Cuento a beneficio de la alegría de los niños hospitalizados
Autores Ana López y Chelo Claramunt, basado en una historia de Sergio Claramunt Letra del rap de PayaSOSpital Darío Piera Ilustraciones Gerard Miquel Foto Jordi Pla Diseño gráfico Miguel Querecuto Impresión RUBIO Edición PayaSOSpital Idea original Agencia IDS Valencia 2011
Es más fácil curar a un niño feliz... PayaSOSpital es una organización solidaria que acude, cada semana, a los hospitales infantiles de Valencia, Alicante y Castellón, con unos personajes muy particulares: una divertida pareja de payasos. Con el permiso de los médicos, de los niños y de sus papás, estos personajes hacen todo lo posible para que los pacientes más especiales del hospital, cambien aquellos momentos tristes o desagradables por otros más alegres y divertidos. Los payasos cantan, bailan, hacen magia o juegos malabares para que los niños ingresados se animen, sigan soñando o simplemente iluminen sus caritas con una sonrisa. A través del presente relato queremos abrir una pequeña ventana, para que seas espectador privilegiado de esta hermosa labor, que te llevará a descubrir el misterio de la nariz roja...
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quel día tocaba correr. A Clara no le gustaba mucho el deporte. Siempre inventaba cualquier excusa para escabullirse de la clase de gimnasia. Unas veces, decía que le dolía un tobillo; otras, la cabeza; o simplemente, que se le había olvidado el chándal. Pero ese día había examen. Nada menos que dar 10 vueltas a la pista del polideportivo del cole, pero tenía que hacerlo o le suspenderían educación física. -¡Uff, qué calor! Profe, ¿puedo quitarme la chaqueta? Es que me agobia y estoy sudando mucho. - Por supuesto, pero hazlo rápido. Date prisa. Según contó después Felipe, el profe de gimnasia, la niña dejó la chaqueta en el banco y volvió a correr. Al rato, empezó a ponerse pálida y se detuvo. En cuestión de segundos, cayó al suelo desmayada. Se armó un gran revuelo y llegó una ambulancia que se llevo a Clara al hospital.
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A partir de ese día, la vida de Clara iba a cambiar por completo. Le detectaron una enfermedad poco común en los niños, cuyas consecuencias no le iban a gustar nada de nada, ni siquiera un poquito… Para empezar, tendría que estar ingresada allí una larga temporada. Con mucha calma, sus padres le contaron a Clara lo que le pasaba. También vino una doctora con gafitas, junto con una enfermera muy simpática. Entre las dos, le explicaron cuál sería el tratamiento que iba a necesitar para volver a estar bien. Por supuesto, Clara sabía que iba a recibir todo el apoyo y cariño de su familia, de sus amigos y de los médicos del hospital. Aún así, se encontraba triste, enfadada y desilusionada. La habitación donde tenía que vivir durante ese tiempo no era muy bonita. Dos camas, un sofá, un sillón y una mesilla. Aunque ella era una niña muy alegre, una habitación tan sosa no le ayudaba a sentirse más animada. Además, no podría ver a sus compañeros del cole, ni comer esos canelones tan ricos, que mamá preparaba los domingos. Se acabaron también los paseos de los sábados por la mañana con papá, tomando el sol y cogiendo flores por el campo. A la mañana siguiente, Clara se encontraba mal. No sabía explicar qué le pasaba. Tenía una sensación extraña 6
y un poco desagradable: un gusto muy amargo en la boca, como aquel día en que mamá se equivocó y puso vinagre, en vez de aceite, en el bocadillo de jamón. La pequeña había pasado una mala noche. Sus padres estaban preocupados. Por eso, decidieron bajar un poco las persianas para que su Clara pudiera seguir descansando sin que le molestara la luz. La habitación quedó en penumbra. Todos hablaban bajito y se movían con cuidado, pero estaban intranquilos. De pronto, se oyó una música que provenía del pasillo. El papá de Clara se asomó a ver qué pasaba. Con sorpresa, descubrió a unos payasos que entraban y salían de las otras habitaciones, llenándolas con sus melodías y sus risas. Cerró la puerta y se lo contó a Clara. Papá añadió: “Es mejor que no entren, tienes que descansar. Voy a pedirles a los payasos que no te molesten”. Esa idea no le gustó nada a Clara. Estaba harta de tanta oscuridad y de tanta tristeza. Imaginó lo divertido que sería recibir la visita de unos payasos. - Papá, yo quiero que entren. - No, cariño. La doctora nos dijo que era muy importante el reposo -dijo su madre con voz suave.
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- Anda, por favor, quiero verlos. Mamá, déjales que pasen a jugar conmigo -insistió Clara. Sus papás, mirándose de manera cómplice, accedieron a su petición y le advirtieron: - De acuerdo, que pasen… pero un ratito, nada más. Sonaron tres golpes: ¡TOC! ¡TOC! ¡TOC! ¿Se puede pasar? -dijo una voz cantarina. - ¡Adelante! -respondió Clara. Dos payasos entraron a trompicones en la habitación. - ¡Buenas noches! Soy el “Dotor” Max Recetax, especialista en colchones y colchonetas -dijo el payaso mientras se agachaba. - ¡Noooo! ¡Qué tonto! Querrás decir “buenos días” -contestó divertida Clara. Max hizo una mueca y, con una ridícula reverencia, añadió: “Te voy a presentar a...” pero no pudo continuar, porque su compañera, girando hacia otro lado, le interrumpió. - ¡Hola, Clara! Yo soy la Enfermera Mina Mercromina. Es un horror conocerte.
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El “Dotor” Max se sobresaltó. Enfadado, sacó un martillo de su pantalón. Quiso darle a Mina en la cabeza. Falló y ¡pum!, se golpeó él mismo en la rodilla. Empezaron a perseguirse, tropezando con el sofá, con las puertas del armario, incluso con las paredes. Clara se reía cada vez más. Mina Mercromina se burlaba de Max, esquivándole mientras movía su enorme trasero y… Clara no podía parar de reír. Los papás contemplaban sorprendidos la escena desde un rincón. Aquello era increíble. ¡Menudo espectáculo! La niña estaba cada vez más animada. Ante la transformación de la pequeña, poco a poco, casi sin darse cuenta, acabaron contagiados por la risa de su hija.
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El payaso abrió su maletín de médico. Sacó unas diminutas maracas. Del bolsillo de Mina, salió un micrófono de plástico con muchas lucecitas y empezaron a cantar: Este es el rap de PayaSOSpital Hemos venido a verte ”pa” que estés fenomenal. De todos los doctores somos los mejores porque nuestras batas tienen muchos colores. Es hora de jugar con tu imaginación esto es cualquier cosa menos tu habitación: Magia, marionetas, música bonita Si pasamos visita, el mal rollo se te quita! Si pasamos visita, el mal rollo se te quita!
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Los padres de Clara asistían perplejos e ilusionados por el cambio de humor de la pequeña. Tanto se entusiasmaron que comenzaron a bailar con los payasos. Incluso papá agarró las maracas y empezó a sacudirlas con muchas ganas… ¡qué poco ritmo tenía! Clara no podía estar pasándolo mejor. Nunca había visto a sus papás haciendo el ridículo de esa manera y sin importarles lo más mínimo Al cabo de un buen rato, Max Recetax y Mina Mercromina anunciaron que tenían que irse. Clara y sus papás les dieron las gracias por la magnífica visita. La niña les pidió que volvieran pronto. Cuando aquellos atolondrados payasos abandonaron la habitación, los tres se miraron con una gran sonrisa. Papá y mamá le dieron un beso y un enorme abrazo. En ese momento, mientras estaba apretujadita entre sus papás, Clara pensó que tal vez la estancia en el hospital no iba a ser tan mala, al fin y al cabo. Más tarde, papá anunció que se marchaba: tenía que cenar y descansar esa noche. Antes de irse, se acercó, le acarició el pelo y colocó bien su almohada. Justo en ese momento, Clara la vio. No podía creérselo. ¿Qué era… aquello? Se quedó quieta, hizo como si nada y se
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despidió de su papá. Mamá se fue con él para acompañarlo hasta el ascensor. Clara se quedó sola. Levantó con cuidado la almohada. Ahí, en un plieguecito de las sábanas, asomaba una reluciente nariz roja. ¿Cómo habría llegado hasta allí? Ella no se había movido de la cama. Era igualita que la de la enfermera Mina ¿La habrían dejado los payasos? ¿O tal vez su papá, cuando se acercó para despedirse? Le hacía mucha ilusión quedársela… era tan bonita. ¿Sería para ella? Casi sin pensárselo, se la puso. Misteriosamente, le acoplaba a la perfección. Estaba hecha justo a la medida de su respingona nariz. ¿Cómo era posible? Mamá entró con cara seria. Le anunció que mañana tenían que hacerle unos análisis. Aquello no gustó a Clara: le pincharían con una aguja y le dolería. Además, estaría sin desayunar hasta que acabaran las pruebas. Para colmo, sus padres tenían que esperar fuera y no la acompañarían en ese difícil momento. - ¡Clara, no te preocupes, verás cómo no te hacen daño! ¡Y pasará en seguida! -dijo su mamá para tranquilizarla. Clara no prestaba atención. Sólo pensaba en lo que le esperaba al día siguiente.
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De pronto, la mamá se dio cuenta de que había una especie de bola de color rojo, cerca de la almohada. - ¿Qué narices es esto? Clara, mira lo que hay aquí… - Has acertado, mamá. Es una nariz, una nariz roja, hecha para mí. Es de mi talla. Las dos hablaron sobre esa misteriosa aparición. Clara apretaba la nariz en su mano. Poco a poco se quedó dormida. Cuando la enfermera entró en la habitación a la mañana siguiente… ¡Sorpresa, no venía sola! Junto a ella entraron Max y Mina. - ¡Buenas noch… digo, buenas tardes! -saludó Max, equivocándose como siempre. - ¡Halaaaa, qué bien! ¡Otra vez estáis aquí! -exclamó Clara. Los payasos señalaron sus narices rojas, guiñándole un ojo. Clara lo entendió a la primera. Sonrió, se colocó la suya y salió de la habitación tan contenta. Cuando Clara volvió, se encontró con Laura. Acababa de ingresar y le estaba esperando para tomar juntas el desayuno. Su nueva compañera le contó intrigada que
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había encontrado una nariz de payaso debajo de su almohada. A Clara no le extrañó en absoluto. Muy despacito, le fue narrando con detalle cada uno de los poderes de aquel regalo misterioso. Aquella nariz había conseguido que a sus padres les desapareciera la preocupación y comenzaran a cantar bailando alegres y divertidos. Después, los payasos habían acudido cuando se tenía que enfrentar a su primer pinchazo: eran unos cómplices de narices. Además, apretarla en su mano, como un amuleto, hacía que el miedo se esfumara y se sintiera un poco más valiente. Durante las semanas que Clara pasó ingresada, conoció a niños que llevaban más tiempo que ella en el hospital, y también a otros que llegaron después. Con todos ellos, compartió el misterio de la nariz roja. Disfrutaba a diario con los payasos. Se aprendió de memoria el rap y otras muchas canciones. Incluso hasta llego a practicar algún juego de magia, con los que sorprendía a sus amigos cuando iban a visitarla. En los malos momentos, como cuando tenían que hacerle un análisis, bastaba con apretar la nariz para que se le quitara el susto y se sintiera mejor.
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En ese hospital, todos los niños se sentían más alegres cuando una melodía sonaba en alguna habitación cercana. La nariz roja de los payasos era el talismán que les daba fuerza, recordándoles que unas risas podían aliviar los malos ratos.
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¡Muchas gracias! Todo el equipo de PayaSOSpital y los niños hospitalizados que visitamos cada semana, deseamos agradecer a todas las personas y empresas que han hecho posible la edición de esta publicación. También queremos dar las gracias a aquellas personas, entidades o empresas que adquieran este cuento, ya que con ese pequeño gesto solidario estarán, en primer lugar, contribuyendo a que la alegría de nuestros payasos continúe llegando a las habitaciones de los niños hospitalizados; y en segundo lugar, estarán ayudando a crear conciencia sobre la necesidad de desdramatizar el entorno hospitalario con la presencia de payasos de hospital que apoyen y complementen el trabajo del personal sanitario.
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