Las huellas que dejó el silencio

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Las huellas que dejรณ el silencio Melbin Cervantes



Las huellas que dejรณ el silencio Melbin Cervantes


Primera edición: 2015 (Ediciones O) Segunda edición: 2016 (Sikore Ediciones) Las huellas que dejó el silencio de Melbin Cervantes happy_inside_all_the_time@hotmail.com Edición: Estephani Granda Lamadrid José Antonio Íñiguez Sikore Ediciones sikore@gmail.com Impreso y hecho en México Todos los derechos conforme a la ley Servicio editorial




[‌] y queremos gritar y en la garganta se desvanece el grito: desembocamos al silencio en donde los silencios enmudecen. Octavio Paz



NO PERTENEZCO A LOS SILENCIOS, ni a los ecos que van aclarando el trayecto del mundo. Soy un cráneo abierto en donde las mariposas buscan sepultura. Vengo de la madrugada herida, mala hierba que extingue [la claridad, hundiéndose en los párpados que emigran hacia el sueño. No pertenezco a la frescura del viento, que con plena respiración derrama esperma de luz sobre las hojas de las jacarandas. No pertenezco a la bondad ni a la malicia. No tengo estrado donde poner la Justicia, ni busco a la Sabiduría en las plazas. El Destino escribió su voluntad sobre mis retinas, mi nombre se distanció del muro de lo eterno. Mi tiempo yace en el fondo del mundo, de donde nunca resurgirá.

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AL NACER SENTIMOS el ahogo y el presagio de un vacío para declararnos la semilla de la salamandra. Las raíces pulverizadas nos perfuman de luto, el cielo se va aclarando ante nuestra visión, apenas polvo, y no creemos en el final de la vida. Tanta claridad es misterio, una mano luminosa que no asimos para guiarnos. Somos el espejismo de lo cincelado por el aire, por un hechizo del cual no podremos huir, y continuará golpeándonos hasta derrumbar nuestro espíritu. Somos apenas de polvo, y deseamos acallar el más armonioso canto de los cuervos. Apagada lámpara, en el olvido de la noche, es la esperanza.

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EL CANSADO GIME, se siente hosco, y está desnudo. Es un instrumento quieto. Sus ojos son una noche eterna. Ha olvidado la inocencia, y se observa condenado a la vejez, a una desilusión caótica y silenciosa. Se abriga con la piel seca de las víboras, descansa sus lomos en oscuros tallos, cuchillas que abren la mortal congoja en el alma. Sobre él se derrama la puesta de un día más. Incendia pueblos ignorando el motivo de su odio.

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VOZ DE INSECTO, gritos de frágiles alas, una pequeña silueta bajando de la noche. Gastada, marchita, cae sobre la roca la luciérnaga. Los grillos transfiguran la piedad con sus llantos bajo la luna. Las patas de la libélula acarician la nuca apagada [de la luciérnaga. Alrededor de sus estatuas, se reúnen las hormigas respirando cementerios. El castañeo fúnebre del viento atrae fugaces alivios hacia las calandrias. Se mueve la hierba, la roca es un suave fruto de blanca carne, que retiene el agua de la lluvia, y que con tibieza se esparce sobre el mortuorio pasaje otoñal.

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AHORA LO QUE CONOCES se desteje, como funestas telarañas entre los agitados árboles. Comemos los escombros de nuestra vida, nos servimos sin límites de nostalgia, nos cubren el rostro destruido. En lo distante arden las coronas de espinas sin afanes de resurrección. La gravedad niega la miel a nuestros labios. Cólera dejó lo encendido en las viñas; la carne de los bebés cuelga de los peñascos, golpeados por corceles índigos. Se pierden las formas, la pureza se revela, se siente la ausencia de un amanecer. Se pudren los frutos de la tierra, la luz deja de fingir pureza, la roca deja de ser cimiento para el prudente, los ojos se cierran en el último destello oblicuo del ocaso.

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MIRO SOBRE MI HOMBRO al fugaz volcado del sol. Danza la noche en un torbellino de marismas, ahogando mi albedrío en el fondo de las botellas de Sauvignon. No sé quién soy. ¿En realidad he nacido? Hay mitos sobre un niño a punto de morir, que abrió los ojos antes de tiempo. He puesto los pies sobre un camino que nadie conoce. Amanece, en unos minutos debo despertar del sueño del alcohol y alistarme para salir, ser absorbido por el huérfano mundo, y ser el hombre invisible que va de prisa en las calles, en busca de un poco de reconocimiento.

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TUS PASOS SON viva fauna precipitada sobre mi piel. Pero no te mantienes en ella, sino que prendes vuelo. Has elegido ir más allá de lo oculto. No deseas más bordes que te detengan. Mas en tu pronta despedida, mi pecho deja de ser presionado por el respiro. La tristeza persiste. No quiero que me digas «adiós», pero sólo me encojo de hombros, y te suplico que me lleves contigo. Pero, ah, ya lo has decidido, deseas volar sola. Y yo engañándome te pido que, cuando retornes, te acuerdes de mí.

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AQUÍ ESTOY en la altura. La verdad se derrama en la oscuridad de la caída. Sólo la muerte sabe golpear lo suficiente para hacernos despertar.

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FIRMES SILENCIOS EN LAS TROMPETAS de los céfiros, en los timbales de los truenos, en las cuerdas del rocío. Firmes silencios en la carta que no se atrevió mi mano a negarle a las brasas del fuego. Firmes silencios en las partituras de una quimera, cenizas textuales dispersas en la habitación. Firmes silencios en mi boca que crecen y se enrollan [en mi garganta, como serpientes insurrectas al limbo que existe, ay, [en la mentira. Firmes silencios invaden mi cuerpo. Nudos diversos detienen los versos del mensaje del amor, del cual, ay, infiel de mí, ya no seré más mensajero.

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EL VIENTO OSCILANTE siembra abismos en nuestras manos. Hemos sacrificado el silencio, para oĂ­r los zumbidos luminosos de las vanas conversaciones. Nos tumbamos en la arena sobre sus ruidos de guerra, voces de caracoles y conchas marinas. La marea se disfraza de mujer ebria y bailarina. Se balancea frente a nosotros, mojĂĄndonos. ÂżSomos locos al creer que abrirle la ventana a la tormenta es estar frente al mar?

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LA AVENIDA, enferma de ictericia por las luminarias, ha sido ahogada por la lluvia desde el inicio de la madrugada. Llevamos tabaco en nuestras secas gargantas. Nuestros pies desnudos surgen amarillos del fondo de los charcos. Con crueldad una mujer nos observa y se burla de nosotros. No sé por qué. ¿Es una prostituta? No lo sé. ¿A dónde iremos ahora? Tampoco lo sé. La lluvia se fortalece. La noche estira su oscura alegría. A lo lejos, más amigos nos saludan y se acercan a nosotros. La mujer continúa burlándose, agitando los brazos. «¿Quién es ella?», nos preguntan los amigos. Suspiro y contesto: «Es solo una palomilla que se ha mojado y descansa sobre su buen humor». Las calles se tornan borrosas. Llevamos tabaco.

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NUEVA, LIBRE, POLICROMA, se abre la música [a mis sentidos. En un torrente de pasión se desgajan sus ecos golpeando [mis sienes. El bajo abre contornos celestes con sus pesadas cuerdas, los acordes del teclado derrumban montañas de euforia, en el recinto de los lunáticos bailarines, que nunca podrán resolver el acertijo del pasado. La batería y la guitarra se fusionan agitando las olas de su sexo hermafrodita, atronando el vaivén de sus cinturas. Las alas de estos nuevos ángeles se agitan con increíble fuerza, levantando nuestros cuerpos del blando suelo de inocencias. El ritmo es un fuego permanente, ¡ardemos sin chillar! ¡Somos relámpagos que danzan!

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LA ESCAMADA LUNA tiende niebla sobre el cerro que ha oído todas las palabras de esta vida y ha sabido guardarlas en secreto. Mi armónica no para de llorar en esta fría noche; la escamada luna es testigo de que el llanto en esta vida es lo mejor que hay. Fría, fría noche, cristaliza el llanto. Pero antes escucha un rato los gemidos de mi alma. Fría, fría noche, tú siempre volverás para recordarme que el llanto en esta vida es lo mejor que hay.

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LA AMORTAJADA SE MUEVE en la neblina. Es mi suerte sus espantos. ¿Cómo no he de languidecer, cuando la bondadosa alma que me amó es ahora un gélido vuelo de apagados ojos? ¡Escúchenme sombríos seres de las sombras, mis penas son raíces muy profundas! ¡Soy el peor de los humanos! Mis labios están secos, mis preces no son dignas, soy una fosa de pus latente y sangre revuelta con mugre. ¡Ay, maldito soy, por haber desprendido de su blanco pecho aquel sol palpitante!

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UN RAYO SE ENCARAMA para destellar en el horizonte y enciende este poema que está colgándose del cielo, mirando la redondez del mundo entre la cálida cortina [de la lluvia. El mar está tranquilo y te dice: «Detente». Y te detienes y me detengo. La espuma brinca hacia nosotros bañando nuestros muslos presas de los pantalones color caqui del trabajo nocturno en el centro comercial. Queremos desnudarnos, pero no nos creemos tan libres. Mis manos atrapan el canto de las gaviotas, y lo guardan dentro de tu templo de mármol entre gritos que laten y golpean mis costados, donde caen sobre la cama acuática sin chapotear. Hay algo que es demasiado confuso, una niebla que no está entre el vaivén de los botes, es una niebla que está dentro de mí y no deja que me ilumine. Me miras y me tomas de la mano y dices: «Algún día te compraré un candelabro más hermoso [que la luna y las estrellas». Hoy ya no estás más junto a mí.

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EL MALECÓN ES FRESCA PIEL, respiro humano. Construido sobre escombros de miles de vidas, servido sobre el banquete de la nostalgia. Más que monstruo es vida, el seno de la vida, donde las formas son pureza revelada, donde se siente el aire buscando jardines en nuestros corazones de mar ajeno, donde se agrietan los frutos de la tierra y la piedra deja de fingir su callada forma de ágata sombría, donde el vuelo de las alas añiles del cielo se pone sobre nuestras flacas sombras que ya no tiemblan. No hay más palabras que decir, pero voy a gritar. –¡Por qué callas corazón! Un viejo sauce gira las manecillas del reloj y me sonríe.

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SE CONTRAEN SOBRE UN TALLO de cristal las hojas líquidas del diluvio. Encienden, se apagan, y vuelven a encender mi piel los relámpagos. El sol se esconde en las vidrieras de los comercios, en los monumentos al buceo galáctico, a la golondrina oculta. Las nubes se agazapan como un cardumen brillante. Pasos firmes, una mirada ahogada en la lluvia, como si buscara entrar al mar. ¿Qué hay en la ciudad, sino magia acuática? La pintura amarilla de los semáforos, la espera, el avance, el retroceso del río que se formó en las calles.

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SIGO LAS HUELLAS QUE DEJÓ EL SILENCIO, atiendo en suspenso las voces de la playa que llamean entre el fuego líquido del Caribe. Es Leviatán quien desea jugar en estas aguas, trayendo cantos y sollozos. La gran serpiente baja sofocada de los muros blanquecinos del cielo conmoviendo la marea; en su vientre nacen de la espuma golondrinas blancas. Veo caras en la linfa agitada del cangrejo de pardo flabelo, devorados por la clara serpiente. Soy tan sólo un rostro de brillo que dura un instante en el mar. Entre piedras y silencios, la oscura noche vuelve paseando un vestido de marismas y vientos. La marea me regresa entonces ante los restos calcinados de la playa. Puedo seguir buscando el cuerpo derrocado del silencio. Pero lo he de encontrar borrando las huellas repartidas [en la arena.

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SALÍ AL ENCUENTRO de mi sueño porque era fresca [y ligera la noche, cuando el triste oro de la luna llena cayó sobre la charca [de mi mente. Todo se agitó en el reflejo de los árboles; entre sombras balbuceaban las lechuzas y las orugas murmuraron tras el paso de las golondrinas. Se encendió de pronto el paisaje con los ecos [de la floresta otoñal. ¡Sesenta watts recorrieron mi cuerpo, abriendo mis párpados [aceitados! «Bienvenido, hijo mío, al bullicio citadino», [dijo mi abuela de hojalata, abrazando sus enmarañados circuitos. Yo como androide he rechazado el «0» y el «1», para soñar con largos caminos de translucidas montañas acariciadas por las manos de latón del sol. Sentir la frescura de aires sonrosados, en lugar de malditos focos de tungsteno; admirarme de las magras carnes de los salmones saltando en las cristalinas cascadas, en lugar de placas de bronces que niegan las saladas brisas [del Atlántico. ¡Ay, el asfalto oxida nuestros pasos hacia la libertad! Se han trastornado con electrónica basura [los riachuelos de los tritones de mármol. ¡Heme aquí soñándome con corazón de humano! 27


LA LLUVIA EMPAÑA de gris los cabellos, la lluvia que flota en las calles se llena de un iris luminoso. La lluvia que el viento arroja, petrifica la piel de los niños que juegan con el verde pálido [de la mañana. La lluvia es tan pesada, sin transparencia, y quema... Mis ojos se cierran, tratan de dibujar alguna orilla, pero el mar me agarra y me devuelve sin rumbo al océano gris. El viento esparce arena lejana, tejiendo un camino de dorados plumajes de luz. Quiero ir, quiero nadar, pero me pesan los hombros. Descubro entonces unos ojos, una mirada pulcra que espera mirarme, y despierto a la vida. La lluvia sigue siendo tan pesada, sin transparencia, [y me quema.

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CIERTAMENTE los recuerdos se trastornan en las interpretaciones que les damos.

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FRÍO, TODO ESTÁ FRÍO en el estómago del homicida. Me siento tan mal por mirar a los intestinos –palíndromos de ira– columpiarse sobre mi rostro. Veo la ulcera, veo la bilis, veo la razón de su odio. El odio que da forma al sujeto que en una expulsión de palabras dio forma a mi nombre. Ahora en ti, a quien solía llamar «padre», me he adentrado. Puedo reconocer tus cuerdas vocales que vociferan maldiciones. Puedo reconocer tus vasos sanguíneos que llevan veneno. Puedo reconocer tu esqueleto blando que decide quebrar a otros para sentirse fortificado. Mis uñas abren tu vientre. Paso al exterior. ¡Oh, por los cielos! ¡Aquel hombre en el que me hallaba en realidad era yo! Me agobia la confusión. Rotan las bóvedas acuáticas [de líquido amniótico. Ahora me atrapan en un vientre que no es la de mi madre. Estoy en donde se resguardan los miedos, antes de ver la luz en la mente del hombre. Oscuridad. Sólo hay oscuridad. Una oscuridad impenetrable para los pensamientos que lleven en sus manos el fuego [de los dioses. Sólo escucho murmullos de monstruos.

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ME GRITA MI PADRE, está rabioso, pero un aura de hombre casto lo rodea. En las profundidades del crucifijo que porta en el cuello, un brillo deletrea el temor a Dios: Cor contritum quasi cinis. Un dios que mi padre no ha visto en mucho tiempo. Un dios que huye de las plegarias de los pechos rotos. Y de pronto una patada en mi estómago. Hay un enjambre de puños zumbando, descargando su ira en un: «Te lo dije, muchacho». Mi madre está inconsciente en una banca, en su rostro se refleja el vitral y una luz de colores santos desgatados. «Debemos ubicarnos en la luz de Dios para hallar la bondad del hombre», diría mi madre. Pero yo he buscado aquella luz y siempre, madre, siempre he hallado el silencio del mundo.

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Índice 9 no pertenezco a los silencios 10 Al nacer sentimos 11 El cansado gime 12 Voz de insecto 13 Ahora lo que conoces 14 Miro sobre mi hombro 15 Tus pasos son 16 Aquí estoy 17 firmes silencios en las trompetas 18 El viento oscilante 19 La avenida 20 Nueva, libre, policroma 21 La escamada luna 22 La amortajada se mueve 23 Un rayo se encarama 24 El malecón es fresca piel 25 Se contraen sobre un tallo 26 Sigo las huellas que dejó el silencio 27 Salí al encuentro 28 La lluvia empaña 29 Ciertamente 30 Frío, todo está frío 31 Me grita mi padre




Las huellas que dejó el silencio, de Melbin Cervantes, se terminó de imprimir en julio del 2016. La edición estuvo a cargo de Estephani Granda Lamadrid y José Antonio Íñiguez. Se imprimieron 100 ejemplares.


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