libro de investigacion

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Libro Colectivo El Club de los Libros Perdidos (Compaginaci贸n: Jacques Pierre)

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ÍNDICE: 1. “El libro delator” - Paula Ciotta 2. “El tesoro de las palabras” - Andrea Carolina Neva Leguizamón 3. “Las batallas contra los ignotos” - Sir Alberto de Catia 4. “Los anteojos del señor Froilán” - María Laura Acevedo 5. “3:00” - Soledad Pirela 6. “Un mundo de páginas” - José Antonio Cano López 7. “Amor virtual” - Ada Norma Vega Gutierrez 8. “La lectura, la aventura” - Daniel Fernández Vásquez 9. “Sentirse Infinito” - Estefanía Gutiérrez 10. "El mensaje" - Silvia López Safont 11. “La cocinera dorada” - Chantall Estrada 12. “Sin llave” - Patricia Silvero 13. “Libro del bosque” - Fernando Mawcinitt 14. "Un viaje a su mundo" - Noelia Laura Sorrentino 15. “Pasión” - César Elizondo Valdez 16. "La Gran Liberación de Libros" - Josefina Alcaraz 17. “Reminiscencia” - Lety Olivera 18. “El libro de la fantasía” - Ana Di Masi 19. "Tiempo de buen amor" - Aby García 20. “Olvido” - José Luis Jiménez Casarrubias 21. “El todo de nosotros” - Luisana Rivas 22. “Aventura” - Natalia Jiménez 23. “La historia la escriben los vencedores” - Daniel G. Domínguez 24. “Golondrinas Azules” - Susana Gatgens Parra 25. “Los libros: La fuente del poder” - Andrés Felipe Rojas 26. “Ventanas” - Antonio Ureña García 27. “Diez otoños después” - Maximiliano Insua 28. “Diario de un aficionado de los libros” - Sebastián Mark 29. “Reencuentro” - Cristina Mabel Retamozo 30. “Avioncito de papel” - Anónimo 31. “Carta de despedida” - Daniela Mahe Soto 32. "Radiografías" - Catalina Pinzón Campos 33. “Tú y yo, siempre” - María Jesús Naranjo Infante 34. “Un nuevo amor” - Andrea González Blanco 35. "Ellos" - Miryam Moreno Díez 36. “El muro” - Guillermo Osuna 37. “La bestia” - Honorio Szelagowski 38. “Perdición” - Elizabeth Benítez 39. “Carta de ultratumba” - Kris Kudrow 2


40. “Un último libro” - Indiveri Cecylia 41. “La muerte de un poema, de un amor, de un sueño” - Ulises Ibal 42. “Entre dos capas duras” - Daniela Esquive Asturias 43. “Asilo” - Jota 44. “Liberación” - Arturo “Mat” Tavira Meza 45. “Caso perdido” - Moisés Castelló 46. (Sobre "El Viejo y el Mar") - Clarett 47. “La biblioteca de Ana, una lectora empedernida” - María Sol Lanciotti 48. “Mis páginas en blanco” - Pablo Sager 49. “El libro de la abuela” - Leticia Sáenz 50. “Familia” - Leonardo Sin Apellido 51. “Rescatando” - Leonardo Fontecha Ariza 52. “La chica del diario” - Yussef Esparza Guerrero 53. “El tomo de historia” - Beatriz Weppler 54. “Recuérdame que te olvide mañana” - Santiago Cairo 55. “El regalo perfecto” - Carmen F. Mat 56. “Mamá no me gusta leer…” - Ángel Amaya 57. “Cambio de página” - Leo Macías 58. “El manuscrito” – Griselda Tessone 59. “Hojas al viento” - Cristian Donoso Ullloa 60. “El libro sin letras” - Rafael Morelli 61. “La llave para su estudio; una casetera para mi casete ¿Estoy lista?” - Tania Guajardo Muñoz 62. “El niño de oro” - Lourdes Muñoz 63. “El libro amarillo” - Marcela Isabel Pittaluga 64. “La sala” - Erica Sturm 65. “Exilio” - Efraín Rendón Ardila 66. “Recuerdo oculto en un libro” - GRL 67. “Amor eterno” - Arturo Alfredo Delgadillo Ruíz (Serpico) 68. “Algebra” - Lilia Victorino 69. “La noche en que nació el libro de piel en medio del lago” - Saira Villagrana 70. “Un libro y una carta” - Inés Insúa 71. “Las gotas de mis recuerdos” - Priscilla Moreno 72. “Libro” - Hilda Leist 73. “De aeternitas (Sobre la eternidad)" - Lucas Ciávaro 74. “Meche y sus amores” - Cristina Gordillo Morán 75. “Libros que matan” - Jesús Octavio Vargas Rodríguez (Tavo Luna) 76. "Donde habitan las palabras" - Annais P. 77. “Sola sin estarlo” - Milagros Zacarías 78. “Viviendo en el pasado” - Isabel Granillo 79. “Il Pianista” - Anormall 80. “El extraño viaje del libro volador” - Arkadia Arkadia 81. “La casa más linda” - Daniel Britosky 82. “Finis hominis” - David Candelas 83. “El mejor de los regalos” - Sharon Hernández 84. “Su historia” - Mágica 85. “Isabella” - Betina Blanc 3


86. “El cuarto de los tesoros” - Ana Lía Lanezi 87. “Libro” - María José Sarmiento 88. “Premoniciones de un literato” - César Padilla Mena 89. “Mis mantras” - MarLu 90. “Salón Calavera” - Ms Penny Lane 91. “A veces” - Samuel Díaz 92. “Psicodelia” - Alexandr 93. “La maestra” - Emilio Gómez Ozuna 94. “Mi vida como un libro” - Dolores Perez E. 95. “Ella (o yo)” - Leticia Spinosa 96. “Las letras sangrantes” - Elizabeth Cardosa 97. “Ellos” - Sonia Rodríguez Gárate 98. "El poeta maldito" - Tatiana N. Mijaluk 99. “Historias Compartidas” - Natalia Alonso 100. “Los sueños misteriosos de Zaphirah” - Zoe Bautista 101. “París y Kundera” - Gisela Tostado 102. “Best seller” - Noe Agreda 103. “Tormenta” - Jonathan Ibarra Nakamura 104. “Yo soy Ana” - Kasi Kosmo 105. “Una chica y un chico” - Diego Hernán Csöme 106. “Cambiando de Rumbo” - Cat 107. “Acerca de los perros de esa ciudad” - Andru Vargas 108. “El orden y el método” - Roxana Menzel Otranto 109. “El bolso con elefantes” - Mónica Adriana Alvarez 110. “El tesoro” - Carlos M. Vilchis Torres 111. “El libro del recuerdo” - Joaquín Rauh 112. “El libro de mis amores” - Sara Salas 113. “El Jardín de León” - Erick Tejada Carbajal 114. “Detrás de un libro, una historia” - Joel Bates Delgado 115. “La hoja en blanco” - Belén Sagrario Velasco Mayoral 116. “Leyenda” - Antonio César Libonati 117. “El señor del carrito” - Isabel Alonso González 118. “Anti-ilusión” - Jairo Hernández 119. “El peligro de las historias que andan libres” - Lucho Lopez 120. “Cuentos sin terminar” - Damián Uliassi 121. “Entre páginas y sábanas” - Alejandra Gálvez Bates 122. “De duendes, reinos y utopías” - Jesús Alberto García Chávez 123. “De tapas azul brillante y título dorado” - Nidia Santos 124. “El libro de una vida” - Deli Cubas

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1. El libro delator

(Paula Ciotta) Era un domingo lluvioso de abril, de esos días grises y encapotados que hielan las entrañas. Las gruesas gotas de lluvia golpeaban rítmicamente contra los cristales de la pequeña abertura que tenía por ventana. Frances oía aullar el viento que soplaba; ráfagas y ráfagas que parecían barrerle el alma. Su corazón contrito se encogía dentro de su pecho. Y lágrimas, frías como la lluvia que caía en el exterior, rodaban por sus mejillas demacradas. Las paredes blancas parecían oprimirla. El lecho vacío le acongojaba la existencia. Y sobre la mesita blanca, yacía un libro forrado en cuero blanco. No podía dejar de pensar en él, de recordar sus caricias, suaves como la seda. Sus besos anhelantes. El calor de su cuerpo, el olor de su tersa piel. Los reflejos dorados de su cabello. Esos ojos grises que la miraban, suplicantes... El silencio reinaba en la habitación. Excepto, claro, por el incesante golpeteo de la lluvia… Ese maldito golpeteo que no cesaba. Acurrucada en un rincón, en el blanco piso de porcelana, abrazaba sus rodillas y se balanceaba. Su larga melena le chorreaba por la cara. Y los recuerdos se agolpaban, uno tras otro. Las tardes otoñales en que salían a caminar por el parque. Los paseos en barca por el lago. Las noches bajo las estrellas. Tantas ilusiones hechas añicos. Tantas esperanzas arrebatadas. Todo parecía un sueño, tan vano, tan irreal. Frances se sentía mareada, adormecida, como si otra persona habitara su escuálido cuerpo. Aletargada. Su mente confusa parecía no distinguir los engaños de la realidad. La única presencia tangible en esa solitaria habitación, aparte de la blanca cama, era el libro sobre la mesilla. Pero por alguna extraña razón, permanecía alejada. Aún le costaba creer que él se había ido… Su gran amor la había abandonado, había desaparecido de este mundo. Todo había sido tan rápido, tan violento, tan injusto. La vida se había ensañado contra ella. Su única esperanza, su salvador, su príncipe azul… tan volátil y etéreo…arrancado de este mundo por el frío acero de la hoja de un cuchillo. Nunca olvidaría la imagen de esa cuchilla ensangrentada, las gotas rojas y espesas de ese líquido que todo lo empapaba. Y esos ojos grises, que suplicaban… Afuera la lluvia arreciaba. La noche iba cayendo y con ella los fantasmas se acercaban. La noche siempre era fría y oscura, y se sentía tan solitaria. La presencia del libro no la consolaba. La mortecina luz blanca de la habitación salpicaba las blancas paredes con sombras acechantes que parecían querer atraparla. No tenía escapatoria, las cuatro paredes la confinaban. El ulular del viento la intranquilizaba. Y entonces, entre susurros, lo escuchaba: “tranquila, amor, tranquila”. Su voz de terciopelo la acariciaba, endulzando sus oídos. Entonces comenzaban los sollozos incontrolables que sacudían su cuerpo. Nunca había sido su intención. Y esos ojos grises que no dejaban de mirarla. Lentamente se arrastró hasta el libro. Comenzó a ojear sus hojas blancas. Y los recuerdos empezaron a surgir de la nada. Todo había sucedido en una calurosa noche de verano, de esas en las que el aire pegajoso resuma humedad. La cocina estaba en penumbras. Las débiles luces de las velas se reflejaban en el cobre de las sartenes que colgaban. Bean estaba parado contra la encimera, en la semioscuridad, sirviendo dos copas de vino. Parecía tan frágil, tan débil… Frances se acercó lentamente por detrás, sus pies 5


descalzos casi ni se oían sobre las tablas de madera enceradas. Entonces todo se desencadenó, fue tan de prisa, tan brusco… como un torbellino negro que se la tragó. Cuando retornó a la conciencia, lo único que recordaba era la sangre, tibia, espesa y escarlata. Y esos ojos grises, llenos de terror, que le suplicaban… La tormenta amainaba y con ella, cierta sensación de calma parecía llenar su alma. Acurrada en el rincón al lado de la mesilla, sosteniendo el libro entre sus níveas manos, con el blanco camisón por sobre las rodillas, cayéndole hasta los tobillos, se balanceaba incesantemente hacia adelante y hacia atrás, adelante y atrás… Y de pronto, de entre las páginas en blanco del misterioso libro cayó una foto. Fue como un latigazo. La cruda realidad se desplomó ante su cara. El cuchillo ensangrentado estaba en su mano. Y al compás de los relámpagos que, como flashes, nuevamente se acrecentaban, en un momento de lucidez, todo volvió a su memoria. Una y otra vez lo apuñaló, sin clemencia, sin compasión, sin misericordia… Como una loca, como una psicótica… Como si alguien hubiera poseído su cuerpo. Y en medio de la noche, empezó a gritar. Gritos desgarradores que turbaron la quietud de la institución a esas horas de la madrugada. Con gran estrépito la puerta blanca se abrió y dos enfermeros, con sus batas blancas, entraron sosteniendo una gran jeringa en la mano. Ya no tenía escapatoria. La prueba había caído en sus manos desde el libro en blanco. Lentamente, su mente se fue apagando, los recuerdos apaciguando y todo se desvaneció en esa habitación de acolchadas paredes blancas.

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2. El tesoro de las palabras (Andrea Carolina Neva Leguizamón) Nunca se vio una luna tan brillante como la que aquella noche iluminaba su rostro. No reconocía dónde se hallaba, sólo distinguía una callejuela empedrada. Sus ojos brillaban contrastando con la palidez de su tez. Inmediatamente se dio cuenta, el dolor se hizo tan fuerte que tuvo que bajar la mirada, y allí estaba la sangre cayendo entre sus manos, se derramaba roja a través de sus dedos y no pudo contener un grito. Los recuerdos acuden a su mente. Daban las 5:00am cuando su reloj sonó para avisarle que era hora de empezar el día, últimamente se hallaba desmotivado porque tenía cada vez menos clientes, se daba cuenta que la gente empezaba a carecer del gusto que hace tantos años lo había inspirado a abrir la librería. Ahora la sociedad se consumía ella sola entre el consumismo que inspiraban los medios de comunicación, el tesoro de las palabras se fue guardando en un baúl con candado que poco a poco se oxido porque nadie lo abría. Con la pesadez de sus pies, una que nunca se había visto en él, se levantó de su cama, después de golpear el reloj fuertemente, se

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dispuso a seguir su rutina y por fin se vio en la calle el aviso de “abierto” en la librería “Los libros Perdidos”. Enfilándose en medio de la masa de gente hacia el transporte, miro su reloj y se dio cuenta de su retraso. Se sentía sola en medio de la gente y repentinamente decidió visitar aquella casa vieja, pero pintada de colores vivos al final de la calle, había contemplado tantas veces las flores que se alzaban en el jardín de enfrente desde su oficina, pero aún más había contemplado el título de la librería que le causaba tanta curiosidad “los libros perdidos”. Se preguntaba por los enigmas que podía encerrar adentro; sonrió de repente por la buena decisión que había tomado. La tarde caía, el cielo anaranjado parecía perderse entre las almohadas de nubes; Entonces, la vio. Iba vestida con una pañoleta roja en su cabeza, un vestido color violeta y unas botas altas, su corazón se agitó. Ella fue la que habló: – Estoy buscando un libro que pueda sacarme de la rutina en la que estoy sumida ¿puede ayudarme por favor? No se dijo una palabra más, sus miradas se encontraron y entendieron que querían seguir así, recorrieron la librería buscando el susodicho libro y en un rincón polvoriento encontraron un título que él nunca había visto en su vida “la orden”. Ella lo tomó entre sus manos, agradeció con una sonrisa y se marchó alegremente, dejándolo confuso, parado solo en el mostrador de “los libros perdidos”. Estaba tan abstraído en sus pensamientos que no se dio cuenta de que unos hombres encapuchados, vestidos con largas capas negras la seguían. Encendió la lámpara y se dispuso a leer, tampoco ella se percató de los hombres, pasó en vela la noche entretenida con el extraño libro que había tomado de las manos de ese hombre enigmático y curioso que atendía la librería; lo había visto muchas veces sin atreverse a dirigirle la palabra, pensaba que no le interesaría, aunque su opinión cambio con el reciente encuentro, se dio cuenta de que se perdió en sus ojos, de que él podría salvarla de la rutina. Así mismo, él contemplaba el cielo estrellado preguntándose sobre la extraña sensación que quedó en su pecho cuando ella se marchó. Sensación de vacío, y comprendió que no podía vivir lejos de la mujer que pasaba todos los días frente a la casa, pero que no se atrevía a entrar y a la cual él observaba encantado, pero tímido. Comprendió que no quería estar sin ella. Después de una semana, le llego una nota: En el puente de Bolívar a las 4:00pm. Nunca sospecho que la caligrafía no era de ella, era una trampa. Su reloj marcaba las cuatro y se hallaba parado, el viento mecía los arboles mientras sus hojas caían en el agua. Súbitamente, alguien lo tomo por detrás, lo cubrió con un manto negro, se oyó el freno de un coche en el que lo subieron. Una voz gruesa le explico durante el trayecto: Somos una organización, nos hacemos llamar “la orden”, somos dueños de los medios de comunicación, el libro que usted le dio a esa mujer tenía los secretos de nuestra organización: estamos controlando las mentes de la gente para que no vuelvan a leer jamás y así poder convertirlos en máquinas sistematizadas, simples obreros sin autonomía alguna. Hemos intentado encontrarlo durante décadas. Ahora que ella sabe todo sobre nosotros no podemos dejarla con vida y a usted tampoco.

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Todo sucedió muy rápido, llegaron a una bodega, ella estaba atada a una silla. Los llevaron atrás frente a un muro, el tirador poseía dos balas: Era un fusilamiento. El hombre apuntó a su pecho y disparó, él calló adolorido; sin embargo, le alcanzó la fuerza para recibir el segundo disparo, el que iba dirigido a ella. Perdió la conciencia, pero La mujer de vestido violeta logro arrastrarlo lejos de aquellos hombres, lo dejó un momento para buscar ayuda. Cuando él se recuperó miró la luna resplandeciente, recordó lo sucedido y cayó sobre sus rodillas mientras veía sombras acercándose hacia él. Cuando llegaron, el rostro pálido del hombre sonreía, tenía una nota en su mano, escrita en su agonía, con letra corrida: Te amo. La mujer del vestido violeta la leyó mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, lo besó desesperada y se prometió que no descansaría hasta que la sociedad pudiera encontrar la llave del baúl abandonado que albergaba el tesoro de las palabras.

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3. Las batallas contra los ignotos

(Sir Alberto de Catia) Mi nombre es Sir Alberto de Catia, Lord de Altavista y San Pedro, dueño y señor de un condado literario, amigo de héroes de la historia y la mitología, compañero de la imaginación del hombre. Mis antepasados con las armas que contaban se enfrentaron a un enemigo que me estaría acechando por toda la existencia. A los ignotos, siempre poderosos, les gusta reclutar adictos, y yo era un aprendiz con la fragilidad del principiante… pero con la lectura y el estudio se fue forjando mi espíritu para las batallas por venir y fui adquiriendo las armas que me ayudarían en el futuro. Inicialmente sin mucho entusiasmo, luego con alegría e inspiración. Desde esos tiempos voy acompañado de un ejército siempre en crecimiento. Las bibliotecas han sido mis aliadas. He contado con oficiales de escuela, con académicos, con mercenarios y piratas. Muchos los voluntarios. Unos más valientes. Sí, con todos he contado para mis triunfos. Eso ha ocurrido muchas veces, mas esta guerra no permite armisticios prolongados. En recompensa de lo anterior afirmo que la paz, la armonía, la tranquilidad y la alegría van constantemente de mi lado. Es atípica la situación, igual, esos son los hechos. Vivo en un enorme castillo y poseo una biblioteca con suficientes guerreros. Todos ellos prestos a la defensa (y al ataque de ser necesario). Las nuevas tecnologías han hecho más asequibles a soldados dispuestos. Esta guerra no ha de terminar, pero la contraparte del enemigo evoluciona. Desde todos los continentes son muchos los que se han presentado con sus filosofías de vida. Con sus conocimientos comerciales, sus conciencias educativas y de saber humano. Con la historia de los pueblos para no repetir errores, y las mitologías de las civilizaciones para iniciar la comprensión. Han venido aquellos convencidos de ideas

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religiosas y políticas para beneficio de la humanidad (sólo la ignorancia infiltrada en las interpretaciones ha sido la causa de las derrotas). Los que escribimos vamos ampliando y haciendo crecer a los ejércitos que luchan contra la ignorancia humana…“Vacilar es perderse” como dijo Don Simón de Caracas.

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4. Los anteojos del señor Froilán (María Laura Acevedo)

El señor Froilán rondaba los sesenta y cinco años. Un hombre bajito y regordete que había perdido casi todo el cabello, luciendo sólo unos pocos pelos a cada costado de su cabeza los cuales peinaba con sumo cuidado. Miope desde siempre usaba unos gruesos anteojos con montura de carey. Habitaba solo en una antigua casona del barrio de Belgrano, con vista a las barrancas, un sitio que había visto en épocas pasadas a muchos suicidas y caballeros batiéndose a duelo por vaya a saber qué cosas del honor, cosas hoy totalmente en desuso. Los duelos y el honor. Y sucedió que estando en la biblioteca montado en una alta escalera que servía para alcanzar los libros de los estantes que casi rozaban el techo, en una maniobra medio complicada con el fin de atajar uno que se le escapaba de las manos, sus lentes salieron despedidos merced al aleteo de las cubiertas de un tomo de generoso porte con las obras completas de Balzac. El sonido al llegar al suelo no dejaba lugar a dudas. Los cristales habían sucumbido por una combinación de la acción de la gravedad, la altura de la escalera y la dureza de los mosaicos. Bueno, esto era un inconveniente inesperado, primera vez que le ocurría en la vida, razón por la cual no tenía previsto un plan B. Es decir, sus lentes no tenían reemplazantes. Debía ir con urgencia al primer óptica que encontrara y encargar un nuevo par. Apenas podía caminar el pobre señor Froilán ya que sus ojos sólo le brindaban una imagen de nebulosa sobre lo que le rodeaba. Si él hubiera podido ver, hubiera notado que el paisaje se iba volviendo algo extraño muy lejos del señorial barrio de Belgrano que recorría cada día al hacer sus compras. Como por arte de magia apareció un negocio cuyo dueño, que estaba parado delante de la puerta, al verlo tan desorientado le preguntó que le sucedía. Al contarle sus cuitas el otro hombre lanzó una carcajada que helaba la sangre, vaya forma de reír, y le dijo que justamente había llegado al sitio indicado. Lo invitó a pasar, le probó los cristales hasta dar con la graduación exacta y le comunicó que si esperaba un rato podría irse a casa con los lentes. Muy agradecido el señor

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Froilán se sentó a esperar, mientras escuchaba los sonidos de la piedra de pulir y de las demás herramientas que se usaban para ese trabajo. Al cabo de una hora todo estaba listo y se sintió maravillado del servicio que este buen hombre le había prestado. Pagó y se retiró agradeciendo su buena voluntad. El hombre tan sólo volvió a reír. Ya en casa se dirigió a la biblioteca y se sentó cómodamente en su butaca preferida. Abrió un grueso volumen y se concentró en la lectura. Unos minutos más tarde le pareció percibir un movimiento a su izquierda y se sobresaltó. Dirigió hacia allí la mirada y descubrió con pavor que la habitación se iba poblando de personas casi todas vestidas al estilo del novecientos. Pero algo más extraño que eso era la conciencia que tenía que esas personas no eran reales, que eran fantasmas. Se quitó los lentes, el movimiento cesó. Se restregó los ojos. Se dijo a sí mismo que era sólo una mala pasada de su imaginación, tanta lectura... Volvió a ponerse los lentes y las personas reaparecieron, observándolo con curiosidad. Entonces se dio cuenta que algo mágico había en sus anteojos que le permitía ver a toda esa gente que había estado conviviendo con él. Vaya a saber por qué motivo macabro estaban todos reunidos en su casa, lo cierto es que el terror en un primer momento lo paralizó pero, luego, cuando pudo reaccionar y descubrir las heridas de bala de los duelistas y suicidas, las muñecas cortadas, el color azulino de los envenenados... ahí fue cuando salió corriendo de la casa a buscar un sitio sin fantasmas mientras en toda la ciudad parecía resonar la risa diabólica de aquel hombre que le había confeccionado los anteojos. Y no se los quita. Por todas partes ve personas que ya no existen y sigue buscando un sitio donde estar verdaderamente solo. Lo que el señor Froilán no sabe es que Buenos Aires está habitada sólo por fantasmas.

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5. 3:00 (Soledad Pirela)

No dejes que nada te esclavice. Era la forma en la cual quería ser visa, libre y atemporal, etérea…ingrávida, pero todavía de alguna manera presente, saborear hasta el último rincón de mi existencia sin transformar quien era; así que, cuando buscaba entre las luces por aquel destello particular, aquel que resplandeciera con más fuerza terminaba perdiéndome entre las bruma de las cosas que jamás alcanzaría; tenía miedo…Por qué sabía que mis ataduras eran mis propias limitaciones y que mi mayor enemigo eran mis propios estándares, tenía este concepto de “súper-humano” que se alejaba cada vez que me encontrara cerca de la meta.

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Me dijiste una vez; “Hay un momento, inmediatamente después de que la vida ya no vale la pena, cuando el mundo parece ir más despacio y todos sus innumerables detalles, de repente se hacen brillantes, dolorosamente evidentes” Yo no había comprendido nada ¡de verdad!, mi mente estaba en esa especie de limbo en el que nos sumergimos cuando el inconsciente intenta protegerte de cosas que ni siquiera hemos admitido, y no por el peligro que el resto del mundo supusiera para mí, si no, por lo que mi propia mente era capaz de hacer conmigo… Todavía conservo un poco de esa paranoia, aunque no te alucino en ataques histéricos cuando me despierto sola a las tres de la mañana, no tapo mi nariz cuando cocino con vainilla e incluso he aprendido a cruzar la calle fuera del rallado sin tener que apretar las manos…pero a veces escucho un pedacito de esa canción; la que solías mal cantar cuando traías el café o mientras caminabas entre aquellos mundos que no supe conocer, y de nuevo siento que soy mil centímetros más pequeña, el helado vuelve a ser mi mejor amigo y empiezo a ver películas sin trama. Empiezo a devorar paginas como agua… El primero fue cuando tenía once años, ese libro desojado que todavía conservo justo al lado de la cama; el puesto privilegiado que aquellos envidiosos en mi biblioteca no podrán quitarle, sus tapas amarillas ahora casi blancas y gastadas son el recuerdo cariñoso de mis primeros zapatos para el bachillerato. Definitivamente el me encontró a mí, incluso ahora cuando ni yo puedo encontrarme. Cuando sus hojas empezaron a caerse intente sostenerlas con un poco de cinta, intente sostenerlas con pega y saliva, y fue cuando mama me dijo que lo cambiara, podría obtener un nuevo y con todas sus hojas en la librería del centro comercial. En ese momento no quise uno nuevo, quería ese, mi libro, el que había deshojado luego de leerlo por cuarta vez en un pedacito de mi cuarto tratando de no despertar a mi hermana con la luz de la lámpara, el que estaba marcado con pequeños puntos en las partes que más me gustaban, aquel por el cual me debatí si estaba bien doblar las esquinas o no. Diez años después todavía me cuesta doblar las esquinas, no es un daño atroz pero el papel nunca vuelve a ser igual y es algo que me atormenta desde el fondo de mi mente. Diez años después todavía intento memorizar aquella frase que suena inteligente para contarla a mis conocidos, o aquella otra que aunque cliché me encantaría escuchar susurrada por labios más que amigos. Diez años…Diez años han pasado y un sinfín de historias entre ellos, de mi propia autoría con personajes primarios y secundarios según el tiempo y la distancia, y muchas otras de la mano de los que se atrevieron a librar sus batallas con tinta y papel. Cruzaron mares para proteger reinos, desafiaron al pasado para garantizar el futuro, se transformaron en historias y pasaron a la historia como los héroes de su generación, como los más temidos villanos o como los más brillantes magos de su tiempo.

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Entonces comprendí, no importa cuántas páginas se caigan de los libros, que tan blancas y gastadas estén sus portadas, no importa que tan larga o increíblemente corta sea una historia, o si escribimos o no en el mismo idioma, ¡por dios! No importa si conducimos con el volante a la izquierda o la derecha o si tenemos ojos azules o cafés, grandes o pequeños…cuando intentaba pegar mi libro no entendía porque quería tanto que fuese ese libro, lo mismo que aquel contaba, estaba en las páginas de uno más nuevo… Y es que pasamos cien veces por el mismo aparador y notamos algo distinto todas las veces, podemos escuchar cien veces las misma canción y sentirla distinta…todas las páginas de mi libro desojado son partes del mismo libro, de la misma historia, todas las partes que no quiero de mí son aunque estén de momento rotas o en construcción partes de mi por extensión, partes que me hacen única pero no me definen aunque en definitiva las necesite como parte de mi esencia y existencia, partes indivisibles pero no inalterables. Me dijiste una vez; “Hay un momento, inmediatamente después de que la vida ya no vale la pena, cuando el mundo parece ir más despacio y todos sus innumerables detalles, de repente se hacen brillantes, dolorosamente evidentes” Y ahora comprendo, no hay un momento en el cual la vida no valga la pena, no hay un momento sin “detalles dolorosamente evidentes”, todos somos páginas de un libro más grande que nosotros mismos y también libros únicos y completos con historias por construir y contar, historias que improvisar… No dejes que nada te esclavice, somos páginas de una historia que de todas formas vale la pena contar. Cita: Aaron Swartz

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6. Un mundo de páginas

(José Antonio Cano López) Eliseo caminó y caminó, lo único que quería era dejar atrás el dolor y esas imágenes que le atormentaban y pesaban tanto. La noche era obscura y relampagueante pero seca como el desierto. Como era costumbre, el debía caminar en línea recta y al topar con pared debía estar situado el libro, ese libro que siempre lo llevaba al trance y que al mismo tiempo permitía situarse en la escena para encontrarse allí con su amor. No encontraba el libro, no lo veía. Él, ya de por sí desesperado, sacó un cigarrillo. Con la mano temblorosa fijó sus ojos en la caja de cerillos que el mismo sostenía con su 12


mano derecha y leyó uno de los tantos mensajes que esa marca de cerillos acostumbraba a imprimir sobre sus empaques. La caja decía lo siguiente: “Todo es relativo” Eliseo arrojó la caja de cerillos al piso, devolvió el cigarrillo a su sitio y corrió al parque donde todos los domingos solía ir a reflexionar, tomar aire o simplemente abrir su libro “mágico” y entrar en trance. Al llegar al parque Eliseo se recostó sobre una banca y miró las estrellas. Algo andaba mal, la luna parpadeaba como estrobo y las nubes que apenas se alcanzaban a ver formaban figuras y se desasían como humareda, como el vapor de un tren andando. Al girar su cabeza los arboles crecían y eran una mezcla de algodones de azúcar que al ser golpeados por el viento lograban tomar formas terroríficas. ¡El ya estaba en el libro! El viaje fue tan sutil, tan fuerte y a la vez tan suave que él no pudo caer en cuenta de haber entrado en trance. En este mundo de páginas todo era distinto. Mientras en la vida real pasaban 5 minutos, en el mundo de páginas se convertían 5 días y cada página era un día. En este lugar de páginas, su amor, estaba en manos de un poderoso, un poderoso que gustaba de quedarse con todas las cosas que para la gente común tuviesen valor. Para Eliseo no existiría nada más valioso que Sheila. Y por eso mismo fue que el poderoso se quedó con ella. No existía poder supremo que pudiera quitarle los bienes al poderoso, todo y cuanto fuera tan valioso para un individuo era despojado de los mismos por este hombre. Este poderoso era el gobernante de este mundo. La peculiar característica de este mundo era que todo lo que se supone que debería ser realidad era alterada en este mundo de páginas. Así las montañas podían convertirse en tsunamis y los cielos se podían caer. Eliseo seguía abrumado por las imágenes de aquél despojo de su amor. Lo único que necesitaba era salir de allí, el no necesitaba esto, el necesitaba huir. La forma de salir de el trance, como siempre era situándose en lo alto de un lugar y saltar. Haciendo esto el cuerpo sobresaltaba por el impacto y así es como Eliseo podía despertar siempre del viaje. El se sentía derrotado por su amor, por lo cual se posó en el umbral del tejado de su casa. Cerró los ojos y se dejó caer. No sintió nada. Abrió los ojos y seguía ahí, en el mismo lugar solo que a ras de piso. Lo hizo una y otra vez pero no podía regresar. El amor que le tenía a Sheila era tan fuerte que en el fondo tenía un profundo deseo de quedarse en ese trance y jamás volver. Todo era desastroso. Finalmente Eliseo tomo el arma que el escondía debajo de su ropa doblada, dentro de su closet. Apuntó en su sien y tiró del gatillo. El arma no tenía municiones, así que busco en el cajón superior de su buró y cargo el arma. De nuevo apunto a sí mismo, pero esta vez dentro de su boca. Cuando Eliseo finalmente estuvo listo nuevamente tiró del gatillo, esta vez el estallido retumbo como cañón dentro de su tórax y sintió el impulso de retroceder, pero eso era imposible, el ya había tirado del gatillo. Cuando dejó de sonar el estallido, todo fue como un zumbido largo… Se dio cuenta que nada había pasado. Nada podía matarlo porque todo estaba en su mente, todo era producto de su imaginación. El no podía morir si no era en carne propia. Decepcionado se sentó al borde de su cama y se decía a sí mismo:

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–Es imposible vivir en este mundo, que siendo mío, me es imposible controlarlo del todo, Ni siquiera puedo tener a mi amor. ¡Él se la llevó, y ahora no puedo siquiera suicidarme para borrar este asqueroso sentimiento de mierda! Pronto una lágrima cayó. Se quitó el sombrero y la gabardina. El cigarrillo salió de su gabardina, entonces para calmar su nerviosismo buscó la caja de cerillos, pero… ¡Los cerillos! Entonces recordó haberlos tirado en aquella pared donde él creía que el libro debería encontrarse como de costumbre para iniciar el viaje a este mundo de páginas. Entonces recordó la frase de los cerillos que decía: “Todo es relativo”. Cuando Eliseo leyó esto cerró los ojos y pensó que lo mejor era olvidar a Sheila. Al hacer esto Sheila sería liberada porque ella ya no tendría ningún valor para Eliseo. Eliseo cerró sus ojos y profundamente deseó jamás verla para que Sheila fuese liberada. Una segunda lágrima recorrió la mejilla izquierda de Eliseo. Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba en la misma banca en la que él había empezado el viaje. Emocionado y agotado por el trance decidió volver al mundo de páginas para despedirse de Sheila. Cerró los ojos para iniciar el trance. No pudo. Lo hizo una y otra vez… pero no pudo. Pensativo, con los ojos vidriosos y ya en el mundo real, tiró el libro a la basura, caminó hasta la estación para comprar un boleto. Sintió una mano sobre su hombro: –Hola. Mi nombre es Sheila, ¿En qué puedo ayudarlo?...

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7. Amor virtual

(Ada Norma Vega Gutierrez - Montevideo – Uruguay) Se llamaba Anton Sargyán. Era un armenio alto, moreno y desgarbado que siendo un niño logró huir con sus padres del Imperio Otomano y llegar a Uruguay, después de peregrinar por el mundo, huyendo del genocidio armenio de 1923. En aquel tiempo después de navegar más de cuarenta días en un barco de carga, la familia desembarcó en Montevideo y se alojó en una casa de inquilinato en la Ciudad Vieja para luego establecerse en el barrio del Buceo. Allí aprendió hablar en español fue a una escuela del estado y en el liceo se enamoró de Alejandrina, una chica descendiente de turcos cuyos abuelos llegaron a Uruguay a fines del siglo XIX. Los chicos se conocieron se enamoraron y vivieron un amor de juventud sincero y pleno. Hasta que las familias se enteraron. A los dos les prohibieron ese amor, pero para Anton no existían prohibiciones posibles. El joven amaba a Alejandrina y estaba resuelto a continuar con ese amor pese a

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las prohibiciones de ambas familias. De modo que siguieron viéndose a escondidas hasta que los padres de Alejandrina decidieron irse del país. Fue entonces que Anton ideó un plan audaz para impedir esa mudanza. La novela de Anton Sargyán avanzaba con interés cuando un día Anton adquirió vida propia, no necesitó más de mí, se fue de mi imaginación y mi computadora y mientras yo escribía la historia de amor de Anton y Alejandrina comenzó a hablarme borrando mis frases e insertando las suyas: –Necesito hablar contigo. No quiero seguir siendo el personaje de esta historia. No estoy enamorado de Alejandrina. Es a ti a quién amo. Quiero ser parte de tu vida. Sé que puedo hacerte feliz. Sácame de la historia y llévame contigo. Al principio pensé que todo era una broma del equipo de Google. No obstante envié mensajes explicando lo que sucedía, que nunca contestaron. La novela iba avanzando fluida, yo estaba entusiasmada en cómo se iban dando los hechos, no tenía intenciones de abandonarla. Anton por días no se comunicaba, entonces yo adelantaba la historia pues creía que se había terminado la odisea, pero al rato volvía con sus frases de amor cada vez más audaces. Pensé que podría ser alguno de los webmaster de los sitios donde yo participaba, algún contacto de la página de Facebook, hasta que al final desistí de seguir averiguando porque pensé que creerían que estaba volviéndome loca. Mientras tanto Anton no cejaba en su intento de conmoverme, de llamar mi atención hacia su persona inexistente. Entonces decidí seguirle el juego. Le dije que estaba casada, que ya tenía un hombre a mi lado a quien amaba. Me contestó que a él no le importaba que estuviese casada. Que el mundo que me rodeaba no existía para él. No conocía este mundo ni quería conocerlo. Estaba apasionado conmigo –decía–, conocía mi alma y quería habitar en mí. Le contesté, siguiendo el juego, que no lo conocía, no sabía quién era, qué se proponía, ni qué era eso de habitar en mi. Me contestó que si lo liberaba y le permitía entrar en mi mente estaríamos unidos para siempre. Que no necesitaría más a mi esposo ni a mis amigos ni a nadie, pues él colmaría todos mis deseos más íntimos, todos mis deseo humanos. Todos mis deseos. Además me dijo que yo lo conocía, que lo había creado paso a paso, no era entonces un desconocido. Soy el hombre que creaste. Un hombre. Llévame contigo –imploró– si no lo haces mátame en tu historia, de lo contrario mientras escribas estaré comunicándome. En ese momento decidí abandonar la novela. Dejarlo con otros cuentos sin final que fueron acumulándose mientras fui escritora. Pero él no sólo leía lo que yo escribía en la computadora, también leía mi mente y se apresuró a decirme: –No intentes abandonar la novela porque me dejarás penando en ella hasta el final de los tiempos. ¡Por favor, si no me dejas habitarte, mátame! Nunca tuve el valor de matarlo. Abandoné sin terminar la historia de amor de Anton y Alejandrina y la guardé en el fondo de un cajón de mi escritorio junto a cuentos que nunca puse fin. 15


Algunas noches entrada la madrugada cuando la inspiración se niega, recuerdo aquel amor virtual que sólo me pidió habitar en mí y que dejé encerrado en un cuento inacabado. Muchas noches entrada la madrugada cuando el cansancio me vence, entre mis libros y mis recuerdos, suelo escuchar desde el fondo de un cajón de mi escritorio el llanto aciago y pertinaz, de un hombre que implora.

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8. La lectura, la aventura.

(Daniel Fernández Vásquez) Ayer me despedí de un amigo. Suele venir a visitarme, durante uno o dos días, cada dos o tres años. Me he despedido de varios amigos en mi vida. Pero él es de los pocos que vuelven cada cierto tiempo. El primer amigo del que me despedí era un niño, negro, que venía de la costa Caribe de mi país. Me contó su historia, y la de su flor. De cómo en su aventura entendió porque las flores vivían tan poco y otras criaturas como los lagartos, la tortugas y las culebras viven durante muchos años. Fue un gran amigo y me enseñó a valorar a las nuevas personas que llegan a vida y las cosas pequeñas que pasan por ella. A mis doce años conocí el segundo, este se quedaría conmigo por el resto de mi vida. Por cierto fue él, quien se marchó ayer. Es un niño rubio, muy dulce e inocente. Habita solo en un planeta con su rosa, y siempre que viene me pide dibujarle un cordero. Durante sus visitas este niño me ha enseñado tantas cosas que sería imposible para mí lograr agradecérselo por completo. Luego llegue a conocer a un niño mago, quien creció conmigo y me llevó en aventuras inigualables hasta que se convirtió en una gran estrella del mundo mágico. A mis diecisiete años me di cuenta que solo había hecho tres amigos en mi vida. Así que decidí iniciar una aventura. Viajar en todos los lugares que pudiera y así conocer a tantas personas fascinantes como me fuera posible. Y allí inicié. He conocido hombres tristes que han vivido en dictaduras militares inhumanas y que han marcado la historia del mundo. Conocí a un niño jaguar con su gran amiga que era una niña águila. Conocí a un gran hombre que me contó la historia de América latina y de cómo sus venas se han encontrado siempre abiertas. Y me explicó que las personas estamos hechas de historias. Viaje por el mundo conociendo psicólogos, filósofos, profetas, alquimistas y personas fuera de lo normal. Viví cien años de soledad junto a una familia de muchas generaciones y le dije adiós a la cordera. Llegué a alcanzar tierras donde los orcos, los elfos y los humanos entraban en guerra por anillos. Y algún día viaje al reino de este mundo y conocí el arpa y la sombra. Un gran hombre un día me presentó a su otro yo y me enseñó lo que se sentía estar sentado a la izquierda de un roble. Ese mismo hombre que me narró lo 16


que le dijo un gran padre algún día a su hijo mientras lo miraba. En uno de mis viajes pasé por el increíble país de las mujeres, un hermoso lugar. Dos historiadores me enseñaron como la femineidad y el placer han sido satanizados y otros varios investigadores me han contado como se supone que funciona todo. He viajado algo en los pasados seis años, especialmente, debo admitir en los últimos dos. Todos estos viajes y nuevos amigos han marcado y cambiado mi vida. Igual o más de lo que lo hizo el niño rubio que ayer se fue. Siempre debo despedirme de ellos al final, pero lo hago feliz porque sé que ellos han cambiado algo en mí que ya no podrá volver a ser como era antes. Hoy he empezado a escribir algunas anécdotas. Solo por si algún día, alguien al igual que yo, quisiera encontrar un amigo, vivir alguna aventura o solo distraerse de ese extraño lugar al que todos llaman realidad. Y así quizá ese alguien me diera el honor de formar parte de su vida.

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9. Sentirse Infinito (Estefanía Gutiérrez) –¿Te has sentido infinito alguna vez? – pregunta distraído, mientras lee el libro. Él pregunta porque lo siente. Llegando a las últimas páginas, cuando sabe que el viaje va a terminar. –Probablemente, pero no leyendo un libro – contesta el amigo, que ve distraídamente la tv, pasando los canales, esperando encontrar algo bueno. En el fondo se ve pilas de libros, al fondo. Parece que hablaran entre sí, compartiendo personajes, compartiendo escenas. Se comparan, se critican, se hacen reverencia. Novelas, poesía, ensayos. Libros de literatura, algunos de ciencias también se cuelan. Comienzan una tertulia, se ríen, entretanto esperan. Esperan el turno de ser leídos – o releídos–. Unos son de cabecera, acompañan al joven casi cada día, a clases. Se sienten importantes, porque están marcados con largos trazos de resaltador, y ya sus páginas están un poco estropeadas de tanto uso; tienen notas dentro de sí, y pequeños post-it pegados a sus bordes. Son llamados los veteranos, y exigen y reciben mucho respeto. Algunos son costosos, de tapa dura, hojas brillantes, hay otros baratos, sacados de alguna feria local, que si bien en principio fueron juzgados, ahora son igual de ricos, y llenos de conocimiento. Juntos a los nuevos, los poco usados, los menos resaltantes, discuten sobre temas importantes, porque los libros no les gusta perder el tiempo en cosas banales, ni siquiera ese de humor que compró a un vendedor ambulante en el transporte de su universidad. Todos se toman muy enserio su trabajo, si realmente quieren impresionar. El muchacho esta ajeno a su biblioteca, está en el desenlace. Está diciendo adiós, con un vacío en su corazón. El agente Carter, el valiente agente, está en el término de su vida, sudando, con cara de póker, pensando en sus posibilidades; su enemigo, ese que le acompaño de manera antagónica por todas las páginas y párrafos, el de los problemas, el

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del lavado de dinero, el asesino, el que le quito horas de sueño, está ahí, apuntándole con un arma. Al chico se le acelera el corazón, porque él también está ahí, dentro la piel de su personaje favorito, sin saber que hacer, que sucederá; expectante, en tensión, como un hilo. Entonces lo escucha –lo lee–. Un disparo. Gritos, un cuerpo cae al suelo. Abre sus ojos más, pasando su dedo por las líneas para asegurarse de no perderse de nada. Se salva. Y el lector puede respirar tranquilo. Y con una calma, esa que viene después de la crisis, lee los últimos párrafos del capítulo. Viene el refuerzo, ambulancia, y todo ese equipo de compañeros que siempre llegan tarde a la escena (afortunadamente). Pasa al epílogo con una sonrisa. Todo está terminando. “–¿No hay veces en la que te has sentido infinito, Carter? –responde la mujer, mientras coge en sus brazos a la hermosa bebé que los acompaña. –Muchas veces. – y mira con algo muy parecido a la felicidad.” El personaje le sonríe, guiñándole el ojo, despidiéndose. Y entonces el vacío se convierte en felicidad. Él también se siente infinito, como si se hubiese a despedir de un gran amigo, como si se estuviese montándose en su auto, diciéndole adiós a esa ciudad que alguna vez le dio todo, pero que ya no le puede ofrecer más. Cierra el libro, y se levanta. –No sabes lo que te pierdes, hermano –sonríe y tira el libro en el mesón al lado del otro chico, que no le presta mucha atención porque ya encontró el programa de humor que estaba buscando. Mientras el otro prepara un café, y toma otro libro del montón.

*** 10. El mensaje (Silvia López Safont) Ana como todas las mañanas se despertó bruscamente cuando oyó el sonido de su despertador. Al parecer Ana nunca iba a acostumbrarse despertarse de aquella forma, pero, ¿qué podía hacer sino? Cualquier timbre era para ella todo un sufrimiento, y las maldiciones de ello eran una rutina diaria. El desayuno de Ana, que según ella era algo muy light, consistía en prepararse unas tortitas con el mínimo aceite, y añadirle por encima chocolate líquido edulcorado y nata montada bajo en calorías. Para ella cualquier producto que llevaba edulcorante formaba parte de su vocabulario “muy light”. Mientras desayunaba leía siempre el periódico, para así saber de qué modo debía enfrentarse el mundo ese día. Sección a sección se lo iba leyendo y reflexionando, en algunos de esos pensamientos sus expresiones la delataban. Y como siempre luego se levantaba corriendo y se vestía deprisa para no llegar tarde al trabajo. Cada día de su vida cogía el coche y hacía un trayecto de treinta minutos, y llegaba siempre a punto a sus labores. Por así decirlo casi era su propia jefa, porque la mayor parte del día era ella la responsable de su trabajo. No es que le disgustase su trabajo, todo lo contrario, sino que lo que no le gustaba eran los horarios, detestaba las rutinas. Levantarse a la misma hora y hacer lo mismo cada día era lo que no soportaba, eso es lo único, porque por lo demás le encantaba. 18


Una vez sentada en su sitio de trabajo, siempre esperaba a un cliente devoto, Felipe le dijo que se llamaba, e iba también a la misma hora todos los días desde hace un año. Era un hombre de unos sesenta años muy inteligente y con curiosidades científicas. Llegaba al mostrador y siempre le dedicaba una sonrisa encantadora a Ana, y esto a ella le encantaba, ya que le transmitía mucha simpatía. Y luego siempre le preguntaba por algún libro extraño, y Ana claro siendo una experta bibliotecaria siempre le encontraba ese libro tecleando el archivo de su ordenador. Y el hombre iba todo feliz a la sección que Ana le había dicho. Siendo ella la trabajadora de una gran biblioteca le causaba excitación, ya que le encantaba leer a escondidas en su trabajo. Le gustaba toda clase de libros, aunque se decantaba más por los libros románticos. Un día mientras leía un libro se encontró entre las páginas una carta escrita a mano de un hombre declarándose su amor a alguien. En ella decía: “Te amo vida mía, amo cada parte de ti. Mi vida está vacía ahora que tú no estás aquí conmigo. Ahora soy un hombre solitario” Era algo precioso el amor que transmitía aquel hombre, y triste a la vez que alguien sintiera algo así. Ana se preguntaba quién sería el hombre y a quién iba dirigido. Así sin más vacilación se puso frente al ordenador y busco a la última persona que lo había cogido, claro está que este método no sería el efectivo, porque saber quién lo puso allí es complicado, pero igualmente lo busco en su ordenador, y apareció en él el nombre de una mujer que hace un año que lo había devuelto. Por tanto, descartó a esa persona y fue a otra anterior, esperando que fuese un hombre. Esa vez sí que fue un hombre. Y sin más preámbulos se puso manos a la obra y le llamó. La voz del hombre era potente y contenía amabilidad en sus palabras. Ana le preguntó el asunto de la carta, pero el hombre le dijo que cuando lo cogió no encontró ninguna carta. Esta respuesta sorprendió a Ana, no le cuadraban las cosas. Entonces, por si fuera posible volvió a la última persona que lo había cogido, se llamaba Alicia Pérez. Ana encontró el número y la llamó. Ella consternada por este hecho le dijo que no encontró ninguna carta, que hace un año que no había cogido el libro, y ese que era su preferido. Ana se mordía la lengua, pero necesitaba saber más, así que le sacó a la mujer que cada tiempo cogía el libro porque fue así como conoció a su marido, mediante mensajes metidas en ese libro su marido la conquistó, y era una tradición cogerlo, aproximadamente cada año, para celebrarlo. Él siempre le ponía un mensaje. Pero la mujer le dijo que no pudo ser posible que hubiese sido su marido, ya que llevaba muerto hace un año, y ella devolvió el libro al cabo de unos días del fallecimiento de su marido. Y cuando lo entregó no había ninguna carta. Esto fue algo escalofriante para Ana, así que le pidió a la mujer que se acercase por la biblioteca para que leyera el mensaje. Esa misma tarde Alicia se presentó en el mostrador, y cuando Ana le entregó el mensaje, la cara de Alicia fue todo un poema. Se quedó paralizada, el mensaje provenía de su marido, reconoció su letra. Fue una escena extraña para ambas. Mientras Alicia estaba allí de pie como una estatua, de pronto Felipe se acercó al mostrador y como cada tarde se despidió de Ana, y ella le devolvió el saludo. En ese momento Alicia despertó de su sueño y le preguntó a Ana que a quién saludaba. Ana le explicaba que se despedía de un cliente. La respuesta de Alicia le dejó a Ana muy marcada: “Aquí no había ningún hombre, solo tú y yo, señorita”.

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Ana no daba crédito de esas palabras, y le volvió a explicar que hacía unos instantes Felipe acababa de pasar. Y con la cara muy asustada Alicia le dijo: “Así se llamaba mi marido”.

*** 11. La cocinera dorada

(Chantall Estrada)

De pronto despertó agitada, su cuerpo hallábase teñido de una pegajosa tinta dorada que esparcía un tibio olor a mirra; al percibirlo, recordó lo sucedido la noche anterior: Sí, había sido amada por ese ser maravilloso que recorrió cada centímetro de su grisáceo contorno dibujando con aquella pluma su triste silueta, de modo que con cada trazo ella se sentía cada vez más perfecta y espléndida, cosa que jamás le había ocurrido antes. Había permanecido allí tantos años, sin que nadie se percatara siquiera de su existencia, al grado que llegó a pensar que su presencia en aquellas páginas no valía la pena, y justo cuando meditaba la forma de salir huyendo fue que él llegó y la rescató del abismo de letras entre las que se hallaba perdida. Le hizo comprender que sin ella, la historia no habría nunca tenido tan buen fin; claro, sólo una magnífica cocinera podría haber cautivado durante tanto tiempo un estómago como el del príncipe antes de que éste se diera cuenta de la belleza que la dulce protagonista escondía entre los inocentes ropajes infantiles que portaba a diario. Aquella noche, confesó él, que su amor había surgido justo en la página cuarenta, cuando ella cocinaba una exquisita sopa de cebolla para calentar los miembros del príncipe, quien, escasos párrafos después, habría de librar batalla en una excursión cerca de los límites del reino ─Sólo una mujer verdaderamente sensible sabe la fortaleza y el consuelo que una buena cena puede provocar en un corazón abatido por las decepciones; y tú, tú has alentado a los personajes de esta historia a mantenerse en pie, y lo has hecho sólo a través de los aromas y sabores provenientes de tu cocina. Gracias a esos alimentos preparados con tanto esmero, ellos fueron capaces de no rendirse y superar los obstáculos que se les atravesaron. Tú mereces ser alabada por sobre todas las cosas. Gracias a ti ellos están vivos, pueden sentir, soñar y amar con todas sus fuerzas. Gracias a ti, yo mismo estoy vivo, porque tú alimentaste mi alma al nutrir los cuerpos de ambos jóvenes, esos cuerpos ávidos de amor– Ella, nerviosa e incrédula, por vez primera se sintió importante; él había subrayado cada escena suya en las amarillentas hojas del viejo tomo de la biblioteca con tinta de oro. Le maravilló observar aquel inmaculado tintero de bellos dibujos que al ser destapado liberaba el aroma de Oriente; con cada línea que penetraba en ese manuscrito, realizado a toda prisa tantos años atrás, él completaba poco a poco algún fragmento que ella siempre había considerado faltante en su cuerpo y en su alma; aquél 20


hombre se dedicó a detallarle cada una de las virtudes que le habían enamorado; ella, totalmente maravillada, escuchaba: “¿Cómo era posible que le encontrara tantas cualidades en las escasas líneas que el avaro autor le había dedicado?” Ese ser que la describía con tanto detalle y amor, y que recorría su cuerpo con tanta suavidad, sólo podía ser un producto de su imaginación y de la absurda esperanza de que alguien tan “gris” como ella pudiera provocar en otro algún mínimo sentimiento, porque, a su parecer, nadie podría ser capaz de conocer tan bien a una persona con esas breves palabras insertadas tan descuidadamente en un texto cualquiera. De este modo, la mujer decidió dejar de pensar y disfrutar del ese sueño que la embargaba. Sin saber cómo quedose dormida entre los brazos de aquél que continuaba llenando cada uno de sus poros en la dorada sustancia. Cuando despertó, él se había ido; y ella, en efecto, creyó que sólo había sido un bello sueño, hasta que se vio a sí misma brillar como el oro, entonces, incorporándose, buscó en cada párrafo, entre las hojas, y en los márgenes señales suyas, pero nada, él ya no estaba. Llorando volvió a la página treinta, donde por primera vez se le mencionaba, y fue entonces cuando se dio cuenta que en su correr a través de las líneas de la narración, la tinta que le cubría había escurrido en torno a su cuerpo, dejando tras de sí una brillante y aromática estela que reflejaba su presencia, sus sentimientos, sus miedos y pasiones en el margen de cada escena posterior a aquella página; asombrada, y consternada decidió sentarse al inicio del segundo párrafo a esperar por él. Lo cierto es que al hombre del tintero nunca volvió verlo; sin embargo, desde ese día, aquel libro fue el más solicitado del recinto porque (según pudo ella misma escuchar de boca de uno de los lectores), un famoso escritor, enamorado, publicaba semanalmente fascículos dónde la protagonista era “la bella cocinera dorada” que aguardaba sentada en la página treinta del viejo tomo de cuentos de la biblioteca estatal.

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12. Sin llave (Patricia Silvero) Un día de aquellos, en los que un instante puede cambiarlo todo, en el mundo de los abstractos se corría el rumor que se había descubierto la llave de la inmortalidad. Los gobernantes de este mundo -los humanos- eran los más interesados en encontrarla, ya que después de probar las mil y un maneras de vivir por siempre… ¡podrían lograrlo con una simple llave! De los “abstractos” con menos miedo ante esta posible adquisición, era la muerte. Un humano podría decir “¿a qué le va a temer la muerte?”, pero ¡vamos humano! ¡Estamos 21


hablando de tener el poder de la inmortalidad en nuestras manos! La muerte dejaría de existir, podría descansar en su inexistencia, podría tomarse vacaciones eternas, dejaría de trabajar tan arduamente cada día, cada segundo. Aunque más que por su propia inexistencia, la muerte temía, principalmente y junto a los otros miembros del mundo, por el AMOR. Acaso sin muerte, ¿el amor podría seguir existiendo? Acaso los humanos siendo dueños de tal poder, ¿podrían ver que aman solo porque son finitos? Sino ¿por qué insisten con vivir por siempre? ¿Se imaginan esa llave en manos del ser humano? Entre los rumores que seguían acechando y el gran temor de que sea el amor el que se muera con el dominio de la inmortalidad, ninguno de los abstractos esbozaba pista alguna que podría dirigir al humano hacia aquella llave. Sabían que el humano no dejaría de insistir, se armaría de todos los medios posibles para adquirir ese poder. Ante este escenario, aprovecharon la oleada de rumores usándola a su favor, hicieron correr “un secreto a voces” para reunirse, a fin de idear un plan -ya tenían la llave…shhhh- para que el humano no la encuentre. El día era el anfitrión de la cumbre, debía acomodarse en el momento justo para que todos llegaran cuando la hora se instalara. La única condición era que todas las palabras abstractas vinieran sin sus significados para que en la discusión no haya conflictos emocionales. Pero para evitar cualquier inconveniente, la razón prestaría sus cualidades, solo ella podría arreglárselas con una situación así –o por lo menos- esa sería su misión: repartirse entre todos los miembros y, de esta manera también, posibilitar que el plan sea viable y eficaz. Finalmente, el día y la hora se sentaron en el mismo sitio…y allí comenzaron a llegar los invitados. Algunos asustados, otros conmovidos, unos relajados –siempre hay alguno que lo consigue ante el caos- y también había mucho nerviosismo, pero todos con ganas de encontrar la solución al grave problema. Después de mucho o poco tiempo de debates y discusiones; y con la razón ya cansada de retroalimentarse y hacer equilibrio ¡surgió una idea fenomenal! No se sabía con precisión de quién fue la idea entre tanto y tanto, de todos modos, el mérito también cedió a repartirse. Pocos problemas son tan graves como para que el mérito de haber hallado la solución no interese… El plan consistía en buscar a alguien que guardara la llave, pero que no pertenezca a este mundo; alguien del mundo concreto, o alguien, más bien, puente entre ambos mundos. Alguien que pueda soportar el secreto y pueda utilizar el poder de la llave de la mejor manera posible. Así es como decidieron dársela al libro, este la aceptó con gran orgullo y honor, tanto la responsabilidad de cuidar la llave, como ofrecer este poder a todos los libros. Y he aquí el vericueto del plan: el humano creerá que el libro que lo marcó trascenderá por el propio contenido, pero es la subjetividad la que pondrá el velo sobre el que otorga ese poder a cada libro, pues él mismo será quien usará el poder para inmortalizarlos. Como también solo los seres humanos encontraran la forma, a lo largo de sus vías, de trascender después de la muerte, sin genética, sin tiempo, si espacio y sin la soberbia de la humanidad.

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13. Libro del bosque (Fernando Mawcinitt) Génesis y Sol eran dos hermanas que vivían en una pequeña ciudad cerca de un bosque de álamos. Los amigos que Génesis, la mayor, tenía en el club de la biblioteca, le platicaban las aventuras que vivían en el bosque. La niña sólo se emocionaba imaginándose los colosales árboles, pues su madre no la dejaba ir. Cuando llegó la primavera, Sol, la menor, le pidió a su madre que las llevara a recolectar frutas al bosque. Cuando Génesis escuchó la petición de su hermanita, corrió para secundar su insistencia. –Oh, madre – le decía la menor –, seremos buenas, lo prometo. –Sí, madre – añadía la otra hermana, –no nos separaremos de ti. No mucho después, la bondadosa madre llevaba a un par de entusiasmadas niñas de la mano, adentrándose entre los álamos. Cada una llevaba un morral de tela. Sol se encargó de colectar cerezas y Génesis buscaba las fresas más grandes. Cuando los morrales de las dos hermanas estaban a la mitad, se sentaron bajo la sombra de un álamo a descansar. Su madre, que tenía un olfato excelente, percibió el aroma de un campo de cafeto. Imaginando el delicioso sabor del café, decidió ir a recolectar algunos granos. Las niñas se quedaron sentadas, descansando. Mientras Sol veía a su madre alejarse bajo la tenue luz, el ambiente la acurrucó y empezó a quedarse dormida, pero el viento sopló y los abrió de nuevo al sentir un roce en su cara. Eran hojas de álamo que el aire había desprendido de los árboles y caían en diagonal, dando el efecto de una lluvia tranquila y colorida. Las hermanas veían este espectáculo, cuando Génesis habló con la voz en un hilo: –Hermana, no te muevas y tampoco te asustes. – ¿Qué pasa? – preguntó Sol– Tengo miedo. – ¡No te muevas! – ¡Una abeja! – gritó la pequeña. Sol le tenía miedo a pocas cosas, pero entre ellas estaban los insectos que pican, por lo tanto, al ver a la abeja caminando por su hombro, se levantó impulsivamente y corrió mientras gritaba: – ¡Quítamela, quítamela! Su hermana mayor corrió detrás de ella, pero el miedo de Sol la hacía más veloz. Cuando Génesis logró alcanzarla, su hermana estaba en el suelo, llorando. Había tropezado. Se acercó a ella y la consoló hasta tranquilizarla. – ¿Ya no tengo la abeja, hermana? – preguntó Sol. –No, ya se fue. – Respondió Génesis–. ¿Qué te hizo caer? –Esa piedra. –Dijo señalando a un objeto cerca de ellas. Génesis se acercó, tomó el objeto y lo sacudió. –No es una piedra –dijo–, es un libro. –Vamos con mama, va a preocuparse. Génesis se levantó con el libro entre los brazos. Miró a su alrededor, pero no vio nada más que centenas de álamos frondosos. Al darse cuenta que estaban perdidas, Génesis 23


pensó que lo mejor era permanecer en ese lugar, porque si buscaban un camino de regreso, era probable que se extraviaran aún más. Quizá, si no se alejaban, su madre podría encontrarlas. Trató de permanecer serena para no zozobrar a su hermanita, pero la idea de que pronto obscurecería la inquietó. Sobre todo al notar que sólo tenían fresas, cerezas y un libro viejo con los cuales no podrían hacer mucho contra las penumbras. Entonces abrió el libro hallado con la esperanza encontrar a su vista un agradable cuento con el cual entretener a Sol, hasta la llegada de su madre. Se sentaron al pie de un árbol, comieron algunas cerezas y hojearon juntas el libro. En las primeras páginas había hermosas imágenes de plantas, en su mayoría flores reales grabadas en los pergaminos. Casi no había letras escritas. Sólo indicaciones de las partes de las plantas mostradas. – ¿Hay libros como éste en la biblioteca a la que vas, hermana? –preguntó Sol. –No. Este libro es único. Qué bonito es, ¿verdad? Cuando mamá nos encuentre, primero se lo mostraré y después lo llevaré a la biblioteca para que todos lo conozcan. Conforme a las imágenes, Génesis inventó cuentos mágicos para Sol, quien se quedó dormida. A pesar de de la angustia de la hermana mayor por ver cómo el ocaso asechaba cada vez más y su madre no aparecía, siguió hojeando aquel maravilloso libro, siempre vigilante de algún movimiento. A ella también la abrazó el cansancio y pestañeó varias veces. Era difícil resistir al sueño en aquel sitio tan cómodo y fresco, pero debía mantenerse alerta. Cuando ya sólo quedaba un pequeño destello de luz, Génesis encontró un dibujo muy hermoso de un joven que descansaba en un lugar muy parecido al bosque donde ellas yacían. Notó que la sombra en el dibujo la producía un álamo gigante y frente al joven había otros tantos. El viento parecía correr en su dirección, pues las hojas de los árboles caían y llegaban hasta su rostro. Génesis meditó un poco, sintiendo ya haber visto esa imagen anteriormente. Un rayo de esperanza atravesó su cara, formándole una sonrisa. Supo cómo regresar. –Sol, despierta, ¡vamos a volver con mamá! –exclamó. La hermana menor se aferró a ella, pues el ambiente nocturno las rodeaba. –Vamos –continuó Génesis–, es por esta dirección. – ¿Cómo lo sabes? –Mira las hojas que caen de ese álamo –dijo apuntando a uno tan alto que aún podía verse entre la obscuridad. Las hojas descendían lentamente hacia ellas–. ¿Recuerdas hace unas horas que las hojas te despertaron pues te rozaban la piel? –Sí. –Si el viento sopla en la misma dirección que entonces, sólo debemos seguirlo, procurando ver las hojas caer de la misma manera. Génesis dejó en el suelo el libro que las había salvado, no sin antes dejar la marca de una fresa en la página del dibujo del joven, por si alguien lo encontraba alguna otra tarde, se inventara la aventura de un par de hermanas perdidas. No mucho después, una silueta corrió hasta ellas y las abrazó. Génesis le sonreía a su madre, mientras imaginaba la sorpresa de sus amigos en el club de la biblioteca cuando les platicara la historia del libro perdido en el bosque.

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14. "Un viaje a su mundo"

(Noelia Laura Sorrentino) Tomó ese tren con destino a su rutina, decidido a leer de forma maratónica ese libro que ella le había obsequiado en su último cumpleaños. Se sumergió en las letras, en las palabras y poco a poco se convirtió en el personaje principal. Sin esperarlo, halló una dedicatoria en una de sus páginas. Esa persona del pasado sabía exactamente dónde dejar la huella camuflada que algún día él iba a encontrar. Voló con la mente y miles de sensaciones se reavivaron en su mundo queriendo que vuelva, anhelando el pasado, deseando desde lo más profundo. Durante su jornada laboral no pudo sacarla de su mente, estaba presente en todo momento y lo dispersaba, lo perturbaba. Bebió más tazas de café que de costumbre y caminó en su hora libre por las calles del centro pensando cómo volver a conquistarla. Impaciente, tomó su celular y le envió un mensaje. Ella no respondió. Él, no se resignó y al regresar a su casa por la noche, la llamó. Ella ignoró esa llamada. Entre los sueños aparecía su imagen sumergiéndose en una voraz pasión, la misma que había vivido en un tiempo atrás y estaba más presente que nunca. Se besaron, se acariciaron, se desnudaron y se miraron como eternos amantes sabiendo ambos que ese encuentro sería el último. Él regresó a su sueño habitual y por la mañana al despertar sintió el cuerpo ardiente, los labios le quemaban y sus manos estaban exhaustas. Un notable agotamiento repentino se apoderó de él y lo llevó a buscar desesperadamente las letras que tantos sentimientos le habían evocado. Leía, releía una y otra vez buscando un significado que no hallaba. Tan encerrado quedó en esas letras que no reparó en buscar las nuevas. La respuesta estaba en la última palabra del libro. La respuesta que ella tenía desde mucho antes de ser un recuerdo era la que no se animaba a decirle, la que más la atemorizaba; sólo tres letras causaron el dolor más grande en él que hasta ese entonces habría vivido, sólo tres letras bastaron para destruir un amor.

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15. Pasión

(César Elizondo Valdez)

Todo el día estuvo esperando la noche para entregarse nuevamente a él. Le sorprendía que sus pensamientos regresaran hacía su nuevo amor, mal hizo sus tareas en aquella jornada tal como venía sucediendo en las semanas anteriores. Desde que tuvieron su primer contacto se dejo envolver y conforme más lo conocía, menos lo podía dejar. Llegó presurosa a su casa, rápidamente atendió a sus hijos y tuvo un sentimiento de culpa al mandarlos a dormir cuando ellos todavía querían estar viendo la televisión. Nuevamente se sintió culpable al sentirse agradecida por la ausencia de un marido que se encontraba fuera de casa. De cualquier modo, sabía que tenía una cita en su cama y que nada en el mundo podría echar abajo sus planes. Entro en su recamara y lo vio junto a la cama: Imponente, interesante, enigmático, robusto. Y tenía un clavel en la solapa. Entonces fue que lo tomó entre sus manos, se recostó lentamente y dio un prolongado suspiro mientras su mirada lo admiraba. Abrió su libro, y continuó leyendo la historia que tanto le apasionaba.

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16. La Gran Liberación de Libros

(Josefina Alcaraz) La consecuencia inevitable del paso del tiempo fue la metamorfosis de la raza humana, y por ende, de su entorno urbano, del mundo que habitaba por siglos. El humano evolucionó mentalmente, conservando su fisonomía, adquiriendo los conocimientos que le permitían transformar y reformar esas metrópolis de edificios monstruosos -donde la opulencia y la miseria estaban separadas por una sola calle-, en la ciudad utópica anhelada.

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Las enseñanzas obtenidas de las experiencias de sus antepasados, cambiaron su mentalidad. Adoptando ideales y valores propios de un ser racional, abandonó la naturaleza animal que lo llevó anteriormente a cometer todo tipo de atrocidades, se convirtió entonces en un ser superior al que era antes. Aprendió finalmente a convivir con sus pares, con el objetivo común de la creación de una sociedad perfecta para todos. Esta ciudad era el limbo después del infierno sufrido en épocas anteriores. De las guerras mundiales que arrasaron fronteras, o de las catástrofes que representaron el suicidio de la propia naturaleza, solo quedaban vagos recuerdos. Los líderes de esta utopía coincidieron en que la educación de las nuevas generaciones debería estar exenta de todo aquello que obnubilara su raciocinio. Sus instintos primitivos debían disminuirse al mínimo grado de expresión, y las emociones – que eran el puente entre la razón y los instintos- debían quebrarse. La música, el baile, el teatro y la literatura, se censuraron. Los colores perdieron su brillo, y el rojo fue debidamente suprimido. Los libros fueron confiscados. Hay quienes decían que los líderes poseían una biblioteca secreta, a la que recurrían para solucionar sus dilemas y aprender secretos que les permitiera conservar su poder. Hay otros que opinaban que esos libros fueron quemados, arrojados al fondo del océano o enviados en una nave al espacio exterior. Lo cierto es que los seres humanos aceptaron -a modo de canje- los últimos lujos tecnológicos. Casi nadie protestó por la ausencia de la literatura. Una noche los agentes de seguridad irrumpieron en el domicilio de un matrimonio anciano. Los vecinos fueron testigos del violento arresto, y cuando conocieron la causa del mismo, miraron a los detenidos con reprobación. –Eran libros– me susurró mi hermano mayor. Mi abuelo fue llevado a prisión tiempo después, por la misma razón. Existió otro tiempo, otro lugar, donde los libros volaban con la libertad envidiada de los pájaros, me decía mi abuelo. Con cada cambio de estación, emigraban. La primavera traía consigo libros de poesía, de humor y de romance. El verano, libros gordos, de muchas hojas. En el otoño, con las primeras brisas, los libros de misterio y suspenso arribaban a la ciudad. Y en el invierno, que es largo y frío, cuentos de terror o historias inolvidables. Los libros se posaban en las manos de los hombres con la confianza ciega de un amigo. Y como tantos otros pájaros, fueron encerrados en jaulas para ser olvidados en un rincón. Ese primer otoño que siguió al arresto masivo de libros-humanos, un grupo escaso de nueve miembros se reunió en la plaza central de la ciudad. Éramos jóvenes en su mayoría, algunos de tez oscura, otros de piel pálida, pero todos teníamos como factor común el idioma y un don oculto: éramos libros. –Vuelen lejos y cuenten su historia. – dijo el guía de esa improvisada bandada de pájaros. Con cada cambio de estación, el número de miembros aumentaba. A los niños que en el otoño pasado había relatado el cuento de la niña que seguía baldosas amarillas, o al adolescente que había escuchado mi ensayo platónico sobre la justicia en la primavera anterior, los vi entre la multitud. También se fueron volando, llevando lejos una historia. La arbitrariedad de los líderes gobernantes cortó las alas de muchos pájaros, pero siempre tuvimos el gusto de ver como algún rebelde volaba al ras de las elevadas torres de cristal, por encima del monstruo tecnológico y tantas otras bestias que habitaban esos edificios, conocidas algunas como hijas de la ignorancia. 27


Espero tener el gusto de ver, en los escasos años que me quedan de vida -las canas coronan mi sien-, una gran liberación de libros en la cual, todos echemos a volar.

*** 17. Reminiscencia (Lety Olivera)

Y estas ahí sentado en la misma mesa… Eres mi historia de libros, contada en párrafos largos y otros cortos. Jamás pensé encontrar aquel ser del que solo los escritores hablan. Un chico hermoso para mis ojos, que robara mi alma con tan solo una mirada y arrancara suspiros, sonrisas y sentimientos con tan solo voltear hacia mi dirección. Callado, tímido y sensato al hablar, correcto en su léxico y en su ortografía; personaje idílico y único, mi paloma blanca en una parvada de patos. Tus cartas eran idílicas y cortas pero con un sentimiento tan grande que se desbordaba en letras plasmadas en papel. Tus besos eran néctar de las flores más extrañas, envolvían locura con amor. Los te quiero que eran pronunciados por tu boca eran únicos, se propagaban en el aire y llegaban hasta lo más recóndito de mi ser. Tus abrazos me cubrían del frio, con tu fuerza cobijabas mis miedos. Tu latido junto al mío retumbaban sobre mi pecho y sabia que éramos dos seres envueltos en una tierra lejana como aquella contada en los cuentos de hadas con la diferencia de que no hablábamos de un para siempre sino de una eternidad. Sin distinción entre el día y la noche entre el paso y transcurso de los minutos, las horas, los días… me enamorabas, me querías, te amaba y solo eso bastaba… Cada lágrima que caía sobre mis mejillas era de felicidad, mi alma se desbordaba de amor, aquel sentimiento mutuo que pocas veces en la vida encuentras me invadía hasta ser más fuerte que la razón, se puede tratar del amor de tu vida, el primero, el ultimo, el único… Tus manos entrelazadas a las mías formaban una hermosa sincronía, jugabas con mi pelo mientras yo acariciaba tu rostro recorriendo con la yema de mis dedos cada detalle de aquella hermosa realidad; nos embriagábamos uno del otro como jamás pensé que ocurriría, cómplices de la noche y del hermoso cielo nocturno demostrábamos nuestro amor hasta quedarnos sin respiración, entre besos y caricias; tu esencia mi droga favorita quedaba plasmada en mis ropas, en mi pelo, en mi boca…

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Bastaban pequeños momentos para perdernos uno en el otro, bastaba nada para estar juntos, sobraba todo cuando nada importaba… De pronto como la brisa del otoño que hace caer las hojas de los arboles derrumbaste aquel precioso tesoro sentimental, me diste la despedida acompañada de lagrimas, de palabras y besos no dados. Aquella tarde te bese como nunca, como siempre… Llenaste mi mundo de cariño y dolor, lágrimas de felicidad y tristeza, diste una bofetada al amor y te alejaste de mi pero sin separarme de ti. Aun te quiero y daría la vida por gritarlo y que mi eco retumbara en tu corazón, con mirarte me pierdo; por leves momentos te alejas de mi mente y cuando no pienso en ti llegan los recuerdos y carcomen mis pensamientos como un roedor ansioso de terminar con todo lo que encuentre a su paso, ansioso de revivirte en mi alma y corazón. Ahora me limito a observarte entre las ranuras que dejan los libros ausentes en el estante. Presto atención a tu mirar; tus bellos ojos contemplan páginas capturando tu atención, se concentran en aquel papel que te permite imaginar y viajar. Quisiera ser aquella historia que te tiene entusiasmado, quizá ser una fracción de ella para posarme en tu mente y danzar entre recuerdos e imaginación, esconderme en un pedazo de memoria y así tatuarme en tus pensamientos; desearía ser una página, una palabra, un verso, una prosa, una parte de aquel valioso tesoro para que tus manos estuvieran sincronizadas con mi alma, con mi esencia… Plasmaste tu esencia en mi alma como una bella nota musical clavada en el corazón, me acerco con temor, tu mirada me dice que aun me quieres, tus acciones le hacen segunda voz y logras confundirme nuevamente justo cuando intento olvidarte. Tratado a un amor robado, un buen titulo para este texto que viene impregnado con mi lápiz labial de tono rojo carmesí, si se tratara de nuestro contrato de olvido quisiera negociar los términos: Aléjate si no me vas a amar. Ni siquiera voltees en mi dirección que alborotas mi corazón como mariposas monarcas en primavera. Si alguna vez signifique algo para ti, corta lazos que aun nos unen y que me lastiman como las espinas de una rosa roja clavados en la piel… Dame un segundo de paz… devuélveme la vida y el alma que robaste para poder continuar mi andar. No te acerques que tus labios representan tentación, tus brazos son mi refugio favorito y parecen espadas que se insertan en mi espalda. Tú… personaje de libro, antagonista de mi historia, villano y ladrón de mi amor. Hermoso y diabólico demonio vestido de ángel. Devuélveme mis suspiros, pero por favor déjame conservar los recuerdos de esta hermosa historia de amor que a pesar de los tropiezos y amargas dolencias permitió enamorarme como una loca, permitió conocer la pasión y la más suave ternura. Déjame quedarme con lo bello… si hubieras sido de carne, esencia y hueso sé que esto no hubiera durado unos meses sino toda una vida…

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Déjame las cartas, los versos, las letras, la música, los besos, las caricias, las tardes compartidas, tus sentimientos, tu cariño, déjame todo y a la vez llévatelo no quiero conservar nada de ti, que cada recuerdo quema como una llama ardiente que no ve la hora de extinguirse. Quiero olvidar su rostro, sus manos, cada caricia, beso, abrazo, respiración, te quiero, palabra enunciando su amor hacia mí. Cada minuto a su lado, cada vez que fuimos solo una persona existiendo en un mundo que no podía comprendernos. Todo eso y más deseo olvidarlo. Porque lastima y duele a medida que transcurren los días, cada minuto y melodía lo traen a mi mente, su recuerdo es la sombra que nubla mi vida, lo veo pasar y seguir su camino distinto al mío. Saber que su mente es impenetrable y que es difícil saber si me mira o si aún me recuerda…

*** 18. El libro de la fantasía

(Ana Di Masi) Como ave, vuelo y me alejo cada vez más. Ave que sale dentro de mí. Reflejo a la distancia y me envuelvo en un mar tormentoso. A la orilla estás tú. Tu abrazo, mi salvación. Tu amor, alimenta mi vida. Ojalá me veas allí, y me rescates. Entonces, suceda el milagro: fundirnos en nuestro arte. No somos más que una historia, escrita en hojas de un libro. Su mano puede crearnos, su pensar imaginarnos... pero sólo la fantasía de los otros logra darnos vida. Uno, dos, tres pasos... Apoyo mis pies descalzos sobre la húmeda madera, que ahora se encala en las aguas de un tranquilo lago. Respiro profundo. Palpo, escucho, gusto y veo el aire que circunda dulce y fresco. Pájaros, y demás seres anuncian un nuevo día, entonces me transformo en bailarina. Con puntas y tu-tú afronto el día, de la manera que soy: bailarina. Abro mis brazos. Relevé en puntas y siento con todo mi ser, el alrededor. Inmersa en mi mundo danzo junto a ti, transformando la realidad para otros, desde nosotros. Sonidos encontrados, creados por seres cuyas almas se hacen escuchar y se expresan mediante ella. Nacen desde el propio interior y lo trasponen al mundo exterior. Otros, sedientos de expresión corporal, logran sentirla. Ésta penetra en ellos, y entonces se construye el lenguaje de movimientos y melodías. Lenguaje de almas encontradas, de seres que añoran gritar su sentir... Seres que se privan de palabras, en dónde el arte logra reflejar su esencialidad. Ellos son lo que son, mediante la percepción de ellos mismos en un libro que otros pudieran imaginar.

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19. Tiempo de buen amor

(Aby García) Con una lágrima que recorría su mejilla hasta llegar a tocar su boca sonriente, como expresión de su alegría ella cerró el libro que guardaba. Años atrás una chica conoce a un chico que le robó el corazón, y que al mismo tiempo le destrozó con su fría indiferencia. Ella pensó que nunca más encontraría el amor, perdiendo la ilusión, magia y pasión se resigno. El chico incrédulo del amor con ella aprendió que su corazón hacia algo más que bombear sangre a su cuerpo que había perdido todo espectro de emoción. Ellos creen que lo mejor es dejar de ver, hablar e incluso pensarse, aunque sufren juntos por separado esa abrupta fractura de corazón, eso justamente eso es amor y ellos sin saberlo, el destino se torna cruel. Luchan por encuentros que jamás llegaron y eternos parecían, sólo encuentran consuelo de saber que en el mismo plano existen y que por ahora lo único en común es su lejanía. Meses después cuando todo parecía superado y tal vez hasta olvidado la vida decide reunirlos, ella al igual que él descubren que aún están unidos por el mismo latido y que dentro de ellos ese amor que alguna vez existió aún vive escondido por algún rincón, se acercan con una gran sonrisa para la simpleza de un saludo que fue el comienzo de la gran charla que entablan con la mirada durante un minuto. Él le presenta a una joven mujer, esto bastó para que esa comunicación única visual se rompiera en mil pedazos clavándose en su alguna vez roto corazón y devastando su esperanza de amor, mientras ella se marcha él decide actuar y hablar, toman la mejor decisión y de ahora en adelante una amistad los unirá para no separarse más. Ella no está del todo conforme con la nueva etapa, sin embargo no lo perderá aunque con ella no podrá estar. Así con estas últimas palabras ella termina la página de tantas de aquel libro que lee a un joven destrozado por su reciente ruptura con su amada, el cual lleno de curiosidad pregunta. – ¿Qué fue de ella y esa amistad no conforme? La anciana respondió – Los dos amigos lo fueron por mucho tiempo, descubrieron que fue la mejor decisión tomada. Comparten su vida y ahora su historia con su nieto amado. Recuerda el amor no se va ni renace, es algo que olvidamos cuando dejamos de vernos en los demás, y no queremos perder el tiempo es encontrarlo nuevamente, aunque es cierto el tiempo no se pierde es algo que se invierte a veces se gana otras veces no. ***

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20. Olvido (José Luis Jiménez Casarrubias) Existió un hombre hace no mucho tiempo, por las mañanas el hombre se levantaba, tomaba medicamento para su afectada memoria producida por un choque automovilístico, miraba al cielo y sonreía dispuesto a hacer lo de siempre: regar sus flores, cocinar un par de huevos para el almuerzo y sobre todo saberse solo, alejado de toda la sociedad que jamás le había gustado, de vez en cuando salía de su casa ubicada en un pequeño pueblo a comprar libros en el tianguis de los domingos, solía observar con no mucho detenimiento las interacciones: parejas de la mano comiendo, amigos abrazados después de un partido de futbol gente saliendo de la iglesia etc. El hombre compraba sus libros, las verduras para la semana y una que otra botella de tequila o whisky, dependiendo lo que pudieran pagar su trabajo como campesino y pintor. Cada vez que el hombre estaba en el pueblo odiaba a las personas que caminaban felices impregnados de aires que para él no eran los ideales, escuchaba a la gente expresando sus sentimientos con la boca retorcida, muchachas que utilizaban teléfonos celulares arreglando relaciones con sus novios, iglesias pletóricas de fe ciega, y de repente un libro con pasta azul le llamo la atención, el olor a “libro viejo” siempre le había agradado, había una inscripción en la portada que decía más o menos así: “Esto es para ti, para que esta vez aquí no leas, si no escribas historias, desde que lo hice tenía pensado que te perteneciera y la verdad me da gusto dártelo al fin. Recuerda que este es tuyo, es y serán tus historias, yo estaré esperando lo que dirá tu letra manuscrita. Piensa también que te quiero y que de alguna forma estoy para ti.” El hombre sintió un terrible mareo, por su mente pasaron imágenes diferentes, manos por su espalda, ojos mirándolo fijamente, finalmente decidió comprar el libro y se regreso a su casa. Estando en su casa trato de pintar un poco, todo sin resultado, se sirvió un vaso con hielos y tequila, se sentó en su sillón verde y se dispuso a leer su reciente adquisición, el libro estaba escrito a mano, en efecto, la letra era manuscrita, en la primera hoja encontró poemas de un estilo neo realista-crudo, dirigidos a una mujer de ojos grandes y brazos reconfortarles, noto también que el libro era único(parecería una locura hacer un tiraje del mismo estilo) estando ya en la tercer pagina, encontró un cuento corto, la historia lo hizo estremecerse un poco, contaba algo de una mano temblorosa y un vaso de whisky, de un tipo inventándose vidas, al terminar de leer el cuento, la imagen del tipo en el sillón paso por su mente, la visualizo de una manera tan tangible que podía sentir su rostro, decidió dejar el libro y echar la cabeza para atrás, pronto se quedo dormido. Al día siguiente despertó y no rego las flores ni miro al cielo, ni siquiera observo su medicamente que le aguardaba junto con un horario en el buro, tomo el libro y continuo leyendo, cada poema y cada cuento le parecían tan cotidianos, como si de alguna manera el 32


protagonista hubiese sido él, cuando llego a la mitad dio un suspiro hondo, cambio de hoja y ya no había nada, todo en blanco, las hojas quietas esperando a que fueran plasmadas, el pintor sintió ira acompañada con tristeza y nostalgia, busco hoja tras hoja, hasta encontrar un poema escrito con letras rojas y que no estaba en letra manuscrita, sin embargo parecía ser del mismo escritor, el poema decía así: “Que bien debe sentirse ser brisa fresca, En los climas agobiantemente crudos seria aclamación, Imagino que me esperarías con las piernas cruzadas, Quedaría bien o por lo menos mejor A tu extremadamente linda cara de desesperación, Imagino también que me esperarías día a día, Que en nuestros momentos yo te hago bien, Y tú me haces existir con otras finalidades. Qué bien debe sentirse ser brisa fresca Y no poder cometer errores, dejar de lado el orgullo, La inseguridad, y la indiferencia, no poder lastimarte, Secar tus lágrimas o evitar que llores, Hacer que me respires, lograr quedarme en ti… Qué bien debe sentirse ser brisa fresca, No desear ser ese algo intangible Que no escribe encerrado en cuatro paredes Tratando de hacer que me pienses… Aunque parezca imposible” Fue entonces cuando se dio cuenta, recordó su mano temblorosa escribiendo aquel último poema, recordó todo lo que le había impedido el choque, recordó los nombres, los ojos, se recordó escribiendo, afeitándose con rastrillos regalados, se recordó saliendo de la iglesia con fe ciega, se recordó caminando de la calle tomado de la mano de ella, se recordó arreglando relaciones por celular, el mareo lo agobio, salió a la calle y no pudo mas… las lagrimas rodaron por su rostro, ahí durmió, esperando ese algo que no llegaría. Al otro día fue directo al libro y comenzó, todo parecía indicar que durante nueve años el libro lo había buscado, escribió, siempre recordando, viviendo atrás… Hoy parecería indicar que este libro está terminado, ya no tengo ganas de regar flores, medicamentos ya no tengo, deje de pintar, en todo caso ya no sé si volveré a escribir, ha sido un tiempo largo, ya no me agrada mirar al cielo, es momento de olvidar, de olvidarme…

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21. El todo de nosotros (Luisana Rivas) Me gustan los ojos. Se dice que son las puertas del alma, aunque yo no lo creo. Sin embargo, ¿qué es el alma? ¿Un lugar? ¿Un sentimiento? ¿Un dios? No puede ser la parte de un todo si es ella quien representa nuestro ser, nuestros pensamientos, virtudes, decisiones... ¿Cuál es su mitad? ¿Parece acaso el cuerpo la mitad de ésta? No, pues las mitades son aquéllas que armonizan un sistema de dos, para ser uno no se necesita otro, a menos que seas la mitad, y el cuerpo no es un cuarto. Éste no es más que una atadura a la mortalidad, el fin que sigue a los prejuicios y opiniones creados en base a la belleza y la fealdad, cuando no son más que dos palabras inventadas por un loco que un día decía: <<mi mano derecha es bella, mi mano izquierda, no>>. Sus bases absurdas no fueron más que el pie al rechazo de lo uno y lo otro. No podemos hacer más, somos almas atadas al cuerpo. Debemos siempre ver el lado positivo: tenemos sonrisas, sonrisas que dicen <<te quiero>>, <<me apena lo que ha sucedido>>, <<eres un tonto>>; tenemos narices, narices para ser besadas o chocadas con otras narices como muestra de afecto, para percibir aromas deliciosos que quedan guardados en nuestras mentes; tenemos cabello, que se une a la brisa para mostrar las ondas que usualmente cubren el cuello y los hombros, cabello para ocultar media cara porque nos apenamos, nos molestamos, bromeamos; tenemos orejas, orejas para escuchar los más hermosos cantos de la naturaleza y los más extraordinarios versos de quienes los pronuncien, orejas para escuchar un <<me gustan los colibríes, conocen más de lo que yo conoceré en mi vida>> o un <<estaré siempre a tu lado, si es lo que quieres>>; siempre tendremos dedos y manos para fingir que tocamos árboles, arrancamos flores y nos echamos agua a la cara, cuando en realidad tocamos a la vida creciendo en verde con más vida dentro de sí, arrancamos la alegría del suelo para llevarla con nosotros y nos echamos vitalidad, frescura y serenidad. El cuerpo humano tiene una gran ventaja: cuando el alma siente que está incompleta, el cuerpo lo compensa hallando amor en encuentros físicos que no hacen más que complementarse el uno al otro. A veces por siempre, otras veces hasta que la luna se despida y salga el sol con el desayuno. El cuerpo nos hace creer que sólo nos hace falta encontrar a alguien igual o completamente opuesto a nosotros mismos. No obstante, a mí hay algo que me gusta más, algo que no necesita tacto ni complemento, que se expresa sin hablar, que no requiere aromas para funcionar o sonidos para sentirse vivo... Me gustan los ojos, me gusta como dicen todo sin decir nada, como de ellos depende que nuestras emociones se reflejen en nuestras caras, como dicen <<estás muy linda hoy>>, <<me haces feliz>> o <<¿alguna vez me cansaré de topar miradas contigo? >>. Son un diccionario de nuestro ser, un reflejo de nuestros más grandes temores y admiraciones, dos círculos de color que nos definen antes de presentarnos, son el todo de nosotros. Sin embargo, me gustan los ojos por una razón más que por otras... Con ellos puedo expresar, cada vez que te veo, lo mucho que te quiero, lo importante que eres para mí. Todo eso dándotelo sólo a entender a ti, a nadie más.

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22. Aventura (Natalia Jiménez) Recorría la habitación de un lado para otro; parecía medirla con cada paso que daba, y al mismo tiempo, parecía encerrarse más en ese pequeño cuadrado. Pasaron minutos, tal vez horas, en tanto ella esperaba impaciente en esa encerrada habitación. El verdugo que puso al límite su paciencia, había llegado al fin; la puerta e la habitación se abrió lentamente, sin evitar que un sonido lastimero surgiese por las bisagras sin aceite. Ella levantó sus ojos y lo encontró a él, con esa mirada limpia, sin sombra de remordimiento por haberla tenido durante tanto tiempo encerrada, aunque nunca estuvo con llave la puerta, al menos, no de ese cuarto, solo de su corazón. El se lanzó hacia ella, queriendo en un abrazo mostrar todo lo que en ese momento sentía, y una sonrisa cubría su rostro de felicidad total; nada iba a impedir que esa sonrisa se mantuviera en su sitio. Ella se soltó ferozmente, como si con ese abrazo le estuviera quemando, maltratando, mientras sus ojos buscaban desesperadamente algo, que al parecer, se encontraba escondido en el cuerpo del hombre que entró: – ¿Y entonces? – pronunció ella casi en un susurro; no podía negar que esa sonrisa decía todo lo que ella quería escuchar, y él lo entendió. Sin perder el tiempo, le entregó lo que ella buscaba – Pierdes un mundo entero, si no lo aprovechas – dijo terminando de acercar a ella aquel precioso y valioso objeto. Ella lo tomó sin perder el tiempo, y antes de responderle siquiera su atrevimiento, salió rauda y veloz hacia la otra habitación. La tortura, entonces, pasó a aquel hombre que empezó a recorrer un camino ya trajinado, obviamente sin saber que tanto había sido utilizado. Estaba logrando, como se dice popularmente, hacer un hoyo en el suelo de tantas veces que repasaba el mismo camino; sin embargo, y contrario a como ella lo había recorrido previamente, él tenía imágenes vivas en su mente, de todo lo vivido en la otra habitación, de las carreras sin cansancio, de las noches sin sueño, de los días sin sol, de las espadas atravesadas, de los leones que no atacaban… Todo, absolutamente todo estaba en su mente. Por un momento se detuvo, levantó su mano, e imitó como quien tiene una pequeña daga lista para ser lanzada, y empezó a recorrer el espacio de ese cuadrado, como si estuviera en una isla ¿o era caso un bosque encantado?, ¡eran ambos! Así fue, como revivió la historia, como nuevamente sintió el cálido abrazo de un sol de papel, como la brisa del mar se reflejaba en una hoja que pasaba y movía un poco, solo lo suficiente, un mechón de su cabello, como sentía la piel tiritando por la nieve de la incertidumbre. Nuevamente, pasaron minutos, tal vez horas… Reía, lloraba, gozaba, vivía, sufría. Ella en esa habitación, no utilizaba más que un pequeño espacio, y una luz alumbraba levemente a su alrededor. La ansiedad la tomó desprevenida, entendió que todo estaba cerca del final, el bosque estaba oscuro, el sol de papel se apagaba, y cuando la brisa de la última hoja le hizo sentir ese escalofrío sin sentido, entendió que había culminado otra aventura, otra gran historia. Se puso en pie, encaminándose hacia la habitación contigua, donde estaba él, su compañero fiel, su amigo de batallas varias, su hombro para llorar por los caídos en sus sueños… 35


Se abrazaron, no saben por cuanto tiempo, recitaron entre susurros como cada uno vivió sus aventuras, como cada uno sintió lo que emanaban esas pequeñas pero grandes letras; el libro que ahora reposaba sobre las piernas de ella, mientras él le contaba su sentir al caminar por el bosque ¿o era el desierto?, si, era el desierto, donde sediento esperaba más y más de aquella cautivante historia, y ella con su sonrisa respondía que en aquel momento solo pensaba que podía salir algo de las dunas, que podía caer en el espejismo de un oasis inexistente. El tomó entonces sus manos, las unió a la cubierta del libro, y lanzó la pregunta que llevaba tiempo queriendo formular: – ¿Quieres vivir la siguiente aventura conmigo? – ella no supo que decir, se sentía extraña y algo confundida. Él, en medio de su sonrisa se puso en pie, tomo el libro que en ella reposaba, lo puso en la biblioteca que se encontraba en aquella habitación, y tomó otro. Estiró su brazo, invitándola a tomar su mano, ella lo hizo, se puso en pie y entonces él la llevó a la otra habitación – No es justo que esperemos uno u otro por un libro que los dos disfrutaremos. Vamos a vivir otra aventura, a nuestra manera – ella asintió en respuesta, y al cerrarse la puerta tras ellos, entraron a un castillo, custodiado por un dragón de hojas y versos, donde ellos, eran los prisioneros…

*** 23. La historia la escriben los vencedores. (Daniel G. Domínguez) RELATO: No puedo dejar que cometan semejante barbarie. No solo por idealismo o convicción, sino por sentido común. La pira funeraria, cada vez más alta, escupía copos grisáceos que caían sobre nuestras cabezas, mientras los allí presentes vitoreaban gritando y riendo por una nueva era. Habían vencido sin duda, eran los ganadores de la guerra. Aun así, eran incapaces de ver el crimen que estaban cometiendo, en nombre de un futuro supuestamente mejor, incapaz de ver todo lo que estaban destruyendo, perdiendo... Seguían arrojando mas a la hoguera, mientras el fuego crepitaba hambriento de combustible. Tal vez lucharon en nombre de la libertad, tal vez los gobiernos perdieron la cordura hace mucho tiempo, tal vez alguna vez la lucha fue justa. Pero con aquel atroz gesto, todo perdía su significado. Todo el bien conseguido o el mal provocado, si es que en una guerra hay algo que los diferencie, había sido en vano. Estábamos en el edificio donde se había librado la última batalla. Donde los resquicios del gobierno, aun incapaz de abandonar el poder, de soltar su avaricioso control sobre los demás, resistió hasta el último momento la embestida del pueblo. Desde luego tuvieron el valor de continuar hasta al final –por llamarlo de alguna manera–, aunque estoy muy seguro que de haber podido escapar, lo hubieran hecho. Sin embargo, aún ciegos en su

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ignorancia, pensaban que las fuerzas del estado podrían defenderles por siempre. Que este día nunca llegaría y que seguirían actuando impunes hasta el fin de los tiempos. Al fin y al cabo tenían razón, el fin de sus días había llegado. Supongo que jamás pensaron que el pueblo acabaría rebelándose. Que estaban indefensos. Creían que cualquier rebeldía sería aplastada con puño de hierro. Y así fue por algún tiempo, pero un buen día los ejércitos abandonaron la locura de sus amos y se unieron al sentido común del gentío. Pero la guerra llegó y la sinrazón con ella. Los idealismos se difuminaron, las guadañas empezaron a cortar cabezas. Una guerra más. Personas matando a personas. La parca cómo único ganador real, se llevaba uno tras otro sus trofeos. Al final el pueblo lo consiguió. Se deshizo de la esclavitud a la que fueron sometidos, que en un principio consintieron... Allí estaban, vaciando el parlamento en señal de conquista. El centro de la plaza donde se encontraba, era el punto elegido para apilar todo el mobiliario que lanzaban por las ventanas. Todos los cuadros, todos los muebles, todos los papeles burocráticos que contenían, las pocas pertenencias de los caciques y... Y todos aquellos libros... Riendo a carcajada limpia, con la felicidad dibujada en sus rostros, cogían uno a uno los libros apilados al lado de los muebles, ahora pasto de las llamas. Los lanzaban para mantener la hoguera viva, las llamas de su victoria. No pude evitar observar como el fuego consumía cada hoja, cada tapa, cada letra. Cientos de historias destruidas en pos de la libertad… Estaban destruyendo miles de ideas, algunas de ellas incluso propiciaron su lucha, pero ya nada importaba salvo su victoria. Sin la cultura, sin él saber que sin duda muchos de aquellos libros ofrecían, estaban condenados a repetir su historia, a que el yugo algún día volviera a estrangularles con fuerza, mientras se preguntaban cómo habían llegado a aquella situación. Acababan de ganar, sí, pero tan solo cuatro horas después estaban plantando la semilla de su destrucción. Llegó mi turno. Era uno más en aquella torre, esperando, incapaz de hacer otra cosa, a que llegase mi momento. Solo otro condenado más de la sinrazón. De la locura. De la barbarie. Una fuerte mano me agarró y me alzó por encima de su cabeza. "¡Hey chicos! ¡Mirad! ¡Este grandullón va a mantener la hoguera, todo lo que queda de tarde!" Todos rieron al unísono. Ni siquiera conocía mi nombre, ni cuánto de mi historia podía ser la suya propia. Aun así no vaciló ni un instante mientras me lanzaba al fuego. Mi nombre es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Mi historia fue escrita por Miguel de Cervantes Saavedra. Fui impreso muchos años atrás, por esta misma gente que ahora me destruye. Fui leído por sus hijos, nietos, padres e incluso algunos de ellos mismos. Ya nada importa. Ha llegado mi final. Las llamas lamieron con fuerza las cubiertas. En unos segundos se colaron en mi interior. No tardaron en empezar a consumir hoja tras hoja. Primero se volvieron amarillentas, después marrones y al final negras. Los restos que salían hacia el gélido aire invernal, inmediatamente se tornaban grises, convirtiéndose en los copos que caían sobre sus cabezas... Un trozo de una de las hojas, expulsado por las corrientes que habitaban en la hoguera, fue a parar delante del rostro de mi verdugo. Sorprendido abrió la mano, y aquel papel se posó sobre ella, pidiendo ser leído. 37


"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres." Boquiabierto, aun tardó en asimilar lo que ponía en el texto. Una lágrima resbaló por su rostro manchado de hollín. Dobló aquella hoja con bordes quemados y la guardó en el bolsillo de sus pantalones. Echó un vistazo a sus compañeros. Después a los libros apilados. "¿Qué estamos haciendo...?" susurró. Más lágrimas surgieron. Giró sobre sus pies. Dirigió sus pasos fuera de la plaza, bajo la mirada desconcertada de sus compañeros. Ya había destruido suficiente aquel día. En silencio, las nubes grises lloraron con él. *** 24. Golondrinas Azules (Susana Gatgens Parra) Así es la inspiración te sorprende en el momento más inesperado y de falla en el momento en que más la necesitas. Levantarme tan temprano con tanto frió y tener inspiración de trabajar, y después de la 5 de la tarde donde te han dicho que estás haciendo mal y poder corregirse en ese momento, en ese instante te traiciona tú inspiración. Para mi escribir un libro sobre Golondrinas Azules para la editorial de la universidad, es tal vez, porque me siento como Ben, el personaje de aquella seria de televisión sobre bailarines en una gran academia de baile en Australia, recuerdo que en un capitulo los profesores creen que él es un gran signo de pregunta, no saben a ciencia cierta cómo será su futuro. Así me siento yo, creo que mis profesores creen que soy un gran signo de pregunta. Y aun peor yo me siento como un signo de pregunta. Pero, por alguna extraña razón me encantan las golondrinas azules, tal vez por su significado tal vez por eso me gusten, son tan hermosas, a mí me parecen muy lindas. No creo que ellas se pregunte como yo, diariamente si son un signo de interrogación en medio de los cielos del mundo. Las conocí alguna vez mientras leía un libro de Carmen Lyra, el cuartito de las Golondrinas, pero aquello solo me recuerda a la tremenda soledad en la que vivo y en la que Sergio Esquivel vivía. ¿Alguien pueda sentir la Soledad que yo siento?, tan rodeada de personas, de humanos, es una de las necesidades humanas más específicas, tener compañía. Solo Bastián Baltasar me puede comprender. YO tengo cierta cantidad de compañía, hablo con mis amigas, con mi familia, pero es algo especial lo que quiero de la vida, algo extrañamente único, es Amor. Es raro porque tengo a mi mejor amigo, pero para que me preste atención y me demuestre afecto es mejor ignorarlo.

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“…pero hagamos un trato yo quisiera contar con usted es tan lindo saber que usted existe uno se siente vivo y cuando digo esto quiero decir contar aunque sea hasta dos aunque sea hasta cinco no ya para que acuda presurosa en mi auxilio sino para saber a ciencia cierta que usted sabe que puede contar conmigo.” Hagamos un trato Mario Benedetti Pero, sin embargo en este momento sigo sintiendo esta manera dan extraña de sufrimiento o de medio sufrir, la Soledad. La Soledad sigue siendo la Soledad, es un término tan complicado tan extraño, tan subjetivo, tan tonto. Pues sí, creo que tengo una crisis existencial a mi corta edad, pero lo suficiente para ir a la cárcel. La oportunidad de escribir un libro que este en todas las librerías, no se da todos los días ¿o sí? Pero, YO, estoy pensando: Yo aquí viviendo en un lugar tan extraño y familiar al mismo tiempo, el cual mi memoria va a dejar de lado en un par de años, he tenido mi memoria, muy bien amaestrada, desde hace unos años cuando me he empeñado en olvidar muy buena parte de mi adolescencia que ha estado llena de episodios extraños y controversia les en mi cabeza. Sin embargo hay episodios tan controversia les que no he logrado olvidar por más que pasen los abriles. Como cuanto sentí una felicidad muy extraña, una ilusión tonta por un par de abrazos, ya me imaginaba un futuro con un muchacho, ahora me causa mucha risa. Solo era para no sufrir el más terrible de los males, la Soledad. Pero, aun me gustan esos ojos negros con una mirada profunda como un pozo, de que me gusta, me gusta. Me parece muy lindo, un flaco menor que YO, lindo, lindo. Que montón de energía había dentro de mí. Me sentía tal fatal por ilusionarme por una estupidez. No lo conocía, no sabía quién era, no tenía ni idea como era su vida, solo había hablado con él un par de veces. Como la soledad hace destrozos con una pequeña e indefensa luz de una ilusión. Que difícil estar Sola y que una estupidez de haga tanto daño. En este momento me siento tan Sola, y para nada inspirada, como me piden escribir un libro, y Yo en estas condiciones psicológicas, sin embargo, Yo no tengo preguntas existenciales del por qué mi presencia en este mundo. Yo solo me pregunto qué es la Soledad y que es la Inspiración.

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Tal vez, si llamo a mi memoria personajes de escritores realmente Inspirados, tal vez Marcos Ramírez, Santiago Nazar o Catalina (Cati) Guzmán de Ascencio, o quizás al Príncipe de Dinamarca, una buena opción también lo es Ti Noel. Porque escoger un tema tan extraño, Golondrinas Azules, me decía un amigo de la facultad de ciencias sociales, ¿a qué público va dirigido? Solo pensé en lo que simbolizan: fidelidad, ir y regresar siempre a su lugar de origen, libertad. Al final esos son mis sueños, un Amor lindo y fiel, viajar, recorrer el mundo y volver a mí casa siempre, con mucha ansiedad deseo poder liberarme de las cadenas sociales que me atan a reglas y leyes horribles para mi alma. Al final solo puede contestar, ¡Te voy a regalar un ejemplar de los primeros que salgan de la imprenta! Y en la dedicatoria te las primeras páginas de mí libro, puede leer el nombre en cursiva de aquellos que PARA TODOS AQUELLOS QUE AMAN LEER.

*** 25. Los libros: La fuente del poder (Andrés Felipe Rojas) Desde el inicio de la escritura, los libros han sido la llave para abrir la mente a otras culturas, para hacer críticas al gobierno y por sobre todo para relajarnos y divertirnos. Ha habido múltiples personas o instituciones, que han querido preservar el poder en sus manos, simplemente alejando los libros. Un ejemplo es el de la iglesia en la edad media. Este solo compartía el conocimiento a quienes se ordenaban y vivían en los monasterios o abadías. Pero quienes no tenían la posibilidad de entrar o que simplemente no querían, no sabían mucho sobre el mundo que los rodeaba, e ignoraban todo lo que se podía aprender y conocer. Con la llegada de la imprenta, esto cambio para siempre. La gente tenía acceso al conocimiento, y con este pudo llegar a criticar las distintas entidades que componían su ciudad o país. En la actualidad la facilidad con que se encuentran libros es asombrosa. Gracias a ello ahora podemos conocer de manera rápida y fácil todas las grandes obras de la literatura. En conclusión los libros son una oportunidad de conocimiento y de diversión. Además con ellos podemos llegar a crear un mundo en el que todos opinemos y podamos dar una crítica.

*** 26. Ventanas 40


(Antonio Ureña García – Madrid - España) Tengo la casa llena de ventanas. Ventanas abiertas al norte o al sur; a oriente o occidente; a la tierra o al cielo; al pasado, al futuro o a la realidad cotidiana. Esas ventanas me informan sobre el mundo: lo que pasó, lo que va a pasar o lo que debería haber pasado, pues muestran la realidad, pero también la fantasía de personas que en otros momentos se asomaron a ellas… Pero esas ventanas -esos ojos de buey del barco en el que recorro los mares unas veces tranquilos y otras agitados de mi vida diaria- me informan no sólo del exterior; el exterior propio o de aquellos o aquellas que, en un acto de generosidad construyeron esa ventana y nos hicieron donación de ellas para que entrara luz y aire fresco en nuestras vidas. También son ventanas abiertas hacia mi alma que me ayudan a entenderme a mí mismo al entender mejor mi pequeño mundo así como el mundo que me rodea o los mundos en los que se movieron, unas veces como sombras y otras iluminados por los focos de la historia, personas que viven acurrucadas en sus alfeizares o han sido sus constructoras. Hay personas que para sentirse más acompañadas, o más vivas, o al necesitar compartir su corazón o sus cuidados con otro se vivo más allá de su pareja o sus hijos y para enseñarles la importancia de cuidar y mantener la vida y los entornos cercanos plenos de ella, se rodean de gatos, perros o macetas, que les llenan la casa de sonidos, de colores, de ambientes… Yo tengo mis ventanas, mis agujeros o cerraduras por las que mirar al mundo exterior cuando me siento encerrado dentro de mi mismo o simplemente cuando quiero volar… Mientras que otras personas tienen seres vivos de compañía yo tengo objetos -que no inanimados- que, además de hacerme compañía al llenar tiempos que sin ellos permanecerían baldíos o tediosos., me hacen viajar de las mano de otras personas que a lo largo de los días, los años o los siglos hicieron lo mismo que yo estoy haciendo en este momento: enfrentarse con una hoja en blanco para a través de ella, hablar, gritar, reír, llorar o todo a la vez, o de otras que en un momento de relax o de estrés se refugiaron en estas ventanas cerrándolas al mundo real y abriéndolas al de la imaginación, o por el contrario abrieron éstas de par en par para encontrar en ellas las respuestas y las herramientas para cambiar su mundo, que ya se les había quedado estrecho. Tengo mi casa llena de libros y en cada uno de ellos voy dejando trazos de mi mismo que se trenzan entre las líneas para que la próxima vez que alguien los lea se los encuentre allí tejidos. Y es que un libro no es un objeto que un día alguien modeló y dio vida y así se quedo por años y años; un libro lo hacemos todos y cada uno de los que lo leemos y nos enriquecemos con su contenido; el cual, mezclado con la esencia de nosotros mismos, traspasamos a otra persona cuando la invitamos a leerlo. A lo largo del tiempo, he ido dejando libros por el camino: unos, que un día decidieron tener vida propia y quedarse en un parque, en un autobús o sobre la mesa de un café; otros, que pasaron a formar parte de otras vidas. Unos se perdieron, otros los presté y nunca me fueron devueltos, pero de todos y cada uno de ellos guardo el recuerdo de las horas compartidas; horas de placer y descanso en los libros de ocio y evasión; horas de esfuerzo en los libros de trabajo, pero horas vividas plenamente siempre. El material que llena las páginas de un libro y se

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desprende por el aire para que lo respiremos cada vez que abrimos sus páginas y nos ponemos a leer, es el material que compone los sueños, la esperanza o la sabiduría y en definitiva el material que de alguna manera nos va configurando como personas que se enfrentan a un mundo unas veces amable y que queremos conservar y mantener; otras veces inhóspito y que queremos cambiar, dándonos los libros recursos para ambas cosas… Durante tiempo acumulé libros como quien acumula valiosos tesoros hasta que me di cuenta que el tesoro no es el libro objeto, sino el libro vivido; leído por muchas personas y si los libros que a lo largo de cambios de espacio, de compañía, de vida, se han ido quedando por el camino, cambiando de manos para ser leídos, disfrutados por otras personas, aquellos libros ahora perdidos- me siguen enriqueciendo pues enriquecen ahora a aquellos que en un momento tuvieron que ver conmigo En estos tiempos de suovenirs electrónicos y cacharrería digital, yo me aferro a mis libros en papel como representantes de un tiempo en el que fueron adquiridos, contemplados, acariciados, leídos, anotados, apostillados, pues las huellas de ese tiempo han quedado impresas en las hojas que le dan corporeidad de la misma forma que en mi quedaron sus palabras y como nunca pueden hacerlo en un pantalla electrónica donde el alma de las letras, traspasada por los esfuerzos de las personas que han trabajado en su realización – no únicamente por los del escritor; también impresores, transportistas, vendedores,… – se ven transformados en estos dispositivos por frías secuencias de números que pueden tomar forma de letras, imágenes, sonidos o cualquier otra apariencia que podamos computar, mientras que un libro de papel es única y genuinamente eso: un libro; una ventana desde la que mirar al mundo o en la que mirarnos nosotros mismos…

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27. Diez otoños después (Maximiliano Insua)

El otoño me encontró en mi ciudad natal después de tres años. La ciudad de la que me había alejado eso que a veces nos autocomplacemos en llamar destino y que no es más que una sucesión de decisiones; decisiones buenas en muchos casos, y muy malas en el mío. Llegué justo el 21 de Marzo por un compromiso social de esos a los que no se les puede escapar, pero aún sabiéndolo, te llevan a barajar decenas de inverosímiles excusas en los días previos. Pero no había ninguna excusa válida para faltar el funeral de mi tía Gregoria (que Satán la guarde en la gloria y no la largue nunca); es decir, había miles de excusas válidas, pero ninguna que fuera a convencer al resto de mis familiares, que habían 42


elegido, como suele hacerse por alguna absurda ley que jamás entendí, perdonarle todos sus pecados y maldades a medida que la cara se le arrugaba y la espalda se le encorvaba. El funeral no fue más que eso: un funeral como cualquier otro en los que se ríe, se toma café y se dicen las cientos de hipocresías que se deben decir y que los familiares más cercanos quieren escuchar. A las dos de la tarde fue el entierro y para las tres ya estaba libre. Esquivé cualquier posibilidad de seguir el luto en la casa de ninguno de mis tíos o primos (para lo cual sí había logrado argumentar excusas creíbles), y me dispuse a ocupar las horas que me quedaban en Bernal en hacer algo que me daba mucho placer (en realidad, un sentimiento ambiguo en el que una de las caras era el placer): liberar un libro. Ese día, era uno de los días en que miles de creyentes de las utopías “perdemos” un libro en nuestra pequeña parte del mundo para que otro lo encuentre, le de vida, tome vida de él, y luego lo vuelva a liberar para seguir su curso, su viaje. Elegí, seguramente al azar, un banco en el medio de la plaza Félix, y cuando nadie pasaba dejé el libro que había llevado especialmente para eso; un libro muy caro a mis sentimientos y que me había acompañado durante muchos años; un libro que era casi un amigo, un confidente, un psicoanalista y un consejero. Lo dejé en el banco y me crucé hacia el otro lado de la plaza con la intención de esperar algunos minutos, en una actitud quizás un tanto masoquista de ver al libro partir en las manos de alguien más. Habían pasado apenas dos cigarrillos y algunos pensamientos abstractos, cuando una mujer fue desviada de su recto andar por el camino central de la plaza atraída por ese libro perdido en el banco. Me sorprendió ver que en lugar de simplemente tomar el libro y seguir, se sentó en el banco y lo abrió. Sonrió mientras leía el texto que había escrito en su primera página (el mismo que todos los liberadores escribimos). Su sonrisa me contagió irremediablemente y la piel se me erizó. Hacía diez años que no veía esa sonrisa, diez otoños. Era ella, sin dudas. Era esa sonrisa que creí no volver a ver jamás. Era esa sonrisa que yo había liberado diez años atrás por esas cosas de las decisiones equivocadas. Me sentí petrificado, pero las piernas se movieron sin consultarme y sin hacer caso a mis temores. Me fui (me fueron las piernas) acercando despacio, cruzando la plaza sin poder dejar de mirar esa sonrisa que encuadraba perfectamente con la que mis recuerdos dibujaban, con la que habían dibujado tantas veces mis dedos y mis labios. Recordé que solía decirle que ella no besaba, que ella dibujaba felicidad con sus labios, que su boca era una inimputable anarquía de sabores frescos y suaves humedades. Esa boca que, así como ese libro que amaba, un día había liberado sin recordar el porqué o sin querer recordarlo. Era improbable que la casualidad la hubiera llevado a esa plaza, a esa hora y ese día. Pero ella estaba ahí, en ese banco leyendo mi libro, y yo no estaba dispuesto a analizar si destino, si decisiones, si causalidades; ella estaba ahí y yo también, y punto. Cuando estuve a dos pasos y ella quizás notó el ya inequívoco destino de mi caminar, levantó la mirada y su sonrisa se agrandó. Hola, le dije. Hola, me respondió recordándome otro hermoso atributo de su boca: su voz. Me senté a su lado. 43


¿Lo escribiste vos? – Me preguntó mientras cerraba el libro y lo apoyaba en su regazo.

– Es nuestra historia – Le respondí ya con lágrimas y pasados en los ojos. Con los ojos encendidos de pasados idealizados y futuros utópicos. – ¿Cómo sabías que iba a pasar por acá? –

No, no lo sabía.

Recordé que no sólo había amado su boca, sino también sus ojos y su pelo y la manera en que sus manos me acariciaban, que había amado todo de ella y todo de mí en su cercanía. Me miró la boca y yo miré sus manos. –

Quizás el libro quería encontrarte – Le dije.

*** 28. Diario de un aficionado de los libros (Sebastián Mark) 1/1/2013 Mi nombre es Melquíades, en honor al personaje de Márquez, tengo 16 años y mi madre me regaló este diario para que escriba las cosas que me pasan y mis pensamientos, que según ella son muy buenos y no tengo que perderlos. 2/1/13 Me preocupan seriamente los libros. Mis amigos y la mayoría de la gente de mi edad que conozco no leen. Tuve varios intentos en vano de convencerlos, pero ninguno funcionó. ¿Qué va a ser de las librerías cuando los adultos de hoy fallezcan y sólo quedemos nosotros, los que no leemos? Esta pregunta me desvela día y noche y tampoco encuentro solución. 4/1/13 Ayer no pude escribir porque no estuve en casa, pero tuve una situación muy extraña. Decidí hacer una visita a la librería nacional, uno de mis lugares favoritos en esta ciudad. Apenas entré mi mirada se centró en una hermosa mujer morocha, con ojos celestes y una deslumbrante figura que aparentaba unos 14 años. Me acerqué un poco y vi que estaba leyendo “El Mundo de Sofía”, de Jostein Gaarder. Tomé valor y le pregunté por su nombre. “Sofía” respondió. A lo que yo le contesté: “Como el libro que estás leyendo”.

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“¿Qué libro?” contestó ella dejándolo caer al suelo. Cuando me agaché para recogerlo ella había desaparecido. 5/1/13 Hoy tuve otra extraña situación. Me levanté, desayuné y fui a tomarme el bondi para ir a lo de un amigo. En la parada había un señor leyendo “La Metamorfosis”. Luego de 3 minutos llegó un doctor leyendo “El perjurio de la Nieve”, de Bioy Casares. El primer señor, al ver al doctor exclamó: “¡Doctor Battis!, tanto tiempo sin vernos. ¿Cuántos años le quedan?” “Este es mi último, ¿a usted, Samsa?” Respondió el doctor. “A mí me quedan 2. Bueno ahí viene mi colectivo, nos vemos” Contestó Samsa. Me llamó mucho la atención que los dos se llamen como personajes del libro que estaban leyendo, y sumándole a Sofía ya van tres. 6/1/13 Me pongo a pensar en mis últimos dos días y me doy cuenta que las tres personas de las que hablé, cuando las vi no habían empezado el libro. Y cuando a Sofía se le cayó, no se cerró, sino que se abrió en la primera página. Me da un poco de miedo y de intriga a la vez esto que está pasando. 7/1/13 Hoy había acordado verme con un amigo en Plaza Italia. Me tomé un colectivo que me dejó a dos cuadras de ahí. Cuando estaba por la mitad de la primera, un anciano me frenó y me dijo: “te estuve buscando por toda la ciudad. Hoy es el día, en exactamente 20 años, cuando cumplas 37 vas a volver al libro del que perteneces. Probablemente ahora no me creas porque tu cerebro ignora lo que hay en tus manos, pero ya te vas a dar cuenta; tenés que dejar al cerebro verlo. El último día de tu vida vas a ir a la librería, como les pasa a todos los personajes, no recordarás nada de esto ni de otra situación y en el momento en que tengas la exacta edad en la cual apareces en el libro por primera vez entrarás en él.” Corrí lo más rápido que pude del anciano y olvidándome de mi amigo que dejé plantado. Me subí a cualquier colectivo, con el único propósito de escaparme de ese anciano loco. Me senté en el asiento trasero y centré mi vista en mis propias manos y ahí fue cuando lo vi: Cien Años de Soledad, de García Márquez. Todavía no estaba abierto y faltaban 20 años para que lo esté.

*** 29. La Propuesta (Cecilia Rodriguez)

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Una vez conocí a una chica que se reía de todo y con todos, era tan alegre que hasta las flores parecían reír cuando ella pasaba. Pero un día sin saber porqué ya no se reía tanto, esa luz interna que tenía se iba a pagando, hasta que por fin se apagó del todo. Caminaba seria, miraba pero no veía, saludaba por educación, pero esa sonrisa ya no se le notaba en el rostro, lo que si se notaba eran sus ojos tristes. La gente pasaba por al lado y ni cuenta se daban, porque como siempre estaban apurados ¿Qué se van a detener a observarla? Aunque un niño si se dio cuenta y le preguntó ¿Qué te pasa que estás así? Ella lo miró y le dijo: – ¿Así como? Él dijo: – Así ten apagada, parece que te hubieran cortaron la luz. Entonces ella sonrió tímidamente por lo que al niño se le había ocurrido decirle, y luego le explicó que a veces a las personas más grandes nos falta un poco de ocurrencia que tienen los niños, y dejar de pensar tanto en cosas que nos amargan y nos hacen mal. Porque ella comenzó a preocuparse por esas cosas, como es natural de las personas de su edad y todo se le vino abajo. El niño escuchaba el relato muy atentamente y Le dijo: – Mirá yo sólo tengo siete años, pero me doy cuenta de muchas cosas de los grandes y pienso que son unos tontos, porque te veía a vos tan alegre y feliz, ahora sé que sos igual pero por lo menos te das cuenta, te propongo algo, vos sos mi yo del futuro y yo tu pasado, y en cuanto te pones mal te hago recordar las cosa que viviste. Y en cuanto pienso las cosas como grande vos me bajas con esa sonrisa tan bonita que tenés. ¿Dale? La chica soltó una carcajada enorme y aceptó con mucho gusto, y desde ese momento fueron inseparables. *** 30. Reencuentro (Cristina Mabel Retamozo)

Cinco años habían pasado, desde aquel lejano y frío abril, nadie se atrevía a acariciar mis amarillas hojas, cada uno de los visitantes, miraban mi tapa, quitaban un poco el polvo para leer el título y luego de hojear con prisa, solo lo cerraban. Durante el día sentía la presencia de todos ellos, pero al llegar la tarde, el salón se oscurecía y todo se volvía negro; y como la noche es la amiga de los recuerdos, ahí, mi dueña aparecía, era tan fácil sentir sus dedos suaves, si hasta parezco ver su sonrisa, ella cuidaba de mi con tanto amor, mi tapa brillaba, producto del lustrado, y ahora estoy aquí rodeado de ustedes mis amigos, estamos solos y tristes, ¡ésta no es nuestra casa! ¿Quién nos trajo aquí, que sucedió? Por qué debemos terminar así, lejos de aquel calor de una mano amiga. Los fines de semana cuando el salón se llena de visitantes, creo que entre tanta gente aparece ella: " Alma ", así se llama, ése es el nombre de mi dueña, ahora estaría en unos veintiún años, cuando Albert me entregó en sus manos, ella sólo tenía trece años, se iluminaron sus ojos su amplia sonrisa y su carita, roja de emoción; y pude sentir como latía

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su corazón, tan a prisa, porque puso mi tapa en su pecho, fuimos juntos a la biblioteca y comenzó su lectura, sus suaves manos era fácil de sentir, he estado en otras manos, pero ella si supo cuidarme. Todos los días en el horario de la siesta se daba nuestro encuentro de lectura y se extendía hasta la hora de la merienda, me parece que su mamá no estaba de acuerdo con nuestra relación, más de una vez escuché que decía: Toda la siesta te pasas con ése libro, salí, toma sol, camina. ¿Qué es lo que te atrapa? Me lo tienes que prestar un día. Es por eso, que muchas veces creo que fue ella que me trajo aquí, creo que Alma no tiene idea de que sigo en su espera. Qué pasa con las personas? por qué nos abandonan? Nos compran, nos regalan, nos vuelven a regalar y luego terminamos aquí en una caja, pero saben algo: ¡Seguimos vivos! En nuestro interior hay tanto para aprender, nuestras hojas están llenas de saber y de cultura. Al día siguiente era sábado, el salón se llenó de gente, subían y bajaban los libros, pero nadie nos llevaba, otro día más sin un dueño.... Cuando de pronto, me pareció escuchar una voz que conocía muy bien, mi índice y mi prólogo saltaron de alegría. El capítulo uno dejó escapar una lágrima, yo les hice callar, quería estar seguro de que la voz era de "Alma" y así fue, la vi tan alta, tan mujer, acompañada de tres amigas, de las cuales conocí a dos, me tomó en sus suaves manos, leyó mi título y como el primer día apoyó mi tapa sobre su pecho, su corazón latía como el primer día y les dijo a sus amigas: Así era mi libro! aquel que acompañó mis siestas de soledad, jamás supe que pasó con él; pasé a las manos de otra, me leyó y recordó: sí, lo leí, tú me lo prestaste, y rápido fue al final y ahí vio la marca de tinta que ella misma había derramado en una de mis hojas, aún cubrían el papel a pesar de los años, pero Alma nunca se enteró de aquel episodio de la tinta. Volví a manos de Alma, otra vez la mirada y al fin dijo: me lo llevo. Preguntó el precio, lo pagó y seguimos recorriendo el lugar, y eso me dio tiempo de despedirme de mis amigos, algún día volveríamos a encontrarnos; fui de paseo en los brazos de Alma, pude tomar sol, sentir el aire en mis hojas, que placer. Ella compró sin saber que yo soy aquel primer libro que acompañó sus siestas, y ahora la acompañaré toda su vida.

*** 31. Avioncito de papel (Anónimo) Me encuentro puesta en este avioncito de papel en el que están escritos los más grandes versos e historias. Este avión de muchas formas, colores y texturas me ha llevado a los más distantes rincones de la imaginación, cada relato, cada poema pero sobre todo cada sentimiento expresado en simples palabras me ha transportado a mundos inimaginables,

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algunos son grises y tenebrosos, otros son coloridos y tienen cierto toque de humor, pero hay unos de los cuales su contenido es totalmente indescriptible. Día a día debo unirle con suave pegante nuevos textos escritos desde papel de servilleta hasta grandes pliegos de cartón, la suavidad combinada con el peso para que mi avioncito vuele cada vez mejor. Imagine usted cuantos mundos faltan por explorar, cuantas palabras faltan para adherirle, lo sé, son casi infinitas por eso este avión es pequeño, muy pequeño, pero nunca insignificante. Muchas veces quisiera quedarme a vivir por siempre en un mundo que es de mi agrado, pero no está bien hacerlo, es casi un deber seguir explorando, vagando sin rumbo y estando tendida sobre el avión; pero pasa que en muchos momentos él desaparece, se desvanece rápidamente por la realidad, el mundo común de un solo tinte y una sola forma. Sueño con que este mundo desaparezca casi por completo y todos vivamos la mayor parte del tiempo en nuestro propio avioncito, en el cielo sintiendo la suavidad de esos gruesos copos de algodón y encaminándonos a lo inesperado. Y aquí estoy yo sentada en mi cama con mi gata al lado mientras que la lluvia golpea la ventana, unos cuantos libros sobre la mesa y la esperanza sublime que aborda mi ser, que vivamos todos juntos en el valioso mundo de los avioncitos de papel.

*** 32. Carta de despedida (Daniela Mahe Soto)

Para mí todo es un juego últimamente, no hay nada que pueda tomar en serio en medio de esta farsa. Tú me observas reposando tranquilamente en mi estudio, tú, cómplice de brindar seriedad y protocolo a la visión de un loco desesperado, y entrelazarla con esta visión mediocre de lo que somos, que se queda corta tanto en optimismo como pesimismo, tú que eres amigo de crearle un “sentido” a la existencia de los bohemios y encajar aquello que no encaja, como la imaginación con este mundo conformista; pero que al mismo tiempo te luces como redentor de aquellos que, perdidos en el fondo de las tinieblas, y desesperanzados con todo lo que los rodea, ya están a punto de recitar el mantra maldito de la conformidad, de creérselo, de seguir la senda de cemento que hay bajo sus pies, dejándose llevar por el tacto únicamente, retornando a ella cada vez que sienten que se desvían y tocan el pasto, ignorando el olor a podredumbre, a descomposición, a miseria, a muerte que viene del cemento mismo; ignorando la sensación de estar ciego todo el tiempo por culpa de tantas luces y anuncios brillantes; ignorando el sabor a sangre añeja en su boca, el sabor a acero, el sabor a pólvora y a rutina; ignorando el ruido que ahoga el

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silencio mientras que los copetones y los azulejos danzan alrededor para intentar salvar al alma herida de muerte, pero ni las aves más vistosas que cuenten con trinos inigualables logran lo que tu sencilla apariencia es capaz de hacer con aquellos que entrelazan alma y mente contigo: evitar que se repita la frase maldita desde hace tantos siglos. Tú, que me hiciste caminar a través del pasto en vez de esa mezcla de químicos que lo asesina, y me enseñaste a observar que las luces no son luces, son mangueras con electricidad, y que no hay luz más hermosa que la de un crepúsculo envuelto en rojo, o el de una luna llena al lado de un lago, que me enseñaste a explorar mi alma a través del silencio, dejando de lado la radio con sus odiosas canciones, el trafico de la ciudad, los aparatos eléctricos, la televisión, los discursos política y moralmente alienantes, tu, que me permitiste arrojar a la basura una lata de frutas deshidratadas y tomar una manzana e inundar mi boca con su exquisito jugo, que me enseñaste a disfrutar el olor de la lluvia, de la tierra mojada y del tabaco, más allá del de un caro perfume, hoy me miras y me veras más humano, pero también más demacrado, con mi espíritu mas despierto y desgastado, con más preguntas que certezas, con mas inquietudes que respuestas, pues ¿Cómo compartir tu vida con ciegos que no quieren ver, sin llenarte de lastima hacia ellos, de tristeza, de frustración y de odio? ¿Cómo después de haberte tenido, mi amado compañero, puedo dejar de sentirme como una combinación de un libro de Saramago con uno de Herman Hesse? Hay algunos momentos en los que quiero odiarte a ti, porque me complicaste la existencia, porque después de ti, ya nada es como lo dicen sino como lo percibo, toda la farsa del camino marcado y remarcado con flechas y señales de salida de emergencia, que se supone te llevan al éxito (según su perspectiva) me parece más gris, más repugnante, mas invivible, ya no me es posible aguantar este modelo de vida basado en unas leyes que no se cumplen ni para todos ni para todo, y que te convienen o no según tu apellido, o los dígitos de tu cuenta bancaria, tú me hiciste imposible coexistir con el que se supone que es mi mundo, con las que se suponen deberían ser mis costumbres, con la que se supone debería ser mi época, pero en el fondo te agradezco porque te debo más que a mi propia madre, ella me dio mi vida, tú me enseñaste que en este crescento en medio de dos silencios insondables hay mas por hacer que transitar como un zombi productivo. Hay días en que no te toco, no te miro, he conocido a algunos mas como tú y me gusta entregarme a ellos, pero en ti, están consignadas muchas de mis experiencias y recorrerte de nuevo, en un día de lluvia, es como escalar en las resbaladizas sendas del recuerdo y ser consciente de las transformaciones que se han dado desde entonces. Pero hoy quiero despedirme ti preciado compañero, porque sería un error ser tan egoísta e impedirle a otro tener la oportunidad de entregarse a ti, se que te cuidaran y te valoraran, aunque jamás como lo hice yo, pues así como nadie olvida nunca su primer amor, yo jamás olvidare mi primer libro, aquel que logro que por ningún motivo pronunciara en voz alta y con vehemencia las palabras cómplices de nuestra actual desgracia “Somos libres”.

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36. Radiografías (Catalina Pinzón Campos) Carta a la autora. 13 de Mayo de 1986 Una página, dos, tres, miles, todas narrando historias, todas narrando pensamientos, sentimientos: ¡la vida! Letras que se acomodan danzando los bailes del alma y del corazón, frases que edifican el conocimiento, así sea el más sencillo de todos, párrafos que tejen el transcurrir del tiempo fantástico e imaginario de aquel osado que decidió abrirse a sí mismo: mostrando su esencia, aceptándose a sí mismo, las hojas son la mayor revelación de su existencia. Cada atado de papel sujeto a un lomo y un par de carátulas, es la escultura, es la remembranza, es la constancia, la prueba, de la paz infinita que hay entre el creador y lo creado, entre el maestro y la obra; siento tanta “vibra” en mi corazón al sentir esa corriente de aire fresca que hay entre páginas. Su escrito me ha cautivado, su ser se me ha revelado. Soy feliz por conocerle a través de lo más puro posible, de algo hecho prácticamente por sus propias manos. El sol ha destellado agonizante en este momento, más no como desgracia sino de despedida, pues la transición a la noche es dramática: no es trágica, es hermosa. En estos hermosos escenarios del cielo yo puedo decir que su obra es una compañía invaluable en mi vida en estos tiempos, la descubrí en el momento exacto, y la contemplaré el resto de mi vida como una luz que aflora de mi espíritu y se eleva hacia el infinito, usted ha destacado lo mejor de mí. Discúlpeme por mi lenguaje, que a primera vista pudiera ser reforzado, pues reconozco que soy humilde y mi lenguaje es el más básico, pero es claro y dirigido a lo que requiero expresar, tal vez por cuestiones de vergüenza no me atreva a referirme a usted con tal naturalidad, siento que debo ser acertado en mi manera de hablar, escribir o usar el léxico, la gramática y la sintaxis de la manera adecuada para no causarle impresiones negativas, solo quiero hacerle saber lo mucho que me agrada, intentando acercarme si quiera a su pulidez verbal y su claridad de conceptos. Me arriesgo a escribirle con la incertidumbre de que nunca me responda, siendo sincero, le entendería si no me contestase, pues sé que tiene mucho por hacer, y su disposición de tiempo es vital para su crecimiento en todos los sentidos. Por ende, solo me resta decirle, que le auguro éxitos, batallas vencidas, bendiciones y luz a su sendero, su existencia, así sea en los libros, me ha cautivado. Cordial Saludo. Alirio Cantón.

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Carta al lector. 20 de Septiembre de 1989. Alirio, ¡buen día!, ¿cómo lo ha tratado la vida?, espero de todo corazón que usted se encuentre lo mejor posible. Ante todo debo ofrecerle disculpas por los más de tres años en que aparenté ignorar su carta. Deseo aclararle que no es el caso, pero como usted dice, fue solo cuestión de tiempo, sin embargo, para darle apertura a mi discurso, debo decirle que su carta se ha convertido para como un algo que llenó un vacío que ni siquiera habría reconocido, la verdad, fue como un espejo que reflejó mi interior, tanto mi piel como mis huesos, fueron excluidos de tan horrenda imagen, me vi por dentro, y fue impactante. Como primera medida debo decirle a usted, que un lenguaje correcto y sencillo debe ser aceptado siempre y cuando preserve los principios de claridad, es decir, si no confunde o enreda, es tan válido como aquel lenguaje que domina los conceptos y términos más complejos e inimaginables. Siendo franca, pienso que su lenguaje sencillo es un tesoro en estas épocas, pues es lo más arraigado al sentir de los corazones, de las mentes, siempre que como ya le mencioné anteriormente, sea genuino y transparente. Volviendo a mi primera impresión, debo decirle que su sentir, antes que su decir, me obligó a enfrentarme de nuevo a tan aclamada obra, tuve que leer y releer para buscar que carajos fue lo que vio usted para cautivarle de tal manera, como autora esperaba darles gusto y preferencia, fantasías y ficción a mis lectores, pero su impresión, siendo tan básica y tan simple, si lo viera desde un punto de crítica, es lo más acertado increíblemente a la intención secreta y dormida que habitaba en mi ser, sin conocerla, sin considerarla. Yo a usted le destaqué lo mejor de su ser, usted a mí me hizo ver cómo podría ser yo realmente. Su carta se ha convertido en una especie de lupa, me observa, me disecciona, me analiza, jamás hubiera contemplado tal consecuencia, sus escritos son como radiografías de la realidad que quería negar, porque es cierto ahora que soy consciente, quise negarla a toda costa, y me impresiona que en mi obra simplemente dejé plasmado en trazos el trayecto de mis propias venas, es increíble. Lamento no poder extenderme, pero debo ser apresurada en contestarle, lamento no poder extenderme y contarle todo lo que usted hizo aflorar en mi ser, pero que tal si viene a mi próximo congreso, le prometo que será breve. Tendríamos bastante tiempo para conversar, usted descubrió mi obra en un momento perfecto, pues ahora yo lo descubrí a usted en el instante preciso, quisiera hablarle y que me hable. Le agradezco infinitamente ese mar lleno positivismo y hasta de cariño, si me permite el atrevimiento de decirlo, que usted me ha provisto, y de todo corazón, quisiera retribuirle con amistad y comunicación. Deseándole lo mejor. Cirila Acoste. 51


20 de diciembre de 1989 El congreso nunca se pudo realizar, pero el café estuvo muy bueno, ¡valió la pena!

*** 33. Tú y yo, siempre (María Jesús Naranjo Infante) Ya en mi nacimiento estuviste presente. Si, cuando vi la luz por primera vez, lo hice en un lugar donde habitaban muchos de tus hermanos. Toda una premonición, pues siempre has estado a mi lado. Has compartido mis alegrías y frustraciones, así como mis anhelos, deseos, triunfos y fracasos. Y por si fuera poco, has influido en más de una de mis acciones, actuaciones, conversaciones, comunicaciones… Nuestra relación comienza en casa de mis padres como fruto de un regalo de Reyes Magos. Ahí estabas, te cogí, te abrí y a leer, leer, leer. Era emocionante como despertaste mi creatividad, imaginación, mis ansias de aventuras, mis deseos de escribir. Porque tú, no sólo deleitas, informas o formas, sino que creas inquietudes, invitas a reflexionar, eres capaz de extraer los más escondidos sentimientos… reír, llorar, sonreír, emocionar… Estas palabras quieren ser el agradecimiento que quiero manifestarte, pues naces de la mente de un escritor, vas desarrollándote y llegas a la madurez en una editorial. Obtienes la inmortalidad en manos del lector. Tienes como guarida una estantería en… y en tus entrañas das vida a la imaginación tanto de tu creador como de tu lector. Así que, amigo libro, lo que a continuación voy a relatar no es más que tu historia unida a la mía, tu y yo, siempre. Cuando llegaste a casa tú estabas nuevecito, recién salido de la editorial, pues eras una primera edición. Y yo estaba empezando a tener conciencia de lo que significaba aprender a leer. ¡Y tenerte en mis manos me iluminó la mente! Contigo entraba en un mundo lleno de sorpresas. Pronto nos acostumbramos a estar juntos y no podía conciliar el sueño sino te leía y releía, incluso en esos días entrañables de fiestas, o de viajes en que el cansancio me abrumaba. Y pronto también aprendimos a estar con tus hermanos en las bibliotecas, en las librerías incluso en las casas de mis amigos. ¡Tengo que agradecerte que no seas celoso! Siempre que me preguntaban ¿cuál era mi hobby? Contestaba la lectura. ¿Qué era lo que más me gustaba hacer? Respondía leer. ¿Cuál era mi obra favorita? Te nombraba a ti… Si, es cierto, que poco a poco compartiste tu estancia con bastantes hermanos, que entre 52


vosotros se inició una buena amistad y me consta que entablabais más de una conversación a costa mía. Pero siempre fuiste mi preferido. En mi adolescencia pude dejarte a un lado, pues otros intereses ocupaban mi vida y sin embargo encontré en ti a ese amigo que siempre está ahí cuando lo necesitas. En más de una ocasión te conté los sucesos acaecidos con mis compañeros, o con mis profesores, o esos hechos que forman parte del conflicto generacional entre los padres e hijos. Y siempre me dabas la respuesta o el consejo que necesitaba en esos momentos. Conforme yo iba creciendo, tú ibas deteriorándote en tu cubierta, tus hojas se iban volviendo amarillentas, algunas arrugándose, incluso tu olor se acrecentaba (he de confesarte que siempre me gustó y que a veces se confundía con el olor a chocolate, otras a natillas, otras a colonia, y pasado el tiempo incluso a tabaco). Llegó el tiempo en el que tuve que cambiar de domicilio, por los estudios, y te viniste a la Universidad. ¡Qué importante te sentías! Ahí estabas acompañándome en las noches de estudio, en algunas conferencias interesantes… Siempre había en el día un ratito para acercarme a ti y releer alguna que otra página. Pues, sabes, tu texto era para mí un lugar donde buscar esa frase adecuada, esa situación ejemplificante, que con el tiempo llegué a saber de memoria. Tu vida cambió junto a la mía cuando decidimos dar el paso de la independencia familiar. El trabajo, los nuevos amigos y la pareja con la que comparto ahora mi vida. Todo un cambio en nuestras vidas a la que nos fuimos adaptando con sigilo. Nuevo domicilio, nueva estantería, muy grande por cierto, ya parecía una biblioteca digna, y muchos más hermanos, algunos muy raros, como los DVD y… un chico nuevo que su portada brillaba como un espejo, e_book. Sin darnos cuenta y muy lentamente, un día fui consciente que tenías un amiguito nuevo, que te empezaba a querer como yo, te sacaba de tu sitio habitual y en la escalera se sentaba a leerte, con esfuerzo, pues aún estaba iniciándose en esos menesteres. Me alegró que tú comenzarás a formar parte de su vida y claro no pude menos que contarle nuestra historia. Sabes, le he pedido que te cuide, que formes parte de su existencia y que no te extravíe. De todas formas, aún creo que nos quedan muchas aventuras que pasar juntos. Y… llegados a este punto de nuestras vidas, cuando ya la madurez va dejando paso a la ancianidad, nuestros cuerpos están cansados y deteriorados. Tú seguirás ahí, al cuidado del fruto de mi existencia, pero yo pronto pasaré a otro status. Así que concluyo aquí mi versión de nuestra relación, que por otra parte, ¿no sería interesante conocer la tuya? Espero que algún día ello pueda ser una realidad, ¡quién sabe, con tantas investigaciones hay muchas cosas posibles!

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34. Un nuevo amor (Andrea González Blanco) Cada vez que lo veo mi corazón se acelera, y mi respiración se entrecorta. El deseo de acercarme es tan grande que a veces no puedo reprimirlo; me quema, me destroza por dentro. Todo mi ser clama por él y un delicioso hormigueo empieza a nacer en las puntas de mis dedos y se extiende lenta y torturantemente por las palmas de mis manos. Necesito acercarme, necesito tocarlo. Miradas furtivas a mi alrededor. Siento que todos me observan como si supieran la batalla que se está librando en mi interior; yo intento permanecer calmada, aún cuando me retuerzo por dentro. Lo miro de reojo. Él no está al tanto de mis atenciones y tan sólo está ahí: tranquilo e indiferente. Me muerdo levemente el labio mientras me acerco poco a poco entre la multitud; ya puedo imaginarme las yemas de mis dedos rozándolo suavemente. Más miradas a mi alrededor. Deseo tenerlo ya entre mis brazos, aspirar su olor y acariciarlo con ternura… Ya casi llego. Con mis dedos a unos centímetros, él continúa sin darse cuenta de nada, y antes de que lo haga ya estoy sobre él. ¡Aquí está! ¡Por fin en mis manos! Lo levanto del estante con una mirada de adoración y paso mis dedos por su portada. Le doy vuelta mirándolo desde todos los ángulos y luego, el momento de la verdad ha llegado: lo abro y un escalofrío recorre mi espalda al oírlo crujir casi imperceptiblemente... Ocupo hacerlo… Miro otra vez a mi alrededor, nadie me está poniendo atención, así que abierto te acerco muy lentamente a mi nariz y aspiro tu aroma… La gloria. Desearía poder quedarme ahí, respirándote, como si así pudiera absorber tu esencia. Hueles a lo más delicioso en este mundo -como siempre- pero distinto a la vez. No hueles como esos que ya se han enfrentado al mundo, que se han entregado incontables veces, y que muchas más han sido olvidados. No, tú hueles a pureza infinita, a corazón tierno, a inocencia… No puedo decidir cuál de los dos olores prefiero, los dos despiertan tantas sensaciones en mí que es difícil. Los dos –distintos- pero al mismo tiempo similares. Sin embargo, hoy no ando buscando reparar corazones. Hoy quiero un primer amor y tú eres perfecto. Te traeré conmigo a casa y te daré mi todo: te daré mis noches, horas en vela sólo nosotros dos; te daré mis días, agobiantes segundos pensando en ti al estar separados. Mis ojos te desnudarán palabra por palabra mientras te acaricio. Ya lo verás, te daré caricias tan leves como la brisa pero tan llenas de amor que tus páginas susurrarán esperando cada roce. Serás mi compañero, otra parte de mi alma; serás la razón de mis miradas cómplices, de mis sonrisas de sorpresa, de mis risas; y sin decir nada me consolarás de mis lágrimas y guardarás en silencio mis suspiros.

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Y a cambio, yo te amaré de una manera tan íntima y profunda que nunca me olvidarás. Tuyos serán mi corazón, mi alma y mi mente. Por eso, cuando nos hayamos devorado el uno al otro, cuando yo haya posado mis ojos en el punto final, mi mundo se derrumbará. Cuando termine de saborear tus últimas palabras me daré de frente con la verdad y mi vida se volverá gris, tendré que sobrevivir de recuerdos. Minutos mirando al vacío mientras lo asimilo, con tu cuerpo que yace sin vida en mis manos. Ahora tendré que enterrarte en el estante con los otros… en silencio te posaré junto a los cadáveres de mis otros amores; pero te aseguro que no caerás en el olvido: mis dedos acariciarán tu lomo siempre que pase junto a ti mientras me invade la nostalgia, y dependiendo de si ésta es muy grande, te daré vida una vez más para revivir nuestro amor. Te miro con tristeza y amor. Te necesito para sanar el vacío que dejó mi anterior amor, para empezar el ciclo de nuevo. El ciclo que siempre empieza con un corazón en busca de amor y un libro lleno de éste y termina con un corazón roto y el cadáver de un libro. El ciclo en el que estoy atrapada sin poder escapar, ¡sin querer escapar! Los libros son mi adicción, no puedo detenerme, no puedo dejarlos, cada segundo de abstinencia es una tortura. Aún cuando sé que terminaré con el corazón roto luego de beberme sus palabras, mi deseo es más grande. Me he vuelto adicta a su olor, a su textura, a las infinitas posibilidades que se abren con cada oración. Adicta a las tantas experiencias que puedo sentir, a los lugares a los que me transportan, a los sentimientos que me invaden a cada vuelta de página, a las personas en las que me puedo convertir. Hay tantos mundos ahí afuera que puedo visitar, que es imposible no sentirse tentada, imposible no sucumbir a esos deliciosos cuerpos de papel, y por eso estoy aquí, contigo en mis manos. Una última caricia a tus hojas. Al cerrarte es como si se explotara la burbuja en la que estábamos confinados los dos. El mundo se vuelve ruidoso y ya no estamos solos, ahora nos rodea la multitud, ignorante del comienzo de un nuevo amor. Me duele entregarte para que te envuelvan para partir. Miro con recelo cómo la mujer te toca y te introduce en una pequeña bolsa, la cual casi se la arranco de las manos. Suspiro de alivio al tenerte apretado contra mi pecho; y así, salgo de este lugar que vende amores y sueños con una sonrisa. Corro con ansias, me apuro para poder estar solos los dos y así poder entregarnos el uno al otro, sin distracciones ni restricciones. Y empezar de nuevo este ciclo sin fin.

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35. Ellos (Miryam Moreno Díez)

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"Os hablaré de ellos. Ellos han sido para mí algo tremendamente importante… Un renacer…Aunque entiendo que no todos disfrutarían del mismo modo que yo de su compañía, pero no puedo imaginarme el mundo sin ellos después de haberles conocido. Han permanecido a mi lado en mis momentos bajos, cuando otros han huido. Por eso, les estaré eternamente agradecida. Todos pasamos por momentos duros en nuestra vida. Es la realidad. A pesar de nuestros intentos por aparentar que podemos con todo, a pesar de creer que podemos soportar cualquier duro golpe…somos seres frágiles. Somos sensibles a los cambios que se dan a nuestro alrededor. Cuando pensamos que vamos a caer en un agujero negro, nuestro mayor temor es creer que no encontraremos nada que nos haga salir de él. Algunos optan por dedicar todo su tiempo al trabajo, otros caen en juegos peligrosos, otros cultivan amores imposibles… ¿pero qué haces cuando nada de eso consigue llenar ese vacío? Ninguna de esas opciones me sirvió. Pero, gracias al cielo, les encontré…Siempre habían estado a mi lado pero nunca reparé en ellos. Nunca me habían correspondido como necesitaba. Pero esta vez, ha sido diferente… Uno de esos días aciagos para mí, me encontré con uno de ellos al girar la esquina de mi casa. Al principio dudaba si debía hacerlo o no, pero al final me decidí a tomar un café con él (siempre tenía la opción de irme a casa si no me lo pasaba bien). Al principio, hablamos del amor. Me habló sobre dos amantes que lucharon contra viento y marea por su relación. Nacidos de dos familias enfrentadas. Nadie les apoyaba, el mundo estaba en su contra…El final trágico al que se vieron arrastrados, me conmocionó (ni siquiera pude terminar el café que había pedido). La verdad es que disfruté enormemente de su compañía. Me habló de un grupo de amigos que se reunían para contar historias, hablar de temas que les interesaban…y me dio la posibilidad de conocerles. Así que me arriesgué, a pesar de no estar totalmente convencida. La semana siguiente me cité con un amigo suyo en la misma cafetería. La historia que me contó era totalmente apropiada para la tarde en que habíamos quedado: llovía a cántaros y el viento daba golpes secos en el cristal. Mientras disfrutaba de mi té con leche caliente, me contó una historia sobre un grupo de personas reunidas en una lujosa mansión. Todo indicaba que sería una velada agradable pero, según me contó, todo era una trampa. Los invitados fueron acusados de haber cometido un asesinato en el pasado. Uno a uno, según las estrofas de una cancioncilla, fueron muriendo. No me lo podía creer…Me sentí tremendamente curiosa por averiguar quién estaba detrás de toda esa pantomima. El final de la historia fue toda una sorpresa… ¡Cómo disfruté con él esa tarde lluviosa! No pude esperar una semana entera. Así que, al cabo de dos días, conocí a otro de ellos. Fue increíble. Esa es la palabra exacta. Nunca había conocido a alguien así. Mientras disfrutábamos de un enorme batido de chocolate, me contó la historia de un chico joven que disfrutaba con la ultraviolencia. Drogas, palizas, violaciones…Su vida estaba dedicada a alimentar sus sádicos deseos. Hasta que, por una mala jugada de sus compañeros de fechorías, acaba

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encerrado en la cárcel y sometido a un tratamiento que acaba privándole de la libertad de elección. Convertido en el pelele de una sociedad que pretendía acabar con la masificación en las cárceles por la vía rápida…Disfruté horrores con esa historia. No me hubiera importado tomarme tres batidos más con él… Pasaron los días y conocí a varios amigos más…Poco a poco, casi sin darme cuenta, me fui encontrando mejor. Tenía ganas de levantarme cada día porque sabía que iba a reunirme con ellos. ¿Por qué no había reparado antes en todo lo que podían ofrecerme? Había estado tan encerrada en mi mundo que no me di cuenta de que ellos podían lograr que me olvidara de mis problemas (temporalmente, sí…pero resulta que después de esos encuentros me sentía mucho mejor, más animada, más segura de mí misma y con ganas de compartir con todo el mundo las historias que ellos me habían contado). Ya han pasado seis meses. Aún me siento triste por aquella relación que no funcionó, por aquel trabajo que perdí…pero ellos me han ayudado a sobrellevar los días un poco mejor. Siempre han estado a mi lado, pero nunca les había correspondido como se merecían. Pero todo ha cambiado… Página a página, he descubierto mundos nuevos, reales y ficticios, que me envuelven, me arropan cada noche... Mi mayor consuelo es saber que siempre podré disfrutar de nuevas historias...

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36. El muro (Guillermo Osuna)

Quiero que me incineren en un ataúd lleno de libros para convertirme en polvo de letras.

Estoy eligiendo el lugar donde dormiré los próximos meses. Cruzo la puerta de entrada y a un lado de la sala está la primera recámara, es pequeña, el sol ilumina la mitad de la cama individual y tiene un pequeño escritorio de madera con una silla confortable. Salgo y atravieso el comedor y la cocina para llegar al cuarto del fondo, es oscuro, húmedo

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y sin ventilación. Vuelvo al comedor y entro a la siguiente recamara, es amplia, con una ventana lateral y un gran closet blanco empotrado en la pared, corro sus puertas y me ilumina su contenido: libros, muchos libros, olor a tinta y a papel. Sin dejar de mirarlos voy caminando hacia atrás hasta caer de espaldas en la cama matrimonial para suspirar con alivio y ver el reflejo de mi sonrisa sobre el techo. Esta noche he traído todas mis cosas: cuelgo mi ropa y mi uniforme en el tubo metálico; pongo el radio despertador de números rojos sobre el tocador, y en su pequeño cajón mis medicinas; guardo mi ropa interior y mis calcetines; por último cubro el colchón con sábanas de algodón, una cobija y dos almohadas rellenas de alpiste. Voy al baño a echarme un regaderazo y aprovecho para colocar mis artículos de baño. Abro la llave del agua caliente, espero unos minutos a que esté en su punto más alto y me coloco debajo de esa pequeña lluvia artificial para aflojar mis músculos. Siento como va llegando el sueño y agacho la cabeza para recibir la fuerza del agua sobre mi cuello. Vuelvo a la recámara, me pongo la pijama de franela y me meto entre las sábanas. Me acuesto un rato hacia el lado derecho y luego hacia el izquierdo, así hasta quedar dormido. Se alternan duros con flexibles, gruesos con delgados. Su peso sobre las maderas onduladas comienza a ladear la casa y a desviar el movimiento de rotación de la Tierra. Están palpitando, sus colores alternados y sus distintas rectagularidades forman una gran montaña de hormigas negras. Se tocan, se enciman, no tienen prisa, besan sus frentes y sus reversos. Esas cáscaras de la existencia de sus autores se van desintegrando en colores ocres añejos, y de ese fino polvo, brotan semillas en busca de mentes fértiles para renacer en realidades ajenas. Abro los ojos. El muro me está mirando fijamente. Su excelente dicción y sus argumentos me hacen sentir esa cercanía que lo hace humano y doliente como yo. Las teclas de este enorme piano de títulos me invitan a recorrer nuevos laberintos para perderme en todos los tiempos. ¿Cómo será vivir entre comillas, dormir entre paréntesis y vestir una corbata de signo de admiración? Me siento sobre la cama, se abre el libro tinto de la cubierta antigua, ladeo la cabeza, doy unos pasos hacia adentro y antes de cerrar la portada, escucho el sonido de la alarma vespertina centellando.

Estas donde pones tu atención, de hecho, tu eres tu atención.

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37. La bestia (Honorio Szelagowski)

Cuenta la historia… no, mejor dicho, cuenta la leyenda…; sí, definitivamente debo hablar como si se tratase de una leyenda; una leyenda, valga la redundancia, narrada en el pasado sobre un acontecimiento aún no vivido, basada en una época futurista, una época aún poco imaginable, aunque no por ello escasa de credibilidad. En fin, cuenta la leyenda la historia de una raza que se vería afectada por una decisión. ¿De qué manera se vería afectada? De tal forma que dejaría de existir de un momento a otro. Aunque… a decir verdad, creo que ha de ser preferible pasar en limpio el manuscrito; de seguro él lo contará mejor. En el mayor de los desiertos, donde abundará la escasez de agua, donde la arena inundará los miles de kilómetros de soledad, donde los oasis serán sólo una ilusión y donde los días se hallarán tan calurosos e insoportables como las noches escalofriantes y revoltosas; allí, donde las bestias se hallarán incapaces de subsistir, donde nunca podrán adueñare de los médanos como consecuencia de sus "magníficos" inventos, paradójicamente, una de ellas dará comienzo a un suceso de hechos, cual dominó en acción, que desencadenará en la extinción de sus pares. El primero de los indicios de lo que ellos denominarán "apocalipsis", será la más temible y contundente lluvia que su Luna presenciará; en la que el cielo negro, obscuro, sin rastros de vida, hará las veces de escenografía; y los relámpagos, tan rápidos como peligrosos, harán las veces de iluminación; y los truenos, secundados por los Dioses, harán las veces de acompañamiento sonoro. A continuación su tierra temblará como si debajo de ella hubiese millones y millones de súper novas explotando una tras otra, liberando elementos, igual o más pesados, que la masa total de lo que las bestias denominarán "Universo". Inmediatamente sus aguas salvajes se complotarán para aplastar, en forma de manada, a sus construcciones dejando en el camino a sus arduos, y a la vez insignificantes, trabajos de generaciones. Aunque parecerá suficiente, ello no será todo, porque las bestias no se rendirán hasta que desaparezca el último trozo de esperanza, ya que así habrán sido ideadas, para luchar en las adversidades aunque sea en vano. La Naturaleza, informada de que no se darán por vencidas, expulsará de sus volcanes las más ardientes y feroces lavas que los cráteres habrán podido fabricar, extinguiendo toda clase de vida. Finalmente, su fuente de calor, su fuente de luz, de la que tanto necesitarán para subsistir, a la que ellas llamarán el "Sol", se dará por vencida y en un abrir y cerrar de ojos se transformará en un agujero negro, condenando a su planeta a girar infinitamente en un pozo sin fin, un hoyo que estará cargado de energía negra y en el que siquiera existirá lo que ellos llamarán " tiempo". En aquel momento la Naturaleza descansará en paz, intuyendo que habrá podido liberarse de su más temible enemigo, aunque jamás se imaginará que su principal contrincante, el causante de su fastidio, aquel que iniciará esta secuencia de hechos en el desierto, percatado de este posible desenlace, se escapará al Planeta más próximo con, quizás, el único invento que habrá valido la pena: una máquina de clonaje.

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*** 38. Perdición (Elizabeth Benítez - Eli bele) Y me encontraba extraviada en un mundo que no conocía. Me encantaba, sin embargo. Todo era tan mágico y deslumbrante. Me gustaba aventurarme a visitarlo todos los días, siempre que podía. Era embriagante perderme entre sus prados, probar los dulces frutos de la locura aunque fuera sólo unos instantes. Me volvía loca. Más aún de lo que la gente parecía saber. ¿Pero qué sabía la gente de locura? Vivían encerrados en un mundo desprovisto de color alguno. Tan absortos en el trabajo que no tenían la capacidad siquiera de admirar el manto azul que los cubría cada noche. La hermosa luna, aquella que yo amaba tanto. Pasaban su vida sin advertir los cambios que a su alrededor ocurrían. Para mí, sólo eran sombras. Sin ganas de vivir, sin ganas de aprender. ¿Cómo podían juzgarme? No lo sabía. De hecho, no me interesaba saberlo. Y a ellos, no les interesaba saber de mí. Al menos eso esperaba. En fin, no sé, pero ese mundo de “adultos” me asustaba realmente. Las personas cercanas a mí siempre me han dicho que parezco una niña, y una loca. Para mí, ambas cosas significan un halago; si no fuera así, la vida sería aburrida. No puedo negar que en el mundo en el que me encontraba había cosas encantadoras, como el amor. Aquel raro sentimiento que pocos comprendían y del que todos presumían tener. El amor va más allá de querer la “perfección” de una persona. Para mí, el amor significa también querer los defectos, y en el mundo en que me encontraba perdida bien saben a lo que me refiero. Sin embargo, no puedo presumir de ser la única en conocer la belleza rara de este mundo. La verdad es que todos eran libres de visitarlo. Pocos querían, sin embargo. Pero, el que tenía la fortuna de hacerlo podía moldearlo a su manera, sin afectar así la visión del otro. Parece magia. Lo es para mí. Por eso es que lo amo, y amo todo lo que me presta. Es como un escape, un viaje a lo desconocido, un paseo por la fantasía. Lo único que me desagrada es que mi mente me traiciona. Ya les hablé de mi disgusto por el mundo real, de las personas que en él habitan. ¿Por qué tenían que aparecer aquí, en el paraíso? Esperaba tener una buena explicación para ello. No se me ocurría ninguna buena. Tal vez debía haber un equilibrio, lo perfecto con lo que no lo es. No sé. No me parecía la mejor teoría. De hecho mi mente ya formaba una, pero no quería aceptarla. Lo amaba. Sí, al mundo en que me hallaba. Pero ésta vez no me refería a eso. A él. Lo amaba. Y odiaba que se metiera donde no lo invitaron. Sí, lo único que me gustaba del mundo real era el amor. Yo amaba sus defectos. Todos. Su risa torcida, sus ojos saltones con esa mirada tan penetrante que solía transportarme a mil sueños a la vez. Era tentador perderme en él. Pero no quería. Y ahora, aquí estaba.

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¿Y qué podía yo hacer? ¡Nada! Me sentía tan impotente, tan enojada. Había comenzado por ser otra persona totalmente distinta. Siempre era así. Podía comenzar siendo un villano, un caballero de la vieja Francia. Un marinero en pleno viaje a su destino. Y siempre terminaba viéndolo a él. Y una vez que eso sucedía no había vuelta de hoja. Continuaría así toda mi travesía. Ya sé. Dicen que si no puedes con el enemigo, te le unas, ¿no? Disfrutaré mi viaje. Lo disfrutaré a él junto con todo lo demás. Sí, eso haré. Espera. ¿Qué ocurre? Esto en definitiva no es bueno. ¡No lo es! ¿Será que tomé la decisión demasiado tarde? Pero, al fin lo había comprendido. Había hallado la forma de disfrutar junto a él. Estaba dispuesta a sacrificar a los demás hombres por él. Debí hacerlo antes. Pero había llegado al fin del camino. Debía volver al mundo real aunque me disgustara tanto. Cerré el libro. Uno más. Lloré. Ansiaba volver, pero jamás sería lo mismo. –¿Ya acabaste? Preguntó. –¿Hace cuánto que estás ahí? – Toda mi vida. Eres siempre tan distraída. Te amo. Me encanta verte mientras lees. Tienes siempre esa linda sonrisa en tu rostro, aquella que asemeja la hermosura de la Luna en la más bella de las noches. Y así es. No puedo negar que en el mundo real existan cosas tan maravillosas como el amor. Ya vendrán más libros. Nuevo lugares para perderme…

*** 39. Carta de ultratumba (Kris Kudrow)

Todos piensan que morí el 21 de Febrero de 1981, pero no fue así. Mi alma me abandono el ultimo día que la vi, el ultimo día que la poseí (aunque en ese momento no lo sabía). El recuerdo de su cuerpo todavía está marcado en mi mente incluso la muerte que nos arroga al olvido de los vivos, no ha podido borrar la obra perfecta de la naturaleza encarnada en aquella mujer, la dueña de mis amores y la autora de mi muerte. Si bien nunca creí enteramente en una persona, deseo con todas mis fuerzas haberlo sido, porque así seria eterno, junto a ella. Me predicaron que la vida tenía un fin, tarde o temprano siempre el alma, la dama misteriosa que radica en nuestros cuerpos impuros saldría de prisión y se elevaría o descendería; este argumento lo encontré falso cuando la vi por primera vez (por primera vez, no en el estricto sentido de la palabra, ya que antes la había contemplado, pero no con ojos de amor) y hilo efímero de su perfume sedujo mi 61


olfato y desde entonces soy esclavo de mis sentimientos. Ese día me sentí eterno, eso me asusto. Me hallo falto de alma de poeta y la inspiración no corre por mis venas, sin embargo, ella condeno varias noches mi sueño y me obligo a sentarme frente a mi escrito a escribirle cartas, que por supuesto no le entregaría. La fértil imaginación me llevaba a escenarios en donde solo ella y yo actuábamos y el gozo era infinito. Una vez pensé decirle- Me atrevo a confesar que me ha robado algo que nunca pensé que tenía, mi corazón- (Hubiera sido un ladrón de frases, ya que esta no era de mi autoría). Para mi todavía es un enigma como tan perfecta creación llego a ser mía, pero lo fue. Esa tarde llovía fuerte y dentro de mí el verano estaba en su auge, ya que ella estaba a mi lado; respiraba fuerte para capturar cada molécula del olor que ella desprendía. El heroísmo me baño y luego de mucho meditar, acaricie sus labios con los míos; si el gesto era indecente recibiera la respuesta inmediatamente, pero no fue así, entonces con ese primer contacto sentí un ruido, un latido, era mi corazón. Desde ese momento comenzó una travesía que no me atrevo a describir porque sería una blasfemia, no encuentro ni encontrare las palabras perfectas para describir dicha sensación de bienestar que esa mujer me procuro. Revelare que al poco tiempo me entrego su cuerpo y el placer supero las expectativas de mi imaginación, desde entonces muchas veces fui suyo y ella mía. Un día la desconfianza llamo a mi puerta y yo la recibí y le di cabida. – ¿Cómo una mujer tan bella puede amar a este que ni pinta de galán tiene? – me repetía una y otra vez. Cuando a mis oídos llegaron rumores de traición me desespere y no espero que esto me sirva de cuartada, pero no aceptaba el hecho de que otro pudiera tomarla como suya. La anterior noche había contemplado nuestro amor, y hoy afirmaban que había compartido con otro. Mi minúsculo cerebro no lo soporto y volátil estallo, y aunque fui un caballero no debí haberla condenado al desprecio. Me pregunto si ella habrá ido a mi sepulcro y habrá dejado una rosa, me pregunto si ha dicho al aire que me ama y que sin importar que nunca me tenga rencor por tan infantil decisión tomada ciegamente, si es así que me traiga el mensaje. Yo la sigo amando, y tan fuerte es este lazo que ella es el único recuerdo de mi vida, cuando visito mi mente solo hallo oscuridad, pero al fondo hay una sala centelleante y gloriosa donde descansa todo lo que hice con ella. Ahora entiendo y me corrijo la expresión ante usada “la autora de mi muerte”, lo que me paso no fue homicidio fue suicidio, suicidio amoroso. Lamento no haberla besado mas, lamento no haberle dicho lo hermosa que es su sonrisa, que de ella sale un glorioso aroma, sobre todo lamento no haber dicho- te creo nunca me fuiste infiel-. No tengo la esperanza de encontrarme aquí con ella, ella es un alma pura y yo un bastardo que no la valoró, seguramente ella disfrutara del paraíso. Agradezco a la señora muerte por permitirme escribir, CORDIALMENTE JEAN NIGEL CANDEL.

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40. Un último libro (Indiveri Cecylia)

Aun faltaban dos días para navidad y la gente ya comenzaba a actuar “eufórica”, mientras tanto yo estaba aprovechando para leer un libro que me había llevado, y estaba pensando en que luego de las fiestas –cuando pudiera caminar sin que me empujaran o los autos apresurados dejen de frenar incorrectamente en las esquinas, o cuando las peleas en los estacionamientos de los shoppings y supermercados no sean tan frecuentes- saldría al centro a buscar otro, o tal vez una biblioteca que no cerrase en enero. Habíamos llegado a Mendoza hacía 3 días, nos quedamos en la casa de mi hermana Rozét, la casa es bastante amplia, y tiene un gran jardín hacia atrás de la casa (grande para una casa metida en medio de un barrio y de 200m2) allí me senté el 22 de Diciembre del 2012 a leer “El Jardín Olvidado” de Kate Morton iba por el Capitulo19, ya que lo comencé a leer al salir de Río Gallegos; al principio me resulto un libro “normal” esa fue la categoría en que pensé ubicarlo, pero esa tarde comencé a sentirme intrigada con el relato y leí tres capítulos más. Comenzaba a hacer conjeturas acerca de quién era el malo, de lo que ocurriría, de lo que le había pasado a los personajes para tratar de entenderlos. Comencé a sentirme inmersa en ese Jardín Olvidado como me gustaba que los libros me hicieran sentir, es más me apresuraba y cuando llegué al final del capítulo 22 (Segunda Parte) coloqué mi señalador y lo apreté frente a mis ojos y vi que las hojas apretadas y leídas casi se acercaban a la mitad del libro. El día transcurrió tranquilo, luego de leer comencé a desarmar la valija y aproveché para visitar unos amigos y regresé a casa de noche, leí dos capítulos más hasta que sentí sueño y me dormí. Los días hasta navidad pasaron con la prisa que esas fiestas traen, aunque me di el tiempo de leer un par de capítulos más en el colectivo, durante la siesta o antes de irme a dormir. Pasamos una linda noche buena, un 25 de Diciembre con resaca, por la fiesta de la noche anterior con mis compañeros de la universidad que había hecho durante mis años de estudio en esa ciudad. El jueves habíamos quedado en juntarnos en la plaza España con mi grupo de amigos, llevaríamos el mate, galletitas, la música saldría de los parlantes del celular de Mili y una cartas españolas para jugar al truco. Yo había salido 3 horas antes, tenía ganas de al fin terminar el libro que me tenía bastante atrapada y curiosa, sentía que ya conocía el final, lo presentía. Cuando baje del colectivo me detuve un tiempo en la plaza Independencia, siempre me había gustado sentarme cerca de la fuente y ver la gente pasar, a los chicos jugar al futbol, a los “hippies” que tocaban la guitarra y vendían sus artesanías, a los musiqueros o a los malabaristas y

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payasos que por allí pasaban; pensé en el leer un poco frente a la fuente y luego caminar hacía la otra plaza que estaba a unas 4 o 5 cuadras. El Jardín Olvidado era un viaje constante entre el pasado y el presente, estaba leyendo una carta del 7 de noviembre de 1907 y avanzando rápidamente hacia los últimos capítulos con un poco de angustia porque el misterio llegaba a su fin. Así fue como dos horas después de haber llegado leí lo que tanto sospeche: un amor sincero de primas, un deseo de vivir, un anhelo de vida y un peligroso acuerdo; luego paso lo que tenía que pasar, la muerte asechó a una de las protagonistas lo que provocó una reacción en otra, una búsqueda y un secreto debelado en 2005. Caminé las cuadras que me faltaban hasta el lugar de encuentro con mis amigos, llegué a la plaza y como es costumbre nacional nadie asistió puntual, y de no ser porque yo había estado cerca tampoco lo hubiera hecho. Me senté en la garita del colectivo a esperar mientras leí ansiosa las últimas páginas, me faltaban muy poquitas cuando se detuvo un micro y detuve mi lectura, pero no descendió ninguna cara conocida y como ya había parado mi lectura decidí ir a comprar un jugo o agua, estaba haciendo bastante calor. Guardé el libro en el morral y me dirigí al quiosco de la esquina, conseguí lo que buscaba y volví a cruzar la calle hacia la plaza. Al llegar al otro lado de la vereda escuche un estruendo, miré y vi como a unos pasos de mi un taxi envestía un auto, me preocupé pensé que tal vez alguno de los chicos había decidido tomar un taxi, luego las bocinas, insultos, y la gente no me dejó acercar. En ese momento siento que alguien me toma del brazo, fuerte, y siento gritos, mi bolso se resbala sobre mi hombro, intenté agarrarlo pero no podía; sentí frio y caí sobre la vereda de mosaicos de la plaza, ya sin bolso y con el estomago ensangrentado, mirando del revés a la gente al redor de los autos del accidente, algunos que golpeaban con rabia el auto del taxista, vi la muerte de los pasajeros y vi a alguien que corría con mi morral y volteaba a mirarme. Sentí que pasaron horas hasta que alguien se percato que estaba allí, escuche a lo lejos mi nombre, era Mili y Luciana, veía sus ojos y escuchaba sus gritos de ayuda, también vi las luces de una ambulancia pero el frio endureció mi cuerpo y mis recuerdos, sentí miedo y ya no escuche, no vi ni sentí más nada.

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41. La muerte de un poema, de un amor, de un sueño. (Ulises Ibal) Quizá sea sólo cuestión de suerte, de una probabilidad perdida, recatada, entre un montón de posibilidades. Lo cierto es que, contra toda posibilidad, desperté. Y no hubo nada de milagroso en ello ¿Cómo iba a haber algo milagroso en el hecho de que alguien como yo pudiera despertar y el montón de gente que se le merecía no? 64


¿Quién soy yo? Soy quien roba las palabras a los poetas en los momentos de inspiración. Soy quien se queda los besos y los abrazos que los enamorados no se dan. Soy quien hace que las personas miren a otro lado en el momento exacto que se cruzan con el amor de su vida. Soy todas ésas pequeñas muertes. Una muerte secundaria, un simple empleado en la larga cadena de empleados de los deshacedores de vidas, el último de los empleados. Una muerte insignificante. Como es de esperar, cuando desperté no había nadie que me esperara, nadie que se alegrara que una vez más pudiera recibir un día. A cualquier lado que miraba sólo veía la habitación vacía. Miré por la ventana de un décimo piso. El suelo se veía tentador, lo imaginaba con las manos abiertas, recibiéndome con gusto, y yo cayendo, durmiendo sin despertar. Pero el único cuerpo que recibió el efecto de la gravedad fue un café caliente que caía en una taza. Allí, en la calle, miré una pareja. Su paso acelerado, sus miradas al suelo, sus miradas perdidas, la impresión de amargura en su rostro, todo daba la impresión de una escena fatídica que he visto tantas veces. He aquí la escena. ¡Mi trabajo señoras y señores se los otorgaré desde el punto de vista que nadie. ¡Sólo yo, muerte insignificante, he visto! La mujer da unos pasos, cortos, esperando que él la alcance, le toque el hombro. Uno, dos, tres. El hombre, que le mira la espalda y el cabello cayendo, recuerda la calle donde se sentaban a hablar, mirando el campo. Ella, se detiene, tres segundos, quiere mirar atrás y ver el rostro, saber que le dirá. No lo hace. Él, levanta un brazo, quiere tocar el hombro de la mujer que ama, quiere decir algo, la palabra que hará que todo sea una confusión y que sepan que deben estar juntos… Aquí es donde entro. Él baja el brazo, no dice nada. Ella no mira, no escucha, camina y se pierde calle arriba. Yo, tomó un café amargo con unos dientes en sonrisa. Es parte de mi castigo: No puedo ser muerte –insignificante- sin sonreír a tales desgracias. Salgo a la calle. Piso un suelo mojado, en un charco hay una hoja inconclusa. Quizá una carta o un poema que quedó a la mitad, sonrío. A pesar de que sean pocos quienes me lo crean, los seres humanos me sienten, un instinto dormido les avisa que soy una ramificación de la mismísima muerte. A pesar de ser la última ramita, la mayoría decide no verme. Así, he estado bajo costumbre de pasar entre ellos recibiendo su fingida ignorancia. Subo al metro, sí, debo viajar en metro, pues no soy una muerte con clase, no tengo una guadaña, una manta negra o una sonrisa eterna. No soy elegante, no estoy en los huesos, no puedo aparecer en un lugar y arrebatar la vida sin más. Hoy tengo un trabajo especial. Debo darle muerte a un futuro libro de una poetisa Llego frente a la puerta de mi víctima. Con cuidado poso mi oreja en la puerta, puedo escuchar los dedos de la poetisa golpeando con furia la máquina de escribir, con una manera desesperada, rápida, precisa, mecánica. La inspiración en el máximo esplendor, sin duda una obra de renombre, una obra que marcará un antes y un después en el mundo de la literatura, un libro sin igual. Toco el pomo de la puerta y abro. Siendo una ramificación de la muerte me puedo dar ése lujo, entrar sin recibir invitación. Una sala desordenada, el humo del tabaco dando vueltas al compás de un ventilador de techo. Fuera oscurece, siento frío en mi nuca, en mis huesos. La máquina de escribir se 65


ha quedado quieta. Hojas por todas partes, hojas en blanco, hojas con letras. Veo a la mujer, menuda, con los brazos largos, un brillo en la mirada, con los senos al aire, pues va desnuda, una mano está posada en la máquina de escribir inmóvil. Se ha detenido, he hecho mi trabajo. Espero a que la sonrisa aparezca, la sonrisa que sale cada vez que hago mi trabajo, la sonrisa es mi firma, sale siempre que lo he cumplido, pero esta vez no sale ni saldrá. Con una extrañeza que me es impropia me siento frente a la mujer. Le brillan los ojos y se asoma una sonrisa entre sus labios, una sonrisa hermosa y tímida, los pezones de sus pechos se levantan en un ángulo casi recto, parecen desafiar al mundo. Todo su cuerpo me enfrenta. Sigo sin sonreír. Cae su cabeza en su pecho, es cuando lo entiendo. No he sido yo quien ha hecho el trabajo, ha sido la muerte, la completa, no la ramificación. La significante, no yo, insignificante. Ha muerto la autora. Doy un brinco y suelto con mi voz. Seca, lejana, vieja, insignificante –¡Muéstrate! Me contesta su voz. Llena, dentro de mi cabeza, perpetua, significante.- Estoy donde esté mi trabajo, y ahora está sentada allí, sin poder enfrentarme. Miedo, temblor, rabia, impotencia, sensaciones humanas, pueriles. Me acerco a la víctima, no mía. Quise ver la que iba a ser mi presa, la obra que estuve a punto de matar. Puedo leer lo que había escrito: “La muerte de un poema, de un amor, de un sueño. ¿Quién soy yo? Soy quien roba las palabras a los poetas en los momentos de inspiración. Soy quien se queda los besos y los abrazos que los enamorados no se dan. Soy quien hace que”

*** 42. Entre dos capas duras (Daniela Esquive Asturias) Me senté en el borde de uno de los altos riscos, lo único que podría observar ahí era desolación, ese era el sentimiento que me embargaba desde que mis recuerdos se encontraban en ese solitario lugar, realmente no podría recordar desde hace cuánto me encuentro reclusa, no podría recordar la vida de otra forma, incluso no tengo recuerdos de alguna vez haber sido libre. Me senté no sé por cuanto tiempo, ¿Acaso hay alguna manera de medir e tiempo en ese lugar? Tal vez tormento eterno era una descripción muy fuerte; tal vez aburrimiento eterno podía ser una buena frase descriptiva. El calor es real, aunque suene cliché, aunque suene mortal; el calor es real y se siente en cada fibra de lo que algún día fue un cuerpo. El calor embarga los restos de vida, los ahoga y nos hace sucumbir en una desesperación; por algún día sentir un momento de brisa.

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Todavía puedo recordar la brisa. Las personas aquí son interesantes o alguna vez lo fueron, y es que si no se hace el suficiente esfuerzo por recordar la esencia y la calidez humana, arden debajo de los riscos; arden las memorias y recuerdos mortales para siempre. A veces sentía que las perdía, que se iban consumiendo entre llamas, pero; se aferraban a una sola memoria que guardaba en lo que quedaba de mi mente, la tomaba con las últimas fuerzas que me quedaban. Era una sola memoria, eran un par de ojos cafés, una mirada penetrante de una mujer; y yo sabía que no era cualquier mujer, esos ojos me seguían y eran mi recuerdo humano, me recordaban la calidez que se siente desde adentro en un abrazo y la frescura de la brisa, la brisa ensortijada en el cabello. Entre crujidos de dientes, lamentos y arrepentimientos; ese par de ojos cafés mantenían una esperanza encendida en lo que quedaba de mi pecho y aún si todo señalaba a que mi alma ya no existía y se había perdido en la desolación; la mirada de esa mujer me hacía sentir la esencia de los deseos puros de mi alma. Seguía sentada en el risco. ¿Qué había hecho para merecer esto? Era una desolación tan profunda y desgarradora, pero ahí estaban el par de ojos cafés. Y aún sentada ahí, en el vacío; en la nada y en lo que en este momento era mi todo, sucedió si se le puede llamar así, un milagro. Trate de que mi único recuerdo de vida mortal me embriagara completamente, recorrió mi ser, como devolviéndome la sensación de tener un cuerpo. Podía sentir mis dedos de los pies, podía moverlos, podía sentir mi vientre, mi rostro y mis manos. Sí, podía sentir mis manos y las puntas de mis dedos, sentía las puntas de mis dedos sentir algo. De pronto lo podía palpar, era una textura dura y luego, el aroma. No podía olvidar ese aroma, aunque mis recuerdos mortales se hubieran marchado para siempre; ese aroma no era nada mortal, era un aroma divino. Ese aroma, sus páginas; era el olor a lectura, era el olor de un libro, que traía otros recuerdos de una vida mortal, era el olor a libro en un día lluvioso; bajo una noche estrellada, debajo de un árbol, páginas de libros manchadas con lágrimas o leyéndolas con una sonrisa en el rostro. No lo dude, abrí los ojos y lo pude ver en mis manos; en medio de la desolación y los gritos y los quejidos, los lamentos; lo vi con ojos aún humanos. Sentí su textura, al mismo tiempo que aspiraba su aroma; recordé mi amor a la lectura y a la escritura, recorrí con las puntas de mis dedos su tapa dura y sus páginas suaves y finalmente me aventuré a leerlo. Primero, el nombre de la autora, me parecía espiritualmente familiar, como esas conexiones inexplicables y leer su nombre, me hizo sentir más mi lado humano, el lado sensible; me hizo sentir brisa. ¡Sí, por fin sentí una ligera brisa! De tantas almas atrapadas, yo estaba abriendo ese libro. Empecé a leerlo, empecé a leer los versos; me saludaban como viejos amigos que nunca había olvidado, empecé a leer historias y a dejarme embargar por los sentimientos. Sí, sentimientos, caricias, besos, abrazos, calidez humana, un mundo terrestre y al fin, no solo un poco de brisa, viento que se ensortijaba en mi cabello; sí también cabello. Mis ojos se posaron sobre un verso: “Y algo me dice que te conozco de algún lado, de otra vida Algo en ti me llama, una fuerza natural pero sobre humana Podría jurar que tengo recuerdos más allá de lo que hemos vivido”

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Podía jurar que en ese momento, aquellos ojos cafés tomaron forma. Sentí su rostro, pude ver de nuevo sus pecas, su cabello ondulado, su cuerpo sublime y pálido. Aquellos ojos cafés que eran mi único recuerdo de mi vida mortal, le pertenecían a mi musa. Y en ese momento, al sentirla de nuevo dentro de mí, supe que su cuerpo, su alma, su espíritu eran mi verdadera morada eterna. Decidí no volver a aquel lugar desolado, viviría entre versos, dentro de mi musa, entre cuentos, puntos, letras y comas, sellado entre dos capas duras. ***

43. Asilo (Jota) No recuerdo con exactitud cómo empezó, pero podría jurar que yo lo busqué, o el deseo, tan insaciable y letal, me buscó a mí. Tuve la sensación de que él estaba ahí esperando a ser amado; en la espera a ser comprendido, valorado, de sentirse nada más ni nada menos que útil. Me arriesgué, y aposté mi escasa fortuna a ese sujeto, que miraba en dirección a mí, como advirtiendo que lo elegiría, tal vez, para siempre. Sin miedo al qué dirán, me fui dejando llevar hacia donde estaba, cuando estuve a pocos centímetros, en voz baja y pausada le susurré: “Vamos a casa”. Accedió sin decir ni una sola palabra. Hicimos un trayecto de 5 cuadras sin emitir sonido, como esperando el momento adecuado, sabiendo que íbamos a poseernos el uno al otro. Abrí la puerta de casa, rápidamente quedé liviana de ropa, y lo acomodé en mi cama. Nos pusimos cómodos y empezamos a hacerle caso al deseo. No nos dijimos ni los nombres, nuestro único lenguaje fue de muecas y gestos. Hoy, puedo decir que, realmente, supimos hacerlo. Nunca nadie antes había podido hacerme imaginar con tanta intensidad. Quién hubiera creído que alguien así, lograra hacerme transitar por diferentes estados emocionales en tan sólo 2hs, pasando por la incertidumbre, luego la intriga, el asombro, la risa, hasta llegar al llanto.. Fueron 120 minutos en los cuales me olvidé de todo y nos entregamos por completo. Ciento veinte minutos únicos e irrepetibles en mi memoria. Actualmente, debo confesar que, a partir de ese día, encontré un espacio en dónde refugiarme cuando quiero huir: En él. EN ESE LIBRO. Un manuscrito con la capacidad de llenar al más vacío, de despertar al más dormido, y de nutrir al más indefenso. . . Mi lugar preferido para alejarme de la realidad.

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44. Liberación (“Mat” Tavira Meza)

Era una tarde gris, por la mañana había sol, pero las nubes se fueron apoderando del cielo sin aviso previo, yo sólo esperaba que el clima mejorara, pero sabía que eso no pasaría, no por la temporada, el viento se anunciaba a su paso con ese sonar único de él, nos gritaba, la lluvia nos advertía su llegada, desde lo más bajo de las más lejanas alturas nos amenazaba con un burlón saludo, a veces tres gotas, a veces cuatro, y un par de horas callada y sin hacerse notar, viéndonos, calculando el mejor momento para bajar; quizá era el viento quién no la dejaba. Por incoherente que parezca, la lluvia, el viento y el sol no eran importantes, pero eran los principales personajes de mis preocupaciones. La principal figura, aquella a quién debería dar toda mi atención era la más desatendida en ese momento, era ella quién más me preocupaba, la joven sin atributos aparentes, la que no podía hacer trabajos, la que no tenía educación ni autoestima, la bonita cara desalineada, que nunca conoció las alabanzas, que se creía fea, y eso la hacía más linda, la delicada niña me preocupaba. La conocí porque una amiga nos presentó, aprendí de ella lo que pude ver en conversaciones y lo que un tal "Benito" me contó, la joven sufría. Nos dejamos de ver un tiempo, pero no dejaba de pensar en ella, ¿estaría a salvo? ¿Quién la cuidaba? Yo sabía de su historia, sabía que no tuvo familia y que apenas se sabía de su madre; un buen día me decidí, fui al lugar donde estaba ella, a decir verdad fue fácil encontrarla, sin familia ni amigos, sin hogar, pero hay un lugar en donde puedes encontrar a toda esa gente que parece desconocida, ahí hay un número casi ilimitado de personajes ilustres, en algún rincón de ese lugar puedes encontrar a un señor Watson, escribiendo anécdotas o dando consultas médicas, en otro rincón a un pastor decidiendo no arreglar el agujero en su mochila, a fin de cuentas sí sus piedras se caen, así lo quiso el destino, también me pareció escuchar cómo un viejo columnista dominical narraba cómo se había enamorado de una "puta" virgen, después me enteré que a quién se lo narraba era a una prostituta llamada maría, la misma que quiso narrar su historia como si fuera un cuento infantil, justo en el centro de aquel lugar escuché a la caprichosa Catalina Linton discutiendo con un joven sin apellido, junto a ellos, tres hombres, uno cargaba un arpón, el segundo un libro, y el tercero siempre se refería a sí mismo en tercera persona. En ese lugar tan extraño, algo aún más extraño, un chico como de diecinueve años se acercó a mí, tenía la piel en extremo blanca, y cómo sí me leyera la mente, me dijo que a

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quién buscaba estaba en el segundo piso, lo llamaron un grupo igual de pintoresco que el, al alejarse escuché los nombres Culen y Lestat, y sin aviso me abordó un niño, me sugirió alejarme de ellos, un niño francés muy agradable, parecía conocer algo sobre todos y cada uno de los ocupantes del lugar, creo que era un espía, me guió a la escalera y dijo que no me podía acompañar, se despidió al grito de "vive la france". La escalera estaba llena, varias personas en todos los escalones, piratas, gladiadores romanos y griegos, pero el que más llamaba mi atención fue un viejo que con lanza en mano declaraba la guerra al ventilador del techo, mientras un chaparrito regordete lo calmaba diciéndole que sólo era un molino, subí intentando no llamar la atención, tuve que correr cuándo comenzaron a pelear los gladiadores entre ellos. El segundo piso no era más que un balcón, los primeros en recibirme fueron trece enanos seguidos de un viejo barbón, y vi salir a un par más de una pequeña puerta verde y redonda, se hacían llamar Baggins, cada uno de los Baggins tenía su propia historia, el contraste fueron un par de enamorados, Julieta buscaba a su Romeo por el balcón, y un grupo de estudiantes de odontología hablando de sexo, y a Claudia Jaffe escuchando las historias que su madre le relataba, las historias del padre de Claudia, además de un piloto aviador enamorándose de una mujer con cáncer. Le pregunté a uno de los Wasely por la chica que buscaba, me enseñaron su ubicación en el mapa del merodeador, caminé directo a ella, no sin tropezar con un capitán obsesionado con una ballena y otro con aversión a los relojes, la vi y no me reconoció, pero la llevé a casa para que estuviera a salvo, aprendí un poco más de ella, sólo lo que no había puesto atención la primera vez, por la presión del tiempo quizá, aprendí a quererla un poco más. Y aquí estoy ahora, preocupado por su raquítica figura, por el daño que la naturaleza pueda causarle, pero es tiempo de una separación, caminaba de su mano, ella ya sabía lo que iba a pasar, se lo había explicado ya las calles del centro de la ciudad de Morelia estaban tomadas por manifestantes, había mucha gente en la calle, como cualquier jueves, con un café en una mano, me despedí de ella, la dejé sentada en la fuente de la plaza Valladolid, con un Suspiró mutuo y preocupación, di media vuelta y me alejé, sólo lo suficiente para mezclarme con la gente, aún quería ver lo que pasaría, dudé en regresar por ella, pero vi a una joven que se acercaba a ella, le preguntó su nombre y ella le explicó lo que pasaba, la chica se alejó tres pasos, luego dio media vuelta y la llevó de la mano, esa fue la verdadera despedida, la extraña, a quien me gustaría llamar Florentina, se la llevó. Espero poder volver a ver ese libro que liberé, lleno de fechas y anotaciones, Marianela, de Benito Pérez Galdós.

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45. Caso perdido (Moisés Castelló

– ¡Caso 3754766! Se escuchó por el altavoz retumbando en las paredes y columnas de un material azul rey, esas estancias tan grandes podían hacer sentir a cualquier ser vivo pequeño, incluso a los seres de planetas en donde las especies miden más de 3 metros, se trataba ni más ni menos que el palacio de gobierno intergaláctico. Situado en el planeta capital de la galaxia, el palacio era el más grande y majestuoso de todas las edificaciones del planeta-ciudad en medio de cientos de niveles sobre el planeta entero. Esa parte del palacio en especial, no era tan transitado, se trataba de la zona de juzgados, y el anuncio no era para una sala de los juzgados criminales, el caso 3754766 era uno de esos casos jurisdicción de la cámara de Geopolítica Galáctica. Eran tantos los problemas intergalácticos que existían al momento, que las comisiones de búsqueda de nuevos planetas a nadie importaban y los veredictos sobre que planeta estaba listo y cual no para ser incluido eran pospuestos cada vez con más frecuencia. Pero después de haber sido aplazado por novena vez por fin se le dio audiencia. – Quiero ser breve con este caso, pues hemos sido llamados de urgencia los jueces en activo a la cámara de seguridad intergaláctica, ha surgido una disputa comercial entre dos de los sistemas con armas de fusión, así es que adelante Capitán. El capitán Castus Kalixtum subió al estrado. Increíble como el destino de un planeta entero sería decidido por tan pocas personas, pensó. Solo el juez, el entrevistador, un par de estudiantes de derecho territorial espacial en las filas centrales y el, Capitán de los Cuerpos de Exploración. –¿Su nombre? Pregunto el entrevistador de piel rojiza y ojos negros. –Capitán del Cuerpo de Exploración espacial Castus Kalixtum. –¿Misión? –Misión 3754766, evaluación del planeta ubicado en 45-72-27-45 de nuestra galaxia. –Gracias Capitán, dado la premura de su señoría ¿Podría darnos los básicos de la misión?

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– Con gusto, el primer básico es la unidad, el cual califico como negativo, al contrario de lo requerido, cada vez hay más regiones de poder, hay muy pocos bloques económicos y políticos que engloban a las regiones pero después de tanto tiempo de estudio, mi equipo y yo, hemos determinado que no son suficientemente fuertes como para empezar siquiera a pensar en bloques continentales, mucho menos en un solo poder económico-social que englobe a todas las regiones. A pesar de tener una potencial capital mundial, no existe el entendimiento básico ni la tolerancia necesaria. – El segundo básico es el respeto por su propio planeta. En este lo doy como empatado, definitivamente le están haciendo un daño irreparable a su propio planeta, las fuentes de energía siguen siendo fósiles y no hay consciencia sobre ello en la mayoría de los habitantes, sin embargo, cada vez hay más habitantes que proponen hacer un cambio sobre estas prácticas. – Entonces no debería ser empate Capitán, si no es suficiente la consciencia para querer el único planeta que conocen y que pueden habitar debería ser un punto en contra ¿no cree? Espetó el entrevistador de ojos profundos. – Recuerde que lo que buscamos son planetas que estén listos para el próximo paso evolutivo, interrumpió el juez, que estén listos para que la Alianza Intergaláctica les abra las puertas al conocimiento universal y a otros mundos, les vamos a dar la posibilidad de vivir más allá de sus terrenales 80 años de vida, les daremos tecnologías que no pueden ni imaginarse. No queremos abrir la puerta de un zoológico para que los chimpancés acaben con los demás planetas como acaban con el suyo. – Tiene razón Su señoría, dijo el Capitán Calixtum. Creo que no están listos en ese básico tampoco. –Continúe por favor. – El tercer básico es la tecnología, a pesar de ser una economía basada en la explotación de las regiones más pobres, el avance tecnológico ha crecido con pasos agigantados. Las tecnologías de comunicación son como las que mostraba el planeta Sión te hace apenas dos millones de años base. Creo que en cualquier momento pueden dar el paso sólo hacia la exploración espacial en su propio sistema más allá de su propia luna. – Nos queda poco tiempo, dijo algo distraído el Juez, dígame una sola cosa, con esto podré dar fin a esto. ¿Cómo es su conexión con el Todo? El capitán inhaló profundo y dijo: - La conexión que hay con el Todo es profunda, hay científicos grandes y artistas que se conectan con el Todo de forma sin igual, las artes son magnánimas, y a pesar de que existen aun muchas instituciones llamadas religiones ofreciendo erróneamente la conexión espiritual por medio de lo externo, existe una resistencia cada vez más grande, la consciencia colectiva está creciendo. – No estoy convencido capitán, dígame una cosa más. ¿Qué hay de sus libros? – Bueno, como le comenté, la tecnología ha sobrepasado muchas cosas, ahora llegan a leer en sus aparatos electrónicos y...

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– ¡Basta! Me ha dicho suficiente. Están en obvio retroceso. Los libros, capitán, son el alma de su civilización, si me dice que están digitalizando sus libros, están digitalizando su alma, hasta el planeta tecnológicamente más avanzado conserva sus libros como libros, de hecho sus construcciones de culto más grandes y custodiadas son sus bibliotecas. No quiero ser el responsable de abrir las puertas del universo a un planeta que no quiere entender su papel en el mismo, por más habitantes que hagan su esfuerzo. No es suficiente, lo siento. De hecho me parece que no solo negaré su entrada a la Alianza Galáctica, sino que enviaré el archivo a la oficina de Seguridad Galáctica, tal vez lo que necesiten sea la intervención de la Alianza pero para rescatar al planeta de ellos mismos. – Caso 3754766 sobre la adhesión a la Alianza Galáctica del planeta 45-72-27-45, NEGADO. Caso cerrado. – Sólo por curiosidad Capitán, preguntó parándose apresuradamente el juez. ¿Como le llaman sus habitantes al planeta? – Tierra, su señoría.

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46. Sobre "El Viejo y el Mar" Clarett De chico vivía en otro país. Otro mundo. Un lugar donde la Semana Santa duraba ocho días; del domingo de Ramos al de Resurrección. Días feriados donde estaba prohibido tocar la carne roja y la vida transcurría como un "loop" eterno en el que apenas salías a la calle para ir a misas en latín, no podías jugar con tus amigos, los 3 canales de T.V. transmitían del mediodía a la medianoche las mismas películas (“Los 12 Mandamientos”, “Ben Hur”, “Rey de Reyes”) mezcladas con una que siempre creí colada “El Viejo y el Mar”. Al llegar el martes ya conocías los diálogos de memoria, así que esa semana Carmaux y Wan Stiller volvían a ser los filibusteros amigables del Caribe y casi no mirabas más televisión. Con excepción de esa película de John Sturges basada en un libro de Ernest Hemingway y protagonizada por Spencer Tracy como el viejo pescador sin suerte. La obra maestra de Hemi. Era la única que siempre veía; así que si algo hicieron las Semanas Santas de mi niñez fue, obsesionarme de diferentes maneras, con "El Viejo y el Mar". Primero vi todas las películas de Spencer Tracy, después intente pescar un Marlín, una tarde maté tiburones como venganza, también conseguí toda la filmografía de Sturges (demasiados western a mi gusto) y al final leí todos los libros del viejo Ernest. Hoy sentado en mi sillón miro mi pequeña biblioteca formada exactamente por 84 ediciones diferentes de "El Viejo y el Mar". Por mis manos han pasado cientos, pero siempre me he quedado con 84. Las 84 más raras, las más antiguas, las más preciadas, las que más me gustan. Cada

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vez que encuentro alguna importante, elijo cuidadosamente el libro con el que ya no me voy a quedar y se lo regalo a alguien. Tengo, por ejemplo, una edición en Braille que, en su momento, solo pude reconocer por la portada; una traducción al esperanto, una versión en tapa dura con letras gigantes en ingles a la que le faltan la mitad de las hojas pero que es parte del primer tirada. Hay ejemplares en ruso, una edición francesa de la que quedan solo retazos pero que conservo por la curiosidad de estar anotada, línea por línea, en un idioma que no domino. Bueno, la cosa es que la Semana Santa ya no existe, la tele sigue transmitiendo en un "loop" que ahora es eterno porque dura 24 horas, 365 días, la naturaleza sigue siendo sabia, la vida un eterno aprendizaje y yo todas las tardes miro, limpio y releo alguno de mis 84 ejemplares de “El viejo y el mar”. 84. Exactamente como los días que pasó "Santiago" sin atrapar un pez que no sirviera solo para carnada.-

*** 47. La biblioteca de Ana, una lectora empedernida. (María Sol Lanciotti)

Ana, era una pequeña niña de siete años. Ella vivía con su madre, pero sus padres estaban separados; así que su padre la recogía todos los fines de semana a primera hora. Su hermano mayor había repetido dos veces el segundo año de la secundaria y su perro Chimuelo, bueno... Estaba ciego. A la hora del desayuno, Ana tomaba un libro de la biblioteca del pasillo, y cuando su mamá le preguntaba qué iba a tomar, ella leía con un tono de voz más fuerte las palabras sobre las que paseaba sus ojitos color miel. Cuando su hermano se empezaba a quejar, ella se levantaba de la silla en dirección al jardín, y se sentaba en el césped a leerle al perro. Chimuelo, cuando la escuchaba, movía la cola, la buscaba y le lamía la cara. Apoyaba su cabeza en sus piernitas y escuchaba atentamente el cuento que ella había elegido especialmente para él. Todos sabían que algo andaba mal, Anita se perdía en los libros no solamente por gusto, sino también por tristeza. Su madre, preocupada, llamó a Roberto - el padre de la pequeña niña - para comentarle la situación. Cuando Anita empezó las clases, aprovecharon la ocasión para reunirse en un café y buscarle solución al asunto. Después de largas horas de debate, llegaron a una respuesta... Una mañana, Anita se levantó como todos los días a buscar un libro para llevar a la mesa y leer. Cuando se sentó, vio a su padre con una gran sonrisa en el rostro, y sin decirle muchas palabras, volvió a la lectura rápidamente. Ni bien la leche fue servida, se desató una lluvia de preguntas bombardeando la cabeza de la pequeña Anita. Para su sorpresa, las preguntas eran: "¿Cómo se llama el libro?", "¿Hay zombies en la historia o se trata de un

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mundo de chocolate?", "¿Hay dibujos en sus páginas?", etcétera, etcétera. Anita contestaba entusiasmada, y les leía a los tres algunas hojas de su libro. Y así, todas las mañanas fueron iguales: seis orejas que escuchaban los relatos de Anita, cuatro tazas de leche que se enfriaban al son de las palabras, y mil historias que se revivían en el desayuno. Con el transcurso del tiempo, su papá se mudó nuevamente con ellos, su mamá volvió a sonreír y su hermano dejó la calle, para luchar arduamente con las materias del colegio. Y todo cambió, la familia se recompuso, Chimuelo consiguió una nueva compañera: una adorable cocker de ladrido fino y pelo más suave que la seda. Y Anita... Si, ella estaba mejor, abrazaba más seguido a su mamá, llenaba de dibujos los cuadernos de su hermano, salía de paseo con su papá y sacaban a pasear todos juntos a los perros. Aunque... ¡No! ¡Todo siguió igual! Todas las mañanas, como era costumbre de la familia, siguieron escuchando los cuentos de Anita, y cada vez más con más alegría, con más atención y con más corazón. Ellos quisieron recuperar a Anita, y en sí, la pequeña los recuperó a ellos: con sus libros, con sus relatos, con sus cuentos, les devolvió el amor que habían perdido hacía ya mucho tiempo. Y todos, con un libro en el corazón, retomaron el hábito de la felicidad.

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48. Mis Páginas en blanco (Pablo Sager) Entraba sin prisa a casa, una noche calurosa de verano, como dueño y señor de ella que era, lo hacía con firmeza y seguridad, con actitud de conocer cada rincón, cada recoveco, y sin miedo de encontrarme con algún objeto en el camino, realice el recorrido sin ayuda de alguna luz, en completa oscuridad, quizás iluminado por mi recuerdo perfecto e inmutable de cómo estaban las cosas, llegue a un sillón, me senté en él, que sin duda era el más cómodo que jamás haya estado al servicio de mi descanso y quede en la perfecta oscuridad el tiempo suficiente para perder noción del tiempo y como por arte de magia, un hogar, perfectamente ubicado a la izquierda de aquel sillón empezó a chisporrotear calentando el ahora entorno frio, supongo que era el otoño más frio de todos, y de a poco iba regalando una tenue luz que me iba enseñando el contexto en que mis ideas volaban libres, y vi, sin asombro y con aire austero, que mi mesa ratona era un viejo libro, grande y viejo libro, con detalles finos y elegantes en relieve, y sobre él, una pluma dándole un aspecto cordial que invitaba a escribir libremente en sus páginas. Este libro estaba apoyado sobre cuatro elegantes patas que simulaban, o eran, viejos tinteros para la pluma. El fuego aumento su luminosidad, dejándome ver más allá de la mesa ubicada justo frente a mí, Todo aquello ya me era conocido, pero lo escudriñaba con la mirada como si fuera la primera vez que lo veía, buscando algún desperfecto en el orden, quizás, o analizando si algo debía ser cambiado de lugar, pero cada nueva imagen me regalaba la armonía de mi mundo, ahora la luz llego hasta una pared, una pared donde en vez de cuadros, había libros

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abiertos en páginas especificas con frases marcadas que incitaban a vivir siempre en mundos de fantasías, en mundos ideales, esas frases hacían de la vida un mar, un desierto, y transcurrían en chozas o mansiones, o al aire libre, quizás bajo la tierra, o bajo el mismo mar, Las vidas que simulaban aquellas frases, eran, son y serán por siempre mientras existan aquellos libros, simples reflejos de que podemos armar nuestra historia como nos plazca; ¡SI! Definitivamente los libros en la pared también eran mi mundo. De pronto, la luz de la llama se hizo tan intensa que me dejo ver toda la sala de un solo sopetón y vi, como tenia forrado cada milímetro de la pared, con bibliotecas rebosantes de libros, que en el fondo, en el único lugar libre de la pared, el escritorio tenia pilas de libros en sus orillas y dos libros abiertos, uno cuyas hojas que dejaba ver, que eran las primeras, estaban completamente en blanco, y también tenía una pluma arriba, y una obra que había estado leyendo tiempo antes. Todo en aquél lugar era perfecto, hasta las figuras cambiantes y sin formas conocidas que regalaba la viva llama encendía en aquella Lumbre que eran como salidas de un mundo surrealista que invitaban a imaginar que todo se quemaba, o que simplemente nunca más abría alguien que sufra frio. Una taza de café apareció en mi mano y me vi mirando por la ventana, que estaba a un lado del fogón, sin ni siquiera haberme levantado de aquel asiento que consideraba ahora como mi trono en medio de un reino poderoso y completo lleno de locuras y corduras, de aciertos y errores; Pero ya no recuerdo si me había enamorado de la blanca noche invernal cubierta de nieve y de esa mágica imagen de ver nevar o si en aquella noche, en el firmamento, había una luna llena que parecía dispuesta a ser eterna dueña de aquel lugar, y mirando por mi ventana, pasando mi vista a través de la ventana abierta e iluminada de la casa vecina, vi como el padre de familia cerraba un grande y detallista libro de cuentos, lo dejaba sobre la mesa de luz ubicada como costumbre junto a la cabecera de la cama y se marchaba dejando dormir a su hija en, la que pensé, era la mejor de las compañías, un libro, e imagine su mente divagando entre las imágenes de aquél cuento que acababa de escuchar y me fue inevitable sonreír, volví mi mirada a mi habitación y vi nuevamente mi escritorio, la pila de libros era menor y los dos libros habían cambiado, uno, el de la pluma, estaba superando por poco su mitad y la obra era otra, y recordé también haber estado leyéndola tiempo antes y aún estaba, al igual que la anterior, sin terminar. Mire el fuego, ahora más tenue y consumido, pensé que era menester levantarme a agregar a aquella vieja forja de sueños un tizón, sino me congelaría, aunque mientras pensaba encontró su fin, así como también finalizo el invierno y ahora las ventanas estaban abiertas y corría un colorido aire primaveral que me recordaba grandes historias de amor y de odio, de pasiones, de desánimos, de luchas ganadas en las que siempre existía el perdedor, todas esas historias, todos esos mundos estaban en mi poderoso reino cual trono seguía cómodamente ocupando, pero cuando recupere la noción del lento andar del tiempo me quise levantar y me tuve que ayudar con un bastón, note a la distancia que ya no había obras de lectura sobre el escritorio, ni pilas de libros a los costados, y aquel libro de hojas en blanco con su pluma se encontraba cerrado con la contra tapa hacia arriba, y la pluma al costado, limpia y regalando un aire como de victoria por haber culminado un desafío, caminé, agarré el libro, y con pasos ahora cansados lleve mi historia al mar, o al desierto, en un yate o una canoa, a la deriva o con timón

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firme, y una vez allí me deje volar por el cielo, despejado o nublado y mi vida llego a su fin pero seguían latiendo mis sueños locos, o cuerdos, mis planes o mis improvisaciones en aquél libro que quedo en el escritorio de aquel Reino, que no era reino sino un montón de libros. Mi sueño.

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49. El libro de la abuela (Leticia Sáenz) Cierto día mi nieto Luis Eduardo recordó que su papá tenía guardado un libro que le llamaba la atención. Estaba guardado en el librero, sus pastas son negras y en el lomo, con letras plateadas dice: El libro de la abuela. Ahora que sabe leer puede ser interesante hojearlo. En la portada, tiene un medallón plateado y ovalado, enmarcando la fotografía de su abuelita cuando era joven, parece sonreír; es como una invitación a leerlo. Este día se encuentra solo y decide hojearlo, se pone cómodo, se recuesta en la cama, lo abre y al abrirlo sucede algo ¡maraviloso! Su abuelita se convierte en una niña risueña, con trenzas y grandes ojos verdes, juguetona y feliz que lo invita a descubrir su mundo. Las hojas pasan rápidamente, por ella desfilan diferentes etapas de la vida de su abuelita desde que era niña, sus papás, sus amigas, muchas personas que él no conoce, de pronto, aparece su abuelito; entonces, los tres, tomados de la mano van recorriendo las hojas; ahí están sus papás, su hermana, sus tíos y primos quienes se les unen; cada vez son más los que emprenden esta maravillosa aventura en la que podrán conocer mejor a su abuelita y recorrer con ella lugares a los que ha viajado. Allá van, deslizándose por las suaves hojas color sepia. Pasan por lugares increíbles, cruzan ríos caudalosos, el mar con tonalidades diferentes, azules o verdes, bosques con esplendidos follajes, calurosos desiertos e impresionantes montañas. Hermosos atardeceres y amaneceres, cielos despejados o rojizos, nubes que parecen de algodón. Viajan en bicicletas, trenes, aviones y barcos. Visitan muchos lugares pintorescos dentro de la República ¡Que hermoso es mi México! luego, cruzan el inmenso océano, ahí está Europa con ciudades majestuosas, castillos monumentales, museos, infinidad de obras de arte, todas muy bellas. De pronto, al dar vuelta a otra hoja voltea y ve a su abuelita con los ojos llenos de lágrimas, estas son por los momentos dolorosos y difíciles, pérdidas de seres queridos; ahora sabe que ella guarda esos tristes recuerdos en un rinconcito, en lo más profundo de su corazón. De pronto, a lo lejos le parece oír la voz de su papá: Luis Eduardo...Luis Eduardo, ¡despierta! al abrir sus ojos ve que tiene sobre su pecho abrazado El libro de la abuela, ¿Como, todo fue un sueño?... ¡Parecía tan real! Qué bueno fue emprender este viaje maravilloso en el cuál pude conocer mejor a mi abuelita. Al cerrar el libro ve la foto de su

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abuelita en la portada, parece haber cambiado su expresión, ahora es dulce. Le da un beso y le dice en voz baja: Abuelita, te quiero, gracias por invitarme a este viaje maravilloso. ***

50. Familia (Leonardo Sin Apellido) ¿Por qué siento esto? Aun no lo sé y creo que no lo sabré pronto, dejare que el tiempo me diga la respuesta. Solo sé que la odio literalmente, la odio con cada regaño, furia, grosería que me dice, cada reclamo que se vuelve repetitivo y rutinario como unos buenos días. Lo se fue el ser que me llevo nueve meses y me pario, pero la odio. No le deseo el mal pero si quisiera estar lejos de su radio de poder, no quisiera sestar más bajo su sombra, que me importa quemarme por la responsabilidades, por al preocupaciones, quiero dejar ese lugar placentero, quiero cortar con el cordón umbilical que me ata a ella, ya no quiero deberle nada, ni darle las gracias por cosas sencillas y creo que pronto pasara, solo debo aprovechar las oportunidades. Y para qué hablar sobre el ejemplo masculino. Pero lo hare. El progenitor aquel que puso la semilla es inexistente, no ha muerto, pero ha estado ausente casi desde el momento de mi primer onomástico, aunque lo confieso no ha hecho falta para nada, como amar o odiar a alguien que no estado ahí, al menos para verlo. Otro es aquel que llama primogénito que ahora se atribuye la responsabilidad que debería tener el señor de la semilla y no lo acepto, no quiero que el imponga su voluntad y protección sobre mí, nunca lo aceptare y la verdad no es que sea una inspiración. El es un fracaso en casi todo lo que ha hecho; abandona tareas, relaciones por temor y se somete a creencias religiosas para soportar esta vida, no sé si es debilidad o fe pero yo no comparto nada de eso, casi que representa lo que más detesto de estas sociedades, no lo seguiré a ningún lado. Creería que las personas no deberían tener dos apellidos que no han elegido, solo utilizar sus nombres, aunque lo sé los nombres tampoco las personas los eligen pero al menos en su vida pueden construir a partir de ellos y escribir sus libros sobre su vida; que contiene fracasos, enseñanzas, logros y placeres. Con los apellidos ya tienen una historia que pesa sobre los hombres de quien los lleva, el pasado determina tu presente y cuestiona el futuro. Me da casi un malestar plasmar mis apellidos en hojas, formatos, hasta escribirlo digitalmente, lo veo como una prolongación de lo que no soy y no quiero ser, no creo que deba ser el reflejo de una árbol genealógico que casi ni conozco y que si lo estudiaría me sonrojaría y terminaría por eliminarlos de mi registro civil de nacimiento. Dejar atrás los apellidos es una buena acción solo poder identificarse con tus nombres puede ser necesario al momento de escribir el libro de tu vida.

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51. Rescatando (Leonardo Fontecha Ariza – Bogotá) Mundo destruido, sin civilización, sin sociedades, sin gobiernos o regímenes que sometan y condicionan a las pocas personas que se encuentran en tierra, que están en un constante movimiento por la carretera en busca de recursos, alimentos, refugio y las infaltables armas, ya que son el recursos diplomático contra los mismos sobrevivientes y esas criaturas que parecen inmortales, pero que no lo son porque su punto débil es su cerebro que está en desuso o es inexistente. Es allí donde sobre la carretera con un caminar y a veces con un correr constante, se encuentra ella, con una maleta con poca ropa, alimentos necesarios, pocas armas de fuego, solo posee armas corto punzantes ya que no le gusta alterar los espacios con ruidos de pistolas, metralletas es decir armas de cobardes, le gusta sentir la lucha cuerpo a cuerpo y saber que un movimiento en falso puede ser el fin de su propósito en este mundo devastado, lo que si lleva su maleta, es un gran espacio para lo que ella considera un tesoro, libros, muchos libros; no discrimina el género literario o si es científico o de cocina, nunca se sabe que es lo que puedan buscar los sobrevivientes. No pertenece a un grupo de sobrevivientes o a un nuevo asentamiento de personas que buscan sobrevivir, está sola, ya no tiene familia y ella cree que es mejor no la ata a nadie humano, solo la ata los humanos que escribieron libros o los personajes de los libros que ha rescatado y alcanza a leer en las noches o atardeceres antes de buscar refugio, de esas criaturas que solo se mueven por el instinto de comer y no de pensar. Y la verdad piensa que no necesita compañía aun, aunque la ha tenido y aprendió y intercambio saberes para sobrevivir, como dónde buscar alimentos y armas para sobrevivir, también cuestiones básicas de curación y medicina natural ya que se encuentra sola en un mapa de carreteras, autopistas y ciudades destruidas de lo que alguna vez fue el mundo de los humanos y la democracia. Ya sabe dónde buscar lo que quiere rescatar, no importa si son librerías en viejos centros comerciales, librearías independientes, bibliotecas públicas o universitarias o simplemente bibliotecas personales de familias y de eruditos conocidos, lo que realmente importa son los libros rescatados sin tanto alboroto y derramamiento de sangre de los nuevos habitantes de estos lugares. Cada rescate es una victoria y si que ah tenido varias. Aunque es imposible cargarlos todos los refugia en lugares que después recoge en algún vehículo hasta llevarlos a la única biblioteca existente con acceso a sobrevivientes en esta

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parte del mundo, porque uno nunca sabe cuántos rescatadores de libros exista en un mundo apocalíptico. Y esa allí donde esta esa persona que los cuida cuando ella no está, un viejo que ya no puede caminar rápido y no tiene movimientos atléticos se ha convertido en bibliotecario y le gusta su trabajo lo ve como el cuidador de un oasis libre de la plaga de los sin cerebro para aquellos que quieran hacer un alto al camino en su búsqueda de la sobrevivencia y realmente que es un lugar agradable hasta el punto que se han establecido familias enteras, poniendo a disposición sus habilidades a los que la necesiten y la verdad no quieren establecer un tipo de gobierno ya que les recuerda antaño donde a pesar no ser apocalíptico era violento y despiadado por su división de clases innecesaria. Cada vez que llega ella, parece un fiesta local no solo porque la ven sana y salvo, si no porque trae en su maleta, nuevas aventuras, conocimientos ,saberes, que todos reservan con semanas de anticipación sin importar cual le asignen, solamente por el placer de sentir que esos libros no permitirán que se conviertan en unos sin cerebro. *** 52. La chica del diario

(Yussef Esparza Guerrero) Era un lunes en la tarde y aquella chica estaba sentada junto a la fuente del parque con aquel diario entre sus manos. Cada que abría sus páginas encontraba un consuelo al desahogar todos aquellos pensamientos que se liberaban en cada palabra que escribía. – No existe mejor forma de soñar, que escribiendo– Le dije, siendo lo mejor que se me ocurrió para acercarme. Ella era increíble. Cada que venía a este lugar, lo primero que hacía era tratar de encontrar su rostro, entre las hojas que caían cada octubre dándole un color naranja al pequeño paraíso que la rodeaba. Sus ojos de un hermoso color miel, su cabello obscuro, negro como la noche y su sonrisa. Habíamos cruzado unas cuantas palabras solamente, un casual “hola” al pasar pero no nos conocíamos, y yo moría por cambiar eso. – Eso depende, de si lo haces bien- Me dijo lanzándome una sonrisa que me cautivo lentamente. Y me robo las palabras. Y entonces ahí estaba yo, perdido en mi mente vencido por los nervios. Mientras ella se reía tiernamente y acariciaba mi pequeño Beagle. Lo único que pude hacer fue simplemente pronunciar: –No sé qué decir-No pudo evitar reírse de mí y entonces me miro con una sonrisa en sus labios y escribió. Arranco esa hoja de papel y la puso en mis manos. Decía: “Soy Valeria, encantada de conocerlo señor silencioso” Comencé a reír al ver eso, y ella conmigo. Entonces ambos comenzamos a escribir. –El señor silencioso era mi padre, tú llámame solo Javier–Muy bien Javier. Un placer conocerte. –Para mí más. ¿Y vienes seguido? –No mucho. Pero dime algo.-Me miro-¿Crees que ya me puedas hablar? Sólo levante la cabeza y asentí. Esta vez supe lo que tenía que decir: “¿Quieres ir por un café?”. Lo mejor de mi día fue su dulce voz diciendo “Me encantaría”.

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Ese día rompí el silencio que me torturaba los últimos días, por fin pude conocer a la chica del diario. Reímos demasiado esa ocasión, le conté como había llegado a ese lugar para completar mis estudios, de mis sueños de estudiar neurología, de como nadie creía en mí, y el único apoyo que tenía era mi perro, quien siempre estaba ahí para mí. Me conto como ella deseaba convertirse en una famosa escritora. Quería compartir lo que era único para ella a cualquiera que tomara uno de sus libros. Por eso se había alejado de su hogar y de todo lo que conocía para encontrar lo que para sí era el único lugar donde alguien se interesaría en enviar sus pensamientos a conocer el mundo. –Si algo se desde que estoy aquí, es que nunca debes renunciar a lo que de verdad amas. Sin importar lo difícil que eso sea. Si de verdad te hace feliz, entonces vale la pena. Era increíble conocer a alguien con una mirada tan positiva del mundo. No era su apariencia lo que me enloquecía. Su actitud y su sonrisa era lo que iluminaba toda la habitación. Después de algunas semanas saliendo juntos todo era alegría. Era increíble pasar tiempo con ella. Me acostumbre toda mi vida a no necesitar de nadie, a ser lo suficiente para mí. Pero estando con ella, era como llenar una parte de mí que nunca estuvo vacía. Simplemente nunca creí que en realidad pasara. Pero estaba ahí, justo frente a mí. Mi alegría termino cuando un día llego a hablar conmigo. Su padre había enfermado. Era terminal, solo cuestión de tiempo. Tenía que regresar a su hogar. Sus palabras siguen en mi mente “Tengo que irme por un largo tiempo, no sé realmente cuánto. Mi madre me pidió que los acompañara hasta el final. Pero después de eso, no sé si pueda regresar. No sé qué hare y aunque quisiera pedirte que me esperaras, sé que sería injusto para ti. Así que si tenemos algo, sería mejor olvidarlo”. No supe cómo reaccionar, solo la miraba; y al verme ella sabía lo mucho que me dolía. Y solo se limitó a besar mi mejilla decirme. “Adiós, silencioso” y se fue, saliendo así de mi vida. El tiempo pasó y yo no podía reaccionar, ella se marchaba y yo no podía hacer nada. El día en que partía me senté en ese parque donde la había visto tantas veces. Recordé todo lo que ella significaba para mí, y solo…corrí. Salí hacia el aeropuerto a buscarla, no la iba a detener. No podía hacer eso, pero tenía que verla. Llegue a la puerta del aeropuerto justo cuando ella bajaba de un taxi y entonces la vi. Lucia aún más hermosa que cuando la conocí, era por todo aquello que significaba para mí. –¿Qué haces aquí? Te dije que era mejor olvidar todo.-Con lágrimas en sus ojos. La tome entre mis brazos y le dije– Si algo sé, es que nunca debes renunciar a lo que de verdad amas. Sin importar lo difícil que eso sea. Si de verdad te hace feliz, entonces vale la pena.- Entonces la bese, sabiendo que no le permitiría salir de mi vida. Y sin más que decir. La deje marchar. Los meses que siguieron a eso visite aquel parque infinidad de veces, esperándola encontrar. Como la primera vez. Todos esos intentos fueron en vano. Un día deje pasear sin correa a Lukas. Mientras yo pensaba en esa primera vez, cuando a su lado la conocí. Era demasiado para mí. Entonces me levante y lo llame. Cuando vi tenía algo en el collar, lo abrí y decía. ”Hola señor silencioso”. ¿No cree que debería voltear? Y al hacerlo no lo podía creer, y sabía que al tenerla en mis brazos. Jamás podría dejarla ir. –Papá me pidió que te leyera esto el día en que él se marchara. Quería que supieras, que nunca dejara de amarte. Cada vez más que aquel entonces. –Y dejando el diario de mi padre sobre la mesa. Y acompañe a mi madre a despedirse de él por última vez.

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53. El tomo de historia (Beatriz Weppler)

El pequeño y gran tomo de historias (según como lo veía quien lo tomaba) yacía aplacado en el fondo de una alta pila de libros. Estos fueron descartados por la bibliotecaria que había llegado de la ciudad, para ocupar dicho puesto en la biblioteca del pueblo más lejano de la provincia. Nadia, así se llamaba la chica, recién recibida hacía alarde de lo aprendido en la facultad. Acomodó y reacomodó tomos y más tomos, eligiendo los más nuevos y desechando aquellos de hojas amarillentas por los años pasados. Después de un tiempo se aplaudió a si misma por el trabajo que había realizado. Todo fue seleccionado y etiquetado con mucho cuidado, por temas, autores y ediciones. "Estos que ya no sirven"(hubo dicho)" Serán enviados al baúl de los innecesarios." Así lo había hecho y el de historia junto a otros más, allá los albergó. Cuando cerraba la biblioteca, en el silencio de la sala se podía oír los lamentos de aquellos desterrados de las estanterías. El tiempo pasó, Nadia ya ni se acordaba de los libros desechados. Pero hubo alguien al que se le ocurrió escribir una historia (digamos añeja) de muchos años atrás. "Donde podré rescatar datos" (Pensaba). "¡A la biblioteca!" y hacia allí se dirigió. "Necesito datos de historias pasadas y quisiera saber, si tiene usted algún libro que me pueda ser útil"(dijo a la señorita que lo atendió). Nadia buscaba por todas las estanterías pero no encontraba nada para ofrecerle al señor. Todo era nuevo. De pronto recordó los tomos que había pasado al cuarto de los retirados. Fue hacia allí y enterrado en el polvillo y telas de arañas encontró el de viejas historias que necesitaban. "¡Qué bueno!"(Pregonaba el historiador) “¡Maravilloso!". Nadia nada contestaba, pero a la semana siguiente todos esos libros olvidados estaban nuevamente ocupando su lugar en las estanterías. Nunca debemos desechar un libro por más antiguo que sea, siempre tiene algo para enseñarnos.

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54. Recuérdame que te olvide mañana (Santiago Cairo)

Lo que realmente me atrae de la radio es la capacidad que tiene de despertar nuestra imaginación, pues en la radio no vemos nada, y es nuestro trabajo dar un rostro a esas palabras incorpóreas. Una de esas tantas noches de primavera que parecen de invierno aunque sean el alba del verano, escuché de la voz magistral de Alejandro Dolina una historia que llamó particularmente mi atención. Según Alejandro, había en el mundo un libro, al que él llamó “el libro del olvido”, y todo aquel que lo leyera iría eventualmente perdiendo sus recuerdos a medida que las páginas pasaran. Entonces, al llegar a la última carilla, el lector carecería ya de cualquier tipo de pasado. Nadie sabía exactamente de qué trataba el libro; podía ser un texto cualquiera. Después de todo, quien lo hubiera leído sería incapaz de recordarlo. Pero Dolina, vaya uno a saber por qué, aseguró que era uno de los millones de ejemplares de “La dama de las camelias” que existen hoy en el mundo. Podía ser cualquiera, cualquiera de ellos. Incluso aquel que reposaba en mi biblioteca, envuelto en un papel protector hasta el momento de ser leído. Esa madrugada, después de apagar la radio, rebusqué hasta encontrarlo. Estaba casi escondido entre “El castillo” de Kafka y mi tan preciada edición de “La naranja mecánica”. Lo mágico de las bibliotecas es que nunca se terminan. Siempre hay algo más. Puede uno tener millones de libros, pero siempre aparecerá alguien nuevo, publicará sus textos y te gritará burlón: “¡Ey monigote!, ¿Qué no ves que te falto yo?” Por eso intento tener los clásicos, aunque admito que ese, aún no lo había hojeado. Lo compré usado por un precio obscenamente barato, en la que es acaso mi librería preferida. Me pregunté qué tan viejo sería, asique cuidadosamente le quité el transparente papel y lo abrí. Las hojas estaban amarronadas, y eran más frágiles de lo que hubiera imaginado. La última de ellas acusaba haber terminado de ser impresa el 14 de Julio de 1965. Cuando mis padres aún eran unos niños. Quién sabe lo que vivió ese libro; quién sabe por cuántas manos pasó. Me inquietó qué tan cierto sería, porque toda leyenda, mito o lo que sea, parece tener una base real. El olvido es tan largo, pensé sosteniendo el libro con las dos manos, que a veces necesita algo de ayuda. El olvido tan cruel es, que nos azota cada noche con su ausencia. El olvido es tan efímero, y el recuerdo late tan vivo; acostumbrados como estamos a las lágrimas y los tropezones, no tenemos la capacidad de, así sin más, sentir que nada ha pasado aquí. No, es imposible. Y es que para olvidar algo, o alguien, hace falta haberlo vivido. Y es que si lo vivimos, de una u otra forma lo vimos vivir. Y es que entonces, la vida es inevitable de recordar. ¿Y qué tal si ese perdido libro del olvido fuera el que estaba en mis manos? Bastaba con leerlo, y la mente se volvería un vacío. Quizás un vacío completamente negro, o incluso puede que blanco, tan blanco que lastimaría los ojos. No negaré que me ilusioné. Tenía tanto para borrar. Pensé en los problemas familiares, esos que tantas inseguridades pueden brindarnos cuando no estamos listos para 83


el golpe; pensé también en la primaria, y las infinitas burlas que alguna vez sufrí de mis llamados “amigos de la infancia”. Los niños, sin darse cuenta, son más crueles por momentos que los incomprensibles adultos. Pensé en el amor, y en el desamor aún más. Sí, como siempre, la terminé pensando a ella. Pero también recordé navidades en solitario, o aquellos años nuevos que tan lejos pasé de casa. Extrañar es la cicatriz que deja el querer. Una o dos lágrimas resbalaron, cuando sin proponérmelo la volví a pensar. Ella, otra vez digo ella, motivo de tantas noches en vela, de tanto silencioso dolor. Ella, la única que me enseñó a amar, la única que me enseñó a vivir, que me enseñó tanto, menos a olvidarla. Ella; la única. Sostuve el libro por un largo rato, mirándolo con ojos entrecerrados y manos temblorosas. La ciudad amanecía. Estaba, por alguna razón que no puedo precisar, convencido de que ese ejemplar ajado y casi desecho era realmente aquel libro del olvido; la solución a tanta soledad, el escape a tanta tristeza. Sonreí. Pero abrí el texto en la primera página, y la sonrisa se me borró al instante. Asique lo cerré, temeroso y confundido. No, no tenía ningún sentido. No, después de todo, el recuerdo es lo único que nos queda del pasado. Entonces pensé en esa niñez por momentos tan lejana, y en aquellas tardes jugando a las bolitas, cuando ni siquiera existía el dinero. Pensé también en las navidades; pero en las buenas, aquellas en que la mesa era más larga que la casa donde hoy vivo. Y los petardos, y el árbol, y la continua pregunta de por qué hacía calor, si en las películas la navidad traía nieve. Y los reyes magos, que nunca me fallaron. Entonces, cuando una vez más la encontré a ella, en esos extraños recovecos de mi cabeza, pensé que nada bueno podría recordar. Ingenuo de mí. Si fue por ella, y con placer, que pasé tan lejos aquellos años nuevos. Si fue por ella, que aprendí la vida. Si fue por ella, a fin de cuentas, que lancé las mejores carcajadas. Claro. Después de todo, se pueden guardar buenos momentos, a pesar de que las lágrimas busquen empañar el vidrio de la memoria. Tal vez, sólo sea cuestión de limpiarlo con la mano. Quién sabe. Volví a guardar el libro en su lugar, y me acosté con el sol ya bien alto en el cielo de Diciembre. Las fiestas se acercaban. Hubiera jurado que iban a ser horribles, pero de todas formas las esperé con ansias. Porque quizás este año no haya petardos, y seguramente menos regalos. Seguro que la mesa será muy corta, pero será una mesa al fin. Y es cierto, ya no me toca compartirla con ella. Pero no importa; seguiré adelante con su simple recuerdo. Por eso me reconforta saber que a tiempo cerré el libro. Porque el recuerdo, de alguna u otra manera, nos mantiene vivos. Entonces, ¿Qué sentido tendría dejar la mente en blanco? Supongo que ninguno. Y es que si hay algo mejor que los momentos tristes, es guardar en un rincón aquellos que nos han sacado, ocasionalmente en esta vida que tanto nos acostumbró a los golpes, una sonrisa, por más efímera que haya sido. *** 55. El regalo perfecto (Carmen F. Mat)

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Siempre me gustó leer. Desde que puedo recordar, nuestra casa estaba llena de libros. Mi padre era más aficionado a la ciencia ficción, al terror, al misterio… Libros con portadas negras, con letras rojas que goteaban como si estuviesen escritas con sangre... Mi madre era devoradora de cualquier tema, manuales, relatos fantásticos, novelas históricas, libros de viajes, daba igual. Uno de los primeros que yo tuve, y que era mi favorito, era una recopilación de cuentos, algunos bastante cruentos. Como Barba Azul, que se casaba con jóvenes doncellas y las colmaba de riquezas y amor. Sólo les pedía, a cambio, que nunca abriesen la puerta del desván, que confiasen en él. Todas al poco tiempo, irremediablemente, abrían la puerta, y se encontraban con los cadáveres desmembrados de las doncellas que les habían precedido. Así las encontraba Barba Azul, con los ojos desencajados, y sabía que no habían cumplido con su única petición, por lo que pasaban a formar parte de la pila de ex esposas del desván. El libro, aunque debía tener como veinte cuentos, tenía una ilustración de esta historia en su portada, lo recordaba a la perfección. La puerta, la bella doncella con la mano en el pomo, el horror pintado en su cara y, tras ella, el adusto Barba Azul con la espada en alto. Sin duda fue mi libro favorito durante años, y en la primera hoja puse mi nombre junto con la fecha: “Elisa García, 4 de Noviembre 1966, 7 años”. Estuvo en mi estantería años y años, mil veces leído, y no recuerdo en qué momento de mi adolescencia desapareció de ahí, seguramente con alguna limpieza de mi madre, o en alguna mudanza de unas cuantas que vivimos… De eso hacía muchos, muchos años. Ahora la madre era yo y a mis hijos tampoco les negaba nunca un libro. Eran aún muy pequeños, 10 años el mayor, 7 la pequeña, Elisa también. Al día siguiente era su cumpleaños, y sabía que un libro será un buen regalo para ella. Entré en la vieja librería de Antonio, un hombretón grande que con los años, como nos pasará a todos, parecía ir menguando. Su sonrisa no lo hacía nunca, y me recibió como siempre con ella pintada en la cara. Insinué que me apetecía echar un vistazo por la librería, y aproveché que entraba otro cliente para escaparme. Esta olía bien, olía a libro. Acabé en la sección de libros de segunda mano, curioseando distraída. Quizás encontrase algo bonito… Encontré una edición ilustrada de “Colmillo blanco”, de Jack London –que recuerdos…– y dos recopilaciones preciosas de cuentos de los hermanos Grimm. Pasé a abordar el segundo montón. El segundo libro… Mi mano se detuvo al ver la portada. La puerta, la asustada doncella, la espada de Barba Azul…¡era como el mío! Me lancé a por el libro y empecé a dar saltos, ¡no podía creérmelo, había encontrado un trozo de mi infancia!. Era igual que la recopilación que yo tenía, aunque estaba algo roto, el pobre, pero poco me importaba.

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Pasé las páginas rápido con el pulgar derecho, aunque estaban bastante amarillas parecía que no faltaba ninguna, y note que Antonio y un chico joven me miraban sonriendo… Fui hacia el mostrador. –¿Cuánto por éste? Tuve uno igual cuando era niña. –Ya me habías asustado –rió– ¡Pensaba que los gritos eran por algún bicho de esa pila de libros viejos! –No hombre, no… Creo que ya he encontrado el regalo para mi hija. –¿Estás segura?, llévale también alguno nuevo…–Antonio cogió el libro de mis manos–Mira, si hasta está pintarrajeado… Era verdad, en la parte inferior de la hoja había unas letras enormes, temblorosas. –¿Me dejas verlo bien?–recogí el libro abierto de sus manos. Las letras que él me indicaba eran rojas, grandes, hechas por la mano de un niño. Decían “Julián Menéndez, 13 de Julio 1986, 6 años”. En la página de al lado, con caligrafía distinta “Ana Montanet, 25 de Diciembre 1989, 11 años”. Conteniendo la respiración abrí el libro por la primera hoja. Allí estaban, descoloridas por el tiempo, pero reconocibles. “Elisa García, 4 de Noviembre 1966, 7 años”. No era un libro como el mío, ¡era mi libro! Años sin pensar en él, sin preguntarme qué destino podría haber seguido, simplemente aceptando que nuestra niñez pasa y no vuelve, y nuestros libros de cuentos con ella. Pasé las hojas, leyendo un nombre y una fecha en cada una. Nombres escritos con letras grandes, con letras pequeñitas, letras rojas, azules, con una letra de cada color. A boli, a lápiz, con pincel y acuarela, ahí estaban… “Irene Andújar,4 de Mayo 1977, 8 años” “Álvaro Gil, 17 de Febrero 1983, 7 años” “Daniel Almodóvar, 16 de Mayo 1991, 8 años” “Berta López, 13 de Septiembre 1998, 9 años” Y así, página tras página, fueron surgiendo nombres de niños y niñas que habían, como yo, dado vida a ese libro que tenía entre mis manos, vivido sus historias y temblado imaginando a Barba Azul y su desván de asesinadas esposas, dejando su aportación igual que yo había estampado en la primera página y entregando un poquito de ellos al libro mismo, quizá agradeciendo lo mucho que éste les había entregado también.

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–Me lo llevo, pídeme lo que quieras –espeté decidida a Antonio. –No hija, ¡te lo regalo! Ojalá todo el mundo se entusiasmase tanto con un libro viejo como tú. De todas formas si es verdad lo que dices ya era tuyo, ¿no? –con una sonrisa me acompañó a la puerta –Anda, que lo disfrutéis. Y tráete pronto a los críos, ¡que hace mucho que no los veo! Salí dando traspiés de la tienda con el libro en la mano, y aún alucinada volví a abrirlo en medio de la calle. Hoja tras hoja, nombre tras nombre y fecha tras fecha, las recorrí una vez más con los dedos. Todas ocupadas menos la última, aún con el espacio en blanco… por poco tiempo. Ya tenía el regalo perfecto para mi hija.

*** 56. Mamá no me gusta leer…

(Ángel Amaya)

Recuerdo que una vez mi mamá me regaló un libro, no recuerdo el tema pero lo único que recuerdo de él, es que me parecía muy aburrido, yo solo prefería irme a jugar con mis amigos o video juegos. El caso es que mamá nunca argumento por qué razón me regalaba un libro, tiempo después cuando ya era grandecito, cursando la secundaria me di cuenta por qué razón me regalaba libros, necesitaba hacer un ensayo “libros”, una exposición “libros”; cualquier cosa tenía que ver con libros…. Muy pronto me vi sumergido en un mundo el cual era muy extraño para mí leía por obligación y no por gusto, y comencé a culpar a mamá por no haber inculcado un hábito tan importante, ella me respondió “ves para que eran los libros que te regalaba”. Eso solo bastó para que yo me arrepintiera de haber votado mis libros; decidí ir en busca de un libro que me interesara pero mis intentos eran fallidos, no compraba libros que no tuvieran dibujitos; entonces me hacía preguntas como “¿qué debo leer?”, como no me gustaba leer, sencillamente creí que habían libros de novelas y cosas así, o tal vez solo de temas como en ese entonces veíamos en el colegio, ¡los temas del colegio eran aburridos! Un día me di cuenta que necesitaba hacer un proyecto, indagué sobre el tema y me di cuenta que no sentía lo mismo que antes, me di cuenta que me gustaba leer, aprender y hacer. Entonces como no me gustaban los temas del colegio miré otros horizontes; tecnología, medicina, ebanistería, panadería entre muchísimos temas más. En poco tiempo era un adicto al conocimiento quería saber de todo, entonces reflexioné y de tanto acceder a tan variado

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conocimiento llegué a la conclusión del por qué vamos al colegio cuando niños, nos preparan para estos temas básicamente, aprendí matemáticas no en el colegio, si no en la reunión de varios libros que la exigían (todos los libros tienen algo de matemáticas, no más mira las páginas), ya español fue más sencillo porque de tanto leer difícilmente me equivocaba al escribir, y de todos los libros podía deducir algo del colegio. Un libro es más que un libro, es la esencia del ser, es la fuente del saber, y aún más es tu personalidad, no votes tus libros guárdalos son cultura. Mi consejo si es que no te gusta leer, no leas, ten el gusto por aprender y leer no será ningún problema para ti.

*** 57. Cambio de página (Leo Macías)

De un momento a otro, sin esperarlo, me invadió la angustia, todo se empezó a poner triste, me sentí indefensa, y pesé a que yo creía que ese lugar era el más maravilloso, me acobardé y no pude seguir andando, me doble, caí de rodillas, como en posición fetal, y rompí en llanto. Abrace con fuerza mis piernas, cerré los ojos, y en algún momento sorpresivo, me quede dormida. Estaba agotada, sin fuerzas, sin nada a mi alrededor. Mientras sostuve esta posición, tuve las manos empuñadas, pero más tarde, de a poco, se empezaron a abrir, y un polvo brillante empezó a soltarse de entre los dedos. Yo jamás me di cuenta de lo sucedido, seguía en el letargo del sueño, pero sin poder soñar con nada. Me perdí por un momento en el tiempo. No fue sino hasta cuando sentí la luz del día sobre la cara, no quería abrir los ojos, no quería acordarme que me encontraba en un lugar tan lejos de casa. Hice varios intentos, pero la luz me golpeaba con fuerza sobre el rostro, para cuando logré abrir los ojos, me desubiqué, no había absolutamente nada alrededor, sólo el pedazo de tierra que me sostenía, a penas el suficiente espacio para estar, la “nada” me rodeaba... Sin embargo, nunca sentí tanta paz dentro de mí, pesé a que por un momento, me sentí temerosa, después reaccioné, me quede contemplando la inmensidad. Cosas nuevas y nunca antes vistas se desprendían de mi alma y volaban a mi alrededor, nunca sentí frío, el lugar en que me encontraba acostada era sumamente cómodo. El viento peinaba mis cabellos de una forma realmente hermosa. La ropa salía sobrando, desnuda me sentía vestida de dicha, podía ir a cualquier lugar sin tener que caminar. Ese día, cambio mi vida para siempre. Ese día fue mi encuentro con la literatura.

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58. El manuscrito (Griselda Tessone) Zoe entró a la vieja librería, escapando de la lluvia que le estaba empapando los zapatos, el piso de madera se quejó de su presencia. Sin mirar a los pocos clientes que allí estaban se dirigió al mesón del final del estrecho pasillo. Desde hacía un mes que pensaba en el pequeño libro manuscrito de tapas azules y firmadas con el nombre de su abuela: Clara Uzkudun. Revolvió nerviosa, sin percatarse que del otro lado había otra mujer, que también buscaba "CIEN DÍAS ANTES DE DECIR ADIOS", un manuscrito que su abuelo Ramón le había pedido que rescatara de la librería que había sido suya 60 años atrás. Zoe y Ana Clara, la otra pescadora del mismo libro, lo vieron y lo tomaron en el mismo momento. El Universo, la vieja librería, se convirtió en el escenario de una batalla de argumentos, Ana Clara sabía que su abuelo se moría y era lo último que podía hacer por él, encontrar LOS CIEN DIAS.... que no pudo leer cuando regresó ciego del campo de batalla. Zoe buscaba al padre de su madre. Se dispusieron a leer el libro juntas, una taza de café reunió estas almas que compartían mucho más de lo que ellas imaginaban. El Universo había cumplido con el destino. *** 59. Hojas al viento. (Cristian Donoso Ullloa - Punta Arenas, al sur de Chile) Una hoja en una rama. Una sola hoja en una sola rama. Llegó hasta allí arrastrada por el viento, quedando enganchada mientras el polvo giraba a su alrededor. Estaba amarilla, sucia y húmeda, pero aun era legible, en caso de que algún lector inquieto y aventurero se atreviese a llegar hasta ahí por el contenido de su tinta. (¿Qué cosas, hojita, llevas escritas en tu mutilado cuerpo?¿Quién te hizo eso?¿Lo merecías, acaso? Vamos, dímelo.) El árbol, viendo esto, se apenó enormemente, pues conocía la procedencia de esa fibra, de ese pequeño embajador entintado que voló hasta él. Sintió más que vio la sensación en su follaje. Punzadas de pesar atravesaron su tronco, tocando sus raíces como un pequeño fuego, encendiendo sus recuerdos como un gran fogón. ¿Quién dijo que un árbol es menos vivo solo por estar anclado a tierra? El estar condenado a vivir amarrado en tierra, con las maravillas volando y corriendo a su alrededor lo hizo crecer enormemente en su interior, en sus sueños, donde él era el águila, la gacela, el tigre y el ratón…a su lado. La extrañó. La extrañó y lloró como solo un árbol puede hacerlo, con paciencia vegetal y un dolor animal. Todos los días tenía ese espacio vacío frente a él, sin poder llenarlo con nada más que lágrimas y dolor.

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Y ahora ella volvía a despedirse, a decirle que, a pesar de que nunca volverá estará siempre dentro de él, ambos siendo gacelas, las águilas por sobre todos. –¿Un libro? – pensó encolerizado – ¿Toda una vida creciendo a mi lado, insuflándome amor, solo para ser un libro? Un objeto inerte, aburrido, que solo está ahí. No hace ruido, no se mueve, no canta. Solo está ahí. Un suspiro. Conocía la verdad, solo estaba despechado y triste. –Un libro es lo más bello en lo que pudiste volver, amor mío. Observó el delicioso papel, acariciando cada palabra, degustando cada espacio que ocupaba sobre sus ramas, queriendo empequeñecer para abrazarlo y volar junto a él. Era solo una hoja, menos que eso, un poco quemada en los bordes y carcomida por los elementos y el tiempo, arrancada de un libro acaso por un incendio o un basural, voló hasta él con un mensaje, un simple mensaje y un deseo. Estar juntos otra vez, como sea. “De aquí a la Eternidad” “De aquí a la Eternidad” ¿Qué significa aquello? ¿Qué su amor prevalecerá, juntos los dos? ¿Qué se extrañaran por siempre, de aquí a la eternidad? No creía poder soportarlo, imposible vivir con el dolor y con la incertidumbre... la nueva incertidumbre. Salida. Debía encontrar una salida. Algo que libere la presión, que deje pensar, que deje vivir, que deje soñar y dejar de sufrir. Un escape, un sueño nuevo, una nueva ilusión. Una solución. Dejar de soñar, de sentir, de sufrir y pensar. Es hora de ser la gacela, de ser el águila al viento, de dejar de sostener su tronco solo para rezumar tristeza. Se lanzó al viento y se fue a tierra. La caída duró años, siglos. El viento en sus hojas (el águila al viento). La tierra frente a él (la gacela corriendo) El miedo al final (el ratón acosado por el tigre). Cayó y retumbó todo, despertando los animales y haciendo salir el sol. El polvo dejó de girar alrededor y el viento se detuvo. Una ardilla llevó a su camada ahí, un zorzal puso un nido en su copa, ahora a nivel del suelo. Dos perros usaron su sombra para descansar y un niño lo imaginó como un gigante caído desde el cielo al romperse la gigantesca rama que da a su castillo. Todo estaba en paz. Ni un ruido, ni un movimiento en su interior. Su potente corazón de árbol, el cual lo mantuvo durante decenas de años, miles de días, está inmóvil. Una ráfaga, una sola ráfaga de viento se elevó y pasó entre el follaje. El papel flotó y se fue, llevándose consigo una sola hoja, una hoja verde abrazada a su cuerpo. No le importó al árbol perder su cuerpo, mientras que su corazón viaje sobre esa descolorida hoja de papel hacia el horizonte, abrazados, avanzando por última vez juntos. De aquí a la Eternidad. *** 60. El Libro sin letras 90


(Rafael Morelli)

Pasé días vagando sin rumbo en busca de la inspiración perdida. Miraba sin ver y no sabía sobre que escribir, hasta que distraído entré en aquel bazar. Aun antes de verlo me llamó la atención. Comenzó con un cosquilleo en el vientre, acompañado de una sensación de inquietud difícil de explicar. Como si alguien me estuviera observando, como si estuviera en la antesala de un ansiado encuentro, como si estuviera frente a una mujer demasiado hermosa. Apenas lo vi supe que él era el origen de mi extraño estado de ansiedad. De alguna manera todo lo existente en mi campo visual se hizo difuso. Lo único que estaba claramente en foco, en un rincón de la última estantería, al fondo, en la zona más obscura, entre descoloridos y polvorientos cachivaches cubiertos de telas de araña era algo que parecía el lado más angosto de una caja vieja. Caminé como en un trance, sin perderla de vista, con miedo de que desapareciera si llegara yo a parpadear o desviar la mirada por un instante. Caminé en línea recta sin prestar atención a otra cosa que no fuera aquello que me llamaba con tanta insistencia. Lo tomé y me lo llevé a mi pecho abrazándolo con los dos brazos. Era pesado, de madera forrada con una tela vieja y raída. Pude intuir páginas dentro de él. Era un libro. No lo abrí. No sé por qué. Quizás tenía miedo de que alguien me viera y me dijera que no podía llevármelo. Caminé hasta la puerta de salida y quedé enfrentado al encargado del bazar. Me miró fijo y yo lo miré a él. Vi como clavó su mirada en el libro y volvió a mirarme profundo a los ojos. Asintió con la cabeza, se hizo a un lado y con un gesto me indicó la salida. Así como lo cuento, sin una palabra. Yo entendí lo que me decía y pero no entendí el por qué. Apreté mi tesoro y me fui. Las luces pálidas de las velas y los fogones hacen de las noches en el Cabo Polonio algo místico. Yo era un fantasma más entre las sombras sin rostro que recorren los senderos de arena del pueblo. Ranchos de costaneros, telas de colores invisibles en las ventanas, olor a mar, a pescado, a pachuli y a cannabis. Repiquetear de tambores alrededor de un brasero, una guitarra que raspa una melodía, botellones de vidrio convertidos en fanales. Todo disuelto en el sonido de las olas que llena los huecos del todo como lo hace la bruma marina. Caminé en la obscuridad invadida por el resplandor de la luna llena. Cada doce segundos un haz de luz corta como un sable las dunas y el océano. Desde las islas: la de Torres, la Rasa y la Encantada, atestiguan indiferentes los lobos. Desde el mar un capitán lo observa con atención y aleja de la costa su barco. Supe que estaba llegando a mi rancho porque dejé el penúltimo rancho atrás. Las dunas lo ocultan del mundo de los videntes pero el mar lo vigila siempre desde donde sale el sol. Destranqué la puerta sin tranca, solo como ritual. Busqué a tientas los fósforos y encendí la vela que dormía en su jaula de cinco litros que siempre estaba sobre la única mesa del único ambiente debajo de la única ventana. El precioso libro seguía apretado a mi pecho. Ya sentado, lo apoyé sobre la mesa, a la izquierda de la vela. Mi corazón latió con fuerza cuando pasé la palma de la mano por sus tapas. Debajo del polvo apareció una figura metálica dorada tallada en relieve: un delfín. Al tacto recorrí el resto del diseño, despejando el velo que lo mantenía oculto. Cuatro delfines embebidos el uno en el otro, formando un cuadrado. Las cabezas compartidas y lo mismo las colas. Tomé el trapo que siempre está envuelto en la 91


agarradera de la caldera de latón que siempre está encima de la estufa, y limpié con cuidado reverencial el resto de su tapa y lomo. No había ni letras ni otros símbolos o inscripciones de algún tipo. Sabía que solo estaba postergando el momento de abrirlo. Mi mano izquierda se congeló un instante al hacerlo. Fue el tiempo necesario y suficiente como para pedir permiso. La primera página estaba en blanco. En realidad no era blanco sino de color ocre viejo. Las páginas eran como de una tela fibrosa compactada. Lo pude ver en sus bordes deshilachados. Con mucho cuidado pasé a la siguiente página. Me encontré con una pintura artesanal, muy colorida y sin ningún sentido, ni lógica ni estética. Solo pequeñas manchas multicolores, sin un patrón ni forma evidente. Pasé a la siguiente y me encontré con más de lo mismo. Todo el libro igual. Volví a la primera y me quede mirándola, sin poder creerlo. Había algo que se me estaba escapando, y yo lo sabía, no sé cómo ni por qué, pero yo lo sabía. La miré y la miré, hasta que el sol mostró su primer punto de luz naranja. Levanté la vista, pero solo por un segundo. Cuando volví a mirarla, los detalles y las manchas pasaron a ser fondo y apareció como por arte de magia, la imagen de una ola y “escuché” con claridad: “Este es el tao de las olas, el que no puede ser dicho y solo puede ser experimentado”. Salté de la silla sorprendido. Miré de nuevo la hoja y ahí estaban las mismas manchas sin sentido. Volví a fijar la vista en el horizonte marino, miré la hoja y volví a “ver” y “comprender” el mismo mensaje. ¡Una ilusión óptica! Una estereografía combinada con algún tipo de lenguaje de formas y colores. Era muy extraño, primigenio, original y sin duda el libro era muy antiguo. En cada hoja un nuevo diseño, figura y mensaje. En la última página decía: “Experiméntalo, interprétalo y compártelo”. Tomé mi cuaderno, le saqué punta al lápiz y comencé a escribir: El Tao de las Olas… *** 61. La llave para su estudio; una casetera para mi casete ¿Estoy lista?

(Tania Guajardo Muñoz) Ahí estaba yo, sosteniendo indecisa la llave en mi mano. No sabía si debía de abrir ese cuarto para siempre negado a cualquier de la casa, o entrar y descubrir lo que mi subconsciente pero yo no quería aceptar. Entré, y al abrirlo no había más que un sillón rojo, cubierto por una vieja sabana que alguna vez perteneció a la cama de mi hermano y, pared a pared, estaban cubiertas de libros, apilados en las esquinas, amontonados a los lados del sillón rojo, tirados sobre el piso desnudo, empolvados, aguardando ser leídos. Claro que los recuerdo, esos libros llegaron a mi casa, siendo muy pequeña, recuerdo que escuché a mis padres decir que eran libros pertenecientes a una vieja

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biblioteca abandonada y cerrada y que serían quemados porque no les veían utilidad alguna: “una completa idiotez” diría mi padre. Lo que no recuerdo es que fueran tantos. Siempre veía a mi papá llegar con un libro bajo el brazo y encerrarse por horas en ese cuarto llamado estudio por nosotros; aunque lo que no sabíamos era porque no nos dejaba entrar si él fue quien nos contagió el gusto por leer: “lean, si no quieren ser ignorantes y pendejos”, “lean, que es la única manera de cambiar este mundo” parece que lo estoy escuchando. Pero debo de ser rápida, no tardará en llegar mi padre y no sabría que decirle si me encuentra aquí…. ¿No sabría que decirle? Tengo más de un año sin hablar con él… él siempre nos lee alguna nota, algún párrafo, alguna oración que le llama la atención. Siempre nos deja libros fuera de este cuarto a manera de sugerencia, entonces, algo debe de tener entre estos libros que lo haga tan celoso como para que tenga que guardarlos bajo llave. Nada. Han pasado 45 minutos y no encuentro nada. Hojeé tratados de Psicología, La Teoría del Marxismo, cuentos de Máximo Gorki, El Diario de Ana Frank, La Enciclopedia de la Historia de México y no encuentro nada. Sinceramente, no sé que busco, no sé porque mi padre pudiera ocultar aquí el secreto de su vida. Un secreto que fue lo suficientemente doloroso para mi madre como para abandonarlo después de 37 años de matrimonio. Me lo dijo, más no lo creí, uno no piensa que su padre, a quien siempre ha visto como un Dios y como un erudito, siempre trabajador y honesto, sea en sus ratos de ocio, un mujeriego en potencia con varias familias en su haber. No lo puedo creer, pero algo dentro de mí, me dice que es cierto. Me tiro sobre el sillón, he decidido no seguir buscando, prefiero tomar unos libros y leerlos después en mi casa, pero ¿qué libros habré de tomar? Mi papa siempre se ha inclinado por la Historia, yo por las novelas, cualquier cosa que me saque de mi realidad y que no me haga pensar en las crisis económicas mundiales, en las caídas de los gobiernos, ni en el fracaso del capitalismo. Me gustan las novelas ingeniosas, mi preferido siempre será García Márquez, y aunque ya me leí casi todos sus libros antes de mis 20, me sigue fascinando releer sus obras. Todavía hoy, sigo tratando de dilucidar como puede describir una cosa tan banal y simple y convertirla en el objeto de mi total y absoluta atención y recrearla en mi mente con un nuevo significado… “la magia de los libros abrazada a tu imaginación”… ya lo creo, papá. Y ahí sentada, totalmente desesperanzada de encontrar nada, decido marcharme y devolverle el beneficio de la duda a mi padre. Tal vez solo fueron unas noviecitas sin importancia después de la separación con mamá pero ese siquiera pensamiento, me llena de rabia y me digo que JAMÁS volveré a hablar con mi padre. Apoyo mis brazos en el sillón y levanto mi cabeza para pararme y veo un sobre grande, amarillo y polvoriento caído detrás de una pila de libros que estÁ sobre la parte más alta de los libreros. Alguien intento esconderlo pero como saque un libro del extremo de esa hilera, se han movido los libros y quedo expuesto. Acerco una escalerilla y lo jalo, es ligero pero tiene algo como un casete dentro… ¿un casete, donde yo voy a sacar una casetera en estos tiempos de blu ray y mp3? Tal vez sea alguno de los discursos de mi papa en su juventud, tal vez estoy perdiendo mi tiempo y me estoy empezando a desesperar: mis manos están llenas de polvo y estoy manchando el sobre y no puedo abrirlo porque estoy dejando constancia de mi entremetimiento… aunque estoy segura que no lo notaría…pero yo necesito lavarme mis manos, no soporto tenerlas sucias ni dos segundos.

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Dejo el sobre a un lado del sillón y me dirijo a la cocina que es lo más cercano al estudio, me lavo las manos y recuerdo que donde alguna vez era el cuarto de servicio, se utilizo como cuarto de “triques”, almacenábamos lo que ya no queríamos pero no nos atrevíamos a tirar “por si un día lo llegáramos a ocupar”. Hay de todo, incluso el par de la sábana que cubre al sillón pero ninguna casetera, pero sí hay un viejo abanico de techo sin aspas, una grabadora telefónica, un viejo computador donde aprendí el lenguaje BASIC y COBOL… debe de tener más de 20 años, ¿porque no la tiran de una vez por todas? Regreso al estudio y saco el casete, mmh, este casete pertenece a la grabadora telefónica que recién vi. Recuerdo que tenía como 9 años cuando de repente entró mi papa a la sala donde yo estaba y echando madres, arrancó la grabadora y la aventó por la barda. La vi volar pero, bendita ingenuidad, continúe viendo mis caricaturas. Estoy segura que mi mamá fue por ella, porque la vi salir y entrar, aunque no puse atención a lo que traía en sus manos. Tal vez es lo que estoy buscando pero, ¿realmente lo quiero escuchar? ¿necesito escucharlo? *** 62. El niño de oro (Lourdes Muñoz) El protagonista de nuestra historia, Flavio, iba a cumplir muy pronto 8 años, sus papás le pusieron ese nombre porque nació rubio, aunque la mamá siempre decía que su niño era como el oro, y por eso él pensaba que era como esos pendientes que relucían en las orejas de la señora regordeta del 6º, que además era rubia, y que por eso siempre le pellizcaba los mofletes y le decía que le recordaba a su hijo, que vivía tan lejos, así que, Flavio pensó, que su nombre era más misterioso de lo que él imaginaba, aunque eso, es otra historia que contaremos otro día. Lo que le pasaba a Fabio y él había oído que le decía la profesora a su mamá, es que estaba ya muy crecido para no saber leer y escribir bien, aunque en el último curso había avanzado mucho, pero le pasaba que cuando escribía las palabras se saltaba algunas letras y que no sabía leer de corrido, tampoco pronunciaba bien las palabras trabadas, y, cuando le costaba escribir alguna palabra, salía del paso buscando un sinónimo para decir lo mismo. Pero en cambio, Flavio se sabía todo lo que ponía en los cuentos, y en los libros de la biblioteca de su Papá, también recitaba trozos enteros del Quijote de la Mancha y sabía en qué página del volumen II de la Cámara Secreta estaba el momento en que Harry y sus amigos Ron y Hermione tendrían que enfrentarse con arañas gigantes, serpientes encantadas, fantasmas enfurecidos y, sobre todo, con la mismísima reencarnación de sus más temible adversario, sí, claro que sí, se sabía todas esas aventuras de Harry Potter, y donde estaban en el libro, pero cuando lo abría, no encontraba las palabras, su papá le retaba y le decía, Flavio, ¿ no me lo lees? Y él, disimulando, hacía que leía y contaba toda la historia desde el principio al fin, aunque algunas palabras las cambiaba por otras que significaban lo mismo para pronunciar bien. Ese era su truco.

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Por eso era un niño especial, con una imaginación prodigiosa y sorprendente memoria, pero no era memoria de copista, no, porque esa prueba también se la hicieron y también se lo había oído decir a su Mamá, sino memoria con comprensión, todo lo entendía y memorizaba comprendiendo. Pues sí, al final va a ser que era “un niño de oro” como decía su Mamá. Y por eso, como sabía que algo le pasaba, había ejercitado esa sorprendente imaginación y esas ganas tan fuertes de saber todo lo que ponía en los libros, cualquier libro, lo mismo hablaba de los tipos que hay de hojas perennes como te recitaba de seguido todas las ciudades de Andalucía por orden alfabético. Con los pueblos de Sevilla, donde vivía, le costaba un poco más, aunque se sabía el orden de todos, pero cuando llegaba a “Lebrija”, por ejemplo, se le trababa la “b “con la “r “, luego probaba a escribirla y ponía “Lebija “ y al leerla después sabía que había hecho algo mal, porque aunque la comprendía, le chocaba como estaba escrita y decía en voz alta, no, no, así no es, ¡algo está mal! El diagnóstico de nuestro amigo Flavio era el de “aprendizaje tardío de lectoescritura“. ¡Quién lo iba a decir! un niño que se sabía el Quijote, y todos los pueblos que hay en Sevilla, y los psicólogos decían que tenía aprendizaje tardío, aunque bien es verdad que también decían que su nivel cognitivo era el de un niño de 11 años. Flavio hoy ya ha crecido, tiene ya 14 años y lee y escribe bien, aunque eso no es lo importante, lo mejor es que entiende lo que lee, que le encanta lo que lee y que disfruta y se emociona cuando explica a los demás lo que lee. Porque a veces, no sólo basta leer y escribir bien, sino vivir y sentir esas historias que se leen, e imaginar y proyectar en el alma de los demás esas historias que se escriben. Y es que, las mejores historias por leer, son las que todavía no han sido escritas, pero esperan ansiosas por salir del corazón de alguien que las ame de verdad, para precipitarse al corazón de esos lectores maravillados y enamorados que hay de su música celestial. Y es que en los buenos libros, siempre hay una historia de amor, “una historia interminable” de amor entre el autor y sus lectores, que es capaz de traspasar las fronteras del tiempo y del espacio, y que perdura por siempre, y por eso es amor del bueno, y eso quien mejor lo sabe es nuestro amigo Flavio. El niño de oro.

*** 63. El libro amarillo

(Marcela Isabel Pittaluga)

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El viaje era largo y el recorrido bastante aburrido como para prestar atención en las imágenes que pasarían por mi ventana. Este camino a la casa de mis parientes ya lo había hecho tantas veces que se hacía monótono hasta recordarlo. Por suerte me dormía con facilidad, pero por las dudas me dirigí a la librería de la estación y compre un libro que mas por el titulo y el autor, me llamo la atención por su color amarillo brillante y su tamaño muy cómodo para transportarlo en mi mochila. Lo único que faltaba era que sea un libro fácil de leer, sin tantas palabras rebuscadas y entretenido como para El no terminar dormido con la boca abierta y emitiendo fuertes ronquidos. Ya me había ganado algunos codazos en viajes anteriores. Una vez en mi asiento, el numero 23 V (“v” de ventana) me acomode con una mirada picara a ese paisaje aburrido al que creía haberle hecho justicia con mi libro amarillo. Como siempre lo hacía compraba un café y un sándwich al chico que los ofrecía asiento por asiento. Son 23 pesos me dijo. Ah! Mira vos que casualidad me dije… Solo por curiosidad abrí el libro en la pág. 23, como para espiar que pasaba por ahí. Hablaba de una mariposa que había pasado largos años siendo un gusano hasta que al fin maduro y aprendió ciertas cosas de su vida y entonces ya podía volar alto. Interesante esto de aprender a superarse uno mismo y llegar a volar pensé. Aunque más allá de la metáfora me quede pensando si el numero 23 no era la mariposa en la quiniela o lotería. Saque mi computadora y verifique que así era el numero 23 representa la mariposa así como el loco es representado por el numero 22. Habría un mensaje atrás de todo esto? Seria yo el gusano que debería crecer y volar? Todas estas coincidencias me empezaron a perturbar. Mejor me hubieran dado el numero 22… Depuse de terminar mi sándwich y mi pobre café, me acomode en mi asiento y comencé a leer el libro, tal vez por alguna razón había terminado frente a mis ojos. –Este libro es muy bueno, me comento la señorita sentada a mi lado. –En serio? Eso espero me costó más de 23 pesos, curiosamente el doble y cerré el libro con cierta incomodidad. No sé que habrá pensado la señorita, pero no me hablo más. 23… 2 + 3 es igual a 5…y? que hago con esto? En fin, mi cabeza no se concentraba en la lectura. –Así que dice que es un buen libro…hace poco lo leyó? –No, lo leí hace mucho se lo llama el libro de oro, no por el amarillo de su tapa sino por el gran valor que encierran las historias, la enseñanza que deja cada cuento. Cualquier historia que usted lea hoy, le cambiara su manera de ver las cosas. Es como si le cambiara la óptica de donde usted usualmente ve las cosas, los eventos o los problemas. Léalo tranquilo, es un libro mediano en tamaño pero como da para pensar le llevara más tiempo del que parece. –Usted a que se dedica? – le pregunté. –Soy fotógrafa y vengo a tomar fotos de los fantásticos paisajes que hay en esta ruta. Vine ahora, porque recién hoy pude hacerlo, pero es algo pendiente de hace años. Estoy ansiosa de tener buena luz y si me permite tal vez le pida me deje sacar algunas fotos desde su ventana. Por la altura y las rocas que forman estas montañas, el atardecer las deja de un color rojizo intenso que no he visto en otros lados. Ni siquiera en los libros de fotos de Utah y Arizona. Acá nomas las tenemos nosotros, no hace falta ir muy lejos para ver esta 96


maravilla. Se la notaba tan contenta, me parecía un poco inocente su mirada a este paisaje que yo no le había visto nada de rojizo ni maravilloso en tantos años. Abrí el libro, capitulo uno. …Titulo:”Agradece el acontecimiento”, con el libro abierto comencé a mirar al resto de los pasajeros. Mi compañera, revisaba su cámara de fotos, lustraba la lente mientras escuchaba su música. El chofer manejaba tranquilo, un poco lento para mi gusto y tomaba largos sorbos de agua de una botella plástica. Una señora tejía sin parar. Los chicos dormían en posiciones algo graciosas. Una mujer embarazada acariciaba su panza mientras miraba una película en su computadora. Un señor gordo dormía con la cabeza hacia atrás. De repente mi ventana enrojeció, como una llamarada las montañas se iluminaron y mi compañera salto de su asiento y juntos contemplamos el paisaje. La mire con cariño y me pareció que ella también. Nos reímos. Lo habíamos logrado, ella saco sus fotos y yo no me dormí en ese tramo del viaje. Cambiamos de asiento y ella, Marisa, siguió sacando fotos. Estaba muy concentrada en las tomas y yo la miraba. Solo podía ver un cuarto de su perfil, me daba cuenta que estaba sonriendo y me hizo bien. Juntos nos acercamos a la ventana y una luna muy blanca y redonda brillaba intensamente. Me enamoré del paisaje y de ella. Me invadió la timidez, pero pudimos seguir el viaje mirando las fotos y hablando de todo un poco. Ya faltaban pocos kilómetros. Lamentablemente el viaje se terminaba. Ojalá me puedas enviar las fotos por e-mail le dije y le di mi tarjeta personal. Marisa, escribió sus datos en un trozo de papel prolijamente cortado y lo dejo dentro del libro amarillo. Nos despedimos y sentí que había ganas de volver a vernos. Llegue a la casa de mis parientes que me recibieron con una mesa muy bien puesta. Antes de dormir volví a abrir el libro. Acomode muy bien el papel de Marisa dentro del Capítulo 1, titulado: “Agradece el acontecimiento”.***

64. La sala (Erica Sturm)

Tanteé la puerta pesada y tosca que se erguía junto a mí, no fue fácil abrirla debo confesar, pero mis esfuerzos no fueron infructuosos. De repente, me encontré en una sala oscura, donde el olor a humedad invadía cada rincón de mi nariz. Me adentré, ya llegando casi al centro de la sala siento un ruido seco, tosco, un objeto contundente que indefectiblemente dio brutalmente contra el piso. Me di vuelta esperando alguna figura que con voz firme me dé una buena reprimenda por haberme entrometido, en lugar de eso un haz de luz me encegueció y solo pude escuchar un murmullo que decía algo de que llegaba

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tarde. Por la esquina que se encontraba frente a mí, vi la sombra de un conejo que velozmente se apartaba. Luego de esto, el haz de luz se difuminó en cientos de estrellas. No con poco miedo comencé a mirar para todos lados, pero todo esto fue inútil. Entre la oscuridad y el polvo que entraba en mis ojos no podía ver nada. A tientas quise llegar a la pared en busca de alguna ventana o interruptor. Tan solo di dos pasos que otra vez el ruido seco inundó la habitación, otro haz de luz que provenía de un objeto en el piso se hizo omnipresente en la sala. Esta vez el murmullo dictaba ir a una tierra lejana llamada Nunca Jamás. Tanto el haz de luz como el murmullo se desvanecieron en un repique de campanitas. El miedo me había invadido totalmente, pero tenía que llegar a donde estaba ese objeto. Respiré profundo y me dirigí firmemente en la dirección que provenía la luz ya extinguida. Estaba ya a pocos centímetros cuando una pequeña brisa que surgía del suelo me movió un par de cabellos, acto seguido otro haz de luz surgió de este objeto. Sin dudarlo lo tomé en mis manos. El efecto fue hipnótico, no podía sacar mis ojos de él. Esta cosa estaba subdividida en partes planas de textura rugosa que instantáneamente me transportaban a distintos lugares, me convertía en otras personas y vivía aventuras increíbles. De repente el salón se iluminó completamente, y desde la puerta escuché la voz de mi abuelo diciéndome: – Veo que por fin alguien encontró mi biblioteca. Ruborizada asentí con la cabeza. El se acerco a mí tomo el objeto con ambas manos y se sentó en el sillón carmesí que se encontraba en el medio de la sala. Con una sonrisa en sus labios me dijo: – Hija, has tomado mi libro favorito, espero lo disfrutes como lo he disfrutado yo a lo largo de los años al igual que mi padre y su padre. Ya no se hacen de estos, ¿sabes? Y son muy pocos los que quedan. Guárdalo con mucho amor pues creo que tiene algo mágico. Nunca me animé a contarle lo de la luz y los murmullos, pero tampoco pude contradecirlo. ***

65. Exilio (Efraín Rendón Ardila – Colombia) A pesar de ser inocente me encuentro en el exilio. El país en el que me publicaron decidió prohibir mis letras y enviarme al exilio a que se me secaran las hojas y muriera de sed por falta de ser leído. Mi autor fue fusilado bajo los cargos de erotismo y rebelión. Conocí a otros compañeros que fueron pasados por el fuego y a muchos que fueron torturados. A Cien años de soledad le arrancaron las hojas y las dejaron bajo una gotera 98


hasta que desapareció el último rastro de tinta. García Márquez fue fusilado el 28 de marzo, su cuerpo picado y dado a las bestias del cuarto pelotón. La persecución comenzó el 21 de marzo luego de que encontraran al cardenal Rubiano masturbándose en su aposento mientras leía un libro de Eliana María Maldonado. Han cerrado las bibliotecas y el índice de los libros prohibidos sobrepasa los mil quinientos. Algunos lectores han sido vistos vagando por las calles mendigando un verso que les permita sobrevivir. A quienes integraban clubes de promoción de la lectura les han sacado los ojos y mutilado las manos. A pesar de todo no pierdo la esperanza de volver a ser leído. *** 66. Recuerdo oculto en un libro. (GRL) Imagina, querido lector, a un hombre viejo, viviendo en una pequeña pero cómoda casa al lado de una abandonada librería. Míralo mientras camina lentamente hacia el enorme librero, toma un libro, el primero de la fila más alta y, una vez libro en mano, regresa a su sillón. Ahora imagina que se sienta todos los días al anochecer en el viejo y apolillado sillón que está cerca de la ventana más grande con uno de sus cientos de recuerdos, lo abre, lo hojea y comienza su viaje al pasado. Corría el año de… bueno, el año no importa… En un lejano año, cuando la juventud dominaba el cuerpo de aquel hombre, y el destino aun no le daba el mayor regalo que pudo ofrecerle. Ese inesperado día, una joven de cabellos rizados, piel morena, ojos coquetos y nariz graciosa entro en la librería, se acerco al mostrador y le pregunto por un libro; un libro que años después se convertiría en el primer recuerdo. Lo detiene un quemante llanto que se amontona en sus ojos queriendo salir. Muchos años han pasado desde que esa hermosa visión cruzo la puerta de la librería, se acerco a él y le pidió el libro que ahora sostenía melancólicamente. Levanto la mirada, observo atentamente su colección de recuerdos. Triste figura! Ahora solo le quedan recuerdos de décadas de feliz unión con esa chica ocultos en los libros. Toma una decisión, camina hacia un libro en el centro de la segunda fila. Atesora este recuerdo; lo abre, lo ojea e inicia su viaje. El recuerdo inicia cinco años después del primer encuentro en la librería. Están sentados en un parque, él está nervioso y ella feliz. Hincado frente a ella yacía con un anillo de compromiso en las temblorosas manos y en los inquietos labios una pregunta que los uniría por siempre. Emocionada grita afirmativamente. Esa tarde él le regalaría este recuerdo que dentro contiene las poesías de su autor favorito. Busca mas recuerdos, al seleccionarlo regresa al sillón y viaja al pasado, repite la operación hasta que el cansancio no le permite levantarse más. Cierra los ojos, esperando que el sueño lo aparte del presente e inspirado en la dosis diaria de recuerdos pueda regresar una vez más. Después de unos minutos cae el libro de su mano que queda colgando a un costado del sillón. Este recuerdo que le causa tanto dolor pero que no puedo evitar tomar. 99


Llega al cuarto del hospital donde su esposa espera el inevitable fin, el lleva consigo ese libro que en sus páginas se leen todos los poemas y cuentos que él le dedicara y escribiera durante todo su matrimonio. Entra sonriendo, tratando de imitar la figura que lo sorprendiera ese lejano día en la librería, pero la alegría se desvanece al verle agotada y derrotada. Apresura el paso y se sienta en un costado de la cama. –Sólo esperaba por ti- Le dice ella con un hilo de voz –Te traigo un obsequio, para que mejores- Respondió él mostrando el libro e ignorando las palabras de ella. –Me alegro la existencia leerlo antes de hoy; es hermoso, como la vida que hoy me deja y que disfrute a tu lado–No puedes irte y dejarme solo–No estarás solo, tendrás este libro que está lleno de nuestras memorias, lleno de nuestra vida. Y ahora, con mi partida tendrá mi mitad y cuando llegue el momento tendrá la tuya y viviremos felices de nuevo y para siembre entre sus páginas-. Dijo ella prometiéndole con la mirada que decía la verdad. Y es aquí cuando el viejo muere y el libro cae…

***

67. Amor eterno (Arturo Alfredo Delgadillo Ruíz, alias “Serpico)

Todavía recuerdo el día en que te conocí; llevabas el cabello con un copete alborotado tipo urraca mojada, luego supe que eras fan de The Cure y te apodaban “el Smith”. Me atrajo de ti tu estudiada ingenuidad, tu hoyuelo al reírte y las cosas que hablabas; también tu vestimenta era de cuidado y para admirarse: zapatos Michel Domit con suela aumentada, pantalones, chamarras o sacos negros, playeras de tus eternos grupos de punk, dark o new wave y el cigarro encarnado a tus dedos y a tus labios, con esa mirada mezcla de bonanza y malicia que me derretía el clítoris. Siempre leyendo cualquier texto de Bukowski, Ginsberg, Baudelaire o alguna novela incipiente, que cualquier amistad te había proporcionado para su difusión con los cuates. Empezamos a platicar de cosas intrascendentes y no te veía muy interesado en mí sino en mi amiga Sugar, te atraería su espesa melena africana o su tez mulatosa pero cuando me percaté ya la tenías pepenada del cuello y se besaban apasionadamente. Esto no me desanimó sino al contrario: me propuse cazarte en un máximo de 30 días. Para ello empleé mis mejores armas seductoras: miradas lascivas a cada instante cuando nos topábamos en la cafetería, casuales “toqueteos” a tu rodilla cuando nos juntábamos toda la banda en las “cuevas” de la prepa, llamadas telefónicas para platicar de tu noviazgo con mi amiga, y yo fingía que me interesaba por esa relación y hasta me daba el lujo de darte “consejos del corazón” pero la finalidad era simplemente que confiaras en mí y

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que pronto empezaras a verme como una posible pareja y olvidaras a la “pocacosa” de Sugar que, hay que ser francas, era una pobre novata descerebrada y su único valor residía en que era una niña de 15 años con cuerpo de atleta de color y sin ningún tipo de malicia para con el mundo. Como era de esperarse, cortaste con ella y viniste directito a mis brazos. Por un tiempo las cosas fueron bastante bien: regalos, conciertos, sexo a diario, idas a fiestas, borracheras, comidas familiares, viajes a la playa, interminables conferencias telefónicas hasta las 4 de la madrugada; yo te amaba con locura y deseaba estar contigo toda la vida, ya sabes, estudiar nuestras carreras, casarnos, vivir juntos, tener bebés, perro y una bugambilia en el jardín del ensueño, pero las cosas no fueron así, aunque seguimos siendo “novios” de esto hace más de 20 años, ya andamos rondando los 35 años y cada quien sigue viviendo en casa de sus padres ¿no te parece triste, pero sobre todo una verdadera lástima, el que nuestro tren ya se nos haya pasado y que teníamos los ansiados boletos para abordarlo y no lo hicimos? Porque cada vez que te hablo de vivir juntos –ya no digo casarnos- me cambias de plática, te quedas callado o de plano te duermes. Al ver a nuestros amigos que uno a uno sí han abordado por los andenes de la apuesta y tienen bebés y hasta perros que destrozan sus salas, tú me contentas diciendo que el nuestro “es un amor eterno que no se verá lastimado por las pesadas responsabilidades de administrar una casa, ni por el dolor al parir un hijo, ni por cuidar el raquítico sueldo para que alcancemos a llegar a la quincena, nada de eso nos pasará a nosotros”, dices, porque “nuestro amor eterno importa más que el mero formulismo de vivir juntos y compartir nuestras vidas bajo un aburrido contrato social que lo único que arroja es miseria, vergüenza y ataduras”. Yo a veces creía sinceramente que todo iba bien y que no necesitábamos comprar una casa y un auto, ni regar el césped por las tardes, ni preparar la cena para compartirla con nuestros vástagos una tarde lluviosa de agosto, ni llorar en el hombro del otro sin razón aparente, pero poco a poco he llegado a la conclusión de que nuestro amor jamás existió más de tres semanas y media, y que solo estamos aferrados como náufragos uno al otro para evitar ahogarnos con la oleada de esta vida asesina y estos tiempos demasiado modernos. Ahora sé que seguiremos siempre de novios aunque no estemos juntos porque, como tú dices, “nuestro amor es eterno” y así seguirá siendo y me quedaré esperándote en la estación de tren, como esa triste canción de Serrat, tomada de Cantares.

*** 68. Algebra (Lilia Victorino) Ya no recuerdo el preciso momento donde todo se inicio, creo que la casualidad no existe solo el destino, fue aquel recuerdo de un viejo libro en la biblioteca que me encamino hacia aquel lugar para investigar al más puro estilo de rata de biblioteca, un libro me llevo a otro citas , citas y mas citas de repente volver a sentir que regresaba en el tiempo hacia aquellos días de escuela, las primeras veces que visitaba la biblioteca sus escalones de entrada, el aroma a madera y libros viejos que te recibía, la solemnidad de la entrada el letrero de “favor de guardar silencio” y las risas ahogadas que se escuchaban en el fondo y 101


la mirada de la encargada cual ser mitológico que resguardaba un tesoro,¿ cómo olvide todo aquello?, ya no importa aquí estoy nuevamente, ojeando libros, buscando y vuelvo a echar otra ojeada por las demás mesas y al no encontrar hacia la puerta. ¿Por qué lo hice? Un reflejo involuntario, si solo eso, me concentro en mi búsqueda pero un libro en especial llamo mi atención, ¿algebra? yo que puedo buscar en Algebra de baldor, estoy buscando textiles antiguos pero nunca está de más echar un vistazo nunca sabes donde encontraras un túnel del tiempo, siempre e creído que las emociones son vibraciones y cuando encuentras la resonancia correcta accedes a esa emoción como un canal de radio y creo que ya encontré el mío, entre una ecuación allí estaba un corazón con dos iníciales dentro, aun recuerdo las risas ahogadas y las miradas cómplices al poner tus iníciales y las mías cuidándonos de que no nos descubrieran rayando o pensándolo mejor dejando para la posteridad la marca del primer amor indeleble en una página de un libro con el riesgo que el ser mitológico que resguarda el tesoro nos encontrara igual que a mi siendo iniciada en el primer amor, ese que te produce mariposas en el estomago y te hace llegar tarde a casa y casi a reprobar las materias y a empezar a retar a la autoridad y a descubrir la humedad de unos labios a saber el dolor de las despedidas y la dulzura de las bienvenidas y a cambiar el sueño real por uno imaginario en el cual se recreaban las realidades y se mezclaban con mis propias fantasías, como olvide todo eso las primeras ilusiones, los primeros sueños en qué lugar me perdí donde el corazón se endureció y ya no dejo entrar más sentimientos así de tiernos y puros creo que al final ese ser mitológico gano la partida fue el precio que page por rayar su tesoro porque sobrevino el olvido y el polvo poco a poco fue tapando tu recuerdo por tu inicial recordé tu nombre y tu rostro y lo que sentía seguía intacto como las mariposas en el estomago al ver ese corazón, tú ya no estabas recuerdo aquel encuentro en la fila del banco eras tú pero eras tan diferente ya no eras la persona que conocí tenias los años encima tu cabello más claro y tus manos tenían el viso de las que conocía pero ya no eran las mismas pero tu mirada esa se escapo del tiempo solo fue un segundo pero ese brillo que tanto me gustaba se asomo tímidamente y me hizo reconocerte por un segundo y nada más y después el adiós casual y al olvido nuevamente fueron tantos recuerdos de golpe que no me percate del tiempo la encargada recordándome la entrega del libro ese que me negaba a soltar no podía creer que un simple libro encerrara tanto amor me negaba a dejarlo hasta pensé en volverme delincuente arrancar esa página y huir con mis sueños a cuestas pero desistí, de esa época ya no quedaba nada o casi nada yo bueno ya no soy el mismo y me resigne a dejar el que fui en esa página con la nostalgia a las espaldas y la investigación suspendida salí me fui recordando más bien añorando volver a esos tiempos a las sonrisas cómplices a los sueños compartidos entre olor a madera y libros y después la escapada al parque cercano y la mentira en casa, como aprendimos a ser “adultos” a ocultar emociones y sentimientos en defensa de nuestra reputación, cuando dejamos de importarnos nosotros mismos por el qué dirán tengo más de lo que imagine pero menos de lo que soñé, pero ya no importa la vida corrió y nos llevo de paso a ti y a mí, y de regreso a lo cotidiano a los lugares confortables a los hola y los te quiero vulgares y sencillos y a criticar a quienes se expresan con una pasión que da envidia envenenando el amor con mentiras para callar lo que es evidente a burlarse de la vida con la máscara de felicidad cotidiana, la vida no es así, se da integra completa y uno toma lo que le conviene y quiere y de repente me di cuenta que tome lo que yo no quería eran otros los que deseaban eso yo solo me deje llevar y me baje del carrusel de la felicidad por que yo lo quise por miedo al vértigo que da vivir plenamente me conforme con ver pasar a los que se subían y decir pobre espera a que bajes y me mire y te mire y nos miramos y siguió el silencio y otro 102


y otro y no sé cuantos más ya no los recuerdo, esto no fue lo que busque aquel primer amor me hizo recordar la búsqueda, el feliz encuentro, el sentimiento llevado al extremo la felicidad y la vida eran tan diferentes eran lo que yo soñé ,ya no importa hoy siento el viento en la cara, me hace sentir vivo y quizás vaya a la biblioteca a realizar un viaje al pasado a recordar las viejas vivencias, sabes, empiezo a descubrir en ti algo de ese sentimiento del pasado, la magia existe y está llegando.

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69. La noche en que nació el libro de piel en medio del lago. (Saira Villagrana) –¿Qué te parece si esta noche me dejas hablar a mi?, hoy no quiero escuchar que nuevamente perdiste pista del tiempo y terminaste por llegar tarde a ese lugar en el que estabas sancionado(a) por no ser la primera vez que lo haces. Hoy quiero que escuches por esta ocasión, lo que tengo por decir. Y por favor, no hagas bromas. Muchas cosas son más importantes que criticar a la joven que no sabe andar en tacones que hace unas horas se torció el tobillo. La heriste. Y no fue por que tropezó contigo en las escaleras, fue porque antes de ayudarla a levantarse, te reíste. La noche no era diferente a ninguna otra, pero se sentía distinta. Esa noche escuché las voces de las personas que vivieron antes que yo en ese lugar. Me recomendaban a manera de susurro que aprovechara el momento. Así, me decidí por quitarme la chamarra y destapar mi torso, hacía frío, pero me sentí más viva que la persona sentada a mi lado. Él o ella, ¡qué importa lo que fuera!, aun me miraba callado(a). Me molestaba ver su expresión cuando se enfurecía. Esa noche no se enojo, alcanzó un nivel más alto que eso. Sin embargo, escucho. –Sabes que estoy sola, que no tengo medios para desenvolverme y que lo único real que tengo es tu compañía. Aun así, no te interesa lo que digo o lo que hago por ti. Esta noche, me gustaría que murieras… Mientras más tiempo pasábamos sentados, y el viento invernal soplaba en todas direcciones, más comenzaba a perder sensación de mis dedos, de mis brazos, y mis

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extremidades comenzaron a temblar incontrolablemente. A pesar de eso, no le importó. Me dejo caer en la nieve que de noche no era blanca, no era brillante, era afilada como un motón de vidrios, y tenía tonalidades azules, grises, púrpuras e incluso negras. Después de unos minutos se acercó y tocó mi vientre. Su toque no causó sensación alguna, la nieve ya había quemado mi sentido del tacto, el órgano más grande de mi cuerpo estaba a dos o tres brisas más de morir. Fue entonces cuando se marcaron en mi piel todas las palabras o frases que habían causado mayor impresión durante el transcurso de mi existencia. Él o ella, comenzó a leer, una acción que pocas veces realizaba. Mientras leía, se guiaba con la punta de su dedo índice, sus labios mostraban un movimiento que sugería la palabra que se encontraba leyendo con cierta dificultad. Cuando comenzó a leer lo que se encontraba en el costado derecho de mi rostro, me preguntó: –¿Quién dijo esto: La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia? –Aparentemente no vas a desperdiciar tu última oportunidad de burlarte de mí. Esta vez, no contestaré a tus preguntas. Si no sabes la respuesta a estas alturas de tu vida, me dé cuenta de que desperdicié mi tiempo contigo. Pensé que te estaba haciendo una mejor persona. Lo siento mucho. –No te disculpes. –No me estoy disculpando contigo, lo hago con el mundo. Cuando muera dentro de unos momentos, si de mis orejas surge música, por favor entrégasela a mi padre, él sabrá apreciarla. Si de mis ojos nace un árbol, hazlo llegar a la casa de mi abuela, ella lo regará. Si de mi boca brota una botella con el perfume más hermoso, dáselo a mi madre, la persona más importante del mundo debe usarlo. Finalmente haz con mi piel un libro, las palabras ya están escritas. Cuando lo termines, por favor que mi hijo lo reciba. El regalo más trascendental que puede recibir una persona, es precisamente ese, un libro. –Estás delirando. Sí ignoré cada palabra que decías desde el momento en que te conocí es porque nada es más absurdo que lo que sale de tu boca. –¿Qué sabes tú de eso? Si no puedes expresarte bien de las demás personas, no tienes nada bueno que decir sobre ti mismo(a). Cuando terminé de decir esto, mi cabello, poco a poco, comenzó a transformarse en fuego y de mis orejas emergió música. Sentí felicidad por mi padre, ya no le faltará un son que tocar. De mis ojos emanaron miles de lágrimas, tantas que crearon un lago en todo mi rededor. Él o ella observaba con el mayor de los asombros posibles. Mi última visión fue un cielo repleto de miles de millones de pequeñas luces y una luna más grande que el sol. Después de eso de mis cuencas nació un árbol, el más verde y frondoso que nunca jamás volvió a existir en la tierra. Ya no podía ver, ni escuchar, pero desde mi garganta sentí un objeto grande que venía desde mis pulmones y se solidificó en su salida, el perfume de mi madre. Ahora, en el final de mi vida, sentí felicidad. Mi piel se usaría para darle a mi hijo la mejor educación posible. Desde el centro de mi pecho un vació se suscitó, invadió todo mi espació y mi mente descansó en el más pacifico infinito. Él o ella observaba como la piel de esa mujer semidesnuda que yacía en el suelo, se comenzó a seccionar rectangularmente en la proporción divina, 1.618. Las páginas se formaron en rectángulos áureos. El libro se formó. Los huesos y órganos que remanecieron fueron consumidos por el fuego que en algún momento fue cabello. No quedó nada de esa mujer, sólo el lago que formaron sus lágrimas. 104


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70. Un libro y una carta (Inés Insúa) No me recuerdo sin libros, antes de poder leerlos ya los amaba, de a poco armé una importante colección personal pero mi sueño era trabajar en una Biblioteca y con el paso del tiempo lo logré. Penetrar en ese lugar mágico donde coexisten miles de historias, lugares diferentes, reinos, amores, grandezas y miserias, en un solo espacio donde basta con abrir un libro para penetrar en otro universo, en otro tiempo, encontrar el amor y la felicidad o desgarrarse de dolor, desde el momento mismo que comenzamos la lectura de sus páginas. Fueron mías muchas vidas ajenas, tuve amores prestados, sentí pasiones vedadas y usé palabras plagiadas, ese era mi mundo y en él me recluía día tras día. Desfilaban por la Biblioteca jóvenes estudiantes a consultar tomos de variadas materias. El lugar era acogedor, tenía grandes dimensiones y el silencio de un convento. Una vez por semana venía un señor de unos sesenta años, Joaquín, socio desde hacía muchos años y solicitaba dos libros por vez, su elección abarcaba distintos autores, evidenciaba una cultura muy amplia, lograda seguramente por su afán a la lectura y gustaba quedarse cuando mis tareas lo permitían conversando un rato de diversos temas. Él se ocupaba de darle el marco a nuestras charlas, siempre basado en la lectura de la última semana, su presencia me turbaba pero era tan placentero escucharlo, con sus amplios conocimientos que siempre lamentaba su partida y anhelaba su regreso, repasar mentalmente sus conversaciones me complacía. Me hablaba de "El encuentro" de Jorge Luis Borges, se extendía explicando cómo se habían matado Uriarte y Duncan. También me contaba las penurias del Coronel esperando su pensión por sus servicios a la Patria en el cuento de García Márquez, otras veces comentaba "El amante de Lady Chatterley" o "La casa de los Espíritus" de Isabel Allende. Así semana tras semana compartíamos todas sus lecturas. Poco a poco comenzó a conversar sobre temas más personales, su condición de viudo, su soledad, un amor imposible convencido que no era correspondido y que ya no podía callar. Me condolió su sinceridad y le sugerí que intentara hablar con esa persona, que no se diera por vencido antes de tiempo o al menos le confesara sus sentimientos, ya que todos tenemos el derecho de saber que emociones o pasiones inspiramos en otros, quizás eso lo podía confortar y seguir adelante con ese amor tan oculto en su corazón que era causa de dolor. Se marchó muy conmocionado y prometió intentarlo de alguna manera. Después de esa conversación faltó a su cita en la Biblioteca, pensé que algún motivo le había impedido volver y esperé la próxima semana con ansiedad inquietante y extremada. Los días pasaron rápido y nuevamente reparé en su ausencia, así durante casi todo el mes. Sin saber porqué busqué sus datos en el archivo, pensé llamarlo por teléfono a su casa pero no me pareció adecuado ya que el tiempo de devolución de los libros no había expirado aún. 105


Cuando se cumplió el plazo establecido decidí llamarlo, tenía el motivo adecuado para hacerlo, nunca contestó el teléfono, dejé pasar unos días y fui hasta su domicilio, debía recuperar los libros, aunque en realidad estaba más interesada en su persona. Un vecino al verme en su puerta se acercó y me comentó que se había ausentado con la intención de instalarse en otra provincia y que le había encomendado a él devolver los libros, así lo hizo disculpándose por la demora. Con una sensación de tristeza y de vacío desconocida regresé a mi lugar de trabajo, había perdido el mejor lector y un buen amigo para compartir conocimientos de libros, argumentos, autores. Me sorprendí preguntándome: ¿Solo un buen amigo? Deseché de inmediato esos pensamientos sin sentido que intentaban desequilibrar mi cordura. Aunque era imposible no recordarlo cada vez que llegaba a mi trabajo y durante mucho tiempo me entretenía repasando nuestras conversaciones tan gratas y amenas, lo que me producía su alejamiento era un enorme signo de interrogación y anhelaba su regreso, sin darme cuenta fui comprendiendo como habían llenado mi soledad esos cortos encuentros, un sentimiento nuevo iba invadiendo mis espacios vacíos e imaginé que era yo la persona amada y me descubrí ansiando verlo, en principio intenté negar esa locura y luego consciente que era algo que me debía desde siempre me dediqué de lleno a vivir ese estado maravilloso que nos da el amor, me sentía impulsada a buscarlo y contarle que siempre había estado enamorada de él para descubrirlo recién cuando ya se había marchado. Lloré muchas noches de tristeza por negarle siempre la palabra a mi corazón, y ahora éste hablaba por tantos años de silencio y gritaba que estaba enamorado. Resigné esto tan nuevo y sorprendente y volví a mi existencia anterior, a mis libros, a mis vidas ajenas, a mis amores prestados, a mis pasiones vedadas y a mis palabras plagiadas y como tantas veces me convertí en "la heroína", en "la víctima", en "la poderosa", o en "la ignorada" pero siempre, siempre me negué en ser "la amada". Una mañana llegó el cartero, traía una carta para mí y era de Joaquín, mi extrañado lector me enviaba un libro: Las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer y el hombre que me despertó el corazón una extensa carta donde me confesaba que era yo la mujer que amaba y que me amaría toda su vida. ***

71. Las gotas de mis recuerdos (Priscilla Moreno) Estar al aire libre era lo único que había encontrado Eva para calmar su angustia, ese día había sido hasta el momento el más triste de su vida, su madre ya no estaba… su amiga de toda la vida, la incondicional, la que la escuchaba, la que la aconsejaba, su fiel madre ya no estaba, no estaría más, estaba lejos, se había ido a donde nadie nunca regresa, allá a donde todos iremos algún día. Había muerto.

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Eva corrió con las lágrimas enturbiándole la mirada hasta ese jardín, refugio de tantos recuerdos, un espacio verde, lleno de flores, fuentes y aves cantoras. Ahí ella encontraba espacio, privacidad y alivio ante la fuerza que le oprimía el pecho. Gotas frías y gruesas comenzaron a caer del cielo, la lluvia le lavaba el dolor, las lágrimas se confundían con los cuerpos acuosos que corrían por su cuerpo. Eran gotas frías que mojaban su cabello, su piel, todas sus ropas. “Si tan sólo hubiera podido escucharla por última vez”, pensó. “Si tan sólo hubiera podido escucharte por última vez”, gritó. En su mente daban vuelta los últimos encuentros: tomando una taza de té o de café, podando las flores de su jardín, alimentando a los canarios, y en todos una sonrisa amable, tierna, plática incansable, apoyo incondicional. Cuánto la extrañaría… volvió a gritar. El cielo se iluminó, como si el sol saliera de atrás de una nube, las gotas cambiaron, se hicieron más grandes, más pesadas, luego más pequeñas, delgadas… y entonces ya no eran gotas, del cielo caían hojas, hojas de papel. En ellas algo escrito. Eva tomó una que se le pegó al pecho: “Ella viene casi todos los días a tomar el café conmigo. El tono general de la charla es siempre el de la amistad”, leyó. No comprendía, ¿estaba soñando? Tomó otra que le pasó muy cerca del brazo: “… no quería que noten que el corazón amenazaba salírsele por la boca”. Las leyó, las soltó, caminó un poco y una más la llamó agitándose en el respaldo de una banca deslavada: “Sea quien sea, fue feliz mientras vivió. Todo el mundo es feliz ahora”. De dónde venían aquellas páginas que revoloteaban a su alrededor como mariposas en primavera. “Durante mil años hemos escarbado tras las cabezas de los peces, pero ahora tenemos una razón para vivir, para aprender, ¡para ser libres!” leyó en otra. Temblando se atrevió a levantar una que yacía sobre la hierba: “Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Y entonces recordó aquel librero, el gran tesoro de su madre. Las lecturas que tanto había amado le hablaban, su madre le hablaba y ella la escuchaba por última vez. Su deseo se había cumplido. Su corazón cesó de llorar. Sonrió.

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72. Libro (Hilda Leist - San Antonio, Texas)

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A ti, que apareciste en mi vida siendo apenas una niña, que llegaste sigilosamente a nuestro primer encuentro, a ti, he de agradecerte todas las horas de fiel compañía. A lo largo de mi vida, junto a ti, he descubierto paisajes desconocidos, he viajado a lugares inimaginables, he vivido historias ajenas, he robado sueños desfachatadamente. Incontables veces te he pensado, te he planeado, y aun lo hago, te proyecto, como se organiza un viaje o un paseo. Sin ser tú consciente hemos paseado veredas, caminos, arroyos y hemos compartido mundos y universos. Gran cantidad de veces te has convertido en una necesidad, en mi necesidad continua de huidas en cada oportunidad que tengo de encontrarte. Te busco, muchas veces en la luz, otras tantas en la obscuridad de la noche, te disfruto en todas partes, a veces sentada frente a un café, en un sillón confortable, en una almohada de plumas, pero indiscutiblemente, en mi cama. Tus palabras han llenado mi mente, espíritu y corazón, te acoplo siempre en los huecos que me quedan libres, y siempre estás ahí, fiel, esperándome. A veces huimos a estar solos en los asientos traseros de un autobús, eres mi mejor compañero de viaje, mi fiel amigo, mi amor más grande. Te busco y te necesito en mis más fuertes momentos, te busco en la calma que me arranca el insomnio, te necesito en los días de lluvia y en los tantos que llevo la lluvia por dentro, algunas veces te prefiero aun rodeada de gente, busco mi soledad a tu lado, busco llenar mi vacío con los sobresaltos que solo contigo tengo. Te he buscado cuando no te tengo, en cada sentimiento que me oprime busco tu consejo, sin saber que siempre estás ahí, vigilándome, entendiéndome, y dándome lo que necesito en cada encuentro. Me has golpeado con verdades de frente, me has empujado a encontrarme a mí misma, me has abierto los ojos a realidades que no quise ver, me has tocado el alma, me has sacudido por dentro, me has llevado a lugares mágicos, me has hecho entender el amor en todos sus matices y los colores de todo lo que a mi paso encuentro. Tú me has ayudado a enojarme en frio y me has evitado el querer resignarme, me has tomado muchas veces rendida y sin fuerza, otras tantas eufórica por llegar a tu encuentro. Todo lo que me has dejado es magia, llena de verdades y lecciones, un enorme cúmulo de historias robadas y pensamientos. A tu lado he llorado, he vibrado, y he vivido en la piel los abrazos en el mar, los besos de sal, todas las vueltas con música, los recorridos de calles, los cafés que arreglan el mundo, el paraguas que resguarda la tormenta, el arrullo de un abrazo, el placer del amor, la nostalgia de un encuentro, la lagrima retenida, todo lo turbio, lo amargo, lo dulce, lo romántico, lo más íntimo. Tú me has llenado versos, de poesía, susurrándome al oído como música. Cuántas veces hemos compartido la noche, y amanecemos juntos, intensos, y yo quiero seguir ahí, sin regresar a mi mundo, compartiendo solo el tuyo y tus historias. Quiero tenerte siempre a mi lado, cada día, cada noche, en todos mis viajes, en mi soledad, junto al mar, en mi euforia y mi desasosiego. Te quiero después de mis cenas, en mis sabanas, en todos los espacios

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que me dan calma. Quiero seguir sonriendo cuando mis retinas se clavan en ti, y seguir derramando lagrimas sobre tu historia. Te prometo repetirte cada noche para seguir disfrutando nuestro encuentro. A ti, con gran amor por siempre, querido LIBRO que me acompaña, te quiero.

*** 73. De aeternitas (Sobre la eternidad) (Lucas Ciávaro) Lo que sigue es la traducción al castellano de un palimpsesto fechado en 1397 y titulado "De aeternitas" (Sobre la eternidad) que se conserva en un monasterio al sur de Francia. Supuestamente se trata de la copia al latín que hiciera un tal Abate Ioannem Baptistam de un manuscrito magrebí de mediados del siglo XI, pero el mismo nunca fue hallado. Las fechas citadas en el documento están expresadas según el calendario lunar musulmán, por lo tanto el año 371 se corresponde aproximadamente con el 982 de nuestra era y el 396 con el 1006.

-------------------------Yo, Yusuf Ibn Ahmed, de profesión astrónomo y filósofo, nacido en el año 371 en AlMagrib al-Aqsà, he descubierto tras larga búsqueda lo único eterno e imperecedero de que podemos dar cuenta, ya que ni siquiera Alá es eterno, puesto que algún día ya nadie practicará su credo y se extinguirá como la niebla al despuntar el alba. Comencé a interesarme por lo eterno y lo infinito a temprana edad, cuando llevaba adelante mis estudios en matemática en Al-Ándalus bajo la tutela de Rashd Ibn Amir. Puesto que si dividimos un número por otros cada vez mayores obtendremos sucesivamente una parte más pequeña que la anterior, surgió en mí la pregunta que sería el punto de partida de mi búsqueda: ¿Qué sucede si recorro el camino inverso, es decir, si divido un número por otros cada vez más pequeños?. Luego de las primeras operaciones intuí la respuesta: Se obtiene un resultado que va en aumento, pero ¿hasta qué punto? La respuesta me la dio mi maestro, aún recuerdo sus palabras exactas: “Yusuf, puedes dividir eternamente, hasta llegar a dividir por cero. En ese punto el resultado será inabarcable, inconmensurable. El resultado será el infinito mismo*…”. Entonces quise encontrar algo que fuera infinito para intentar medirlo y ver si realmente era así. Y puesto que ese infinito tuvo que haber resistido el inexorable paso del tiempo comencé a buscar algo eterno o, mejor dicho, lo eterno. En un principio mi búsqueda se abocó a reinos, imperios, monumentos, construcciones, conocimientos e infinidad de cosas que, tras breve 109


análisis, era evidente que no eran inmutables; pronto advertí el porqué: Se trataba de cosas mundanas, creadas por el hombre, condenadas a la corrupción y la extinción tal como sucede con el hierro al oxidarse con el tiempo. Por lo tanto elevé mi búsqueda a las cosas creadas por el Único. Comencé entonces nuevamente mi búsqueda, esta vez en la esfera celeste. Por ese entonces llegué a sostener que el Sol era eterno, pero lo vi nacer en el oriente y morir en el occidente, hundiéndose en el vasto océano, día tras día. Luego creí que el resto de los astros, al no ser mundanos como el anterior, no nacían ni morían, confiando en la inmutabilidad del cielo propuesta por Aristóteles. Pero el nacimiento de una estrella en el año 396** me sacó de mi error. Entonces, frustrado, dejé de buscar en el firmamento. Puesto que ninguna creación, ya sea mundana o divina, podía ser eterna comencé a sospechar que lo no creado podría serlo. En pos de esta suposición comencé a buscar entre los vacíos, las ausencias. Creí que las sombras en las horas postreras del ocaso no tenían fin, proyectándose hacia el infinito de forma paralela al suelo que pisamos. Seguro de ello seguí la interminable sombra del minarete de la mezquita Kutubiya, pero finalmente llegué a un punto en el que ésta se desvanecía. Hubo también un día en que, tras larga meditación acompañada de ayuno, supuse que el silencio del desierto era increado e inagotable. Pasé cinco días con sus noches en el desierto intentando comprobar mi idea más, cuando creía empezar a poseer algo semejante a una certeza, una ensordecedora tormenta de arena puso fin al silencio y dio por tierra con mi pensamiento. Así, desahuciado, volví un día a mi tierra natal, habiendo perdido toda esperanza de hallar lo inhallable, lo inasible. Pero un día, estando sentado en la soledad de mi estudio meditando sobre mi fracaso y mis dudas, al mirar alrededor advertí que lo único que había encontrado tras esta larga búsqueda había sido incertidumbre: La que era en un principio y nunca me había abandonado. Y comprendí que tampoco me abandonaría. Y es que precisamente es eso lo único eterno que podemos percibir: la incertidumbre del ser humano. -------------------------Termina así el escrito. Si bien algunos estudiosos sostienen que el abate mutiló el relato de Yusuf Ibn Ahmed lo más probable es que a sus manos llegara sólo este fragmento, el cual tradujo al pie de la letra. * Si bien actualmente el análisis matemático establece que la indefinición de una división por cero puede solventarse mediante el concepto de límite diciendo que cuando x "tiende" a cero, n/0 se "aproxima" a infinito, el problema surgió en la India en el siglo VII, cuando se comenzaron a utilizar con asiduidad el cero y los números negativos. En ese entonces Bhaskara I (matemático indio), escribió que n/0 = infinito. ** Probablemente se refiera a la supernova SN 1006, aparecida en la constelación del Lobo aproximadamente el 30 de abril de 1006, la cual fue descripta por observadores de Suiza, Egipto, Iraq, China y Japón. 110


Algunos astrónomos árabes dejaron las descripciones más completas sobre el fenómeno: Su brillo amarillento equivalía al de media luna y permitía ver objetos que estaban en el suelo durante la noche. Fue visible durante más de un año.

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74. Meche y sus amores (Cristina Gordillo Morán)

En un olvidado pueblo vecino -ubicado junto a la Gran Metrópolis- vivía una pequeña huérfana que oscilaba los 8 años de edad. Sus amigos la llamaban Meche. Su piel era blanca y cristalina como las gotas del rocío, delgada pero vigorosa, de cabellera rubia y unos inigualables ojos miel. Meche se despertaba a diario con el cantar de un gallo perteneciente a una cabaña cercana, que hacía las veces de despertador. Esa era la señal para que ella empiece a recorrer las calles en espera de encontrar migajas para poder digerir algo en lo que va del día. Meche vivía desde los 6 años y medio en aquella profunda y desaliñada cueva junto al río Guayas. Ella fue abandonada al nacer y tiempo después fue designada a un hogar sustituto; sin embargo la figura paterna que le había mostrado esa pequeña experiencia no fue muy agradable, ya que a su corta edad había sido golpeaba despiadadamente al no mostrar la madurez que le exigía su progenitor suplente. Sin embargo, la madre de la que gozó en aquella época, siempre le inculcó el buen hábito de la lectura. Junto a ella viven unos ocurrentes gemelos de apenas 5 años, Diego Andrés y Diego Alejandro, que se integraron como inquilinos a aquella humilde morada hace 8 meses. La historia de ellos comienza y termina con el fallecimiento de su única pariente, su madre. Debido a la escasez de dinero y a las deudas que su madre mantenía, su hogar fue puesto en venta y por temor a que fuesen separados tras la disputa, emprendieron la huída

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con la finalidad de mantenerse unidos hasta que alguno de ellos partiese al encuentro de su amada madre. Diego Andrés es un pequeñín muy valiente y pilas, pues su edad no es obstáculo para que él confronte el día a día con el coraje y la determinación que sólo él posee. Una actitud envidiable para muchos adultos que no han logrado superar temores y limitaciones absurdas. Por otra parte está Diego Alejandro, bastante sensible y con miedos propios a su infancia. Práctico, paciente y buen amigo, sin embargo hay algo que no le permite ser tan libre como quisiera, pues tiene ceguera congénita. No obstante, ha desarrollado hábilmente otras capacidades, constituyéndose en pieza fundamental y creativa de la familia que estas tres criaturas han formado. Meche acudía siempre a puntos públicos con la esperanza de poder tomar las sobras que otros no aprecian, y obtener lo suficiente para ella y los pequeños hermanitos que la vida le había dado. Fue así como visitaba diariamente una escuela que quedaba a media hora desde donde ella residía. Un día, totalmente disipada de su objetivo, quedó enmudecida al oír de una de las maestras un cuento que cariñosamente leía a los niños del salón. Mil recuerdos de su madre sustituta vinieron a su mente, mientras la profesora narraba cálidamente aquella historia. Una señora que vivía cerca, la había observado varias veces vagabundear por el sector, así fue como un día sin reparos se le acercó y la cuestionó sobre su familia. Meche sólo sonrío tímidamente y divagando respondió que su madre estaba trabajando. –¡Hola! Soy Aurora, dijo sonriendo aquella señora de dulce mirar. –Soy Meche, contestó la pequeña. A la vez que doblaba ligeramente sus rodillas como señal de saludo. La afectuosa señora le extendió un libro de cuentos que tenía en su portada un enorme dragón con efectos de relieve. –¿Sabes leer Meche?, preguntó Doña Aurora. –¡Sí!, claro que sí. Dijo efusiva la infanta. Así fue como Meche partió alegremente, de brinco en brinco, de salto en salto, entre risas y gritos de emoción hacia su cueva que fungía las veces de hogar con sus pequeños gemelos tan queridos y defendidos por ella, con el amor que sólo podría ser comparado con el de una madre. Meche abrió el libro, a la vez que se servían de las migajas que surtían el efecto de ser el manjar del día, y procedió a leerles a los chiquillos aquel cuento que les ayudó a terminar con una enorme sonrisa su día, a la vez que muchas preguntas surgieron de la imaginación de los pequeñines a partir de aquella lectura. –Meche, ¿Por qué los dragones pueden lanzar fuego por la boca?, preguntó impactado Diego Andrés. –Meche, cierto que los dragones no pueden tomar agua porque se les apaga el fuego, afirmaba muy convincente Diego Alejandro. Meche sólo tomaba nota en una hoja de periódico sucia en espera de que alguien le pudiese ayudar a resolver las dudas de los gemelitos terribles que le llenaban de alegría su vida de adulta, aunque en realidad era una pequeña más.

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Al día siguiente, Meche despertó tan temprano como siempre, pero esta vez acudió primero a la escuela en espera de poder zafar sus dudas. Esta vez Doña Aurora, había acudido hasta ella con un trozo de pastel, el mismo que Meche no quiso devorar todo pensando en los pequeñitos que la aguardaban hambrientos. La amable señora la liberó de dudas a Meche; no obstante, Aurora sabía que algo no funcionaba correctamente con la niña. Entonces decidió seguirla y aventurándose ingreso a la cueva, a la vez que descubría el secreto de Meche. Los tres hermosos pequeños su corazón se ganaron, y Aurora –sin mayor complicación- les ofreció un hogar para que puedan habitar, cobijas calientes para abrigar sus cuerpecillos y comida hasta saciarse. Meche no quería -ni podía- arriesgarse. Mas una larga platica mantuvo con Aurora y después de pactar con ella, la amable señora procedió a adoptarlos legalmente y brindarles un verdadero hogar. Siendo así como el pequeño Diego Andrés se volvió amante de las historias de príncipes heroicos y de gallardos corceles; Diego Alejandro recibió educación en Braille y ahora duerme fascinado cada noche con un cuento; mientras que Meche puede plácidamente- vivir su infancia engriendo y cuidando a sus amados gemelos y su –ahoraabnegada madre Aurora.

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75. Libros que matan (Jesús Octavio Vargas Rodríguez - Tavo Luna) Todos, alguna vez, hemos necesitado de un escape de la horrenda realidad, de los problemas cotidianos, del dolor que consume a los seres humanos desde el momento de su nacimiento hasta el último de sus suspiros... Algunos recurrimos a sustancias que dislocan el pensamiento y nos transportan a otro plano de la conciencia, otros recurren a la música, el cine o la televisión, pero este pequeño niño del que les hablaré, se encontró desde muy temprana edad con los libros. Leía toda clase de cosas de toda clase de estilos, pero lo que realmente le llamó la atención fue el género del terror. Este pequeño niño nació en las sucias calles de una gran ciudad cosmopolita, hijo de una hermosa prostituta callejera, la cual jamás supo quién fue el padre, fue abandonado a su suerte a muy temprana edad en las calles de la ciudad, por lo que comenzó a vagar sin rumbo encontrándose a menudo con otros niños callejeros y no tan niños. Todo lo que este pequeño conoció fue el miedo, el dolor, la angustia y, pasado un tiempo, el odio. Cierto día, este pequeño se encontró, fuera de la biblioteca de la ciudad, con una hermosa dama de unos cuarenta años, la cual pareció interesarse en el pequeño bribón de cabellos rizados 113


y rubios; sus grandes ojos azul profundo y su nariz afilada, le daban al rostro del pequeño un aire que inspiraba confianza, compasión, e incluso hasta amor, lo cual hizo que la mujer comenzara a interesarse en él de una manera casi maternal, lo que no fue muy bien recibido por el pequeñín, aunque sí dejó que la mujer complaciera algunas de sus necesidades. La mujer llevó al pequeño a su casa y le regaló algo de dinero, le dio de comer y le enseño el lugar; lo primero que conmocionó al pequeño fueron los dos grandes libreros que adornaban la sala de estar, en los cuales se dejaba admirar una vasta y hermosa colección de tomos. El pequeño Roy (así lo llamaban en las calles) se acercó hasta uno de los libreros y tomó un libro, lo abrió, lo hojeó y le pidió a la mujer que leyera algo, ella se sentó en una silla, le pidió a Roy que se acercara y comenzó a leerle y enseñarle a distinguir las letras y formar palabras. Aquella noche, Roy volvió a las calles con una sonrisa dibujada en el rostro y una enorme emoción creciendo en su pecho. Esta actividad se convirtió en una costumbre, y Roy aprendió a leer en muy poco tiempo, lo que no dejó de asombrar a la hermosa mujer que estaba sirviendo de instrumento para formar lo que se convertiría en una de las mentes más brillantes de aquellos tiempos. Roy iba a ver a aquella mujer todos los días durante los cuales ella le leía libros infantiles y de ciencias, pero lo que ella no sabía era que Roy había descubierto la manera de entrar en la gran biblioteca de la ciudad por las noches. Cada que Roy entraba en la biblioteca, se dirigía a un lugar que no conocía anteriormente, hojeaba libros al azar y regresaba a los estantes todos los que no llamaban su atención. Hasta que una noche llegó al estante que contenía los libros del género de terror. Comenzó leyendo a Poe, pasó por Lovecraft, Holland, Stocker, O’Brien, Bierce, King y un gran etcétera. Leyó cientos de libros durante meses, y mientras más libros leía, su mente se iba llenando con imágenes macabras repletas de sangre, dolor y muerte. Le fascinaba imaginar las aterradoras escenas que describían todos esos magistrales autores y buscaba más y más libros de ese tipo para seguir llenando su mente con sangre, se enloquecía noche tras noche sintiendo primero el miedo, luego el asco, la euforia y un indescriptible placer invadiendo su cuerpo mientras recorría las geniales páginas de aquellos hermosos tomos. El tiempo siguió su curso y Roy cumplió nueve años, nueve años durante los cuales había sentido el filo del hambre carcomiendo sus entrañas, el frío partiéndole la piel, el miedo helando su sangre mientras los aterradores ruidos de la oscuridad le llenaban los oídos cada noche impidiéndole dormir más de dos horas seguidas. Pero desde hacía un tiempo, eso ya no le importaba, lo único que llenaba su pensamiento era el terror, el miedo, el dolor, la muerte y todas las escenas que aquellos libros le habían proporcionado para su enfermizo placer, incluso había noches que lograba dormir por varias horas soñando con sus propias historias, sus propios horrores, sus propios crímenes pensados y perpetrados por su mano, su frágil, blanca e inocente mano infantil. Una noche, Roy fue a casa de la mujer que lo adentró en el mundo del terror, llamó a la puerta y esperó con una sonrisa falsa pintada en su hermosa carita. La mujer salió, sonrío y lo invitó a pasar; hacía semanas que él no se presentaba por ahí y la mujer se alegró al verlo.

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Entraron, se sentaron y charlaron un rato, Roy explicó que había estado ocupado haciendo deberes para ganar unas monedas y poder comer, la mujer lo miró con un gesto de ternura y le propuso algo totalmente inesperado: le propuso que se fuera vivir con ella, le dijo que se haría cargo de él como si fuera su propio hijo; la mujer era viuda y nunca concibió, así que tenerlo ahí sería una gran alegría. Roy soltó unas lágrimas y se levantó de la silla para abrazar a la mujer, ella lo abrazó también y le dio un tierno beso en la mejilla. Roy se alejó un paso, la miró fijamente y sonrió, luego deslizó por su manga un cuchillo que llevaba escondido y apuñaló a la mujer en el vientre veintitrés veces; ese fue su primer asesinato. Este brillante y malvado niño se convirtió en el terror de la ciudad, mató ciento cuarenta personas antes de cumplir dieciocho años. Y todo comenzó con los libros…

*** 76. Donde habitan las palabras (Annais P.)

"El silencio retumbaba en la oscuridad de la noche. El eco de unos pasos lejanos, aún podían oírse en el largo laberinto de pasillos que conducían a un destino incierto. Afuera, el leve crepitar de las hojas rompía la abrumadora tranquilidad de las sombras. El silencio y la espesura de la noche lo envolvían todo creando un vacío, en donde podía ser escuchado hasta el más leve aletear de una luciérnaga. Las palabras permanecieron en silencio sin apenas respirar, escuchando el tintineo de las llaves del bibliotecario que se aproximaba lentamente hacia ellas. Shhhhh, dijo la A a la Z que dormitaba en un pequeño cajoncito; – Calla, ¡nos va a oír!.... El chirriar de la puerta dio paso a un hombre corpulento, que se detuvo en mitad de la estancia. Con un golpe de mirada recorrió todos los estantes, comprobando que todo estaba en perfecta armonía. Era la hora en que las musas hacían acopio de palabras para distribuirlas entre aquellos que las solicitaban…… Era la hora en el que al silencio se le ponía alma".

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77. Sola sin estarlo (Milagros Zacarías) Un húmedo oscuro y triste día, sin luna ni sol, salte de la cama; descalzo vagaba en el lúgubre cuarto sintiéndome presa de soledad. Sin ruidos ni gritos, el eco de las suaves pisadas parecían fantasmas en apuros. Confundiéndose los minutos con las horas, los días serian eterno y la estadía irresistible. Instante de locura y desesperación me recordaron el dominio y la fortaleza de mantenerme erguido como el junco entre la maleza. Con los ojos nublados y compungido de terror y desesperación el rostro, fije la mirada en un viejo y polvoriento baúl. Con la imperiosa necesidad de sentir compañía, las manos hurgaron las cosas que allí había. Un objeto de color indefinido y de aspecto descuidado, fue el único tesoro rescatado de todo el contenido. Con suave caricia y dulce trato, cual si fuere lo más frágil de todo el universo, lo lleve a mi pecho, con el corazón ensalzado de alegría y emoción, quise descubrir lo que mis manos sostenían. ¡Oh! Sorpresa, era un verdadero amigo, amigos invisibles que en el largo transcurrir de la vida, nos acompañan y nos enseñan lo desconocido, transportándonos sin viajar a nuevos mundos. Ojeando sus páginas amarillenta y carcomida comprendí, que no importa la edad, sea joven o viejo un buen libro es una maravillosa compañía que pone colorida alegría al más nublado de los días.

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78. Viviendo en el pasado (Isabel Granillo) Un día, cuando era ya algunos años más joven, me sacudió un temblor muy fuerte y sentí como el piso se movía bajo mis pies. La tierra se partió en varios lugares y la tierra era otra, no había edificios, ni calles, ni gente, nada de lo que llamamos civilización. Supe que me encontraba a miles de kilómetros de mi casa y lo más asombroso, a miles de años de mi época, en la era de las cavernas. De pronto, vi a una niña corriendo, tratando de huir de aquel movimiento y ruido aturdidores. No pude evitar seguirla, la seguí en su huida, su frío, su hambre y su miedo. La vi aterrada echa bola en una pequeña cueva tratando de alejarse de la enorme garra de un león y sentí su dolor al ser alcanzada en la pierna por las afiladas uñas de este felino. Y

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luego su alivio al ser encontrada por una tribu que obviamente no era la suya, pero que la acogió, en su mayoría, con amor. Viví la vida con la niña, crecí con ella y hasta llegué a pensar que yo era esa niña y que estaba en una de mis propias vidas pasadas. Aprendí con ella a respetar las raras costumbres de su nueva tribu, a no mirar a la gente directamente y a obedecer a los hombres. La acompañé en sus recorridos con su madre adoptiva para recolectar hierbas, frutos y semillas comestibles y medicinales. Aprendí con ella como curtir las pieles de los animales cazados por los hombres y a preparar los alimentos. En algún momento pensé que estaba en un sueño, en uno de mis sueños, y traté de alejar rápidamente este pensamiento de mi mente porque con frecuencia me hacía despertar. Y ahora no quería despertar. Mi sueño era tan vívido que podía sentir el frío de los glaciares cercanos, y también el fuego en la entrada de la cueva que habitaban y alrededor del cual se asentaban los pequeños grupos familiares. Podía ver el bosque, las estepas interminables y las claras y heladas aguas de los ríos. La pequeña niña se estaba convirtiendo en mujer y pronto estaría presente en la ceremonia para recibir su tótem, el espíritu que la acompañaría toda su vida y marcaría su destino. Ella era diferente, en todos los sentidos, a los demás miembros de esta tribu que la había acogido, el tótem que la escogió era fuerte y la hacía más inteligente, curiosa y rebelde. Por eso no todos la veían con buenos ojos, especialmente el hijo mayor del jefe. Su madre la adiestraba para ser curandera, y rápidamente aprendió a conocer las diferentes plantas y sus usos. Pero su espíritu inquieto la hacía querer conocer más. Fui su cómplice cuando decidió que quería cazar, una actividad reservada exclusivamente para los hombres y celosamente defendida por ellos. Vivimos muchas horas de práctica secreta con la honda hasta que ella fue capaz de acertar a cualquier objetivo en movimiento y hasta asestar dos golpes seguidos. Ella amaba a su madre adoptiva y al anciano curandero deforme que era el hombre de su hogar, y era muy amada por ellos, pero aun así pasó por momentos muy difíciles que me hicieron llorar junto con ella. La mujer en la que se había convertido era muy hermosa, aunque no para los estándares de su tribu. Supo lo que era el sexo, aunque no el amor en ese momento, ya que además el sentido del sexo en aquel entonces era muy diferente al nuestro ahora. Ella no lo supo hasta mucho después pero, debido a esto, quedó embarazada de su primer hijo, algo que ansiaba desde el fondo de su corazón. La lucha por su hijo siempre fue dura, desde un embarazo riesgoso, un parto prematuro y una criatura presuntamente deforme. La tribu quería deshacerse del niño, pero ella hizo lo necesario para poder conservarlo. Un día, su secreto, el de ser una gran cazadora tuvo que salir a la luz para salvar a un niño pequeño de la tribu y eso le ocasionó mucho problemas con los miembros que no la apreciaban, acrecentando su odio y envidia hacia ella. Yo me mordía los labios de rabia por todas las injusticias que se cometían contra ella, pero no podía decir nada, era sólo una espectadora en mi sueño y sólo deseaba no despertarme para poder seguir a su lado y ver qué pasaba. Un día al hijo del jefe le llegó el turno de tomar su lugar y fue nombrado nuevo jefe del clan. Su odio hacia la mujer, aunado a no sé qué absurda falta de ella, lo llevó a desterrarla para siempre de la tribu por medio de una maldición. Una vez que se maldecía a alguien, esa persona estaba como muerta para todos, nadie podía hablarle, ni verla siquiera. Era el 117


peor castigo que podía imponerse sobre alguien. Las dos lloramos por tener que dejar a la gente que ella amaba, sobre todo a su pequeño hijo, quien, inocente a las reglas, lloraba también al verla alejarse. Supe que no podía abandonar a esta increíble mujer y que quería saber que le deparaba la vida, ¿Encontraría algún día a su propia gente? ¿A algún hombre de quien enamorarse y que la amara? ¿Se reencontraría de nuevo con su hijo? Sabiendo que la historia fenecía, me propuse volver a soñar de nuevo, viajar al pasado para encontrarme otra vez entre cavernas, largas migraciones, cacerías, recolecciones y descubrimientos. Haría lo posible por volver a encontrar a esta inspiradora mujer. Entonces, oí la clara voz de mi madre llamando mi nombre, puse el libro “El Clan del Oso Cavernario” de Jean M. Ahuel sobre la mesita al lado de mi cama y, con el alma encogida pero a la vez llena de alegría, me fui a cenar.

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79. Il Pianista (Anormall) No recuerdo cuando fue la última vez que la luna brillo con tanto furor, pero sin duda era algo magnifico. Alcancé la lámpara por encima de mi cama, bañando la habitación de un color amarillo pálido y haciéndome parpadear para poder acomodarme a su luz. Frote mis ojos y lo que vi no podía ser mejor. Un libro forrado de cuero color cerezo yacía en medio de las sabanas azules, adornado con hilos de oro garabateados a alrededor –Il Pianista– delinee cada una de las letras con mis dedos, suave incrustado No podía recordar de donde salió el libro, mucho menos como acabo en mi cama, podría incluso jurar que aquel cuaderno que sostenía en mis manos jamás había pasado por mis ojos. Y por su vieja pasta sabia que nuevo, no era. Todos en casa dormían, el reloj marcaba siete minutos pasado de las 10 y el silencio reinaba en el vecindario, algo raro. Con el libro en mano me senté sobre la cama hundiendo el colchón con mi peso, tome mis gafas de la cabecera apartando los rizos rebeldes de la cara, alcancé mis audífonos y, al igual que siempre, seleccione una pista clásica, Fréderic Chopin para especificar, encerrándome en mi mundo, concentrándome en el libro que tenía en mis manos. Nada más. –Recuerdos pasaban por su mente invadiendo su ser, una ola de dolor llenaba hasta lo más profundo de su alma. No podía permitir que alguien lo viera en ese estado, nadie era digno de verlo llor… Tuve que cerrar los ojos. La cabeza comenzó a darme vueltas haciendo girar todo a mí alrededor. Sentía abandonarme, la superficie mullida ya no estaba debajo mío, me 118


absorbía, me transportaba perdida entre sus letras, las hojas pegándose a mi piel sudorosa, asfixiándome. Quería gritar, quería sobrevivir de ese foso que se apoderaba de mi cuerpo, escociendo mis ojos. Necesitaba aire, necesitaba sentir todo aquello que había desaparecido de mí alrededor, sentir… Un piso frió y duro apareció bajo mi cuerpo, escuchando a lo lejos las tristes notas de un viejo piano. La luz volvió a mí, pero no era mi lámpara la que lo producía, eran los rayos de un hermoso atardecer colándose por unas grandes ventanas de hierro forjado en aquel estudio donde me encontraba, una maraña de cabello rubio se movía perezosamente al compás de las notas que sus manos tocaban en aquel piano. Con timidez me acerque, sentándome en el mismo banquillo donde él se encontraba, admirando maravillada como sus largos dedos bailaban sobre las teclas… Un fuerte estruendo nos hizo levantar la cabeza, un vieja señora entro echa furia a la habitación, maldiciendo algo que no lograba comprender. Aquel chico solo bajaba la mirada, callado; ambas manos cerradas en puños alterando las venas que recorrían sus brazos, subiéndole el color al rostro, levantándose y gritándole de la misma manera que ella lo había hecho. La mujer alzo sus manos indignada, estrellando una de ellas sobre el pálido rostro del joven haciéndole derramar lágrimas en el rincón más oscuro en cuanto la puerta se cerró. Una vez más fui arrebatada del lugar, volaba sobre las personas incapaces de verme. Podía verlo de nuevo, El, llorando, gritando y maldiciendo en silencio, descargando su dolor en aquellas viejas teclas de su fiel amigo. La gente pasaba a su alrededor, pero al igual que yo, era invisible. Mirando perdidamente al cielo, igualando en sus ojos el color de una noche con tormenta Toque tierra firme, en medio de un gran salón de enmascarados bailando al compás de la orquesta, festejando y charlando tan amenamente haciéndome sentir fuera de lugar. Más con mi pijama puesta. Para mi sorpresa no era así, un vestido azul ultramar se moldeaba sobre mi cuerpo aun sin recordar en qué momento me había cambiado. Lo vi entrar, caminar con lentitud entre la multitud de invitados con su mirada cual granito. En el momento en que nuestros ojos se encontraron el tiempo se detuvo, el corazón martillaba contra mi pecho con una fuerza sobrenatural, y pude ver, por primera vez, su rostro desencajarse en una autentica sonrisa. Me tendió su mano invitándome a bailar. Nuestros dedos se entrelazaron haciéndonos girar con la melodía que nosotros mismos creábamos, el tiempo corría a nuestro alrededor, embriagándonos, los días pasaban y nuestras miradas seguían conectadas, nuestras manos entrelazadas viviendo nuestra historia entre pasos de baile. Ya no existía el dolor, ira o rencor, su mirada brillaba y no eran a causa de las lagrimas, por primera vez en mi vida sentí lo que era el amor, no quería soltarlo por ningún motivo, el se había transformado en mi vida con tan solo un baile, un baile eterno que seguía y seguía… Sentí una de sus manos trazar un rastro invisible por mi cuerpo, removiendo cada partícula de mi ser. Levanto una de mis manos y con delicadeza coloco un anillo en ella. Una felicidad enorme me invadió, sus ojos brillaban como nunca antes lo había visto, cerrándolos en cuanto nuestros labios se acoplaron. La vida misma se detuvo, solo éramos nosotros y nuestra felicidad en aquella noche. Una noche que fue desgarrada por el sonido sordo de disparos. Sentí su cuerpo temblar junto al mió, la sangre empapando su camiseta, el color dejando su rostro, la luz desapareciendo de sus ojos. Lo abrasé con fuerza, mientras que la agonía que destrozaba mi corazón brotaba en forma de lágrimas... 119


–¡No! – escuche mi voz retumbar en las paredes con ferocidad Respingue con sorpresa, por la ventana se colaba la luz de un amanecer, el reloj marcaba las 5: 35 de la mañana y la actividad del vecindario estaba ya en marcha. Tuve que parpadear repetidas veces para acoplarme a la luz, lleve una de mis manos a mi rostro húmedo haciendo que un rayo de luz se reflejara en uno de los cristales del anillo que llevaba puesto. Lo mire atónita, llevando mi mirada al libro y de regreso al anillo. Al anillo que él me había regalado… ***

80. El extraño viaje del libro volador (Arkadia Arkadia)

Érase una vez un montón de hojas en blanco, que vivían con un viejo escriba, que todos conocían en el pueblo desde hacía muuucho muuucho tiempo, en realidad tanto, que ni siquiera se sabía la edad, ya que los más viejos del pueblo lo recordaban “ya viejo” en sus juventudes… El paciente escriba llenó una a una las páginas en blanco del libro, mañana tras mañana, tarde tras tarde, en una bella recopilación de los remembranzas aromáticas que plasmaban su vida, habló del “Oro que Flota”, cuando contó la legendaria historia del Ambergris, y habló de los bosques de Musgo que olían a tiempo y de las plantaciones de Rosas de la mítica población marroquí Keela des Mogouna …. Cuando terminó de escribir, lo cerró, lo acarició, y con gran cuidado lo puso en exhibición en una de las ventanas de su pequeño atelier, que daba al camino central del pequeño poblado. A los pocos días, pasó una jovencita y se detuvo extasiada con el raro libro… estaba en busca de un regalo para su abuelo, un reputado jardinero que había cuidado vergeles de toda índole, desde viejos palacios a pequeñas huertas del la campiña en el sur de Francia; la joven pensó que esta recopilación de historias fragantes sería una apreciada sorpresa para el anciano. En efecto, conocía bien a su abuelo, que disfrutó del libro a mares; muchas tardes al terminar su tarea, se sentaba frente al hogar, con el libro sobre las piernas, y su gato gris echado pacientemente a sus pies, decía que el primero, le transmitía extraños mensajes, como historias, leyendas…antiguos afanes con los que solazar su retiro… Cuando el anciano partió a vivir con ángeles, la biblioteca fue vendida a un librero de segunda mano, allí nuestro protagonista, reposó silencioso en un estante, hasta que un día lo descolgó de su escondite un joven monje que adoraba los libro viejos y raros; lo encontró por casualidad ó como le gustaba decir, porque el libro mismo se hizo notar y partió con el monje a la pequeña abadía de la colina verde y cercana. Lo puso en su biblioteca, de donde unos días más tarde, un ladrón lo robó junto a varios otros, pensando que el jesuita guardaba algo de dinero allí, pero al no encontrar más

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que prosa que parecía poesía, el ladrón, que era ladrón, pero no insensible, ante la belleza de aquellas hojas, decidió dejarlo en la puerta de la mujer que amaba y a la que sabía nunca podría acceder. Ella lo encontró por la mañana, lo levantó, le sacudió la tierra que de los autos, de la noche y del tiempo, que se le había acumulado y lo entró, lo leyó pacientemente, soñó con cada historia de fragancias que el libro describía casi como si los efluvios se escaparan de las páginas, y disfrutó cuando notó que en realidad el libro mismo despedía su propio olor, en el que se mezclaban papel, tinta y misterio… Y entonces cuando lo hubo terminado de leer, pasó algo muy raro, a la luz de la soleada mañana de otoño, el lomo del libro se desprendió, nadie había hecho nada para dañarlo, pero el lomo se desgajó y al hacerlo liberó las hojas, estas comenzaron a volar, emulando las hojas que caen de los árboles, flotando, zigzagueando, bailando una leve danza en la brisa, pero en sentido contrario, remontaban y remontaban vuelo, algunas hacían volteretas, otras simplemente aleteaban, partieron en grupos, unas fueron vistas por un avión que volaba a once mil metros de altura, pensaron que eran pájaros, y se alertaron, pero luego vieron que eran hojas escritas con una bella caligrafía, volaron por unos segundos cercanas a la cabina del avión, luego se alejaron… Otras fueron detectadas por un satélite, invasión de objetos en el espacio pensaron, pero no, no…sólo eran páginas que volaban hacia…se dice que hacia el paraíso, otros aseguraron que iban hacia al cielo, otros que llevaban su mensaje oculto al espacio… Eran solo unas pocas hojas, se dice que el resto… ya había llegado…

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81. La casa más linda (Daniel Britosky – Quito, Ecuador) Era la casa más fea que había visto, todo en ella era viejo, pero sin impregnar un sabor a nostalgia, ni siquiera era cálida, por el contrario; humedecía en cada rincón. Entre a su habitación, y vi un centenar de libros exhibidos por todos lados; desde los Presocráticos, pasando por Shakespeare, hasta todo Kundera y Murakami. Y ahí comprendí porque ella decía que era la casa más linda del barrio. Lo mismo me sucedió al conocerla; era la chica más rara que había conocido, toda ella era un frío misterio, hasta que entre en su vida y vi un centenar de emociones impregnadas en ese cuerpo; desde la alegría y la desidia, pasando por la hostilidad encubierta y el vacío existencial, hasta todo los estados entre el desamor y el amor; y justamente ahí, en el amor que fulguraba, la descubrí a ella…Y finalmente advertí que una casa no se juzga por su fachada, ni un libro por su portada, y menos aún; a una mujer por su apariencia, quizá esconde las páginas más importantes de tu vida.

*** 82. Finis hominis (David Candelas) El viejo Ulises bajó al sótano como acostumbraba hacerlo después de cerrar la librería. Le gustaba ese lugar húmedo y apartado para leer aquél viejo libro que guardaba con tanto recelo y que había permanecido con él casi los mismos años que tenía de vida. Era un libro cosido a mano y empastado en cuero antiguo cuyas páginas desprendían un aroma a polvo y a historia. El viejo Ulises se dio el tiempo para prepararse un café, tomó asiento en un antiguo sofá, cruzo las piernas, se ajustó las gafas y comenzó su lectura. Era el último capítulo. El libro llegó a sus manos cuando Ulises cumplió cinco años y fue un regalo de su abuelo. –Cuídalo mucho –le había dicho aquél hombre–. Este libro no es igual a los demás. Es un libro con vida propia. Con el tiempo sabrás su valor. Y era cierto. Conforme Ulises aprendió a leer y fueron pasando los años se dio cuenta que dicho libro tenía la peculiaridad de escribirse solo y una vez terminado un capitulo no podía ser leído otra vez. En ese libro se iba escribiendo su propia vida. Cuando Ulises comprendió la importancia de ese libro aprendió a ser paciente y a tomar decisiones importantes. Las páginas en blanco se fueron llenando de las experiencias y anécdotas que cobrarían importancia en su vida. Los juegos, el llanto, las sonrisas quedaban plasmados en la hoja de papel. El recuerdo vivido de un raspón en las rodillas era tan significativo como una mala nota en el colegio o una discusión entre sus padres. A 122


veces Ulises tenía miedo de leer porque el libro también le contaba del futuro y él no podía hacer nada por cambiarlo. Lo que ya estaba escrito así debía ser y solo le permitía a Ulises estar preparado para enfrentar las circunstancias. Así fue como Ulises creció, pasó de la niñez a la adolescencia y se convirtió en un hombre de bien. Era tanto su amor por las letras que cuando tuvo las posibilidades abrió una librería la cual más que ganancias le dejaba satisfacciones. El libro era fiel testigo de cada paso que Ulises daba y sus capítulos quedaron impresos tanto en el papel como en la memoria. Su primer noviazgo. El día de su graduación. Su primera borrachera. Su primer empleo. La operación de un pie. El accidente automovilístico de un hermano. Cada situación era una historia plasmada de aciertos y errores que influían en el desarrollo de su vida. Capítulo aparte y de los más significativos fue cuando Ulises se casó con aquella joven de ojos inmensos y enigmáticos que lo cautivaron profundamente. A partir de esa fecha el amor cobró total importancia en sus páginas y Ulises le añadió más fortuna con el nacimiento de dos hijos. Había sido una buena temporada tanto en lo personal como en lo profesional para Ulises. La librería fue prosperando, la familia creciendo y las paginas aumentando. Pero en el libro no todo era alegría y Ulises lo supo cuando su esposa enfermó. Fue una larga agonía hasta que inevitablemente murió y los capítulos comenzaron a tornarse grises. Años más tarde los hijos crecieron y dejaron el hogar para continuar con sus vidas. Ulises entonces agregó una nueva experiencia en el libro: La soledad. Y un buen día al levantarse, observo en el espejo que ya no era joven, las canas ya habían salido y las arrugas cada vez eran más. Llegó entonces una larga etapa de indiferencia y depresión. Dejó de interesarse en el mundo que había a su alrededor y desde luego también en todo aquello que tuviera que ver con los libros. Se dedicó a perder el tiempo vagando. Gastó los ahorros que tenía en alcohol y comida chatarra. Hasta que en una tarde de abril mientras veía la televisión sufrió un paro cardiaco. Su salud se complicó y Ulises estuvo alrededor de tres semanas hospitalizado. A pesar de todo sus hijos y nietos fueron a visitarlo, le dieron ánimos y le recordaron lo valioso que era vivir. Una vez que lo dieron de alto y regresó por su propio pie a casa, lo primero que hizo fue volver a leer aquél libro que le esperaba abandonado en una repisa. Aquella noche después de su lectura, Ulises supo lo que tenía que hacer. Le llevó tiempo y esfuerzo echar a andar de nueva cuenta la librería pero con su nobleza y dedicación volvió a ganarse la confianza de la gente. Cada cliente que entraba a la librería no solo salía de ella con un nuevo hallazgo por descubrir a través de la lectura, sino que se llevaba una lección de aprendizaje. Ulises disfrutaba el contar historias a los niños. Su mayor paga eran sus sonrisas. Se sentía productivo aconsejando a los jóvenes y charlando con los adultos. Los libros, las letras, los pensamientos y la poesía le habían devuelto la fe. El viejo Ulises termino de leer el ultimo capitulo de aquél libro que había sido parte de su vida. Permaneció un largo rato en silencio observando fijamente aquél objeto de pastas negras y hojas amarillentas. Respiraba profundamente y con resignación. Por su mente comenzaron a pasar todo tipo de recuerdos guardados durante tantos años y por un momento deseó estar al lado de su esposa. Luego de unos minutos, el viejo Ulises le prendió fuego a su libro, espero a que se volviera cenizas y con la calma que solo tienen los hombres de edad avanzada se recostó en su antiguo sofá a esperar el inevitable final de un hombre.

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83. El mejor de los regalos (Sharon Hernández) Avena y agua otra vez, anoche oré como siempre pero por primera vez en 7 años, bueno 8 porque hoy es mi cumpleaños, lo hice con mucha fe, pedí una familia. La madre consuelo dice que si las familias que vendrán, saben que es mi cumpleaños, se compadecerán y por fin me elegirán. La verdad yo pienso que eso les dará igual, como el que lave mi cara, lustre mis zapatos y cepille mis dientes, no ha hecho la diferencia. Eh llegado a pensar que la hermana Lucia tiene razón cuando me deja sin pan durante la merienda o castiga por haber estado jugando con tierra, pero nunca me deja explicarle que las hormigas también necesitan un techo o que las lombrices se aburren de no poder trepar y dice que por eso, no me eligen. El padre Juan debido a que soy el único que ha aprendido a leer, me dio una biblia, con pastas duras y una cruz en el centro. La verdad no me entusiasma mucho el regalo, es como estar en catecismo, porque eso si, al catecismo hay que darle duro, si no, directito al cuarto de castigo donde no hay más luz que la que entra por la ventana y un catre viejo. La última vez que estuve ahí fue porque pregunté sobre nuestra existencia, me preguntaba si solo habitaban Adán y Eva, y si ellos habían tenido hijos, ¿Como continuó la creación? Si hacía dos clases que nos hablaba del incesto. Total de que nunca respondió y me mandaron ahí, pero la verdad me gusta ir, nadie me molesta y puedo crear historias o ponerme a jugar con las estrellas que se asoman por la ventana. Son las 4pm y estoy listo, la madre nos forma para dar la bienvenida a las familias. Enrique esta a un lado mío y se le nota nervioso, hasta le sudan las manos. Yo estoy tranquilo, pierdo el tiempo poniéndome nervioso, aprendiendo mi discurso donde sobresalgan mis virtudes y al final terminar llorando. Se abre la puerta y aparece un Ángel, igualito como los describe el padre Juan, cabellos rubios y rizados, mejillas coloradas y ojos color cielo, me miró y se me puso la piel de gallina, dijera Mari, la cocinera. Va del brazo de un elegante caballero, mi Ángel sostiene en brazos a Anita, de 4 años y con cara de muñeca, la besa y la devuelve (después supe que lo que deseaban era un varón), se acercan a mí y siento que el corazón se me sale del pecho, pero se detienen con Enrique, yo me desanimo porque el canijo es bien bueno para las matemáticas y sus ojos con patas de arañas me preocupan. El caballero le pregunta su nombre seguido de un: –¿Qué es lo que más te gusta hacer Enrique? Y como era de esperarse contesta que es un buenazo para las matemáticas y el futbol, el caballero sonríe y sacude su cabello en señal de aprobación. De pronto escucho la voz de mi Ángel preguntar: –¿Y tú? –Veo su reflejo en mis lustrados zapatos, rápidamente levanto la mirada– ¿Cómo te llamas? Yo, con el corazón acelerado, respondo:

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–Paquito pero me gusta que me digan Francisco, ella sonríe -¿Y qué nos puedes contar de ti Francisco? – ¡Que se me atoran las palabras! No recordaba mi discurso, pero que recuerdo a la madre consuelo y medio tartamudeando le respondo: –¡Pues hoy es mi cumpleaños! La carcajada de los niños, no se hizo esperar, sonrientes la pareja dio vuelta y con todas mis fuerzas que grito: ¡Sé leer! El caballero detiene la marcha y voltea la mirada hacia mí: –¿Cómo dijiste?- Si señor, soy el único que sabe leer, pregúntele al padre Juan, me voy de corridito. -Un apasionado escritor, necesita de un buen lector a su lado: – Me dijo, y mi Ángel sonrío. Esa fue la última vez que estuve ahí, de camino a mi nueva casa, Jaime, mi nuevo papa, me dijo: –Hoy en tu cumpleaños te daré el mejor de los regalos. Cuando llegué al que sería mi dormitorio, casi me desmayo de la emoción, frazadas con olor a jazmín, una ventana dándole la bienvenida a la luna y un hermoso buró de madera. Papá (como el pidió que lo llamara), llegó con un enorme baúl azul: –Aquí tienes hijo, tu regalo, algún día sabrás que vale más que todos los caramelos o juguetes que pudiera darte. Me acerqué y lo abrí. Había muchos libros viejos, por un momento me asuste, supuse que papá quería que los leyera todos de corridito como dije que sabía hacerlo, sentí miedo de defraudarlo y que me regresara al orfanato, tomé todos los que pude entre brazos, sonrió y me los quitó. Todos son tuyos dijo, pero ya habrá tiempo para que los termines, y verás que no son suficientes. Me entregó uno pequeño y además animado, mi Ángel beso mi frente y se marcharon de la habitación, lo puse sobre el buró, y comencé a saltar sobre mi nueva cama, a los pocos minutos me canse, y cogí el libro, en la portada había un hombrecito rubio que vestía elegante, no llevaba ni tres páginas leídas cuando me di cuenta de que mis historia creadas en el cuarto de castigo podían ser reales, que algunos adultos no veían cosas presentes en el mundo. Me sentí tan feliz que no pare de leer hasta quedarme dormido. Al amanecer corrí con papá a darle las gracias. Pronto me refugie entre páginas, un soldado enamorado de una bailarina, una historia de una niña, un conejo y un gato. Me enamore de la lectura, el baúl se fue llenando, al paso de los años conocí molinos de viento enfurecidos, un caballo gigante con guerreros dentro, un ciclope engañado, una generación que perduro 100 años, hermanos asesinando a un inocente, letras del alfabeto griego determinando, un hombre convertido en escarabajo, un hombre solitario sintiéndose lobo, forman parte del mejor regalo, hoy 27 años después y por el resto de vida que me queda, te lo agradeceré te amo padre descansa en paz.

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84. Su historia (Mágica) Luna por favor para son las tres de la mañana, deja eso para otro día. ¿Qué pare?, como se ve que no entiendes ni un poco de qué se trata esto, lo lamento por ti que no puedes sentir como el ritmo de tu corazón cambia cuando estás frente a una obra, que no la escribes tú, que no la escribe nadie, que tiene vida propia. Deja de gritar y de decir estupideces, hasta cuando voy a escucharte decir eso, ¿hasta cuándo tendré que soportar tus locuras?, ya era demasiado que pasaras noches enteras leyendo, pero tú siempre necesitas rebasar los límites, ahora pretendes dejarlo todo por escribir un “libro”. Sí, eso es, “personas obsesivas como yo”, perfecto, esa era la frase. Ay Luna, estás mal, hasta mañana. No puedo dejar de pensarlo, es increíble como sentirlos me hace vivir de verdad, es como si siempre estuvieran allí para contarme su historia. Esto no es obra mía, no puede ser obra mía, yo lo sé, estos seres que avanzan y viven a través de mis palabras, no pueden ser sólo palabras, yo sé que ellos están y me acompañan, pero no, no puedo dejarme llevar por el desespero, no pueden sobrepasarme mis ansias de saber que hay detrás de esto, antes de completar tu historia Noiras, vamos acompáñame entre las dos podemos seguir. Sí, Luna aquí estoy vamos: Yo no esperaba más de sus ojos, eran de cualquier color, menos de uno reconocible, es que realmente no es posible reconocer eso que vi en ellos. Él también amaba las hojas en blanco como nosotras, pero ya no podía escribir, al menos no como todos están acostumbrados. Sí, desde el principio sentí miedo, muchas veces angustia, no era precisamente un placer amarlo. Es verdad Luna no sé cómo lo hizo, pero supo hacerlo, despertó la furia de mi obsesión. Toqué su puerta, allí no podía dejarle menos que ese libro y un pastel, pero era el libro, debía leer el libro para comprenderme, pero cómo iba a comprenderme, si no sabría que era yo, tenía que pensarlo mejor, él sabía que yo lo quería, que su alma estaba unida a la mía, y quién más que yo iba a dejar este libro en la puerta de su casa. No, nunca lo obvio es tan obvio, y qué si ya lo leyó, pero cómo lo va a haber leído sin pensar en mi o antes de conocerme, eso no sería leerlo, porque cada página cuenta nuestra historia, dice lo que yo quise decirle. El pastel seguro no se lo comerá, quién se va a comer un pastel que dejan en la puerta de su casa, por más que tenga un libro encima, eso no necesariamente es una carta de buena presentación. Mejor no le entrego esto, es una porquería, es una porquería de idea, al igual que la idea de llevarlo a mi cama y obligarlo a que me haga el amor y que me muerda y que me posea con su rabia y derrame sobre sus ansias de querer tocarme.

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Sí, hacer el amor, es único y parece en el libro, pero aún no hemos hecho el amor, así que por eso no puedo entregarle el libro, entregárselo antes sería absurdo, me saldría más de la historia. Él sabe lo que hice, pero quien escribió el libro no, por eso no lo escribió. Ya sé, le dejo una pista que sólo él y yo sabemos, eso tampoco aparece en el libro, pero la carta de presentación puede ser la foto de nuestro “templo”. No, si sabe que soy yo quizá no lo lea, quizá boté el pastel, quizá me busque y termine todo. No, dudo que me busque, a él aún le duele, no entiende por qué decidí lo que decidí aquella noche, claro, es que el libro describe mucho nuestra historia y no quería que él terminara como Dantel, por eso le corte las manos y no podrá leer el libro, pero yo se lo podría leer. Cómo se lo voy a leer, si no querrá verme y si lo pudiera ver tampoco es mucho lo que puedo hacer. De nuevo falta un día para que se pase la fecha, puedo continuar otro año con mi vida normal y esperar para volver a unirme a él y hacer el amor.No, quizá ya ni pueda hacer el amor. Cómo voy a saber que lo podrá hacer y cómo voy a saber que es él si nunca pasó, quizá es como todos los anteriores, siempre pensé que podía ser, pero no, no pasó de un gemido. Por eso no lo hice, por eso no deje que su pene entrara en mi alma y que mi vagina se apoderara de la suya, y por eso le corte los manos, Sabía que me haría lo que Dantel a Runa. Tengo cada palabra del libro en mi mente como un recuerdo vivido. Runa la mató, porque pensó que ella era la amante de su primo, pensó que engañaba al ciego, con él y con su primo y no era así, yo lo sé, aunque él no lo haya escrito en su libro, yo sé que ella no lo engañaba, pero él y su escritor estaban ciegos y después de matarla ambos creyeron confirmar su teoría con ese maldito ensayo. Ya sé Luna, te lo dije antes, mi esposo no estaba ciego en ese momento, pero había conocido al otro y tenía a mi primo, sólo me faltaba mi esposo ciego, todo tenía que parecerse al libro, pero me dio miedo cuando estaba en la casa de mi primo, sabía lo que pasaría, pero no podía dejar que él me matara y fue cuando le corté las manos. No pasará otro año, dije que este sería el cumpleaños en el que le daría la sorpresa, en el que lo haría entender, aunque no entenderá porque pensándolo bien ya cambié el curso de la historia. ¿Luna me queda tiempo para volver a empezar?

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85. Isabella (Betina Blanc) Isabella vivía en una rutina increíble, pasaba su tiempo de casa al trabajo y del trabajo a casa. Su vida era angustiante pues no encontraba felicidad en nada de lo que hacía. La tristeza la iba comiendo por dentro y por fuera. Intentaba tener conversaciones que no estuvieran centradas en la banalidad pero no lo lograba. La gente en su entorno vivía en un estado de automatismo desesperante, no pensaban siquiera que existiera un mundo diverso al de limpiar, charlar de recetas de cocina y de la moda. Los domingos iban a misa, era su obligación, su deber, debían cumplir. Tantas veces ella les preguntaba sobre el sermón del domingo y no se acordaban, esto también era un automatismo. Ella no era católica pero le gustaba escuchar el sermón y ver como el cura interpretaba las escrituras, como las transmitía, como las paragonaba con la vida de cada día, al menos era un incentivo para escuchar algo espiritual. Llegó el verano y con él los turistas. Gente que venía de lugares distintos y llenaba el lugar con mil colores e idiomas diferentes. La diversidad era maravillosa. La monotonía se rompía a pesar de tener que trabajar. A Isabella le gustaba charlar con personas de culturas diferentes que planteaban otra forma de vivir, de pensar, de amar, de disfrutar. Fue así que una idea comenzó a germinar en su cabeza. Comenzaron las preguntas que se agolpaban una detrás de la otra buscando respuesta que no tenía aún. En ése momento algo cambió dentro de sí. Sintió que alguien le contestaba. Quedó un poco confundida con lo que le sucedió y decidió dejar de lado esos pensamientos, eran todas locuras que no llevaban a nada. Se sintió desagradecida por lo que la vida le dio y comenzó a recordar las peroratas familiares, dichos que venían de años en su familia. “Da gracia que tenés trabajo”, “Da gracias que tenés que comer y que tu familia te rodea”, “Por qué te tienen que importar otras cosas si nosotros crecimos así y mirá que bien que estamos”, y muchas más de éstas recetas..... Al día siguiente comenzó la tarantela otra vez en su cabeza, pero ahora ya más definida. “¿Será que yo nací para estar acá todos los días de mi vida? ¿Para conformarme con lo que tengo y hago? Será que..... Será que...” Otra vez mil preguntas agolpadas en su cabeza y de repente, en medio de esa confusión, llegó un señor mayor, su cara transmitía paz y a su vez gran felicidad. Ella se quedó mirándolo directamente a los ojos. Él hizo un gesto con la cabeza, fue imperceptible, como si entendiera. Inmediatamente ella pensó, “¿me estoy enloqueciendo?” El señor se acercó y le dijo: “Estoy buscando un lugar para alquilar, ¿sabe a dónde debo dirigirme?”. Una sensación extraña la invadió, le contestó que su tío alquilaba casas; en éstos lugares todos se conocen y saben a dónde dirigir a la gente. Cuando el hombre se estaba marchando le preguntó de dónde era y por qué quería vivir en éste pueblo, cosa típica también de éste lugar, te hacen un cuestionario sin ningún problema. El señor le contestó que tenía que trabajar mucho con la gente y para la gente. La respuesta le dio vueltas en la cabeza y por supuesto no encontraba cual era el propósito de su trabajo. Pasaron dos días y lo vio pasar frente al negocio donde trabajaba. Le preguntó si había conseguido casa, el señor le contestó que sí, “Vamos a ser vecinos” le dijo y entró en 128


la segunda casa, la que estaba para alquilar desde hacía años. Era pequeña y tenía al ingreso un patio techado, un hermoso banco de madera y muchas plantas en flor. A la semana lo vio en una actividad febril, cantando, ordenando, moviéndose con alegría mientras arreglaba su nuevo hogar. Decidió acercarse a charlar con él, de tanto en tanto vigilaba el negocio por si alguien entraba. Y así comenzó el gran cambio de su vida, quién lo hubiera dicho. Sus deseos de algo que la ayudara, que la sacara de éste profundo estancamiento, habían sido escuchados. El señor, a este punto Roberto, comenzó a poner gran cantidad de estanterías con libros en el patio techado de su casa. Isabella lo ayudaba entre cliente y cliente que venía a su negocio. De a poco comenzaron a charlar de libros, de la vida, de las rutinas sin esperanza. Roberto le explicó cuál era el propósito de ésos libros. Le contó que alguien lo había ayudado tanto cuando él vivía en un pueblito más chico. Llegó como él y puso sus libros. Ella le preguntó a cuanto los vendía y como los clasificaría para ofrecerlos. Roberto sonrió y le preguntó si quería trabajar con él fuera del horario de trabajo. Ella lo quedó mirando, a lo cual él explicó que ésos libros no eran para vender, eran para prestar, eran gratis. La gente los llevaba a su casa y luego los devolvía. Si tenían alguno para regalar bien recibidos eran y si no, simplemente los leían y se llevaban otro y otro y otro. Ella inmediatamente aceptó la invitación. Quería ser parte de esa experiencia, principalmente en ese lugar donde nadie cultivaba el interés por la lectura. A partir de ese momento su vida cambió para siempre. A los pocos meses ya llevaba leídos una treintena de libros, los devoraba. Su mente comenzó a vivir en distintas partes del mundo, conoció países, se conoció a sí misma, conoció la vida de otros y casi sin pensarlo se transformó en una gran conocedora del mundo literario. Y así, de ésta manera simple, su vida se transformó. El universo se encargó de darle aquello que necesitaba. Al pasar de los años se convirtió en una excelente escritora y dedicó su vida a llevar y transmitir su experiencia a otras personas en la búsqueda...

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86. El cuarto de los tesoros (Ana Lía Lanezi) Hay niñas pero ¿qué creen que están haciendo ahí arriba?, bajen pero inmediatamente, ya les dije que ahí está prohibido entrar. Sí era nuestra madre diciéndonos aquello, pero nosotras en cuanto pudimos corrimos hacia allí.

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Eso no lo podíamos pasar por alto mi hermana y yo teníamos que investigar que había dentro. ¿Prohibido entrar? ¿Pero cómo? esa era la mejor invitación para que lo hiciéramos, aquel era el cuarto de los tesoros; había allí dentro cientos, que digo cientos, miles de libros, todos apilados, empolvados y lo peor de todo abandonados. Ahora con otra óptica lo pienso mejor y no estaban abandonados solo guardados, pero yo eso pensaba a mi corta edad y con la imaginación que entonces tenía me veía allí adentro disfrutando de aquel olor tan maravilloso que despiden los libros, jugando y sumergiéndome en aquel mundo misterioso y oculto al resto del mundo, viajando por sitios increíbles a donde solo los libros te pueden llevar, unas veces a la India y otras a planetas lejanos o a mundos imaginarios. Que bella es la inocencia de los niños. Esperábamos a que papy y mamy salieran y de inmediato nos dirigimos a aquel misterioso lugar que estaba en la parte de atrás de la casa sobre el área de servicio y la lavandería; poníamos una escalera y trepábamos con mucho cuidado para no caer. Una vez arriba habríamos el cuarto de los tesoros, no puedo recordar como lo hacíamos, no sé si tenía llave o candado y mientras yo me quedaba afuera para avisar si venían los padres, ella entraba y se volvía loca revisando todo lo que allí tenían guardado. A veces Susana esperaba afuera y yo era la que entraba a aquel lugar maravilloso, mágico y que a la vez nos daba miedo; pero el temor nos hacía querer seguir allí viendo y revisando cajones y cosas que tenían que eran ajenas a lo nuestro. Recuerdo que había una gran mesa central y alrededor libreros y libros, libros, libros, miles de ellos de todos los temas, gordos, delgados, nuevos, viejos, antiguos tal vez entre todo aquello había alguna primera publicación o varias…, que pena no saber nada de lo que ahora se. Y además también tenían allí cajas ahora que lo pienso debía ser archivo muerto. En alguna parte sobre la mesa alguna vez vi plumas, lápices, tinta, tinteros y demás artículos de escritorio, que no puedo recordar más que vagamente. Tenían algo que no se si era valioso pero nos maravilló, era un juego de dos elefantes hechos en metal sobre una ele de mármol, que se usaban para sostener algunos libros, eran hermosos, atractivos, en fin toda una tentación, yo no sucumbí a ella pero Elke no sé cuándo lo hizo pues cuando ya éramos mayores vi uno de los elefantes en un librero suyo. AMEN fue más arriesgada o ¿inconsciente? Si mamy o papy se hubieran enterado le dan una paliza. Mamy siempre decía “no se toca nada ni un alfiler si no es tuyo” Cada vez que estábamos las dos solas en casa, que ahora me doy cuenta que no salíamos con ellos a propósito para poder subir a espiar. Dice Elke que ella leyó ahí un libro Un Mundo Maravilloso de Aldous Huxley de la Edit. Rotativa de 1932. Yo tal vez leí alguno pero no recuerdo cual, porque al ser la mayor, parece que tenía más conciencia de que lo que hacíamos nos lo tenían prohibido. Muchas tardes solo entrabamos a sacar algún libro y nos sentábamos allí arriba a leer o simplemente a ver las cosas maravillosas que tenían. Nunca supimos quién era el dueño de todos aquellos tesoros, que tal vez para los mayores solo eran libros y papeles viejos o alguien los apreciaba tanto, que los metió allí en esa habitación que media unos diez metros de largo por cuatro de ancho las dimensiones se pierden por la edad y por el atiborramiento de cosas que en aquel lugar tenían.. Ese sitio siempre ha estado en mi memoria y en mi corazón y aquella casa tan grande y rara era mágica para nosotras. Lo que más recuerdo era la cocina que tenía una barra y unas puertas que se cerraban sobre esta para aislarla del resto de la casa después de la comida, recuerdo también que los techos eran muy altos. Teníamos un gato y un perro y se llevaban 130


bien el gato era callejero pero tenía pinta de fino se llamaba “Misifuz” y el perro era blanco cruza de pastor alemán y perro policía, los padres eran muy guapos era muy bonito y se llamaba “Truco” el gato no sé de donde salió y el perro nos lo regalo una señora amiga de mamy que era checoeslovaca y se llamaba Slavska, ella y su esposo un señor muy serio español Sr. Santiago nos querían mucho y nos daban muchas cosas, recuerdo que nos regaló una colección de las novelas de Corín Tellado, eran cerca de 400 y también revistas de Vanidades de las impresas en Cuba antes de Fidel. Yo me leí todas las novelas y también las revistas y me imaginaba a mi galán como los que Corín Tellado describía. Un día mamy nos encontró muy entretenidas a las dos allí y después de llamarnos la atención le pedimos que subiera y viera las cosas maravillosas que había dentro. También ella entro a ver, pero ese día fue el último, así que el cuarto de los tesoros quedo cerrado para siempre ya era un sitio en donde las personas que nos alquilaron la casa reservaron para guardar sus tesoros más preciados la maravilla de la humanidad los LIBROS. Así termina esta aventura de Ana Lía y Elke, dos niñas que viajaron por muchos sitios interesantes a través de los libros y sus muchas historias. Han pasado ya casi cincuenta años de aquellos días y mi hermana y yo aún recordamos con cariño y añoranza aquel lugar lleno de polvo y telarañas.

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87. Libro (María José Sarmiento) Cerré el libro, ya había olvidado el encuadernado, su color rojo y cubierta rasposa de piel. Ya había olvidado lo que era tenerlo en mis manos sin ninguna ansiedad de averiguar el futuro de mis colegas. No entiendo el masoquismo de los escritores cuando no terminan sus obras con final feliz, cuando matan a uno de sus mejores amigos. Cuando torturan a sus lectores describiendo el último soplo de los ídolos encuadernados. A veces creo que el escritor no siempre sabe lo que es leer, se supone que uno no puede ser escritor si no conoce el placer de leer. Por cuestiones de redacción, ortografía y gramática. Pero yo creo que es algo más profundo, cuando uno aprende a leer es cuando uno desarrolla el odio a la vida, cuando vive el suicido de su propia madre, la desaparición de el hermano pequeño y todo eso sin la figura paterna como soporte. Cuando uno vive con todo esto y desea escapar de su propia realidad, lee, lee y olvida quien es y que hace allí, sólo vive las historias de alguien más, sin vincularte realmente con nadie sin sentir ese vacío a cada fracaso. Eso es leer, por eso un escritor no puede tener éxito sin conocer el sufrimiento, porque para ser escritor debes saber leer y para saber es odiar tu vida para vivir la de otros. Pero ahora cuando veo a un escritor que mata a sus personajes, que desde la primera página de su obra maestra te mantiene pegado a estas hojas de encuadernado rojo, pierdo mi único conocimiento del mundo. Para escribir es saber que uno lo que quiere leer es una historia con final feliz. Deje el libro en la mesa, el color rojo contrastaba con la madera 131


quemada de mi mesa, en realidad ese libro era la única fuente de color de toda mi sala. Dejando atrás a mi amado mundo de fantasía me dirigí al parque o a un café. Lo más sorprendente es que con este libro me siento realmente identificado, sin razón alguna siento que algunos personajes de mi querido libro habrían actuado igual que yo con la vida en mis mismas situaciones. Todo se parece, desde la madre psicótica, hasta el hijo menor pirómano. ¡Pero eso no está bien! Yo amo leer amo vivir ***

88. Premoniciones de un literato (César Padilla Mena) Era simple. La razón probablemente se encontrara tras la página que aún no había podido terminar de leer. Sentía que si llegaba a terminar esa última línea algo malo podría ocurrir. ¿Supersticiones nada más? Era probable que todas aquellas horas que había dedicado a la lectura lo estuvieran volviendo loco. Poco a poco comenzó a ser desordenado con sus libros, no con los que escribía, los que leía. Cientos de páginas se iban acumulando con el paso del tiempo en una pila de papeles desvencijados entre pastas de cartón recubiertas de piel o cuero. Cada uno de los tomos con una numeración cronológica que representaba cada uno de los minutos que había dedicado a tan preciado privilegio: La lectura. ¿Y para qué? Se había formulado esta pregunta en varias ocasiones. Aún no lograba encontrarle una respuesta. Probablemente ésta se encontrara tras la página que aún no terminaba de leer. Llevaba unos veinte años sin escribir una palabra de su propio puño y letra, pues había perdido la capacidad de darle un sentido a las palabras e intentaba encontrarla en las páginas que de manera eufórica leía día a día. El tiempo pasaba. En el reloj, situado en la pared del fondo de la sala de lectura, el tiempo avanzaba perezosamente dejando en el olvido cada uno de los segundos a los que, desde el inicio de su vida, había dado la capacidad de transcurrir. El aire era frío en ese momento. Sintió el destello fugaz de una idea para el libro que había comenzado a desarrollar años atrás, y, que aún no tenía un cuerpo conciso sobre el cual trabajar. Inmediatamente la abandono.

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Seguramente el deseo suicida de acabar con su carrera como escritor era lo que lo había impulsado a leer de manera adictiva. O tal vez fuera la tarde aquella en que, sentado a la mesa de un café, había mostrado su primer borrador a la muchacha de quién una vez se había enamorado; aquella chica que al leer las primeras palabras de la prosa dejó caer la página al suelo pues no le agradó lo que leía. Detuvo la lectura. Se dirigió con paso firme al armario donde guardaba los manuscritos a los que no había dado un final. Y decidió leerlos. Era la primera vez, durante veinte años, que tenía contacto con aquellas páginas que nadie había llegado a leer y el temor que le causaban era comparable apenas al que sentía por dar la vuelta a aquella página de la cual no podía terminar la última línea. Vaciló un momento. Lentamente inició la lectura de un manuscrito de los que había comenzado, se llamaba “La ciudad en ruinas”. Ojeó cada una de las líneas del primer párrafo que acababa de leer y comenzó a preguntarse en qué momento fue que había perdido la inspiración. No logró recordarlo. Conforme avanzaba la lectura de “La cuidad en ruinas”, un sentimiento suicida giraba alrededor de su cabeza y las líneas lo contaminaban de una sensación de terror que nunca había experimentado en lo que llevaba de vivir. El relato era demasiado vívido, como si narrara épocas de existencia, pero confuso, puesto que, una nube gris le vendaba los ojos de la memoria. Al finalizar la tarde dio por termina la lectura de “La ciudad en ruinas”. Algo le oprimía el pecho en ese instante. Una especie de miedo a la oscuridad parecía acosarlo; y no quería quedarse solo en casa. Así que tomó, en sus manos, un segundo manuscrito propio, también inédito y sin finalizar, y se aventuró a la calle. El murmullo de la cuidad lo ensordecía por momentos y el aire contaminado agrandaba la sensación de ahogo que había experimentado al terminar de leer su primer manuscrito. Pero no quería volver a su casa. Sabía que al llegar algo desconocido lo esperaba. Así que tomó asiento sobre una de las bancas del parque, esperó unos minutos y, se dispuso a comenzar la lectura de “Cuerpo en llamas”. Misteriosamente, el segundo manuscrito concordaba perfectamente con el anterior. Como si de alguna manera hubiera querido darle continuación al relato que, según su propio criterio, había dejado inconcluso a falta de imaginación. Recordaba que al iniciar con la redacción de “Cuerpo en llamas” había decidido abordar un hilo temático completamente distinto de los que había escrito hasta entonces, algo diferente de lo tratado en sus novelas publicadas y en las que aún no lo habían sido. Esta situación hizo que comenzara a dudar: ¿Había estado alguien manipulando los manuscritos que tan fervientemente había mantenido en secreto?, de ser así: ¿Cuánto tiempo llevaba ese alguien interrumpiendo la privacidad de su redacción?

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Preguntas como esta lo acosaron durante la lectura del segundo manuscrito, intensificando la ansiedad y la sensación de miedo que ya tenía, y mientras finalizaba la interpretación de las palabras contenidas en el texto que leía, acudía a su mente una y otra vez la imagen de aquella página del libro que no podía terminar de leer por miedo a saber qué venía luego de esa última línea. Cuando por fin terminó la lectura de “Cuerpo en llamas”, todas las extremidades le templaban de manera compulsiva. En esos dos manuscritos que había leído, escritos teóricamente por su puño y letra, se encontraba reflejada la historia más espantosa que en su vida pudiera conocer. Y sabía que de alguna manera esa historia era cierta y definitiva. Sabía que su vida terminaría de la misma manera en que se desenvolvían los hechos narrados en los últimos párrafos de “Cuerpo en llamas”. Asustado como estaba, regresó a su casa. Sabía que lo que allí encontraría no iba a ser de su agrado. Con las manos húmedas, por un sudor helado, giró el cerrojo de la puerta. De manera refleja una voz comenzó a recitar las últimas líneas que había leído en el libro que aún no finalizaba: Las últimas líneas de aquella página que no había llegado a girar. Tomando el último suspiro de valor cerró los ojos y abrió la puerta. Uno, dos, tres pasos en el interior del aposento y entonces la voz comenzó a recitar líneas que ya no conocía, el contenido de la página siguiente. Lentamente abrió los ojos y, mientras estos se acostumbraban a la oscuridad de la habitación, se abalanzó a la locura que le representaban aquellas palabras.

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89. Mis mantras (MarLu)

Abrí el diccionario y leí: Libro: Reunión de muchas hojas de papel. Texto reunido en un volumen cosido o encuadernado. Todos tenemos una especie de mantra que repetimos y repetimos hasta que nos estabiliza. Algunos lo usan para tranquilizarse, concentrarse, lograr no alterarse y otros (incluyéndome), lo usamos para mantener la cabeza en otro lado, para desaparecer de este mundo superficial y temeroso; para dejar de pensar en la claustrofóbica realidad del 134


momento. En mi opinión, cualquier cosa puede ser considerada un mantra : una canción, el sonido del reloj al mover sus agujas, los bostezos de una persona, una frase hipnótica, un pensamiento pegadizo; o en mi caso, acordarme de palabras o personas que alguna vez haya buscado en el diccionario o enciclopedia. Volviendo al principio, abrí el diccionario y leí. Me concentré fácilmente en cada palabra que lo describía. Lo releí una y otra vez hasta que quedó grabado en mi mente y me focalicé en el placer que me daba cada oración. Las letras envolvían mi boca y me dejaban en un estado pacífico. Me quedé así, anestesiada con tranquilidad, hasta que un grito a lo lejos me trajo de vuelta a la realidad. Era mi hermana menor y lo último que escuché antes de desmayarme por un golpe en la cabeza fue: "- Por favor, ayuda-". A partir de ese momento todo lo que recordaba eran fragmentos. Sabía que me habían agarrado y llevado a una camioneta donde pude ver animales (lo que me pareció muy raro y hasta pensé que estaba alucinando). No vi a nadie de mi familia; ni a mis padres o hermanos. Estaba realmente atontada y mareada. Unos brazos me sujetaron por detrás y me ataron un pañuelo a los ojos. Lo último que vi fue mi casa y mi adorado jardín. Ahí lo supe. Me di cuenta de lo que en verdad estaba pasando: era un secuestro. Sentía un miedo que consumía mi alegría y paz. Necesitaba mantenerme en control, necesitaba salir de ese frustrante momento en el que estaba encerrada cubierta de impotencia. Así que fui a parar a ese lugar en mi mente donde podía buscar mi palabra. Revisé en mi memoria hasta encontrarme con un nombre que me hizo acordar a mi situación de estar a oscuras. Jorge Francisco Isidoro Luis Borges: Escritor argentino (24 de agosto de 1899 hasta 14 de junio de 1986). Se quedó ciego a los 55 años. Unos murmullos me despertaron de mi ensoñación. Supuse que eran los secuestradores, ya que conversaban sobre algo relacionado a cuánto dinero iban a sacar de esto y que más a la noche llamarían a mis papás para hacer el trueque. Podía notar algunas vacilaciones en su voz y eso me dio esperanza (no mucha, pero era algo). De repente la camioneta se detuvo y todo quedó en silencio. Llegué a pensar que estaba realmente sola hasta que escuché que alguien gritaba: "-Bajala!-". Me arrastraron y estaba atemorizada, muy desorientada. Una voz gruesa me dijo al oído: - Todo va a estar bien, no voy a permitir que te pase nada.No lo reconocí. No sabía quién era pero igual me hizo sentir más segura. Me sacaron el pañuelo de los ojos y me ataron a una silla. Tardé unos segundos en acostumbrarme a la luz de la lámpara que me alumbraba de cerca. Miré a mi alrededor. Era una especie de granja vacía donde sólo colgaban algunas cadenas del techo. Adelante mio se encontraban dos hombres discutiendo. Aproveché ese instante para desaparecer mentalmente. Con lo único que pude relacionar el lugar en el que estaba fue con el nombre: Edgar Allan Poe: Escritor, poeta, crítico estadounidense (17 de enero de 1809 hasta 7 de octubre de 1849). Uno de sus cuentos, El gato negro, contenía un protagonista morboso y despiadado que pensaba que hacía lo correcto al torturar y matar. 135


Mi mente volvió a la realidad y escuché el teléfono sonar. Uno de los raptores se acercó y atendió. Pude reconocer su voz gruesa y no pude comprender por qué me había tranquilizado. Miré hacia un costado y vi como el otro hombre tenía clavada su mirada en mí. No escuchaba la conversación telefónica. Su postura y rigidez me dieron a entender que él era el líder y que podía hacer lo que quisiera conmigo. El miedo volvió hacia mí como una lluvia torrencial llena de relámpagos que me recorrían el cuerpo y me hacían estremecer. Escuché a "voz gruesa" decir con cierta incertidumbre: –Aceptaron el trato. El dinero por la chica. – Paró de hablar, suspiró y continuó con un poco más de fuerza pero parecía derrotado: –Lo siento. No pude. De repente, el sonido de ventanas rotas inundó el lugar y comenzaron a entrar policías armados. Hubo disparos a lo lejos y me dio esa claustrofobia tan conocida que me apartaba todo pensamiento racional. Me escabullí hacia el centro de mi cabeza en busca de mi enciclopedia personal. Se me cruzó el nombre Agatha Christie pero fui rápidamente atraída hacia la granja donde la voz de mi padre gritaba mi nombre. Abrí los ojos y lágrimas comenzaron a aparecer al sentir sus brazos alrededor mío. Más tarde me enteraría que "voz gruesa" se había arrepentido, les había informado a la policía donde estábamos y de ese modo me habían encontrado. Pero en ese momento, envuelta en el amor y alivio de mi papá, me relajé y viajé hacia mi principal mantra. Hacia aquella palabra que comenzó todo y estuvo siempre conectada conmigo: Libro: Reunión de muchas hojas de papel. Texto impreso reunido en un volumen cosido o encuadernado. Por siempre un comienzo y un final. ***

90. Salón Calavera (Ms Penny Lane) Cada mañana cuando iba a trabajar pasaba por la calle de Donceles; mientras pasaba por el 215 no podía evitar pensar en aquel libro que leí en la secundaria y me preguntaba si todo lo que había pasado en Aura seria verdad. Creo que el buscar alguna explicación a aquello hacía que se me quitara el sueño. Eran las 4.45 am y ya estaba allí en el Salón Calavera, un bar de ficheras en donde todos los borrachos a los que ya les habían cerrado sus “teibols” venían a manosear a las muchachas. Aquí no tenemos vigilancia y la única que pone el orden soy yo, es que no me gusta que estas muchachitas de ahora no se den a respetar y más, que todos son una bola de viejos rabo-verdes.

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Yo ya estaba cansada de esta vida, no me gustaba trabajar aquí en este langarucho asqueroso y mucho menos en esta ciudad, pero la vida da muchas vueltas y como las Hermanas Baladro, terminé en un lugar que ni me imaginaba. Yo vengo de un pueblito de Oaxaca, San Marcos Tlapazola, mis padres era los más ricos del pueblo, ya que eran los que más ganado tenían. Desde chica nos llevaban a mis hermanos y a mí, maestros particulares a la casa porque en el pueblo no había escuela y mi papá decía que nosotros íbamos a ser gente de bien y educada cuando creciéramos. Al pasar a la secundaria, mi papá nos mandó a la capital. Estaba impresionada, era la ciudad más bonita que había visto. Me encandilaron sus calles adoquinadas y esas casas de techos altos; nunca había sido tan feliz. Entramos en una escuela de paga y yo como agradecimiento a mi papá y porque no quería que me regresaran al pueblo, me esforzaba y sacaba las calificaciones más altas. Era la mejor de la clase y los maestros me querían mucho, decían que nunca habían tenido una alumna como yo. Había una maestra, Doña Francisca, ella nos enseñaba literatura, sabía que me gustaba tanto leer y conocer cosas nuevas, que me daba libros que decía, solo la gente del primer mundo lee. Así conocí el amor y el dolor con Del amor y otros demonios, lo que eran las relaciones y el cruce entre vidas y personas completamente distintas con La insoportable levedad del ser. Pasaba las tardes leyendo en la plaza de Labastida, vivía y soñaba con esos libros. Íbamos todos los veranos y vacaciones al pueblo, pero para mí ya no era lo mismo, así que cuando ya iba a salir de la preparatoria le dije a mi papá que me quería ir al extranjero. Como yo ya sabía inglés, me fui a estudiar a los Estados Unidos; llegué a Texas con el primo de mi mamá. Estaba decidida a ser escritora como mis ídolos, y por haber leído tanto, en mis clases no tenía ningún problema. Ahí fue donde comenzó todo. Conocí a un muchacho, de esos güeros guapotes, alto, de ojos de color, se llamaba Paul. Me encandiló con sus palabras y me dijo que le gustaba mucho, que yo era de lo que no se veía allá. Empezamos a andar y me llevaba a comer a lugares muy bonitos, me compraba regalos, era todo un caballero. Pronto me enamoré, y empecé a soñar despierta, quería una boda con el vestido blanco, mi papá llevándome al altar y hasta mis hermanas con esta tradición gringa de las damas de honor todas vestidas igualitas con unos vestidos color pistache. Él era mi Romeo y yo su Julieta. Fuimos de vacaciones a México, y ahí yo le expliqué que si se quería casar conmigo, tenía que pedirle permiso a mi papá. Todo iba de maravilla, Paul siguió todas las tradiciones del pueblo, y mi papá que estaba encantado, le dio permiso. Me dio un anillo con un diamante, me sentía realizada. Ese día mi mamá mató unas codornices y tuvimos fiesta. A los dos días ya cuando nos íbamos para los Estados Unidos, me dijo que quería conocer la ciudad de México y accedí. Llegamos a un hotel muy bonito en el centro. Justo enfrente del zócalo, desde el cuarto veía la Bandera en el mástil, así me sentía yo, radiante, en el vaivén. Paul me dijo que iba a salir a buscar un regalo porque era tan feliz que quería que yo supiera cuanto me amaba. Le dije que no era necesario que con tenerlo a mi lado era suficiente, pero insistió y se fue. Pasaron 2 horas y no regresaba, 6 horas, estaba tan preocupada, pero no sabía qué hacer y de pronto llamaron a la puerta del cuarto diciendo que tenía una visita en la recepción, pensando que era Paul baje corriendo. Pero no era él. Era un señor alto, corpulento y de muy mala cara, me agarró del brazo diciéndome que tenía que ir con él y arreglar el

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“desmadre” que mi marido había hecho. No tenía idea de lo que estaba pasando, así que asentí y le pedí amablemente que me soltara, pero el hombre negó y me agarró más fuerte todavía, me dijo que no quería que me fuera a escapar. De camino le pregunte que a dónde íbamos y que qué había pasado. Pero él no contestó y siguió jalándome. Pasamos por Donceles 215, al notar el número fue la primera vez que pensé en Aura. Llegamos a Tacuba 64 y ahí lo vi tirado encima de una prostituta, estaban los dos muertos, y él medio desnudo. La patrona dijo que se había tomado, fumado y “cogido” a todas las del lugar, pero cuando ya iban a cerrar se puso violento, sacó una pistola y mató a una de las prostitutas, así que no había de otra que matarlo. Pero que alguien tenía que pagar por todo lo que él había hecho, y me secuestraron, así que desde entonces estoy aquí. Ya no tiene sentido irme, han pasado demasiados años, y mi vida y mi amor se quedaron en el Salón Calavera.

*** 91. A veces (Samuel Díaz)

Era un día normal, un día común y corriente. Estaba el sol por ocultarse, cuando entró apresuradamente a su apartamento. Las compuertas de los cielos estaban demasiado abiertas esa tarde y aguas torrenciales corrían arrastrando todo a su paso por la ciudad. Se preparó un café y se dispuso a descansar en el mueble de la sabiduría, desde el momento que lo vio en la tienda de aparatos usados, empolvado de tanto olvido le dio la sensación que no era un mueble cualquiera, le gustaba imaginar que perteneció a un sabio escritor y que le daría la suerte de alguna vez escribir algo muy bueno. Muerto de cansancio, se acomodo en el viejo mueble viendo la lluvia caer a través de la ventana. Observo como todas las cosas del lugar parecían tan inertes, sin vida, tan muertas de tedio y de aburrimiento, y no sólo las cosas, también él era parte de un mundo rutinario que le envejecía diez años por día vivido. Fastidiado, frustrado por ese sentimiento de no tener la libertad que anhelaba; comenzó a sentir un cosquilleo enfermizo que le recorrió el cuerpo desde los pies a hasta la cabeza, las palabras iban y venían de un momento a otro sin pausa y sin aviso con mucha prisa. Desesperado por aquel derrame emocional, buscó su pluma, especial para escribir según él, una hoja de papel y comenzó a escribir las palabras que apresuradamente le dictó su oprimida alma: “A veces quiero pecar sin rendirle cuentas a alguien, a algo; de como lo hice. Simplemente quiero sentir el deseo del placer que corre por mi cuerpo, dejándome llevar por el abismo de la locura, en donde nada ni nadie me dicten reglas morales que aprisionan mi conciencia hundiéndome en el abismo infinito de la culpa y me derriten en esta mísera soledad. A veces quiero pecar con mente abierta, dejándome guiar por el momento, por el 138


hoy, por lo vivido, no por el mañana, ni por el después que pueden llegar desprevenidos y ser graciosamente indeseados. Todos esos momentos simples, que llegan sin aviso ni previsión, son los que disfruto. Los estoy perdiendo. No sé porque, no sé cómo, ni sé quién es. Solo quiero escribir estas absurdas ideas que salen del alma mía. Me duele la cabeza, será de tanto pensar. Escribo para después burlarme irónicamente de mis palabras. Quiero llenar esta hoja con la esperanza de inmortalizar mis letras, siendo de ayuda para aquellos nosotros locos; de la aventura o desventura, del amor o el desamor, del tedio y la ternura. Quiero que mi cuerpo descanse, que mi mente descanse, que mi ser descanse. Que lo haga como niño tierno sin preocupaciones. Sin horarios. Sin alucinaciones nocturnas del día de mañana. Me siento cansado, pido al ser supremo que ha creado este hermoso universo que me regale como cuando niño el juguete del sueño, que goce mi tullido y enfermizo cuerpo, de la energía espiritual que mágicamente por fe, reactivan mi organismo y me preparan para un mañana inexistente. Me despido del papel con la satisfacción de haber logrado mi objetivo, que no está de más recordar que era el estúpido e ignorante deseo mío de llenar esta hoja con palabras vanas para muchos, mas para mí con un máximo de significado, que espero algún día quemar y dejar que el viento le ponga el punto y final que mis palabras necesita. Que me de la libertad que tanto anhelo.” *** 92. Psicodelia (Alexandr) Cabizbajo. Con mirada beligerante se adentraba en las hojas amarillentas, ese era el anticipo de la historia, después de entender el significado de la palabra él estranguló su libro jayán y sonrió. Los acentos, signos, diptongos tomaban relevancia en el relato, organizados decían que ella vendría, se aproximaba. Con una nefasta percepción no pudo contener la intriga y la denotó. Fue una sonrisa mutua, inexplicable e indefectible. Sin darse cuenta se encontraron intentando levantar ese mamotreto, el que sirvió de pretexto para ambos, para recoincidir. Los delicados ojos azules de ella pronto visualizaron el título, casualidad, el Hidalgo más famoso también era de su agrado, peor aún, era el eje central de su ideología. –Como Unamuno, soy filosofa y esta novela entiende lo que somos sarcásticamente. Con unas cuantas releídas él entendía su punto. ¿Quién está más loco, el que lo es por no poder menos o el que lo es por convicción? Esas eran las últimas palabras que había procesado, así, con esa predestinación se presentó y esperó paciente la respuesta. -Es tan complicado y sencillo contestarte, empero no quiero que sea fácil para ti, dicen que las cosas que cuestan valen más y que las espontáneas son más hermosas, anda, tienes mi atención, sólo deslúmbrame. Ese era un reto, uno fabuloso, el que marcaría dos vidas o eso se pretendía. Él la cogió del brazo y la ayudó a retomar la postura vertical, la novela caballeresca fue puesta 139


en el banco de metal. De repente un aire ruidoso golpeó ambas caras, sin perder tiempo y esperanza comenzó. – He estado comprendiendo la relación entre imaginación y realidad, locura, deseo y juicio, sé que a veces lo irreal es más lógico que la verdad pura, si es que existe. En este momento te veo, quizá como una ilusión o quizá como presente, si es que existe. Yo existo aquí, ahora porque lo deseo, y al parecer tú ídem, en tu perspectiva, ante mí es difuso afirmarlo, necesito tu nombre para que estés en mi vida, si es que existes. Impactada se limitó a sonreír como hace mucho no lo hacía. Le apresó la mano y con nada más por decir dieron marcha sin apearse, la heladería les esperaba. El libro cesó. Un relato fantástico se decía varonilmente al tiempo que oscilaba el libro en su posesión, lo decía ufanamente porque fue una suerte que ahora estuviera caminando en esa historia diferente, sin saber si leyó o vivió se conformó con esos ojos azules mirando ...y sonriéndole.

*** 93. La maestra (Emilio Gómez Ozuna) Entre muy tarde a la escuela, como de diez años, y cuando estaba por terminar mi primaria era casi un muchacho. Yo venía de cursar a duras penas los años anteriores, si acaso aprobé fue por mi espíritu de servicio y por hacer el papel de mandadero de la escuela, muchas veces cubrí los primeros grados a algún profesor que por alguna razón no asistían a la escuela. Ella llegó a suplir a nuestro maestro titular que por muchos meses enfermó, apenas recién egresada de la normal, muy joven de pelo rojo y verde overol, ojos tintos y hermosos pies. Todo comenzó al final del ciclo escolar, al ensayar el Valls de despedida cuando mi pareja, las más grandes y gordita ya no quiso bailar, la maestra su lugar completó y entre giros y vuelos, cuando en mis manos pasaba su cintura se retorcía y temblaba. Su mirada se dilataba al verme y su voz trémula salía apenas al mencionar mi nombre, era indudable, estaba enamorada, cuando en clases yo la veía a los ojos ella no sabía que hacer, tomaba los papeles y los revolvía, cambiaba de tema y pedía que me saliera del salón. Solo recuerdo que le declare mi amor tratándola de usted, su aliento dulce y sus labios delgados, sus flacas manos y sus pequeños y duros pechos. No olvidaré jamás las tardes bajo los encinos de la casa del jaguar, donde pasaba las horas mordiendo su boca y bajando el largo cierre de su verde overol. El último día de clases llego muy triste, me regaló un libro y un escandaloso patito…me fui a la secundaría y entre otros amores nunca más nos volvimos a ver. El escandaloso patito calló para siempre, porque en el corral de guajolotes apachurrado como el corazón quedó…pero gracias a ese libro me convertí en un lector.

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94. Mi vida como un libro (Dolores Pérez E.)

Es un día tranquilo, el pasto se encuentra humedecido, calculo que 24 grados centígrados, mis raíces se sienten un poco cansadas y el viento es favorable nada agresivo para mis hojas. Estaba seguro que era una mañana común y corriente; sintiendo la necesidad de hacer mis estiramientos matutinos, adoro esa sensación; tuve una interrupción ya que sentí como algo en mi costado comenzaba a ser golpeado, mi cuerpo inmóvil y adolorido no dejaba de ser mutilado, fui tirado y transportado a una clase de lugar oscuro y toxico, escuche a otros llorar y gritar, sin embargo yo inmóvil sin saber que pensar aun la adrenalina corriendo me quede callado. Dormía, me despertaba débil, volvía a dormir, a veces me movían de lugar y a veces pasaba un tiempo en el mismo, era mi agonía y mi cordura la que se confinaba y la perdía, gritaba, a veces era insoportable y esperaba. > Un día la luz no tardo en apagarse por completo yo solo escuchaba terror, creo que estuve en la nada por un tiempo, como podría saberlo con seguridad. Solo recuerdo que desperté y me faltaba un poco el aire a penas lo estaba recuperando...que estaba sucediendo conmigo quizá solo quizá he pasado a otra vida que desconozco ya que todo estaba de cabeza, algo me mueve, que mas puede ser?, siento una leve brisa corriendo entre mi, respiro y exhalo con más fluidez, un ligero cosquilleo que no puedo expresar y de repente una voz desconocida, era un lenguaje extraño, agradable, dulce, algo había en ello que me hacía sentir paz como en los bosques. Era algo hablando claramente de mí, me veía fijamente con tanta atención que hasta me llegaba a cohibir algo había en mi que no podía soltarme, todo indicaba que se estaba alimentando de mi, tal y como yo me alimentaba de la tierra y el aire, este sujeto tenía hambre infinita de lo que se encontraba en mi pero no sabía que era, escucha su lenguaje a veces muy en un tono bajo tanto que no sentía ni la brisa de su propio viento, una vez llego a llover encima de mi unas pequeñas gotas únicamente, pero estaba fascinado de lo que este sujeto expresaba, y de lo que yo causaba en el. El día en que entendí lo que yo significaba para los sujetos, si sujetos no fue solo una ocasión, vi mil rostros, casi todos ellos con las mismas expresiones, aprendí a interpretarlos. así como yo podía sentirme triste o alegre ellos sentían al igual solo expresaban diferente sus emociones a mí. El sujeto de cabeza extrañamente cubierta de nieve fue quien me hizo entender que dentro de mi nuevo cuerpo se encontraba un tesoro que nunca pude ver pero sabía que era de una magnitud que el dolor que pase y la agonía no me importaba, mi propósito en esta vida había sido escrito en mi. 141


*** 95. Ella (o yo) (Leticia Spinosa) A lo alto de la biblioteca yacían libros llenos de aventuras, poemas de amor, dibujos de colores y pensamientos rebeldes. En un estante más abajo, aún con un poco de polvo, brillaban sonrisas en un popurrí de fotografías. Al descender la mirada, se podía observar a los peluches rogando por abrazos. Pero su vida transcurría lejos de aquel manojo de ensueños. Ella no tenía tiempo de ponerse sus anteojos para recordar lo que dicen los cuentos. Y renunció a su trabajo. No quería seguir escribiendo el libro equivocado.

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96. Las letras sangrantes (Elizabeth Cardosa - Guatemala)

Había una niña que amaba leer. Los libros le permitieron ver que una vida totalmente diferente a su entorno era posible…y lo logró, gracias a ellos. Detestaba los artilugios electrónicos, porque ella quería tocar, anotar, oler, sentir sus amados libros. Hasta que un día, comenzó a leer en el libro de la vida los testimonios desgarradores de las víctimas de genocidio en su país, mujeres violentadas, niños decapitados para jugar con sus cabezas cual pelotas, nonatos extraídos por la fuerza del vientre de sus madres, personas tiradas en un pozo.....tanto dolor, tanta impotencia. 142


Y ese día la niña que amaba leer comprendió que jamás leería libros más importantes que los de letras sangrantes.

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97. Ellos (Sonia Rodríguez Gárate)

Ellos siempre formaron parte de mi vida. Desde que tuve edad para poder observar, siempre estuvieron allí. Al principio, eran objetos inalcanzables, alejados de mis manos; objetos colocados de formas extrañas que se apilaban en las diferentes estanterías. Estas estaban por toda la casa: en el salón, en el pasillo, en la habitación... En ellas habitaban ellos. No siempre permanecían allí, en ocasiones desaparecía alguno, pero lo podías encontrar en cualquier lugar, en esta ocasión al alcance de mis manos. Eran objetos extraños, algunos duros por fuera, otros blandos, gruesos, finos, pequeños, medianos, enormes…. Había una gran variedad y siempre pululaban de un sitio para otro. En realidad, no pertenecían a nadie y al mismo tiempo eran de todos. Había libertad para cogerlos y llevártelos. Eso era lo que querían mis padres, para ellos la adquisición de estos no les otorgaba su propiedad sino que al contrario, compraban su libertad para que cualquier persona que llegase pudiera poseerlo durante un tiempo; así es, ellos no pertenecen a nadie, pertenecen a todo el mundo, te convertías en su propietario mientras dure la relación. En ese momento, eres su dueño y dejas de serlo cuando llegas al final. Cada encuentro con ellos siempre es especial, nunca se repiten las sensaciones, incluso si de nuevo te juntas con el mismo siempre hay algo distinto. Un día decides iniciar una relación con uno cualquiera, nunca estás segura de lo que ocurrirá pero sabes que es una aventura que te transportará, que te hará sentir, que te hará llorar, imaginar, vivir, recordar... Formas un universo paralelo a la realidad para poder saborear la soledad de la relación y te entregas totalmente a él. Aunque sabes que llegará el final, te tendrás que separar, tendrás que abandonarlo aunque siempre permanecerá en tu recuerdo y deberás elegir a uno nuevo para iniciar una nueva aventura, para crear otro mundo mágico. Todo se inicia con un contacto visual, los espíritus fluyen de tus ojos para posarse en él; posteriormente llega el contacto físico, lo acaricias, lo abres, escudriñas su interior; por último el olfato, cuando lo has observado y acariciado, te lo llevas a la nariz para oler su alma. En ese momento inicias el baile que te llevará a su interior, a lo más profundo de su ser. Te dejas atrapar, penetrar para llegar al culmen de vuestra unión. Unión que terminará dejando escapar el último

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suspiro de tu boca y arropándole con la tapa que le protegerá del paso del tiempo. Así acabará tu historia con él, pero ¿será su final? Su final nunca llegará porque fueron creados para pervivir, para transportarnos a lugares lejanos, para sentir sensaciones ajenas a nuestra vida o recrear las que ya experimentamos; fueron creados para ayudarnos a completarnos. Por eso, nosotros, los lectores somos sus guardianes

*** 98. El poeta maldito (Tatiana N. Mijaluk) Érase una vez hace miles de años en una tierra encantada un poeta maldito, un poeta que habitaba el más oscuro rincón de un viejo castillo olvidado. Cada mañana, como cada día el poeta abría sus ojos con la ilusión de sentir junto a su piel el roce de su amada, respirar su aroma, desnudarle la piel, beber gota a gota cada centímetro de su alma, temblar de pasión y apagar el alba.. Recorrerla toda, contemplar su mirada, quitarle el aliento, erizar sus senos y elevarla, tocar su cielo y devolver su calma; pero tristemente cada mañana era igual, la luz de la aurora penetraba sus párpados que forzosos se abrían para hostigarle la carne, la carne y el alma, para comprobar una y mil veces más que era la misma y solitaria aurora la que irrumpía en la silenciosa oscuridad y descubría una vez más que ella no estaba. Para mitigar sus horas y calmar sus ansias tomaba una pluma y se dejaba llevar por el vuelo eterno de sus ansias. Volaba, es cierto, volaba junto a cientos de mariposas tratando de encontrar en letras lo que no hallaba en su cama, penetraba las nubes y se desdibujaba, volaba sin descanso y en su vuelo la imaginaba toda, desnuda y entregada, imaginaba el contorno de su silueta, cada uno de los lunares que besaría en su espalda, la tocaba, deslizaba sus suaves y fuertes manos por sus hombros, por su cintura, le acariciaba las piernas y retornaba a su espalda, para descender de manera lenta y precisa al lugar que lograba hechizarla, ese lugar que encendía su piel y desbordaba sus ganas, cabalgaba en su vientre y desplegaba sus alas, la miraba y en su mirar se entregaba, lo hacía por completo, no se guardaba nada.. juntos estallaban de placer hasta que la Luna reflejaba la pasión que desbordaban, entonces ahí, justo en el momento de su llegada, la abandonaba, no sin antes despedirla con ese último beso, ese beso que aun separados sus labios continuaba.. y retornaba, retornaba a su rincón, a su oscuridad, al aroma de su soledad. Esa soledad que era su única compañera, su fiel testigo, la que sabía del ardor de su piel y de sus ganas, la que conocía cada uno de sus secretos, todas y cada una de sus lágrimas... Esa soledad que amanecía rozando su piel cada mañana, todas y cada una de sus malditas mañanas, cuando su historia como cada día recomenzaba para morir en ese último beso y renacer con el alba.

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99. Historias Compartidas (Natalia Alonso) En alguna parte del mundo, en una época distante, un enorme castillo era habitado por un hombre que había heredado una gran fortuna. No interactuaba con prácticamente nadie, ni tenía intereses en particular, lo que pintaba su vida del profundo gris de la soledad. La inmensidad del edificio le quedaba chica a un alma tan apática, la cual, buscando quién sabe qué, lo había recorrido infinidad de veces. El único rincón que jamás había pisado era la biblioteca de su padre, cerrada con una llave perdida tras el fallecimiento del mismo, cuando él aún era un niño. Un día, cuando su edad trepaba a una cifra indeterminada, decidió invitar a muchísimas figuras prestigiosas para formar parte de una fiesta en ocasión de su cumpleaños. Por algún motivo, resolvió indicar a los invitados la consigna de llevar una máscara o antifaz. Esto brindaría un halo de misterio a la fiesta, el cual sus súbditos se encargarían de realzar mediante una decoración algo sombría. Era una noche hermosa, despejada y de luna llena. A medida que los invitados llegaban, elegantes y presuntuosos, nuestro protagonista los recibía en la puerta. Sin embargo, durante la fiesta, sintió la soledad más fuertemente que nunca. En las conversaciones en las que lo incluían se hablaba puramente de asuntos que desconocía o consideraba triviales. Esas personas compartían estilos de vida e incumbencias que le eran desconocidos, poco interesantes o detestables, y, aunque la mayoría se aborrecía o envidiaba entre sí, pertenecían a un grupo del que él no formaba parte, ni deseaba hacerlo. Fue a sentarse solo en un lugar apartado, y entonces la vio. Una doncella a la que no recordaba haber saludado en la entrada. Estaba sola, tan sola como él, mirándolo con unos dulces ojos miel a través de un antifaz gris con bordes dorados, y, con una risueña sonrisa, lo invitaba a contagiarse de sus ganas de vivir. No podía explicar cómo, pero tenía la absoluta certeza de que a eso lo estaba invitando. La muchacha se paró y comenzó a caminar de un salón a otro, arrastrando la cola de su vestido victoriano color crema. Él la siguió instintivamente, con necesidad, sorprendido de cómo ella parecía conocer el palacio aún más que él. De un momento a otro, estaban tan alejados de la fiesta que era imposible oír más que silencio. Luego de varios minutos, la doncella giró a la derecha en un pasillo, y nuestro protagonista ya estaba preparado para volver a verla de frente cuando, tras girar él también, se detuvo abruptamente. Ese pasillo contenía únicamente una puerta, que ahora se encontraba abierta, y era la de la biblioteca. Se dirigió a ella, tras varios momentos de indecisión. Una vez adentro, observó las gigantescas estanterías llenas de libros, iluminadas por la luz de la luna que se filtraba a través de unos ventanales inmensos ubicados en un techo altísimo como el de una iglesia. Comenzó a recorrer la biblioteca de a poco, pero lo único que encontraba eran más y más libros, a sus costados y cruzándose en su paso, cubiertos de polvo y apretados unos contra otros, de todos los colores y tamaños. Empezó a hacerse ridículo el tiempo que llevaba caminando en una misma dirección, sin divisar el final del recinto, por lo que la 145


desesperación fue encontrando lugar en él. Se había desorientado, la chica se había desvanecido y la biblioteca parecía no tener fin. Gritó, lloró y protestó hasta cansarse, para luego sentarse en el piso y decidir que, hasta que sus súbditos lo encontrasen, mataría el tiempo hojeando algunos libros. Comenzó con uno de la estantería más cercana, leyó el primer capítulo, y luego tomó el siguiente del mismo estante. Extrañado, vio como el contenido de este libro difería en muy poco del contenido del anterior. Probó con el siguiente, y obtuvo el mismo resultado. Cada vez más asustado, comprobó que todos los libros de esa estantería relataban la misma historia pero con detalles, expresiones y cargas emocionales distintas. Fue de estantería en estantería, leyendo y releyendo, sólo para confirmar que cada una de ellas contenía diversas versiones de un mismo libro. ¿Qué clase de biblioteca era esa? Incansablemente iba de un lado a otro para encontrarse con el mismo enigma en donde fuera que buscase. Ya el cielo se estaba aclarando, dando paso al alba. -¿Sientes interés por esto? –preguntó una voz femenina. La muchacha apareció en el extremo opuesto del pasillo, caminando hacia él mientras abrazaba contra su pecho varios libros distintos. -Si no encuentras compañía ni comprensión en quienes te rodean, ¿no entiendes que uno nunca está solo, si no quiere estarlo? Nuestro protagonista la miró estupefacto, sin saber de qué hablaba, sin saber qué sabía o percibía ella del secreto de ese lugar. Se detuvo cerca de él y le sonrió. -Cuando lees un libro, estás conociendo una historia, estás sumando una experiencia única a tu vida. Pero además de eso, estás creando en tu mente tu versión de ella, lo que interpreta tu imaginación, y estás conectándote con cada persona que leyó o leerá esa historia, y creará su propia versión. Sin mencionar, por supuesto, la versión que el mismo autor tenía en su mente y comunicó de la mejor forma que pudo, valiéndose de la riqueza de nuestro lenguaje. La doncella sostuvo los libros con un solo brazo, y lo tomó cuidadosamente de la mano. El gris de su antifaz se veía perfectamente complementado por los destellos dorados que los suaves rayos del sol del amanecer arrancaban de la profundidad de sus ojos y de los bordes del mismo. -No estás solo, nunca lo estarás si no quieres estarlo. Siempre tendrás un libro a tu disposición que te permitirá vivir aventuras que de otra manera te serían imposibles, y compartirlas con incontables personas alrededor del mundo, que te comprenden, y viven esas aventuras contigo. Y finalmente, entendió. William miró en los ojos de la Literatura, y, sonriendo a la par, se contagió de su felicidad para siempre.

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100. Los sueños misteriosos de Zaphirah (Zoe Bautista)

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Zaphirah era una niña de 10 años, inteligente, demasiado tímida, noble, hija única. Sus padres eran granjeros, vivían cerca de las montañas, la escuela le quedaba retirada, tenía que levantarse temprano para no llegar tarde. Por las mañanas pasaba un pequeño camión para recoger a todos los niños y llevarlos a la escuela. A Zaphirah le encantaba la escuela porque cada día aprendía cosas nuevas, era un poco desconfiada, hasta que un día conoció a su primer mejor amiga, Nash, las dos siempre estaban juntas, iban para todos lados, sacaban las mejores calificaciones del grupo. Zaphirah, tenía un amigo en casa, un perro llamado Coco, ella era feliz con su perro, cuando ella estaba triste o cuando peleaba con sus padres, corría al patio donde se encontraba el perro y le platicaba como se sentía, Coco solo le observaba como si la entendiera. Por las noches a Zaphirah le daba miedo dormirse porque tenía sueños extraños, como si estos le quisieran decir o comunicar algo, una noche oscura y fría, de repente escucho unos extraños ruidos afuera de su casa, corrió rápidamente a esconderse debajo de su cama, paso el tiempo y no volvió a escuchar nada, se subió a su cama y quedo dormida, al mismo tiempo, afuera de su casa, todo se veía oscuro, solo resaltaban las estrellas del cielo y el resplandor de la luna, al final de la casa se veía un gran árbol, alto, al pie del árbol había una piedra enorme de forma circular y ahí estaba sentada una señora, mayor, su pelo era largo, estaba sentada peinándose el pelo, tranquila y serena pero esto no lo vio Zaphirah. Al día siguiente Zaphirah se levanto temprano, no le gustaba llegar tarde a la escuela, pero, al salir al patio de su casa, sintió una energía rara, sintió como si alguien la estuviera observando, ella miro a diferentes lados de la casa y nada, solo vio aquel árbol a lo lejos, con la piedra en forma de circulo, no vio nada, se dio la vuelta y se fue. Zaphirah salió de la escuela y se fue a su casa, quedaba prácticamente a unas cuadras, en solo 5 minutos llegaba, corrió y lo primero que fue a buscar fue a Coco, corrieron hacia el patio a jugar, cuando Zaphirah estaba triste se ponía a platicar con su perro, su mama siempre estaba ocupada, nunca tenía tiempo para atenderla, su padre siempre estaba de mal humor, ella no podía equivocarse en nada porque le llamaba la atención, Zaphirah siempre andaba sola, por las noches se ponía a escribir un diario con sus aventuras, que según ella tenía, también se ponía a escribir cartas a sus papas diciéndoles como se sentía, que pensaba de ellos, cartas que nunca les entregaba e iba guardando en un baúl con llave, que había sido de su Abuela. Una noche, dormida, en su sueño, el cielo se puso azul, sintió que su cuerpo ascendió, flotaba en el cuarto, ella misma se podía ver, no lo podía creer, volaba alrededor

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de su recamara y ella misma se veía acostada en la cama, de repente despertó y sintió que los ojos le pesaban mucho, no los podía abrir, se quedo unos minutos pensando en que había pasado con ella, con ese sueño tan extraño, no lo platico con nadie, al día siguiente por la noche al terminar de escribir su diario, nuevamente alcanzo a escuchar ruidos extraños, como un viento tan fuerte, con un sonido agudo, esta vez decidió no esconderse debajo de la cama, solo se quedo quieta en la cama, poniendo atención, paso una hora, ya no escucho nada y quedo dormida pero al momento de quedarse dormida, empezó a soñar muy raro, en su sueño todo era oscuro, ella caminaba por un pasillo y no veía nada, de repente sintió la presencia de alguien pero no alcanzaba ver a nadie, ella quería despertar pero no podía, algo se lo impedía, en su sueño la llamaron por su nombre, le dijeron: Zaphirah..... Zaphirah..... y ella sintió tanto miedo que pudo abrir los ojos y salió corriendo hacia la recamara de sus padres, les dijo que había tenido una pesadilla, su mama la acurruco entre sus brazos y le dijo: hija no tengas miedo, tranquila, no pasa nada, solo haz una oración a Dios y veras que todo estará mejor, es como si Zaphirah hubiera escuchado la voz de un ángel y sintió tanta paz, estar en los brazos de su mama, era algo que ella quería y deseaba desde hacia tiempo. Todos los días Zaphirah tenía sueños raros, no lograba entender porque. Ella tenía mucho miedo, su Abuela le contaba muchas historias de fantasmas en la casa, pero ella murió en Octubre del año pasado, desde ahí ella empezó a tener sueños, a veces ella pensaba que tal vez era su Abuela, que quería comunicarse con ella, la extrañaba mucho, siempre le decía: gracias por la taza de café mija. A veces en la vida pasan cosas que no entendemos, pero sólo dios sabe porque pasan. Nos confundimos, lloramos, sufrimos, reímos, pero por todo hay un porqué.Zaphirah aunque pequeña, era muy inteligente, aunque sus padres no lo veían, era una niña muy observadora. Nunca sabremos que eran esos sueños, tal vez eran producto de su imaginación o posiblemente era el fantasma de su Abuela o algún fantasma que rondaba por la casa de Zaphirah. Solo te puedo decir que Zaphirah fue muy feliz el día que fue a la recamara de su mama y que la haya abrazado, detalle que Zaphirah nunca olvidara. Todos necesitamos un poco de amor, llamar la atención, un abrazo, un beso, un te quiero, el amor es más fuerte que todo lo que hay en este mundo, solo el amor, calma el miedo de una niña en la madrugada, llorando por haber tenido una pesadilla y Zaphira esa noche quedo tranquila y feliz de estar abrazada a su mama.

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101. París y Kundera (Gisela Tostado)

Era el último día de Lucía en Paris. Tomaba una copa de vino barato mientras esperaba a su amigo Guillian, quien vivía en Paris. Lo conoció cuando ambos tenían 17 años en un curso de inglés en Boston. Después de 15 minutos de retraso llegó Guillian al bar. La miró unos segundos desde afuera y lo volvió a sentir; esas mismas palpitaciones que sintió cuando la salió del taxi en Boston; se dio cuenta de que la había estado esperando durante cinco años. A esa niña a la que nunca le pudo robar un beso por miedo a robar su inocencia. Respiró hondo antes de entrar, estaba empezando a sudar, se tomó unos segundos y abrió la puerta. –Mon amour. Lucía se levantó emocionada, dejó su libro en la mesa y corrió a abrazarlo. –Te ves hermosa. Esa palabra sonrojó a Lucía. Siempre quiso que Guillian se la dijera cuando estuvieron en Boston, pero él jamás lo hizo, siempre estaba rodeado por las niñas mas lindas del curso. –¿Qué lees? – preguntó Guillian para romper el silencio. –Es la cuarta vez que lo leo, “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera. –Los personajes principales mueren cuando al fin tienen ese momento de felicidad ¿Por qué te gusta ese libro? – No todas las personas que se quieren logran estar juntas por siempre ¿sabes? –Sí, lo sé. Ambos guardaron silencio, hace tanto que no se veían, que no estaban tan cerca, hace tanto que no se decían la verdad. – Gracias por decirme que venias. –No me hubiera ido sin verte. –Quédate una noche más. Quédate conmigo. Sus palabras hicieron que Lucía lo mirara fijamente a los ojos, después se volteó a la ventana. Ya no eran unos niños. Ya no había inocencia que robar ni otras niñas alrededor. Lucía abrió su libro y empezó a leer.

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– “El que está en el extranjero vive en un espacio vacío en lo alto, encima de la tierra, sin la red protectora que le otorga su propio país, donde tiene a su familia, sus compañeros, sus amigos y puede hacerse entender fácilmente en el idioma que habla desde la infancia” –Yo sé que no eres feliz. Salir de la rutina es más difícil que vivir en ella, pero arriesguémonos. –Lucía guardó silencio. Era verdad. – “La persona que desea abandonar el lugar en donde vive, no es feliz”. Lucía lo miró y esbozó una sonrisa. –No sabía que lo habías leído. –Es de mis favoritos. Después de unos segundos, Lucía tomó un gran sorbo de su copa de vino. Quería quedarse con él en Paris, dejar su vida rutinaria de su pueblo pero no podía, no tenía el valor. –No puedo quedarme, si me quedo, pensaré aun mas en ti cuando me vaya, más de lo que he hecho hasta ahora. –No te puedo dejar ir otra vez, no puedo esperar otros cinco años. Hay estaban, sin poder hablar, frente a frente. Esa niña tímida había desaparecido para convertirse en una mujer hermosa e inteligente que estudiaba contabilidad como su padre se lo había pedido. Y Guillian, ahora un hombre maduro que decidió estudiar historia del arte mientras trabajaba como asistente de un reconocido escritor francés que daba clases en su universidad. – Nos veremos en la eternidad. –dijo Lucía sin mirarlo a los ojos. –Toda historia tiene un final y aún no es el nuestro. Lucia no respondió, sacó dinero de su bolso y lo dejó en la mesa. Ambos caminaron en silencio rumbo a la estación de trenes. Guillian tomó la maleta de Lucía la subió al tren sin preguntarle. –La puse a un lado de tu asiento. –Gracias. –Nos veremos en la eternidad. –le susurró a Lucía cuando se acercó a abrazarla. Se miraron unos segundos, querían recordar sus rostros, poco a poco se acercaron hasta que sus labios se tocaron, hasta que se besaron. –No me importa que me duela pensar en ti toda la vida, si al pensarte voy a recordar este beso.

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En el tren, no podía dejar de pensar en Guillian. El tren se detuvo a la media hora que lucía había abordado. Sin pensarlo dos veces se bajo del tren. Era la locura más grande que había hecho y estaba feliz. Guillian recorrió las calles de Paris solo, había fumado casi toda su cajetilla. Se sentó en una banca a saborear el poco recuerdo que le quedaba de aquel beso. Cuando estaba a punto de terminar su cigarrillo, sonó su teléfono. –Toda historia tiene un final y aún no es el nuestro. Colgó el teléfono corrió hasta el metro. Por primera vez el metro de la ciudad le pareció lento. Saludó le preguntó por la habitación de Lucía, la mexicana que se había vuelto a hospedar en el hotel, el portero le respondió de mala gana y siguió viendo las noticias. Nervioso tocó la puerta de Lucía. –Está abierto. Guillian abrió la puerta lentamente. No veía a Lucía, segundos después salió del baño con un camisón. Estaba nerviosa, no sabía que decir ni cómo actuar. Sentía pena de mostrar su cuerpo. Cuando iba a taparse con su suéter, Guillian la detuvo. Le quitó el camisón lentamente y la empezó a besar, poco a poco cayeron en la cama para olvidarse del tiempo que los había separado. –No tienes que quedarte si no quieres. –No vine a acostarme contigo, sino a dormir junto a ti –respondió Guillian. Poco a poco los dos se quedaron dormidos, soñaron juntos como hace tiempo lo quisieron hacer. Guillian escuchó ruidos y despertó. Era lucia quien se estaba cambiando apresuradamente. –Te iba a despertar. El taxi ya está abajo. –Te voy a esperar. Lucia le sonrió. –¿Te puedo pedir un favor? Escribe una historia sobre nosotros, de cuando nos conocimos y de nuestro reencuentro en París, pero ponle un final, uno que no sea trágico. Guillian asintió. Lucía se acerco a la cama y lo besó. Tomó su maleta y abrió la puerta. –No eres Teresa y yo no soy Tomás. – “¡Pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido!”. –dijo Lucía antes de salir de la habitación. ***

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102. Best seller (Noe Agreda) Fue en el verano de dos mil seis cuando todo comenzó. Ni una sola palabra. Mil hojas. Autor desconocido. Una locura. Salió así a la venta en los primeros días luego del solsticio, en el norte de Francia. Que una cosa tal pudiera suceder, no lo habría creído, si no lo hubiese visto. Me fue muy difícil, de hecho, concebirlo, aún viéndolo. Estaba allí, sin embargo, en cada librería, rompiendo récords de ventas. Una mañana llegaban veinte ejemplares, y al mediodía no quedaba uno solo. Así se llegó a las reediciones. Casi cada semana aparecía una nueva. El tiraje original de tres mil ejemplares fue insuficiente para diez días solo en Rouen. El segundo tiraje fue de diez mil ejemplares. Duró cinco días. Previendo el alza de ventas, pero con temor a un revés, se ordenó la producción de treinta mil libros, que en dos días desaparecieron de los estantes casi tan rápido como podían ser entregados. Para la séptima u octava reedición los tirajes superaban los cien mil, sin que por ello la velocidad a la que se vendían mermara, sino todo lo contrario. Todo mundo lo compró, literalmente. Se preparó una edición de lujo después de que el libro se volviera un Best Seller, y se esfumó el mismísimo día en que salió de imprenta. La gente que iba a caminar, tomaba el tranvía o el urbano, o se iba de paseo en autobús o en tren, lo portaba como su posesión más valiosa e infaltable compañero. En hoteles y cafés, en la playa o a solas en el porche, siempre estaba allí, abierto frente a un rostro extasiado. Consumidores ávidos de sus páginas pululaban por doquier, en un radio cada vez más extenso. Era como un virus desconocido, muy agresivo e incurable, que mutaba en formas insospechadas, dependiendo del huésped. Ya nada más se vendía en las librerías, y nadie, ni libreros ni escritores ni editores, parecían preocupados al respecto. Fue en el verano de dos mil seis, como dije, cuando todo comenzó, aunque ahora a nadie parezca importarle. En el interior de sus pastas, un mundo nuevo surgía, uno nuevo cada vez, para cada lector, cada día, varias veces al día. Abrirlo y respirar su pureza, degustar sus exquisiteces, perderse en la suavidad y frescura de esa brisa que llenaba internamente, todo era uno. Nadie supo nunca quien lo produjo. Un libro sin nada escrito en él y que se volvió el más vendido en la historia de los romans d’été en todo Francia, en cosa de nueve semanas. Una locura. Todos deberían recordarlo con claridad, pues antes de finalizar agosto, esa locura tenía dimensiones continentales: Invadió Alemania, España, Italia ¡Toda Europa! ¡El libro más vendido del siglo! ¡El fenómeno de masas más grande en toda la historia editorial! Gracias a su versatilidad, pues no requería traducción alguna, desde China hasta Portugal, desde Noruega hasta Sudáfrica, desde Canadá hasta el Cabo de Hornos, poseer un ejemplar pasó de ser una moda a ser una necesidad existencial. El otoño no hizo más que acrecentar la necesidad de tomarlo entre las manos y abrirse a él, para ser transportado en su compañía hasta donde nunca había sido posible. Ese invierno fue largo, extremo, terrible. Al mismo tiempo, el verano austral fue violento, voraz, asesino. Solo el abrazo infaltable del libro animó a las gentes en todo el

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globo a vencer la adversidad con una sonrisa dibujada en sus rostros radiantes. Un buen día volvió el verano al norte y el invierno al sur. Con los primeros vientos de las temporadas, comenzaron a desintegrarse rápidamente sus páginas, a tal velocidad que fue imposible cualquier esfuerzo por evitarlo. De nada servía fotografiarlo o digitalizarlo. Cualquier copia perdía de inmediato el encanto del original, las hojas aparecían en blanco, desposeídas de toda su magia. Hubo incluso quien creyó proteger su ejemplar poniéndolo en el congelador o en una caja fuerte, pero el mismo resultado se produjo. Destrucción. En dos días, no hubo ya uno solo en uso. Ni uno solo en todo el mundo. Fueron días de angustia y llanto, de sentir que se perdía todo, de marchitarse por dentro junto con sus páginas. La cubierta duró un día más. Un día entero en el que las personas miraron incrédulas a su título de letras gruesas de colores imposibles, con la misma impotencia de quien mira al hijo muerto, frente suyo, yaciendo en su mortaja, pudriéndose sin remedio. Al caer esa última noche, las pastas suavizadas por el uso siguieron el mismo derrotero de sus hojas perfumadas, dóciles y aterciopeladas y se volvieron cenizas en las manos de todas las personas en la tierra. Ni un solo libro, nunca más, consumidos desde el centro hacia afuera sin dejar rastro. Era como si nunca hubiera sucedido. Todo el género humano, sin importar su raza, se vistió ese ocaso con la misma mueca de horror, regada por lágrimas de sangre. Entonces, la negación, el olvido, el jamás y nunca más. La humanidad entera, como si lo hubieran decidido por unanimidad, resolvió olvidar. Destruir de sus recuerdos ese libro que nunca tuvo un autor y que careció en todas sus ediciones y en todos los países, de palabras. Ese sin nada escrito, pero que inspiró a billones, nunca existió. Fue una ilusión colectiva, un mal día en que todos deliramos creyendo que existió un libro llamado: Recetas para soñar. ***

103. Tormenta (Jonathan Ibarra Nakamura) Empezó a llover y Jack supo que ese día en particular definitivamente el camino de la escuela a la casa no sería nada agradable. Quizás si después de llegar a casa la situación fuera distinta, si sus ojos no contemplaran el mismo panorama de desolación, se podría decir que tendría suerte. Pero por alguna razón eso no ocurrió. Jack llego a su destino y aún sin entrar a la lúgubre morada se imaginaba qué era lo que le esperaba. Sacó sus llaves y las utilizó en las dos puertas principales. Deseó por un instante que solo las buenas conjeturas se hicieran realidad. Entró. Sus hermanos aun incapaces de valerse por si mismos seguían con la expresión apática con la que usualmente le daban la bienvenida. Sus padres,

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extrañamente, se encontraban en el cuarto que compartían a un lado del suyo (cosa que le disgustaba por los sonidos que la televisión hacía y no lo dejaban dormir). Se dispuso a saludarlos más de costumbre que de por ganas y estando a punto de entrar en ese lugar oscuro, rancio y muy desordenado aquella voz interior le habló: –No lo hagas. De haber sido otro momento se asustaría, si fuera en uno de esos momentos en compañía de nada más que aquel viejo reproductor de música portátil en su cuarto, sin nadie en la casa y de noche. Pero no fue así. Y aún no comprendía por qué o como, esa voz interior en vez de sugerirle actos subversivos, cada vez que le hablaba era con un tono delicado de quien trata de dar un consejo, o una advertencia de muerte. Aún empapado por la tormenta eléctrica que se estaba .desarrollando afuera, se detuvo poco antes del marco de la puerta negra que daba entrada al lugar de sus padres, y se dirigió a su cuarto que se encontraba al final del pasillo, detrás de el de sus padres si se ve desde una perspectiva aérea. Al parecer todo seguía ahí, pero Jack tenía cierta habilidad para reconocer cambios minúsculos. Su cartera, con una cantidad de dinero considerable que había olvidado tomarla antes de dirigirse a la escuela, ya no se encontraba en la repisa debajo de la ventana. Lo que faltaba, vociferó. Inmediatamente, producto de hechos pasados, supo donde se encontraba no la cartera, si no el dinero que está en algún momento había contenido. Se encontraba en aquel lugar al que Jack, un pobre muchacho de apenas 19 años, llamaba la madriguera. Y la madriguera en términos coloquiales no era otra cosa si no la tienda de licores que se encontraba solo a unas cuadras de su casa. Llegado a este punto, las desapariciones de su dinero que venían dándose hace poco mas de 3 meses se hacían de forma subrepticia, pero aquella voz interior de Jack, con la que había estado viviendo desde las reminiscencias de su infancia, le pedía que no preguntara a donde había ido a parar todo su ahorro. Y fue difícil, pero lo acepto. No pregunto, aunque algunos días se quedara sin comer por la escasez monetaria. Los sentimientos encontrados (y reprimidos) por parte del muchacho de 19 años se conjugaban en uno solo: Odio. Con cada cosa que hacían sus padres, sus hermanos mayores a los que simplemente no les importaban nada de lo que ocurría con él, crecía la amargura y la desesperación de no poder hacer nada. Jack se pagaba su escuela, su comida y básicamente también pagaba los servicios de su casa. Pero se quedaba ahí por la necesidad de tener un techo en donde dormir, le habían negado la solicitud de un préstamo para una casa hacia 1 año y desde entonces no podía conseguir los instrumentos necesarios para su independencia a su muy temprana edad. Se sentó en la cama aun deshecha, cubriéndose la cara con las dos manos, sintiéndose presa de un extraño ser que lentamente consumía la llama de su vida. Estaba muriendo. Pero no de forma física, en realidad se encontraba incólume a pesar de todas las desgracias que, pensaba él, de alguna manera su cuerpo tenía que resentir. No, el estaba muriendo de forma en que cada noche que se acostaba a dormir, sentía como el alma se le iba a pedazos, flotando entre el viento que salía hacia afuera por la ventana. No supo cuánto tiempo se quedó dormido, pero cuando despertó vio que en la repisa bajo la ventana se encontraba un sobre negro. Se levantó de la cama y fue hacia el sobre extrañado, ya que en ese lugar no aparecían cosas, más bien lo contrario. 154


Tomó el sobre y vio que por sello para abrir portaba un circulo con un águila y una antorcha encendida en el pico, toda esta figura de color rojo sangre. Antes de abrirlo, se cercioro de que no hubiera nadie en la puerta o en el pasillo, y fue una acertada decisión por que justamente su hermano de 23 años, Connor, se dirigía al sanitario del fondo. Rápidamente escondió el sobre en el bolsillo de su uniforme, y se limitó a mostrar indiferencia, a continuación, después de que el peligro había pasado sacó el sobre y lo colocó bajo las almohadas para después cambiarse de ropas, las que traía aun seguían un poco mojadas por la tormenta que, según se podía ver a través de la ventana, había acabado, dejando el cielo aun gris por toda la conglomeración de nubes. Acabando de cambiarse de ropa, nuevamente tomo el sobre y lo abrió tratando de no hacer ruido con el águila y la antorcha. Sacó la hoja y desdoblándola se dio cuenta de que él texto era corto, y estaba escrito con una rudeza que se podía notar por las marcas de tinta en la hoja: Tengo tu solución. Ven a verme en el parque Westbrook, 10:10 de la noche. Solo. -ENTRAGIAN El parque Westbrook ya no existía. Cuando lo demolieron, construyeron un cementerio en el mismo lugar. Aun desconcertado por la aparición del texto, docenas de preguntas le vinieron a la mente, ¿Por qué en ese lugar? ¿Por qué a las10:10 de la noche y no una hora concreta? ¿Quién es ENTRAGIAN? Y aquella voz interior le habló de nuevo: –Tienes que ir. Por ti. Decidió ir. Muchas otras cosas habían pasado por el rio de su vida y una simple carta no lo habría de alarmar. Ya con ropa limpia, se dirigió hasta la cocina y después de haber comido (sobras que había encontrado de la noche anterior) El tiempo de aventuras ya ha pasado, Jack, que demonios haces? Se pregunto a si mismo aun con un poco de incertidumbre por lo que se habría de encontrar en ese lugar. Tiempo atrás ya había estado en ese cementerio, trepando las paredes a media noche con sus amigos, los cuales lo habían convencido de pasar la noche ahí, en busca de espíritus, según decían. A temprana edad, todo lo que te dicen se cree que es cierto, razón por la cual todos viven en una mentira, le habían afirmado mientras cursaba el séptimo grado. Tomo la carta y salió de la casa, dando quizás, la ultima vista a esa casa fría.

*** 104. Yo soy Ana (Kasi Kosmo) El diario de Ana Frank fue uno de los primeros libros que llegó a mis manos. Me lo dieron a leer a principios del secundario. Apenas lo tuve en mi poder, me movilizó. Fue un 155


libro que no pude leer. Me impresionó mucho, fue como saber lo que venía. Fue como leerme a mí misma. Para esa misma época mi hermana había viajado a Holanda con amigos de manera que me pudo contar algo de esa historia. Con esos relatos de viaje, más mi propia intuición y habiendo confesado a la profesora que algo no me permitió leer el libro. Entregué ese trabajo. Me saque un 10. Cuando terminé el secundario empecé la carrera de arte dramático en el conservatorio de teatro. Recién en ese momento de mi vida pude leer el libro. Y si bien mi edad ya no coincidía con la de Ana, seguía sintiéndome identificada con ella. Para ese entonces yo estaba cursando la materia de escritura de textos. Sentí que yo estaba continuando la vida que ella había proyectado. Ella soñaba con ser actriz. Cuanto más leía, más quería saber. Me fascine con el tema. Empecé a escribir una obra de teatro. Un unipersonal, en donde una joven X sintiéndose identificada con Ana Frank llegaba a convertirse en ella, y desde ahí contar su historia. Poder verla a ella escribiendo su diario en voz alta. De repente esto empezó a ocupar toda mi vida. Leí todo lo que pude sobre historia de la segunda guerra mundial. Compre varios libros que aseguraban ser diarios de sobrevivientes que la habrían conocido a Ana en el campo de concentración. Casi todos ellos falsos. Vi cada muestra, cada película, cada obra de teatro que se hizo. No paraba de sonar en mi cabeza que sólo estaba leyendo de ella una traducción. Así que dedique tres años de mi vida a estudiar holandés, no sólo para poder leer la obra en su idioma original sino también para poder traducir luego mi propio monólogo. Me puse en contacto con la Fundación, y decidí colaborar en todas sus causa. Me obsesionaba saber que había partes del diario que habían sido censurada por el padre de Ana, ya que hablaban del despertar sexual de ella. Trate de obtener esos escritos, por medio de distintos nombres falsos. Escribía a la fundación solicitándolos. Siempre recibí un NO. Un buen día tuve mi obra terminada. Pero no la llevaría a cabo si no tenía la autorización de la Fundación, de Otto Frank. Único sobreviviente del refugio y padre de Ana Frank. No me conformaría con llamados, cartas, mails, tenía que verlo. Tenía que viajar pero no tenía dinero para hacerlo. Estaba desesperada, sólo pensaba en ello. Tarde dos años en juntar todo el dinero necesario. Lo hice aceptando los trabajos más humillantes. No importaba las horas que trabajara y en qué. Al volver a casa, me reconectaba con ella. Leía en su diario lo que le había pasado a ella, en el día que había transcurrido yo. A veces los días que tenía libres, trataba de encontrar más al personaje. Cerraba todas las persianas de mi casa, y emitía el menor ruido posible. Era un infierno no tirar la cadena del baño en todo el día. Y me preguntaba cómo habían podido resistir los 8 del refugio. No ver la luz del día por tantas horas, me llegaba a desconcertar. Emprendí el viaje. Todo fue en cámara rápida. Aeropuertos, taxis, canales, bicicletas. Y finalmente estaba ahí, frente a esa Casa que le había dado refugio a Ana. Ese amparo que se desmoronó antes de tiempo. De esa Casa donde finalmente se la llevaron al campo de concertación más siniestro. Porque además de judía era desertora, ya que se había ocultado. Campo en donde se dejó morir, sólo un tiempito antes de que sea liberado. Dejó de luchar por la simple corazonada de que toda su familia ya había muerto. La “medicina” dijo que fue tifus (enfermedad trasmitida por ratas), yo aseguraría que fue pena. Pena decretada por ratas uniformadas. No sé por qué ciertos certificados de defunción no se limitan a poner como causa de muerte PENA. Seguía enfrente a esa Casa que luego de ser desmantelada, siguió albergando su diario íntimo. Escondido en el horno de la cocina. Diario que rescató su padre, el único sobreviviente de ese refugio. Ah sí Ana hubiese sabido que él seguía con vida… 156


Dudé en entrar, pero lo hice. Y ya nada hablaba de mí, ya nada me identificaba con ella. Ella poblaba todo el lugar. Yo quede fuera de foco. La secretaria me dijo que esperara sólo un momento. Él me recibió. Fuimos a su despacho. Le di mi obra titulada “yo soy Ana” firmada esta vez con mi nombre real Cecilia Mendoza. Trate de trasmitirle mi fanatismo, le conté de mi trabajo de investigación, de que había escrito esa obra de teatro y que lo que más deseaba era llevarla a escena, en español, en Argentina, pero que sólo sería capaz de hacerlo si él me daba su consentimiento. Él la leyó de principio a fin. Estábamos sentados frente a frente en su escritorio. Fueron los instantes más eternos de mi vida. Él termino de leer, cerró el texto, se sacó los lentes, me miró a los ojos y seriamente me dijo “esta no es Ana”. Agarré el texto y salí de ahí casi corriendo, sin mirar atrás, sin escuchar las palabras en tono amable que ellos me decían en un holandés que yo había aprendido a la perfección... la cara me ardía, estaba avergonzada. Cuando ya no podían verme, me detuve. Quede paralizada, aferrada a la baranda de un puente, mirando fijamente el agua de un canal. La respiración entrecortada, el cuerpo paralizado, la cara todavía hirviendo. Ese texto no hablaba de ella, ese texto hablaba de mí. Me sentí expuesta. Desnuda. Era un fraude. Y ya no sabía cómo volver a casa. Como volver tantos años atrás. Como retroceder a ese día en el colegio. Como leer ese libro a tiempo, y poder hacer mi tarea como todas las demás. ***

105. Una chica y un chico (Diego Hernán Csöme)

Había una vez un chico que amaba a una chica. Había también una chica que amaba a un chico. El chico y la chica andaban juntos y caminaban. A veces descalzos y algunas otras en zapatillas. El chico la amaba a ella. La chica lo amaba a él. Y juntos pensaban que se amaban. O sentían que se amaban. O lo intuían quizás. El chico y la chica hacían las compras juntos una vez por mes. Y de vez en cuando salían a pasear. Al chico le gustaba abrazar los árboles. La chica nunca se entero. A la chica le gustaba tejer. Y el chico tampoco se entero. El chico jugaba a caminar una cuadra entera con los ojos cerrados imaginando cada paso. La chica jugaba a jugar. El chico amaba a la chica y casi nunca se lo decía. La chica amaba al chico y se lo decía en cada palabra que salía de su boca. Mientras, caminaban. A veces bailaban. Otras dormían. El chico tenía sueños. La chica tenía ilusiones. El chico y la chica tenían proyectos. El chico llevaba los sueños en la mochila. La chica llevaba las ilusiones en la mano. El chico y la chica se miraban. Un día, el chico dejo de mirar a la chica. Y la chica no tuvo a quien mirar. El chico se fue a abrazar árboles. La chica comenzó a transformar su energía. El chico leía solo. La chica jugaba sola. 157


El chico abrazó la raíz del árbol de sus sueños y se amigó. La chica empezó a conocer su espíritu y le gustó. El chico y la chica caminaban separados. El chico caminaba para un lado. La chica caminaba para el otro. Los dos caminaban en círculos. Y en ese círculo se encontraron. El chico y la chica creyeron en el amor. El chico amaba a la chica. La chica amaba al chico. Y juntos pensaban que se amaban. O sentían que se amaban. O lo intuían quizás. El chico y la chica llevaron el sillón al balcón. Y juntos miraban el atardecer. El chico sacaba fotos con una cámara. La chica guardaba los atardeceres en el alma. El chico quería escribir un libro. La chica quería plantar un árbol. El chico y la chica adoptaron un perro. El chico no escribió un libro. La chica plantó muchos árboles. El chico abrazaba todos esos árboles que la chica plantaba. La chica nunca se entero. La chica quería leer un libro. El chico tampoco se entero. El chico y la chica viajaban juntos. La chica miraba el mar. El chico enterraba los pies en la arena. El chico y la chica caminaban de la mano. El chico agarraba la mano de la chica. La chica cruzaba su brazo por el brazo del chico. El chico tenía miedo. La chica no se entero. La chica también tenía miedo. El chico lo intuía pero tampoco se entero. El chico y la chica llevaron la televisión a la pieza. La chica necesitaba la tele prendida para dormirse. El chico necesitaba la tele prendida para no despertarse. La chica sacaba a pasear al perro. El chico no la acompañaba. El chico se iba a mirar los partidos de fútbol a un bar. La chica no lo acompañaba. El chico no quería que la chica lo acompañe. La chica si quería que el chico la acompañe. El chico miraba a la chica. La chica tenía miedo que el chico la deje de mirar otra vez. Y el chico la volvió a dejar de mirar. Y la chica no tenía quién la mire. La chica decidió mirarse ella misma. El chico se quedó sin su espejo. El chico y la chica dejaron de caminar juntos. El chico caminaba para un lado. La chica caminaba para el otro. Y el perro caminaba con los dos. Y el perro fue un poco la excusa. Y el árbol fue el otro poco. Y el libro el espacio que quedaba. El chico abrazaba los árboles. A la chica los árboles la abrazaban. El chico pidió perdón. La chica aceptó disculpas. El chico comenzó nuevamente a caminar al lado de la chica. La chica tenía miedo. El chico amaba a la chica. La chica tenía miedo. El chico amaba más a la chica. La chica tenía más miedo. El chico miraba a la chica. La chica miraba su espejo. La chica plantaba árboles. El chico no escribía libros. El chico adopto peces. La chica dejó de comerlos. El chico y la chica caminaban juntos. El chico agarraba a la chica de la mano. La chica cruzaba sus piernas con las piernas del chico. El chico leía para dormirse. La chica leía para aprender. El chico y la chica miraban la tele. El chico sacaba fotos de la chica. La chica miraba al chico. El chico miraba a la chica con la cámara en sus ojos. La chica miraba al chico a los ojos. El chico tenía un trabajo. La chica tenía muchos. El chico trabajaba en su trabajo. La chica jugaba a trabajar. La chica tenía los ojos radiantes. El chico tenía los ojos tristes. La chica acompañaba al chico. El chico disfrutaba de la libertad de la chica. El chico abrazaba a la chica. La chica abrazaba a la vida. El chico se quedó sin el único trabajo que tenía. La chica tenía miedo. Y el chico se despertó. Y eligió escribir un libro. Y eligió plantar árboles. Y eligió dar vida. Y eligió amar. La chica ya estaba lejos. El chico amaba a la chica. La chica amaba la vida. El chico la dejó ir. Y la chica se fue.

*** 106. Cambiando de Rumbo (Cat)

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Me encontró de una manera amical, y lo recibí con la emoción de quien quizá lo necesitaba, para ese entonces mi hermana tenía una pequeña librería de libros nuevos y usados, que ya no existe y prestármelo porque a ella le gustó no era ningún problema, solo una cosa: -No lo maltrates para ponerlo de nuevo en su bolsa, creo que te va a servir. Las cosas no iban bien en la chamba, amigos: muy chéveres y graciosos, sueldo: bajo para mi gusto, jefa: una ladilla de un 1.60 m. El haber empezado a dibujar mis fantasías encontradas en el mover del mouse en una hoja de Illustrator, comenzar a darle color y forma 3d, mientras escuchaba el mismo ritual de canciones – desde There Is A Light And It Never Goes Out de Morrissey, hasta la melancólica Against all odds de Phil Collins, cruzando por un jocoso José Feliciano Moliendo su Café, tarareando con Emotion of love a Gene Love Jezebel y otras más mezcolanzas imposibles y que me encantaban - Me hizo pensar: – ¡Wow sería bacan que me pagaran por hacer esta huevada! – Fue entonces que quise sumergirme un poco en el mundo del diseño, tenía amigos en esa área en la empresa donde laboraba y me enseñaron algunas cosillas. Fue en esos días donde comencé a leer aquel libro y ¡¡Ohhh!! Cosa, creo, a muchos nos ha sucedido alguna vez: ¡El autor estaba hablándome a mí! – ¿Por qué seguir allí?, ¡Te estás convirtiendo en un hígado! – Por cierto esa era mi nueva chapa por aquellos tiempos: “Higadito”. Acto seguido: Mandé al diablo a la Ladilla Gigante. Me tomé un mes de vagaciones, me las debía, y al regresar de un viaje corto una amiga me pasó el dato de un trabajo como asistente de un fotógrafo cuya esposa tenía una tienda de álbumes, había estudiado un cursito rápido de fotografía para cámaras analógicas (de película) profesionales y semi-profesionales en el Museo de Arte. Llegué tarde, el fotógrafo ya tenía quien le retoque sus fotos, y yo, bueno me desinflé de tranquilidad– uff aún no estaba como para retocar fotos profesionales- Me quedé trabajando para la esposa en la tienda, en recepción. No pasó ni un mes y no aguantaba la sensación de estar perdiendo mi tiempo, me sentía vacía, me habían gustado mucho las vacaciones y quería tomar fotos antes que mi Canon EOS Rebel de película caducara. Se acercaba el cumpleaños de un amigo del antiguo trabajo, pensando qué regalarle me encuentro con una pila de libros en mi sala, entre ellos el dichoso libro, lo agarré para ojearlo y terminé por leerlo nuevamente, le regalé uno a mi amigo, creo que él estaba tan o más estresado que yo por la Ladillota. Acto seguido: hablé con mi nueva y amigable jefa y acordamos apoyarnos hasta que encontremos ella a mi reemplazo y yo un nuevo trabajo. En mi nuevo trabajo aprendí un poco más y empíricamente lo que era retoque en photoshop, las imágenes que tenía que trabajar para las casas que decorábamos estaban en buena parte listas para imprimir. Los clientes que solicitaban servicios de elaboración de diseños en vectores eran atendidos por otros chicos, que por cierto no me ayudaron mucho a familiarizarme con esos programas. Mi experiencia en el manejo de documentos, revelado en mi Currículum, me empujó a apoyar el área contable. Había dejado de dibujar mis fantasías en la computadora. Los días transcurrían igual, uno de esos, después de casi 3 años, abriendo la biblioteca chica de la sala, aún no había desembalado las cajas de libros de hace ya un año de mudanza, buscando qué llevarme para el camino al trabajo, ¡Plop! Cayó mi pequeño amigo, mi hermana nunca lo guardó en su bolsita, siendo tamaño ½ A4 y de pocas hojas: - Al bolso, se me hace tarde - Y nuevamente: ¡Qué? Hasta el fondo y luego me recojo!, ¡¿Que todo será paz y amor cuando consiga novio la beata menopáusica de 159


administración?! ¡¿Qué algún día tu jefe te hablará a la cara y no a tus tetas?! Acto seguido: Mi carta de renuncia, 18 días más y fugo. ¡Ahhh! ¡Paz! Los letreros que hacíamos en la nueva empresa que me acogía, demoraban muchísimo tiempo más en elaborarse que en ser diseñados y las horas muertas tenía que revivirlas dándole mil vueltas a los documentos que como siempre yo, boca suelta, podía organizar. Lo angustioso era que las imágenes suaves y diseños con textos de letra minimalista o sutil que hacía en photoshop, ahora requerían ser anuncios exuberantes, llamativos, de colores chillones “Como le gusta a la gente”, hechos en vectores, que difícilmente lograba develarlos sin mi toque personal de escala de grises, nunca apreciado por mi jefe. Pocos meses después, vagando por mi correo virtual, encontré un aviso de ofertas de libros del autor que creó a mi pequeño amigo, acto seguido: Abrí la página de empleos y envío mi C.V. a una empresa donde solicitaban bailarines. Al terminar mi ensayo de girasol agradecido al sol: pie derecho al frente del izquierdo y luego inclinación de espalda hacía adelante, nada difícil de olvidar ya que esa era todo mi participación en la obra, me acomedí a colaborar con la puesta de la escenografía, la guionista y directora de escenario de la obras que presentábamos en las noches de teatro del Hotel, se me acercó al ver mi interés en el material impreso y estructuras de los castillos que estábamos moviendo, me preguntó si sabía hacer esos escenarios mientras me pasaba un pegamento para adherir nuevamente la imagen del castillo a su soporte, que mi curiosidad había despegado. Le conté de mis pasos por la decoración con imágenes y también por el taller de letreros, y las cosas que dibujaba antes de esos trabajos. Una semana después volvía a dibujar fantasías, eran las suyas y las mías que se mezclaban en tardes y noches de café o de vino, con rituales de música.

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107. Acerca de los perros de esa ciudad (Andru Vargas)

Estoy corriendo lo máximo que me lo permiten mis pulmones, y ya me duele el costado de mi cuerpo, justo en las costillas. La verdad no entiendo el por qué a mis padres se les dio por meterme en este colegio, llevo apenas una semana en esta cárcel y ya nada es lo que parece, en el folleto, venia la foto grande de un establecimiento en el cual todo hace referencia a pasar el tiempo como un campamento de verano, pero es una gran mentira, recién nos dejaron en la entrada, la señora amable de la oficina de visitas, fue cambiada por un sargento que me fue gritando enseguida que era lo que tenía que hacer, y por supuesto esto me indigno, estaba pasando por alto que si de algo habría que enfadarme, que me gritara era algo muy insignificante, luego haciendo una fila larguísima, con otros jóvenes de mi edad, nos fueron rapando el cabello, con un corte bien parecido a los de los soldados.

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Lo siguiente que supe fue que me asignaron una cama que parece más un catre cualquiera, que un lugar donde descansar, ahí fue donde me di cuenta de mis compañeros de sufrimiento, ojos que me miraban con una curiosidad muy grande, y ellos observaban en mi la misma mirada, observe a un joven rubio y con una mirada muy relajada, como si él hubiese pasado por cosas peores que unos cuantos gritos y la pérdida de cabello, vi a otro muy menudito, algo tímido y cobarde, rehuía la mirada y eso siempre es algo indigno de las personas, me di cuenta que habían muchachos de todas partes del Perú, es como si nos hubiesen sacado de todas las ciudades, y nos hubiesen inscrito en esta magna institución como un favor. El colegio militar Leoncio Prado (en honor al héroe), se destaca por su adiestramiento como si se tratara de educar unas cuantas mulas para convertirlas en soldados (o como nos dicen nuestros superiores, en hombres de bien para la sociedad), por consiguiente jamás me vi tan fuera de lugar, como en este lugar, el jaguar, el boa, el serrano cava, el esclavo, es como si no tuviéramos nombres, ni identidad, ahora somos unos simples cadetes que estamos haciendo todo lo posible para no perder en esta carrera, ya que para los últimos en llegar siempre les espera un castigo. Y eso es lo peor de estar aquí, ya que los castigos no es lo más malo, lo grave son los bautizos, estos se resumen en humillaciones y perversiones, de nuestros mismos compañeros de años superiores, se escudan en que como a ellos los bautizaron, también nos deben hacer lo mismo, se olvidan que también ellos empezaron como nosotros; pero tenemos una solución, nos hemos organizado, hay uno que no se dejó, que no agacho la cabeza, él nos guía, nos enseña cómo debemos comportarnos, y hasta nos puso nombre, el circulo, suena a algo serio, nos muestra cómo hacer las emboscadas y las trampas para que ellos caigan, en esta semana que ha pasado ya me he vengado de mi superior que me bautizo, y espero no volver a quedar para otra emboscada, ya que existe el riesgo de una expulsión, o peor, que nos descubran, por eso estoy corriendo al máximo de mis pulmones, ya que además de un castigo a los últimos cinco, les toca la siguiente emboscada de viernes, y si son sorprendidos los pueden consignar el fin de semana, por esto estoy corriendo, y espero no quedar entre los últimos, y tengo la confianza que toda esta locura se disminuya y haya un cambio en esta situación.

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108. El orden y el método (Roxana Menzel Otranto) Quiso el azar que la tía Lidia se casara justo cuando yo aprendía a leer de corrido. Y si bien este puede parecer un dato menor, insuficiente para establecer una relación causa y efecto, lo concreto es que el casamiento trajo como inmediata consecuencia que me mudara al cuarto que la tía dejaba libre.

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La casa familiar era grande, casi inabarcable para mis ojos infantiles, pero hasta ese momento me había tocado dormir en la habitación de los abuelos, con ese Cristo emergente de la cabecera de la cama principal que tanto me atemorizaba. El cambio era glorioso: no sólo tendría mi propio espacio, sino que me habilitaba el dominio sobre la biblioteca. No se trataba de un mueble, sino de una serie de estantes que mi abuelo iba adosando a la pared, de acuerdo con la necesidad de ampliar el continente de los libros. Al fin de cuentas, toda la pared quedaría cubierta de bote a bote. Cada modificación implicaba un reacomodamiento y una revolución en los criterios de clasificación y ubicación. La única regla inexorable era que los ejemplares más voluminosos estuvieran colocados sí o sí en el estante superior o en el más inferior, por una cuestión de diseño y de peso. Y este detalle, que así contado puede resultar intrascendente, marcó mi vida. Porque a mis seis años, salvo que tuviera la previsión de traer la escalera desde el patio, mi estatura solamente alcanzaba al primer estante. Y allí, por esos días, descansaba una historia de la literatura universal que mi abuelo había hecho traer desde España, con profusas ilustraciones a color y a sepia. En puntillas, con la precaución de no hacer ruidos sospechosos, a la luz debilucha de un velador, recorría entusiasmada las páginas suavemente satinadas. Así, cada noche, cuando la casa se llenaba de silencio, el cuarto se poblaba de héroes griegos, de dioses locos, amantes trágicos y reyes justos. La fiesta terminaba cuando algún adulto inoportuno asomaba por la puerta y ordenaba apagar la luz y dormir. ¡Cómo dormir después de haber dejado a Ulises con Circe, la hechicera! ¿Quién piensa en dormir cuando hay tanto y tanto para leer? Alguien debió percatarse de mis desvelos, porque mágicamente los libros cambiaron de lugar: ahora, al alcance de mi mano, había ediciones infantiles de los clásicos, con muchos colores y dibujos y letras grandes. Pero nada parecía suficiente. Por suerte, había descubierto que, subiéndome a la cama y haciendo algún esfuerzo, podía llegar al segundo estante, donde resistían el paso del tiempo los libros juveniles de mi madre. Este nuevo acceso me permitía codearme con tigres de la Malasia, príncipes valientes y mujercitas de Concord. Sin registro del paso de las horas, la infancia transcurría entre barcos piratas, castillos medievales y escenarios tan fascinantes y variados como los que la imaginación puede crear. Tenía unos diez u once años cuando el tercer estante. Con la ayuda de una silla, podía hojear a gusto cuentos y novelas. La escalera todavía me era imprescindible para llegar al cuarto. El quinto y el sexto mucho no me interesaban porque alojaban libros técnicos o de consulta. El único problema que se presentaba era mi acopio personal de nuevos textos: corrida la voz de mi fervor por la lectura, había logrado que parientes y amistades resolvieran regalarme libros. ¿Dónde ubicarlos? Recuerdo ese verano en que me fueron otorgados poderes plenipotenciarios sobre la biblioteca. Con toda determinación, elegí un papel de forrar que simulaba un mapa antiguo y compré varios, muchos, rollos. Con ellos vestí cuidadosamente los ejemplares más añejos. Luego, con otro papel, rojo brillante, forré mis libros y dejé el azul para los manuales y textos escolares. Haciendo uso de la rotuladora que me habían obsequiado para Navidad, escribí todos y cada uno de los títulos para pegarlos en los lomos. Ya en tren de poner orden de una vez y para siempre, confeccioné una ficha con los datos de cada libro, tal como había visto hacer en la biblioteca de la escuela.

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Finalmente, quedaba el tema de la ubicación. Fue cuando noté que no cabían. Ni apretándolos en los seis estantes. Tampoco se podía agregar una nueva fila, ni por arriba ni por abajo. La biblioteca había quedado demasiado pequeña o mi devoción por los libros era demasiado grande. La solución fue desplazar a los pobres libros escolares, diccionarios y manuales a un mueble que tuvo sus mejores días oficiando de ropero. Con los años entendí que todas las bibliotecas resultan pequeñas para quienes trajinan estantes con la esperanza de encontrar un tesoro olvidado. Los libros terminan por adueñarse de los rincones más insólitos, se mezclan, juegan a las escondidas, se van de visita a otras casas, se duplican. Algunos envejecen a la par nuestra y se dan aires de patriarca cuando se los coloca en algún sitio preferencial. Ellos saben que son especiales. Ya he abandonado el orden y el método. Así como dejo que cada libro se acomode donde más le guste, leo caóticamente esto y lo de más allá. Eso sí: sigo disfrutando de la noche y restándole horas al sueño. Al fin y al cabo, ¿quién piensa en dormir cuando hay tanto y tanto para leer? ***

109. El bolso con elefantes (Mónica Adriana Alvarez) Cuando Marta cuenta que es bibliotecaria lo primero que viene a la mente es lo bien que combina su aspecto con su trabajo. A pesar de su juventud todo en ella es discreto y silencioso, su cabello de un castaño indefinido se complementa perfectamente con el carey de los gruesos anteojos, los mocasines marrones sin taco, la pollera sin forma y la blusa prendida hasta el último botón. Sin embargo hay algo que desentona con el resto, un gran bolso con reminiscencias orientales donde pululan los espejitos y los elefantes dorados la acompaña todos los viernes al son de los cascabeles que adornan sus flecos. Ese viernes, al igual que todos los días, llega diez minutos antes del horario de apertura al público , quita la alarma y enciende las luces para terminar situándose detrás del mostrador atendiendo gente con gesto entre tímido y severo. El resto de sus compañeros la saluda al llegar pero no se acercan, los intentos de trabar algún tipo de amistad han sido infructuosos por lo que han decidido incorporarla al paisaje de la vieja casona como un elemento más aunque no del todo decorativo. A ella parece no importarle, le gusta su trabajo y le gustan los lugares antiguos donde siempre hay secretos acechando en los rincones. En un momento de descanso deambula por las salas de la biblioteca deteniéndose a veces para acariciar con la punta de los dedos algún libro polvoriento. De repente al leer un determinado título una sonrisa cómplice aparece fugazmente en su cara.

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Ana, la empleada de la limpieza, codea a Miguel el guardia de seguridad y susurra: – Esta es loca o nos cree –Déjala –dice Miguel sin

choros, fíjate que adonde va lleva el bolso colgado. darle importancia-para mí le chifla la cabeza. Marta ajena a los comentarios termina su momento de descanso y con una taza de té en la mano y el bolso en la otra vuelve a su puesto de trabajo. Así la tarde va transcurriendo entre murmullos que se enfrentan al ruidoso ajetreo de vehículos y peatones que circulan por la calle y que a veces se asoma al entreabrirse las añejas puertas de la biblioteca. A las veinte quince se han retirado prácticamente todos , Marta dirige una mirada impaciente a la puerta de la sala donde los participantes de un taller literario hablan y se ríen en voz alta de una manera que ella juzga irreverente hacia el viejo edificio. Por fin todos se van y ella respira profundamente como quien ha concluido su tarea. Pero Marta no se va. Sin dudarlo se dirige a uno de los estantes y retira un libro, “Lolita”. Apretándolo contra su pecho y con los ojos cerrados recrea una a una las situaciones vividas por el personaje. Una sensación de tibieza comienza a lamer su cuerpo como olas sensuales. Se va al baño y abre el bolso con elefantes. Una a una saca las prendas: el uniforme de escuela, las medias blancas , los zapatos Guillermina y se las pone. Termina su atuendo con un par de coletas. La imagen del espejo es la de una colegiala. Sonríe con picardía a su propio reflejo. La semana anterior fue Fermina Daza la de “El amor en los tiempos del cólera” buscando un romance otoñal, la otra fue “Doña Flor” en busca de algún boticario a quien sacarle las inhibiciones. Y así pasó también por “Pantaleón y las visitadoras”, “Las edades de Lulú” y quién sabe cuántos más... Guarda la ropa marrón y los lentes en el bolso con cascabeles, coloca cuidadosamente la alarma y cierra con llave antes de salir a la calle. Con alegría piensa en la cantidad de libros que aún le quedan por leer.

*** 110. El tesoro (Carlos M. Vilchis Torres - Niflheim) Entre sus dedos se deslizaban, corrían, desfilaban; e incluso en ocasiones parecía que al oído le susurraban. Las hojas de aquel viejo libro, grandes, descoloridas e impregnadas de un sinfín de letras, palabras, oraciones que en conjunto hacían una bella armonía. Dominic parecía disfrutar cada línea, cada párrafo, cada capítulo. Se sentaba diario a leer aquellos abandonados libros que yacían en el fondo de un arcón olvidado por su familia, y que él había encontrado apenas unos cuantos meses atrás en las penumbras de su sótano. Hallaba emocionante la idea de escapar de su rutinaria y cotidiana vida, de los problemas que rodeaban a su existencia; y prefería encerrarse en un mundo distinto, un mundo en el que a veces él era el protagonista y que en otras tantas ocasiones era sólo testigo de los maravillosos acontecimientos que se narraban. 164


El joven Dominic podía pasar horas y horas, sentado en el empolvado sillón francés de roble, a la amarillenta y tenue luz de una lámpara antigua. Mientras él alimentaba su necesidad de conocimiento, su familia se pasaba largos ratos, frente aquella caja luminosa, donde las imágenes aparecían de forma casi mágica: El televisor. Los fines de semana eran los únicos días en los que visitaba el parque, en donde daba largas caminatas y apreciaba los colores de la naturaleza, los bellos sonidos de la fauna, el susurro de los árboles provocado por la ventisca de otoño. Otras veces simplemente acompañaba a sus padres a las compras dominicales. Eran esos días los únicos en los que parecía que se acordaban de su existencia, pues pasaba la mayor parte del tiempo aislado en el sótano, que apenas lo veían rondar por los pasillos de la casa. Después de varios meses, en los que Dominic salía sólo a comer el plato del guiso, frío por las horas que había dejado pasar desde la cena, su madre se preocupó. Al principio no sabía que ocurría exactamente, incluso por su mente pasó la idea de que algo andaba mal con el chico, lo consultó con su marido quien solamente le contestó: “Déjalo, es sólo una etapa.” Al no saber que pensar, decidió averiguar por su propia cuenta qué ocurría. Al bajar al lúgubre sótano, sintió un viento gélido que poco a poco, mientras más se acercaba a aquel débil resplandor amarillo, adquiría una calidez abrasadora. Al fin encontró a su hijo, abstraído, parecía encantado por el libro verde que sostenía con ambas manos. –¿Dominic? – preguntó asustada su madre–. ¿Te encuentras bien? – dio un paso adelante asombrada. En ese momento Dominic ni siquiera pudo escuchar a su madre, estaba a mitad de la búsqueda de algo que había estado rebuscando desde hace mucho tiempo, o al menos eso leía. Se perdió de pronto en la profundidad de aquellas letras. Cuando Dominic recobró la conciencia, se encontraba bajo las sabanas de su cama, parecía que todo había sido un sueño. Alrededor se encontraban preocupados sus padres y Daniel, su hermano menor. Daniel era muy distinto a su hermano, era vivaz y extrovertido, le encantaba pasar horas frente al televisor y odiaba leer, lo hacía por obligación y de mala gana cuando en el colegio se lo exigían. Horas más tarde, cuando Dominic se dirigía de nuevo al sótano a continuar con la gran búsqueda, sus padres lo interceptaron y le prohibieron volver a entrar a aquel lugar. Cerraron con llave la puerta y lo llevaron a la sala donde se encontraba aquella extraña caja luminosa. No pasaron diez minutos cuando sintió un gran aburrimiento, y utilizando como excusa una fuerte jaqueca, se fue a dormir. Aquella noche en lugar de los sueños serenos de siempre, tuvo pesadillas: Primero abría el cerrojo de la puerta sin dificultades, pero al entrar, el gran arcón de madera reforzado con acero se abría, y de su interior emanaban sonidos horripilantes. Confundido y asustado era absorbido por el mueble y este se cerraba para no abrirse jamás. Fueron varias veces las que despertó a media noche empapado en sudor y con el corazón retumbando en su pecho. Su salud fue empeorando también, parecía caer en un estado de languidez; los colores no eran vívidos, los cantos no eran armoniosos, no percibía el susurro de las ramas, no sentía el cosquilleo que en él provocaba la suave brisa, impregnada de aquel floral aroma que a su nariz encantaba todos los sábados en el parque. Algo le hacía falta. Al darse cuenta, de nuevo sus padres se agobiaron, no sabían cuál era el motivo de su decaimiento. Llamaron a un médico, pero después de una rigurosa revisión, no se encontró enfermedad alguna. Intentaron todo lo que tuvieron al alcance, pero nada resultó.

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Dominic comenzó a alucinar. Decía frases como: “¡Debo encontrarlo, si he de arriesgar mi vida enfrentando horrores y bestias, lo haré, con el fin de encontrarlo de una vez por todas!” Sus padres atónitos permanecieron pensantes. Decidieron abrir la puerta del sótano, con lámpara en mano, buscaron entre montones de libros regados en el voluminoso arcón, aquel enorme ejemplar verde que su madre recordaba haber visto el otro día. No lograron encontrarlo después de un buen rato. Al regresar, se encontraron con un Dominic revitalizado, leyéndole a Daniel un fragmento del libro verde que sostenía con alegría. Anonadados permanecieron los padres frente aquella escena. Al parecer Dominic encontró lo que tanto tiempo había buscado y realmente le pertenecía… su vida.

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111. El libro del recuerdo (Rauh Joaquín) Miraría el número de página. Iría bien. Ya estaría terminando. Miraría, acto seguido, la hora. También iría bien. Le quedarían catorce minutos. Ya habría perdido la cuenta de cuantas veces había repetido la rutina de mirar el número de página y la hora, pero nada de eso le importará. Sólo importará terminar bien. Pese a todo, no tendrá miedo. Ya no, al menos. Habrá vivido con miedo, lo habrá asimilado de tal manera que ya sería una parte más de su existir. Y como el miedo se estará por ir, también se irá él. Clara estaría orgullosa. ¿O no? Ya divagaría de nuevo. Eso no importará. Sólo importará terminar bien. Recordará, mientras cambia de página, todo. Como una idea perdida, recordará también el mito popular de que cuando se está a punto de morir la vida pasa frente a los ojos. Constatará que, en su caso al menos, es verdad. Recordará a Carla. El día que la conoció, los encuentros primero casuales y después concertados, las escapadas juntos, las aventuras, los días de noviazgo y más tarde los de matrimonio. Recordará el día que nació Ignacio y, obviamente, el día que nació Gloria. Cambiará de página nuevamente. Recordará el ver a los niños crecer, le parecerá que todo pasó tan rápido. La escuela, el colegio, las fiestas de egresados, la universidad, fiestas de graduación, los viajes de especialización. Y más tarde, y dos furtivas lágrimas escaparán entre los barrotes de ambas pestañas al hacerlo, las discusiones y las peleas. Con ambos. Recordará el día en que ambos se marcharon, juntos y sin saber bien adonde. Recordará a Carla llorar en las noches.

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Recordará que ahí inició su miedo, el miedo a contactarse, el miedo a las recriminaciones, el miedo a aceptar sus errores. Recordará a Carla el día en que se enteraron que eran abuelos. Los días, se corregirá después. Los tres llamados telefónicos. Dos de Ignacio y uno de Gloria, en los que no dejaban más que la información necesaria, sin querer establecer ningún contacto. Recordará, y ahí el llanto ya será indisimulable, las reprimendas constantes de Carla. Se secará las lágrimas para continuar la lectura del libro del recuerdo. Recordará el día de la muerte de su mujer. Los colapsos emocionales. La depresión de desayunar solo. Recordará, y esto de manera muy fuerte, su sorpresa al encontrar el libro. Una fuerza oculta, que no supo de dónde provenía, le impidió abrir el libro. Ahí entendió que era la señal. Recordará, mientras vuelve a pasar de página y a constatar la hora (Le quedarán seis minutos) su búsqueda de la aguja y del frasco. Sentirá, al recordar ésta parte, el leve ardor en el antebrazo derecho, menor a cuando se inyectó la aguja y presionó el émbolo. Recordará, un tanto nebulosamente (Porque, aunque no lo note, una densa neblina le estará invadiendo la memoria) sus emociones al empezar a leer el libro de los recuerdos. Llegará a la última página con una profunda sensación de cansancio y somnolencia. Parpadeará cada vez más lentamente. Leerá, aún consciente, los últimos renglones. Todo terminará bien. ***

112. El libro de mis amores (Sara Salas) El libro que habita en mis amores, es aquel que tuve en mis manos por primera vez. Cuando pude gozar de sus historias y hojear cada una de sus páginas. Fue como un primer amor, descubrir todo ese mundo mágico y misterioso al que podía viajar con solo leer. El vivir sus emociones, disfrutar y vivir cada una de sus historias. Sentirme feliz en un minuto y triste al siguiente segundo es una experiencia que solamente aquel libro de mis amores logro despertar en mi por primera vez. Fue cuando lo conocí por primera vez. En cada página una historia hermosa, una secuencia perfecta, besos y caricias. Empezamos conociéndonos, por saber qué pasaría si... tal vez me gustaría, o tal vez lo odiaría, pero sucedió poco a poco entre más me adentraba en sus páginas más me atrapaba, me perdí en sus bellos paisajes, en sus personajes, las historias; fue todo un juego 167


paso todo por mi mente, cada episodio, cada letra despertó en mi ser la necesidad de volver a él. Nunca olvidare a ese hermoso y mágico libro que me enseño el placer de leer, lo rico que se siente leer un libro. Lo que más me gusto del libro de mis amores es que me permitió con cada uno de mis sentidos saber lo que es un libro: me atrajo con su portada de colores brillantes y ese título que me atrapo de inmediato, acaparo mi atención con su entrada, su portada era tan suave y aunque no lo crean percibí su aroma y la de cada historia. Me fascino movilizar mi cerebro y todos mis sentidos para comprender el libro de mis amores. Sé que solo soy una simple mujer que siempre ha admirado a la gente que escribe, cada libro, cada vivencia, cada mito, cada historia, se que en ellos dejan su esencia, su vida, se que trascienden en su obra, dejan todo de sí, se hacen conocer ante el mundo a través de los libros y que maravilloso poder hacer que te conozcan a través de tu obra. Que conozcan tu ser, tu esencia, que puedas transmitir todo ese amor y todas esas diferentes formas de percibir la realidad y brindar aprendizaje, así como perspectivas diferentes de un mundo cambiante. Me atreví a escribir esto solo por la profunda admiración a ustedes y a su obra. Creo que sin todos los escritores que plasman vida, no habría más imaginación, más creatividad, mas personas dispuestas a vivir sus sueños, a encontrarse en las historias a cambiar su vida a partir de una historia, a enamorarse a aprender de la vida. Simplemente a soñar en las páginas de un libro y descubrir todo su potencial y más. Me encuentro ansiosa de saber que mas y mas personitas pueden descubrir la agradable sensación de tener un libro entre sus manos y sus sentidos, pensar si será la misma sensación, ese momento mágico en el que ya no quieres soltar el libro de tus amores. Tu primera experiencia con la lectura es mágica y única yo solamente puedo decir de verdad y con amor: ¡vívela!

*** 113. El Jardín de León (Erick Tejada Carbajal)

Durante el día mantenía las cortinas y ventanas cerradas, se alumbraba con luz artificial todo el tiempo, por lo cual era muy difícil hasta para él mismo distinguir entre el día y la noche. Su nariz ya tenía hasta unos puntos rojos repartidos aleatoriamente en toda su superficie, debido a su afanosa manía de olfatear los libros, no sólo los nuevos, sino también los antiguos y desvencijados. Le encantaba ir de estante en estante olfateando uno a uno sus libros, se había impuesto una rutina de que cada determinado día de la semana le

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correspondía a un específico estante, en los cuales el orden de los textos no obedecía a una clasificación en absoluto, de hecho, a León, le gustaba colocarlos al azar: cuando adquiría uno nuevo, lo posicionaba al azar en cualquier repisa, y si se confundía dicho nuevo espécimen con los más longevos, le causaba cierta inexplicable satisfacción; algunos emitían aromas raros como a extraños insectos, otros, más viejos, evidentemente reflejaban en su aroma, su antigua existencia y los nuevos desprendían un delicioso aroma a tinta y papel recién impresos. Alguna vez algún geriátrico y sabio escritor le dijo que cuando se inhalaba profundamente el aroma de un libro, algo de lo escrito por el autor se te transmitía directamente a través de esas finas moléculas de tinta y papel que emanaban de su obra. Desde que aprendió a leer había entablado una estrecha y significativa relación con los libros, su primera lectura según él recuerda, fue “La vuelta al mundo en ochenta días” de Julio Verne, rememoraba perfectamente como inició con cierto tedio y algo de desgano a desentrañar los primeros entresijos de la historia, hasta que furtivamente, se vio envuelto en una espiral irreversible, había sido amor a segunda vista, no podía soltar aquel fino ejemplar de Verne, lo acompañaba a todos lados; su madre como medida correctiva lo obligaba a irse al patio y a jugar con los niños de su edad, pero el pequeño León, cuando sus dos horas expiraban junto al terrible y agónico castigo, volvía corriendo y desesperado a su libro, y después fueron otros: “Moby Dick”, “El conde de Montecristo”, “Los miserables”, “el lobo estepario”, “el viejo y el mar”, “el abogado del diablo”, “el Siddhartha” y otros más. Finalmente después de dos años con la nariz entre los libros (ya tenía 44años de vida), era urgente que hiciese otra aparición pública, lo cual detestaba profundamente, el único aliciente para León era ver a Elisa, -seguro que iba a asistir- pensaba- mientras encendía otro endeble cigarrillo. Salía, normalmente a hacer las diligencias necesarias para su supervivencia como ser: la compra de víveres, de cigarros, de cervezas, de ropa(una vez al año puntualmente) y por supuesto de libros; no era específicamente un misántropo, de hecho su mamá lo visitaba al menos dos veces al mes(León le insistía en que la comunicación por teléfono era fluida) y acudía a reuniones familiares periódicamente, pero sin duda, su hábitat natural, era allí, en la sala de su casa, rodeado de libros, a veces leía intermitentemente de 3 o 4 libros a la vez, tenía una crónica y hasta enfermiza adicción a los libros, muchos doctores le aconsejaron a su madre precisamente el castigo antes mencionado de salir a la calle y recibir los rayos del sol de vez en cuando. Era delgado y alto y siempre usaba gafas, su vida se debatía entre el terreno de lo fantasioso y lo real, su percepción y concepto de “realidad” era muy peculiar, a veces se juraba a sí mismo que las conversaciones con algunos personajes de los libros de hecho habían ocurrido, detestaba que la gente le dijera que “siempre andaba en la luna” o que era “muy extraño”. De niño siempre odió a la escuela y las materias obligatorias, era muy común que fingiera enfermedades con el objetivo de quedarse en casa leyendo y olfateando. En medio de la sala tenía una inmensa pizarra, en donde escribía algunas cosas que él consideraba relevantes en cuanto a la temática de una novela o un cuento, pero la misma, muchas veces, dependiendo de las circunstancias, estaba cubierta de recortes de periódicos sobre noticias para León destacadas. Se acercaba la hora; no sabía ni siquiera que ponerse, aunque de todos modos sólo contaba con el mismo derruido traje color café impregnado de olor a tabaco y aquella escuálida corbata roja-ojalá esté presente ella en la ceremonia- pensó- mientras un fugaz y trastocado recuerdo de Elisa con su hermosos delantal rojo, ceñido a su torneada cintura, ordenando sus libros, se le vino a la mente entre tanto la nostalgia buscaba apoderarse de su cuerpo junto al anacrónico traje color café. 169


Francamente él prefería quedarse en su casa y entrarle al “Cándido” de Voltaire, o quizás al longevo “Fausto” edición especial que había comprado justamente en Berlín. Se quitaba y volvía a poner el deshilachado traje café una y otra vez, y la eterna batalla interna entre salir de su ecosistema biológico a enfrentar el oprobioso mundo, o quedarse en su guarida amurallada de interminables y laberínticas filas de libros, volvía a ser un terrible, fatídico e insalvable asunto para el ya no tan joven León. Finalmente, se fue a peinar de nuevo por enésima vez, se volvió a rociar de loción y se encaminó a la puerta, decidido a cruzarla sin hacer aspavientos y sin mayores dificultades; de repente, empezó a girar el gozne, la endeble muralla de madera emitió un sonoro crujido, ya estaba prácticamente afuera, sólo restaba cerrar la puerta y girar la llave, cada vez la brecha por donde observaba minuciosamente el jardín de libros se hacía más estrecha, lo iba haciendo lentamente, letárgicamente, mientras volteaba de reojo a ver para atrás; cerraba, y volvía a abrir un poco, sólo para ver que el jardín quedase en “orden”, cerró, abrió y volvió a cerrar, hasta que, en una de las aperturas, a lo lejos, logró divisar en una de las repisas superiores, una cubierta, como satinada, definitivamente era una edición especial. Desde la puerta, empinado y con genuina curiosidad, alcanzó a leer en gigantescas letras: “Rayuela”. ***

114. Detrás de un libro, una historia (Joel Bates Delgado) “El ruido de los pasos se escuchaba por toda la calle. Eran bruscos, torpes, violentos. Eso no era una simple caminata, era una huida. Un hombre corría en dirección al norte proveniente del río Probablemente eran las 11:35 de la noche, pero las calles del pueblo lucían solitarias. Aquí, las 22 horas ya eran un nuevo día…” Wenceslao, joven de 23 años, estaba de vacaciones en el pueblo de su primo. Invitado por su tío, pasaba una semana en El Solitario, pueblo situado a las faldas de la montaña, mientras encontraba algún rumbo en la vida. La universidad hacía un 1 año la terminó, pero no encontraba trabajo fácilmente (pretexto perfecto para ocultar su miedo al desprendimiento de la casa parental). “Wences” era un joven introvertido. Disfrutaba acostarse en la grama, mientras observaba el cielo, para dar rienda suelta a su imaginación acerca de lugares utópicos, animales en trajes elegantes, motocicletas de grandes motores, y algunas metas por cumplir. Inclúyase rachas de tiempo perdido. Wenceslao no podía estar quieto mucho tiempo, era curioso. Generalmente se le encontraba en la calle. No tenía muchos amigos. Simplemente disfrutaba vagar. Entonces El Solitario le sentaba perfecto. El pueblo era un pequeño lugar fácil de recorrer caminando; con su aire puro montañés y gélidas mañanas que se acaloraban en el transcurso del día para darle la bienvenida a una noche fresca. Para la población conformada por 7000 habitantes esto era para agradecer. El primo invertía el tiempo en negocios familiares; él tenía 27 años, así que llegó un momento de mutuo desentendimiento 170


con Wences. En tres días, Wenceslao recorrió todo el pueblo: La plaza central, la montaña, el río, los parques, la unidad deportiva… todo el pueblo; pero, como siempre, había una excepción. La respuesta es demasiado visible ante nuestros ojos, pero ante cualquier duda he aquí la respuesta: El lugar que Wenceslao, el joven inquieto de 23 años, no había visitado en el pueblo llamado El Solitario era: la biblioteca. La construcción, más que aburrimiento, producía miedo. Edificio viejo, colonial como el resto del pueblo, con más de un siglo de antigüedad, pues el pueblo fue un asentamiento militar del ejército español durante la guerra de Independencia. Acabada la guerra, el pueblo mexicano ocupó el asentamiento urbanizándolo. Admirable es que los habitantes de El solitario mantuvieran levantada una biblioteca, esto muestra una gran responsabilidad cultural. El edificio presentaba en su fachada una gran puerta de madera estilo Barroco, color café obscuro, de 3 metros de altura; flanqueada por un muro del color de la piedra en su estado natural. En el patio frontal una fuente rota, hacía muchos años no funcionaba. Un enorme patio trasero con viejos árboles frondosos y un verde césped adornaba la parte posterior. Curiosamente, los jardines de esta biblioteca, aún con aquel lúgubre edificio, mantenían esa peculiar viveza de los patios pueblerinos. Viveza que impedía a Wenceslao entrar al edificio lleno de sabiduría, historia, de arquitectura europea, de maravillosos secretos. La construcción ya mostraba grandes cuarteaduras y desprendimientos en algunas paredes. Adentro se mostraba muy oscura y aparentemente nunca había nadie. Las puertas siempre estaban abiertas pero, simplemente, no se mostraba circulación alguna. Al cuarto día de su estadía, Wenceslao sintió particular atracción hacia este lugar sombrío. Atracción que para él mismo resultaba bizarra. ¿Cómo era posible sentir atracción hacia todo lo que él repulsaba? Un claustro en el centro de un ágora, la paradoja a su máxima expresión. Empero, dentro de todo lo malo hay algo bueno y dentro de todo lo bueno algo malo, así resultaba esta biblioteca para Wenceslao. Era como la paja en el ojo, o la piedrita en el zapato, las cuales, una vez siendo desechadas producen gran placer de satisfacción en nuestro ser. Y esta satisfacción de la duda sentida, y la duda era el porqué era atraído hacia lo que él repulsaba, fue la motivación para introducirse al edificio. Atravesó el jardín frontal, rodeó la vieja fuente disfuncional y atravesó el umbral. El interior estaba oscuro; algunas pequeñas ventanas permitían entrar luz que se atenuaba dentro del recinto. Olía a humedad y vejez. Se escuchaba el eco producido por cada uno de sus pasos. Sorprendentemente el lugar tenía varios estantes atestados de libros pero aparentemente no había nadie. Wenceslao se estremeció. “Este lugar es macabro”, pensó, cuando súbitamente un libro cayó al piso. Wenceslao quedó estupefacto. Cuando vio que era un gatito pardo recobró el aliento. Inmediatamente se abrió una puerta lentamente y apareció ante sus ojos una figura humana, como de 1.50 metros de altura, Wenceslao sintió un escalofrío que recorrió toda su espalda quedando nuevamente paralizado y absorto en el horror. “¿Quién anda ahí?”- Preguntó una voz vieja y desconfiada. “¿Quién anda ahí?”- dijo nuevamente la voz con un tono indignado. Wenceslao balbuceó- “yo… yo…” La figura se acercó lentamente hasta Wences y dijo: “¡Oooh, pero si es un niño solamente!”. Dulces palabras que ablandaron toda rigidez corpórea y entibiaron el alma congelada de nuestro muchacho. Era una viejecilla, con la cara tan arrugada que ni su propia sonrisa permanente podía ocultarlas. ¿Y qué? Ella era feliz. Mujer de 73 años, encorvada como la letra “c” pero de rostro pícaro, el cabello blanco como la nieve, ojos rasgados, y su sonrisa… esa sonrisa permanente. “Bienvenido, bienvenido. Pasa, pasa, escoge un libro… pero recuerda: no se puede hablar en la biblioteca.” La anciana se rio pero cumplió la regla al pie de la letra. 171


Después de esta cálida bienvenida, Wenceslao recorrió el lugar y encontró un libro. No tenía nada en particular, simplemente lo tomó. Ubicó una buena mesa para hojearlo y se sentó. El libro empezaba: “El ruido de los pasos se escuchaba por toda la calle. Eran bruscos, torpes, violentos. Eso no era una simple caminata, era una huida. Un hombre corría en dirección al norte proveniente del rio. Probablemente eran las 11:35 de la noche, pero las calles del pueblo lucían solitarias. Aquí, las 22 horas ya eran un nuevo día”.

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115. La hoja en blanco (Belén Sagrario Velasco Mayoral) Cuando la vio era un punto, un punto rojo, que manchaba la blancura de la hoja. Esa hoja era el único testigo de lo que había pasado esa tarde. Dispuesto a escribir se sentó frente a la hoja. En ese rectángulo blanco, tan blanco como su mente que ahora luchaba con los recuerdos de aquel día. Ese día en que la conoció sentada en la banca del parque, tan frágil, tan sola; tan blanca como la hoja. No se detuvo cuando pasó frente a ella pero la miro de reojo, como quien observa un hueco en el piso y da la vuelta para no caer en él. Así con esa miradita la grabo en su cerebro, como quien guarda un rezo, las manos de su madre en una caricia suave; así la puso en su memoria y la recordaba allí, sentada en la banca del parque. Por muchos días fue a sentarse junto a ella con un libro bajo el brazo. Al principio sí leía, comprendía lo que las líneas decían. Después, embriagado con el olor a fresa que la muchacha desprendía, dejo de hacerlo, en vez de leer, escribía su propia historia con ella. Imaginaba los días de calor bajo las frondas de los árboles, refrescándose con agua de coco, luego descansando tendidos en el pasto del parque. Ella no lo miraba, ni siquiera volteaba, tal parecía que ni lo notaba. Un día de esos, él decidió leer en voz alta el libro que cargaba bajo el brazo. Entonces ella levanto la mano y la dirigió hacia el sonido de su voz. Él se dio cuenta que ella era ciega, entendió entonces porque nunca lo veía, porque ni siquiera volteaba la cara cuando él llegaba a la cita de todos los días. En ese momento ella le dijo que se llamaba Alondra, él Román. Al día siguiente, se volvieron a encontrar, él llevaba otro libro, un libro de poemas para recitarlos a su pajarillo, a su Alondra. A ella le gustaron, amaba la poesía porque la hacía olvidar su ceguera, su oscura realidad. Así pasaron los meses, fueron leyendo libro tras libro, él leía las fantasías de Verne, a ella le gustaba más la poesía de Storni, de Belli,

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de Neruda; y le pedía a Román que de vez en vez le recitara poemas. Así lo hizo hasta que un día fresco de otoño él le pidió matrimonio; ella le dijo que sí. Se casaron y la vida del parque se traslado a la casa. Ahí ella aprendió a moverse, a limpiar la casa, a salir a la calle a hacer algunas compras. Por la tarde él regresaba con comida y mientras comían, él leía. Hasta el momento sus lecturas eran de poesía, novela y a veces hasta el periódico. Pero una tarde al regresar a casa encontró un libro tirado en la calle, lo levanto y siguió su camino. Al llegar a casa lo observo, eran los cuentos de amor locura y muerte de Horacio Quiroga. Hasta el momento un autor desconocido para él. No le dijo nada a Alondra, prefirió guardar para él esas lecturas. Con ese título pensó que desequilibraba el tenor de lo que antes había leído. Por una semana no quiso leer otra cosa que no fueran los cuentos de Quiroga. Ella nada reprochaba, tal vez estaría cansado así que lo dejo en paz. No pidió ni siquiera un verso de Amado Nervo, ni unas líneas de Carlos Fuentes, ni un punto ni una coma, lo dejó así, otra vez inmerso en su mundo de letras, tal vez mañana o después le leería algo. Pero esa tarde, cuando el regreso de trabajar lo sintió extraño, ella no veía, pero lo conocía perfectamente, el sonido de sus pasos le adelantaba su estado de ánimo. Esa tarde, él regresó intranquilo, nervioso; un poco enojado. Nada le dijo, él se encerró en el estudio, abrió el libro de Quiroga y la llamo. Ella se acerco a él, le tomo del brazo y no dijo más. Esa fue la última lectura, esa fue la última palabra. Ella llamo a la policía, Ellos se llevaron la hoja, esa hoja que antes del alfiler en el pecho de Román era blanca. Alondra nunca supo qué orillo a su esposo a cometer esa locura, ella nunca conoció los cuentos de amor, locura y muerte que él vivió. *** 116. Leyenda (Antonio César Libonati) Cuenta la leyenda que antes de que San Ambrosio descubriera la lectura sin voz sólo se leía en voz alta y con luz natural. Ya existían por esos tiempos candiles y velámenes pero la recitación nocturna hubiese perturbado el sueño del convento. Andaban los monjes durante el día recitando, no sin cierta vanidad, lo que miraban en esos largos rollos que arrastraban de sus manos hasta el piso, ante el oído asombrado de los analfabetos. Ambrosio, con su método de lectura silenciosa, podía leer con la luz artificial, durante la noche, sin molestar el descanso de los monjes, pero le costaba maniobrar a la vez, la vela y los inmensos rollos escritos, por lo que recurrió a los servicios de Fray Lucas, que fue quien comenzó con el luego famoso oficio de “tener la vela”. Sin embargo, a Fray Lucas, jardinero del convento y hombre de vida plácida, le costaba acompañar la energía lectora de Ambrosio hasta más allá de la medianoche y madrugar al otro día. Aguzado su modesto ingenio por la intensa necesidad de descanso, una tarde, con una tijera podadora, cortó por la transversal en cien trozos iguales un largo rollo y luego cosió los pedazos por su costado izquierdo, con lianas de la enredadera de la hiedra.

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Luego de algunas pruebas, San Ambrosio aprendió a portar la vela por sí mismo y a tener en la otra mano el objeto legible. También lo depositaba sobre la mesa, con lo que podía dar vuelta las hojas o folios fácilmente, ya que de pie, debía voltearlos con la barbilla. El sencillo objeto creado liberó a Fray Lucas, el jardinero, de su pesada carga, lo hizo “libre”. De común acuerdo con Ambrosio lo bautizaron “libro”, que viene de “libre”, de “libertad”. ***

117. El señor del carrito (Isabel Alonso González)

Vi pasar al señor con su carrito como todas las mañanas. Alto pero agazapado al caminar, con el cabello largo, enmarañado y atado, de ropas ligeras y descocidas. Andaba por la calle como si estuviera recorriendo los pasillos de algún shopping, miraba, buscaba, paraba, tocaba y elegía. Su carrito estaba lleno siempre. Yo lo observaba cada día realizar la misma tarea rutinaria, un día por una calle y otro día, según horario, por otra. Siempre el carro repleto. Pero hoy mi mirada pasó de espiar su rutina a examinar con disimulo la carga de su carro. Llevaba, empujando, uno de esos carritos de supermercado, con una bolsa transparente que le colgaba a un costado. A través de él podía verse parte de la carga: algunas latas, papeles varios, cartones, ropa vieja, unos recipientes de helado que no sé que contendrían y una pila de libros. Me asombré, pero pensé enseguida que los juntaría como papeles para luego venderlos como tal. En eso, el hombre se aleja del carro para ir hacia un contenedor que estaba en la vereda de enfrente. Aproveché a ver qué clase de libros tenía. ¡Y nada despreciable era esa pila! Para mi regocijo se encontraba en ella un volumen de Metafísica: 4 en 1 de Conny Méndez. No conocía a la autora pero metafísica era sobre lo que yo estaba interesándome y buscando material de lectura. Esperé a que el señor volviera y con mucho atrevimiento le comenté que había visto sin querer la pila de libros que poseía, y le pregunté amablemente si me vendería uno de ellos. No esperé a que me respondiera, me acerqué presurosa al carro, me agaché para mirar detenidamente la pila. Mi intención era descubrir algún otro ejemplar que me agradara y ofrecerle su compra. Encontré un libro de Osho. Entonces le pedí que me diera un precio razonable por ambos. Se negó. Me dijo: ¡Son mis libros! A lo que le pregunté si él los leía, –claro, me dice. En mis labios se formó una sonrisa. 174


Me mira con cara de suficiencia. Y yo le pido disculpas, le doy las gracias y le digo adiós. Caminé unos pasos y siento que me grita: ¡Señora!, espere. Viene con un libro en la mano, lo sabía, pensé. Necesita el dinero, me dije. Se acerca y me da el libro de Metafísica. Se lo presto, me dice, cuando lo termine, en unos días, me lo devuelve, siempre ando por acá. ***

118. Anti-ilusión (Jairo Hernández) Fue una tragedia, como la invención del motor para el medio ambiente o del celular para los deudores. Todo comenzó cuando unos investigadores descubrieron que el ilusionarse, imaginar o simplemente soñar despierto, gastaba más energía corporal que cualquier proceso mental, por lo cual las personas que lo hacían tenían que consumir más alimentos. En el momento en que producir víveres era tan difícil y en una lógica como la consumista dónde no se puede instalar un control a la natalidad por el hecho de disminuir las ventas, era prácticamente intolerable permitirle a la gente esta libertad. Así que se modificaron algunos derechos y mundialmente se instauró la prohibición al soñar, ilusionarse o imaginar. Era injusto que esta prohibición no abarcara a todo el mundo, los publicistas y diseñadores gráficos por estar directamente ligados con el consumo, podían ejercer libremente su labor de imaginar, al igual que los productores televisivos, medio utilizado para que la gente no se ilusionara. En contraste los artistas fueron los primeros en ser atacados y así los escritores se convirtieron en terroristas, que obligaban a las personas a entrar en sus cabezas y sentir nuevos mundos, los pintores fueron atacados como ladrones que le robaban a los sueños imágenes, para transponerlas en la realidad, los músicos por un momento fueron aceptados, pero luego al descubrir que la música le otorgaba a los infelices que la escuchaban un momento de alegría en el que su mente viajaba a lugares distantes donde la realidad era menos fría; la música se convirtió en algo inaceptable y los intérpretes de cualquier género musical fueron perseguidos como asesinos del tratado de la no imaginación. De este modo se estableció el impero de la anti-ilusión, donde lo que desde tiempos inmemorables nacía con el ser humano y este lo podía usar libremente, se dosificó y se convirtió en privilegio de unos pocos y en todas partes se veía letreros de se busca a William Ospina o a Eduardo Galeano o a Mario Vargas Llosa o a Gabriel García Márquez por el delito de uso de la imaginación agravado , se busca a Catalina García y su grupo de delincuentes Moseiur Periné o a Eddie Vedder y su banda Pearl Jam o a Dave Ghrol y su grupo terrorista foo fighters por el delito de creación indiscriminada de música y concierto para crear. Pasaron muchos años y poco a poco los que se resistían a dejar de crear, de sentir o de soñar fueron desapareciendo, el imperio se volvió totalmente intolerable y cualquier persona que imaginara era atacada sin importar su edad o si tenía una enfermedad mental. 175


Son innumerables locos que fueron masacrados puesto que sus delirios significaban una fuga insoportable para el sistema: esquizofrénicos y paranoicos condenados a la cámara de gas, los maniacos a la silla eléctrica, los hipocondriacos a la inyección letal etc. los únicos que no fueron ejecutados fueron las personas deprimidas, que en un mundo donde no es posible escapar de la realidad optaban por suicidarse, la tasa de suicidio se elevo como las ganancias de las compañías que aprovecharon la ausencia de la imaginación para llenar a la gente de productos inútiles, casi un 90 %. Poseer un libro o CD o DVD era peor que tener drogas y las obras de José Saramago, Neruda o Benedetti eran consumidas por el fuego como los cigarrillos y la marihuana, las disqueras cerraron y los edificios de las editoriales se mantenían en pie, pero vacios cómo símbolos de la omnipotente opresión. A los 50 años de empezar esta barbaridad surgió un grupo guerrillero llamado Terroartistas el cual promovía el uso de la imaginación libremente, empezaron a reimprimir de manera clandestina sus obras y las de autores que habían sido condenados al olvido, volvieron a crear música, retomaron la pintura y la fotografía y la gente empezó a explorar de nuevo su mente. Pero la situación empeoró, el imperio no permitiría que se perdiera el territorio ganado y la opresión se llevo a su máximo punto de violencia y barbaridad, se requisaba a cualquier persona en la calle y si esta portaba un libro era fusilada en el mismo sitio, cualquiera que cantara en el bus o en la acera era llevado a un campo de concentración donde era torturado y asesinado. Mas los soldados del grupo terroartista no disminuían por el contrario cada día más y más personas se sumaban a la causa. Se decretó la guerra imaginaria, que no tenía nada de irreal, sino se buscaba el dominio de la capacidad de imaginar. El grupo fue ganando más terreno y el imperio se empezó a derrumbar, pero algo extraño y fascinante sucedió, de un momento a otro muchas personas empezaron a soñar, a ver el mundo en su mente a cerrar los ojos y estar en diferentes lugares, la energía fue tanta que se quebró la realidad, el cielo se volvió de varios colores, emergían seres multiformes, las cosas se duplicaban con el sólo hecho de desearlo, en todo el mundo la música era el sonido de la naturaleza, los libros volaban por el aire para ser capturados y leídos y luego volver a emprender el vuelo, la gente se cruzaba en la calle con un ser igual a ellos que los hacía dudar si ellos eran reales o eran un sueño. Los restos del imperio deseaban volver a tomar el control, gritaban al viento que enfrentábamos el apocalipsis, que la única solución era cerrar las puertas de la mente y la imaginación para siempre. Todos recordaban la monotonía de los días grises: el despertador, la ducha, el bus, el trabajo, el almuerzo, el trabajo, el bus, la casa, la cena, la televisión, la cama. Fue una decisión unánime cerrar las puertas de la realidad y vivir en un mundo donde todo es posible. Y aquí estoy escribiendo esta historia al lado de un Minotauro que me reta a cruzar un laberinto donde encontraré un templo sin dios en el cual me espera la mujer que he soñado para sólo estar juntos, para hacer chocar los planetas a nuestro antojo y volverlos a crear, jugar a ser dioses en ese templo que reclamaremos como nuestro, hasta que la muerte me halle, ella es lo único que no ha cambiado. ***

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119. El peligro de las historias que andan libres (Lucho Lopez) Preciosa me recibió sentada donde no debía, pero podía. Me recibió sin proponérselo. Su energía llenaba el lugar. Sus manos sostenían un libro que leía entre los momentos que, obligada por el cansancio del día, dormitaba serena. Cuando dormía me contagiaba la calma que irradiaba su cabeza apoyada en el hombro, los ojos cerrados y la respiración tranquila. Busqué llenar mis manos con algo, acciones chiquitas que me permitan disimular sin dejar de prestarle atención. Luego, sin proponérmelo conscientemente, nuestras miradas se cruzaron por unos segundos. La sensación fue de plenitud. Sus oscuros manjares me transmitieron la bellísima sensación de estar vivo. Las piernas me temblaron y la panza me hizo cosquillas. Después seguimos viajando. Pensé que aquel ejemplar que ella había elegido para leer podría servirme para empezar la conversación, sin saber que en realidad se sucedían sus acontecimientos a medida que lo leía. Mientras tanto cada uno seguía en su individualidad, aunque conectados de alguna forma. Momentos más tarde, volvimos a encontrar nuestros ojos y no pude evitar soltar una sonrisa. Algo había en ella que me movilizaba. Me corrió la mirada, quién sabe por qué. Habrá sido por miedo, o quizás por timidez. Me niego a pensar que por desinterés. Podía sentir en el aire una dulzura que no saboreaba hacía tiempo (quizás nunca). Sospeché que sus labios fueran traídos de un cuento de hadas sin saber que eran, de hecho, de aquel mismo que ella llevaba en sus manos. Su mirada lograba atravesarme como una flecha y hacer temblar mi cuerpo. Quise evitar sentarme para poder seguir apreciándola, para no perder la conexión. Pero cuando no hubo más gente a la que convidar asientos me quedé sin excusas. Entonces pensé (me refugié en la excusa) que no era un buen momento para relacionarme demasiado con nadie y abandoné la idea, junto con el interés por aquel libro sin saber qué, comandado por las líneas que su lectura iba descubriendo, fui manejado a voluntad y sin demorar me iba a ver pensando en formas de novelas para abordarla, de aquellas que sólo se ven en las películas. Aquel hechizo encantado conducía mis acciones. Todo lo que yo hiciera, pensara o sintiera estaba escrito ahí. Finalmente, llegó el momento de bajar. Intenté caminar hacia la puerta sin mirar atrás aunque, como era de esperarse, acabé rindiéndome para atravesar un momento de hermosa euforia: Nuestras miradas volvieron a cruzarse en un ternísimo saludo final (esta vez sin titubear), mis ojos miraban los de ella y ella miraba fijamente los míos. Nuestras bocas sonrieron mientras mi corazón palpitaba como si corriera. Sentí como si estuviera a punto de explotar. Frotaba mi cara con las manos, no sabiendo cómo actuar. Mis gestos de timidez la divirtieron. Era como si nos conociésemos desde siempre. Un mar de sensaciones me recorría: Parecía como volver a la niñez, a las primeras veces, a la inocencia de los besos infantiles y quién sabe a cuántas cosas más. Finalmente acepté que sería sólo una inolvidable fantasía y me bajé. Todavía imagino que aparece corriendo buscándome, como en las películas, cuando ya estaba en la calle. ¿Quién sería esa maravilla hecha niña que logró conmoverme sin hablar? Mil historias imaginaré con ella. A ella escribiré el libro que leerá cuándo nos encontremos.

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Ahora lo sé. No ha sido objeto de su brujería, mas fueron mis propias palabras las que llevaba en ese papel y fueron creando el momento a medida que ella leía. ***

120. Cuentos sin terminar (Damián Uliassi) Daniel era de esos tipos que son buenos tipos. Hijo de padre fugitivo y madre mártir, vivía sus días con la humildad como emblema. Le había tocado una de esas vidas en subida, bien propias de los luchadores empedernidos. Recuerdo que lo conocí en el jardín de infantes y luego volvimos a cruzar caminos en séptimo grado. Alumno aplicado si los había, un siete en un examen más de una vez le produjo lágrimas que solo percibían los más observadores; él siempre buscaba más. Callado, introvertido, misterioso, solía cruzarlo siempre por la calle porque éramos vecinos. En la postal del barrio jamás faltaba su madre yendo o viniendo en su bicicleta cargando con desamores y frustraciones, pero siempre firme, dispuesta a llevar el pan a la casa, para mantener a Daniel y a su pequeña hermana. Nunca voy a olvidar aquella tarde de verano en la que pasamos por su casa para invitarlo a ir a la pileta, era la primera vez que lo hacíamos y su sorpresa fue instantánea al vernos en su puerta. Rápidamente aceptó, pero luego se lo notó dubitativo, intentando ocultar lo que después trataría de explicar a pesar de su vergüenza: no tenía plata para pagar la entrada al club. Le dijimos que no se hiciera problema, que nosotros le prestaríamos, y enseguida sacó su vieja Gracielita para partir con nosotros, pedaleando al compás de las monedas en el bolsillo. En vez de mochila tenía una bolsa de nylon, en vez de toallón tenía una toalla chiquita, pero sus ganas de pasarla bien eran tan enormes como las nuestras, y lo demás no importaba. No conocía mucho de él, más que sus silencios, su soledad y su dedicación. Supe también, que durante esos días Daniel había empezado a escribir un cuento en su computadora, y que estaba muy contento haciéndolo. Pero no mucho más. Aquel extraño febrero lo encontró, como siempre, ayudando a su madre. Mientras ella no estaba, el hacía una torta para festejar su cumpleaños a la noche, en familia. Recuerdo a mi mamá comentándome que lo había encontrado esa mañana en el almacén de la esquina comprando quince velas. Todo estaba listo para la velada con su madre y su hermana. Había cocinado y ordenado su casa. Mientras la niña jugaba en la vereda, él se preocupaba por limpiar el piso: todo tenía que estar intacto para cuando su mamá llegara de trabajar. Secador en mano, mojó un trapo y se puso a fregar. Un segundo violento, un error, agua y electricidad. Su cuerpo se convirtió en infierno y el corazón no le resistió. Su hermanita entró a la casa, lo vio tendido en el suelo y le avisó rápidamente a su vecino que Daniel "se había quedado dormido en el piso".

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Solamente él sabe que pasó. Su madre se bajó de la bici, y a partir de allí nunca nada fue igual. A la mañana siguiente mi mamá me despertó con la triste noticia, y no lo pude creer, la muerte era algo demasiado lejano y extraño teniendo quince años. Recuerdo que entre sus compañeros de curso se organizó una colecta para cubrir los gastos del sepelio. Yo no fui a despedirlo, jamás pude soportar los velorios, y menos, las injusticias. Suelo pasar por el frente de su casa, caminando lento, pensando en lo cíclico de esta vida, en ser luz entre dos oscuridades, en nacer y morir el mismo día, en vivir entre dos febreros. A veces veo a su madre pedaleando firme contra el viento, contra la vida, como siempre lo hizo y no puedo evitar suspirar. Cada vez que miro su puerta me cuestiono si la bondad no cabe en este mundo, si la muerte es tan caprichosa como parece o si simplemente la desgracia llega porque si. Intento espiar por la ventana, con disimulo, buscando esos cuentos que se habían empezado a escribir, indignado por la tragedia que significa que queden por la mitad, y me pregunto, impotente, como hubieran seguido... Me gustaría, si es posible, y si finalmente este relato queda en el libro, que apareciese la dirección de mi blog ya que me ayudaría muchísimo a difundir mis escritos. Igualmente, si no se puede, no hay problema. La idea me parece muy buena. Un abrazo.

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121. Entre páginas y sábanas (Alejandra Gálvez Bates) Medianoche. María abre en la página 74. El calor regresa a su habitación. Son las 7:45, Javier la toma por la cintura. ¡Dios! como lo extrañó. La música comienza. Tango. Javier recorre con su mano desde su muslo hasta su espalda, siente su aliento en la nuca y se vuelve loca pero lo disimula, se da vuelta y lo mira con ojos desafiantes, ella camina hacia atrás, lo tiene de la camisa, lo jala, despacio, hacia el centro de la pista, la luz es tenue, las demás miradas esperan expectantes. La música los envuelve. Comienza la batalla de cuerpos. Javier sabe moverse, y moverla a ella, la mueve de muchas maneras como ningún otro hombre lo había hecho antes, puede sentir sus brazos alrededor de ella, tanta fuerza; dan vuelta, los pasos son firmes pero a la vez son tan sutiles, como un buen tango sensual. Por un momento ella cree que tiene el control, él es suyo, lo envuelve en sus piernas, en su perfume, pero no, él le da media vuelta, la tiene por atrás, va descendiendo poco a poco al ritmo de la música, lo siente en la parte baja de su espalda, siente sus labios tan cerca de su piel, tiene un vestido con un escote demasiado provocativo, su espalda está completamente descubierta, jamás imaginó mostrarse así, tan expuesta tan vulnerable y a la vez tan sensual… tan mujer, en otra vida no se hubiera atrevido a si quiera mirarlo, esta noche se lo ha puesto especialmente para Javier.

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¿Hola? ¿Qué quieres Raúl? Ahora no, estoy ocupada, ¿te das cuenta que es media noche? No, no puedo ¿podemos hablar mañana? ¡que no!... Mierda. Respira, se tranquiliza, pone la mano sobre la cubierta del libro, cierra los ojos, sonríe, lo toma de nuevo, lo abre… Javier la mira, ahora la reta, sonríe, le tiende la mano, ella la toma y se deja llevar. Pero lo suelta, lo empuja, le entierra las uñas y Javier sufre, pero sólo un poco, ahora ríe, toma las manos de ella y las pone detrás de su cuello, están cara a cara, la toma de la cintura, baja las manos, peligrosamente a partes que no debería tocar; ella se pone nerviosa, emocionada también. Él se detiene. La suelta, le da vuelta, ella se separa, lo espera, el viene hacia ella, le da una vuelta, dos, tres, parece que se va a caer, pero la toma fuerte, cae, pero no es caída libre, queda a 5 centímetros del piso, y él a dos centímetros de su cara, la va a besar, está a punto. ¿A dónde te vas tanto bonita? Pregunta en lugar del tan esperado beso. Se ponen de pie, la gente aún espera el beso. Comienza otra canción. Aquí estoy. Se mueven hacia un rincón del salón, ella puede ver el sudor caer de la frente de Javier, se le antoja aún más. Ya, pero no te vuelvas a ir. Cierra el libro, es extraño, siente que Javier le habla a ella, a María, es absurdo, pero al mismo tiempo desearía que fuera verdad. María siempre amó los libros, las historias, los personajes. Los consideraba familia, dependiendo del libro que estuviera leyendo, algunas veces los consideraba amantes, y ¡cuántos amantes! Sonrojada mira el libro, siente que ya extraña a Javier, se ríe de lo absurdo que suena eso. Mejor abre el libro de nuevo. Un capítulo más y me duermo, piensa. El aire es caliente pero de una forma envolvente, no desearía estar en otro lugar, bueno, tal vez en los brazos de Javier. Quisiera bailar contigo toda la noche, le confiesa a Javier. ¿Qué te detiene? Le contesta él. Supongo que nada. Vamos entonces, bonita. Y bailan, se roban la pista. Fue construida para ellos. La música es la correcta, el acompañante sólo el mejor. Es un paraíso. El cuerpo lo sabe, se deja llevar, de nuevo, una y otra vez, los pies vuelan se mueven, abrazan las piernas de Javier, las manos se tensan, se entrelazan los dedos de ella con los dedos de él, las miradas son tan intensas casi como la música. No paran, no quieren, es un baile casi obsceno, erótico, todos lo disfrutan, es algo de lo que nadie puede escapar, ellos dos ¡cómo prenden! se prenden, no hay quien los detenga ni quiera detenerlos, es uno de esos momentos en los que nadie reacciona, nadie se mueve, sólo ellos dos. Solos. Javier sabe que la tiene y ella sólo se deja, lo deja ser. Ya no lo reta, más bien se reta a ella misma a aguantar más y más, las vueltas, los jaloneos, las manos, su cuello, el sudor, el calor… el deseo. Dios mío, no puede ser, son las dos de la madrugada, qué me pasa con este libro ¡con este hombre! Tengo que dormir, no es posible que detenga mi vida por un libro… ¿O sí? María no podía dormir, daba vueltas y vueltas en su cama, deseando que esas vueltas las diera con Javier entre sus mismas sábanas. ¡Es una locura! Pero lo que daría porque fuera realidad. Me estoy volviendo loca. María se estaba volviendo loca. Espero soñar con él, si no puedo leerlo todo el tiempo, al menos espero me visite en mis sueños...

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Hola María, bonita, te he tenido que venir a buscar ahora yo. ¿Javier? Pero ¿Cómo es posible esto? Tú eres sólo un personaje más de uno de mis libros, esto es demasiado irreal ¡Es una locura! Estamos en tu sueño, tú mandas, si quieres me voy. ¡No! ¡No me dejes por favor! María no se despertó jamás, decidió que si no podía vivir leyendo ininterrumpidamente, prefería no vivir en absoluto, extrañaría a sus libros más que a nada, eran lo que la mantenía despierta hacia la vida. Ahora Javier la mantenía viva, en el mejor de sus sueños, para continuar su propia historia, con la esperanza de que alguien escribiera sobre papel lo que ella no pudo relatar mientras vivió.

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122. De duendes, reinos y utopías (Jesús Alberto García Chávez)

Hace aproximadamente veinte días que duermo poco, nada leo y como mucho (nada mejor que la angustia para estimular el apetito). Y es que sigo sin entender por qué a mis hijos no le agradan las historias que cada noche les relato, tarea que me impuse tratando de cumplir con los mandamientos del manual del buen padre, más allá de ser un agradable remedio somnífero. No me repongo aún del reclamo airado de Leslie mi hija: "Papá, es que no te sabes cuentos bonitos como los que nos lee Mamá", para mí eso es un gran problema, y no se trata de egoísmo, egolatría o envidia malsana, pero a Elena (mi esposa) la empiezo a odiar. Ante tal adversidad he urdido todo un plan estratégico para recobrar el interés de mis niños por mis lecturas: a) revisar toda la literatura infantil que Elena celosamente guarda en su escritorio de trabajo. b) escuchar pacientemente esas historias aburridas y desabridas de duendes, princesas y reinos no solo lejanos, sino muy estúpidos cargados de una sobredosis de ideología monárquica... ¡ah como me encabrona Elena! c) revisar minuciosamente las historias que les cuento a mi hijo y a mi princesa... ¿princesa dije? ¡ay Elena!, que peligrosamente persuasiva está resultando tu influencia. Cumpliendo con el plan a, esperaba descubrir una bibliografía sorprendente y deslumbrante, de autores con merecimientos de que la academia sueca los tenga en la mira, pero no, no encuentro nada que me deje, ya no digamos pasmado, sino medianamente interesado. Quiero aclarar que mi juicio no se vio afectado por prejuicios ni animadversiones en contra de ella, pero ¡que basura de literatura la de Elena! Acto seguido escuchaba a través de la pared y/o de la puerta todas las noches, bueno en realidad fueron solo dos, mi paciencia y mi enojo me rebasaron. Esperaba descubrir una faceta y habilidad de Elena nunca revelada, en cinco años de vivir con ella o al menos descubrir un secreto lo suficientemente contundente para rendirme a ella y brindarle mis 181


más honestas reverencias. Pero no, su lectura y oratoria estaba plagada de lugares comunes de historias estandarizadas de princesas, hechiceras, de reyes buenos y lacayos malos y príncipes azules, ¡hagan el chingado favor! Disculpen el exabrupto, pero eso si calienta. Digo, ya es suficiente que las ranitas, las tortugas y toda la fauna hablen, pero venir a contarles a mis hijos historias donde los villanos sean ogros y brujas inexistentes, además de los desarrapados plebeyos, y que los héroes resulten estéticos e higiénicos reyes y príncipes… y además azules, ¡eso se torna intolerable! Por último revisé minuciosamente y sin concesiones ni subjetividades, lo que ofrecía a mis pequeños. Debo aceptar que mi colección de libros infantiles no son actuales, ni comunes ni de nuestro país, libros infantiles que las embajadas chinas y soviéticas regalaban a quien lo pidiera, de esa manera pretendían extender los valores socialistas a los países de habla hispana. , esos ejemplares son parte de la herencia cultural de mis padres, viejos militantes del Partido Comunista Mexicano… En este punto de mi relato, seguramente algunos de mis interlocutores verán interminables signos de interrogación, se preguntarán ¿los monstruosos comunistas haciendo cuentos para niños? ¿Con contenido de valores socialistas? ¿En esos relatos los héroes no eran príncipes ni reyes, sino camaradas rojos come niños? Y se volverán Elenistas y mandarán al diablo a quien esto escribe. Lo entiendo, pero mi comprensión no me aparta de este conflicto existencial en el que estoy hundido. Ya hasta mi estima a Marx, Lenin y Mao se ve mermada, ¡pinche Elena, lo que has hecho con tus ideas reaccionarias! Digo que me encuentro en un problema existencial que ni leyendo a Freud logro entender, es más, leerlo me agudizo este terrible problema, Pues mis padres (trasnochados revolucionarios, "leales a sus principios" dirán ellos) al sorprenderme leyendo Principios del Psicoanálisis, saltaron, cual pacientes bipolares, de un estado sereno y ecuánime a uno alterado y desarticulados en sus reclamos "te hemos dicho muchas veces que Freud es un reaccionario, misógino y machista. ¡Cómo te atreves a leerlo!", para enseguida darme una lista alternativa y extensa de autores "consecuentes y clasistas". Como supondrán, la confusión "como extraños microbios venidos de otras galaxias", parafraseando al indispensable Rockdrigo (Si, el mismo que se murió de un pasón de cemento en 1985), ha permeado terriblemente en mi atmósfera. Pero como puedes hundirte en un inexistente problema, si solo se trata de cuentos infantiles de duendes, reinos y fauna parlanchina, dirán ustedes. ¡Ni madres! digo yo, es cuestión de principios y de valores, más adelante la vida a mis niños se les mostrará tal cual, no en forma de entretenido relato, tampoco impreso en brillante y colorido papel, no, a la realidad no se dan esas sutilezas. Y se dará cuenta con pesar y añorando su niñez, que: los reinados son una aberración que se ejerce de forma hereditaria y vitalicia sin consultar a "sus plebeyos" (la plebe, pues); el glamour y el dispendio de la realeza es humillante y lacerante para la hambruna que viven miles de millones en el planeta, niños una gran parte de ellos. Al igual que Elena, estoy seguro que algunos de ustedes me señalarán una larga lista de argumentos en contra de los autores de obras infantiles de ideología utópica y "progresista". Me arriesgo a que mis niños cuando crezcan, la echen a la basura o al olvido, no importa, me quedo con la fabulosa y transgresora utopía. A ti Elena, solo puedo decirte: ¡dejaste de ser mi reina!

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*** 123. De tapas azul brillante y título dorado (Nidia Santos - México) Todavía olía a nuevo, con ese olor a tinta y papel que quienes aman los libros conocen tan bien. Había sido un proceso complicado y algo doloroso pero el resultado final le gustaba. Tenía pastas duras de un brillante color azul, con unos adornos dorados debajo de su título. Estaba lleno de palabras, esos símbolos nacidos de la necesidad imperiosa de atrapar los sonidos y plasmarlos en papel. Palabras que puestas unas tras otras formaban imágenes y pensamientos. Era como una magia maravillosa que convierte lo intangible en algo que se puede ver, tocar y hasta oler. Y así fue como su gran día lo encontró en ese estante de la librería, bien formadito entre más libros esperando que su destino fuera decidido. Y el momento llegó. Unas manos toscas lo tomaron del estante y se lo entregaron a su vez a otras manos adultas, que lo intercambiaron por unos billetes. Y así fue como en ese día de verano emprendió su camino rumbo a lo desconocido. Él estaba listo para cumplir su cometido, para brindar al dueño de aquellas manos fuertes toda la magia de sus palabras. Pero cuál no sería su sorpresa que cuando le pareció llegar al que sería su hogar, esas manos no lo pusieron en un librero ni en una mesita de noche, esperando su turno para ser leído. Esas manos se lo dieron a unas manitas pequeñas, que sólo tenían ocho años de sostener y de tocar, de cargar y de empujar, de abrazar y de acariciar. No, él nunca pensó que había nacido para las manos de un niño. Unas manos con un poco de tierra y con una pequeña herida resultado de una imaginaria batalla. Él pensaba que su destino serían unas manos fuertes que supieran apreciar y entender sus palabras. Unas manos que lo sostuvieran con firmeza y lo hojearan con decisión. Pero ahora, esas manitas lo llevaron debajo de un árbol y con torpeza lo abrieron. Sintió un dedito que lo presionaba a lo largo de sus líneas y escuchó una vocecita que leía sus palabras. Y en ese momento, al escuchar ese sonido limpio y cristalino comprendió que su magia era para todos. No era como él había imaginado, pero la sensación le gustó. Al poco tiempo lo pusieron en un estante junto a unos soldaditos y una pelota. Llegó a sentirse un poco celoso, porque parecía que esos juguetes tenían preferencia sobre él. Pero de vez en cuando, las manitas lo tomaban y lo seguían leyendo. Las páginas avanzaban y llegó a sentirse a gusto con esas manitas, que sin saber bien cómo ni cuándo iban cambiando cada vez. Un día, los soldaditos y la pelota desparecieron, y otros libros fueron ahora sus compañeros. Las manos eran ahora más fuertes, más firmes. Y la vocecita era ahora más grave y profunda. Una mañana lo pusieron en una maleta y lo llevaron a un viaje que terminó en una habitación con otros libros y con otras sensaciones. Las manos ahora tenían muchos libros que sostener, muchas palabras que aprender, muchas ideas que entender. Pero no todo era estudio, esas manos también conocieron en ese lugar el dulce toque de las manos de una mujer. Hicieron tareas, cortaron rosas, contestaron exámenes y al final, sostuvieron un 183


diploma. Y él vivió todo eso, porque en ocasiones las manos lo tomaban y lo llevaban a un jardín donde una mirada lo recorría una y otra vez. A veces, las manos dejaban de hojear y lo abrazaban, como si todas las palabras que él tenía pudieran calmar ese corazón. Un día, lo volvieron a poner en una maleta y lo llevaron a un apartamento sencillo. Lo pusieron junto con los demás libros en un estante. Era como si él fuera igual que los otros libros, y eso lo entristeció. Él, que tenía todas sus palabras siempre listas para regalar incontables sensaciones, se sintió olvidado. Ya lo leían poco, sólo una que otra vez lo sacaban de su estante y rápido lo volvían a poner allí. Era como si las manos tuvieran prisa, como si el tiempo fuera ahora para dedicarlo a otras cosas más importantes. Después de un tiempo, lo llevaron a vivir a una casa donde había una biblioteca. Y lo pusieron allí, en un librero. Ahora rara vez lo sostenían esas manos que él conocía tan bien, que ahora eran grandes y recias. Pronto se dio cuenta que en esa casa vivía una mujer. A veces parecía que venía por él, pero sólo le quitaba el polvo y alguna pequeña telaraña. Ella nunca lo sostuvo. Nunca se maravilló del color de su tapa, ni de la magia de sus palabras, sólo parecía ocuparse de unos niños que corrían y jugaban cerca de él. Y en ese devenir de la vida, pasaron los años. El azul de su tapa ya no era tan brillante y el dorado de su título estaba ya descolorido. Sus páginas ya no eran tan blancas ni su tinta negra tan negra. Y ese olor a nuevo, hace mucho que se había convertido poco a poco en un olor a libro viejo. Pero sus palabras seguían allí, una tras otra como desde el principio. Su magia no se había desvanecido y su espíritu seguía siendo el mismo. Las manos ya no lo tomaban. Eran ahora unas manos viejas y con arrugas, con unas manchas que parecían tener grabadas todas las vivencias que habían enfrentado y disfrutado. Él pensaba que había vivido ya todo lo que le tocaría vivir, hasta una tarde en que las manos viejas y ya temblorosas lo tomaron. Esta vez en lugar de abrirlo se inclinaron y se lo regalaron a unas manitas pequeñas. Esas manitas lo llevaron al jardín y con su dedito presionaron debajo de sus líneas y su vocecita clara y cristalina se escuchó. Esa noche durmió al lado de unos soldaditos y una pelota.

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124. El libro de una vida (Deli Cubas - Honduras)

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El libro empezó a llenarse de letras y vida desde hacía muchos años atrás, hecho de hojas de la vida, de cada sonrisa, cada lágrima, escribir era un placer cuando por los dedos se escapaban las sensaciones una a una, cuando el brillo de los ojos acompañaba cada tilde, cada coma, cada punto, cada palabra. Comenzó siendo diversión, quiso inventar trozos de aquí y de allá, pero no lo conseguía, cada pedazo de su ser estaba íntegramente transcrito en cada renglón, alucinó tener un gran amor, tenerlo todo, la entrega total, la más grande historia de amor, subió al cielo con él, vivió creyéndolo así un par de vidas, vividas en años, aunque su rostro nunca se lo creyó, lo que escribía era tan hermoso que podría haber enamorado a cualquiera con solo leerlo, escribió de la dulzura de las tardes a su lado de sus musas, el aroma de su cabello, miradas que lo iluminaban todo y lo transportaban a lugares desconocidos, de los cuales no hubiese querido regresar, labios que atraían e invitaban a la sutil e irresistible seducción como pocas cosas en la vida, la tersura de la piel, caricias compartidas, el amor que desbordaba cada poro de sus cuerpos, sus almas casi gemelas se necesitaban una a la otra para seguir viviendo, el sudor que invadía sus cuerpos cuando fusionaban los deseos, que sorprendían el mar de humedad que ningún ser humano antes ha vivido, visto o imaginado. Era tímido, azul, creo que era azul, y su alma se fue perdiendo con los años, no supo donde ni cuando perdió la noción de la realidad y la ficción, mientras el libro seguía su curso, tomando cada vez más vida, cada vez más cuerpo, los personajes se fueron sumando a lo largo y ancho de los países que visitaba, de las personas que conocía, de lo que soñaba, lo que vivía y hasta de lo que se privaba o negaba. Creció, nunca fue fuerte, más bien enfermizo, las chicas lo buscaban, atraía como cualquier amiga incondicional, confidente, secreta, una mezcla de todo, amiga, amigo, amor, consejero, guía y maestro. Le oía a todo el mundo sus problemas, aconsejó a miles a lo largo de su vida, por nadie sufrió, bien supo separar lo que oía de lo que vivía, pero te escuchaba como nunca nadie lo haría, un insaciable lector, devoró cuanto libro cayó en sus manos, sabía de todo un poco, alardeaba de vez en cuando aún sin querer hacerlo, esto lo llevo a coleccionar historias como gente se cruzo por su vida, llego a creer suyas algunas historias ajenas, tener de qué hablar casi en cada escenario le llevo a tener grandes admiradoras y terribles e implacables detractores, una vez lo dibujaron como una serpiente, nunca supe la razón, pero no creo que fuera nada buena. El libro envejeció con él, como lo hicieron sus historias, sus actrices, actores y sueños, el arte que estuvo a su lado fingió no estar cuando un buen día dejo el pincel y lo cambio por la tinta, cada página llego a pesar tanto que no podía cargarse por un solo ser humano, por ello necesitó de varias personas para cargarlo a lo largo de sus años de redacción, a medida que alimentaba sus páginas, sufría y laceraba, amaba a ratos o fingía hacerlo, lloró interminables noches a solas mientras escribía hermosas historias que salían disparadas como flechas por sus dedos, alguien le dijo una vez que sus ideas y pensamientos se escurrían como gotas de agua en la ducha y decidían salir por la punta de sus dedos, eran tantas ideas que hasta se comía palabras, su cerebro iba más de prisa que sus manos, que no comprendía la necesidad de hacer otra cosa que no fuera escribir, de día y noche, en reuniones y en almuerzos, solo o acompañado, ignoraba gente que estaba con él porque tenía la fijación de algo que tenía que corregir, agregar o revisar, ignoró suspiros, miradas, sentimientos, amores, amigos y vida, pero el libro de la vida, era todo entonces, casi lo único, mágico y poderos 185


Lo hirieron e hirió, sus musas fueron todo y lo hicieron sentir, soñar o deambular, ignoró al menos un gran amor que estuvo ahí, incondicional, hasta que un buen día ese amor comprendió que era inútil seguir a solas, que dio y entregó todo cuanto pudo, pero el libro estaba completo, las historias tenían principio y fin, cada una tenia nombre y apellido, lugar y fecha, real o inventado, historias que eran dignas de ser escritas, por bellas y especiales o por obscuras, sentidas y sufridas, que su amor no sería nunca suficiente, ni las caricias negadas serian soñadas o deseadas, que él estaba muerto en vida, que nunca nadie lo haría feliz, al menos lo que había decidido ser, no era lo que más feliz lo hizo, el único que fue feliz fue el libro, que vivió, disfruto de cada instante de su vida, se alimento hasta de los suspiros que las musas no le dieron, del amor que nunca tuvo, y lo demás estaba de más, ese día supo que era como estar en una sala de cine, viendo entrar y salir de escena a varias personas, algunas se habían quedado aun sin quedarse, y que su alma seguiría buscando lo que nunca encontraría, ese día partió con su amor absurdo, con las manos aun llenas del amor que no entrego, de lo que nunca dijo, de todo lo que escribió, de cada noche sintiendo su presencia, su energía en cada esquina de sus días, en cada hora, en cada instante, ese día se fue y no volvió. Años más tarde en una librería, buscando novedades, se tropezó con un libro, “el libro de la vida” finalmente lo publicó, finalmente le dio vida, se derrumbo de alegría, sus ojos se humedecieron, recordó cuando en ratos libres le leía trozos y la hacían morir y se quedo ahí durante horas…

Fin. ***

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