, en esa silenciosa, importuna y terrible extraños. amable.era Muchas veces sonreía mirándome. Era yomas ahora quien tenía ganas influencia quePero durante siglos había modelado los destinos de la familia, haciendo de él de abrazarla. permanecí tranquilo. eso que ahora estaba yo viendo, eso que él era. Tales opiniones no necesitan comentario, haré ninguno. Nuestros libros -losy me libros que durante años En la frontera,yunnofuncionario abrió bruscamente la puerta preguntó: constituyeran no pequeña parte de la existencia intelectual del enfermo- estaban, como puede suponerse, en estricto acuerdo con este carácter espectral. Estudiábamos juntos -¿Su nombre, señor? obras tales como el Verver et Chartreuse, de Gresset; el Belfegor, de Maquiavelo; Del cielo yMedelsorprendió. infierno, de Swedenborg; el Viaje subterráneo de Nicolás Klim, de Holberg; la Respondí: Quiromancia de Robert Flud, de Jean D'Indaginé y De la Chambre; el Viaje a la distancia azul, de Tieck; y La ciudad del sol, de Campanella. Nuestro libro favorito era un pequeño -Marqués de Roseveyre. volumen en octavo del Directorium Inquisitorium, del dominico Eymeric de Gironne, y había pasajes de Pomponius Mela sobre los viejos sátiros africanos y egibanos, con los -¿A dónde se dirige usted? cuales Usher soñaba horas enteras. Pero encontraba su principal deleite en la lectura cuidadosa de un rarísimo y curioso libro gótico en cuarto -el manual de una iglesia -A las termas de Loëche, en le Valais. olvidada-, las Vigiliæ Mortuorum Chorum Eclesiæ Maguntiæ. No podía dejar de pensar en el Abandonado extraño ritual de esa obra y en su probable influencia sobre el hipocondríaco, cuando Escribió en un registro. Respondió: una noche, tras informarme bruscamente que Madeline había dejado de existir, declaró Guy de Maupassant su intención de preservar su cuerpo durante quince días (antes de su inhumación -¿La señora es su mujer? definitiva) en una de las numerosas criptas del edificio. El humano motivo que alegaba para justificar esta singular conducta no me dejó en libertad de discutir. El hermano ¿Qué hacer? ¿Qué responder? Levanté los ojos hacia ella dudando. Ella estaba pálida y había llegado a esta decisión (así me dijo) considerando el carácter insólito de la miraba a lo lejos... enfermedad de la difunta, ciertas importunas y ansiosas averiguaciones por parte de sus médicos, la remota y expuesta situación del cementerio familiar. No he de negar que, Sentí que iba a ofenderla muy gratuitamente. Y además, en fin, sería mi compañía cuando evoqué el siniestro aspecto de la persona con quien me cruzara en la escalera el durante un mes. día de mi llegada a la casa, no tuve deseo de oponerme a lo que consideré una precaución inofensiva y en modo alguno extraña. A pedido de Usher, lo ayudé Dije: personalmente en los preparativos de la sepultura temporaria. Ya en el ataúd, los dos solos llevamos el cuerpo a su lugar de descanso. La cripta donde lo depositamos (por -Sí, señor. tanto tiempo clausurada que las antorchas casi se apagaron en su atmósfera opresiva, dándonos poca oportunidad para examinarla) era pequeña, húmeda y desprovista de De repente la vi enrojecer. Me sentí feliz. toda fuente de luz; estaba a gran profundidad, justamente bajo la parte de la casa que ocupaba mi dormitorio. Evidentemente había desempeñado, en remotos tiempos Pero en el hotel, llegando aquí, la propietaria le tendió el registro. Ella me lo pasó muy feudales, el siniestro oficio de mazmorra, y en los últimos tiempos el de depósito de rápidamente; me di cuenta de que ella me estaba mirando mientras escribía. ¡Era pólvora o alguna otra sustancia combustible, pues una parte del piso y todo el interior nuestra primera noche de intimidad!... ¿Una vez pasada la página, quien leería este del largo pasillo abovedado que nos llevara hasta allí estaban cuidadosamente revestidos registro? Yo escribí: “Marqués y marquesa de Roseveyre, dirigiéndose a Loëche.” de cobre. La puerta, de hierro macizo, tenía una protección semejante. Su inmenso peso, al moverse sobre los goznes, producía un chirrido agudo, insólito. Una vez 21 DE JUNIO.- Seis de la mañana. Bâle. Salimos para Berne. Decididamente tengo depositada la fúnebre carga sobre los caballetes, en aquella región de horror, retiramos buena mano. parcialmente hacia un lado la tapa todavía suelta del ataúd, y miramos la cara de su ocupante. Un sorprendente parecido entre el hermano y la hermana fue lo primero que 21 DE JUNIO.- Diez de la noche. Jornada singular. Estoy un poco emocionado. Esto es atrajo mi atención, y Usher, adivinando quizá mis pensamientos, murmuró algunas tonto y divertido. palabras, por las cuales supe que la muerta y él eran mellizos y que entre ambos habían existido siempre simpatías casi inexplicables. Nuestros ojos, sin embargo, no se Durante el trayecto, hemos podido hablar un poco. Se había levantado un poco detuvieron mucho en la muerta, porque no podíamos mirarla sin espanto. El mal que temprano; estaba cansada; dormitaba. llevara a Madeline a la tumba en la fuerza de la juventud había dejado, como es frecuente en todas las enfermedades de naturaleza estrictamente cataléptica, la ironía Tan pronto estuvimos en Berne, quisimos contemplar ese panorama de los Alpes que de un débil rubor en el pecho y la cara, y esa sonrisa suspicaz, lánguida, que es tan yo no conocía en absoluto; y he aquí que salimos por la ciudad, como dos recién terrible en la muerte. Volvimos la tapa a su sitio, la atornillamos y, asegurada la puerta casados. de hierro, emprendimos camino, con fatiga, hacia los aposentos apenas menos lúgubres de la parte superior de la casa. Y entonces, transcurridos algunos días de amarga pena, Y de repente percibimos una llanura desmesurada, y allá abajo, allá abajo, los glaciares. sobrevino un cambio visible en las características del desorden mental de mi amigo. Sus De lejos, así, no parecían inmensos; sin embargo, aquella vista me produjo un escalofrío maneras habituales habían desaparecido. Descuidaba u olvidaba sus ocupaciones en las venas. Un resplandeciente sol poniente caía sobre nosotros; el calor era terrible. comunes. Erraba de aposento en aposento con paso presuroso, desigual, sin rumbo. La Fríos y blancos permanecían ellos, los montes helados. El Jungfrau, el Vierge, dominando palidez de su semblante había adquirido, si era posible tal cosa, un tinte más espectral, a sus hermanos, extendía su ancha falda de nieve, y todos, hasta perderse de vista, se pero la luminosidad de sus ojos había desaparecido por completo. El tono a veces alzaban a su alrededor, los gigantes de cabeza blanca, las eternas cimas heladas que el ronco de su voz ya no se oía, y una vacilación trémula, como en el colmo del terror, agonizante día hacía más claras, como plateadas, sobre el azul oscuro de la noche. caracterizaba ahora su pronunciación. Por momentos, en verdad, pensé que algún secreto opresivo dominaba su mente agitada sin descanso, y que luchaba por conseguir Su infinidad inerte y colosal daba la sensación de comienzo de un mundo sorprendente valor suficiente para divulgarlo. Otras veces, en cambio, me veía obligado a reducirlo y nuevo, de una región escarpada, muerta, petrificada pero atrayente como el mar, llena todo a las meras e inexplicables divagaciones de la locura, pues lo veía contemplar el de un poder de seducción misteriosa. El aire que había acariciado sus cimas siempre


sonido imaginario. No es de extrañarse que su estado me aterrara, que me inficionara. muy diferente al aire fecundante de las llanuras. Tenía algo de desapacible y de Sentía que a mi alrededor, a pasos lentos pero seguros, se deslizaban las extrañas poderoso, de estéril, como un aroma de espacios inaccesibles. influencias de sus supersticiones fantásticas y contagiosas. Al retirarme a mi dormitorio la noche del séptimo u octavo día después de que Madeline fuera depositada en la Berthe, ensimismada, observaba sin cesar, sin poder pronunciar ni una palabra. mazmorra, y siendo ya muy tarde, experimenté de manera especial y con toda su fuerza esos sentimientos. El sueño no se acercaba a mi lecho y las horas pasaban y pasaban. De repente me cogió lala mano y la apretó. Yodominaba. mismo sentía alma esa especie de Luché por racionalizar nerviosidad que me Tratéendeelconvencerme de que -Es preciso estar loca que paranos salirsobrecoge al campo adelante estas horas con un calor insufrible. De dos fiebre, esa exaltación de ciertos espectáculos inesperados. mucho, si no todo lo que sentía, era causado por la desconcertante influencia del meses a estapequeña parte, se te ocurren ideas muy extrañas. la fuerza haces a la Agarré temblorosa la llevé a mis A la me besé, a fe venir mía, con lúgubre esa moblaje de lamano habitación, de los ytapices oscuros ylabios; raídosyque, atormentados por orilla del mar, cuando en cuarenta y cinco años que llevamos de matrimonio jamás amor. el soplo de una tempestad incipiente, se balanceaban espasmódicos de aquí para allá tuviste semejante fantasía. Sin pedirme parecer, eliges como residencia de verano esta sobre los muros y crujían desagradablemente alrededor de los adornos del lecho. Pero población triste, Fècamp, y te invade un deseo furioso hacerglaciares? ejercicio (¡eso tú, que Permanecí un poco turbado.¿Pero portemblor quien? ¿Por ella ode por mis esfuerzos eran infructuosos. Un incontenible fuelosinvadiendo gradualmente nunca dabas dos pasos!), al extremo de querer salir al campo a estas horas en el día mi cuerpo, y al fin se instaló sobre mi propio corazón un íncubo, el peso de una alarma más caluroso año. Dile amigo Apreval que te acompañe, puesto que se 24 JUNIO.-del Loëche, diezaLo denuestro lasacudí, noche. porDE completo inmotivada. jadeando, luchando, me incorporé sobre las presta amablemente a todos tus caprichos. Yo, por mi parte, me quedo a dormir la almohadas y, mientras miraba ansiosamente en la intensa oscuridad del aposento, siesta. Todo viaje ha-ignoro sido delicioso. pasado medio día Thun, contemplando la presté elatención por qué, Hemos salvo que me impulsó unaen fuerza instintivaa ciertos ruda frontera de montañas que debíamos franquear al día siguiente. sonidos ahogados, indefinidos, que llegaban en las pausas de la tormenta, con largos La señora Cadour dijo: intervalos, no sé de dónde. Dominado por un intenso sentimiento de horror, Al amanecer,pero atravesamos el lago, másaprisa hermoso Suizaque tal no vez.ibaUnas mulas más nos inexplicable insoportable, me elvestí (puesdesabía a dormir -¿Quiere usted acompañarme, Apreval? esperaban. sentamos sobre susde lomos y partimos.condición Después de desayunado durante la Nos noche) e intenté salir la lamentable en haber que había caído, en un pueblecito, comenzamos a escalar, entrando lentamente en la garganta que sube recorriendo rápidamente la habitación de un extremo al otro. Había dado unas pocas Este se inclinó, sonriendo con dominada una galantearía de los pasados.territorio mientras decía: poblada de árboles, siempre por las altastiempos cumbres. en sitio, vueltas, cuando un ligero paso en una escalera contigua atrajo De mi atención. Reconocí sobre las pendientes que parecen venir del cielo; se distinguen puntos blancos, entonces el paso de Usher. Un instante después llamaba con un toque suavechalets a mi -Iré a donde allí usted vaya.sabe cómo. Atravesamos torrentes, percibimos, a veces, entre construidos no puerta y entraba conseuna lámpara. Su semblante tenía, como de costumbre, una palidez dos puntiagudas y cubiertas abetos, una especie inmensa de pirámide de nieve una que histeria parecía cadavérica, perocimas además había endesus ojos una loca hilaridad, -Bueno; vayan que a coger una insolación -exclamó el señor de Cadour. tan próxima hubiéramos jurado diez apenas evidentemente reprimida en toda su alcanzarla actitud. Suenaire meminutos, espantó,pero peroque todo era habríamos llegado en veinticuatro horas. preferible a la soledad que había soportado tanto tiempo, y hasta acogí su presencia con Y se metió en su cuarto del hotel de los Baños para echarse un par de horas en la alivio. -¿No lo has visto? -dijo bruscamente, después de echar una mirada a su cama. A veces atravesábamos caoslo de estrechas llanuras tapizadas de rocas alrededor, en silencio-. ¿No has piedras, visto? Pues aguarda, lo verás -y diciendo esto desprendidas como si doslamontañas esta contienda, protegió cuidadosamente lámpara, se se hubieran precipitó enfrentado a una de lasen ventanas y la abriódejando de par Cuando la respetable señora y su antiguo solos, se pusieron en sobre de batalla los restos de con sus compañero miembros dequedaron granito.que en parela campo la tormenta. La ráfaga entró furia tan impetuosa estuvo a punto de marcha. Ella dijo con voz muy baja y apretándole una mano: levantarnos del suelo. Era, en verdad, una noche tempestuosa, pero de una belleza Berthe, extenuada, dormía sobre animal, abriendo de vez en cuando los ojos para severa, extrañamente singular en susuterror y en su hermosura. Al parecer, un torbellino -¡Al fin! ¡Al fin! ver de nuevo. Acabóenpor adormecerse, y yo había la sujetaba por yuna mano, cambios feliz de en su desplegaba su fuerza nuestra vecindad, pues frecuentes violentos contacto, de sentir a través de su vestido el suave calor de su cuerpo. Llegó la noche, la dirección del viento; y la excesiva densidad de las nubes (tan bajas que oprimían casi Él todavía subíamos. la puerta de un pequeño lasmurmuró: torrecillas de laNos casa)paramos no nos delante impedía de advertir la viviente velocidad albergue con que perdido acudían en la montaña. de todos los puntos, mezclándose unas con otras sin alejarse. Digo que aun su excesiva -Se ha vuelto usted loca. advertirlo, Estoy convencido en absoluto dellegaba que senihaunvuelto densidad no nos impedía y sin embargo no nos atisbousted de la loca. luna Piense arriesga. eseelhombre... ¡Dormimos! ¡Oh! ¡Dormimos! o de lascuánto estrellas, ni se Si veía brillo de un relámpago. Pero las superficies inferiores de las grandes masas de agitado vapor, así como todos los objetos terrestres que nos Ella le interrumpió, Al amanecer, corrí sobresaltada: a la ventana, y prorrumpí en un Berthe llegógaseosa, a mi lado y se rodeaban, resplandecían en la luz extranatural de grito. una exhalación apenas quedó estupefacta y embelesada. Habíamos dormido en la nieve. luminosa y claramente visible, que se cernía sobre la casa y la amortajaba. -¡No debes -¡Oh, No eso! diga -dije, ustedestremeciéndome, nunca ese hombre mientras cuando hablemos él. mirar,Enrique! no mirarás con suavedeviolencia apartaba a Todo a nuestro alrededor, montes enormes y estériles cuyos huesos grises sobresalían Usher de la ventana para conducirlo a un asiento-. Estos espectáculos, que te Él prosiguió bruscamente: bajo su abrigo blanco, sin pinos, sombríos y helados,o se elevaban que confunden, son simplesmontes fenómenos eléctricos nada extraños, quizá tengantan su alto horrible parecían inaccesibles. origen en el miasma corrupto del estanque. Cerremos esta ventana; el aire está frío y -¡Bueno! Si nuestro sospecha cualquier descubre Yo la verdad, es peligroso para tuhijo salud. Aquí tienes una cosa, de tusy receloso novelas favoritas. leeré y nos me tiene cogidos para siempre. Pudo usted pasar cuarenta años alejada, sin conocerle Una hora después de estar en ruta de nuevo, percibimos, al fondo de este embudo de escucharás, y así pasaremos juntos esta noche terrible. El antiguo volumen que había siquiera, ¿qué antojo es el hoy? sombrío, granito de Mad nieve, un lago negro, una loonda, durantedelargo tiempo tomado yera Trist, dedeLauncelot Canning;sinpero habíaque calificado favorito de habíamos seguido. Un guía nos trajo algunos edelweiss, las flores blancas de los Usher más por triste broma que en serio, pues poco había en su prolijidad tosca, sin Habían seguido calleunque va de lapara alblusa. pueblo. Volvieron a la derecha subir el glaciares. Berthe ramillete imaginación, quelahizo pudiera interesar aplaya la su elevada e ideal espiritualidad de mi para amigo. Pero repecho de Etretat. El camino blanco se inundaba con los abrasadores rayos del sol. era el único libro que tenía a mano, y alimenté la vaga esperanza de que la excitación De la garganta de peñascos se abrió pudiera delante hallar de nosotros, descubriendo un que repente, en ese momento agitaba al hipocondríaco alivio (pues la historia de Andaban despacio, sofocándose, a paso corto. Ella se apoyaba en el brazo de su amigo, horizonte sorprendente: toda la cadena de los Alpes piamonteses más allá del valle del los trastornos mentales está llena de anomalías semejantes) aun en la exageración de la mirando hacia adelante, con De los ojos insistentes. Ródano. Lasyoenormes cumbres, de fijos, lugar en lugar, la multitud locura que iba a leerle. haber juzgado, a decirdominaban verdad, por la extrañadey cimas tensa menores. Eran el monte Rose, arduo y macizo; el Cervin, recta pirámide donde vivacidad con que escuchaba o parecía escuchar las palabras de la historia, me muchos hubiera Preguntó: hombres han el muerto, el mi Dent-du-Midi; otros cientos de puntos blancos,derelucientes felicitado por éxito de idea. Había llegado a esa parte bien conocida la historia como cabezas de diamantes, bajo el sol. en que Ethelred, el héroe del Trist, después de sus vanos intentos de introducirse por -¿De manera tampoco le haprocede visto nunca? las buenas en que la morada delusted eremita, a entrar por la fuerza. Aquí, se recordará, Pero bruscamente el sendero que seguíamos se detuvo al borde de por un precipicio, las palabras del relator son las siguientes: "Y Ethelred, que era naturalezay en un -¡Jamás! el abismo, en el fondo del agujero negro de dos mil metros, encerrado entre cuatro corazón valeroso, y fortalecido, además, gracias al poder del vino que había bebido, no


-Pero ¿espuntos posible? algunos blancos bastantelaparecido a corderos en un prado. Eran las casas de obstinada y maligna; mascon sintiendo lluvia sobre sus hombros, y temiendo el estallido Loëche. de la tempestad, alzó resueltamente su maza y a golpes abrió un rápido camino en las -No la eterna discusión. Yo tengo mujer y tengohacia hijos,sí,como tablascomencemos de la puertanuevamente para su mano con guantelete, y, tirando con fuerza rajó, usted tiene un dejar marido; como usted, debo guardarme delamurmuraciones. Fue necesario las mulas, siendo elque camino tan peligroso. El sendero desciende a lo rompió, lo destrozó todo en tal forma el ruido de madera seca y hueca retumbó largo de la roca, serpentea, gira, va, vuelve, sin jamás perder de vista el precipicio, en el bosque y lo llenó de alarma." Al terminar esta frase me sobresalté y por uny siempre Ella no respondió. también elPensaba pueblo que sucrece juventud a medida lejana, que enenlas nos cosas acercamos. que ya pasaron. Es a lo Todo seera le momento me detuve, puesen me pareció (aunque seguida concluí que mique excitada llama triste. el pasaje de la Gemmi, uno de los más bellos de los Alpes, si no el más bello. imaginación me había engañado), me pareció que, de alguna remotísima parte de la Se había llegaba casado,confusamente como se casan muchas instancias de sula exacta familia,similitud, con un mansión, a mis oídos mujeres, algo que apodía ser, por hombre al que apenas conocen. Su marido era diplomático; vivió con él como viveny Berthe, apoyándose en mí, prorrumpía gritos de alegría y gritos de pavor, feliz el eco (aunque sofocado y sordo, por cierto) del mismo ruido de rotura, de destrozo todas las mujeres deniño. buenaComo sociedad. temerosa comohabía un a algunos pasos los guías y ocultos por que Launcelot descrito conestábamos tanto detalle. Fue, sin dudadealguna, la coincidencia lo un voladizo de la roca, me abrazó. Yo la abracé... que atrajo mi atención pues, entre el crujir de los bastidores de las ventanas y los Pero sucedió que habituales un joven, Apreval, casado creciente, también, laelquiso con amor profundo, mezclados ruidos de la tormenta sonido enun sí mismo nada tenía,y durante una larga ausencia del señor Cadour, que había ido a las Indias, enviado el Yo me había dicho: a buen seguro, que pudiera interesarme o distraerme. Continué el relato: "Pero elpor buen Gobierno, la señorapasó sucumbió. campeón Ethelred la puerta y quedó muy furioso y sorprendido al no percibir -En Loëche, pondré cuidado hacer entender que no conprodigioso, mi mujer. cubierto de señales del maligno eremita yenencontrar, en cambio, unestoy dragón ¿Le hubiera sido posible resistir más? ¿Negarse? ¿Pudo nocon ceder, escamas, con lengua de fuego, sentado en guardia delante de unresolverse palacio de aoro piso adorándole como le adoraba? ¡No! ¡Ciertamente, no! ¡Era pedirle demasiado! Era Pero por todos lados yo la había tratado como tal, en todas partes la había hecho pasar Blanco y azul de plata, y del muro colgaba un escudo de bronce reluciente con esta leyenda: Quien demasiado sufrir. ¡La vida es tan miserable y engañosa! ¿Puede uno evitar ciertas por la Marquesa de Roseveyre. No podía ahora inscribirla bajo otro nombre. Y además entre aquí, conquistador será; asechanzas dedragón, la huiryganará. de su "Y destino? Siendo mujer, abandonada, sin la habría herido en suerte, el corazón, verdaderamente eralevantó encantadora. Guy demate Maupassant Quien al el escudo Ethelred su maza y golpeó lasola, cabeza ternuras queque la remedien, que su la defiendan, ¿se puede, un rugido día y otro evitary del dragón, cayó a sus sin pieshijos y lanzó apestado aliento con un tan día, hórrido una pasión que arrastra la existencia? ¿Se puede huir del sol, para encerrarse hasta la Pero le dije: bronco y además tan penetrante que Ethelred se tapó de buena gana los oídos con las muerte la oscuridad? manos en para no escuchar el horrible ruido, tal como jamás se había oído hasta -Querida amiga, llevas mi apellido, gente me cree tu marido; que de te entonces." Aquí me detuve otra vez labruscamente, y ahora con un espero sentimiento Entonces, después deeltanto tiempo, recordaba todosoportunidad los detalles, las caricias, las comportes con todo mundo con una extrema prudencia y una extrema discreción. violento asombro, pues no podía dudar de que ella en esta había escuchado ansias, las impaciencias aguardándole.¡Qué días tan felices! Los únicos felices. Y ¡qué Nada de conocidos, de charlas, de relaciones. Que te crean noble, actúa de forma que realmente (aunque me resultaba imposible decir de qué dirección procedía) un grito pronto acabaron! nunca tenga reprocharme lo que he hecho. insólito, un que sonido chirriante, sofocado y aparentemente lejano, pero áspero, prolongado, la exacta réplica de lo que mi imaginación atribuyera al extranatural alarido Luego se sintió ¡Qué angustias! Ella del respondió: dragón, tal embarazada. como lo describía el novelista.Oprimido, como por cierto lo estaba desde la segunda y más extraordinaria coincidencia, por mil sensaciones contradictorias, ¡Oh! Aquel viaje almiMediodía, un viaje largo, doloroso; los temores incesantes, la vida -No miedo, pequeño en lastenga cuales predominaban el René. asombro y un extremado terror, conservé, sin embargo, misteriosa, oculta ende la ánimo casita solitaria, mar, en el fondo de un jardín del que suficiente presencia para no cerca excitardelcon ninguna observación la sensibilidad nunca se atrevió a salir. 26 DE JUNIO.Loëche no es triste. No. Es salvaje, pero muy hermosa. Este muro nerviosa de mi compañero. No era nada seguro que hubiese advertido los sonidos de en rocas altas de dos mil metros, de donde se deslizan cientos de torrentes semejantes cuestión, aunque se había producido durante los últimos minutos una evidente ya ¡Cómo recordaba los días eternos pasó que alsupie de un naranjo, ojos fijosenen el hilillos plata; este eterno que delDesde agua discurre; este pueblo sepultado los extrañade alteración enruido su apariencia. posición frente acon mí los había hecho girar fruto redondo escondido casi estaba entre verdes hojas! Deseaba salir, acercarse al Alpes desde donde se ve, como el fondo de un pozo, el sol lejano atravesar gradualmente suy rojo, silla, de modo desde que sentado mirando hacia la puerta de el la mar, cuya brisa fecunda recibía por encima de la tapia, cuyo constante vaivén oía sin cielo; el glaciar vecino, muy blanco en la escotadura de la montaña, y ese pequeño valle habitación, y así sólo en parte podía ver yo sus facciones, aunque percibía sus labios cesar, cuya superficie brillante algo al sol, y salpicada por velas, era su elencanto. lleno de arroyos, lleno de árboles, pleno de frescura y de vida, que desciende hacia el temblorosos, como si azul, murmuraran inaudible. Tenía lablancas cabeza caída sobre pecho, Pero tenía miedo hasta de asomarse a la puerta. Si alguien la hubiese reconocido en Ródano y deja ver en el horizontes las cimas nevadas del Piémont: todo esto me seduce pero supe que no estaba dormido por los ojos muy abiertos, fijos, que vi al echarle una aquel estado, con deforme y vergonzosa... ymirada me encandila. Talaquella si...cintura si Berthe estuviera aquí?... también esta idea, pues se de perfil. Elvez movimiento delnocuerpo contradecía mecía de un lado a otro con un balanceo suave, pero constante y uniforme. Luego de Y los díasrápidamente deesta inquietud, los últimos días torturadores; y laLauncelot, espantosa noche del suceso. Es perfecta, niña, reservada que nadie. Yo escucho decir: advertir todo esto,y distinguida proseguí elmás relato de que decía así: "Y ¡Cuántas miserias había padecido! entonces el campeón, después de escapar a la terrible furia del dragón, se acordó del -¡Qué es, yesta escudohermosa de bronce delmarquesita!... encantamiento roto, apartó el cuerpo muerto de su camino y ¡Qué noche aquella! cuántopavimento gritó! Nodelsecastillo borrabahasta de su memoria el avanzó valerosamente¡Cuánto sobre elgimió, argentado donde colgaba rostro pálido dePrimer su amante, besándoleno a cada minuto lasdemanos; la cabeza del 27 JUNIO.Descendemos directamente lasino habitación a las piscinas, del DE muro el escudo, el baño. cual, entonces, esperó su llegada, que cayó a calva sus pies médico, la cofia blanquísima de la enfermera. donde veinte bañistas tiemblan, ya vestidos con largos vestidos de lana, juntos hombres sobre el piso de plata con grandísimo y terrible fragor." Apenas habían salido de mis ylabios mujeres. comen, otros -como leen, otros charlan. Mueven delante de sí pequeñas estasUnos palabras, cuando si realmente un escudo de bronce, en ese Y la sacudida violenta de su corazón al oír el débil gemido de la criatura, aquelaprimer tablas flotantes. A veces juegan al anillo, lo que no siempre es decoroso. través momento, hubiera caído con todo su peso sobre un pavimento de plata- Vistos percibí un eco esfuerzo de una voz de hombre. de las galerías que rodean el baño, tenemos aspecto de gruesos sapos en una tinaja. claro, profundo, metálico y resonante, aunque en apariencia sofocado. Incapaz de dominar mis nervios, me puse en pie de un salto; pero el acompasado movimiento de Y al díano siguiente... ¡AlMe día siguiente, de su vida en que lo tuvo besó a Berthe ha venido a ¡Ah! sentarse a precipité esta galería para charlar un poco conmigo. Laojos hanymiraban mirado Usher se interrumpió. al único sillón donde estaba sentado. Suscerca su hijo! Porque jamás volvieron a verle sus ojos. mucho. fijos hacia adelante y dominaba su persona una rigidez pétrea. Pero, cuando posé mi mano sobre su hombro, un fuerte estremecimiento recorrió su cuerpo; una sonrisa Y desde entonces, larga, y horas vacía existencia, en la cual de siempre, siempre 28 DE JUNIO.Segundo baño.penosa de agua.unLas tomaré ocho en ocho malsana tembló en ¡qué sus labios, yCuatro vi que hablaba con murmullo bajo, apresurado, flotaba el recuerdo imborrable de aquella criatura! ¡Y jamás volvió a verle, ni una sola horas. Tengo porsi compañeros el Príncipe de Vanoris el Conde ininteligible, como no advirtiera bañistas mi presencia. Inclinándome sobre él,(Italia), muy cerca, bebí, vez, a aquel pedazosignificado de elsusbarón entrañas, hijo de sus amores! Lovenberg (Austria), Vernhe (Hungría parte), una por fin, el horrible deSamuel susalpalabras: -¿No lo oyes?u Sí,otra yo lo oigo yademás lo he oído. quincena de personajes de menor importancia, pero todos nobles. Todo el mundo es Mucho, mucho, mucho tiempo... muchos minutos, muchas horas, muchos días lo he Lo cogieron, lomellevaron, escondieron. Ella supo solamente que unos campesinos noble en lasno villas termales. oído, pero atrevía...lo¡Ah, compadéceme, mísero de mí, desventurado! ¡No me normandos lo educaban, que vivía como campesino, que se casó, bien ¿No casado, que mis fue atrevía... no me atrevía a hablar! ¡La encerramos viva en la tumba! dijeyque bien establecido por padre. Ellos me eran piden, uno sutras otro, a Berthe.movimientos, Yo respondo:débiles, “¡Sí!” yenme sentidos agudos? Ahora te ser digopresentados que oí sus primeros el retiro. Me creen celoso, ¡qué tontería!


hablar! ¡Y ahora, esta noche, Ethelred, ja, ja! ¡La puerta rota del eremita, y el grito de que se habría desarrollado! Le suponía siempre aquella humana un 29 DE JUNIO.¡Diablos! ¡Diablos! Princesacomo de mejor, Vanoris ha venido ellaque misma en muerte del dragón, y el estruendo delLaescudo!... ¡Di, el larva ruido del ataúd al sólo rajarse, día brazos, apretándo1e contra dolorido. persona aen buscarme, deseando conocer micuerpo mujer, enluchas el momento entrábamos y elcogió chirriar de los férreos goznes de su asu prisión, y sus dentro en de que la cripta, por el en el hotel. Yo le presenté a Berthe, pero le he rogado con delicadeza quepronto? evitara pasillo abovedado, revestido de cobre! ¡Oh! ¿Adónde huiré? ¿No estará aquí Cuantas veces a su amante: «No aguardo quiero siempre encontrarse condijo esta dama. ¿No se precipita a reprocharme mi prisa? ¿Nomás, he oído susverle, pasosvoy enalaverle», escalera? ¿No la convencía, la contenía. Ella no sabia reprimirse, callarse, y el otro adivinaría distingo el pesado y horrible latido de su corazón? ¡INSENSATO! -y aquí, furioso, de uny exploraría, comprometiéndolos. 2salto, DE se JULIO.El Príncipe nosestas ha agarrado del cuello llevarnos entregara a su apartamento, puso de pie y gritó palabras, como si enpara ese esfuerzo su alma-: Mi pequeña barca, mi querida barquita, toda blanca con una red a lo largo de la borda, donde los bañistas insignes tomaban el té. Berthe era, sin duda alguna, mejor que todas ¡INSENSATO! ¡TE DIGO QUE ESTÁ DEL OTRO LADO DE LA PUERTA! Como si la iba suavemente, suavemente sobre la mar en calma, en calma, adormilada, densa, -¿Cómo es?¿pero -preguntaba señora. las damas; qué hacer? sobrehumana energía dela su voz tuviera la fuerza de un sortilegio, los enormes yy también azul de un Usher azul transparente, líquido, lentamente, donde la luz en se ese hundía , la luz azul, antiguos azul, batientes que señalaba abrieron momento, sus hasta las rocas del fondo. -No sé. Tampoco lemía, conozco. 3pesadas DEloJULIO.¡A fede qué Era le vamos hacer! Entre estospero treinta hidalgos, ¿no de se mandíbulas ébano. obra dea la violenta ráfaga, allí, del otro lado encuentran al menos diez de fantasía? ¿Entre estas dieciséis o diecisiete mujeres, están la puerta, ESTABA la alta y amortajada figura de Madeline Usher. Había sangre en sus Los hermosos chalets todos blancos, a través de una sus -¿Es posible? ¡Tener un hijo y no conocerle! ¡Rechazarle temor, ocultarle como más deblancas, docelos seriamente yblancos, de en estas doce, más de seis irreprochables? ¡Tanto ropaschalets, y huellas decasadas, acerba lucha cada parte decon su observaban descarnada persona. Por un ventanas abiertas el Mediterráneo que venía a acariciar los muros de sus jardines, de vergüenza! peor para ellas, tanto peor para ellos! ¡Ellos lo han querido! momento permaneció temblorosa, tambaleándose en el umbral; luego, con un lamento sus hermosos jardines llenos de palmeras, de áloes, de árboles siempre verdes y de sofocado, cayó pesadamente hacia adentro, sobre el cuerpo de su hermano, y en su plantas siempre en Iban fatigados el calor, ganando poco aestá poco inacabable 10 DEcamino JULIO.Berthe la reinaalpor de Loëche! ¡Todo el mundo locoel por la violenta agoníaadelante, finalflor. lo es arrastró suelo, muerto, víctima de los terrores queella; había repecho. celebran, la adoran! Porde otraaquella parte, mansión ella es soberbia en graciaAfuera y distinción. anticipado.la miman, De aquel aposento, huí aterrado. seguíaMe la Le dije a mi marinero, que remaba despacio, que se detuviera delante de la puerta de envidian. tormenta en toda su ira cuando me encontré cruzando la vieja avenida. De pronto mi amigo Y grité una con luz todos mis pulmones: Ella prosiguió: surgió en Pol. el sendero extraña y me volví para ver de dónde podía salir fulgor tan La Princesa de Vanoris me ha preguntado: insólito, pues la vasta casa y sus sombras quedaban solas a mis espaldas. El resplandor -¡Pol, -Parece castigo. Jamás otro. Y a aquél, no verle... No.a Era imposible resistir al venía Pol, deun laPol! luna llena, roja tuve como la sangre, que brillaba ahora través de aquella fisura deseo de verle, ¿dónde quedibujada hace años desde me no comprenden eso. -¡Ah!, Marqués, hatantos encontrado esteobsesiona. tesoro? casi imperceptible en zig-zag el tejado Los del hombres edificio hasta la base. Mientras Apareció en su balcón, asustado como un hombre que uno acaba de despertar. El Piense usted que no está lejos el día de mi muerte. la contemplaba, la figura se ensanchó rápidamente, pasó un furioso soplo del torbellino, enorme sol dedel lade una, deslumbrándolo, le hacía ante cubrirse conespíritu la mano. Yo tenía deseos responder: todo el disco satélite irrumpió de pronto mis los ojosojos y mi vaciló al ver Y ¿era posible morir sin volverle a ver? desmoronarse los poderosos muros, y hubo un largo y tumultuoso clamor como la voz Le -¡Primer premio del curso dey comedia, contratada Odeón, libre a de grité: mil torrentes, y aConservatorio, mis pies el profundo corrompido estanqueenseelcerró sombrío, -¿Cómo pude aguantar tanto tiempo? He pensado en él durante toda mi vida. ¡Qué partir del 5 de agosto de 1880! silencioso, sobre los restos de la Casa Usher. -¿Quieres dar unacon vuelta? horrorosa vida, este pensamiento constante! ¡No he despertado una sola vez, ni FIN una sin que mi primer pensamiento no fuese para él, para el hijo mío! ¿Cómo ¡Quésola caravez, hubiera puesto, Dios mío! -Voy, estará?respondió Me siento culpable, culpable de su abandono, de mi cobardía. ¿Se debe temer al mundo en talesBerthe casos?esDebí dejarlo sorprendente. todo para no Ni dejarle a él;de conservarle, cuidarle 20 DE JULIO.realmente una falta tacto, ni una falta dey Y cinco minutos más tarde subía en mi barquita. educarle. sido más dichosa. Y no me atreví. ¡Bien lo pagué con mi sufrimiento; ¡ gusto; ¡unaHubiera maravilla! Ah! Esas pobres criaturas abandonadas... ¡cómo deben de odiar a sus madres! Le mi marineroParís. que se hacia alta 10 dije DE aAGOSTO.Se dirigiera acabó. Tengo el mar. corazón hecho polvo. La víspera de la De pronto sollozos. El valle estaba desierto y mudo bajo la partida creí se quedetuvo, todo elahogada mundo por iba alos llorar. Pol había traído del su sol. periódico, que no había podido leer por la mañana, y, tumbado al luz abrumadora fondo del barco, se puso a ojearlo. Decidimos ir a ver amanecer sobre el Torrenthon, luego de volver a descender a la -Descanse usted partida. un poco; siéntese un rato -dijo Apreval. hora de nuestra Yo miraba la tierra. A medida que me alejaba de la orilla, toda la ciudad aparecía, la hermosa ciudad tendida totalmente al borde de lasmulas. olas azules. Después, Ella dejó conducir hasta la cuneta, y, noche, después de sentarse, ocultó el rostro entrepor las Nossepusimos enblanca, marcha hacia media sobre unas Los guías portaban encima, la primera montaña, laformando primera grada, uncamino gran bosque de del abetos, llenodetambién manos. cabellos canosos,se caían sobre sus mejillas, mezclándose con faroles: Sus y la larga caravana extendíarizos, por el sinuoso bosque pinos. de chalets, de chalets aquí yprofundo. allá, parecidos orondosenhuevos pájaros su llanto. Lloraba, herida por undonde dolor Luego atravesamos los blancos, pastos rebaños de vacasa erraban libertad.deDespués gigantes. Se la esparcían a medida que nos aproximábamos la cima, y sobre la cumbre se alcanzamos región de las rocas, donde la misma hierba adesaparecía. veía uno muy grande, cuadrado, un hotel, tal vez, y tan blanco parecía que se había Él estaba en pie, frente a ella, inquieto, no, sabiendo qué decirle,que repetía: vuelto a pintar la mismasemañana. A veces, en la sombra, distinguía, sea a derecha, sea a izquierda, una masa blanca, un -Vamos.., valor... de nieve en un agujero de la montaña. amontonamiento Mi marinero remaba apáticamente, en meridional tranquilo; y como el sol que quemaba en elsemedio delde azul me cansaba los ojos, miréyhacia el agua, el agua azul, profunda, Ella levantó pronto: El frío llegaba a cielo ser mordiente, pinchaba los ojos la piel. El viento desecante de las acimas la cual los remos destruían reposo. aportando los hálitos helados de cien lugares de soplaba, quemando las su gargantas, -¡Lo picostendré! congelados. Pol me dijo: Y secándose los ojos, conyasu de pasonoche. inseguro de anciana. todas las Cuando llegamos a avanzó nuestronuevamente destino era Desembalamos -Siempre nieva París.elHay heladaaltodas las noches a 6 grados. provisiones paraenbeber champán amanecer. El camino se hundía, más adelante, bajo un grupo de árboles, que ocultaban algunas Yo aspiraba el el aire tibionuestras inflando mi pecho, el un aire inmóvil,en adormilado el mar, el casas. Oyeron choque vibrantecabezas. y regular de un yunque.sobre El cielo palidecía sobre Vimos demartillo pronto un obstáculo a nuestros pies; aire azul. Y volví a levantar los ojos. luego, a unos cientos de metros, otra cima. Bien pronto vieron, a su derecha, una carreta parada junto a un cobertizo, y a la Y detrás montaña verde, yenpor encima, allá, la inmensa montañaa lo blanca sombra dos la hombres ocupados herrar caballo. El vi horizonte entero parecía lívido, sin que un se distinguiera nada todavía lejos.aparecía. No se la descubría en un instante. Ahora, comenzaba a mostrar su gran pared de nieve, su alta descubrimos, pared brillante, por tenuecima, cintura de cimas heladas, cimas El señor de Apreval sea acercó preguntando: Pronto la cercada izquierda, unauna enorme el Jungfrau, después otra,dedespués blancas, agudas como pirámides, a lo largo de la orilla, la suave orilla cálida, donde otra. Aparecían poco a poco como si fueran levantándose a lo largo del nacimiento del


colosos, en este país desolado de nieves eternas. De repente, en frente, se nos mostró Le dije Pol:hombres la desmesurada cadena del Piémont. Otras cumbres aparecieron al norte. Realmente Uno dealos respondió: era el inmenso país de los grandes montes de frentes helados, desde el Rhindenhorn, -Aquí la el nieve, mira. le mostré Alpes. pesadoestá como su nombre, el fantasma apenas visible del patriarca deellos Alpes, el Tome usted camino a laYhasta izquierda, ylos siga derecho; es la tercera pasando café. Tiene Mont Blanc. un pino junto a la valla. No es fácil equivocarse. La extensa cadena blanca se extendía hasta perderse de vista y crecía en el cielo con cada remo que yazotaba el agua La nieve parecía tan vecina, cansadas tan próxima, Unosgolpe eranadela orgullosos rectos, otros acuclillados, otros deformes, pero todos Volvieron izquierda. Ella estaba más azul. tranquila, pero con las piernas y el tan espesa, tan amenazante que me daba miedo, me un daba frío.«¡Dios homogéneamente blancos, si algún Dioscomo hubiera arrojado sobre la jorobada tierra corazón palpitante. A cada como paso, murmuraba rezo: mío! ¡Dios mío!» Y un sábanasuinmaculada. oprimía garganta una emoción terrible, haciéndola vacilar Bola de Sebo como si le hubiesen Luego cortadodescubrimos las corvas. más abajo una línea negra, derecha, cortando la montaña en dos. Allá el soltan de cerca fuego que dijo ahabríamos la nieve depodido hielo: «Tú irás más lejos». Unosdonde saltarnosobre ellos; otros estaban tan Guy deparecían Maupassant lejos quede apenas los distinguíamos. El señor Apreval, nervioso, algo pálido, le dijo bruscamente: Pol, que sujetaba siempre su periódico, pronunció: Durante días consecutivos por ciudad restos sangrar del ejército derrotado. El cielo semuchos volvió y todos enrojecieron. Las lanubes ellos. Eray -Si no sabe ustedrojo; moderarse, todopasaron se descubrirá en parecían seguida. Trate desobre contenerse Más que tropas regulares, parecían hordas en dispersión. Los soldados llevaban las -Las noticias de Piémont son terribles. Las avalanchas han destruido dieciocho pueblos. maravilloso, casi pavoroso. disimular. barbas sucias, los noticias uniformes llegaban con apariencia de Escuchacrecidas esto; y yleyó: «Las del hechos valle dejirones, Aoste y son terribles. La población cansancio, sin bandera, sin disciplina. Todos parecían abrumados y derrengados, enloquecida tieneencendida ya descanso. Las avalanchas unacumbres y otra vez los pueblos. Pero pronto no la nube palideció, y toda la sepultan armada de insensiblemente Ella balbucía: incapaces de concebir una idea o de tomar una resolución; andaban sólo por costumbre En el vallerosa, de Lucerna lossuave desastres son como también siete muertos, en se volvió de un rosa y tierno los graves. vestidosEndeLocane, una jovencita. ySparone, caían muertos de fatiga en cuanto se paraban. Los más eran movilizados, quince, ocho,mío! en ¡Cuando Ronco, Valprato, Campiglia, la nieve -¿Puedo hacer másendeRomborgogno, lo que hago? ¡Hijo pienso que voy a verque al hombres hijo mío! pacíficos, muchos de cuales de no hicieron otra cosa el mundo disfrutar de sus ha contamos treinta y la doscapa cadáveres. Enen Pirronne, Saint-Damien, en Y elcubierto, sol apareció porlosencima de nieves. Entonces, deenque repente, el pueblo rentas, y los abrumaba el peso del fusil; otros eran jóvenes voluntarios impresionables, Musternale, englaciares Demonte, en Massello, en un Chiabrano, los son entero de por los hizo blanco, de blanco brillante, comode si una el igualmente horizonte Avanzaban una senda,seentre los corrales de las masías, a lamuertos sombra doble fila prontos terror yuna al entusiasmo, a huir o acometer; numerosos. El de pueblo de Balzéglia ha desaparecido bajo lay mezclados avalancha. estuviera multitud de dispuestos cúpulas de fácilmente plata. completamente de hayas.allleno con ellos iban algunos veteranos aguerridos, restos de una división destrozada en un Nadie recuerda haber visto semejante calamidad. terrible combate; artilleros dea uniforme oscuro, alineados Lasde mujeres, extasiadas, miraban. Y, pronto, se hallaron frente la valla junto a la cual crecía uncon pino.reclutas de varias procedencias, entre los cuales aparecía el brillante casco de algún tardo en el »Detalles horribles nos llegan de todas las costas. He aquí una entre dragón mil: andar, que seguía difícilmente la marcha ligera de los infantes. Se estremecieron; un tapón de champán acababa de saltar; Y el Príncipe de Vanoris, -Aquí es. »Un valiente de Groscavallo vivía con su mujer y sus dos niños. La mujer ofreciendo un hombre vaso a Berthe, gritó: Compañías de francotiradores, bautizados con epítetos heroicos: Los Vengadores de la estaba enferma desde hacía mucho tiempo. Ella se detuvo y observó. Derrota, Ciudadanos la Tumba, Los Compañeros de la Muerte, aparecían a su -¡Bebo porLos la Marquesa de de Roseveyre! vez con aspecto de facinerosos, porcasa, antiguos almacenistas paños ohija, de »El domingo, llena día del desastre, capitaneados el cuidaba a su mujer, por su allí La corralada, de manzanos, erapadre grande. La pequeña. Seayudado veían de también la cereales, convertidos enbebo jefes gracias aun su dinero -cuando no al guías dey mientras su hijo enpor casa deun vecino. Todos clamaron: “ ¡Yo la Marquesa de Roseveyre!” cuadra, elque establo, elestaba gallinero. Bajo cobertizo de pizarra, lostamaño carros,de laslascarretas sus de armas, de abrigos y dedegalones, que hablaban con vozy una bigotes-, tartanita. cargados Cuatro bueyes pastaban a la sombra los árboles. Las gallinas iban campanuda, proyectaban planes de campaña pretendían ser los únicos cimientos, »De repente, una enorme avalancha cubre lay choza y la destruye. Una gruesa viga, el al Ella montó encima de su mula y respondió: venían. único sostén de Francia agonizante, cuyo peso moral gravitaba por entero sobre caer, corta casi en dos al padre, que muere en el instante. La madre fue protegida porsus la hombros de fanfarrones, a la vez que se mostraban temerosos de sus mismos soldados, misma viga,de pero unoestaba de sus brazosNo queda cortado y triturado -¡Yo bebo por mis amigos! La puerta la todos casa abierta. se veía a nadie; no se oíadebajo. ningún ruido. gentes del bronce, muchos de ellos valientes, y también forajidos y truhanes. »Conhoras su otra mano podía tocar asusucasita, hija,Ginebra, prisionera igualmente bajoa el montón de Tres más tarde, cogimos eldetren para el valle delJunto Ródano. Entraron. Un perro negro salió ladrandoencon furor. la pared había Por entonces se dijo que los prusianos iban a entrar en Ruán. madera. La pobre pequeña gritó “Socorro” durante casi treinta horas. De vez en cuatro colmenas en fila. El señor de Apreval gritó: cuando decía:estuvimos “Mamá, dame tu almohada parafeliz mi cabeza. Me duele.” Tan pronto a solas Berthe, tan y contenta hace un rato, se puso a La Guardia Nacional, que desde dos meses atrás practicaba con gran lujo de sollozar, el rostro entre sus manos. -¿Hay alguien? precauciones reconocimientos en los bosques vecinos, fusilando a veces a »Sólo la madreprudentes ha sobrevivido.» sus propios centinelas y al combate cuando un conejo hacíacamisa crujir de la Yo me lancé rodillas: Apareció unaa sus chiquilla deaprestándose diez años aproximadamente, vestida con una hojarasca, se retiró hogares. armas,desnudas los todos mortíferos arreosy Nosotros observábamos ahora laLas montaña, la uniformes, enorme montaña que siempre algodón y una falda adesus lana, con las piernas y sucias, con los lablanca expresión tímida que hasta entonces derramaron el terror sobre las carreteras nacionales, entre leguas crecía, mientras quetienes? la otra,Dime, lademontaña verde, parecía máslaque una enana a sus pies.a -¿Qué tienes? tienes? desconfiada. Se¿Qué paró delante la ¿qué puerta comono para impedir entrada, preguntando: la redonda, desaparecieron de repente. La había desaparecido en la lejanía. Ellaciudad balbuceó entre sus lágrimas: -¿Qué buscan ustedes? Los últimos soldados franceses acababan de atravesar el Sena buscando el camino de Pont-Audemer Saint-Severt y Bourg-Achard, ybajo su general iba tras ellosdeentre dos dey Nada más quepues lapor mar azul alrededor de nosotros, delante nosotros, -¡Es... es... es que se ha acabado sernosotros, una mujer honesta! -¿Está en casa tu padre? sus ayudantes, a detrás pie, desalentado porque no podía intentar jirones de un los Alpes blancos de nosotros, los Alpes gigantes con su nada pesadacon capa de nieve. ejército deshecho y enloquecido por el terrible desastre de un pueblo acostumbrado ¡Verdaderamente, en ese momento estuve a punto de cometer una tontería, una grana -No. vencer y al presente vencido, sin ligero gloria ¡de ni desquite, pesar de su de bravura Por encima de nosotros, el cielo un suaveaazul dorado luz! legendaria. tontería...! -¿Adónde ha ido? Una ¡Oh! ¡Hermoso día! una terrible y silenciosa inquietud, abrumaron a la población. No lacalma hice. profunda, Muchos burgueses acomodados, entumecidos en el comercio, esperaban ansiosamente -No lo sé. aPol los invasores, con el temor de que juzgasen armas de combate un asador y un cuchillo Dejécontinuó: a Berthe entrando en París. Tal vez más tarde habría sido demasiado débil. -¿Y tu madre? -¡Debe de del ser horroroso muerte, bajo esta pesada hielo! los dos años (El diario Marqués deesta Roseveyre no ofrece ningúnespuma interésdedurante siguientes. En la fecha 20 de julio de 1883 encontramos las líneas siguientes). -Con las vacas. Y suavemente llevado por el mar, acunado por el movimiento de los remos, lejos de tierra, depronto? la que no veíaFlorencia. más que Triste la cresta blanca,dentro pensaba estaMepobre y pequeña 20 DE JULIO DE 1883.recuerdo de en poco. paseaba por los -¿Vendrá humanidad, en esta insignificancia de vida, tan modesta y tan hostigada, que se movía Cassines cuando una mujer hizo parar su coche y me llamó. Era la Princesa de Vanoris.


tropa de hombres, diezmado por las enfermedades, aplastado por las avalanchas, sacudido y perturbado porcomo los temblores tierra, en estos seres -¡Oh!, Marqués, querido Marqués, ¡quéde contenta estoy de pobres reencontrarlo! Rápido, Y bruscamente lamiseñora, si temiera que se la llevaran de allí pequeños a la fuerza sin invisibles desde un kilómetro, y tan locos, tan vanidosos, tan pendencieros, que se rápido, deme noticias dedijo la con Marquesa; es realmente la mujer más encantadora he conseguir su propósito, voz precipitada: matan visto enunos toda amiotros, vida!. no teniendo más que unos días para vivir. Yo comparaba las moscas que viven unas horas con los animales que viven algunos años, con los universos -No me voy sin verle. que viven algunos siglos. no ¿Qué es todoqué esto? Me quedé sorprendido, sabiendo decir y golpeado en el corazón de una forma violenta. Balbuceé: amiga mía. Y vieron que una campesina se acercaba con dos -Le aguardaremos, de cocina. Pol dijo: de hojalata que parecían muy pesados, y que lucían como espejos reflejando el cántaros -No me hable nunca de ella, Princesa, hace tres años que la he perdido. sol. La paralizó, se de cerraron -Sévida una se buena historia nieve. las tiendas, las calles enmudecieron. De tarde en tarde un porelaquel silencio, al deslizarse Ellatranseúnte, me laacobardado mano. llevaba Era cojacogió la campesina; pechomortal cruzado por una toquilla derápidamente, lana oscura, rozaba lavada el revoco de las fachadas. Le pordije: las lluvias, deslucida por el calor, y tenía el aspecto de una criada pobre y sucia. -¡Oh! ¡Cómo lo siento, amigo mío! La zozobra, incertidumbre, hicieron al fin desear que llegase, de una vez, el invasor. -Cuenta. -Ahí viene mila madre-dijo la niña. Se fue. Me sentí triste, descontento, pensando en Berthe, como si acabáramos de En la tarde della día que miraba siguió arecelosamente la marcha de las tropas francesas, aparecieron Él siguió: separarnos. Acercándose mujer, a los forasteros. Luego entró en algunos la casa ulanos, sin que nadie se diese cuenta de cómo ni por dónde, y atravesaron a galope la como si no los hubiera visto. ciudad. Luego, una masa negra se presentó por Santa Catalina, en tanto que otras dos -¿Te acuerdas dela gran Radier, Jules Radier, el guapo de Jules? ¡El Destino muy menudo se equivoca! oleadas de alemanes llegaba los caminos de Darnetal Parecía vieja, con el rostro por arrugado, amarillento, duro; lay de caraBoisguillaume. de pavo de Las las vanguardias de los tres cuerpos se reunieron a una hora fija en la plaza del -Sí, perfectamente Cuántas mujeres honestas habíanlanacido campesinas. El señor de Apreval llamó. para ser mujerzuelas, y lo demuestran. Ayuntamiento y por todas las calles próximas afluyó el ejército victorioso, desplegando sus batallones, que hacían resonar en el empedrado elmujeres de su pasode rítmico -Tú sabes cómo estaba orgulloso de sunacido cabeza, devasos sus dehonestas...y su torso, su vigor, ¡Pobre Berthe! Cuántas otras habían para sercabellos, ésta... másy -Diga usted, señora, ¿podría usted vendernos dos decompás leche? recio. de sus bigotes. talÉlvez.... teníaEntodo mejor que los que las demás... fin, no pensemos más.demás, pensaba. Y era un destroza corazones, un irresistible, uno de esos buenos mozos dedemedia estopa que tienen La mujer refunfuñó, apareciendo en su puerta después haberse descargado los Las voces de sin mando, chilladas guturalmente, a lo largo de los edificios, que mucho éxito que uno sepa realmente por repercutían qué. FIN cántaros: parecían muertos y abandonados, mientras que detrás de los postigos entornados algunos inquietos observaban a los dueños de launciudad y de vidasdey »Ellos noojos son ni inteligentes, ni finos, ni invasores, delicados, pero tienen temperamento -No vendo leche. haciendaschicos por derecho de conquista. Los habitantes, a oscuras en sus vivencias, sentían galantes carniceros. Esto es suficiente. la desesperación que producen los cataclismos, grandes trastornos asoladores de la -Nosotros entramos porque teníamos bastantelos sed. La señora es anciana y se fatigó. tierra, los toda toda fui energía son aestériles. La galante misma »El invierno, estando Parísprecaución cubierto dey nieve, a un baile casa de una ¿Nopasado haycontra manera de cuales que hallemos algo que beber? sensación se reproduce cada vez que se altera el orden establecido, cada vez que deja mujer, que conoces, la bella Sylvie Raymond.» de existir la seguridad personal, todo lo que protegen las leyesal de hombres o de la La campesina, observándola con yojos inquietos y desconfiados, fin los se decidió: naturaleza se pone a merced de una brutalidad inconsciente y feroz. Un terremoto -Sí, perfectamente. aplastando entre ustedes los escombros lasleche. casas a todo el vecindario; un río desbordado -Ya que vinieron aquí, les de daré que arrastra los cadáveres de los campesinos ahogados, losagradaba bueyes y mucho las vigasa de -Jules Radier estaba allí, llevado por un amigo, y yo vi junto cómoa él la sus viviendas, o un ejército victorioso que acuchilla a los que se defienden, hace a los señora de la casa. Yo pensé: «He aquí uno al que la nieve no molestará en absoluto para Y volvió a entrar en su casa. demás irse estaprisioneros, noche». saquea en nombre de las armas vencedoras y ofrenda sus preces a un dios,salió al compás de los otrosatantos azotes que ydestruyen Luego la chicuela concañonazos, dos sillas yson las puso la sombra de horribles un manzano, la mujer toda creencia en la eterna justicia, toda la confianza que nos han enseñado a tener en la »Luego me ocupé mismo de tazones buscar alguna distracción entre montón de bellas compareció al pocoyo rato con dos de leche, que ofreció a losel forasteros. protección del cielo y en el juicio humano. disponibles. Y se quedó cerca, vigilándolos, como si pretendiese adivinar o descubrir sus Se acercaba a cada puerta un grupo de alemanes alojaban en todassolo, las casas. »No tuve éxito. No todo el mundo es Jules Radier y ymesefui, completamente hacia intenciones. Después del triunfo, la ocupación. Los vencidos se veían obligados a mostrarse atentos la una de la mañana. con vencedores. -¿Sonlosustedes de Fécamp? -preguntó la campesina. »Delante de la puerta, una decena de simones esperaban tristemente a los últimos Al cabo de algunos y ganas disipado el temor restableció calma. En invitados. tener de yacerrar sus del ojosprincipio, amarillos,se que mirabanla las aceras El señor deParecían Apreval días, respondió: muchas casas un oficial prusiano compartía la mesa de una familia. Algunos, por cortesía blancas. o tener sentimientos delicados, compadecían -Si;por venimos de Fécamp, donde pasamos el verano.a los franceses y manifestaban que les repugnaba verse obligados a tomar parte la guerra. agradecían »Como no vivía lejos, quise volver a pié. Y alactiva girar en la calle percibíSe unalescosa extraña: esas una demostraciones de aprecio, pensando, además, que alguna vez sería necesaria su gran sombra negra, un hombre, un gran hombre, se meneaba, iba, venía, patinaba en la Y después de un silencio prosiguió: protección. Con adulaciones, acaso evitarían el trastorno gasto más nieve levantándola, arrojándola, esparciéndola delante de él. ¿Era yunelloco? Me de acerqué alojamientos. quéelhubiera conducido a los poderosos, de quienes dependían? con precaución. Era bello Jules. -¿Podría usted¿A vendernos pollos todas las herir semanas? Fuera más temerario que patriótico. Y la temeridad no es un defecto de los actuales burgueses dealgunas Ruán, comosus lo botines había sido aquellos de calcetines. heroicas defensas, que »Sujetaba con una mano de en charol y de tiempos la otra sus Su pantalón Después de vacilaciones, la campesina dijo: estaba subido por encima de sus rodillas, y corría en redondo, como en una doma, empapando susquieren pies desnudos en esta espuma helada, buscando los lugares donde -Sí podré. ¿Los ustedes tiernecitos? permanecía intacta, más espesa y más blanca. Se movía, daba coces, hacía movimientos de encerador de suelo. -Tiernecitos. »Permanecí -¿A cómo losestupefacto. pagan ustedes en el mercado?


»Murmuré: Apreval no lo sabía, y se volvió hacía la señora. »-¡Pero ¿Perdiste la cabeza? -¿Cuántoqué! cuestan los pollos en el mercado? »Él sin los pararse: Ella respondió balbució con ojos llenos de lágrimas: »-En absoluto, lavo los pies. Figúrate que he seducido a la bella Sylvie. ¡Hay una -Cuatro francos,me o cuatro cincuenta. oportunidad! Y creo que mi suerteSevarazonaba a materializarse esta misma noche. glorificaron y dieron lustre abuena la ciudad. -escudándose para ello en Al la hierro candente hay que batir de repente. Yo no había previsto esto, sino habría La campesina miraba de reojo, visiblemente extrañada, y luego preguntó: caballerosidad francesa- que no podía juzgarse un desdoro extremar dentro de casa las tomado un baño.» atenciones, mientras en público se manifestase cada cual poco deferente con el soldado -¿Está enferma esta señora? extranjero. En la calle, como si no se conocieran; pero en casa era muy distinto, y de tal Pol concluyó: modo lo trataban, que retenían todas las noches a su alemán de tertulia junto al hogar, Apreval, en familia.viendo que su amiga lloraba, no sabía qué decir. -Como puedes ver la nieve es útil para alguna cosa. -No, no... Es que... hapoco perdido el reloj en la carretera. magnífico y porno eso... lo La ciudad recobraba a poco su plácido aspecto Un exterior. Los reloj, franceses salían Mi marinero, cansado, había dejado de remar. Permanecimos inmóviles sobre el agua siente. Si alguienpero lo encuentra, nos prusianos avisará usted. con frecuencia, los soldados transitaban por las calles a todas horas. Al serena. fin y al cabo, los oficiales de húsares azules, que arrastraban con arrogancia sus sables La guardaba silencio;a de dijo:ciudadanos mayor desprecio del que les porcampesina aceras, no demostraban lospronto humildes Le dije al hombre: habían manifestado el año anterior los oficiales de cazadores franceses que -¡Miren a mi hombre! frecuentaban los mismos cafés. -Volvamos. Y él retomó los remos. Los forasteros no le habían visto entrar en porque estaban de espaldas postigo. Había, sin embargo, un algo especial el ambiente; algo sutil yal desconocido; una A medida que nos aproximábamos a tierra, la alta montaña blanca disminuía su altura, atmósfera extraña e intolerable, como una peste difundida: la peste de la invasión. Esa se hundía de laviviendas, la señora otra, lade montaña Apreval sedetrás inmutó; estuvo a punto de caer al suelo peste saturaba las lasCadour plazasverde. públicas, trocaba el sabor de desmayada. los alimentos, produciendo la impresión sentida cuando se viaja lejos del propio país, entre bárbaras y La ciudad a aparecer, a una espuma,jadeante. una espuma blanca, al borde del Un hombrevolvió apareció tirando semejante de una vaca, encorvado, amenazadoras tribus. mar azul. Los chalets se mostraron entre los árboles. Ya no percibíamos más que una línea de nieve, encima, la línea labrada de Los cimashabitantes que se perdía a lasinderecha, Sin saludar a lospor forasteros decía: Los vencedores exigían dinero, mucho dinero. pagaban chistar; hacia eran Niza. ricos. Pero cuanto más opulento es el negociante normando, más le hace sufrir verse -Maldito ¡qué penco! obligado animal, a sacrificar una parte, por pequeña que sea, de su fortuna, poniéndola en Después, manos de una otro.única cumbre quedó visible, una gran cumbre que desaparecía poco a poco comida porenla el costa más próxima. Y pasóella demisma, largo para entrar establo. A pesar de la sumisión aparente, a dos o tres leguas de la ciudad, siguiendo el curso del Y no la vimos nadasemás la orillalos demarineros la ciudad,y lalos y elfrecuencia marmuda, azul El llanto de señora había secado repentinamente yciudad estabablanca confundida, ríopronto hacia Croiset, Dieppedalle oque Biessart, pescadores con sobre el que se deslizaba mi barquita, mi querida barquita, al suave ruido de los remos. espantada. ¡Aquél de eraalgún su hijo» sacaban del«¡Su aguahijo! el cadáver alemán, abotagado, muerto de una cuchillada, o de un garrotazo, con la cabeza aplastada por una piedra o lanzado al agua de un empujón FIN Apreval, preocupado por la misma preguntó:represalias, desconocidos heroísmos, desde oscuras venganzas, salvajesidea, y legítimas ataques mudos, más peligrosos que las batallas campales y sin estruendo glorioso. -¿Es el señor Benedicto? Porque los odios que inspira el invasor arman siempre los brazos de algunos intrépidos, La campesina, desconfiada, la pregunta contestó con otra: resignados a morir por unaaidea. -¿Quién le ha a usted su nombre? Pero como losdicho vencedores, a pesar de haber sometido la ciudad al rigor de su disciplina inflexible, no habían cometido ninguna de las brutalidades que les atribuía y afirmaba su Y el caballero prosiguió: fama de crueles en el curso de su marcha triunfal, se rehicieron los ánimos de los vencidos y la conveniencia del negocio reinó de nuevo entre los comerciantes de la -El herrador quetenían hay enplanteados la carretera. región. Algunos asuntos de importancia en El Havre, ocupado todavía por el ejército francés, y se propusieron hacer una intentona para llegar a ese puerto, Todos callaban, los ojos fijos en la puerta del establo, que aparecía como una yendo en coche acon Dieppe, en donde podrían embarcar. mancha negra en el muro. No se veía nada; se oían ruidos leves de movimientos, de pasos, amortiguados en la paja. de algunos oficiales alemanes, a los que trataban Apoyados en la influencia amistosamente, obtuvieron del general un salvoconducto para el viaje. El hombre apareció al fin, secándose la frente, y se dirigió a la casa con lentitud, con perezoso Así, pues,balanceo. se había prevenido una espaciosa diligencia de cuatro caballos para 10 Tampoco esta vez atendió a los forasteros, y dijo a su esposa: -Tráeme un jarro de sidra, tengo sed. Luego entró en el portal, y la campesina fue a la bodega, dejando solos a los


La señora Cadour, desconsolada, murmuró: -Vámonos, Enrique. Vámonos en seguida. El señor de Apreval, sosteniéndola como pudo, la fue llevando para que no se cayera, después de dejar cinco francos sobre una silla. personas, previamente inscritas en el establecimiento de un alquilador de coches; y se Cuando estuvieron en el camino, ella rompió a llorar, sacudida por el dolor, y fijó la salida para un martes, muy temprano, con objeto de evitar la curiosidad y balbuciendo: aglomeración de transeúntes. -¡Ah! ¿Qué hizo usted con aquella criatura? Días antes, las heladas habían endurecido ya la tierra, y el lunes, a eso de las tres, densos nubarrones empujados por un viento norte descargaron una tremenda nevada Él, palideciendo, respondió secamente: que duró toda la tarde y toda la noche. -Hice lo que pude hacer. Su masía vale ochenta mil francos. Es un dote que no tienen la A eso de las cuatro y media de la madrugada, los viajeros se reunieron en el patio de la mayor parte de los hijos de familias acomodadas. Posada Normanda, en cuyo lugar debían tomar la diligencia. Y volvieron despacio, sin hablar. Ella seguía llorando; sus lágrimas corrían por su rostro, Llegaban muertos de sueño; y tiritaban de frío, arrebujados en sus mantas de viaje. continuas, interminables. Apenas se distinguían en la oscuridad, y la superposición de pesados abrigos daba el aspecto, a todas aquellas personas, de sacerdotes barrigudos, vestidos con sus largas Al fin se calmó. Entraban ya en el pueblo. sotanas. Dos de los viajeros se reconocieron; otro los abordó y hablaron. El señor Cadour los aguardaba para comer. Se echó a reír al verlos llegar. -Voy con mi mujer -dijo uno. -¡Bravísimo! ¡Perfectamente! Mi testaruda mujer ha cogido una insolación. ¡Cuando yo -Y yo. digo que de un tiempo a esta parte se ha vuelto loca! El primero añadió: Nada contestaron el uno ni la otra. -No pensamos volver a Ruán, y si los prusianos se acercan a El Havre, nos Y cuando el marido preguntó, frotándose las manos: embarcaremos para Inglaterra. -¿Se les hizo, al menos, agradable su caminata? Los tres eran de naturaleza semejante y, sin duda, por eso tenían aspiraciones idénticas. El señor de Apreval le respondió: Aún estaba el coche sin enganchar. Un farolito llevado por un mozo de cuadra, de cuando en cuando aparecía en una puerta oscura, para desaparecer inmediatamente por -Sí, muy agradable; muy agradable. otra. Los caballos herían con los cascos el suelo, produciendo un ruido amortiguado por la paja de sus camas, y se oía una voz de hombre dirigiéndose a las bestias, a FIN intervalos razonable o blasfemadora. Un ligero rumor de cascabeles anunciaba el manejo de los arneses, cuyo rumor se convirtió bien pronto en un tintineo claro y continuo, regulado por los movimientos de una bestia; cesaba de pronto, y volvía a producirse con un brusca sacudida, acompañado por el ruido seco de las herraduras al chocar en las piedras. Cerrose de golpe la puerta. Cesó todo ruido. Los burgueses, helados, ya no hablaban; permanecían inmóviles y rígidos. Una espesa cortina de copos blancos se desplegaba continuamente, abrillantada y temblorosa; cubría la tierra, sumergiéndolo todo en una espuma helada; y sólo se oía en el profundo silencio de la ciudad el roce vago, inexplicable, tenue, de la nieve al caer, sensación más que ruido, encruzamiento de átomos ligeros que parecen llenar el espacio, cubrir el mundo. El hombre reapareció con su linterna, tirando de un ronzal sujeto al morro de un rocín


que le seguía de mala gana. Lo arrimó a la lanza, enganchó los tiros, dio varias vueltas en torno, asegurando los arneses; todo lo hacía con una sola mano, sin dejar el farol que llevaba en la otra. Cuando iba de nuevo al establo para sacar la segunda bestia reparó en los inmóviles viajeros, blanqueados ya por la nieve, y les dijo: -¿Por qué no suben al coche y estarán resguardados al menos? Sin duda no es les había ocurrido, y ante aquella invitación se precipitaron a ocupar sus asientos. Los tres maridos instalaron a sus mujeres en la parte anterior y subieron; en seguida, otras formas borrosas y arropadas fueron instalándose como podían, sin hablar ni una palabra. En el suelo del carruaje había una buena porción de paja, en la cual se hundían los pies. Las señoras que habían entrado primero llevaban caloríferos de cobre con carbón químico, y mientras lo preparaban, charlaron a media voz: cambiaban impresiones acerca del buen resultado de aquellos aparatos y repetían cosas que de puro sabidas debieron tener olvidadas. Por fin, una vez enganchados en la diligencia seis rocines en vez de cuatro, porque las dificultades aumentaban con el mal tiempo, una voz desde el pescante preguntó: -¿Han subido ya todos? Otra contestó desde dentro: -Sí; no falta ninguno. Y el coche se puso en marcha. Avanzaba lentamente a paso corto. Las ruedas se hundían en la nieve, la caja entera crujía con sordos rechinamientos; los animales resbalaban, resollaban, humeaban; y el gigantesco látigo de mayoral restallaba, sin reposo, volteaba en todos sentidos, enrollándose y desenrollándose como una delgada culebra, y azotando bruscamente la grupa de algún caballo, que se agarraba entonces mejor, gracias a un esfuerzo más grande. La claridad aumentaba imperceptiblemente. Aquellos ligeros copos que un viajero culto, natural de Ruán precisamente, había comparado a una lluvia de algodón, luego dejaron de caer. Un resplandor amarillento se filtraba entre los nubarrones pesados y oscuros, bajo cuya sombra resaltaba más la resplandeciente blancura del campo donde aparecía, ya una hielera de árboles cubiertos de blanquísima escarcha, ya una choza con una caperuza de nieve. A la triste claridad de la aurora lívida los viajeros empezaron a mirarse curiosamente. Ocupando los mejores asientos de la parte anterior, dormitaban, uno frente a otro, el


señor y la señora Loiseau, almacenistas de vinos en la calle de Grand Port. Antiguo dependiente de un vinatero, hizo fortuna continuando por su cuenta el negocio que había sido la ruina de su principal. Vendiendo barato un vino malísimo a los taberneros rurales, adquirió fama de pícaro redomado, y era un verdadero normando rebosante de astucia y jovialidad. Tanto como sus bribonadas, comentábanse también sus agudezas, no siempre ocultas, y sus bromas de todo género; nadie podía referirse a él sin añadir como un estribillo necesario: "Ese Loiseau es insustituible". De poca estatura, realzaba con una barriga hinchada como un globo la pequeñez de su cuerpo, al que servía de remate una faz arrebolada entre dos patillas canosas. Alta, robusta, decidida, con mucha entereza en la voz y seguridad en sus juicios, su mujer era el orden, el cálculo aritmético de los negocios de la casa, mientras que Loiseau atraía con su actividad bulliciosa. Junto a ellos iban sentados en la diligencia, muy dignos, como vástagos de una casta elegida, el señor Carré-Lamandon y su esposa. Era el señor Carré-Lamadon un hombre acaudalado, enriquecido en la industria algodonera, dueño de tres fábricas, caballero de la Legión de Honor y diputado provincial. Se mantuvo siempre contrario al Imperio, y capitaneaba un grupo de oposición tolerante, sin más objeto que hacerse valer sus condescendencias cerca del Gobierno, al cual había combatido siempre "con armas corteses", que así calificaba él mismo su política. La señora Carré-Lamadon, mucho más joven que su marido, era el consuelo de los militares distinguidos, mozos y arrogantes, que iban de guarnición a Ruán. Sentada junto a la señora de Loiseau, menuda, bonita, envuelta en su abrigo de pieles, contemplaba con los ojos lastimosos el lamentable interior de la diligencia. Inmediatamente a ellos se hallaban instalados el conde y la condesa Hurbert de Breville, descendientes de uno de los más nobles y antiguos linajes de Normandía. El conde, viejo aristócrata, de gallardo continente, hacía lo posible para exagerar, con los artificios de su tocado, su natural semejanza con el rey Enrique IV, el cual, según una leyenda gloriosa de la familia, gozó, dándole fruto de bendición, a una señora de Breville, cuyo marido fue, por esta honra singular, nombrado conde y gobernador de provincia. Colega del señor de Carré-Lamadon en la Diputación provincial, representaba en el departamento al partido orleanista. Su enlace con la hija de un humilde consignatario de Nantes fue incomprensible, y continuaba pareciendo misterioso. Pero como la condesa lució desde un principio aristocráticas maneras, recibiendo en su casa con una distinción que se hizo proverbial, y hasta dio que decir sobre si estuvo en relaciones amorosas con un hijo de Luis Felipe, agasajáronla mucho las damas de más noble alcurnia; sus reuniones fueron las más brillantes y encopetadas, las únicas donde se conservaron tradiciones de rancia etiqueta, y en las cuales era difícil ser admitido.


Las posesiones de los Brevilles producían -al decir de las gentes- unos 500,000 francos de renta. Por una casualidad imprevista, las señoras de aquellos tres caballeros acaudalados, representantes de la sociedad serena y fuerte, personas distinguidas y sensatas, que veneran la religión y los principios, se hallaban juntas a un mismo lado, cuyos otros asientos ocupaban dos monjas, que sin cesar hacían correr entre sus dedos las cuentas de los rosarios, desgranando padrenuestros y avemarías. Una era vieja, con el rostro descarnado, carcomido por la viruela, como si hubiera recibido en plena faz una perdigonada. La otra, muy endeble, inclinaba sobre su pecho de tísica una cabeza primorosa y febril, consumida por la fe devoradora de los mártires y de los iluminados. Frente a las monjas, un hombre y una mujer atraían todas las miradas. El hombre, muy conocido en todas partes, era Cornudet, fiero demócrata y terror de las gentes respetables. Hacía 20 años que salpicaba su barba rubia con la cerveza de todos los cafés populares. Había derrochado en francachelas una regular fortuna que le dejó su padre, antiguo confitero, y aguardaba con impaciencia el triunfo de la República, para obtener al fin el puesto merecido por los innumerables tragos que le impusieron sus ideas revolucionarias. El día 4 de septiembre, al caer el Gobierno, a causa de un error -o de una broma dispuesta intencionalmente-, se creyó nombrado prefecto; pero al ir a tomar posesión del cargo, los ordenanzas de la Prefectura, únicos empleados que allí quedaban, se negaron a reconocer su autoridad, y eso le contrarió hasta el punto de renunciar para siempre a sus ambiciones políticas. Buenazo, inofensivo y servicial, había organizado la defensa con ardor incomparable, haciendo abrir zanjas en las llanuras, talando las arboledas próximas, poniendo cepos en todos los caminos; y al aproximarse los invasores, orgulloso de su obra, se retiró más que a paso hacia la ciudad. Luego, sin duda supuso que su presencia sería más provechosa en El Havre, necesitado tal vez de nuevos atrincheramientos. La mujer que iba a su lado era una de las que llaman galantes, famosa por su abultamiento prematuro, que le valió el sobrenombre de Bola de Sebo; de menos que mediana estatura, mantecosa, con las manos abotagadas y los dedos estrangulados en las falanges -como rosarios de salchichas gordas y enanas-, con una piel suave y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal modo complacía su frescura, que muchos la deseaban porque les parecía su carne apetitosa. Su rostro era como manzanita colorada, como un capullo de amapola en el momento de reventar; eran sus ojos negros, magníficos, velados por grandes pestañas, y su boca provocativa, pequeña, húmeda, palpitante de besos, con unos dientecitos apretados, resplandecientes de blancura. Poseía también -a juicio de algunos- ciertas cualidades muy estimadas. En cuanto la reconocieron las señoras que iban en la diligencia, comenzaron a murmurar; y las frases "vergüenza pública", "mujer prostituida", fueron pronunciadas con tal descaro, que le hicieron levantar la cabeza. Fijó en sus compañeros de viaje una mirada, tan provocadora y arrogante que impuso de pronto silencio; y todos bajaron la


vista excepto Loiseau, en cuyos ojos asomaba más deseo reprimido que disgusto exaltado. Pronto la conversación se rehízo entre las tres damas, cuya recíproca simpatía se aumentaba por instantes con la presencia de la moza, convirtiéndose casi en intimidad. Creíanse obligadas a estrecharse, a protegerse, a reunir su honradez de mujeres legales contra la vendedora de amor, contra la desvergonzada que ofrecía sus atractivos a cambio de algún dinero; porque el amor legal acostumbra ponerse muy fosco y malhumorado en presencia de una semejante libre. También los tres hombres, agrupados por sus instintos conservadores, en oposición a las ideas de Cornudet, hablaban de intereses con alardes fatuos y desdeñosos, ofensivos para los pobres. El conde Hubert hacía relación de las pérdidas que le ocasionaban los prusianos, las que sumarían las reses robadas y las cosechas abandonadas, con altivez de señorón diez veces millonario, en cuya fortuna tantos desastres no lograban hacer mella. El señor Carré-Lamadon, precavido industrial, se había curado en salud, enviando a Inglaterra 600,000 francos, una bicoca de que podía disponer en cualquier instante. Y Loiseau dejaba ya vendido a la Intendencia del ejército francés todo el vino de sus bodegas, de manera que le debía el Estado una suma de importancia, que haría efectiva en El Havre. Se miraban los tres con benevolencia y agrado; aun cuando su cualidad era muy distinta, los hermanaba el dinero, porque pertenecían los tres a la francmasonería de los pudientes que hacen sonar el oro al meter las manos en los bolsillos del pantalón. El coche avanzaba tan lentamente, que a las 10 de la mañana no había recorrido aún cuatro leguas. Se habían apeado varias veces los hombres para subir, haciendo ejercicio, algunas lomas. Comenzaron a intranquilizarse, porque salieron con la idea de almorzar en Totes, y no era ya posible que llegaran hasta el anochecer. Miraban a lo lejos con ansia de adivinar una posada en la carretera, cuando el coche se atascó en la nieve y estuvieron dos horas detenidos. Al aumentar el hambre, perturbaba las inteligencias; nadie podía socorrerlos, porque la temida invasión de los prusianos y el paso del ejército francés habían hecho imposibles todas las industrias. Los caballeros corrían en busca de provisiones de cortijo, acercándose a todos los que veían próximos a la carretera; pero no pudieron conseguir ni un pedazo de pan, absolutamente nada, porque los campesinos, desconfiados y ladinos, ocultaban sus provisiones, temerosos de que al pasar el ejército francés, falto de víveres, cogiera cuanto encontrara. Era poco más de la una cuando Loiseau anunció que sentía un gran vacío en el estómago. A todos los demás les ocurría otro tanto, y la invencible necesidad, manifestándose a cada instante con más fuerza, hizo languidecer horriblemente las conversaciones, imponiendo, al fin, un silencio absoluto.


De cuando en cuando alguien bostezaba; otro le seguía inmediatamente, y todos, cada uno conforme a su calidad, su carácter, su educación, abría la boca, escandalosa o disimuladamente, cubriendo con la mano las fauces ansiosas, que despedían un aliento de angustia. Bola de Sebo se inclinó varias veces como si buscase alguna cosa debajo de sus faldas. Vacilaba un momento, contemplando a sus compañeros de viaje; luego, se erguía tranquilamente. Los rostros palidecían y se crispaban por instantes. Loiseau aseguraba que pagaría 1,000 francos por un jamoncito. Su esposa dio un respingo en señal de protesta, pero al punto se calmó: para la señora era un martirio la sola idea de un derroche, y no comprendía que ni en broma se dijeran semejantes atrocidades. -La verdad es que me siento desmayado -advirtió el conde-. ¿Cómo es posible que no se me ocurriera traer provisiones? Todos reflexionaban de un modo análogo. Cornudet llevaba un frasquito de ron. Lo ofreció, y rehusaron secamente. Pero Loiseau, menos aparatoso, se decidió a beber unas gotas, y al devolver el frasquito, agradeció el obsequio con estas palabras: -Al fin y al cabo, calienta el estómago y distrae un poco el hambre. Reanimose y propuso alegremente que, ante la necesidad apremiante, debían, como los náufragos de la vieja canción, comerse al más gordo. Esta broma, en que se aludía muy directamente a Bola de Sebo, pareció de mal gusto a los viajeros bien educados. Nadie la tomó en cuenta, y solamente Cornudet sonreía. Las dos monjas acabaron de mascullar oraciones, y con las manos hundidas en sus anchurosas mangas, permanecían inmóviles, bajaban los ojos obstinadamente y sin duda ofrecían al Cielo el sufrimiento que les enviaba. Por fin, a las tres de la tarde, mientras la diligencia atravesaba llanuras interminables y solitarias, lejos de todo poblado, Bola de Sebo se inclinó, resueltamente, para sacar de debajo del asiento una cesta. Tomó primero un plato de fina loza; luego, un vasito de plata, y después, una fiambrera donde había dos pollos asados, ya en trozos, y cubiertos de gelatina; aún dejó en la cesta otros manjares y golosinas, todo ello apetitoso y envuelto cuidadosamente: pasteles, queso, frutas, las provisiones dispuestas para un viaje de tres días, con objeto de no comer en las posadas. Cuatro botellas asomaban el cuello entre los paquetes. Bola de Sebo cogió un ala de pollo y se puso a comerla, con mucha pulcritud, sobre medio panecillo de los que llaman regencias en Normandía. El perfume de las viandas estimulaba el apetito de los otros y agravaba la situación, produciéndoles abundante saliva y contrayendo sus mandíbulas dolorosamente. Rayó en ferocidad el desprecio que a las viajeras inspiraba la moza; la hubieran asesinado, la


hubieran arrojado por una ventanilla con su cubierto, su vaso de plata y su cesta y provisiones. Pero Loiseau devoraba con los ojos la fiambrera de los pollos. Y dijo: -La señora fue más precavida que nosotros. Hay gentes que no descuidan jamás ningún detalle. Bola de sebo hizo un ofrecimiento amable: -¿Usted gusta? ¿Le apetece algo, caballero? Es penoso pasar todo un día sin comer. Loiseau hizo una reverencia de hombre agradecido: -Francamente, acepto; el hambre obliga mucho. La guerra es la guerra. ¿No es cierto, señora? Y lanzando en torno una mirada, prosiguió: -En momentos difíciles como el presente, consuela encontrar almas generosas. Llevaba en el bolsillo un periódico y lo extendió sobre sus muslos para no mancharse los pantalones; con la punta de un cortaplumas pinchó una pata de pollo muy lustrosa, recubierta de gelatina. Le dio un bocado, y comenzó a comer tan complacido que aumentó con su alegría la desventura de los demás, que no pudieron reprimir un suspiro angustioso. Con palabras cariñosas y humildes, Bola de Sebo propuso a las monjitas que tomaran algún alimento. Las dos aceptaron sin hacerse rogar; y con los ojos bajos, se pusieron a comer de prisa, después de pronunciar a media voz una frase de cortesía. Tampoco se mostró esquivo Cornudet a las insinuaciones de la moza, y con ella y las monjitas, teniendo un periódico sobre las rodillas de los cuatro, formaron, en la parte posterior del coche, una especie de mesa donde servirse. Las mandíbulas trabajaban sin descanso; abríanse y cerrábanse las bocas hambrientas y feroces. Loiseau, en un rinconcito, se despachaba muy a su gusto, queriendo convencer a su esposa para que se decidiera a imitarle. Resistíase la señora; pero, al fin, víctima de un estremecimiento doloroso con floreos retóricos, pidiole permiso a "su encantadora compañera de viaje" para servir a la dama una tajadita. Bola de Sebo se apresuró a decir: -Cuanto usted guste. Y sonriéndole con amabilidad, le alargó la fiambrera. Al destaparse la primera botella de burdeos, se presentó un conflicto. Sólo había un


vaso de plata. Se lo iban pasando uno al otro, después de restregar el borde con una servilleta. Cornudet, por galantería, sin duda, quiso aplicar sus labios donde los había puesto la moza. Envueltos por la satisfacción ajena, y sumidos en la propia necesidad, ahogados por las emanaciones provocadoras y excitantes de la comida, el conde y la condesa de Breville y el señor y la señora de Carré-Landon padecieron el suplicio espantoso que ha inmortalizado el nombre de Tántalo. De pronto, la monísima esposa del fabricante lanzó un suspiro que atrajo todas las miradas, su rostro estaba pálido, compitiendo en blancura con la nieve que sin cesar caía; se cerraron sus ojos, y su cuerpo languideció; desmayose. Muy emocionado, el marido imploraba un socorro que los demás, aturdidos a su vez, no sabían cómo procurarle, hasta que la mayor de las monjitas, apoyando la cabeza de la señora sobre su hombro, aplicó a sus labios el vaso de plata lleno de vino. La enferma se repuso; abrió los ojos, volvieron sus mejillas a colorearse y dijo, sonriente, que se hallaba mejor que nunca; pero lo dijo con la voz desfallecida. Entonces la monjita, insistiendo para que agotara el burdeos que había en el vaso, advirtió: -Es hambre, señora; es hambre lo que tiene usted. Bola de Sebo, desconcertada, ruborosa, dirigiéndose a los cuatro viajeros que no comían, balbució: -Yo les ofrecería con mucho gusto... Pero se interrumpió, temerosa de ofender con sus palabras la susceptibilidad exquisita de aquellas nobles personas; Loiseau completó la invitación a su manera, librando de apuro a todos: -¡Eh! ¡Caracoles! Hay que amoldarse a las circunstancias. ¿No somos hermanos todos los hombres, hijos de Adán, criaturas de Dios? Basta de cumplidos, y a remediarse caritativamente. Acaso no encontramos ni un refugio para dormir esta noche. Al paso que vamos, ya será mañana muy entrado el día cuando lleguemos a Totes. Los cuatro dudaban, silenciosos, no queriendo asumir ninguno la responsabilidad que sobre un "sí" pesaría. El conde transigió, por fin, y dijo a la tímida moza, dando a sus palabras un tono solemne: -Aceptamos, agradecidos a su mucha cortesía. Lo difícil era el primer envite. Una vez pasado el Rubicón, todo fue como un guante. Vaciaron la cesta. Comieron, además de los pollos, un tarro de paté, una empanada, un pedazo de lengua, frutas, dulces, pepinillos y cebollitas en vinagre. Imposible devorar las viandas y no mostrarse atentos. Era inevitable una conversación


general en que la moza pudiese intervenir; al principio les violentaba un poco, pero Bola de Sebo, muy discreta, los condujo insensiblemente a una confianza que hizo desvanecer todas las prevenciones. Las señoras de Breville y de Carré-Lamadon, que tenían un trato muy exquisito, se mostraron afectuosas y delicadas. Principalmente la condesa lució esa dulzura suave de gran señora que a todo puede arriesgarse, porque no hay en el mundo miseria que lograra manchar el rancio lustre de su alcurnia. Estuvo deliciosa. En cambio, la señora Loiseau, que tenía un alma de gendarme, no quiso doblegarse: hablaba poco y comía mucho. Trataron de la guerra, naturalmente. Adujeron infamias de los prusianos y heroicidades realizadas por los franceses: todas aquellas personas que huían del peligro alababan el valor. Arrastrada por las historias que unos y otros referían, la moza contó, emocionada y humilde, los motivos que la obligaban a marcharse de Ruán: -Al principio creí que me sería fácil permanecer en la ciudad vencida, ocupada por el enemigo. Había en mi casa muchas provisiones y supuse más cómodo mantener a unos cuantos alemanes que abandonar mi patria. Pero cuando los vi, no pude contenerme; su presencia me alteró: me descompuse y lloré de vergüenza todo el día. ¡Oh! ¡Quisiera ser hombre para vengarme! Débil mujer, con lágrimas en los ojos los veía pasar, veía sus corpachones de cerdo y sus puntiagudos cascos, y mi criada tuvo que sujetarme para que no les tirase a la cabeza los tiestos de los balcones. Después fueron alojados, y al ver en mi casa, junto a mí aquella gentuza, ya no pude contenerme y me arrojé al cuello de uno para estrangularlo. ¡No son más duros que los otros, no! ¡Se hundían bien mis dedos en su garganta! Y lo hubiera matado si entre todos no me lo quitan. Ignoro cómo pude salvarme. Unos vecinos me ocultaron, y al fin me dijeron que podía irme a El Havre... Así vengo. La felicitaron; aquel patriotismo que ninguno de los viajeros fue capaz de sentir agigantaba, sin embargo, la figura de la moza, y Cornudet sonreía, con una sonrisa complaciente y protectora de apóstol; así oye un sacerdote a un penitente alabar a Dios; porque los revolucionarios barbudos monopolizan el patriotismo como los clérigos monopolizan la religión. Luego habló doctrinalmente, con énfasis aprendido en las proclamas que a diario pone alguno en cada esquina, y remató su discurso con párrafo magistral. Bola de Sebo se exaltó, y le contradijo; no, no pensaba como él; era bonapartista, y su indignación arrebolaba su rostro cuando balbucía: -¡Yo hubiera querido verlos a todos ustedes en su lugar! ¡A ver qué hubieran hecho! ¡Ustedes tienen la culpa! ¡El emperador es su víctima! Con un gobierno de gandules como ustedes, ¡daría gusto vivir! ¡Pobre Francia! Cornudet, impasible, sonreía desdeñosamente; pero el asunto tomaba ya un cariz alarmante cuando el conde intervino, esforzándose por calmar a la moza exasperada. Lo consiguió a duras penas y proclamó, en frases corteses, que son respetables todas


las opiniones. Entre tanto, la condesa y la esposa del industrial, que profesaban a la República el odio implacable de las gentes distinguidas y reverenciaban con instinto femenil a todos los gobiernos altivos y despóticos, involuntariamente sentíanse atraídas hacia la prostituta, cuyas opiniones eran semejantes a las más prudentes y encopetadas. Se había vaciado la cesta. Repartida entre 10 personas, aun pareció escasez su abundancia, y casi todas lamentaron prudentemente que no hubiera más. La conversación proseguía, menos animada desde que no hubo nada que engullir. Cerraba la noche. La oscuridad era cada vez más densa, y el frío, punzante, penetraba y estremecía el cuerpo de Bola de Sebo, a pesar de su gordura. La señora condesa de Breville le ofreció su rejilla, cuyo carbón químico había sido renovado ya varias veces, y la moza se lo agradeció mucho, porque tenía los pies helados. Las señoras CarréLamdon y Loiseau corrieron las suyas hasta los pies de las monjas. El mayoral había encendido los faroles, que alumbraban con vivo resplandor las ancas de los jamelgos, y a uno y otro lado la nieve del camino parecía desenrollarse bajo los reflejos temblorosos. En el interior del coche nada se veía; pero de pronto se pudo notar un manoteo entre Bola de Sebo y Cornudet; Loiseau, que disfrutaba de una vista penetrante, creyó advertir que el hombre barbudo apartaba rápidamente la cabeza para evitar el castigo de un puño cerrado y certero. En el camino aparecieron unos puntos luminosos. Llegaban a Totes, por fin. Después de 14 horas de viaje, la diligencia se detuvo frente a la posada del Comercio. Abrieron la portezuela y algo terrible hizo estremecer a los viajeros: eran los tropezones de la vaina de un sable cencerreando contra las losas. Al punto se oyeron unas palabras dichas por el alemán. La diligencia se había parado y nadie se apeaba, como si temieran que los acuchillasen al salir. Se acercó a la portezuela el mayoral con un farol en la mano, y alzando el farol, alumbró súbitamente las dos hileras de rostros pálidos, cuyas bocas abiertas y cuyos ojos turbios denotaban sorpresa y espanto. Junto al mayoral, recibiendo también el chorro de luz, aparecía un oficial prusiano, joven, excesivamente delgado y rubio, con el uniforme ajustado como un corsé, ladeada la gorra de plato que le daba el aspecto recadero de fonda inglesa. Muy largas y tiesas las guías del bigote -que disminuían indefinidamente hasta rematar en un solo pelo rubio, tan delgado que no era fácil ver dónde terminaba-, parecían tener las mejillas tirantes con su peso, violentando también las cisuras de la boca. En francés-alsaciano indicó a los viajeros que se apearan. Las dos monjitas, humildemente, obedecieron las primeras con una santa docilidad


propia de las personas acostumbradas a la sumisión. Luego, el conde y la condesa; en seguida, el fabricante y su esposa. Loiseau hizo pasar delante a su cara mitad, y al poner los pies en tierra, dijo al oficial: -Buenas noches, caballero. El prusiano, insolente como todos los poderosos, no se dignó contestar. Bola de Sebo y Cornudet, aun cuando se hallaban más próximos a la portezuela que todos los demás, se apearon los últimos, erguidos y altaneros en presencia del enemigo. La moza trataba de contenerse y mostrarse tranquila; el revolucionario se resobaba la barba rubicunda con mano inquieta y algo temblona. Los dos querían mostrarse dignos, imaginando que representaba cada cual su patria en situaciones tan desagradables; y de modo semejante, fustigados por la frivolidad acomodaticia de sus compañeros, la moza estuvo más altiva que las mujeres honradas, y el otro, decidido a dar ejemplo, reflejaba en su actitud la misión de indómita resistencia que ya lució al abrir zanjas, talar bosques y minar caminos. Entraron en la espaciosa cocina de la posada, y el prusiano, después de pedir el salvoconducto firmado por el general en jefe, donde constaban los nombres de todos los viajeros y se detallaba su profesión y estado, lo examinó detenidamente, comparando las personas con las referencias escritas. Luego dijo, en tono brusco: -Está bien. Y se retiró. Respiraron todos. Aún tenían hambre y pidieron de cenar. Tardarían media hora en poder sentarse a la mesa, y mientras las criadas hacían los preparativos, los viajeros curioseaban las habitaciones que les destinaban. Abrían sus puertas a un largo pasillo, al extremo del cual una mampara de cristales raspados lucía un expresivo número. Iban a sentarse a la mesa cuando se presentó el posadero. Era un antiguo chalán asmático y obeso que padecía constantes ahogos, con resoplidos, ronqueras y estertores. De su padre había heredado el nombre de Follenvie. Al entrar hizo esta pregunta: -¿La señorita Isabel Rousset? Bola de Sebo, sobresaltándose, dijo: -¿Qué ocurre?


-Señorita, el oficial prusiano quiere hablar con usted ahora mismo. -¿Para qué? -Lo ignoro, pero quiere hablarle. -Es posible. Yo, en cambio, no quiero hablar con él. Hubo un momento de preocupación; todos pretendían adivinar el motivo de aquella orden. El conde se acercó a la moza: -Señorita, es necesario reprimir ciertos ímpetus. Una intemperancia por parte de usted podría originar trastornos graves. No se debe nunca resistir a quien puede aplastarnos. La entrevista no revestirá importancia y, sin duda, tiene por objeto aclarar algún error deslizado en el documento. Los demás se adhirieron a una opinión tan razonable; instaron, suplicaron, sermonearon y, al fin, la convencieron, porque todos temían las complicaciones que pudieran sobrevenir. La moza dijo: -Lo hago solamente por complacerlos a ustedes. La condesa le estrechó la mano al decir: -Agradecemos el sacrificio. Bola de Sebo salió, y aguardaron a servir la comida para cuando volviera. Todos hubieran preferido ser los llamados, temerosos de que la moza irascible cometiera una indiscreción y cada cual preparaba en su magín varias insulseces para el caso de comparecer. Pero a los cinco minutos la moza reapareció, encendida, exasperada, balbuciendo: -¡Miserable! ¡Ah, miserable! Todos quisieron averiguar lo sucedido; pero ella no respondió a las preguntas y se limitaba a repetir: -Es un asunto mío, sólo mío, y a nadie le importa. Como la moza se negó rotundamente a dar explicaciones, reinó el silencio en torno de la sopera humeante. Cenaron bien y alegremente, a pesar de los malos augurios. Como era muy aceptable la sidra, el matrimonio Loiseau y las monjas la tomaron, para economizar. Los otros pidieron vino, excepto Cornudet, que pidió cerveza. Tenía una manera especial de descorchar la botella, de hacer espuma, de contemplarla, inclinando el vaso, y de alzarlo para observar a trasluz su transparencia. Cuando bebía sus barbazas


-de color de su brebaje predilecto- estremecíanse de placer; guiñaba los ojos para no perder su vaso de vista y sorbía con tanta solemnidad como si aquélla fuese la única misión de su vida. Se diría que parangonaba en su espíritu, hermanándolas, confundiéndolas en una, sus dos grandes pasiones: la cerveza y la Revolución, y seguramente no le fuera posible paladear aquélla sin pensar en ésta. El posadero y su mujer comían al otro extremo de la mesa. El señor Follenvie, resoplando como una locomotora desportillada, tenía demasiado estertor para poder hablar mientras comía, pero ella no callaba ni su solo instante. Refería todas sus impresiones desde que vio a los prusianos por vez primera, lo que hacían, lo que decían los invasores, maldiciéndolos y odiándolos porque le costaba dinero mantenerlos, y también porque tenía un hijo soldado. Se dirigía siempre a la condesa, orgullosa de que la oyese una dama de tanto fuste. Luego bajaba la voz para comunicar apreciaciones comprometidas; y su marido, interrumpiéndola de cuando en cuando, aconsejaba: -Más prudente fuera que callases. Pero ella, sin hacer caso, proseguía: -Sí, señora; esos hombres no hacen más que atracarse de cerdo y papas, de papas y de cerdo. Y no crea usted que son pulcros. ¡Oh, nada pulcros! Todo lo ensucian, y donde les apura... lo sueltan, con perdón sea dicho. Hacen el ejercicio durante horas todos los días, y anda por arriba y anda por abajo, y vuelve a la derecha y vuelve a la izquierda.¡Si labrasen los campos o trabajasen en las carreteras de su país! Pero no, señora; esos militares no sirven para nada. El pobre tiene que alimentarlos mientras aprenden a destruir. Yo soy una vieja sin estudios; a mí no me han educado, es cierto; pero al ver que se fatigan y se revientan en ese ir y venir mañana y tarde, me digo: habiendo tantas gentes que trabajaban para ser útiles a los demás, ¿por qué otros procuran, a fuerza de tanto sacrificio, ser perjudiciales? ¿No es una compasión que se mate a los hombres, ya sean prusianos o ingleses, o poloneses o franceses? Vengarse de uno que nos hizo daño es punible, y el juez lo condena; pero si degüellan a nuestros hijos, como reses llevadas al matadero, no es punible, no se castiga; se dan condecoraciones al que destruye más. ¿No es cierto? Nada sé, nada me han enseñando; tal vez por mi falta de instrucción ignoro ciertas cosas, y me parecen injusticias. Cornudet dijo campanudamente: -La guerra es una salvajada cuando se hace contra un pueblo tranquilo; es una obligación cuando sirve para defender la patria. La vieja murmuró: -Sí, defenderse ya es otra cosa. Pero ¿no deberíamos antes ahorcar a todos los reyes que tienen la culpa?


Los ojos de Cornudet se abrillantaron: -¡Magnífico, ciudadana! El señor Carré-Lamadon reflexionaba. Sí, era fanático por la gloria y el heroísmo de los famosos capitanes; pero el sentido práctico de aquella vieja le hacía calcular el provecho que reportarían al mundo todos los brazos que se adiestran en el manejo de las armas, todas las energías infecundas, consagradas a preparar y sostener las guerras, cuando se aplicasen a industrias que necesitan siglos de actividad. Levantose Loiseau y, acercándose al fondista, le habló en voz baja. Oyéndolo, Follenvie reía, tosía, escupía; su enorme vientre rebotaba gozoso con las guasas del forastero; y le compró seis barriles de burdeos para la primavera, cuando se hubiesen retirado los invasores. Acabada la cena, como era mucho el cansancio que sentían, se fueron todos a sus habitaciones. Pero Loiseau, observador minucioso y sagaz, cuando su mujer se hubo acostado, aplicó los ojos y oído alternativamente al agujero de la cerradura para descubrir lo que llamaba "misterios de pasillo". Al cabo de una hora, aproximadamente, vio pasar a Bola de Sebo, más apetitosa que nunca, rebozando en su peinador de casimir con blondas blancas. Alumbrábase con una palmatoria y se dirigía a la mampara de cristales raspados, en donde lucía un expresivo número. Y cuando la moza se retiraba, minutos después, Cornudet abría su puerta y la seguía en calzoncillos. Hablaron y después Bola de Sebo defendía enérgicamente la entrada de su alcoba. Loiseau, a pesar de sus esfuerzos, no pudo comprender lo que decían; pero, al fin, como levantaron la voz, cogió al vuelo algunas palabras. Cornudet, obstinado, resuelto, decía: -¿Por qué no quieres? ¿Qué te importa? Ella, con indignada y arrogante apostura, le respondió: -Amigo mío, hay circunstancias que obligan mucho; no siempre se puede hacer todo, y además, aquí sería una vergüenza. Sin duda, Cornudet no comprendió, y como se obstinase, insistiendo en sus pretensiones, la moza, más arrogante aun y en voz más recia, le dijo: -¿No lo comprende?... ¿Cuando hay prusianos en la casa, tal vez pared por medio? Y calló. Ese pudor patriótico de cantinera que no permite libertades frente al enemigo, debió de reanimar la desfallecida fortaleza del revolucionario, quien después de besarla


para despedirse afectuosamente, se retiró a paso de lobo hasta su alcoba. Loiseau, bastante alterado, abandonó su observatorio, hizo unas cabriolas y, al meterse de nuevo en la cama, despertó a su amiga y correosa compañera, la besó y le dijo al oído: -¿Me quieres mucho, vida mía? Reinó el silencio en toda la casa. Y al poco rato se alzó resonando en todas partes, un ronquido, que bien pudiera salir de la cueva o del desván; un ronquido alarmante, monstruoso, acompasado, interminable, con estremecimientos de caldera en ebullición. El señor Follenvie dormía. Como habían convenido en proseguir el viaje a las ocho de la mañana, todos bajaron temprano a la cocina; pero la diligencia, enfundada por la nieve, permanecía en el patio, solitaria, sin caballos y sin mayoral. En vano buscaban a éste por los desvanes y las cuadras. No encontrándolo dentro de la posada, salieron a buscarlo y se hallaron de pronto en la plaza, frente a la Iglesia, entre casuchas de un solo piso, donde se veían soldados alemanes. Uno pelaba papas; otro, muy barbudo y grandote, acariciaba a una criaturita de pecho que lloraba, y la mecía sobre sus rodillas para que se calmase o se durmiese, y las campesinas, cuyos maridos y cuyos hijos estaban "en las tropas de la guerra", indicaban por signos a los vencedores, obedientes, los trabajos que debían hacer: cortar leña, encender lumbre, moler café. Uno lavaba la ropa de su patrona, pobre vieja impedida. El conde, sorprendido, interrogó al sacristán, que salía del presbiterio. El acartonado murciélago le respondió: -¡Ah! Esos no son dañinos; creo que no son prusianos: vienen de más lejos, ignoro de qué país; y todos han dejado en su pueblo un hogar, una mujer, unos hijos; la guerra no los divierte. Juraría que también sus familias lloran mucho, que también se perdieron sus cosechas por la falta de brazos; que allí como aquí, amenaza una espantosa miseria a los vencedores como a los vencidos. Después de todo, en este pueblo no podemos quejarnos, porque no maltratan a nadie y nos ayudan trabajando como si estuvieran en su casa. Ya ve usted, caballero: entre los pobres hay siempre caridad... Son los ricos los que hacen las guerras crueles. Cornudet, indignado por la recíproca y cordial condescendencia establecida entre vencedores y vencidos, volvió a la posada, porque prefería encerrarse aislado en su habitación a ver tales oprobios. Loiseau tuvo, como siempre, una frase oportuna y graciosa; "Repueblan"; y el señor Carré-Lamadon pronunció una solemne frase "Restituyen". Pero no encontraban al mayoral. Después de muchas indagaciones, lo descubrieron sentado tranquilamente, con el ordenanza del oficial prusiano, en una taberna.


El conde lo interrogó: -¿No le habían mandado enganchar a las ocho? -Sí; pero después me dieron otra orden. -¿Cuál? -No enganchar. -¿Quién? -El comandante prusiano. -¿Por qué motivo? -Lo ignoro. Pregúnteselo. Yo no soy curioso. Me prohíben enganchar y no engancho. Ni más ni menos. -Pero ¿le ha dado esa orden el mismo comandante? -No; el posadero, en su nombre. -¿Cuándo? -Anoche, al retirarme. Los tres caballeros volvieron a la posada bastante intranquilos. Preguntaron por Follenvie, y la criada les dijo que no se levantaba el señor hasta muy tarde, porque apenas lo dejaba dormir el asma; tenía terminantemente prohibido que lo llamasen antes de las diez, como no fuera en caso de incendio. Quisieron ver al oficial, pero tampoco era posible, aun cuando se hospedaba en la casa, porque únicamente Follenvie podía tratar con él de sus asuntos civiles. Mientras los maridos aguardaban en la cocina, las mujeres volvieron a sus habitaciones para ocuparse de las minucias de su tocado. Cornudet se instaló bajo la saliente campana del hogar, donde ardía un buen leño; mandó que le acercaran un veladorcito de hierro y que le sirvieran un jarro de cerveza; sacó la pipa, que gozaba entre los demócratas casi tanta consideración como el personaje que chupaba en ella -una pipa que parecía servir a la patria tanto como Cornudent-, y se puso a fumar entre sorbo y sorbo, chupada tras chupada. Era una hermosa pipa de espuma, primorosamente trabajada, tan negra como los dientes que la oprimían pero brillante, perfumada, con una curvatura favorable a la


mano, de una forma tan discreta, que parecía una facción más de su dueño. Y Cornudet, inmóvil, tan pronto fijaba los ojos en las llamas del hogar como en la espuma del jarro; después de cada sorbo acariciaba satisfecho con su mano flaca su cabellera sucia, cruzando vellones de humo blanco en las marañas de sus bigotes macilentos. Loiseau, con el pretexto de salir a estirar las piernas, recorrió el pueblo para negociar sus vinos en todos los comercios. El conde y el industrial discurrían acerca de cuestiones políticas y profetizaban el provenir de Francia. Según el uno, todo lo remediaría el advenimiento de los Orleáns; el otro solamente confiaba en un redentor ignorado, un héroe que apareciera cuando todo agonizase; un Duguesclin, una Juana de Arco y ¿por qué no un invencible Napoleón I? ¡Ah! ¡Si el príncipe imperial no fuese demasiado joven! Oyéndolos, Cornudet sonreía como quien ya conoce los misterios del futuro; y su pipa embalsamaba el ambiente. A las 10 bajó Follenvie. Le hicieron varias preguntas apremiantes, pero él sólo pudo contestar: -El comandante me dijo: "Señor Follenvie, no permita usted que mañana enganche la diligencia. Esos viajeros no saldrán de aquí hasta que yo lo disponga". Entonces resolvieron avistarse con el oficial prusiano. El conde le hizo pasar una tarjeta, en la cual escribió Carré-Lamdon su nombre y sus títulos. El prusiano les hizo decir que los recibiría cuando hubiera almorzado. Faltaba una hora. Ellos y ellas comieron, a pesar de su inquietud. Bola de Sebo estaba febril y extraordinariamente desconcertada. Acababan de tomar el café cuando les avisó el ordenanza. Loiseau se agregó a la comisión; intentaron arrastrar a Cornudet, pero éste dijo que no entraba en sus cálculos pactar con los enemigos. Y volvió a instalarse cerca del fuego, ante otro jarro de cerveza. Los tres caballeros entraron en la mejor habitación de la casa, donde los recibió el oficial, tendido en un sillón, con los pies encima de la chimenea, fumando en una larga pipa de loza y envuelto en una espléndida bata, recogida tal vez en la residencia campestre de algún ricacho de gustos chocarreros. No se levantó, ni saludó, ni los miró siquiera. ¡Magnífico ejemplar de la soberbia desfachatez acostumbrada entre los militares victoriosos! Luego dijo: -¿Qué desean ustedes?


El conde tomó la palabra: -Deseamos proseguir nuestro viaje, caballero. -No. -Sería usted lo bastante bondadoso para comunicarnos la causa de tan imprevista detención? -Mi voluntad. -Me atrevo a recordarle, respetuosamente, que traemos un salvoconducto, firmado por el general en jefe, que nos permite llegar a Dieppe. Y supongo que nada justifica tales rigores. -Nada más que mi voluntad. Pueden ustedes retirarse. Hicieron una reverencia y se retiraron. La tarde fue desastrosa: no sabían cómo explicar el capricho del prusiano y les preocupaban las ocurrencias más inverosímiles. Todos en la cocina se torturaban imaginando cuál pudiera ser el motivo de su detención. ¿Los conservarían como rehenes? ¿Por qué? ¿Los llevarían prisioneros? ¿Pedirían por su libertad un rescate de importancia? El pánico los enloqueció. Los más ricos se amilanaban con ese pensamiento: se creían ya obligados, para salvar la vida en aquel trance, a derramar tesoros entre la manos de un militar insolente. Se derretían la sesera inventando embustes verosímiles, fingimientos engañosos que salvaran su dinero del peligro en que lo veían, haciéndolos aparecer como infelices arruinados. Loiseau, disimuladamente, guardó en el bolsillo la pesada cadena de oro de su reloj. Al oscurecer aumentaron sus aprensiones. Encendieron el quinqué, y, como aún faltaban dos horas para la comida, resolvieron jugar a la treinta y una. Cornudet, hasta el propio Cornudet, apagó su pipa y, cortésmente, se acercó a la mesa. El conde cogió los naipes, Bola de Sebo hizo treinta y una. El interés del juego ahuyentaba los temores. Cornudet pudo advertir que la señora y el señor Loiseau, de común acuerdo, hacían trampas. Cuando iban a servir la comida, Follenvie apareció y dijo: -El oficial prusiano pregunta si la señora Isabel Rousset se ha decidido ya. Bola de Sebo, en pie, al principio descolorida, luego arrebatada, sintió un impulso de cólera tan grande, que de pronto no le fue posible hablar. Después dijo: -Contéstele a ese canalla, sucio y repugnante, que nunca me decidiré a eso. ¡Nunca,


nunca, nunca! El posadero se retiró. Todos rodearon a Bola de Sebo, solicitada, interrogada por todos para revelar el misterio de aquel recado. Negose al principio, hasta que reventó exasperada: -¿Qué quiere?... ¿Qué quiere?... ¿Que quiere?... ¡Nada! ¡Estar conmigo! La indignación instantánea no tuvo límites. Se alzó un clamoreo de protesta contra semejante iniquidad. Cornudet rompió un vaso, al dejarlo, violentamente, sobre la mesa. Se emocionaban todos, como si a todos alcanzara el sacrificio exigido a la moza. El conde manifestó que los invasores inspiraban más repugnancia que terror, portándose como los antiguos bárbaros. Las mujeres prodigaban a Bola de Sebo una piedad noble y cariñosa. Cuando le efervescencia hubo pasado, comieron. Se habló poco. Meditaban. Se retiraron pronto las señoras, y los caballeros organizaron una partida de ecarté, invitando a Follenvie con el propósito de sondearle con habilidad en averiguación de los recursos más convenientes para vencer la obstinada insistencia del prusiano. Pero Follenvie sólo pensaba en sus cartas, ajeno a cuanto le decían y sin contestar a las preguntas, limitándose a repetir: -Al juego, al juego, señores. Fijaba tan profundamente su atención en los naipes, que hasta se olvidaba de escupir y respiraba con estertor angustioso. Producían sus pulmones todos los registros del asma, desde los más graves y profundos a los chillidos roncos y destemplados que lanzan los polluelos cuando aprenden a cacarear. No quiso retirarse cuando su mujer, muerta de sueño, bajó en su busca, y la vieja se volvió sola porque tenía por costumbre levantarse con el sol, mientras su marido, de natural trasnochador, estaba siempre dispuesto a no acostarse hasta el alba. Cuando se convencieron de que no eran posible arrancarle ni media palabra, lo dejaron para irse cada cual a su alcoba. Tampoco fueron perezosos para levantarse al otro día, con la esperanza que les hizo concebir su deseo cada vez mayor de continuar libremente su viaje. Pero los caballos descansaban en los pesebres; el mayoral no comparecía. Entretuviéronse dando paseos en torno de la diligencia. Desayunaron silenciosos, indiferentes ante Bola de Sebo. Las reflexiones de la noche habían modificado sus juicios; odiaban a la moza por no haberse decidido a buscar en secreto al prusiano, preparando un alegre despertar, una sorpresa muy agradable a sus compañeros. ¿Había nada más justo? ¿Quién lo hubiera sabido? Pudo salvar las apariencias, dando a entender al oficial prusiano que cedía para no perjudicar a tan


ilustres personajes. ¿Qué importancia pudo tener su complacencia, para una moza como Bola de Sebo? Reflexionaban así todos, pero ninguno declaraba su opinión. Al mediodía, para distraerse del aburrimiento, propuso el conde que diesen un paseo por las afueras. Se abrigaron bien y salieron; sólo Cornudet prefirió quedarse junto a la lumbre, y las dos monjas pasaban las horas en la iglesia o en casa del párroco. El frío, cada vez más intenso, les pellizcaba las orejas y las narices; los pies les dolían al andar; cada paso era un martirio. Y al descubrir la campiña les pareció tan horrorosamente lúgubre su extensa blancura, que todos a la vez retrocedieron con el corazón oprimido y el alma helada. Las cuatro señoras iban y las seguían a corta distancia los tres caballeros. Loiseau, muy seguro de que los otros pensaban como él, preguntó si aquella mala pécora no daba señales de acceder, para evitarles que se prolongara indefinidamente su detención. El conde, siempre cortés, dijo que no podía exigírsele a una mujer sacrificio tan humillante cuando ella no se lanzaba por impulso propio. El señor Carré-Lamdon hizo notar que si los franceses, como estaba proyectado, tomaran de nuevo la ofensiva por Dieppe, la batalla probablemente se desarrollaría en Totes. Puso a los otros dos en cuidado semejante ocurrencia. -¿Y si huyéramos a pie? -dijo Loiseau. -¿Cómo es posible, pisando nieve y con las señoras? -exclamó el conde-. Además, nos perseguirían y luego nos juzgarían como prisioneros de guerra. -Es cierto, no hay escape. Y callaron. Las señoras hablaban de vestidos; pero por su ligera conversación flotaba una inquietud que les hacía opinar de opuesto modo. Cuando apenas lo recordaban, apareció el oficial prusiano en el extremo de la calle. Sobre la nieve que cerraba el horizonte perfilaba su talle oprimido y separaba las rodillas al andar, con ese movimiento propio de los militares que procuran salvar del barro las botas primorosamente charoladas. Inclinose al pasar junto a las damas y miró despreciativo a los caballeros, los cuales tuvieron suficiente coraje para no descubrirse, aun cuando Loiseau echase mano al sombrero. La moza se ruborizó hasta las orejas y las tres señoras casadas padecieron la


humillación de que las viera el prusiano en la calle con la mujer a la cual trataba él tan groseramente. Y hablaron de su empaque, de su rostro. La señora Carré-Lamdon, que por haber sido amiga de muchos oficiales podía opinar con fundamento, juzgó al prusiano aceptable, y hasta se dolió de que no fuera francés, muy segura de que seduciría con el uniforme de húsar a muchas mujeres. Ya en casa, no se habló más del asunto. Se intercambiaron algunas actitudes con motivos insignificantes. La cena, silenciosa, terminó pronto, y cada uno fue a su alcoba con ánimo de buscar en el sueño un recurso contra el hastío. Bajaron por la mañana con los rostros fatigados; se mostraron irascibles; y las damas apenas dirigieron la palabra a Bola de Sebo. La campana de la iglesia tocó a gloria. La muchacha recordó al pronto su casi olvidada maternidad (pues tenía una criatura en casa de unos labradores de Yvetot). El anunciado bautizo la enterneció y quiso asistir a la ceremonia. Ya libres de su presencia, y reunidos los demás, se agruparon, comprendiendo que tenían algo que decirse, algo que acordar. Se le ocurrió a Loiseau proponer al comandante que se quedara con la moza y dejase a los otros proseguir tranquilamente su viaje. Follenvie fue con la embajada y volvió al punto, porque, sin oírle siquiera, el oficial repitió que ninguno se iría mientras él no quedara complacido. Entonces, el carácter populachero de la señora Loiseau la hizo estallar: -No podemos envejecer aquí. ¿No es el oficio de la moza complacer a todos los hombres? ¿Cómo se permite rechazar a uno? ¡Si la conoceremos! En Rúan lo arrebaña todo; hasta los cocheros tienen que ver con ella. Sí, señora; el cochero de la Prefectura. Lo sé de buena tinta; como que toman vino de casa. Y hoy que podría sacarnos de un apuro sin la menor violencia, ¡hoy hace dengues, la muy zorra! En mi opinión, ese prusiano es un hombre muy correcto. Ha vivido sin trato de mujeres muchos días; hubiera preferido, seguramente, a cualquiera de nosotras; pero se contenta, para no abusar de nadie, con la que pertenece a todo el mundo. Respeta el matrimonio y la virtud ¡cuando es el amo, el señor! Le bastaría decir: "Ésta quiero" y obligar a viva fuerza, entre soldados, a la elegida. Estremeciéronse las damas. Los ojos de la señora Carré-Lamadon brillaron; sus mejillas palidecieron, como si ya se viese violada por el prusiano. Los hombres discutían aparte y llegaron a un acuerdo. Al principio, Loiseau, furibundo, quería entregar a la miserable atada de pies y manos. Pero el conde, fruto de tres abuelos diplomáticos, prefería tratar el asunto hábilmente,


y propuso: -Tratemos de convencerla. Se unieron a las damas. La discusión se generalizó. Todos opinaban en voz baja, con mesura. Principalmente las señoras proponían el asunto con rebuscamiento de frases ocultas y rodeos encantadores, para no proferir palabras vulgares. Alguien que de pronto las hubiera oído, sin duda no sospechara el argumento de la conversación; de tal modo se cubrían con flores las torpezas audaces. Pero como el baño de pudor que defiende a las damas distinguidas en sociedad es muy tenue, aquella brutal aventura las divertía, sintiéndose a gusto, en su elemento, interviniendo en un lance de amor, con la sensualidad propia de un cocinero goloso que prepara una cena exquisita sin poder probarla siquiera. Se alegraron, porque la historia les hacía mucha gracia. El conde se permitió alusiones bastantes atrevidas -pero decorosamente apuntadas- que hicieron sonreír. Loiseau estuvo menos correcto, y sus audacias no lastimaron los oídos pulcros de sus oyentes. La idea, expresada brutalmente por su mujer, persistía en los razonamientos de todos: "¿No es el oficio de la moza complacer a los hombres? ¿Cómo se permite rechazar a uno?" La delicada señora Carré-Lamadon imaginaba tal vez que, puesta en tan duro trance, rechazaría menos al prusiano que a otro cualquiera. Prepararon el bloqueo, lo que tenía que decir cada uno y las maniobras correspondientes; quedó en regla el plan de ataque, los amaños y astucias que deberían abrir al enemigo la ciudadela viviente. Cornudet no entraba en la discusión, completamente ajeno al asunto. Estaban todos tan preocupados, que no sintieron llegar a Bola de Sebo; pero el conde, advertido al punto, hizo una señal que los demás comprendieron. Callaron, y la sorpresa prolongó aquel silencio, no permitiéndoles de pronto hablar. La condesa, más versada en disimulos y tretas de salón, dirigió a la moza esta pregunta: -¿Estuvo muy bien el bautizo? Bola de Sebo, emocionada, les dio cuenta de todo, y acabó con esta frase: -Algunas veces consuela mucho rezar. Hasta la hora del almuerzo se limitaron a mostrarse amables con ella, para inspirarle confianza y docilidad a sus consejos. Ya en la mesa, emprendieron la conquista. Primero, una conversación superficial acerca del sacrificio. Se citaron ejemplos: Judit y Holofernes; y, sin venir al caso, Lucrecia y Sextus. Cleopatra, esclavizando con los placeres de su lecho a todos los generales


enemigos. Y apareció una historia fantaseada por aquellos millonarios ignorantes, conforme a la cual iban a Capua las matronas romanas para adormecer entre sus brazos amorosos al fiero Aníbal, a sus lugartenientes y a sus falanges de mercenarios. Citaron a todas las mujeres que han detenido a los conquistadores ofreciendo sus encantos para dominarlos con un arma poderosa e irresistible; que vencieron con sus caricias heroicas a monstruos repulsivos y odiados; que sacrificaron su castidad a la venganza o a la sublime abnegación. Discretamente, fue mencionada la inglesa linajuda que se mandó inocular una horrible y contagiosa podredumbre para transmitírsela con fingido amor a Bonaparte, quien se libró milagrosamente gracias a una flojera repentina en la cita fatal. Y todo se decía con delicadeza y moderación, ofreciéndose de cuando en cuando el entusiástico elogio que provocase la curiosidad heroica. De todos aquellos rasgos ejemplares pudiera deducirse que la misión de la mujer en la tierra se reducía solamente a sacrificar su cuerpo, abandonándolo de continuo entre la soldadesca lujuriosa. Las dos monjitas no atendieron, y es posible que ni se dieran cuenta de lo que decían los otros, ensimismadas en más íntimas reflexiones. Bola de Sebo no despegaba los labios. Dejáronla reflexionar toda la tarde. Cuando iban a sentarse a la mesa para comer apareció Follenvie para repetir la frase de la víspera. Bola de Sebo respondió ásperamente. -Nunca me decidiré a eso.¡Nunca, nunca! Durante la comida, los aliados tuvieron poca suerte. Loiseau dijo tres impertinencias. Se devanaban los sesos para descubrir nuevas heroicidades -y sin que saltase al paso ninguna-, cuando la condesa, tal vez sin premeditarlo, sintiendo una irresistible comezón de rendir a la Iglesia un homenaje, se dirigió a una de las monjas -la más respetable por su edad- y le rogó que refiriese algunos actos heroicos de la historia de los santos que habían cometido excesos criminales para humanos ojos y apetecidos por la Divina Piedad, que los juzgaba conforme a la intención, sabedora de que se ofrecían a la gloria de Dios o a la salud y provecho del prójimo. Era un argumento contundente. La condesa lo comprendió, y fuese por una tácita condescendencia natural en todos los que visten hábitos religiosos, o sencillamente por una casualidad afortunada, lo cierto es que la monja contribuyó al triunfo de los aliados con un formidable refuerzo. La habían juzgado tímida, y se mostró arrogante, violenta, elocuente. No tropezaba en incertidumbres causísticas, era su doctrina como una barra de acero; su fe no vacilaba jamás, y no enturbiaba su conciencia ningún escrúpulo. Le parecía sencillo el sacrificio de Abrahán; también ella hubiese matado a su padre y a su madre por obedecer un mandato divino; y, en su concepto, nada podía desagradar al Señor cuando las


intenciones eran laudables. Aprovechando la condesa tan favorable argumentación de su improvisada cómplice, la condujo a parafrasear un edificante axioma, "el fin justifica los medios", con esta pregunta: -¿Supone usted, hermana, que Dios acepta cualquier camino y perdona siempre, cuando la intención es honrada? -¿Quién lo duda, señora? Un acto punible puede, con frecuencia, ser meritorio por la intención que lo inspire. Y continuaron así discurriendo acerca de las decisiones recónditas que atribuían a Dios, porque lo suponían interesado en sucesos que, a la verdad, no deben importarle mucho. La conversación, así encarrilada por la condesa, tomó un giro hábil y discreto. Cada frase de la monja contribuía poderosamente a vencer la resistencia de la cortesana. Luego, apartándose del asunto ya de sobra repetido, la monja hizo mención de varias fundaciones de su Orden; habló de la superiora, de sí misma, de la hermana San Sulpicio, su acompañante. Iban llamadas a El Havre para asistir a cientos de soldados con viruela. Detalló las miserias de tan cruel enfermedad, lamentándose de que, mientras inútilmente las retenía el capricho de un oficial prusiano, algunos franceses podían morir en el hospital, faltos de auxilio. Su especialidad fue siempre asistir al soldado; estuvo en Crimea, en Italia, en Austria, y al referir azares de la guerra, se mostraba de pronto como una hermana de la Caridad belicosa y entusiasta, sólo nacida para recoger heridos en lo más recio del combate; una especie de sor María Rataplán, cuyo rostro descarnado y descolorido era la imagen de las devastaciones de la guerra. Cuando hubo terminado, el silencio de todos afirmó la oportunidad de sus palabras. Después de cenar se fue cada cual a su alcoba, y al día siguiente no se reunieron hasta la hora del almuerzo. La condesa propuso, mientras almorzaban, que debieran ir de paseo por la tarde. Y el conde, que llevaba del brazo a la moza en aquella excursión, se quedó rezagado. Todo estaba convenido. En tono paternal, franco y un poquito displicente, propio de un " hombre serio" que se dirige a un pobre ser, la llamó niña, con dulzura, desde su elevada posición social y su honradez indiscutible, y sin preámbulos se metió de lleno en el asunto. -¿Prefiere vernos aquí víctimas del enemigo y expuestos a sus violencias, a las represalias que seguirían indudablemente a una derrota? ¿Lo prefiere usted a doblegarse a una... liberalidad muchas veces por usted consentida? La moza callaba.


El conde insistía, razonable y atento, sin dejar de ser "el señor conde", muy galante con afabilidad, hasta con ternura si la frase lo exigía. Exaltó la importancia del servicio y el "imborrable agradecimiento". Después comenzó a tutearla de pronto, alegremente: -No seas tirana, permite al infeliz que se vanaglorie de haber gozado a una criatura como no debe haberla en su país. La moza, sin despegar los labios, fue a reunirse con el grupo de señoras. Ya en casa se retiró a su cuarto, sin comparecer ni a la hora de la comida. La esperaban con inquietud. ¿Qué decidiría? Al presentarse Follenvie, dijo que la señorita Isabel se hallaba indispuesta, que no la esperasen. Todos aguzaron el oído. El conde se acercó al posadero y le preguntó en voz baja: -¿Ya está? -Sí. Por decoro no preguntó más; hizo una mueca de satisfacción dedicada a sus acompañantes, que respiraron satisfechos, y se reflejó una retozona sonrisa en los rostros. Loiseau no pudo contenerse: -¡Caramba! Convido champaña para celebrarlo. Y se le amargaron a la señora Loiseau aquellas alegrías cuando apareció Follenvie con cuatro botellas. Mostrándose a cual más comunicativo y bullicioso, rebosaba en sus almas un goce fecundo. El conde advirtió que la señora Carré-Lamadon era muy apetecible, y el industrial tuvo frases insinuantes para la condesa. La conversación chisporroteaba, graciosa, vivaracha, jovial. De pronto, Loiseau, con los ojos muy abiertos y los brazos en alto, aulló: -¡Silencio! Todos callaron estremecidos. -¡Chist! -y arqueaba mucho las cejas para imponer atención. Al poco rato dijo con suma naturalidad.


-Tranquilícense. Todo va como una seda. Pasado el susto, le rieron la gracia. Luego repitió la broma: -¡Chist!... Y cada 15 minutos insistía. Como si hablara con alguien del piso alto, daba consejos de doble sentido, producto de su ingenio de comisionista. Ponía de pronto la cara larga, y suspiraba al decir: -¡Pobrecita! O mascullaba una frase rabiosa: -¡Prusiano asqueroso! Cuando estaban distraídos, gritaban: -¡No más! ¡No más! Y como si reflexionase, añadía entre dientes: -¡Con tal que volvamos a verla y no la haga morir, el miserable! A pesar de ser aquellas bromas de gusto deplorable, divertían a los que las toleraban y a nadie indignaron, porque la indignación, como todo, es relativa y conforme al medio en que se produce. Y allí respiraban un aire infestado por todo género de malicias impúdicas. Al fin, hasta las damas hacían alusiones ingeniosas y discretas. Se había bebido mucho, y los ojos encandilados chisporroteaban. El conde, que hasta en sus abandonos conservaba su respetable apariencia, tuvo una graciosa oportunidad, comparando su goce al que pueden sentir los exploradores polares, bloqueados por el hielo, cuando ven abrirse un camino hacia el Sur. Loiseau, alborotado, levantose a brindar. -¡Por nuestro rescate! En pie, aclamaban todos, y hasta las monjitas, cediendo a la general alegría, humedecían sus labios en aquel vino espumoso que no habían probado jamás. Les pareció algo así como limonada gaseosa, pero más fino. Loiseau advertía:


-¡Qué lastima! Si hubiera un piano podríamos bailar un rigodón. Cornudet, que no había dicho ni media palabra, hizo un gesto desapacible. Parecía sumergido en pensamientos graves, y de cuando en cuando estirábase las barbas con violencia, como si quisiera alargarlas más aún. Hacia medianoche, al despedirse, Loiseau, que se tambaleaba, le dio un manotazo en la barriga, tartamudeando: -¿No está usted satisfecho? ¿No se le ocurre decir nada? Cornudet, erguido el rostro y encarado con todos, como si quisiera retratarlos con una mirada terrible, respondió: -Sí, por cierto. Se me ocurre decir a ustedes que han fraguado una canallada. Se levantó y se fue repitiendo: -¡Una canallada! Era como un jarro de agua. Loiseau quedose confundido; pero se repuso con rapidez, soltó la carcajada y exclamó: -Están verdes, para usted... están verdes. Como no le comprendían, explicó los "misterios del pasillo". Entonces rieron desaforadamente; parecían locos de júbilo. El conde y el señor Carré-Lamadon lloraban de tanto reír. ¡Qué historia! ¡Era increíble! -Pero ¿está usted seguro? -¡Tan seguro! Como que lo vi. -¿Y ella se negaba...? -Por la proximidad... vergonzosa del prusiano. -¿Es cierto? -¡Ciertísimo! Pudiera jurarlo. El conde se ahogaba de risa; el industrial tuvo que sujetarse con las manos el vientre, para no estallar. Loiseau insistía:


-Y ahora comprenderán ustedes que no le divierta lo que pasa esta noche. Reían sin fuerzas ya, fatigados, aturdidos. Acabó la tertulia. "Felices noches." La señora Loiseau, que tenía el carácter como una ortiga, hizo notar a su marido, cuando se acostaban, que la señora Carré-Lamadon, "la muy fantasmona", rió de mala gana, porque pensando en lo de arriba se le pusieron los dientes largos. -El uniforme las vuelve locas. Francés o prusiano, ¿qué más da? ¡Mientras haya galones! ¡Dios mío! ¡Es una vergüenza como está el mundo! Y durante la noche resonaron continuamente, a lo largo del oscuro pasillo, estremecimientos, rumores tenues apenas perceptibles, roces de pies desnudos, alientos entrecortados y crujir de faldas. Ninguno durmió, y por debajo de todas las puertas asomaron, casi hasta el amanecer, pálidos reflejos de las bujías. El champaña suele producir tales consecuencias, y, según dicen, da un sueño intranquilo. Por la mañana, un claro sol de invierno hacía brillar la nieve deslumbradora. La diligencia, ya enganchada, revivía para proseguir el viaje, mientras las palomas de blanco plumaje y ojos rosados, con las pupilas muy negras, picoteaban el estiércol, erguidas y oscilantes entre las patas de los caballos. El mayoral, con su chamarra de piel, subido en el pescante, llenaba su pipa; los viajeros, ufanos, veían cómo les empaquetaban las provisiones para el resto del viaje. Sólo faltaba Bola de Sebo, y al fin compareció. Se presentó algo inquieta y avergonzada; cuando se detuvo para saludar a sus compañeros, hubiérase dicho que ninguno la veía, que ninguno reparaba en ella. El conde ofreció el brazo a su mujer para alejarla de un contacto impuro. La moza quedó aturdida; pero sacando fuerzas de flaqueza, dirigió a la esposa del industrial un saludo humildemente pronunciado. La otra se limitó a una leve inclinación de cabeza, imperceptible casi, a la que siguió una mirada muy altiva, como de virtud que se rebela para rechazar una humillación que no perdona. Todos parecían violentados y despreciativos a la vez, como si la moza llevara una infección purulenta que pudiera comunicárseles. Fueron acomodándose ya en la diligencia, y la moza entró después de todos para ocupar su asiento. Como si no la conocieran. Pero la señora Loiseau la miraba de reojo, sobresaltada, y


dijo a su marido: -Menos mal que no estoy a su lado. El coche arrancó. Proseguían el viaje. Al principio nadie hablaba. Bola de Sebo no se atrevió a levantar los ojos. Sentíase a la vez indignada contra sus compañeros, arrepentida por haber cedido a sus peticiones y manchada por las caricias del prusiano, a cuyos brazos la empujaron todos hipócritamente. Pronto la condesa, dirigiéndose a la señora Carré-Lamdon, puso fin al silencio angustioso: -¿Conoce usted a la señora de Etrelles? -¡Vaya! Es amiga mía. -¡Qué mujer tan agradable! -Sí; es encantadora, excepcional. Todo lo hace bien: toca el piano, canta, dibuja, pinta... Una maravilla. El industrial hablaba con el conde, y confundidas con el estrepitoso crujir de cristales, hierros y maderas, oíanse algunas de sus palabras: "...Cupón... Vencimiento... Prima... Plazo..." Loiseau, que había escamoteado los naipes de la posada, engrasados por tres años de servicio sobre mesas nada limpias, comenzó a jugar al bésique con su mujer. Las monjitas, agarradas al grueso rosario pendiente de su cintura, hicieron la señal de la cruz, y de pronto sus labios, cada vez más presurosos, en un suave murmullo, parecían haberse lanzado a una carrera de oremus; de cuando en cuando besaban una medallita, se persignaban de nuevo y proseguían su especie de gruñir continuo y rápido. Cornudet, inmóvil, reflexionaba. Después de tres horas de camino, Loiseau, recogiendo las cartas, dijo: -Hace hambre. Y su mujer alcanzó un paquete atado con un bramante, del cual sacó un trozo de carne asada. Lo partió en rebanadas finas, con pulso firme, y ella y su marido comenzaron a comer tranquilamente. -Un ejemplo digno de ser imitado -advirtió la condesa.


Y comenzó a desenvolver las provisiones preparadas para los dos matrimonios. Venían metidas en un cacharro de los que tienen para pomo en la tapadera una cabeza de liebre, indicando su contenido: un suculento pastelón de liebre, cuya carne sabrosa, hecha picadillo, estaba cruzada por collares de fina manteca y otras agradables añadiduras. Un buen pedazo de queso, liado en un papel de periódico, lucía la palabra "Sucesos" en una de sus caras. Las monjitas comieron una longaniza que olía mucho a especias y Cornudet, sumergiendo ambas manos en los bolsillos de su gabán, sacó de uno de ellos cuatro huevos duros y del otro un panecillo. Mondó uno de los huevos, dejando caer en el suelo el cascarón y partículas de yema sobre sus barbas. Bola de Sebo, en la turbación de su triste despertar, no había dispuesto ni pedido merienda, y exasperada, iracunda, veía cómo sus compañeros mascaban plácidamente. Al principio la crispó un arranque tumultuoso de cólera, y estuvo a punto de arrojar sobre aquellas gentes un chorro de injurias que le venían a los labios; pero tanto era su desconsuelo, que su congoja no le permitió hablar. Ninguno la miró ni se preocupó de su presencia; sentíase la infeliz sumergida en el desprecio de la turba honrada que la obligó a sacrificarse, y después la rechazó, como un objeto inservible y asqueroso. No pudo menos de recordar su hermosa cesta de provisiones devoradas por aquellas gentes; los dos pollos bañados en su propia gelatina, los pasteles y la fruta, y las cuatro botellas de burdeos. Pero sus furores cedieron de pronto, como una cuerda tirante que se rompe, y sintió pujos de llanto. Hizo esfuerzos terribles para vencerse; irguióse, tragó sus lágrimas como los niños, pero asomaron al fin a sus ojos y rodaron por sus mejillas. Una tras otra, cayeron lentamente, como las gotas de agua que se filtran a través de una piedra; y rebotaban en la curva oscilante de su pecho. Mirando a todos resuelta y valiente, pálido y rígido el rostro, se mantuvo erguida, con la esperanza de que no la vieran llorar. Pero advertida la condesa, hizo al conde una señal. Se encogió de hombros el caballero, como si quisiera decir: "No es mía la culpa". La señora Loiseau, con una sonrisita maliciosa y triunfante, susurró: -Se avergüenza y llora. Las monjitas reanudaron su rezo después de envolver en papel el sobrante de longaniza. Y entonces Cornudet -que digería los cuatro huevos duros- estiró sus largas piernas bajo el asiento delantero, reclinose, cruzó los brazos, y sonriente, como un hombre que acierta con una broma pesada, comenzó a canturrear La Marsellesa. En todos los rostros pudo advertirse que no era el himno revolucionario del gusto de los viajeros. Nerviosos, desconcertados, intranquilos, removíanse, manoteaban; ya solamente les faltó aullar como los perros al oír un organillo.


Y el demócrata, en vez de callarse, amenizó el bromazo añadiendo a la música su letra: Patrio amor que a conduce nuestros libertada, libertad combate por tus fieles defensores.

los brazos

hombres encanta, vengadores; sacrosanta,

Avanzaba mucho la diligencia sobre la nieve ya endurecida, y hasta Dieppe, durante las eternas horas de aquel viaje, sobre los baches del camino, bajo el cielo pálido y triste del anochecer, en la oscuridad lóbrega del coche, proseguía con una obstinación rabiosa el canturreo vengativo y monótono, obligando a sus irascibles oyentes a rimar sus crispaciones con la medida y los compases del odioso cántico. Y la moza lloraba sin cesar; a veces un sollozo, que no podía contener, se mezclaba con las notas del himno entre las tinieblas de la noche. FIN

Campanilla Guy de Maupassant


¡Son extraños, esos antiguos recuerdos que nos obsesionan sin que podamos desprendernos de ellos! Este es tan viejo, tan viejo, que no puedo comprender cómo ha permanecido tan vivo y tenaz en mi mente. He visto después tantas cosas siniestras, emocionantes o terribles, que me asombra que no pase un día, ni un sólo día, sin que la figura de la tía Campanilla aparezca ante mis ojos, tal como la conocí, en tiempos, hace mucho, cuando yo tenía diez o doce años. Era una vieja costurera que venía una vez a la semana, todos los martes, a repasar la ropa en casa de mis padres. Mis padres vivían en una de esas casas de campo llamadas castillos y que son simplemente antiguas mansiones de tejado puntiagudo, de las cuales dependen cuatro o cinco granjas agrupadas a su alrededor. El pueblo, un pueblo grande, una villa, aparecía a unos cientos de metros, agolpado en torno a la iglesia, una iglesia de ladrillos rojos ennegrecidos por el tiempo. Así, pues, todos los martes la tía Campanilla llegaba entre seis y media y siete de la mañana y subía enseguida al cuarto de costura para ponerse al trabajo. Era una mujer alta y flaca, barbuda, o mejor dicho peluda, pues tenía barba en toda la cara, una barba sorprendente, inesperada, que crecía en penachos inverosímiles, en mechones rizados que parecían diseminados por un loco en aquel gran rostro de gendarme con faldas. Los tenía sobre la nariz, bajo la nariz, alrededor de la nariz, en el mentón, en las mejillas; y sus cejas, de un espesor y de una largura extravagantes, completamente grises, tupidas, erizadas, parecían enteramente un par de bigotes colocados allí por error. Cojeaba, no como cojean los lisiados normales, sino como un barco anclado. Cuando asentaba sobre la pierna sana el gran cuerpo huesudo y desviado, semejaba tomar impulso para remontar una ola monstruosa, y después, de repente, se lanzaba como para desaparecer en un abismo, se hundía en el suelo. Su marcha despertaba la idea de una tempestad, de tanto como se balanceaba al mismo tiempo; y su cabeza, siempre tocada con un enorme gorro blanco, cuyas cintas flotaban a su espalda, parecía atravesar el horizonte, del norte al sur y del sur al norte, a cada uno de sus movimientos. Yo adoraba a esta tía Campanilla. Tan pronto como me levantaba subía al cuarto de costura, donde la encontraba instalada cosiendo, con un estufilla bajo los pies. En cuanto yo llegaba, me obligaba a coger la estufilla y a sentarme encima para que no me acatarrase en aquella vasta pieza fría, situada bajo el tejado. -Eso te hace circular la sangre -decía. Me contaba historias mientras zurcía la ropa con sus largos dedos ganchudos, que eran muy vivos; sus ojos, tras unas gafas con cristales de aumento, pues la edad había debilitado su vista, me parecían enormes, extrañamente profundos, dobles. Tenía, por lo que puedo recordar de las cosas que me decía y que conmovían mi corazón de niño, un alma magnánima de pobre mujer. Sus juicios eran lisos y llanos. Me contaba los acontecimientos del pueblo, la historia de una vaca que se había escapado del establo y a la que habían encontrado, una mañana, ante el molino de Prosper Malet, viendo cómo giraban las alas de madera, o la historia de un huevo de gallina descubierto en el campanario de la iglesia sin que nadie entendiera nunca qué animal había ido a


leguas del pueblo los calzones de su amo robados por un transeúnte mientras se secaban frente a la puerta después de una mojadura. Me contaba estas ingenuas aventuras de tal forma que adquirían en mi mente proporciones de dramas inolvidables, de poemas grandiosos y misteriosos; y los ingeniosos cuentos inventados por poetas y que me narraba mi madre, por la noche, no tenían el sabor, la amplitud, la potencia de los relatos de la aldeana. Ahora bien, un martes en que me había pasado toda la mañana escuchando a la tía Campanilla, quise volver a subir a su lado por la tarde, después de haber ido con el criado a coger avellanas en el bosque de Hallets, detrás de la granja de Noirpré. Lo recuerdo todo tan claramente como las cosas de ayer. Ahora bien, al abrir la puerta del cuarto de costura, vi a la vieja costurera tendida en el suelo, al lado de su silla, boca abajo, con los brazos extendidos, sujetando aún la aguja en una mano y, en la otra, una de mis camisas. Una de sus piernas, la larga sin duda, con una media azul, se estiraba bajo la silla; y las gafas brillaban junto a la pared, habiendo rodado lejos de ella. Escapé lanzando agudos gritos. Acudieron; y me enteré al cabo de unos minutos de que la tía Campanilla había muerto. No sabría expresar la emoción profunda, punzante, terrible, que crispó mi corazón de niño. Bajé a pasitos cortos al salón y fui a esconderme en un rincón oscuro, hundido en una inmensa y antigua butaca donde me arrodillé para llorar. Sin duda me quedé allí mucho tiempo, pues cayó la noche. De repente entraron con una lámpara, aunque no me vieron, y oí a mi padre y mi madre conversar con el médico, cuya voz reconocí. Habían ido a buscarlo a toda prisa y él explicaba las causas del accidente. No entendí nada, por lo demás. Después se sentó, y aceptó una copa de licor y unas galletas. Seguía hablando; y lo que dijo entonces se me quedó y se me quedará grabado en el alma hasta la muerte. Creo que incluso puedo reproducir casi exactamente los términos que utilizó. -¡Ah! -decía¡pobre mujer! Fue mi primera cliente. Se rompió la pierna el día de mi Cuento de Navidad llegada y ni siquiera Guy de Maupassant había tenido tiempo de lavarme las manos al bajar de la diligencia cuando vinieron en mi busca a toda prisa, pues era grave, muy grave. "Tenía diecisiete años y era una chica guapísima, ¡muy guapa, mucho! ¡Quién lo diría! En cuanto a su historia, jamás la conté; y nadie, salvo yo y otra persona que ya no está en la comarca, la supo nunca. Ahora que ha muerto, puedo ser menos discreto. "En aquella época acababa de instalarse en la villa un joven maestro que tenía un hermoso rostro y el esbelto talle de un suboficial. Todas las muchachas corrían tras él, y se hacía el interesante, pues además le tenía mucho miedo al director de la escuela, su superior, el señor Grabu, que no todos los días se levantaba de buenas. "El señor Grabu empleaba ya entonces como costurera a la hermosa Hortense, que acaba de morir en su casa y a la cual bautizaron más adelante como Campanilla, después de su accidente. El maestro se fijó en la guapa chiquilla, quien sin duda se sintió halagada por la elección del inexpugnable conquistador; el caso es que lo amó, y que él consiguió una primera cita, en el desván de la escuela, al final de todo un día de costura, al llegar la noche. "Ella fingió regresar a casa, pero en lugar de bajar la escalera al salir de casa de los Grabu, la subió, y fue a ocultarse entre el heno, para esperar a su enamorado. Él se reunió en seguida con ella, y empezaba a galantearla cuando la puerta del desván se abrió de nuevo y apareció el maestro de escuela, preguntando:


"Viéndose cogido, el joven maestro, azarado, respondió estúpidamente: "-Subí a descansar un rato en las gavillas, señor Grabu. "El desván era muy grande, muy vasto, estaba absolutamente negro; y Sigisbert El doctor Bonenfantes su memoria, joven, murmurando: empujaba hacia el fondoforzaba a la desconcertada repitiendo: -¿Un recuerdo de Navidad?... ¿Un recuerdo de¡escape, Navidad?... "-Váyase, escóndase. Voy a perder mi puesto, escóndase! Y, pronto,deexclamó: "Elde maestro escuela, al oír susurros, prosiguió: "-Sí, uno, ysolo? por cierto muy extraño. Es una historia fantástica, ¡un milagro! Sí, "-¿Notengo está usted señoras, un milagro de Nochebuena. "-¡Claro que sí, señor Grabu! "Comprendo que admire oír hablar así a un incrédulo como yo. ¡Y es indudable que presencié unno, milagro! he está visto,hablando. lo que se llama verlo, con mis propios ojos. "-Claro que puestoLoque "¿Que si me mucho? No; porque sin profesar creencias religiosas, creo que "-Le juro quesorprendió sí, señor Grabu. la fe lo puede todo, que la fe levanta las montañas. Pudiera citar muchos ejemplos, y no lo hago para indignar-prosiguió a la concurrencia, no disminuir el efecto de mivuelta extraña "-Pronto voy no a saberlo el viejo; y,por cerrando la puerta con doble de historia. llave, bajó a buscar una vela. "Confesaré, lo pronto, que sicomo lo que a contarles bastante para "Entonces elpor joven, un cobarde hay voy muchos, perdió no la fue cabeza y repetía, convertirme, suficiente para emocionarme; procuraré narrar el suceso con la mayor enfurecido defue repente: sencillez posible, aparentando la credulidad propia de un campesino. "-Escóndase, que no la encuentre. Por su culpa voy a perder mi pan. Va usted a "Entonces eracarrera.. yo médico rural y habitaba en plena Normandía, en un pueblecillo que se destrozar mi ¡Escóndase de una vez! llama Rolleville. "Se oía la llave que giraba de nuevo en la cerradura. "Aquel invierno fue terrible. Después de continuas heladas comenzó a nevar a fines de noviembre. Amontonábanse al norte nubes, y caían blandamente los copos de "Hortense corrió al tragaluz que daba densas a la calle, lo abrió bruscamente, y luego, con voz nieve tenue y blanca. baja y resuelta: "En una sola se cubriócuando toda laélllanura. "-Venga ustednoche a recogerme se haya marchado -dijo. "Las masías, aisladas, parecían dormir en sus corralones cuadrados como en un lecho, "Y saltó. entre sábanas de ligera y tenaz espuma, y los árboles gigantescos del fondo, también revestidos, parecían cortinajesablancos. "El señor Grabu no encontró nadie y volvió a bajar, muy sorprendido. "Ningún ruido turbaba la campiña inmóvil. enSolamente los contaba cuervos,su aaventura. bandadas, "Un cuarto de hora después, Sigisbert entraba mi casa y me La describían largos festones cielo, incapaz buscando la subsistencia, encontrarla, joven se había quedado al pieendelel muro, de levantarse, porquesinhabía caído de lanzándose todos a la vezcon sobre los campos lívidosyyme picoteando nieve. dos pisos. Fui a buscarla él. Llovía a cántaros, llevé a milacasa a la pobre infeliz, cuya pierna derecha se había roto en tres sitios, y los huesos habían desgarrado la "Sólo oíaseelquejaba, roce tenue vago al acaer loscon copos de nieve. carne.se No y se ylimitaba decir admirable resignación: "Nevó durante ocho días; luego, de pronto, aclaró. La tierra se cubría "-¡Justocontinuamente castigo! ¡Justo castigo! con una capa blanca de cinco pies de grueso. "Mandé en busca de ayuda y de los padres de la costurera, a quienes les conté la fábula "Y, durante cerca de un mes, de día, claro como unpuerta. cristal azul y, por la de un carruaje desbocado queellacielo habíaestuvo, atropellado y lisiado ante mi noche, tan estrellado como si lo cubriera una escarcha luminosa. Helaba de tal modo que sábana de nieve, compactabuscaron y fría, parecía un espejo. "Me lacreyeron y los gendarmes en vano, durante un mes, al responsable del accidente. "La llanura, los cercados, las hileras de olmos, todo parecía muerto de frío. Ni hombres ni asomaban; solamente chimeneas las chozas camisa daban indicios "¡Yanimales eso es todo! Y afirmo que estalasmujer fue unadeheroína, de laenraza de las que realizan de vida interior, oculta, con las delgadas columnas de humo que se remontaban en el las la más nobles acciones históricas. aire glacial. "Aquel fue su único amor. Ha muerto virgen. Es una mártir, un alma hermosa, ¡una "De cuando en cuando crujir totalmente los árboles,nocomo si elcontado hielo hiciera más abnegada sublime! Y si yo se no oían la admirase les habría su historia, quebradizas las ramas, y a veces desgajábase una, cayendo como un brazo cortado que nunca quise decirle nadie en vida de ella, ya comprenderán ustedes por quéa


"Las viviendas parecían mucho Papá más pronunció alejadas unas otras. que Vivíase El médico habíacampesinas enmudecido. Mamá lloraba. unasdepalabras no malamente; uno en encierro. Sólo yo salía para visitar a mis pacientes más entendí bien;cada y después se su marcharon. próximos, y expuesto a morir enterrado en la nieve de una hondonada. Y yo me quedé de rodillas en mi butaca, sollozando, mientras oía un extraño ruido de "Comprendí que un terrible se cernía sobre la comarca. Semejante pasos pesadosaly punto de choques en pánico la escalera. azote parecía sobrenatural. Algunos creyeron oír de noche silbidos agudos, voces pasajeras. voces y aquellos silbidos los daban, sin duda, las aves migratorias que Se llevabanAquellas el cuerpo de Campanilla. viajaban al anochecer y que huían sin cesar hacia el sur. Pero es imposible que razonen gentes desesperadas. El espanto invadía las conciencias y se aguardaban sucesos FIN extraordinarios. "La fragua de Vatinel hallábase a un extremo del caserío de Epívent, junto a la carretera intransitada y desaparecida. Como carecían de pan, el herrero decidió ir a buscarlo. Entretúvose algunas horas hablando con los vecinos de las seis casas que formaban el núcleo principal del caserío; recogió el pan, varias noticias, algo del temor esparcido por la comarca, y se puso en camino antes de que anocheciera. "De pronto, bordeando un seto, creyó ver un huevo sobre la nieve, un huevo muy blanco; inclinose para cerciorarse; no cabía duda; era un huevo. ¿Cómo sé hallaba en tan apartado lugar? ¿Qué gallina salió de su corral para ponerlo allí? El herrero, absorto, no se lo explicaba, pero cogió el huevo para llevárselo a su mujer. "-Toma este huevo que encontré en el camino. "La mujer bajó la cabeza, recelosa: "-¿Un huevo en el camino con el tiempo que hace? ¿No te has emborrachado? "-No, mujer, no; te aseguro que no he bebido. Y el huevo estaba junto a un seto, caliente aún. Ahí lo tienes; me lo metí en el pecho para que no se enfriase. Cómetelo esta noche. "Lo echaron en la cazuela donde se hacía la sopa, y el herrero comenzó a referir lo que se decía en la comarca. Después "La mujer escuchaba, palideciendo. Guy de Maupassant "-Es cierto; yo también oí silbidos la pasada noche, y entraban por la chimenea. "Sentáronse y tomaron la sopa; luego, mientras el marido untaba un pedazo de pan con manteca, la mujer cogió el huevo, examinándolo con desconfianza. "-¿Y si tuviese algún maleficio? "-¿Qué maleficio puede tener? "-¡Toma! ¡Si yo supiera! "-¡Vaya! Cómetelo y no digas bestialidades. "La mujer abrió el huevo; era como todos, y se dispuso a tomárselo con prevención, cogiéndolo, dejándolo, volviendo a cogerlo. El hombre decía: "-¿Qué haces? ¿No te gusta? ¿No es bueno? "Ella, sin responder, acabó de tragárselo. Y de pronto fijó en su marido los ojos, feroces, inquietos, levantó los brazos y, convulsa de pies a cabeza, cayó al suelo, retorciéndose, dando gritos horribles. "Toda la noche tuvo convulsiones violentas y un temblor espantoso la sacudía, la


"Y la mujer, sin reposo, vociferaba: "-¡Se me ha metido en el cuerpo! ¡Se me ha metido en el cuerpo! "Por la mañana me avisaron. Apliqué todos los calmantes conocidos; ninguno me dio -QueridosEstaba -dijo laloca. condesa- hay que ir a acostarse. resultado. Loscon tres,una niños y niñas,rapidez, se levantaron fueron a abrazar su abuela. "Y, increíble a pesary del obstáculo quea ofrecían a las comunicaciones las altas nieves heladas, la noticia corrió de finca en finca: 'La mujer de la fragua tiene los Después a darle las buenas noches al señor cura, que había cenado en el diablos envinieron el cuerpo.' castillo como todos los jueves. "Acudían los curiosos de todas partes; pero sin atreverse a entrar en la casa, oían desde El abad sentó a dos sobre por sus rodillas, sus que largos vestidos dede fuera losMauduit horribles gritos, lanzados una voz pasando tan potente nobrazos parecían propios negro por detrás del cuello de los niños y, aproximando sus cabezas con un un ser humano. movimiento paternal, les besó la frente con un beso muy tierno. "Advirtieron al cura. Era un viejo incauto. Acudió con sobrepelliz, como si se tratara de Despuésa los a poneryenpronunció el suelo, ylas las fórmulas pequeñas del criaturas, el niñoextendiendo delante y las las auxiliar unvolvió moribundo, exorcismo, niñas detrás, se fueron. manos, rociando con el hisopo a la mujer, que se retorcía soltando espumarajos, mal sujeta por cuatro mocetones. -¿Le gustan los niños, señor cura? -preguntó la condesa. "Los diablos no quisieron salir. -Mucho, señora. "Y llegaba la Nochebuena, sin mejorar el tiempo. La anciana señora levantó sus ojos claros hacia el sacerdote. "La víspera, por la mañana, el cura fue a visitarme: -Y... su soledad, ¿nunca le ha pesado demasiado? "-Deseo -me dijo- que asista la infeliz a la misa de gallo. Tal vez Nuestro Señor -Sí, a veces. Jesucristo la salve, a la hora en que nació de una mujer. Él serespondí: calló, dudó, y después continuó: "Yo -Peroparece yo no he nacido para la vida mundana. "-Me bien, señor cura. Es posible que se impresione con la ceremonia, muy a propósito para conmover, y que sin otra medicina pueda salvarse. -¿Qué sabe usted de eso? "El viejo cura insinuó: -¡Oh! Lo sé bastante bien. Yo fui creado para ser sacerdote, he seguido mi senda. "-Usted es un incrédulo, doctor, y, sin embargo, confío mucho en su ayuda. ¿Quiere La condesa lo observaba usted encargarse de que lacontinuamente: lleven a la iglesia? -Veamos,hacer señorpara cura,servirle dígame,cuanto dígame, ¿como se decidió a renunciar a todo lo que nos "Prometí estuviese a mi alcance. hace amar la vida, a todo lo que nos consuela y nos sostiene?. ¿Quién lo ha empujado o inducido a apartarse gran camino natural, lanzando del matrimonio y la familia? Usted no es ni "De noche comenzó del a repicar la campana, sus quejumbrosas vibraciones a un exaltado, ni un fanático, un sombrío, ni untersa triste. ¿Ha sido acontecimiento, través de la sombría llanura,nisobre la superficie y blanca de algún la nieve. una pena, lo que lo ha decidido a pronunciar votos de por vida? "Bultos negros llegaban agrupados lentamente, sumisos a la voz de bronce del El abad Mauduit se levantó y se aproximó al fuego, despuéstodo extendió hacia las llamas sus campanario. La luna llena iluminaba con su tibia claridad el horizonte, haciendo zapatones de pueblo. Parecía siempre dudar a la hora de responder. más notoriadelasacerdote pálida desolación de los campos. Era un anciano democetones cabellos blancos que prestaba sus servicios desde hacía "Fui a laenorme fragua con cuatro robustos. veinte años en la comunidad de Saint-Antoine-du-Rocher. Los campesinos decían de él: "La endemoniada seguía rugiendo y aullando, sujeta con sogas a la cama. La vistieron, -Es un buen hombre. venciendo con dificultad su resistencia, y la llevaron. En pesar efecto,deera un gran familiar, bondadoso sobrehacía todo,frío; "A hallarse yahombre, la iglesiacondescendiente, llena de gente y encendidas todas lasy,luces, generoso. San con Martín, habíamonótonas; rasgado en roncaba dos su abrigo. Era de risa fácil y lloraba los cantoresComo aturdían sus él voces el serpentón; la campanilla del también por poca cosa, como unatintineo mujer, lo quedevotos le perjudicaba incluso poco ante el monaguillo advertía con su agudo a los los cambios deun postura. carácter rudo de los campesinos. "Detuve a la mujer y a sus cuatro portadores en la cocina de la casa parroquial, La anciana condesa de oportuno. Saville, retirada su castillo de el Rocher paraacuidar a sus nietos aguardando el instante Juzguéenque éste sería que sigue la comunión.


decía delos él:campesinos, "Es un encanto". "Todos hombres y mujeres, habían comulgado pidiendo a Dios que los perdonase. Un silencio profundo invadía la iglesia, mientras el cura terminaba el Él venía todos misterio divino.los jueves a pasar la noche con la dueña del castillo y se había creado entre ellos una buena y franca amistad entre ancianos. "Obedeciéndome, los cuatro mozos abrieron la puerta y acercáronse a la endemoniada. Se entendían casi con medias palabras, siendo los dos buenas personas, con esa bondad de las gentes sencillas tiernas. "Cuando ella vio a los yfieles de rodillas, las luces y el tabernáculo resplandeciente, hizo esfuerzos tan vigorosos para soltarse que a duras penas conseguimos retenerla; sus Ella insistía: agudos clamores trocaron de pronto en dolorosa inquietud la tranquilidad y el recogimiento de la muchedumbre; algunos huyeron. -Veamos, señor cura, confiese usted. "Crispada, retorcida, con las facciones descompuestas y los ojos encendidos, apenas Él repetía: parecía una mujer. Dos amigos Guy de Maupassant -Yollevaron no habíaa nacido paradel la presbiterio, vida común.sosteniéndola Me di cuenta afuertemente, tiempo felizmente, y muy a "La las gradas agazapada. menudo he constatado que no me he equivocado. "Cuando el cura la vio allí, sujeta, se acercó cogiendo la custodia, entre cuyas Mis padres, vendedores merceros en Verdiers, tenían muchas irradiaciones de oro aparecía una hostia blanca,y ybastante alzandoricos, por encima de su cabeza la esperanzas puestas en mí. Me a una pensión No se sabe lo que sagrada forma, la presentó conmandaron toda solemnidad a la vistamuy de joven. la endemoniada. puede llegar a sufrir un niño en un colegio por el mero hecho de la separación, del aislamiento. Esta vociferando vida uniforme y sin ternura paraen unos, detestable para otros. "La mujer seguía y aullando, con es losbuena ojos fijos aquel objeto brillante; y el Los seres a menudo el corazón muchouna másestatua. sensible de lo que uno cura estabapequeños inquieto, tienen inmóvil, hasta el punto de parecer cree y, encerrándolos así, demasiado pronto, lejos de aquellos que aman, se puede desarrollar hasta el exceso una sensibilidad se exalta, que se convierte en enfermiza "La mujer mostrábase temerosa, fascinada, que contemplando fijamente la custodia; presa y peligrosa. de terribles angustias, vociferaba todavía; pero sus voces eran menos desgarradoras. Yo no jugaba no tenía compañeros, pasaba mis horas echando de menos la casa, "Aquello duró apenas, bastante. lloraba por la noche en mi cama, me rompía la cabeza para reencontrar recuerdos de mi hogar, recuerdos cosas, para pequeños sucesos. Pensaba "Hubiérase dicho queinsignificantes, su voluntad pequeñas era impotente separar la vista de la sin hostia; cesar en todo lo que había dejado allá. Me convertía muy lentamente en un exaltado gemía, sollozaba; su cuerpo, abatido, perdía la rigidez, recobraba su blandura. para quien las más ligeras contrariedades eran horribles penas. "La muchedumbre se había prosternado con la frente en el suelo; y la endemoniada, Con todo estocomo yo permanecía taciturno, cerrado mí mismo, expansión, sin parpadeando, si no pudiera resistir la en presencia de sin Dios ni sustraerse a confidentes. Este trabajo de excitación mental se hacía sobria y concienzudamente. Los contemplarlo, callaba. Luego advertí que se habían cerrado sus ojos definitivamente. nervios de los niños son rápidamente sacudidos; deberíamos vigilar a aquellos que viven en una paz su desarrollo casi completo. ¿quién pensar que, "Dormía el profunda, sueño del hasta sonámbulo, hipnotizada..., ¡no, no!,Pero, vencida porpuede la contemplación para colegiales, un castigo puedede seroro; un dolor tan grande como Nuestro lo será de lasalgunos fulgurantes irradiaciones deinjusto la custodia humillada por Cristo más tarde la muerte de un amigo? ¿Quien se da cuenta exactamente de que algunas Señor triunfante. almas jóvenes sufren por una nimiedad emociones terribles, y son, en poco tiempo, almas enfermas,inerte, incurables? "Se la llevaron, y el cura volvió al altar. Estemuchedumbre, fue mi caso. Esta facultad de lamento "La desconcertada, entonó se un desarrolló tedeum. en mí de forma que toda mi existencia se convirtió en un martirio. "Y la mujer del herrero durmió cuarenta y ocho horas seguidas. Al despertar, no No lo decía,nino decíainsignificante nada, pero poco a poco volví de ni unadelsensibilidad, conservaba la más memoria de me la posesión exorcismo.o más bien, de una sensitividad tan viva que mi alma parecía una herida abierta. Todo lo que la tocaba le producía de dolor, vibraciones horrorosas, y como consecuencia "Ahí tienen, señoras,retortijones el milagro que yo presencié. verdaderos estragos. ¡Felices los hombres que la naturaleza ha acorazado de indiferencia y armado Hubo un corto silenciode y, estoicismo! luego, añadió: Llegué a los dieciséis años. timidez por excesiva me caracterizaba como consecuencia -No pude negarme a dar miUna testimonio escrito. de esta capacidad para sufrir con todo. Sintiéndome desnudo ante todos los ataques del azar o del destino, temía todos los contactos, todos los acercamientos, todos los acontecimientos. Vivía en alerta como bajo la amenaza constante de una desgracia desconocida y siempre esperada. No osaba ni hablar, ni intervenir en público. Tenía la sensación de que la vida era una batalla, una lucha espantosa donde se reciben golpes tremendos, heridas dolorosas, mortales. En lugar de alimentar, como todos los hombres, la feliz esperanza del día después, solo mantenía un confuso temor y sentía en mí una especie de ganas de esconderme, de evitar este combate en el que yo sería vencido y muerto.


Un acontecimiento muy simple me hizo de repente ver claro, me mostró el estado enfermizo de mi espíritu, me hizo comprender el peligro y me hizo tomar la decisión de escapar. Verdiers es una pequeña ciudad rodeada de llanuras y bosques. En la calle principal se encontraba la casa de mis padres. Últimamente, pasaba mis días lejos de esta morada En Paríshabía bloqueado, agonizante, los gorriones escaseaban en los queuntanto echadohambriento, de menos, tanto había deseado. Se habían despertado entejados mí ysueños, las alcantarillas se despoblaban. Se comía cualquier cosa. y me paseaba por los campos, completamente solo, para dejarlos escapar, echar a volar. Mientras se paseaba tristemente una clara mañana de enero por el bulevar exterior, con las manos en los de con su pantalón de uniforme y el vientre el señor Mi padre y madre, muybolsillos ocupados su comercio y preocupados por mivacío, porvenir, no Morissot, relojero de profesión y alma casera a ratos, se detuvo en seco ante un colega me hablaban más que de sus ventas o de mis posibles proyectos. Me querían como una en quien positiva, reconoció un amigo. Era el señor Sauvage, de que orillas persona deaespíritu práctico; me querían conun la conocido razón antes condel surío. corazón. Yo vivía amurallado en mis pensamientos y tembloroso con mi eterna Todos los domingos, antes de la guerra, Morissot salía con el alba, con una caña de inquietud. bambú en la mano y una caja de hojalata a la espalda. Tomaba el ferrocarril de Argenteuil, en Colombes, después llegaba a percibí, pie a la cuando isla Marante. En cuanto Ahora bien,bajaba una tarde, después deyun largo recorrido, regresaba a llegaba a aquel lugar de sus sueños, se ponía pescar, y pescaba la noche. zancadas para no llegar tarde, un perro que acorría hacia mí. Era hasta una especie de podenco rojo, muy delgado, con largas orejas rizadas. Todos los domingos encontraba allí a un hombrecillo regordete y jovial, el señor Sauvage, un mercero la calle NotreYDame otro pescador fanático. A Cuando estuvo a diez de pasos se detuvo. yo hicedelo Lorette, mismo. Entonces él se puso a agitar menudo pasaban medio día uno al otro, de contemor la caña en lael mano la cola y se aproximó a pasitos, conjunto movimientos en todo cuerpo,y los pies colgando sobre la corriente, y se habían hecho amigos. doblándose sobre sus patas como para implorarme y moviendo suavemente la cabeza. Lo llamé. Hizo como si se rebajara, con un aspecto tan humilde, tan triste, tan Ciertos díasque ni siquiera A veces charlaban; entendían suplicante, sentí lashablaban. lágrimas en los ojos. Fui haciapero él, sesefue, despuésadmirablemente volvió y yo me sin decir nada, al tener ternura gustos similares y sensaciones idénticas. arrodillé mostrándole a fin de atraerlo. Pon fin estuvo al alcance de mi mano y, muy suavemente, lo acaricié con precauciones infinitas. En primavera, por la mañana, hacia las diez, cuando el sol rejuvenecido hacía flotar sobre el tranquilo río ese pequeño vaho que corre el agua, y derramaba sobre Entonces él se animó, se levantó poco a poco, posó con sus patas sobre mis hombros y selas espaldas de los la dos empedernidos pescadores el grato calor de la nueva estación, puso a lamerme cara. Me siguió hasta casa. Morissot decía a veces a su vecino: «¡Ah! ¡qué agradable!» y el señor Sauvage respondía: «No conozco nada mejor.» esoyo lesamaba bastaba para comprenderse y estimarse. Fue realmente el primer serYque apasionadamente porque él me devolvía mi ternura. Mi afecto por este animal fue, en verdad, exagerado y ridículo. Me parecía, En otoño, al caer día, cuando el cielo ensangrentado el sol tan poniente confusamente, queeléramos dos hermanos perdidos sobrepor la tierra, aisladoslanzaba y sin al agua figuras de nubes escarlatas, empurpuraba el entero río, inflamaba el horizonte, defensa el uno como el otro. Él ya no me dejaba nunca, dormía a los pies de mi cama, ponía comoa el fuego los dos amigos, dorabay me los seguía árboles comía rojos en la mesa pesar del adescontento de misypadres en ya misenrojecidos, recorridos estremecidos por un soplo de invierno, el señor Sauvage miraba sonriente a Morissot y solitarios. pronunciaba: «¡Qué espectáculo!» Y Morissot respondía maravillado, sin apartar los ojos de su flotador: «Esto valeelmás quede el una bulevar, A menudo me detenía sobre borde zanja¿eh?» y me sentaba en la hierba. Sam en seguida acudía, se acostaba a mi lado o sobre mis rodillas y levantaba mi mano con la En cuanto se areconocieron, se estrecharon enérgicamente las manos, muy punta del hocico fin de hacerse acariciar. emocionados de encontrarse en circunstancias tan diferentes. El señor Sauvage, lanzando un suspiro, murmuró: Un día, hacia finales de junio, estando en la carretera de Saint-Pierre-de-Chabrol, vi venir la diligencia de Ravereau. Se acercaba al galope tirada por cuatro caballos, con su -¡Cuántas cosas hany ocurrido! maletero amarillo la capota de cuero negro que cubría su imperial. El cochero hacía chasquear su látigo; una nube de polvo se levantaba bajo las ruedas del pesado carruaje Morissot, gimió: y despuéstaciturno, ondeaba por detrás, como una nube. -¡Y qué tiempo!a Hoy es el primer día bueno delmí, año. Y de repente, medida que se acercaba hacia Sam, asustado tal vez por el ruido y queriendo juntarse conmigo, se lanzó delante de ella. La pata de un caballo lo derribó. El estaba, en efecto, azul y luminoso. Locielo vi rodar, girar, volver amuy levantarse, volver a caer sobre todas sus patas. Después la diligencia entera dio dos grandes sacudidas y vi detrás de ella, en medio del polvo, algo Echaron a andarsobre juntos, soñadoresEstaba y tristes. que se agitaba la carretera. casiMorissot cortado prosiguió: en dos, todo el interior de su vientre colgaba desgarrado, salía sangre a borbotones. Intentó levantarse, caminar, pero -¿Y pesca, ¡Qué buenos podían recuerdos! sólola las dos eh? patas de delante moverse y arañar la tierra, como para hacer un agujero. Las otras dos estaban ya muertas. Aullaba horrorosamente, loco de dolor. El señor Sauvage preguntó: Murió en algunos minutos. No puedo expresar lo que sentí y cuánto he sufrido. Estuve -¿Cuándo volveremos a pescar? en cama durante un mes.


Morissot se detuvo detengas pronto: -¡Qué pasará cuando verdaderas penas, si pierdes a tu mujer, a tus hijos! Mira que eres tonto! -¿Tomamos otra copita? Estas palabras, desde entonces, permanecieron en mi cabeza, me atormentaron: "¡Qué El señor Sauvagecuando accedió: será entonces, tengas verdaderas penas, si pierdes a tu mujer, a tus hijos!" -Como usteda quiera. Y comencé ver claro en mí. Comprendí por qué todas las pequeñas miserias de cada día tomaban ante mis ojos una importancia catastrófica. Me di cuenta de que yo estaba Yhecho entraron otraintensamente tienda de vinos. paraen sufrir por todo, para percibir todas las impresiones dolorosas, multiplicadas por mi sensibilidad enferma, y un miedo atroz a la vida me sobrecogió. Al salir estaban bastante atontados, perturbados como alguien en ayunas cuyo vientre está repleto de alcohol. Hacía buen brisa las acariciadora les cosquilleaba No tenía pasiones, ni ambiciones; metiempo. decidí a Una sacrificar posibles alegrías para evitarel rostro. los dolores certeros. La existencia es corta, yo la pasaré al servicio de los demás, aliviando sus penas y gozando con su felicidad, me decía a mí mismo. No El experimentando señor Sauvage, directamente a quien el airenitibio las unas terminaba ni las otras, de embriagar, no recibiría se detuvo: más que las emociones debilitadas. ¿Él? -¿Y sidefuéramos? Guy Maupassant Y sin embargo, ¡si usted supiera cómo la miseria me tortura, me destroza! Pero lo que habría sido para mi un intolerable sufrimiento, se convirtió en conmiseración y piedad. -¿A dónde? Estas apenas, que toco a cada instante, no las hubiera soportado cayendo sobre mi -Pues pescar. propio corazón. No habría podido ver morir a uno de mis hijos sin morir yo mismo. Y, a pesar¿ade todo, he mantenido un miedo tal, oscuro y penetrante, a los -Pero, dónde? acontecimientos, que la visión del cartero en mi casa me hace pasar cada día un escalofrío por lasisla. venas, sin embargo en estosestán momentos nada que temer. al -Pues a nuestra Lasy avanzadas francesas cerca no de tengo Colombes. Conozco coronel Dumoulin; nos dejarán pasar fácilmente. El abad Maudit se calló. Miraba el fuego en la chimenea grande, como si viera allí cosas misteriosas, todo lo desconocido Morissot se estremeció de deseo: de la existencia que habría podido vivir si hubiera sido más atrevido delante del sufrimiento. Añadió con una voz más baja: -Está hecho. De acuerdo. -Yo tenía razón. No estaba hecho para este mundo. Y se separaron para ir a recoger los aparejos. La condesa no decía nada; al fin, después de un largo silencio, dijo: Una hora después caminaban juntos por la carretera. En seguida llegaron a la ciudad que -Yo, si noeltuviera a mis creo que no tendría valor para ocupaba coronel. Éstenietos, sonrió ante suyapetición y accedió a suvivir. fantasía. Volvieron a ponerse en marcha, provistos de un salvoconducto. Y el cura se levantó sin decir una palabra más. Pronto franquearon las avanzadas, cruzaron un Colombes abandonado, y se Como los sirvientes enque la cocina, lo condujo hasta la puerta que encontraron al bordedormitaban de las viñas bajan ella haciamisma el Sena. Eran aproximadamente las daba sobre el jardín y vio hundirse en la noche su enorme sombra lenta que iluminaba once. un reflejo de lámpara. Frente a ellos, el pueblo de Argenteuil parecía muerto. Las alturas de Orgemont y Despuésdominaban ella volvió atoda sentarse delanteLadegran su fuego y pensó en extiende un montón de cosas en Sannois la región. llanura que se hasta Nanterre las quevacía, no secompletamente piensa cuando uno joven. estaba vacía,escon sus cerezos desnudos y sus tierras grises. El señor Sauvage, señalando con el dedo las cumbres, murmuró: -¡Los prusianos están allá arriba! Y la inquietud paralizaba a los dos amigos ante aquella tierra desierta. «¡Los prusianos!» Nunca los habían visto, pero los percibían allí desde hacía meses, en torno a París, arruinando Francia, saqueando, matando, sembrando el hambre, invisibles y todopoderosos. Y una especie de terror supersticioso se sumaba al odio que sentían por aquel pueblo desconocido y victorioso. Morissot balbució: -¿Y si nos los encontráramos? ¿Eh?


de todo: -Los invitaríamos a pescadito frito. Pero dudaban de si aventurarse en la campiña, intimidados por el silencio de todo el horizonte. Amigo mío, ¿no lo comprendes? Lo creo. ¿Piensas que me volví loco? Tal vez sí estoy algo loco, por la se causa que imaginaste. Al final, el pero señorno Sauvage decidió: Sí. Me caso. tienes.pero con cuidado. -Vamos, ¡en Ahí marcha!, Y, sin embargo, y mis en convicciones, ahora como siempre, son mismas. Y bajaron a una mis viña,ideas doblados dos, arrastrándose, aprovechando los las matorrales Considero estúpida la unión legal yde un hombre y dellegar una mujer. Estoy que para cubrirse, con ojos inquietos oídos alerta. Para a la orilla delseguro río les de faltaba un ochenta por ciento de los maridos han de ser engañados. Y no merecen otra cosa, cruzar una franja de tierra desnuda. Echaron a correr; y en cuanto alcanzaron la ribera, por haber cometido idiotez desecas. ligar aMorissot otra vidapegó la suya, renunciando amor libre, lo se acurrucaron entrelaunas cañas la mejilla al suelo al para escuchar si único hermoso y alegre que hay en el mundo, y de cortar las alas a la fantasía que nos alguien caminaba por las cercanías. No oyó nada. Estaban solos, completamente solos. impulsa constantemente hacia todas las hembras agradables, etc. Me siento incapaz de Se tranquilizaron y se pusieron a pescar. consagrarme a una sola mujer, porque me gustarán siempre todas las mujeres bonitas. Quisiera brazos, mil bocas, mil... temperamentos, pararibera. poderLagozar un Frente a tener ellos, mil la isla Marante, abandonada, les tapaba la otra casitaa del tiempo a una muchedumbre de criaturas femeninas. restaurante estaba cerrada, parecía abandonada hacía años. El señor Sauvage cogió el primer zarbo, Morissot atrapó el segundo, y a cada instante alzaban sus cañas con un Y, sin embargo, mecoleando caso. animalillo plateado en el extremo del sedal: una verdadera pesca milagrosa. Añade que delicadamente apenas conozco mi futura esposa. La red he de visto nadamuy másfinas, treseno remojo cuatro Introducían losapeces en una bolsa de mallas veces. y esto basta para deliciosa, mis propósitos. Es bajita, regordeta. En a sus No pies.meY disgusta, los invadía una alegría esa alegría querubia nos y asalta cuando cuanto sea yaun suplacer marido, comenzaré desear unavisto morena delgada y alta. No es rica. recuperamos amado del que anos hemos privados mucho tiempo. Pertenece a una familia modesta en todos los conceptos. Mi futura es una muchacha, como lassol haydejaba a millares, útiles el matrimonio, sin virtudes aparentes. El buen correr supara calor sobre sus hombros; ya ni nodefectos escuchaban nada; no pensaban en nada; ignoraban al resto del mundo: pescaban. Ahora la juzgan bonita; cuando esté casada la juzgarán encantadora. Pertenece al ejército muchachas quesordo pueden la llegar dicha de debajo un hombre... mientras el marido Pero de de pronto un ruido quehacer parecía de la tierra estremeció el no repara que prefiere su elegida cualquiera de las otras. suelo. El cañón volvía a aretumbar. Ya oigo tuvolvió pregunta: ¿Por qué te casas? Morissot la cabeza, y por encima de la ribera divisó allá abajo, a la izquierda, la gran silueta del Mont-Valerien, que llevaba en la frente un copete blanco, el vapor de la Apenas me atrevo pólvora que acababaadeconfesar escupir.el motivo que me ha impulsado a una resolución tan estúpida. Al punto un segundo chorro de humo partió de lo alto de la fortaleza; unos instantes ¡Me casoresonó por nouna estar solo!detonación. después nueva No sé cómo cómo la hacértelo comprender. Memortal, compadecerás, La siguieron otras, decírtelo, y a cada momento montaña lanzaba su aliento resoplaba despreciándome mismo tiempo; lentamente, llegué a una en miseria moral inconcebible. vapores lechososalque se elevaban el cielo tranquilo, formando una nube sobre ella. Estar solo, de noche, me angustia. Quiero sentir cerca de mí, junto a mí, a un ser que pueda responderme si hablo;de que me diga cualquier cosa. El señor Sauvage se encogió hombros: Quiero alguien que respire -Ya vuelven a empezar -dijo.a mi lado; poder interrumpir su dulce sueño de pronto, con una pregunta cualquiera, una pregunta imbécil, hecha sin más objeto que oír otra voz, despertar un cerebrocómo que funcione; Morissot, una que conciencia; miraba ansiosamente se hundíaver, unaencendiendo y otra vez bruscamente la pluma de mi su bujía, un se rostro humano junto a mí; por porque..., porque..., porque..., ¡me avergüenza flotador, vio asaltado de pronto la cólera del hombre pacífico contra los confesarlo!..., solo, ¡tengo miedo! fanáticos que así luchaban, y refunfuñó: ¡Ah! meestúpido comprendes aún. -Hay Tú quenoser para matarse de esa manera. No temoSauvage peligrosreplicó: ni sorpresas. Te aseguro que si en mi alcoba entrara un hombre, lo El señor mataría tranquilamente. Tampoco me infunden temor los aparecidos; no creo en lo sobrenatural. tuve temor a los muertos; al morir, cada persona se aniquila para -Peor que los Nunca animales. siempre. Y Morissot, que acababa de coger una breca, declaró: Y a pesar de todo..., ¡claro!..., a pesar de todo, tengo miedo..., ¡miedo de mí mismo!...


la horrible sensación del terror incomprensible. El señor Sauvage lo detuvo: Ríete de mí si te place. Sufro sin remedio. Me hacen temer las paredes, los muebles, los objetos más triviales que se animan contra mí. Sobre todo, temo los extravíos de mi -La República no habría declarado la guerra... razón, que se confunde y desfallece acosada por una indescifrable y tenue angustia. Morissot lo interrumpió: Comienzo por sentir una vaga inquietud que atormenta mi alma y al fin me produce un escalofrío. Vuelvo vista enfuera; tornocon y no que pueda causarme terror. Yo -Con los reyes, haylaguerras la descubro República,nada hay guerra dentro. quisiera encontrar algo que lo motivase. ¿Qué? Algo sensible, corpóreo. Pero ¡ay!, lo que aumentaamidiscutir terror es que no hallo sudesembrollando causa. Y semás pusieron tranquilamente, los grandes problemas políticos con la sana razón de hombres bondadosos y limitados, siempre de acuerdo en Si voz me paseo libres. por la estancia, temo tropezar con lo desconocido unhablo, solo mi punto, queasusta. nuncaSiserían Y el Mont-Valerien retumbaba sin tregua, que se oculta detrás de la puerta, entre la cortina, en el armario, bajo la cama. Y, sin demoliendo a cañonazos casas francesas, segando vidas, aplastando seres, poniendo fin embargo, la certeza de alegrías que mi temor es infundado. a muchos tengo sueños, a muchas esperadas, a mucha felicidad deseada, sembrando en corazones de esposas, en corazones de hijas, en corazones de madres, allá lejos, en Doy con brusquedad, temeroso de lo que tengo a la espalda. Y estoy otrosmedia países,vuelta sufrimientos que nunca acabarían. seguro de que no hay nada temible. -Es la vida -declaró el señor Sauvage. Me agito; mi espanto aumenta; cierro con llave mi habitación. Me hundo entre las ropas de mi más lecho, haciéndome un caracol; cierro los Morissot. ojos obstinadamente y permanezco en -Diga bien que es la muerte -replicó riendo semejante postura un tiempo indefinido; reflexionando que la bujía sigue ardiendo y que será apagarla. Ni siquiera me atrevo moverme. Pero indispensable se estremecieron asustados, oyendo que aalguien caminaba detrás de ellos; y, volviendo la vista, vieron, pegados a sus espaldas, cuatro hombres, cuatro hombres ¿No horribley vivir así? vestidos como criados con librea y tocados con gorras de altoses armados barbudos, plato, apuntándoles con sus fusiles. Antes, no me preocupaban esas cosas. Entraba en mi habitación tranquilamente. Iba y venía sincañas que nada mi serenidad. ¡Noy me hubiera areído poco siríoalguien Las dos se lesturbase escaparon de las manos empezaron descender abajo. me En pronosticara que una dolencia de miedo inverosímil, estúpido y terrible me unos segundos los cogieron, los ataron, se los llevaron, los arrojaron a una barca y los sobrecogería el tiempo! Entonces no me asustaba ni mucho abrir vieron las puertas trasladaron a con la isla. Y detrás de la casa que habían poco creído abandonada una en la oscuridad, ni acostarme tranquilamente sin echar los cerrojos, y nunca tuve que veintena de soldados alemanes. Una especie de gigante velludo, que fumaba, a levantarme a medianoche de que las aberturas de francés: mi cuarto horcajadas en una silla, unapara gran convencerme pipa de porcelana, les todas preguntó en excelente estaban herméticamente cerradas. -¿Qué, señores? ¿Han tenido buena pesca? Mi dolencia lastimosa dio comienzo hace un año de un modo especial. Entonces un soldado dejó a los pies del oficial la red llena de peces, que se había Era en otoñodeyrecoger. en una noche húmeda. Cuando se hubo ido mi asistenta, después de preocupado El prusiano sonrió: servirme la comida, me puse a pensar qué haría yo. Así pasé una hora dando vueltas por estancia. Meno sentía fatigado, abatido causa,de impotente para trabajar, siny deseo -¡Ah,miah! Veo que les ha ido mal. Pero sin se trata otra cosa. Escúchenme no se de coger siquiera libro para inquieten. Para mí,unustedes son entretenerme. dos espías enviados a vigilarme. Yo los cojo y los fusilo. Ustedes fingían pescar, con el fin de disimular sus intenciones. Han caído en mis manos, Una lluvia menuda golpeaba losustedes cristales; invadió tristeza, una tristeza, mala suerte; es la guerra. Pero, en como hanme salido por laslaavanzadas, seguramente inexplicable, unas ganas de llorar, un desasosiego verdaderamente invencible. tienen una contraseña para regresar. Díganme esa contraseña y les perdono la vida. Me solo, abandonado; me al pareció como nunca. Envolvíame una Los sentía dos amigos, lívidos, el mi unocasa junto otro, silenciosa con las manos agitadas por un leve soledad inmensa callaban. y desconsoladora. ¿Qué hacer? Me senté; pero una impaciencia temblor nervioso, nerviosa me hormigueaba en las piernas. Levantándome, volví a pasear. Es posible que tuviera poco de fiebre; notaba que mis manos cogidas a la espalda, en una posición El oficialun prosiguió: frecuente cuando se pasea despacio y solo, abrazábanse una contra otra. De pronto, un escalofrío estremeció mi volverán cuerpo. Creí que la humedad penetraba, y me -Nadie lo sabrá nunca, todo ustedes tranquilamente a casa.exterior El secreto quedará entre puse a encender la chimenea, que no encendido Ese Morin nosotros. Si se niegan, es lacerdo muerte... y enhabía seguida. Elijan. deaún aquel otoño. Me senté, contemplando las llamas. Pero en seguida tuve que levantarme; no podía estar quieto y sentí deseos de salir, de moverme, delahablar Guy Maupassant Ellosde continuaban inmóviles, sin abrir boca. con alguien. Fui a casa de amigos; no prosiguió, encontré extendiendo a ninguno ylaencamineme El prusiano, sin tres perder la calma, mano hacia elhacia río: el bulevar, ansioso de ver alguna cara conocida. -Piensen que dentro de cinco minutos estarán ustedes en el fondo de esa agua. ¡Dentro Todo estaba triste. Lastienen aceras mojadas relucían. Una tibieza de lluvia, una de esas de cinco minutos! ¿No ustedes familia? tibiezas que producen estremecimientos crispadores, una tibieza pesada, una humedad impalpable, oscureciendo la luz de los faroles de gas, lo envolvía todo. El Mont-Valerien seguía retumbando. Yo con paso inseguro,enrepitiéndome: "NoElencontraré a nadie con quien Los avanzaba dos pescadores permanecían pie y silenciosos. alemán dio unas órdenes en su


hombres abatidos, si les faltaran fuerzas apara levantar y las al tazas prisioneros, y doce como hombres fueron a colocarse veinte pasos,las concopas los fusiles pie. que tenían delante. El oficial prosiguió: Así anduve mucho tiempo, errante, y a medianoche tomé la dirección de mi casa, tranquilo, fatigado. El portero, que se acuesta siempre antes de las once, no me -Les doy unpero minuto, y ni un segundo más. hizo esperar en la calle, contra su costumbre. Y me dije: "Acabará de abrir la puerta A M. otro Oudinot para vecino". Después se levantó bruscamente, se acercó a los dos franceses, cogió a Morissot del brazo, se lo llevó aparte, le dijo en voz baja: -Eso, amigo a Labarde-; cuatro apalabras acabas de pronunciar, “ese Siempre quemío salgo-dije de casa, doy las¡esas dos vueltas la llave. que Me sorprendió que sólo estaba cerdo de Morin”! ¿Por qué diablos nunca he oído hablar de Morin sin que se le tratase echado el picaporte, y supuse que habría entrado el portero para dejarme alguna carta -¡Rápido, la contraseña! Su compañero no sabrá nada, fingiré compadecerme... de cerdo? sobre la mesa. Morissot no respondió nada. Labarde, hoyestaba diputado, me miró con ojos delos gato asustado. del fuego esparcían alguna Entré. Aún encendida la chimenea; resplandores claridad por la estancia. Acerqueme para encender una luz y vi a un hombre que, El prusiano se llevó entonces al señor Sauvage y le propuso lo mismo. -Pero ¡cómo! sabes historia de ¿Y tú eres de La Rochelle?No sentí miedo. sentado en mi¿No sillón, se lacalentaba losMorin? pies, mostrándome la espalda. ¡Ah, ni la más insignificante zozobra! Una suposición muy verosímil cruzó mi El señor Sauvage no respondió. Confesé que supuse no sabíaque la alguno historiadedemis Morin. Entonces Labarde frotó lo lashizo manos de pensamiento; amigos fue a verme, y el se portero entrar satisfacción, y comenzó su relato. para que me aguardara. Y de pronto recordé su prontitud en abrirme la puerta de la Volvieron a encontrarse uno junto a otro. calle y la circunstancia de hallarme la de mi cuarto cerrada sólo con picaporte. -Tú conocido y recuerdas su gran almacén de armas. mercería en el muelle de La Y el has oficial se pusoaaMorin dar órdenes. Los soldados alzaron sus Rochelle, Mi amigo ¿no? dormía profundamente. Un brazo colgaba fuera del sillón y tenía las piernas una sobre Su de cabeza, inclinándose, indicaba un sueño tranquilo. me Entonces la otra. mirada Morissot cayó por casualidad sobre la red llena deEntonces zarbos, que -Sí, perfectamente. pregunté: "¿Quién pusedelaél.mano en su hombro..., el sillón estaba ya había quedado en laserá?". hierba,Ya cuando unos pasos vacío. No vi a nadie. -Pues bien, ochocientos dos,peces, o sesenta y tres, Morin fueYa lo pasar quince Un rayo deen solmilhacía brillar el sesenta montóny de que se agitaban aún. invadió el días a París, un viaje de placer, o de placeres, pero con el pretexto de renovar las ¡Qué sobresalto! ¡Misericordia! desaliento. A pesar de sus esfuerzos, se le llenaron los ojos de lágrimas. Balbució: existencias de su comercio. Tú sabes lo que es, para un comerciante de provincias, quince enSauvage. París. les enciende sangre. Todas las noches espectáculos, roces Retrocedí, como si unEso peligro espantosola me amenazara. -Adiós, días señor de mujeres, una continua excitación anímica. Se vuelven locos. No ven más que bailarinas con media vestidos de enmalla, actrices descotadas, piernas redondas, hombros Luego, vuelta redondo, cercioreme de que tampoco había nadie a mi El señordando Sauvage contestó: soberbios, y todo esto casi al alcance de la mano, sin que se atrevan o puedan tocarlo; espalda. Un ansia irresistible me arrastró hacia el sillón vacío. Y estuve en pie, pues apenas siMorissot. disfrutan, una o dosa veces, algunos manjares inferiores. Y se van con angustioso, jadeante, horrorizado, punto de caer al suelo, desvanecido. -Adiós, señor el corazón conmovido y el alma toda alegre, con unas ansias de besos que aún les cosquillean en los labios. se hallaba este estado cuando su de billete para Pero soy hombre ysacudidos pronto recobré sangre fría.invencibles Me dije:tomó "Acabo padecer Se estrecharon las sereno manos,Morin de piesenamicabeza por temblores. La en el alucinación. expreso de Todo las ocho cuarentaa de la noche, y se paseaba lleno de unaRochelle desagradable se reduce eso". Y reflexioné inmediatamente confusos sentimientos por la gran sala de la estación Orléans cuando se paró en acerca semejante fenómeno. El pensamiento vuela ende tales circunstancias. El oficialdegritó: seco ante una joven mujer que besaba a una anciana señora. Se había levantado el velo y Morin, maravillado, murmuró: Que todo fue alucinación, era seguro. Pero mi espíritu no se había turbado, mi juicio -¡Fuego! funcionaba mientras sufría natural y lógicamente; luego no hubo desarreglo cerebral. -¡Oh, qué disparos mujer más guapa! Solamente se habían engañado Los doce sonaron comomis unoojos, solo. y su engaño fue origen del error mental. Habían padecido los ojos un extravío, una de las aberraciones visuales que parecen Cuando la bruces. señora anciana, en laosciló, sala de espera, milagrosas adespidió las gentes incultas. EraMorissot, un pocoentró de congestión, acaso. El señor se Sauvage cayódede más alto, giró sobreysíMorin mismola ysiguió cayó también; luego subió a un vagón vacío, y Morin la siguió hasta allí. Había pocos viajeros atravesado sobre su compañero, boca arriba, mientras la sangre escapaba a borbotones para expreso. silbó yalelfuego, tren arrancó. solos. Morin la comía Encendí la bujía,agujereada yLaallocomotora acercar la pecho. mano sacudiolaIban un temblor, y meseincorporé por laelguerrera en el con los ojos.como Tendría de diecinueve veinteporaños; era rubia, alta y de porte rápidamente, si alguien me hubiera atocado la espalda. desenvuelto. enrolló a las piernas una manta de viaje y se extendió sobre los El alemán dio Se nuevas órdenes. asientos intentando dormir. Morin se preguntaba: Sentía inquietud... Sus hombres se dispersaron, regresando después con cuerdas y piedras que ataron a “¿Quién será?” Anduve de unados parte a otra, después diciendo los algunas frases, oírme; canté a media voz. los pies de los muertos; llevaron a lapara orilla. Y suposiciones proyectos pasaban mente. Se decía: Luego cerré la puerta con de llave, y estopor mesutranquilizó algo. Nadie podía de entrar El mil Mont-Valerien noy cesaba retumbar, coronado ahora por una montaña humo.por sorpresa. Sentado, reflexioné las circunstancias de mi aventura; después me fui a la “Ocurren tantas aventuras en principio el tren... vez hubo sey me presente unaotros a Estuve mí.dos ¿Quién sabe? cama y apagué la luz.a Morissot Al nada tumbado Dos soldados cogieron por laTal cabeza porde las particular. piernas; agarraron Ha llegado tan rápidamente esta de buena Quizá bastaría con ser poco tranquilamente. Luego sentí ansia mirar en torno y me me apoyé sobre un costado. al señor Sauvage de idéntica manera. Lossuerte... cuerpos, balanceados un instante conunfuerza, audaz. ¿No fue Danton quien dijo: 'Audacia, audacia y siempre audacia?' Y si no fue fueron lanzados al río, describieron una curva, después se hundieron, de pie, en el río, Danton, fue Mirabeau; ¡qué más da! Sí, pero yo carezco de audacia; ahí está la dificultad. En chimenea había yaprimero dos o tres brasas; lo suficiente para permitirme ver con puesla las piedras sólo arrastraban las piernas. ¡Oh, si supiese, si pudiese leerdelel sillón, pensamiento de los demás! Apuesto pasamos sus difusos reflejos las patas y me pareció que había vueltoaaque sentarse un todos los días, sin darnos cuenta, al lado de ocasiones magníficas. Sin embargo, le sería hombre. El agua saltó, burbujeó, se agitó, después se calmó, mientras unas pequeñas ondas suficiente un gesto para indicarme que no desea otra cosa...” llegaban hasta la orilla. Encendí una cerilla con rapidez. Me había equivocado. No vi a nadie.


Imaginaba unameentrada aspecto caballeresco; favores le hacían; una Sin embargo, levanté,dearrastrando el sillón hastapequeños la cabecera de mique cama. conversación viva,sereno, galante,dijo quea terminaba El oficial, siempre media voz: con una declaración que a su vez terminaba en... lo queaestás pensando. Sin embargo, noche transcurría la hermosa seguía Volviendo quedarme a oscuras, procuréladescansar. Acababay de dormirmejoven cuando se durmiendo, mientras Morin su como ruina. siAmaneció, muy pronto el primer rayo me apareció, en sueños, perotramaba tanellos. claro lo viera eny realidad, el hombre sentado -Ahora los peces se ocuparán de del sol,a la unchimenea. buen rayoDespertando luminoso quecon venía del horizonte, dulcesentado rostro de junto angustia, encendí cayó la luz,sobre y me el quedé en la viajera sentó, miró el campo, miró a Morin y sonrió. Sonrió cama sindormida. atreverme adespertó, cerrar losseojos. Después regresó Se hacia la casa. como una mujer feliz, con un aire atractivo y alegre. Morin se estremeció de repente. Sin esa sonrisa para él, invitación discreta, el indicio soñadogritó: que Dos veces me venció el sueño, a miera pesar; dos veces el fenómeno se reprodujo. Creí Y deduda pronto vio la red era con los zarbos enuna la hierba. La recogió, la examinó, sonrió, esperaba. Y esa sonrisa quería decir: volverme loco. -¡Wilhelm! “Es usted un laestúpido, un memo; estarse ahí, hasta comoelun palo, en su asiento Al amanecer, claridad un me necio, tranquilizó y dormí sosegado mediodía. desde ¡Vamos, ¿No estoy ¡Y usted se quedalaasípesca toda de la noche Acudióanoche. un soldado de míreme! delantal blanco. Y elbien? prusiano, lanzándole los dosa solas, con una mujer bonita, sin atreverse a nada, gran tonto!” Todo había concluido. Fue una fiebre, una pesadilla, ¿quién sabe? Sin duda estuve algo fusilados, le ordenó: enfermo. Sólo sentí al despertar mi cerebro atontado. Sonreía queesos la miraba, e incluso comenzaba a reír,Serán y Morin perdía la cabeza -Fríeme siempre en seguida animalitos, mientras aún estányavivos. deliciosos. buscando una palabra de circunstancias, un cumplido, algo, en fin, que fuese loa Pasé alegremente aquel día; comí en el restaurante; fui al teatro; luego,decir, me dispuse que fuese. nocamino de unme audacia de cobardón, retirarme. Pero, minada, casa,nada. una Entonces, inquietud presa angustiosa sobrecogió. Temí Y volvió dePero nuevo aencontraba fumarde su pipa. pensó: “Bueno, arriesgo todo”; y bruscamente, sin decir ni pío, se dirigió hacia la joven, encontrarlo; no porque me infundiera miedo verlo, no porque imaginara real su con tensas y los la estrechó y la besó. presencia; temía sentir de labios nuevoansiosos, el extravío de mis entre ojos, sus mi brazos alucinación, miedoElla, al FIN las manos de un brinco se puso en pie, gritando: “¡Socorro!”, llena de terror. Y abrió la ventanilla espanto sin causa. dando unos chillidos espantosos, y sacó los brazos fuera, loca de miedo, mientras Morin, convencido de quey se iba por a tirar la vía, la retenía cogiéndola por Durantedesesperado más de una yhora estuve arriba abajo mi acalle hasta que, juzgando imbécil la y farfullaba: mifalda, temor, entré al fin en casa. Iba temblando hasta el punto de que me fue difícil subir la escalera. Estuve diez minutos en el descansillo, hasta que tuve un momento de -¡Señora..., serenidad ypero, abrí.señora! Entré con una bujía en la mano, di un puntapié a la puerta de mi alcoba, y mirando ansiosamente hacia la chimenea, no vi a nadie. El tren disminuyó la marcha, y paró. Dos empleados echaron a correr hacia la desesperada joven que cayó en sus brazos, balbuciendo: -¡Ah!... -Este me ha querido..., ¡Qué hombre gusto! ¡Qué alegría! ¡Qué me... fortuna! Iba de un lado a otro, decidido; pero no estaba satisfecho; de pronto, volvía la cabeza, sobresaltado; cualquier sombra me hacía temer. Y se desvaneció. Estaban en la estación de Mauzé. El gendarme de servicio detuvo a Morin. la víctima de su brutalidad recobró ruidos el conocimiento, prestó Dormí Cuando poco y mal, despertándome con frecuencia imaginarios. Pero declaración. no lo vi; no La autoridad formalizó atestado. Y el elpobre regresar su apareció. Desde aquel día,sutodas las noches miedomercero me acosa.noLopudo adivino cerca dea mí, domicilio hasta porpero la tramitación de un juicioqué portemo, ultraje a ignoro las buenas detrás de mí. Nolasenoche, presenta, me hace temer. Y ¿por si no que costumbres en un lugar público. fue alucinación, que no existe, qué no es nada? Historia corsa IISin embargo, temo, y me obsesiono. "Un brazo colgaba fuera del sillón y tenía las Guy de Maupassant piernas una sobre otra". ¡Basta! ¡Basta! ¡Es insufrible! ¡No quiero pensar y no se aparta -Yo entonces redactor jefe del Fanal des Charentes, y veía a Morin, todas las noches, de miera pensamiento! en el Café del Comercio. Al día siguiente de su aventura, vino a buscarme, pues no sabía hacer. le oculté¿Por mi opinión: ¿Qué qué significa esaNo obsesión? qué persiste? ¡Veo sus pies junto al fuego! -No eres más que un cerdo. caballero comporta de esa ¿Quién manera.es? ¡Ya sé que Me acobardo; es una locura;Un pero el casono esse que me acobardo. no existe, que no es nadie! Sólo existe como imagen de mi angustia, de mi desasosiego, Se a llorar; ¡Basta, su mujer le habla pegado; veía su comercio arruinado, su nombre por de echó mis temores. basta! el fango, deshonrado, y a sus amigos, indignados, que no lo saludaban ya. Acabó por darme llamé apor mi más colaborador Rivet, un hombre guasón de buen Sí; por compasión, mucho que yrazono, que me lo explico, no puedo estar ysolo en mijuicio, casa. para consultarle sobre el caso. Me comprometió para qué fuese a ver al fiscal imperial, Él no se aparece, pero me domina. No vuelve. Todo acabó. Pero sufro como si que era uno de mis amigos. Le dije a Morin que a su casa, yo me detrás dirigí ade la volviera. Invisible para mis ojos, ahora se clava enregresase mi pensamiento. Loyadivino de ese magistrado. Allí supe que la mujer ultrajada era la señorita Henriette Bonnel, las puertas, dentro del armario, debajo de la cama, en todos los rincones, en cada quien acababa obtener enSi París su diploma de institutriz como no tenía debajo padre, sombra, entre ladeoscuridad... me acerco a la puerta, si abro ely,armario, si miro estaba pasando vacaciones de sus tíos, unos honrados de la cama, si sus aproximo unaenluzcasa a los rincones, huye con la pequeñoburgueses oscuridad: nunca de se Mauzé. LoQuedo que había complicado la presenta, situación de que el tío había presentado presenta. convencido, no se no Morin existe, era y, sin embargo, me obsesiona. una querella contra él. El ministro fiscal estaba dispuesto a echar tierra sobre el asunto, si retiraba la querella. esto era lo que había que conseguir. Volví a casa de Morin. Es se imbécil y horrible. ¡QuéY puedo hacer? ¡Nada! Lo encontré en cama, enfermo de emoción y de pensar. Su esposa, una buena mujer, huesuda con pelosconmigo, en la barbilla, descanso. Me condujo alcoba, Si alguieny estuviera él no lomemaltrataba turbaría. sin Turba mi soledad; le temo,a su porque la gritándome a la cara: soledad me acongoja. -¿Viene usted a ver a ese cerdo de Morin? ¡Mírelo, ahí lo tiene!


Y se plantó delante de la cama, con los brazos en jarras. Le expuse la situación, y me suplicó que fuese a ver a la familia de la joven. La misión era delicada; y, sin embargo, acepté. El pobre diablo no cesaba de repetir: -Te aseguro que ni siquiera la he besado, no, ni siquiera eso. ¡Te lo juro! Dos gendarmes habíannosido -Es igual -le respondí-, eresasesinados más que unaquellos cerdo. últimos días mientras conducían un prisionero corso de Corte a Ajaccio. Ahora bien, cada año, en esta clásica tierra de bandolerismo, gendarmes por los salvajes lugareños de estaPero isla, Y cogí los mil tenemos francos que me dio destripados para emplearlos como juzgase conveniente. refugiados en aventuraba las montañas después deen alguna vendetta. El legendario como no me a entrar solo la casa de los tíos de la joven,matorral le roguéesconde a Rivet en momentos, según la apreciación de los propios magistrados, de ciento queestos me acompañara. Aceptó con la condición de que señores se marcharía inmediatamente, cincuenta vagabundos de un esteasunto tipo que viven cumbres, entre las pues tenía,aaldoscientos día siguiente, por la tarde, urgente enen La las Rochelle. Y, dos horas rocas y la maleza, alimentados población, gracias al terror infunden. más tarde, estábamos llamandopor a lalapuerta de una bonita casa deque campo. Una hermosa joven vino a abrirnos. Era ella seguramente. Le dije por lo bajo a Rivet: No hablaré de los hermanos Bellacoscia cuya situación de bandoleros es casi oficial y que ocupancomienzo el Monte adecomprender Oro, a las puertas -¡Caramba, a Morin!de Ajaccio, bajo la mirada de la autoridad. Córcega es un departamento francés, esto ocurre pues en plena patria; y nadie se inquieta por esta provocación lanzada a la justicia. embargo tenido El tío, monsieur Tonnelet, era precisamente un ¡Sin abonado al cómo Fanal, hemos un ferviente continuamente en mentey las kroumirs, tribuestrechó errante correligionario político, nosincursiones recibió conde losalgunos brazos bandoleros abiertos, nos felicitó, nos yla bárbara, en la fronteradecasi indeterminada nuestras posesiones mano, entusiasmado tener en su casa de a los dos redactores deafricanas! su periódico. Rivet me dijo al oído: Y hete aquí que a propósito de este crimen me viene el recuerdo de un viaje a esta magnífica y de unaarreglar sencilla,elmuy sencilla, muy -Creo queisla podremos asunto de esepero cerdo de típica Morin.aventura, donde capté el espíritu propio de esta raza consagrada intensamente a la venganza. La sobrina se había retirado, y yo abordé la delicada cuestión. Le representé el espectro Yo tenía que ir a Bastia, primero por costa yladespués por el del interior, del escándalo, le de hiceAjaccio ver el descrédito inevitable quela sufriría joven después ruido atravesando el salvaje y árido valle del Niolo, que allí denominan la ciudadela la de semejante asunto, pues nunca se creería que sólo había sido un simple beso. El de buen libertad, porque, indeciso; en cada pero invasión la isla por nada los genoveses, los moros o los hombre parecía no de podía decidir sin su mujer, que volvería franceses, fue en este lugar inabordable donde los partisanos corsos se refugiaron demasiado tarde para la reunión. De repente lanzó un grito de triunfo: siempre sin que jamás se les pudiera dar caza o dominar. -¡Tengo una idea excelente! Se quedan ustedes aquí, en casa. Pueden cenar y acostarse Yo cartas de recomendación para espero el camino, ya que los propios albergues son aquítenía los dos; y cuando regrese mi mujer, que nos entendamos. todavía desconocidos en esta tierra, y hace falta demandar hospitalidad como en los viejos tiempos. Rivet se resistía, pero el deseo de resolver el asunto de ese cerdo de Morin lo decidió, y aceptamos la invitación. El tío se levantó lleno de alegría, llamó a su sobrina y nos Después de haber subido primer momento el golfo de Ajaccio, un golfo inmenso, propuso dar un paseo poren su un finca, declarando: tan rodeado de altas cimas que parece un lago, el camino pronto se hundía en un valle, dirigiéndose montañas. -Los asuntos hacia serioslas para la noche. A menudo atravesábamos torrentes casi secos. Una especie de arroyo circulaba todavía entre las piedras: se le escuchaba correr sin verlo. El país, parecía desnudo. Las hondonadas de losyomontes próximos estaban Rivet y élinculto, se pusieron a charlar de política. Y muy pronto me encontré al lado de la cubiertas altas hierbas en esta¡Era ardiente estación. A veces me encontraba joven, a de algunos pasos amarillentas detrás de ellos. verdaderamente deliciosa, deliciosa, con un habitante, a pie, precauciones, o montado sobre un flaco caballo; ydetodos llevaban para el fusil sobre deliciosa! Con infinitas comencé a hablarle su aventura intentar su espalda, siempre para matar la se menor apariencia de insulto. ganarme una aliada. listos Pero parecía que ano hallaba nada confusa, y me escuchaba con el aspecto de una persona que se divierte mucho. Le decía: El penetrante perfume de las plantas aromáticas de las que la isla está cubierta, colmaba el aire, pues, parecía hacerloen pesado, y elque camino iba, Tendría elevándose -Piense, señorita, todas lasvolverlo molestiaspalpable; que tendría soportar. que lentamente, de los grandes de monte escarpado. comparecer por anteelelmedio tribunal, afrontar lasrepliegues miradas maliciosas, hablar delante de todo el mundo y contar públicamente esa triste escena del vagón. Bueno, entre nosotros, ¿no Algunas sobre no las pendientes empinadas, gris, como un montón hubiese veces, sido mejor decir nada, muy hacer volver a percibía su sitio algo a ese desvergonzado, sin de piedras desplomadas de la cima. Era un pueblo, un pueblecito de granito, suspendido llamar a los empleados, y cambiar simplemente de coche? allá, enganchado, como un auténtico nido de pájaro, casi invisible sobre la inmensa montaña. Se echó a reír. A bosques castaños semejaban matorrales, tal punto las -Sí,loeslejos, verdad lo quededice. Pero enormes ¿qué quiere usted? Tuve miedo, hasta y cuando se tiene ondulaciones la tierra levantada son gigantes ende este y el monte bajo, formado miedo, no se de razona. Después de hacerme cargo mipaís; situación, sentí haber gritado; por encinas, enebros, madroños, lentiscos, aladiernas, brezo, durillos, mirtos y boj que pero ya era demasiado tarde. Además, piense usted que ese imbécil se arrojó sobre mí, se ellos, enredándolos cabellos,Yolasnoclemátides entrelazantes, sin entrecruzan decir ni una entre palabra y con una cara de como loco furioso. sabía ni siquiera lo que los helechos deseaba de mí.monstruosos, las madreselvas, los romeros, las lavandas, cubrían la superficie de las tierras, a las que me aproximaba, de un enmarañado pelaje. Me miraba de frente, sin sentirse turbada ni intimidada. Y yo me decía:


rosas parecen hasta cielo. “¡Peroo siazulados, esta chica es unaelevarse bribona! Noelme extraña que ese cerdo de Morin se haya equivocado.” Yo había traídos algunas provisiones para comer, y me senté al lado de uno de estos manantiales desecados, frecuentes en los países montañosos, hiloexcusable, delgado ypues, resuelto de -Vamos, señorita -proseguí bromeando-, confiese usted que es en fin, agua y helada que frente sale dea launa roca y fluyetan hasta el extremo de una hoja puesta allí no seclara puede uno hallar persona guapa como usted sin experimentar el por unabsolutamente transeúnte paralegítimo llevar ladefluyente deseo besarla.bebida hasta su boca. Al granmás trote de aún, mi enseñando caballo, un los animalito Se rió fuerte dientes.siempre tembloroso, de mirada irascible, crines erizadas, rodeé el extenso valle de Sagone y atravesé Cargèse, el pueblo griego fundado allí por colonia -Entre el deseo y launa acción, señor,dehayfugitivos sitio paraexpulsados el respeto.de su patria. Jóvenes muy hermosas, con dorsos elegantes, manos largas, rostro delicado, singularmente graciosas, formaban unoriginal, grupo cerca de una fuente. Al cumplidole que les vociferé sin detenerme, La frase era pero poco clara. Y bruscamente pregunté: respondieron con una voz cantarina en la lengua armoniosa del abandonado país. -Y si yo la besase a usted ahora mismo, ¿qué haría? Después de haber atravesado Piana, penetré de súbito en un fantástico bosque de granito rosa, bosque de de arriba picos, abajo de columnas, de tranquilamente: figuras sorprendentes, erosionadas Se detuvo paraunmirarme y luego dijo por el tiempo, por la lluvia, por los vientos, por la espuma salada del mar. -¡Oh, usted, no es lo mismo! Estos extraños peñascos, a veces de cien metros de alto, como obeliscos, cubiertos como champiñones o recortados plantas, o sinuosos como treinta troncosaños de árboles, Bien sabía yo, ¡pardiez!, que no eracomo lo mismo, pues tenía entonces y no en con de seres, de hombres prodigiosos, de Labarde”. animales, Pero de monumentos, baldeaspecto se me conocía en toda la provincia por el “guapo le pregunté: de fuentes, de maneras humanas petrificadas, de pueblo sobrenatural aprisionado en la piedra por el deseo secular de algún genio, formaban un inmenso laberinto de formas -¿Por qué? inverosímiles, rojizas o grises con unos tonos azules. Se distinguían unos leones echados, de ypie en sus atuendos caídos, obispos, diablos espeluznantes, pájaros Se alzó demonjes hombros respondió: desmesurados, bestias apocalípticas, toda género de fieras fantásticas del sueño humano que nos porque atormenta en no nuestras -¡Toma, usted es tan pesadillas. estúpido como él! Tal vez nomirándome exista en de el mundo Y añadió, soslayo:nada más inverosímil que estas “Calanches” de Piana, nada más curiosamente labrado por el azar. -Ni tan feo. Y de repente, saliendo de allá, descubrí el golfo de Porto, completamente rodeado de una muralla sangrantehacer de granito reflejado en el mar azul. le planté un beso en la Antes que pudiese ningúnrosa movimiento para evitarlo, mejilla. Se apartó hacia un lado, pero ya era demasiado tarde. Y después me dijo: Después de haber escalado penosamente el siniestro valle de Ota, llegué, cayendo la noche, Evisa,tampoco y llamé ahalapodido puerta contenerse. del señor Paoli tenía una carta de -¡Vaya! aUsted PeroCalabretti, no lo hagaporque otra vez. un amigo. Puse un aspecto sumiso y le dije a media voz: Era un hombre de gran estatura, un poco encorvado, con el aspecto taciturno de un tuberculoso. a mianhelo habitación, tristeeshabitación de ante piedra adornos, -¡Oh, señorita,Mesi condujo tengo algún en mi una corazón el de verme un sin tribunal por pero hermosa para este país al que toda elegancia le resulta extraña, y me expresaba en la misma causa que Morin! su lenguaje, galimatías corso, dialectal gargajeante, puré de francés e italiano, me expresaba placer recibirme, cuando una voz clara lo interrumpió y una mujercita -¿Y eso porsuqué? -mepor preguntó. morena, con grandes ojos negros, una piel cálida de sol, una cintura estrecha, dientes siempre en de un sus reírojos continuo, se lanzó, me agarró la mano: La miré alfuera fondo seriamente. -¡Buenas señor!, bien? -Porque es usted¿todo una de las más bellas criaturas que existen; porque sería para mí un título de honor, una gloria haber querido violentarla. Porque se diría, una vez que la Sacó mi sombrero, mi bolso de viaje, arregló todo con un solo brazo, ya que tenía el hubiesen visto a usted: otro en cabestrillo, y después nos hizo salir rápidamente diciendo a su marido: -¡Vaya con Labarde, no coge lo primero que se le presenta, sino que sabe elegirlas! -Lleva a dar un paseo al señor hasta la cena. Y la joven se echó a reír con todas sus ganas. El señor Calabretti se puso a caminar a mi lado, arrastrando sus pasos y sus palabras, tosiendo y repitiendo con cada acceso de tos: -¡Es ustedfrecuentemente un pillo! -Es airehabía del valle, que esdefresco, que melahapalabra atacadopillo al pecho. Peroel no acabado pronunciar cuando ya la tenía entre mis brazos y la besaba ávidamente en todos los sitios donde podía, en los cabellos, en la Me guióenpor sendero perdido el en castaños inmenso. repente, se paró y, con frente, losunojos, a veces en labajo boca, las mejillas, porDe toda la cabeza, allí donde su acento monótono, dijo: un rincón al intentar defender los demás. Por fin, se descubría, a pesar suyo, desembarazó de mí, ruborizada y ofendida.


allí, muy cerca de Jean,señor, cuando apareció a diez pasos dedenosotros: “Jean, gritó -Es usted un grosero, y haMathieu conseguido que me arrepienta haberlo escuchado. él, no vayas a Albertacce, no vayas allí, Jean, o te mato, te lo prometo.” Yo tomé por el brazo “Nounvayas Jean, élbalbuciendo: lo hará” (Era por una chica que perseguían los dos, Le cogía laJean: mano, pocoallí, confuso, Paulina Sinacoupi). Pero Jean se puso a gritar: “Iré, Mathieu, no serás tú quien me lo impida”. Mathieu bajó fusil anteshedesido quebrutal. yo hubiera el -¡Perdón,Entonces perdón, señorita! La hesuofendido; No mepodido tome apuntar odio. ¡Si con usted mío, y disparó. Jean dio un gran salto con sus dos pies, como un niño que salta a la supiese...! cuerda, sí, señor, y cayó de lleno sobre mi cuerpo, de manera que mi fusil se me fue de las manos rodóuna hasta el grueso allá abajo.laJean tenía la boca muy abierta, Buscaba enyvano excusa. Al cabocastaño, de un momento, joven declaró: pero no dijo ni una palabra. Estaba muerto. -No tengo nada que saber, señor. Yo miré, estupefacto, al tranquilo testigo de aquel crimen. Y pregunté: Pero yo había dado con una excusa, y exclamé: -¿Y el asesino? -¡Señorita, estoy enamorado de usted desde hace un año! Paoli Calabretti tosió largo rato, y después continuó: Se quedó realmente sorprendida, y no pude por menos de alzar los ojos. -Se fue a la montaña. Fue mi hermano quien lo mató, al año siguiente. ¿Sabe usted, mi hermano, Calabretti, el famoso bandolero?... -¡Sí, señorita -proseguíescúcheme! No conozco a Moría, y me burlo de él; ni me importa que vaya a la cárcel, ni que tenga que pasar ante los tribunales. La vi a usted Balbuceé: aquí el año pasado; estaba allá abajo, delante de la verja. Recibí tal impresión al verla, que su imagen no se ha borrado de mi mente desde entonces. No importa que me crea -¿Su ¿Un o quehermano?... no me crea. Esbandolero?... usted adorable. Su recuerdo me obsesionaba, he querido volver a verla, he aprovechado el pretexto de ese estúpido de Morin, y aquí estoy. Las El apacible corso mostró rasgome de orgullo: circunstancias han hechoun que haya sobrepasado. ¡Perdóneme, se lo suplico, perdóneme! -Sí, Señor, era una celebridad; ha derribado a catorce gendarmes. Murió con Nicolás Morali, cuando fueron lasitiados después de seisya días de lucha,deiban a perecer Me miraba atisbando verdadenenNiolo, mis ojos, dispuesta a sonreír nuevo; pero de hambre. rnurmuró: Añadió con aire resignado: -¡Embustero! -Es el país que quiere con elincluso mismoa tono que decía, hablandosincero, de su Levanté unael mano, y conesto tono-dijo sincero, mí mismo me pareció tuberculosis, “Es el aire del valle, que es fresco”. exclamé: Al para retenerme, habían organizado una partida de caza, y al día -¡Ledía jurosiguiente, que no miento! siguiente otra. Recorrí los barrancos con los ágiles montañeros que me contaban sin parar de bandoleros, de gendarmes degollados, durante interminables Y dijo, aventuras simplemente: vendettas hasta la exterminación de una raza. Y a menudo añadían, como mi anfitrión: “Es el país quien quiere esto”. -¡Jum! Me quedé cuatro y la joven corsa, pocoRivet pequeña encantadora, Estábamos solos, días, completamente solos,unpues y el sin tío duda, habíanpero desaparecido al mitad campesina y mitad dama, me trató como un hermano, como a un íntimo y viejo doblar el paseo entre los árboles de la alameda. Le hice una verdadera declaración, LAS LUCES amigo. larga, tierna, cogiéndole y besándole los dedos de las manos. Me escuchaba como si Esta historia me la contó una chica de unos 16 años, y no le sucedió a ella, sino a su fuese algo agradable y nuevo para ella, sin saber qué pensar de todo ello. Acabé por madre, una española que emigró a Alemania para buscarse la vida, teniendo que En el momento habitación, y haciendo muy sentirme turbado,de pordejarla sentir lalo atraje que le hasta estabamidiciendo; me había puesto constar pálido, tenía alquilarse una que casaen con su caso joven esposo que apenas tenía comodidades. minuciosamente ningún quería hacerle regalo alguno, insistí, enfadándome opresión al respirar y todo mi ser temblaba; y suavemente la cogí por el talle. Le hablé Eso sí, tenía visitantes misteriosos. incluso, para enviarle de París, a mi regreso, un recuerdo de mi travesía. muy bajito al oído, entre los rizos de su cabello. Y cayó, enajenada, en tal ensueño, que Al principio sólo eran sonidos, rasguños en la almohada que mantenía abrazada parecía como si estuviese muerta entre mis brazos. Después cogió mi mano y me la mientras trataba de descansar después de tantasAlhoras de trabajo. Le asustó, cierto, Ella resistió mucho tiempo, queriendo aceptar. final, estrechó con fuerza; apreténolentamente su cintura en unconsintió. abrazo tembloroso que iba pero mantuvo la calma y pensó que era su propio agotamiento el que la hacía tener siendo cada vez más fuerte; no se movió; rocé ligeramente su mejilla con mí boca y de alucinaciones auditivas.unLos rasguños en la cama no son tan inhabituales ¿no?. Muchos -Y bien -dijoenvíeme pequeño revólver, uno muy repente mis labios, sin querer, se encontraron con lospequeño. suyos. Nos dimos un beso largo, los hemos oído. Son visitantes que quieren comunicarnos que "están ahí también, que muy largo; y hubiera durado aún mucho más tiempo, si no hubiese oído un “¡jum, jum!” no abrí los ojos desmesuradamente. estamos Yo Ella añadió bajito,desolos". confidencialmente, se a unos pasos detrás de mí. Se escapó corriendo a través un macizo. Me volvícomo y divisé La joven vivió con esa extraña experiencia unos días y terminó por acostumbrarse, confía grato e íntimo secreto: a Rivetunque venía hacia mí. Se plantó en medio del camino y muy serio, sin reírse, me pero una noche ocurrió algo terrible. Estaba tumbada en la cama, descansando, su dijo: -Es para matar a mi cuñado. -¿Es así como tú arreglas el asunto de Morin? Esta vez quedé atónito. Entonces ella desenrolló rápidamente las vendas que ya no necesitaba que envolvían el brazo, mostrándome la carne regordeta y blanca Le respondí ycon fatuidad: atravesada de parte a parte por un estiletazo casi cicatrizado:


-Si no hubiera sido tan fuerte como él -dijo- me habría matado. Mi marido no es celoso, sobrina. él me conoce, y además está enfermo, sabe usted, y eso le calma la sangre. Por otra parte, yo soy una mujer honesta, yo, señor, pero mi cuñado cree todo lo que le dicen. Rivet declaró: Es celoso por mi marido y ciertamente volverá a empezar. Entonces, si tuviera un pequeño revólver, estoy segura -Yo he tenido menos suerte conde el que tío. lo mataría. marido estaba afeitándose en ella arma cuartoy de y demipronto unasHelucecitas de un Yo le prometí que le enviaría he baño, cumplido promesa. hecho gravar Lo cogí del brazo y entramos enel casa. tamaño algo mayor que el de las canicas, blancas azuladas y brillantes, comenzaron a sobre la culata: “Para su venganza”. de debajo de la cama. IIIsalir Subieron, ascendieron hasta ponerse encima de ella, y bailaron. FIN La chica las miró estupefacta, tragó saliva y respiró profundamente. ¿Qué aquello? -Durante la cena acabé de perder la cabeza. Estaba sentado al lado de ella,era y mi mano ¿De dónde la suya bajo salían? las contra elproducía? siempre encontraba el mantel; ¿Qué apretaba mi pie suyo, y nuestras Y entonces las yluces comenzaron a sola. bailarAlcon movimientos bruscos, y una miradas se unían se confundían en una terminar de cenar,más salimos en seguida a poderosa fuerza salió ellas. chica alnotó fuerza en puñetazos y patadas dar un paseo a la luz de ladeluna, y leLasusurré oídoesa todas las frases cariñosas que se me invisibles queLala llevaba golpeabanestrechamente y estampaban contra contra las Gritó, su marido se ocurrieron. mí;paredes... la besaba a ycada instante, cortó con la gillette. Cuando iba a salir la puerta del cuarto baño se cerró humedeciendo mis labios en losél suyos. Delante de nosotros, ibandediscutiendo el tíodey golpe. Rivet, cuyas sombras se proyectaban tras de ellos en la arena del camino. Regresamos a La joven española emigrante sufriódel unatelégrafo paliza que la dejó destrozada, y no pudo hacer casa, y poco después un empleado vino a traernos un telegrama de la tía, una denuncia, porque en qué comisaría de policía iban a escuchar semejante historia en el que anunciaba que no regresaría hasta el día siguiente por la mañana, en el tren de sinsiete. El tío, entonces, echarse a reir. las nos dijo: No volvió a ocurrirle porque volvió a España entre lágrimas y terrores. Durante jamás contó historia,aylos cuando lo dónde hizo, fue para a su hija -Pues bien,años Henriette, vete a la enseñarle señores están suscontárselo habitaciones. -mi confidente-, quien me confesó que su madre no podía hablar del tema sin echarse a Yllorar nos estrechó la mano yal darnos las buenasa noches, y subimostemblar. una escalera conducidos No para menos. Su hija también al contármelo. por laessobrina. Nos llevó primero al lloró aposento de Rivet, quien me dijo al oído: -No hay cuidado de que nos hubiese conducido primero al tuyo. Después me guió hasta mi cama. En cuanto estuve a solas con ella, la cogí de nuevo entre mis brazos intentando nublar su razón y vencer su resistencia. Pero cuando se sintió a punto de desfallecer, se me escapó. Me deslicé entre las sábanas, muy contrariado, muy sofocado y corrido, sabiendo que no dormiría apenas, y estaba pensando en qué torpeza podía haber cometido, cuando llamaron muy bajito a mi puerta. -¿Quién está ahí? -pregunté. -Yo -respondió una voz leve. Me vestí apresuradamente, abrí y entró. EL ANIVERSARIO -Me olvidado -dijode una preguntarle que toma años para en desayunar: ¿chocolate, té o Estahe historia me la contó estudiantelode catorce un arrebato de intimidad. café? El suceso lo vivieron sus padres, a los que llamaremos Angela y Martín (recuerdo sus nombres reales pero ya sabéis...) La había enlazado impetuosamente, y la devoraba a caricias, balbuciendo: Aquella noche Angela y Martín se acostaron como de costumbre. Martín se durmió rápidamente pero Angela tenía el sueño más flojo, de modo que cuando empezaron los -Yo tomo..., yo tomo..., yo los tomo... oyó arañazos ella y se puso alerta. Lo primero que pensó al oir ruidos que no supo identificar debido al miedo, fue que Pero se entrado me escurrió de entre brazos, me apagó luz y desapareció. Me dejó solo y habían ladrones en lalos casa. Despertó a su lamarido sin abrir siquiera la luz y le furioso oscuridad. Me no las encontré ninguna pidió en quela escuchara y puse miraraa buscar a verunas si cerillas había yentrado alguien por al hogar. parte; por fin, las hallé y salí al corredor, medio loco, con la palmatoria en la mano. Martín se despertó, escuchó y dijo: "Son arañazos, será el perro". ¿Adónde iba? Ya no razonaba; quería encontrarla; la deseaba. Y di algunos pasos Si apenas hacer movimiento encendieron la luz y vieron al animal dormido a los pies sin de reflexionar en nada. De pronto, pensé: la cama. No había sido él. Volvieron a apagar la luz pero esta vez se reanudaron los arañazos, y cada vez parecía más claro que se estaban haciendo en la puerta cerrada de “Pero y si me cuelo en la habitación del habitación. tío, ¿qué le diría?...” la Y me quedé inmóvil, con el cerebro vacío y el corazón palpitante. Al cabo de unos segundos, se me ocurrió la respuesta: “¡Pardiez! Le diría que andaba buscando la habitación de Rivet para hablar con él de un asunto urgente.” Y me puse a inspeccionar las puertas esforzándome en descubrir la de ella. Pero no sabía cómo orientarme. Al azar, tropecé con una llave y la giré. Abrí, entré... Henriette, sentada en la cama, me


puntillas, le dije: -He olvidado, señorita, pedirle algo para leer. Se resistió; pero abrí muy pronto el libro que buscaba. No te diré su título. Era realmente la más maravillosa de las que novelas, másundivino Unalovez leída Martín dijo en voz baja a Angela igualelera ratón,dey los quepoemas. si era así, pillaría, laporque primeralospágina, ya me recorrerlo a mi capricho; deshojé tantos capítulos ratones, al dejó ver una luz, se todo quedaban inmóviles ymomentáneamente. Y lo que nuestras bujías se consumieron hasta el final. Nos teníamos que separar; me hizo, pero la luz demostró que allí no había ratones. Despertaron al perro, que se puso despedí de ella, y ganaba ya mi habitación, caminando con mucho tiento para no hacer nervioso. ruido, cuando una mano paró vez y una la de Rivet, la Volvieron a hacer otra brutal pruebame y cada quevoz, apagaban la luzme se cuchicheó escuchabanen los punta de lasobre nariz: la madera de la puerta. Martín decidió abrir la luz y levantarse y, con rasguños bastante miedo, según confesaría, se dirigió a la puerta, la abrió y miró ceñudamente a -¿Pero el asunto de ese cerdo deNada. Morin? ambosno has acabado de arreglar lados. Se dirigió hacia la cocina con Angela siguiendo sus pasos. Pensaban en los niños, no Aquerían las siete de ella misma mee llevó una taza decaminar chocolate.enNo he probado quela mañana, se despertaran intentaron silencio. jamás parecido.a Un chocolate para morirse, suave, fino, Al nada llegar la cocina Angela tuvoperfumado un y embriagador, pálpito. que no podía quitar la boca de los bordes deliciosos de la taza. Apenas la joven ¿Qué día es hoy, Martín? acababa de salir, cuando entró Rivet. dijo Parecía que estaba nervioso, quien no ha Martín le la fechairritado, como exacta. dormido apenas. Me dijo en un tono muy áspero: - Es el aniversario de la muerte de mi madre!. -Exclamó ella. Angela encendió una vela y rezó y prometió a su madre que por aquel olvido le haría -Si ya me entiendes, acabarás echar el ni asunto de esemás. cerdo de unasigues misa así, especial para ella. El resto de lapor noche no aseperder escuchó un rasguño Morin. A las ocho, llegó la tía. La discusión fue breve. Aquella buena gente retiraba su querella y yo entregaría quinientos francos para los pobres del pueblo. Entonces nos invitaron a pasar el día con ellos, y organizaríamos un excursión para a visitar las ruinas. Henriette, que estaba detrás de sus tíos, me hacía gestos con la cabeza como diciéndome: "¡Sí, quédese!”, y acepté; pero Rivet se empeñó en marcharse y no lo podíamos hacer desistir de esta idea. Lo llamé aparte, le rogué, le supliqué y nada. Entonces le dije: -Vamos, amigo Rivet, hazlo aunque sólo sea por mí. Pero estaba tan desesperado, que me respondió a la cara: -Ya tengo bastante, ¿entiendes?, con el asunto de ese cerdo de Morin. Me vi obligado a marchar también. Fue uno de los momentos más duros de mi vida. Yo me hubiese quedado arreglando el asunto de ese cerdo de Morin durante toda mi vida. Nos despedimos con unos enérgicos y mudos apretones de manos, y ya en el vagón le dije Rivet: LAaVISION Estanoexperiencia le ocurrió a un joven francés y a su grupo de amigos. Me lo contó un -Tú eres más que un grosero. verano y recuerdo la sensación de elevarme (¡¡¡estaba teniendo miedo!!! cuánto disfruté!) -Amigo mío -me respondió- ya me estás provocando demasiado. Pero vamos a la historia: Se habían reunido para hacer espiritismo y habían adecuado la habitación para que Al llegar ante la puerta de las oficinas de Fanal, divisé una muchedumbre que nos estaba todo fueraEn más lúgubre. quedó bien, iluminados esperando. cuanto nos Les vieron, comenzaron a gritar:tan sólo por las velas encendidas, los amigos se dispusieron a practicar la ouija y durante un rato se estuvieron divirtiendo. contestaba, estaba animado. -¡Eh! ¿ArreglaronAlguien el asunto delesese cerdo de Morin? aquello Entonces uno de los chicos comenzó a hacer cosas raras y todos dirigieron sus miradas hacia él. Elestaba francés que mecon contó historia alzó su arostro algo Toda La Rochelle revuelta estalacuestión. Rivet, quien ysevió le algo habíamás... disipado que los demás no pudieron ver. el mal humor en el camino, a duras penas pudo contener la risa al declarar: Dos fuertes manos aprisionaban la garganta del chico y apretaban, apretaban. La víctima abría la boca y buscaba aire pero nadie supo cómo ayudarle, tenían mucho -Sí, está arreglado, gracias a Labarde. miedo. Y nos fuimos a casa de Morin. Estaba tendido en un sillón; le habían puesto unos sinapismos en las piernas y unas compresas de agua fría en la cabeza, y desfallecía de agobio. Tosía sin parar, con una tosecita de agonizante, sin que se supiese dónde había cogido ese catarro. Su mujer lo miraba con ojos de tigre dispuesta a devorarlo. En cuanto nos vio le entró un temblor que le sacudía las muñecas y rodillas. Le dije:


-Eso está arreglado, puerco, pero no lo vuelvas a hacer. Se levantó muy agitado, me cogió las manos y me las besó como si fuesen las de un príncipe; lloró, estuvo a punto de perder el conocimiento, abrazó a Rivet, y abrazó incluso hasta a madame Morin, quien dándole un empujón, al rechazarlo, lo arrojó de nuevo en su asiento. Pero su emoción había sido demasiado fuerte, y las impresiones El chico que observaba miró hacia y vio al ya dueño derehizo esas manos. Tras la víctima, recibidas dejaron tales huellas en suarriba espíritu, que no se jamás de aquel golpe. estaba su propio padre muerto años atrás. En toda la comarca ya sólo le llamaban “ese cerdo de Morin”, y siempre que oía este El fantasma del padre asesinabaelalcorazón hijo máscon alláuna de laespada. realidad... en forma de espíritu epíteto era como si le que atravesasen Cuando un golfillo de la estrangulaba un cuello que los otros chicos veían desnudo, sin esas manos apretando calle gritaba: “¡Cerdo!“, volvía la cabeza por instinto. Sus amigos lo acribillaban ay apretando... bromas de todo género, y le preguntaban cada vez que comían jamón: Al final ocurrió lo impensable. La víctima se soltó de las manos y corrió en dirección a la ventana para lanzarse al vacío. Los amigos actuaron rápido esta vez y consiguieron -¿Es del tuyo? cogerlo de las piernas salvándole la vida. No sé qué habrá sido de aquel joven. Dos años más tarde había muerto. En mil ochocientos setenta y cinco, cuando me presenté a las elecciones, fui a hacer una visita interesada al nuevo notario de Tousserre, monsieur Belloncle, y me recibió una mujer hermosa y opulenta. -¿No me reconoce usted? -preguntó ella. Yo balbucí: -Pues..., no..., señora. -Henriette Bonnel. -¡Ah! Y sentí que me ponía pálido. Me pareció que se alegraba de verme, y me sonreí al mirarla. Cuando me dejó a solas con su marido, éste me cogió las manos tan fuertes, al estrecharlas, que me las magulló. -¡Cuánto tiempo hace, querido señor, que deseo conocerlo! Mi mujer me ha hablado tanto de usted... Sí, sé... en qué dolorosas circunstancias la conoció usted, y sé también con cuánta delicadeza, tacto y abnegación remató el asunto. Vaciló, y después pronunció muy bajito, como si hubiese articulado una palabra grosera: -El asunto de ese cerdo de Morin. ALGUIEN OBSERVANDO FIN A la chica protagonista de esta historia ya la conocéis, es aquella a la que hemos llamado Lorena. Lorena solía pasar muchas horas sentadas frente a un libro o una máquina de escribir o unos folios porque le gustaba leer y escribir. Se metía en su habitación y pasaba allí el tiempo tratando de hacer algo productivo por simple placer. En ocasiones notaba como si alguien le observase desde atrás. La sensación era tan fuerte que no podía evitar volverse, y allí solía estar su padre, en el umbral de la puerta, observándola en silencio con una sonrisa en el rostro, posiblemente orgulloso de ver a su hija tan entregada a algo. ¿Cuánto hace que estás ahí? -Le preguntaba. Un ratito. -Contestaba él. Y así sucedió en muchas ocasiones. Lorena se acostumbró a saber que cuando notaba esa mirada en la nuca, insistente, invisible, detrás estaría su padre mirándola con cariño. Era bonito vivir una sensación así. Un día escuchó su nombre.


¿Qué? -preguntó al tiempo que giraba el rostro. Se asombró de ver que no había nadie, y entonces se preguntó si había escuchado una voz de hombre o de mujer y no supo contestarse. No le dio más importancia y siguió con sus quehaceres. Volvió a ocurrirle, y esta vez notó que la voz estaba "pegada" a su oído. Quien hubiera dicho "Lorena" lo tenía que haber dicho en un susurro firme justo en su oreja. Pero no había nadie, estaba completamente sola en la habitación. Tampoco esta vez hubiera sabido concretar si se trataba de una voz femenina o masculina pero lo que sí tenía claro era que lo había oído lo suficientemente fuerte como para arrancarla de sus pensamientos. Su padre murió. Alguien le dijo que aquella casa estaba llena de espíritus que desde hacía mucho tiempo esperaban la llegada de su padre, y más tarde tendría oportunidad para comprobar si aquello era cierto o no... pero esta es otra historia, no quiero desviarme. Lorena estaba una tarde en su habitación cuando notó a su padre en el umbral de la puerta. Se giró porque sabía que estaba ahí, como siempre, y la sonrisa desapareció de su rostro cuando recordó que su padre ya no estaba. Sintió un escalofrío porque sabía que aquella sensación había sido tan vívida y tan fuerte como cuando el hombre estaba vivo, y no supo qué pensar. De nuevo y durante un tiempo, siguió escuchando a alguien llamarle al oído y también la mirada clavada en la nuca, pero de nuevo y durante todo ese tiempo que duró, allí ya no había nadie.

MATAOS MUTUAMENTE Esta es la historia de dos amigas que desde que tenían sólo nueve años jugaban con el tablero de la oui-ja. Cuando relató esta historia, tenía tan sólo 13 años, y el hecho había ocurrido hacía apenas unas semanas. Yo os relataré su historia... ojalá la protagonista lea esta historia y nos pueda dar más detalles. Las dos adolescentes entraron en una casa abandonada con el fin de invocar a algún espíritu, pero en esta ocasión, al contrario que las veces anteriores, en vez de venir un espíritu benigno, vino uno maligno. Aquel espíritu, mediante el tablero, les ordenó que hiciera lo que él les ordenaba o las mataría. Le preguntaron alucinadas qué quería. "Mataos mutuamente" fue su contestación. No dudaron en decirle que se fuera, pero el vaso se movía enérgico una y otra vez hacia el NO del tablero. Tras varias negativas rotundas, el vaso paró en seco y ellas se miraron preguntándose qué estaba ocurriendo. Entonces ocurrió. Al final de la escalera de aquella casa abandonada había un fantasma. Llegaron incluso a hacerle una fotografía. En aquel mismo momento escucharon un crujido y al girarse vieron que el vaso de cristal se había roto. Al mismo tiempo el fantasma desaparecía.


VISIONES Y PREMONICIONES Esta historia la vivieron Marjorie Tillotson y su hija Hellen, de 26 años. Hellen vivía en un edificio de apartamentos al otro lado de la calle donde vivía Marjorie. Una noche, Helen dormía profundamente cuando se despertó al escuchar fuertes voces. Era su madre que gritaba "¡Helen ¿estás ahí? ¡Déjame entrar!". Helen se dirigió a la puerta y al abrir se encontró con su madre nerviosa. Marjorie quería saber por qué Helen había llamado a su puerta unos minutos antes. Helen miró a su madre estupefacta. Ella no había salido, no había ido a casa de su madre, no había llamado a su puerta. Es más, se había acostado a las 11 de la noche y no despertó hasta ese momento. Marjorie, alarmada, le dijo que aquello no era posible porque ella le había visto y había hablado con ella. Es más, según Marjorie, Helen le dijo que fuera inmediatamente a su casa sin hacer preguntas. Entonces un estruendo las dejó atónitas y madre e hija corrieron para asomarse por la ventana: en la acera de enfrente, había había un escape de gas y como consecuencia había provocado una explosión en el edificio donde vivía Marjorie!. Si en el primer caso Marjorie salvó la vida, aquí de nuevo hay un caso de premonición


que... será mejor que leáis la historia: El 20 de octubre de 1966, una niña galesa de 9 años llamada Eryl Mai Jones, le dijo a su mamá que había soñado que iba a la escuela y al llegar vio que el edificio desaparecía, que "una cosa negra la había aplastado". Al día siguiente fue a la escuela como de costumbre y... medio millón de toneladas de carbón de desecho se deslizaron sobre el pueblo minero matando a 139 personas, la mayoría niños, y entre ellos Eryl.

SALVAJE ASESINATO Hace unos años en el pueblo de La Eliana, Valencia, una mujer pasaba unas horas en casa de unos amigos a los que tenía especial cariño por lo amables y atentos que eran. Los conocía desde no hacía mucho tiempo y estaba en esa fase en la que quieres pasar mucho tiempo con las nuevas amistades. Generalmente las horas se pasaban tan rápido que la mujer a veces se quedaba a cenar con ellos, previa llamada telefónica a su casa para avisar que le habían invitado y que la esperaran un rato más tarde. Aquellos días eran de auténtico relax, disfrute y mucha amistad. Un día entre semana, en compañía de aquellos amigos, miró el reloj y dijo que se iba a marchar un momento a recoger a su hija al tren pero que luego volvería para pasar un rato más con ellos. Cogió su coche y se marchó a la estación del tren. Su hija, llamémosle A., había llegado apenas tres minutos antes y al ver que no había nadie para recogerla se le ocurrió pedirle a un amigo que vio en la estación que la acercara a casa. Los coches debieron cruzarse y la madre llegó a la estación. ¿Por qué se quedó esperando al próximo tren? no lo sabe ni la propia madre. Podía perfectamente haber regresado a casa de sus amigos o a su propia casa para verificar que su hija había perdido el tren, pero en vez de esto se quedó en la estación, dentro de su propio coche... esperando. Y esperó tanto que cuando llegó el siguiente tren y vio que la hija no bajaba de éste, arrancó el coche y se marchó, pero MIRÓ EL RELOJ y decidió que por esta noche se iría directamente a casa. Mañana ya volvería a disfrutar de sus amigos. En casa se encontraron madre e hija. La madre le confesó a su hija que de no haber quedado con ella en el tren o, más aún, de no haber esperado al siguiente tren,


seguramente aquella noche la pasaría cenando en casa de tan interesante matrimonio. No lo dijo enfadada, mañana podría verlos otra vez. Al día siguiente la hija, su hermana y el padre de ambas cogieron el coche para marcharse a la capital a trabajar. Justo cuando salían sonó el teléfono que cogió la madre y no les dejó marcharse. "Era la hermana de xxxx (su amiga, la señora del matrimonio), dice que está preocupada porque no cogen el teléfono. Pasad por allí a ver si ha pasado algo y luego me llamáis para que le diga qué pasa". Así, salieron de su casa y se dirigieron hacia la casa del matrimonio. El padre aparcó el coche, la hija A. bajó de este y vio la verja ENTREABIERTA. Dentro estaban los coches y parecía que todo iba bien. Al llegar a Valencia llamaron a la madre para decirle que daba la impresión de que estaban a punto de salir dado que la puerta ya estaba abierta, pero que no habían llamado. Poco más tarde la mujer recibió de nuevo una nerviosa llamada telefónica de la hermana que no sabía nada. Por favor -le pidió- ve a ver qué pasa. Este matrimonio tenía que haber ido a recoger a la señora del teléfono al hospital, donde estaba ingresada desde hacía unos días, aquella misma mañana y no daba señales de vida. La mujer, (madre de A) cogió su propio coche y se dirigió a la casa de sus amigos. Al llegar vio también la verja entreabierta y los coches dentro de la parcela particular. Entró llamándoles por su nombre de pila (que obviaré aquí por respeto) y llegó hasta la puerta de la casa. Aquella puerta también estaba abierta y mientras les llamaba en voz alta siguió entrando... hasta la cocina. No había nadie. Entonces giró la cabeza y sus ojos vieron algo que casi se negaron a creer. Al otro lado, en la habitación matrimonial, dos cuerpos yacían asesinados. Él, atado con cuerdas y la cabeza cortada al parecer con un hacha; ella, atada y con un pañuelo en la boca, parecía que se hubiesen ensañado con la mujer especialmente. La mujer gritó hasta quedarse afónica "llamen a la policía" y así salió de la casa llorando y pidiendo ayuda. Cuando llegó la policía, uno de los oficiales que entró tuvo que salir a vomitar. Tras la investigación se le dijo una cosa muy importante a la madre de A. "quienes asesinaron a la pareja no querían testigos, de haber pasado aquella noche cenando con ellos hoy no estaría con vida". Reflexionemos: - Si A. hubiera esperado a su madre en la estación, ésta, tras dejar a su hija en su hogar hubiese vuelto a casa de sus amigos porque le sobraba tiempo. - Si la madre hubiese ido a casa a comprobar si su hija estaba en casa, al estar ésta tan cerca de la de sus amigos, habría ido a cenar con ellos. - Si la madre no se hubiese quedado a esperar al próximo tren -de modo que se le hiciera tarde-, se hubiera ido de nuevo a ver a sus amigos. Según la investigación policial aquello pasó en la misma noche, no se forzaron las cerraduras, quienes entraron conocían a la pareja, y la madre de A. estaría muerta.


EL PRESENTIMIENTO Era de noche y María aún no había tenido a su hijo (de ella os he contado la historia de "La noche de San Juan"). Embarazada como estaba y sensible por duplicado, María trataba de dormir y se daba cuenta de que NO podía. Su marido dormía tranquilo a su lado, ambos estaban de espaldas, una contra otra, y de ese modo él no se percató cuando María comenzó a llorar y a llorar... La imagen de su padre fallecido le vino a la mente, y lloró en silencio por él, porque le echaba de menos, porque le estaba recordando y hubiera deseado que conociera al hijo que iba a tener. La cuestión es que lloró tan en silencio como pudo pero notó que el hecho de que la imagen de su padre le hubiera llegado tan de pronto era algo más que extraño. Un par de días después estaba en una tortillería tomando un aperitivo con su marido, su hermana y su cuñado. Allí hablaron de un par de cosas y de pronto el cuñado la miró y le dijo: "¿A que no te has acordado del aniversario de la muerte de tu padre?". Tan perdida en el tiempo como estaba María preguntó: ¿Cuándo fue?. La respuesta le dejó helada: Anteayer. Tragó saliva y abrió los ojos como platos: "Anteanoche estuve llorando y recordando a papá", dijo ella emocionada, y no sabía qué fecha era ni por qué me había llegado ese recuerdo tan fuerte de él." Cuando ya tuvo a su hijo, estaba una noche dándole un biberón tardío en la casa silenciosa. Estaba sentada en un sillón y tenía a su bebé medio dormido, que chupaba de la tetina sin abrir los ojos. Estaba muy cansada, muy muy cansada, y creía que se iba a quedar dormida, pero los dolores del reciente parto y la flojedad le hacían llorar constantemente porque María soportaba muy mal el dolor. Entonces una paz interior llegó hasta ella inundándola, el dolor desapareció por unos instantes, y una alegría injustificada la sucumbió de golpe... frente a ella, lo sabía, estaba


su padre. No era visible, pero podía sentirle, y además de eso, podía notar su amor.

LOS CUATRO PUENTES Rebeca tenía dos abuelos a los que adoraba, pero ahora están muertos. Y sobre ellos es la historia que os voy a contar. Un día el abuelo falleció y la abuela quedó como un alma en pena vagando por la casa que habían compartido tantos años en amor y armonía. Aún tenía familia por supuesto, pero no era lo mismo. La abuela tenía mucha confianza en Rebeca, tanta que terminó confesándole algo que le ocurría: soñaba con su marido muerto. "Hay cuatro puentes, y al final de los puentes está él, alargando la mano para que vaya con él". Pasaron los días y los meses, y una noche fue Rebeca la que tuvo un sueño extraño: Era pequeña y entraba a un ascensor con su abuela. Iban cogidas de la mano y el elevador ascendía pisos y pisos. Una especie de viaje sin retorno puesto que el ascensor no era familiar para Rebeca. No sabía cuántos pisos habían ascendido cuando, de pronto, el ascensor se paró y se abrieron las puertas. La abuela soltó la mano de Rebeca y salió. Ella trató de avanzar pero su abuela le dijo: "No, tú no vienes conmigo". La abuela le sonrió en su sueño y aquí terminó todo. Cuando Rebeca se despertó por la mañana su abuela había fallecido la misma noche. En el sueño se había despedido de ella. Y me preguntaréis, ¿qué tienen que ver los cuatro puentes en esta historia? Cada puente es un mes. La abuela falleció cuatro meses después que su marido, o sea, cuatro puentes después... y recordad que ya os lo decía ella en su sueño: al final de los cuatro puentes, su fallecido marido le tendía la mano.


Carlos Trejo Empezó a componer desde que tenía memoria. Cuenta con mas de 300 canciones ya escritas y registradas ante derecho de autor, formo su primer grupo de nombre "dogma" donde quedaron influencias musicales muy profundas dentro del genero romántico. Sofía esposa de éste le enseña a tocar guitarra y le ayuda a formarse como músico. Ha tocado en gran cantidad de lugares uno de estos, la hostería JOHN LENNON. Entre su trayectoria musical dejo gran cantidad de amigos que recuerda con cariño como es: Luis Miguel Corral, Cesar Aguilera, Francisco Núñez entre otros. Hijo de crianza de Guillermo Lepe. Destacado compositor de la canción página blanca que fuera muy famosa en la época de los tríos. En la imagen Carlos Trejo y JOHN LENNON. Sobrino de Marco Antonio Campos "VIRUTA" destacado cómico de la época donde formara el dueto con el muy conocido "CAPULINA" Retoma su carrera musical como canta-autor después de tener su guitarra empolvada por mas de quince años formando así a ¡¡WELLS FARGO!! Creando así la música para la película CAÑITAS UNA HISTORIA REAL. Existe DIOS para Carlos Trejo? Sin ser fanático ni profesar algún tipo de religión, te puedo asegurar que lo ve todos los días, reflejado en cada una de las cosas que lo rodean y cada día siempre se le escucha decir... Te agradezco Dios mío por permitirme ver tu grandeza todos los días de mi vida, la cual se refleja en mi familia. Gracias Dios por enseñarme a comprender mis errores y corregirlos, para tratar de ser un mejor ser humano, para mi y mis semejantes en cada momento de mi existencia. Hay algo que Carlos Trejo nos dice siempre y tiene mucha razón. Nunca esperen estar al borde de la muerte, para amar a sus seres queridos o pedirles perdón, La vida no la tenemos comprada. Hoy pueden estar frente a él, pero con una gran diferencia... llegar orgullosos de sí mismos y con la cara muy en alto.


Detrás de cada puerta Detrás de cada puerta, detrás de cada rincón, se esconde nuestra imaginación. Nuestro cerebro, que travieso nos lleva hacia viajes que no podemos evitar y que pareciese, que con la espina dorsal se hubiera aliado, ¿a que sí? Aquí, tras la puerta me hallo. Pronto, tendré que moverme. No me voy a quedar aquí todo el rato. El primer relámpago me dará la señal, de preparados. Y el primer trueno la de ya. Ahí va el relámpago. Preparados. Y aquí tenemos el trueno. ¡Ya! No entiendo, qué hago aquí solo. Por que los demás aun no han venido. Esta casa es genial, para una fiesta de Halloween, pero... con gente. Con mis amigos, si no... Me siento solo... en medio de la oscuridad. En medio de todo lo que creemos ver en ella. De todas esas sombras que, si bien es verdad que no existen en la realidad, si lo hacen en nuestro cerebro. Y con eso basta, creedme. Con eso basta. El cerebro manda. Y si el cerebro nos dice que vemos lo que vemos, sí que lo vemos y da igual si existe o no. Porque para nosotros si que existe. Entonces... pasos... Tras mía. Cada vez más cerca. Todo es oscuridad. Las nubes han ocultado la luna y no pasa luz por la ventana. Unos pasos contundentes. Me tiene atrapado y lo sabe. No puedo escapar. Y eso, también lo sabe. El ruido de la tela de una camisa cuando subes el brazo. Algo se posa en mi hombro. Una mano, quizás. Pero es viscosa, parece liquida. Pues me resbala por el hombro y va cayendo hasta el pecho. No me atrevo a mirar. Me da miedo. De pronto, delante mío. Una sombra, sale de un rincón y lenta se dirige hacia la pared, mientras repta por ella, a ras de suelo, como si fuera un lagarto. Otra sombra sale de la otra esquina y hace exactamente lo mismo, pero para el lado contrario. No me atrevo a mirar hacia las esquinas que se hallan detrás de mí, a ver si pasa lo mismo. Pues tengo miedo de descubrir, a quien me ha agarrado por el hombro. Las dos sombras de delante de mí ya se han encontrado y se han fusionado en una. Una más grande, que avanza hacia mí. Entonces, lo que sea que se halla tras mía me agarra el otro hombro. Y me llena también, de ese liquido. La sombra se halla cada vez más cerca de mí. No puedo moverme. Entonces, lo veo claro. El ser que me tiene agarrado, me ha atrapado. Trata de inmovilizarme, para que la sombra me tenga a su


merced. La sombra cada vez más cerca de mí. Mas cerca... más cerca... Detrás de cada uno de los recovecos de nuestro cerebro vive nuestra imaginación. Nuestra increíble arma, capaz de convencer al más pintado de que todo es verdad. De que algo te toca tras tuya y te atrapa. De que algo liquido resbala por tu hombro y tu pecho. De que una sombra se abalanza sobre ti... Pero aunque mis amigos solo querían gastarme una broma, llegando tarde a la fiesta, creo que esta vez se han pasado un poco. Si hay algo cierto, es que accedí a venir a esta fiesta, con la condición de que nada de esto pasara. Tengo miedo de las mansiones oscuras. No me gusta estar solo en ellas. Creo, que alguien lo va a pagar caro esta noche. Me parece que en la cocina hay un cuchillo de esos de cortar jamón... Clarisa Clarissa era ese tipo de chica que parece que solo existen en las series juveniles. Era muy inteligente, jamás había bajado de un 9 en cuanto a media escolar, era muy guapa, tenía don de gentes... Este era su gran problema: era prácticamente perfecta y eso irritaba a muchos de sus compañeros, algunos de los cuales ya habían tratado de tenderla una trampa, de asustarla aunque su reacción fuera mínima, algo que demostrara que tenía algo de sangre en las venas. Habían intentado colarle ratones en su cama, esconder arañas en su mochila, explotar petardos cada vez que ella pasara... pero nada dio resultado. Clarissa no se inmutaba lo más mínimo ante los absurdos intentos de sus compañeros. Hasta que un día uno de ellos dio con una "genial" idea: -Propongo que cojamos una mano del modelo de cadáver que tenemos en el laboratorio y lo colguemos de la cadena que hay en el cuarto de baño de Clarissa. Y así cuando vaya a encender la luz se encontrará con que está estrechando la mano de un muerto.-Ja,ja, es genial tío. Si eso no la asusta no lo va a hacer nada. Dicho y hecho. A la mañana siguiente, mientras todos desayunaban en el comedor, los bromistas aprovechaban para comentar qué cara se le habría quedado a Clarissa tras haber visto el "regalo" que le habían dejado en el cuarto de baño, todo esto muertos de la risa. Pero Clarissa no bajó a desayunar, ni acudió a ninguna del resto de horas de clase. Sus compañeros se escamaron mucho, Clarissa jamás había faltado tanto tiempo sin haber avisado a nadie así que dedujeron que algo malo le habría pasado y decidieron ir a buscarla. Cuando llegaron a su cuarto, oyeron una risa histérica que les puso los pelos de punta...y procedía del cuarto de baño. Cuando llegaron hasta allí, vieron a Clarissa sentada contra la pared y con los ojos prácticamente salidos de sus órbitas ,mirando fijamente la mano que colgaba de la cadena, riéndose sin parar...pero no era una carcajada de alegría, era un ataque de locura producto del impacto de haberse visto estrechando esa mano cadavérica. La broma había funcionado, pero nadie se reía


Violeta y verónica Había una pareja que era muy feliz, cuando la mujer se embarazó la alegría fue doble porque iba a tener niñas gemelas. Al nacer, los bebés eran adorables y les pusieron como nombres Violeta y Verónica. Como es obvio, las gemelas eran físicamente como 2 gotas de agua, pero de carácter no podían ser más desiguales: Violeta era perfecta, alegre, cariñosa, lista y Verónica era más bien tímida, triste, callada. Aunque aparentaban llevarse bien y ser muy felices, la realidad era muy diferente. Una noche, los padres decidieron salir a cenar y dejar a las gemelas solas en casa por primera vez. "Yo me encargo de todo" dijo Violeta. Como la niña siempre había sido muy responsable, los padres accedieron. Se fueron felices mientras las gemelas se quedaban con un montón de juguetes y viendo su serie de tv favorita. Poco después de medianoche los padres regresaron y cuando abrieron la puerta de la casa, escucharon a Verónica muy alegre cantando "1, 2, 3, 4, a Verónica quieren ahora, 1, 2, 3, 4, Violeta se irá para no volver... ja, ja, ja". Extrañados pero contentos, porque las niñas parecían divertirse, los señores entraron en el cuarto donde Verónica estaba cantando. Pero, ¿dónde estaba Violeta? De repente, vieron un charco de sangre debajo de la cama de su hija predilecta pero lo peor estaba por venir: al quitar la sábana vieron el cuerpo mutilado de la niña, mientras Verónica seguía tarareando. Horrorizada por su obra se arrojó por la ventana y murió. La pareja no superó esta tragedia y también falleció al poco tiempo. Todavía no había pasado ni un año desde aquella fatídica noche, cuando una familia se fue a vivir a la casa de las gemelas, donde se escuchan voces raras, como de unas niñas jugando y cantando, pero de repente, la canción se convierte en un desesperado grito de auxilio...


El responsable Yo me encontraba a cargo de todos esos desgraciados. Tenía la responsabilidad de hacer que se sientan cómodos- si es que eso es posible-. Tenía la responsabilidad de levantarlos, alimentarlos, ducharlos, controlarlos, de contener todas sus vidas. Es el precio que hay que pagar por la locura. Sí, yo trabajaba en una clínica mental, mejor dicho un "loquero". Todos los días tenía que cuidarlos y normalmente no era una tarea muy difícil; la mayoría se negaba a hablar, el encierro hacía sus mentes se volvieran, simplemente, vacías, sin ningún otro propósito que existir. A los que hablaban, era preferible no escucharlos. Pero lo que siempre se escuchaba, sin excepción alguna, eran los gritos desesperados de cada una de las habitaciones. Al director de la clínica no se lo veía mucho en los alrededores. Era una persona muy fría y jamás le importó la comodidad de estas personas, que vivían empeorando en su propia miseria. Los pacientes llegaban a golpearse, morderse y rasguñarse hasta sangrar o peor. Al principio no fue muy difícil controlarlos, pero se fueron poniendo cada vez más violentos. Sin embargo, el doctor director no tuvo el más mínimo de consideración hacia ellos. Hubo una rara vez en que un hombre ciego, bastante grande de edad, llegó a la clínica escoltado por dos policías. Había sido declarado mentalmente enfermo e incapaz de proceder ante el juicio del asesinato de tres jóvenes. Según él, sus almas habían sido raptadas por una criatura maligna. Este hombre estaba de veras mal de la cabeza, sin duda alguna. Seguramente sufría de esquizofrenia o algo parecido. Sin embargo, el viejo no causo problemas durante las primeras tres semanas. Hasta solía hablar con él y no parecía estar loco. Pero, una noche, durante la cuarta semana, se sintieron los gritos del viejo por todo el edificio. Había despertado a todos los restantes pacientes y los alaridos no cesaban. Como conocía al viejo, decidí tratar de averiguar que le pasaba, pues esa actitud no era propia de él. Me dirigí hacia su habitación, aunque las habitaciones se parecen más a una celda, pues están encerrados con llave ahí la mayor parte del día y en ellas no cuentan con nada más que la cama y unos cuantos muebles .El anciano estaba sentado en un rincón, simplemente gimiendo de dolor. Pensé que seguramente estaría sufriendo de algún mal causado por heridas externas o internas. Sus gritos no daban a entender que era un dolor común. Cuando entré, junto a otros dos médicos, no podíamos creer lo que estábamos viendo. Al principio parecía estar acurrucado en el piso, pero inmediatamente luego de que tuvimos una vista más cercana, pudimos notar que estaba en una horrible posición. Era simplemente incomprensible. Nos quedamos petrificados por unos segundos y no hubiéramos podido salir del trance de no ser por los gritos infernales que Emilia el anciano. Una vez en enfermería, no pude evitar querer ir a visitarlo. Quería saber la causa de su raro acto de contorcionismo. El doctor encargado de él no sabía nada, es más, decía que el paciente tenía un casi perfecto estado físico. Me dejaron estar sólo por unos minutos con el anciano y por eso le planteé directamente lo que me preguntaba y esta su respuesta "Lo vi. Me encontró y no me dejará en paz. No estoy loco, no, no lo estoy. Pero sólo yo puedo verlo, no deja que otros lo vean. Se mete dentro de mi cabeza y hace cosas contra mi voluntad. Pero no es una alucinación ¿Tu me crees?" y antes de que le pudiera contestar llegó el guardia y me obligó a ir de vuelta a mi trabajo. Todavía desde el pasillo podía escuchar como se repetía a si mismo que no estaba loco y que lo ayudaran. Días después fue dado de alta y cada vez que tenía que atenderlo parecía más estremecido. Empezó a gritar todas las noches, según lo que me contaban los guardias y por las mañanas aparecía con cortes por todo el cuerpo. Fue llevado a un área de más importancia, donde decían que podían controlarlo mejor. Tres semanas más tarde murió. Durante unos meses semanas me estuve preguntando que habría sido del viejo, y qué es lo que él veía; pero, lentamente fui olvidándolo. Años más tarde, cuando me encontraba haciendo guardia de noche en la clínica, escuché esos mismos gritos, eran inconfundibles, atroces. Sentía como se me helaba la sangre. Me dirigí hacia la habitación en donde


había estado el anciano, la cual había sido ocupada nuevamente. Era una imagen aterradora. Era el otro paciente, estaba en el rincón, tal como lo había estado el viejo aquella noche. Pero no estaba solo, había una cosa con el y lo mató delante de mis ojos. No podía moverme. La criatura había empezado a acercarse a mí, y lo último que recuerdo de esa noche fue esa cara maldita, esos ojos que no mostraban ni el más mínimo destello de piedad; esas garras que desgarraban piel y carne sin misericordia, luego perdí la consciencia. Al día siguiente desperté en la habitación, junto al cadáver ensangrentado. Yo estaba empapado en sangre y mi desesperación creció y creció. Golpeé la puerta rogando por ayuda, temí que la criatura regresara. Ahora puedo comprender al viejo, mientras me encuentro del otro lado, donde no estoy protegido de eso y nadie quiere escucharme, nadie me creerá, lo sé, ni siquiera ustedes.

Brujas En lo que va del año ya van tres reportes de este tipo; uno de estos han ocurrido en el Panteón Santa Catalina, en donde un policía narra haber sido testigo de la aparición de dos "brujas"."Veo una persona vestida de negro, con plumas, con garras negras... entonces me hago para atrás, me meto otra vez al cuarto en que estaba, y de este lado al cerrar la puerta venía otra... y pues ya eran dos brujas" expresa el oficial de Policía de Santa Catarina Gerardo Garza Carvajal. El caso sigue intrigando a los investigadores que se han enfocado a estos casos; Tomas Amador investigador especializado en criptozoología menciona "lo que se me hace muy significativo es que el policía lo describe con garras y con plumas, que ya es una situación más tirando nuestra atención hacia un animal, más que a lo que coloquialmente llamamos una bruja".Otro caso fue un avistamiento ocurrido en las faldas del Cerro de las Mitras a la altura de la Colonia Cumbres en la ciudad de Monterrey, el cual pudo ser videograbador por el señor José Ramón Villarreal Ortega quien es miembro del Ovni Club Nuevo León, y que ya esta siendo investigado por el mismo grupo; el más reciente fue uno ocurrido el Domingo 24 de septiembre en el Cañón de La Huasteca en el municipio de Santa Catarina, donde un estudiante adolescente logró captar algo enigmático durante una visita a ese paraje. El adolescente de nombre Rubén Gamez Martínez y que vive en la Colonia El Obispo del mismo municipio dice "no me fijé bien porque estaba grabando la Cueva de la Virgen... y ya acabé de terminar de grabar y la volví a repetir y salió eso... primero empezaron a decir que sí, que era una bruja".Los investigadores no se han puesto de acuerdo en este tipo de fenómenos, para unos son aves gigantes mientras que para otros podría tratarse de otro tipo de seres misteriosos; al respecto de esto, el investigador de fenómenos paranormales Pedro Garza opina "yo siento que, tal vez, tanto la "bruja" como este pájaro que se ha visto, a lo mejor, son distintos, no estamos hablando de lo mismo, pero habría que hacer una investigación más amplia".Sin embargo, los reportes han continuado intrigando a la comunidad, y sorprendiendo a cuanta persona llega a ser testigo de uno de estos sucesos, como es el caso de Francisco Peña trabajador de un rancho que está ubicado junto al Panteón Santa Catalina quien menciona "algo así me ha tocado escuchar, pero dicen que luego se oyen así como ruidos de guajolotes, que se "ríen" los guajolotes allá atrás, pero allá atrás nadie vive, somos los únicos que vivimos ahí y sí nos espantamos".Las investigaciones continúan, "la verdad es que hasta no tener más información (no) podemos afirmar algo, pero inclusive, hablando coloquialmente, podríamos estar hablando de una arpía, o una "bruja", o algo diferente" comenta el investigador Tomás Amador.Distintos avistamientos de extraños seres voladores se


han reportado en los cielos de Nuevo León, algunos presuntamente con apariencia de pájaros grandes y otros de "brujas", sin embargo siguen siendo un misterio, todo un caso Archivo Insólito.

La daga


Caminaba entre la oscuridad, la humedad se colaba entre mi bufanda y mi abrigo, y penetraba hasta mis huesos, lo sigo pensando...aunque pasen 10 años mas nunca me acostumbrare a este frío, mi aliento reflejaba la tenue luz de algunos faros que estaban cerca, también se escuchaba, era jadeante, tampoco me había acostumbrada subir esa colina todas las noches. De repente, en medio del silencio siento que me ven, siento que me siguen, no volteo, no apuro el paso, solo meto mi mano derecha en mi pantalón para agarrar una daga, disimuladamente la pongo al frente, en su mango tiene dibujada una calavera rodeada por 2 dragones, ojala y esta vez me ayude, oigo una respiración, no era jadeante, es como anhelante, impaciente, como la de un niño mientras que espera que se le de un dulce o un muñeco, ahí me paro en seco, y me volteó y lanzo un golpe con la daga en la mano al...aire, no había nada ni nadie, acababa de terminar de subir la colina y había llegado al principio de una calle, esta estaba vacía, no había ni un perro callejero, estaba completamente sola, pero yo sabía que allí había alguien, con un aliento anhelante, ¿pero que? de cualquier forma, ¿donde se podría esconder? era una calle recta, sin callejones..., me voltee, y ahí estaba debía medir como 2 cabezas mas que yo, su carne era rosada un tanto descompuesta como si se le hubiera caído(o mas bien le hubieran arrancado) 2 capaz de piel, llevaba puesta una chaqueta andrajosa y rota, no le pude ver la cara, casi se me cae la daga de la impresión, pero me di cuenta que ni porque le diera gusto donde esta el corazón lo vencería así que cruce la calle en diagonal y corrí, grite lo mas duro que pude, pero parecía que no había nadie, al fin vi un callejón ahí me metí y vi. un cartel que decía "Gran baile del teatro de "Wallstreet""lo había olvidado, ese estupido baile, aquí todos aman esos bailes formales, pero yo no, ni lo recordaba, por eso es que no había nadie, y Wallstreet, esta como a 15 minutos de aquí en carro, en eso escucho un estruendo detrás de mi, nose por donde entró a ese callejón, pero lo que yo hice fue salir, y correr, gritando, con la esperanza de que algún despistado hubiera olvidado la entupida fiesta, pero me di cuenta que así solo le decía a mi atacante donde estaba, me dirigí a mi casa y saque las llaves y trate de abrir al puerta, pero las llaves se me cayeron por el temblor(tanto del frío como del espanto) las agarre, mientras escuchaba el estruendo de la bestia que me perseguía, la abrí, mis 4 Rotweillers me saludaron pero yo solo les pedí que callaran y me siguieran, y fui al patio trasero donde por el hueco que ellos hacen para escaparse huí, estaba al borde de un riachuelo, si cruzaba el bosque que estaba al otro lado llegaría a wallstreet, salte y mis perros me siguieron, empecé a cruzar el bosque mientras innumerables ramitas me cortaban la piel, pero no me importaba, solo me quería ir de ahí, oí árboles chocar contra el suelo, y vi para mi espanto que me estaban siguiendo, apresure el paso, y corrí por unos 20 minutos hasta que no pude mas, mis perros lo veían como un juego y me ladraban moviendo la cola, yo vi unas raíces donde esconderse y los conduje hasta allá y nos metimos pidiéndoles que no ladraran, el mounstro paso por ahí despedazando todo, sin vernos, ahí me quede, hasta la mañana del día siguiente, no había nadie, excepto mis perros, yo y un camino de pequeños árboles caídos, se dirigían a Wallstreet, lo seguí, y cuando llegue al lugar donde fue el baile, quede horrorizada, cadáveres por todas partes, cuerpos mutilados, cabezas por un lado y piernas por otro, viseras tiradas en la fuente que ahora era de un color rojo sangre, todo había sido destruido, vi a gente que conocía, algunos compañeros de trabajo, otros niños, vi a todos despedazados con mordiscos, era desgarrador, vomite, y casi sin poderme mantenerme de pie, fui a una cabina telefónica y llame a la policía del pueblo vecino y les conté, no que me había perseguido una bestia sino la destrucción, estuve cerca de esos cadáveres como 4 horas hasta que llegaron los oficiales y les conté todo, me creyeron loca, pero no sabían que pensar al ver los mordiscos y los árboles caídos en el bosque...


El bar En un bar del distrito de Breña, Limba, mi tío tomaba algo con sus amigos y su esposa Pilar. Al cabo de un rato mi tío estaba ya muy borracho, mi tía Pilar para evitar el mal rato que le estaba haciendo pasar, le dijo en público: - Oye, vete a la mierda y llega a cualquiera hora a la casa, porque yo ya me voy. Mi tío se quedó solo, y para evitar burlas de sus amigos, se fue a tomar a otro sitio. Bueno, a altas horas de la madrugada, al pasarle la borrachera, decidió ir a casa. Cuando estaba casi llegando a la avenida, donde normalmente toma un taxi, se le acerca lentamente una señora, vestida de negro, parecía una señora viuda. Disculpe, ¿me podría decir la hora?. Preguntó la mujer. Mi tío al ver su reloj, observa que la señora no tenía pies y flotaba, al observar esto se dio a correr, mientras más velocidad tomaba más despacio parecía que corría, la señora se le acercaba más y más. Mi tío tenía la sensación de que su brazo estirado estaba a punto de atraparlo. Por fin llegó a casa donde desesperadamente golpeando a la puerta y pidiendo auxilio alocadamente. Debido a los gritos todos nos despertamos, nosotros salimos corriendo en calzoncillos a ver que pasaba, le preguntamos que le pasaba y mi tío con un tono asustado nos respondió: - ¡La Viuda!, ¡La Viuda!. Gritaba mi tío mirando hacia atrás. Nosotros mirábamos pero allí no había nadie. La viuda había desaparecido por completo. Semanas después, mi tío nos lo contó todo con más detalle, así que fuimos al lugar de los hechos y a altas horas de la madrugada, como cuando estuvo allí mi tío. Cuidadosamente preguntamos y nos dimos cuenta que una señora se había suicidado en ese lugar después de la muerte de su marido, la mujer se quedó sin piernas, totalmente mutiladas, ella se llamaba María Carbajal y vivía en esa calle en el año 1984, testigos nos cuentan historias muy parecidas a lo que vivió mi tío. Y hoy quince años más tarde, vivimos para contar la historia, yo a los 32 años y mi primo a los 29, aun no hemos visto a la viuda negra pero son muchos los que si la han visto, todos nos cuentan que te pregunta la hora para que te des cuenta de su apariencia de ultratumba y que está sin pies, flotando en el aire, luego te persigue para llevarte...


Alicia y Tim La primera vez que Alicia observó a TIM, su marioneta de regalo, no le llamó mucho la atención. Solo recordaba esa sonrisa extraña, y sus cejas caídas con sesgos extraños de malicia y melancolía, encerrando muchas interrogantes en torno a su procedencia, fue a dar sin mas al viejo baúl de los recuerdos. Quizás ese gesto despiadado para con TIM, era producto de su inquietante semblante. Esa despreocupación absoluta por su bienestar cuando los niños desechan la basura que los adultos suelen dar, sin saber siquiera el gusto del festejado. Reflejaba la indecisión de Alicia a la hora de usarlo y mucho menos presumirlo a sus amiguitos, solo de vez en cuando, aseando la casa, observaba su figura asomar entre los juguetes, para su sorpresa, ahora el rostro deformado en una expresión de rabia, de enojo hacia Alicia. Movida por la curiosidad más que por otra cosa ajena a su voluntad tomó sus cuerdas, haciéndola bailar para ella; notó un pequeño cambio en el semblante de su amigo de madera, tornándose levemente maliciosa como al principio incitándola a no parar... levantando la cabeza hasta cruzar su mirada con la de la niña, sonreía de placer, un tanto diabólica, supo de inmediato que deseaba más todavía y que eso no era bueno... En ningún momento Alicia quiso imaginar cuando ocurrió el cambio. Como por inercia, consiguió tirar a TIM lo más lejos posible. Tendido al lado de su cama, con el cuello levemente dislocado... y esos ojos chicos llenos de un deseo extraño. Incitándola a arrojarla, esta vez, al fondo del baúl, muy al fondo .Pudo imaginar el sentimiento de aquel muñeco, y los deseos casi incontenibles de libertad, siendo manipulado desde su creación de forma dependiente a alguien que lo controlara, aun así ignoró los lamentos desde el interior de su frágil “humanidad”, gritando desesperadamente a su mente trascendiendo la frontera de la razón y la realidad de un simple muñeco. A pesar de ser así, era una simple marioneta, y era Alicia quien tenía el control. Hasta el día en que, misteriosamente, desaparecieron cada uno de sus juguetes, uno por uno. Atribuible, desde luego, a la fascinación de su hermano mayor por desarmar todo aquello que presente un desafió a su ingenio destructivo. Pero no. Para cuando los encontró, observó que tenían pequeños orificios en ambos brazos y piernas, con cuerdas colgando de sus extremidades, con la boca zurcida para evitar el grito de dolor al sentir sus punzadas, como si todos en aquella pieza poseyeran algún tipo de vida propia... Y en el pecho de TIM escrita las frases..."Alicia... mi juguete preferido... juega conmigo" La niña trató de retroceder, y salir corriendo de la habitación, pero los brazos de su padre la detuvieron al instante de su frenética huida fuera de la casa, o más lejos quizás si las piernas le daban. A comer. Alicia bajó las escaleras, muy pensativa, sentada frente a la mesa. Rondada por la fastidiosa idea de TIM dando vueltas a esa misma hora, pero sería demasiado paranoico pensar en ello, pues más de alguna vez su hermano mayor le había gastado ese tipo de bromas. Tan inocente, tan miedosa, un gesto de angustia comenzó a quitarle lo poco de hambre que tenía cuando notó que su madre tenía heridas en ambas muñecas a la hora de servirle el plato de entrada:- Estaba un poco distraída... me tienes preocupada hija, ¿sabes? Fue su excusa cuando miro los ojos de Alicia llenos de miedo, luego que su padre acotara:Yo también me corté un poco... que descuidado somos, ¿no es así, mí querida pequeña? Gesticulando con una sonrisa extraña, igual a la de su marioneta TIM, acercándosele cada vez más Alicia comenzó a retroceder disimuladamente, pero algo la detuvo cuando comenzó a sentir cada vez más ligeras las piernas, y un cosquilleo en sus manos, como la sangre alborotaba su cabeza, cayendo dentro de ella misma... cayendo. Se desmayó .Perdiendo el sentido, para luego despertar en su cama, producto de un fuerte escozor en sus extremidades. Observó con terror como sus brazos se movían por sí solos. Miró el techo con las pupilas dilatadas, aquel muñeco manipularla a su antojo:-Niña mala... jugaremos los dos ahora... solos tú y yo- Y de pronto soltó una carcajada estrepitosa que le hubiese partido el alma, a parte del cuchillo que sostenía TIM justo en esos momentos. Alicia trató


de pedir ayuda con un grito, pero sus labios estaban sangrando: también los había cocido de extremo a extremo, como a una muñeca. Sollozando, pidiendo perdón, cerró los ojos y sintió como cayó desplomada otra vez en su cama. Volvió a abrirlos, y notó que no había nada, ni nadie, solo la ventana abierta de par en par, y el viento acariciando su rostro. -Debió ser un sueño- Pensó. Tratando de consolarse, cuando se acordó del baúl de los juguetes, caminó unos pasos y miró el interior del baúl. ¡Sorpresa! TIM, la marioneta, no estaba allí. Solo unas cuerdas desechas, y unas viejas tijeras junto a un rastro de sangre que daba a la habitación de sus padres... Alicia sintió miedo... sabia lo que estaba pasando... sintió unos pasos atrás suyo... y una pequeña sombra deslizarse por los rincones... La puerta se cerró de golpe... Ambos estaban solos...-Juega conmigo... Alicia.- Dijo la voz.


Hombre polilla

El hombre-polilla fue visto por primera vez (aunque existe otra versión) el 12 de Noviembre de 1966 en las proximidades de Cleudenin. Una escuadrilla de hombres que realizaban reparaciones en el interior del cementerio afirmaron haber visto pasar por encima de ellos y volando a baja altura a "un ser humano de color gris", no un pájaro sino que un hombre con alas. En la noche del 14 al 15 de noviembre, un par de jóvenes matrimonios, los Scar Berry y los Mallete paseaban alegremente en automóvil cerca del sector conocido como "área TNT", una zona de antiguos depósitos militares de explosivos usados durante la segunda guerra mundial. Recorrían el sector sin mayores preocupaciones cuando pudieron observar al margen del camino a una criatura de unos 2 mts. De altura, con dos alas plegadas a la espalda y que les miraba atentamente con un par brillantes ojos de color rojizo. Roger Scar Berry viró en dirección del la carretera principal y aceleró el vehículo lo más que pudo, alcanzando rápidamente los 100 km por hora, los ocupantes aterrorizados vieron como el extraño ser comenzaba a seguirles desde las alturas, pero sin batir sus alas, como si contara con un motor de propulsión, les siguió hasta la misma entrada del pueblo, los testigos afirmar haber oído un agudo grito proveniente de la criatura. Cuando relataron lo sucedido a la policía, se ordenó una exhaustiva búsqueda en el "área TNT", pero nada extraño fue encontrado. El día 16, también en las inmediaciones del antiguo depósito militar, Marsella Benet asegura haber visto al monstruo: "Lo vi entre las sombras, era como si se hubiese estado arrastrando en el piso y lentamente fue poniéndose de pié, de color gris y mucho más alto que un hombre, con dos terribles ojos rojos". Al igual que los matrimonios de las noches anteriores, Bennett atribuyó poderes hipnóticos a la mirada de ese par de ojos rojos. La noticia no tardó en difundirse y rápidamente Pointe Pleasant se convirtió en el foco de atención de muchos "caza-monstruos", que armados recorrieron una y otra vez los sitios señalados por los testigos sin encontrar absolutamente ningún indicio del hombre-pájaro. Pero éste no había desaparecido aún. El 25 de Noviembre, en un campo de cultivos, Thomas Ury pudo ver, a las 7,15 de la mañana cuando se dirigía a su trabajo, una figura humana de color grisáceo, elevándose verticalmente desde el suelo y abalanzándose contra el auto. Ury aterrorizado aceleró, pero la bestia lo estuvo siguiendo, circunvalando el vehículo, como si jugando, durante varios kilómetros. Pilotos pertenecientes a la base militar cercana de Galípolis, el día 4 de diciembre tuvieron "el placer" de observar al monstruo maniobrando y planeando sobre el río, pudieron calcular que iba a unos 100 mts. De altura y a casi 100kms. Por hora, le siguieron con sus aviones con la intención de fotografiarle pero no pudieron ya que el ser desapareció en uno de sus movimientos cerca de un espeso bosque. Según los reportes y testimonios recopilados se puede deducir que el hombre-polilla es una criatura que mide entre 2 mts y 2,5 mts de estatura, de color gris o café oscuro, con forma humana pero carece de brazos y cabeza, posee un par de ojos de intenso brillo, de color rojo y con poderes hipnóticos, éstos estarían situados donde un hombre normal tendría los hombros Las alas se recogen en su espalda cuando se usan y alcanzarían una longitud de 3mts. Extendidas. Los avistamientos ocurrieron todos en Noviembre y Diciembre de 1966, después de esta fecha no se ha reportado ningún caso que tenga relación con este extraño ser. Nadie pudo entonces, ni ha podido después, tener la respuesta a este extraño suceso.¿Que clase de animal, ser humano o máquina voladora pudo ser esta criatura? ¿Será acaso producto de la naturaleza o invención humana? ¿Que podría haber buscado en una abandonada bodega de explosivos? Talvez nunca lo sepamos


María María era una chica común y corriente, lo único que la diferenciaba de las demás niñas era que siempre le gustaba jugar juegos de niño...por lo cual siempre la conocían como María Marimacha... Un día su madre la llama: "¡María! ¡María! ¡ven hija tengo que hacerte un encargo!... así que María fue rápido a ver que quería su madre... la señora le dijo: "Mira María ahorita estoy muy ocupada, así que quiero que vayas al mercado a comprarme corazón de res y aceite para hacer anticuchos en la noche ok"... está bien ya voy -dijo MaríaMaría fue con el dinero que le dio su madre para el mandado y de camino al mercado vio a unos niños jugando bolitas (Canicas) a lo cual ella les gritó: "¡Oigan! les apuesto todo el dinero que tengo a que les gano jugando bolitas"... los niños con tono burlesco le dijeron: Está bien pero después no te pisonees... entonces comenzaron a jugar, pero el juego al poco tiempo dejó de ser divertido para María ya que perdió y tuvo que dar el dinero del mandado como paga de la apuesta... María no sabía que hacer ya que si regresaba a la casa sin el dinero su madre le daría una tunda que jamás olvidaría, en eso se acordó que hace algunos días su tío había fallecido y lo habían enterrado en un cementerio no muy lejos de donde estaba ella, así que rauda y con una idea macabra fue rápido a por él... al llegar a la tumba de su tío María lo desenterró, el olor era fétido pero aún no había sido carcomido por los gusanos, así que sin ningún asco se las arreglo para sacarle el corazón a su tío muerto, después de esto metió el corazón en una bolsa y volvió a enterrar a su tío, pero le faltaba el aceite así que hizo algo asqueroso, orinó en una botella de plástico y regreso como alma que lleva el diablo a su casa... Al llegar a su casa su madre la esperaba molesta y le increpó: "¡Tanto te has demorado niña! ahora de castigo te quedas sin comer los anticuchos que voy a preparar" ¡Que alivio! -pensó María- así que su madre y su hermana comían de lo más contentas el bocadillo maldito que trajo María... La hermana de María exclamo: ¡Estos anticuchos saben algo raro! Ideas tuyas -Dijo MaríaMás tarde esa misma noche la madre de María y su hermana decidieron ir al cine y le preguntaron a María si quería ir a lo cual María se negó rotundamente diciendo que estaba muy cansada, así que su madre y su hermana se fueron solas... Esa misma noche María decidió irse a acostar ya que estaba cansada, apago las luces de su habitación y al cerrar los ojos escucho un suave susurro que decía: "María Marimacha devuélveme mi corazón" María extrañada encendió las luces pero no vio nada así que pensó que era un sueño, al volver a acostarse volvió a escuchar las mismas palabras pero ya no en susurro sino en gritos desgarradores: "¡MARIA MARIMACHA DEVUELVEME MI CORAZON! ¡MARIA MARIMACHA DEVUELVEME MI CORAZON!" no es posible dijo María esa es la voz de mi tío mordió sus labios en un intento desesperado de despertar de un supuesto sueño, pero no con los labios embadurnados de sangre comprobó que no era un sueño y que los gritos eran reales, sintió como un hombre se acercaba a ella lentamente en la oscuridad, María estaba tan asustada que gritaba ayuda pero nadie la escuchaba así que corrió a esconderse en un ropero... Unas horas después su madre y su hermana llegaron del cine y al no ver a María en ningún lado comenzaron a buscarla hasta que la señora escuchó un estruendoso grito de su hija menor... al correr a ver de que se trataba vio que dentro del ropero estaba María llena de sangre y sin corazón...


La maldición Cada uno de los presentes traía un regalo a la recién nacida. Los padres le habían puesto el nombre de Medina porque a ambos le gustaba .La madre había tenido un parto muy peligroso en el cuál la matrona puso al padre en un aprieto sentimental cuando le dijo que tenía que elegir entre la madre o la niña. Pero todo salió bien y hoy era fiesta en el pueblo de Caños Cruces. Desde hacía 200 años no había nacido ninguna hembra. Todo el pueblo vio el nacimiento de Median como el fin de la maldición. Aunque hace años que nadie habla de ello y el tiempo distorsiona los sucesos la maldición había estado presente en la gente del pueblo. Desde hace tiempo los hombres buscaban sus mujeres en los pueblos colindantes. En todos estos años no había nacido ninguna hembra, Incluso los más ancianos cuentan que una mujer llamada María vino al pueblo embarazada de mellizas y el día del parto nacieron dos niños.Pero Medina había nacido en Caños Cruces y el que fuera niña era signo inequívoco de la destrucción de la Maldición .La responsable de la maldición había sido una mujer a la que una acusación de brujería y el consiguiente linchamiento habían acabado con la vida de la niña que esperaba. Maldijo al pueblo antes de que una turba de hombres capitaneados por el Párroco la quemasen en la hoguera .Medina creció sana y fuerte, todo el pueblo cuidaba de ella. Pero el tiempo pasaba y ninguna niña nació después de ella, al principio consideraron a los padres de Medina afortunados, pero el tiempo pasaba y no nacían más hembras. Un rumor se extendió por el pueblo como la pólvora. Algunos creían que Median era la reencarnación de la bruja o incluso peor, podía ser la hija que nunca nació que había venido a vengarse por la muerte de su madre. Al principio eran pocos los que llegaban a dar crédito a las habladurías. Pero testigos hablaban de haber visto a Medina en el cementerio y en el pantano cogiendo ranas y lagartos para según ellos realizar rituales impíos. La alarma saltó cuando el Párroco juro por la santísima Virgen que había visto a la niña llorando cerca de Peña roca, lugar en el cual fueron enterrados los restos de la bruja hacía muchos años. El párroco reunió a varios de los más influyentes habitantes del pueblo para intentar echar a la nueva bruja del pueblo, llegaron al acuerdo de ofrecer dinero a los padres de Medina para que abandonasen el pueblo y rehiciesen su vida en algún otro lugar lejos de Caños Cruces. Si se negaban siempre quedaba la fuerza bruta como último recurso. El comité abandonó la casa consistorial para llevar a cabo su plan. Doce de los más respetados habitantes del pueblo fueron a la casa de los padres de la bruja. Unos niños habían estado espiando por una pequeña ventana la reunión de los mayores. ¡Medina era una bruja! Eso era fantástico. Ellos serían la Inquisición. Fueron al pantano y allí estaba Medina arrancando unas hierbas. Atacaron a Medina por la espalda con unos garrotes que usaban para matar serpientes. La mataron. Habían matado a la bruja. Eran héroes y como tales fueron al pueblo para que les premiaran. Ellos dos habían acabado con la bruja. La noticia recorrió el pueblo. La comitiva encabezada por el Párroco estaba en la casa de los padres de Medina, cuando la noticia llegó. Algunos cuentan que la madre de Medina murió de pena, otros que busco el suicidio con la intención de ir a buscar a su hija. Su padre no volvió a hablar jamás. Murió dos meses después sólo en su habitación. Un año después de la muerte de Medina nació en el pueblo una hembra. La llamaron Lucia todo el pueblo vino a verla. Para sus padres debía de haber sido el día más feliz de su vida, pero no respirarían tranquilos hasta que naciera otra hembra en Caños Cruces. Hoy es 19 de septiembre, Lucía cumple ocho años y sigue siendo la única chica que ha nacido en el pueblo desde la muerte de Medina y eso todo el pueblo lo sabe.



Esta antología virtual consta con 5 ejemplares, fue recopilada el 26 de noviembre del 2008 a las 8:39 AM en la escuela Emiliano Zapata #3038 en la ciudad de Cuauhtémoc chihuahua México


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