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ÍNDICE Intro d u cción / Por Mori Po n s ow y

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Baila conmigo hasta el final del amor / Por Patricia Suárez

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El amor de re m a te / Por Liliana Escliar

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Y ahí te quiero ver, joven madre argentina / Por L a u ra Yasan 35 Mudanzas / Por Julia Solomonoff

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Todo lo que se intenta conservar, tarde o temprano, se adultera / Por Romina Doval 55 Tangee Natural / Por Angélica Gorodischer

65

Mujeres que viven en (o entre) dos mundos – Oriente y Occidente / Por Anna Kazumi Sta h l 75 Qué tiene ella que no tenga yo / Por Inés Garland

93

Delicias del feminismo: “Ellos la pasan bomba” / Por Maite Jáuregui

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Safe / Por Vanesa Ragone

113

Doblar la apuesta, para seguir jugando / Por María Victoria Menis

123

Yo soy mi cuerpo / Por Liliana Lukin

135

A g r i d u lce / Po r Susana Torres Molina

149

Voces gra ves se hacen fumando / Por Ve ra Fogwill

163

Una mujer inco n ve n i e n te / Por Liliana Felipe

179

Diario de una madre / Por María Fa s ce

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El nombre de la cosa / Por S a n d ra Russ o

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Cuare n ( s ) tones / Por Beatriz Vignoli

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La cosa es más o me La cosa es más o menos así: durante varios miles de años el homb re fue el proveedor y la mujer se ocupó de la casa y los hijos. Después apare c i e ron los métodos anticonceptivos modernos. El h o m b re siguió saliendo a trabajar (y a pelear en dos guerras mundiales) y la mujer, que necesitaba ayudar a ganar el pan hasta que los señores volvieran del frente y que ya no tenía que pasarse la vida embarazada, decidió ponerse pantalones y salir a trabajar. Sacarse el corsé y dar rienda suelta a todo el talento que había silenciado durante milenios. Fue una explosión gigantesca, pero sin muertos. En apenas unas décadas se re v i rtió lo que venía pasando durante siglos: de pronto, a lo largo y ancho del mundo, hubo mujeres escritoras, cantantes, médicas, abogadas, arquitectas, políticas, periodistas. Mujeres policías. Mujeres astronautas. M u j e res revolucionarias. Mujeres y más mujeres ganando premios, llegando a Primeras Damas y Presidentas, salvando vidas. M u j e res que de niñas ya no tomaban como ejemplo tan sólo a sus m a d res, sino también a sus padres. Aunque Edipo desde siempre las había llevado a fijar en ellos la mirada, ahora las hijas ya no sólo admiraban a sus padres sino que, además, soñaban ser como ellos, hacer las mismas cosas que ellos, ser admiradas por ellos.

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R e c u e rdo que de niña, cada vez que mis padres invitaban amigos a casa, antes de que todos se sentaran juntos a la mesa, los señore s hablaban por un lado mientras que, del otro lado de la sala, mi madre hablaba con las demás señoras. A pesar de que yo entendía todo lo que ellas decían y nada de lo que hablaban ellos, siempre preferí qued a rme al lado de mi padre: la política –que todavía hoy no entiendoy los negocios –tampoco- me resultaban temas mucho más intere s a ntes que los pañales y los avatares del servicio doméstico. Y si bien alguna vez jugué con muñecas, siempre me gustaron más los autitos, los libros y los robots. Años después, cuando llegó la hora de decidir cómo me ganaría la vida, no elegí ni la política ni los negocios, pero tampoco los pañales. Estudié Filosofía, convencida de que -a difere ncia de mi madre que no llegó a terminar la escuela primaria- el matrimonio y los hijos no se habían inventado para mí. Lo mismo hicieron millones de mujeres de mi generación. También lo habían hecho miles de mujeres mayores que yo, y lo seguirían haciendo a raudales las que vinieron después. En resumen: no continuamos el rumbo que cientos de generaciones de m u j e res habían seguido antes que nosotras. Preferimos trazar n u e s t ro camino, en vez de seguir el que parecía estarnos destinado desde tiempos inmemoriales. A pesar de haber elegido libremente, debo decir que nada resultó como yo pensaba. Todo fue más complicado, más azaroso, mucho más sorprendente de lo que imaginé. Me fui de casa de mis padres cuando cumplí dieciocho y, unos cuantos años después de vivir sola, fui la primera en asombrarse de mi propio deseo de casarme. La primera en no poder creer, más adelante, las ganas enormes, i rracionales, de tener un hijo. Me casé pensando que sería para s i e m p re. Duró tres años. Tres años al cabo de los cuales mis deseos de escribir, de trabajar, de viajar y de destacarme no hab ían menguado… aunque a estos deseos se les hubieran sumado unos cuantos nuevos: criar a mi hijo de la mejor manera posible, hacer para él un hogar seguro, tener suficiente tiempo libre para encontrar algún día a otro hombre a quien yo pudiera querer.


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“Nunca pensé que sería tan difícil” fue una frase que repetí muchas veces después de que me divorcié y de que emigré a Estados Unidos, primero, y a Argentina, después. Pero pronto me di cuenta de que no era la única en sentir que todo lo estudiado y aprendido no servía de mucho a la hora de enfrentar la vida que yo misma había elegido para mí. Escuché la misma frase dicha por muchas mujeres, una y otra vez. No estoy diciendo que para las mujeres de las generaciones anteriores haya sido fácil: vivir no es sencillo, y no hace falta ser mujer para saberlo. Pero sí estoy convencida de que la vida se complica a medida que ganamos libertad. Sobre todo si asumimos las responsabilidades emanadas de ahí. Cuanto más libres y responsables seamos, más difícil, pero también mucho más rico, será el oficio de vivir. Al menos en Occidente, hoy las mujeres somos más libres que en los siglos anteriores. Tenemos más posibilidades, podemos inventarnos en gran medida la vida que queremos. Hemos asumido a conciencia nuevos deberes y responsabilidades, pero no hemos cedido proporcionalmente parte de las actividades que antes realizaba exclusivamente la mujer. Ahora trabajamos y ayudamos a mantener nuestros hogares. Ahora elegimos cuándo y con quién casarnos (y después, nos divorciamos). Ahora tenemos responsabilidad financiera, carreras en las que aspiramos a tener éxito. Tratamos de lucir bien, buscamos tiempo para ir al gimnasio. Votamos. Pero, a pesar de todo esto, en la mayoría de los casos sigue siendo en la mujer sobre quien recae la mayor responsabilidad en relación a la crianza de los niños. Por lo general, también seguimos siendo nosotras quienes nos ocupamos de los asuntos domésticos. En suma, queremos incursionar exitosamente en actividades que hasta hace apenas unas décadas eran exclusivamente masculinas, pero no le hemos restado atención a aquellas tareas que siempre estuvieron a cargo de mujeres. Cualquier súper héroe parece poco en comparación con lo que muchas de nosotras queremos ser.

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La idea de este libro nació de tanto hablar con mis amigas siemp re de las mismas cosas. De tanto escuchar, también, a mujeres desconocidas -en los bares, en el subte, en los pasillos de la Universidad, en oficinas- hablar de sus dificultades. Dificultades que terminan siendo siempre más o menos las mismas: dificultades para encontrar o mantener una pareja; dificultades con la maternidad; dificultades para lograr una convivencia feliz entre el trabajo y la familia; dificultades, sobre todo, para ser buenas esposas o amantes, buenas profesionales y buenas madres, todo al mismo tiempo. “ M i ro a las madres por la calle: despeinadas, exhaustas, arrastrando sus cochecitos, hablando solas con sus bebés como pequeñas locas. En cuanto llegan a un asiento se derrumban”, dice María Fasce. Casi todas las mujeres que escriben en este libro son madres que, además, trabajan y esperan hacer algo más con sus vidas. Tienen anhelos. Son ambiciosas. El mundo más allá de lo doméstico les importa. Aspiran a dejar una huella en él. Hace años que cada vez que escucho hablar a las mujeres entre sí, pienso que todas ellas –incluyéndome- buscan aprender lo que nadie les ha enseñado. Transitan –y yo con ellas- un camino nuevo para el que no tienen modelos. A muchas de nosotras, lo que nuestras madres nos enseñaron sobre la feminidad nos sirvió de poco porque ellas vivieron tiempos muy diferentes a los nuest ros. Ahora nuestras madres nos miran sorprendidas. Hemos roto los moldes en los que ellas cre c i e ron. Y no nos ha quedado más remedio que inventar una nueva manera de ser mujer. “Nuestras madres nos hostigaban, nos asfixiaban, nos degradaban, nos humillaban”, escribe Laura Yasan: “cualquier cosa que hiciéramos nos convertía en pequeñas aspirantes a putarracas, todo lo que decíamos nos volvía la manzana podrida, éramos una manada de ovejas negras, teníamos el fracaso pintado en la frente. Estábamos solas en la vida.” Tan solas, que muchas forjamos n u e s t ros deseos y nuestras vidas mirando no tanto a nuestras


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madres, sino a nuestros padres: “En mi casa yo era la compinche de papá. Él decía que yo era la que lo entendía, la verdadera compañera, mamá no, nunca mamá”, escribe Inés Garland. Y Patricia S u á rez: “Mi padre daba muy malos consejos. Cuando yo tenía catorce años e iba a mis primeras citas con muchachos, él me aconsejó tener a uno esperando en una esquina y a otro en otra.” Quizá parte de la dificultad venga de ahí: nadie nos enseñó cómo ser mujer en estos tiempos. Si nuestras madres dejaron de ser quienes nos enseñaban a ser mujeres, ¿dónde podíamos aprenderlo? ¿En Simone de Beauvoir, como intentó hacer Romina Doval? Las mujeres que escriben en este libro son profesionales que trabajan. Típicas re p resentantes de la mujer de clase media urbana occidental. Por supuesto, es un segmento acotadísimo. Deja de lado a una enorme cantidad de mujeres de bajos recursos que también trabajan pero que, por la histórica torpeza de nuestros representantes, no tuvieron acceso a la educación superior. Su entereza y responsabilidad, la manera como en muchos casos se hacen cargo solas de sus familias, merecen ser tema de otro libro. Este libro tampoco se ocupa de aquellas mujeres que decidieron no trabajar para dedicarse enteramente a su casa y su familia. Esta última elección conlleva sus conflictos propios, pero las dificultades que me interesaba registrar eran las de las mujeres que quieren hacerlo todo. Y hacerlo b i e n. Las de mujeres ambiciosas, responsables y con aspiración a ganar cierto reconocimiento o prestigio por su quehacer laboral. “Alguien inteligente es alguien que cada vez necesita menos”, dice Liliana Felipe. Y yo me pregunto cuán inteligentes somos. “¿Las mujeres que no hacen nada no tendrán la razón total? ¿No serán las poseedoras de la verdad?”, escribe Vera Fogwill y, una vez más, su pregunta sintetiza la desazón de muchas mujeres desbordadas ante los malabarismos que tienen que hacer para mantener cierto equilibrio entre los deberes que asumen, las libertades que eligen, los derechos que deciden ejercer.

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Por supuesto, una de nuestras dificultades más grandes son los h o m b res. Es lógico, entonces, que al elegir sobre qué escribir para este libro, varias autoras hayan decidido hacerlo sobre ellos. “Entre un hombre y una mujer puede haber una relación casual, amorosa, contractual, laboral, simbiótica, independiente, platónica, marital o solamente sexual... y nunca, nunca serán situaciones fáciles,” dice Liliana Escliar. A profundizar sobre este tema se dedican los textos autobiográficos de la sicoanalista Maite Jauregui, de la dramaturga Susana Torres Molina, de la poeta Liliana Lukin y de la periodista Sandra Russo. Tal vez porque estemos inmersas en ella, no nos damos cuenta de que estamos viviendo una revolución. Y una revolución, como dice Vanesa Ragone, hay que querer hacerla. “Hay que vencer cierta inercia, hay que dar algunos pasos, hay que atreverse a s o p o rtar algunas pérdidas, hay que aceptar algunas diferencias e inseguridades.” La revolución de las mujeres empezó hace unas décadas, cambió y está cambiando el mundo, y no sabemos cuándo terminará, ni cómo quedarán las aguas para entonces. “Abandonar el mundo propio y trasladarse a otro ajeno siempre significa un desafío profundo,” escribe Anna Kazumi Stahl, hablando de mujeres japonesas que emigraron a Occidente. Creo que lo que les sucede a ellas en escala individual, bien puede aplicarse a quienes estamos viviendo esta revolución: “Con el cambio cultural, las anteriores coordinadas de la identidad desaparecen. Se a rriesga el eje mismo de la manera de ser y de elegir los caminos.” “¿Qué es una mujer?” se pregunta Beatriz Vignoli, en el último ensayo del libro. “No sé”, contesta. “¿Alguien sabe?” Tal vez la lectura de los ensayos de todas estas mujeres pueda ayudarnos a tener una idea más clara. De todo lo que quisiéramos ser. Y de lo que no somos también. ¿ P e rfectas? Evidentemente: no. A mucha honra.


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