El misterio de la casa de la llave

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Cuento por Vany y la vaquillita europea: Historias, cuentos y relatos. 2011.


“La vida no es un problema para ser resuelto, es un misterio para ser vivido�.



Las noches comenzaban a tornarse frías y cada vez más oscuras, nos reuníamos en la esquina de la cuadra a contar todo tipo de historias, habíamos escuchado muchas veces de aquella casa: “la casa de la llave“… En nuestras conversaciones nocturnas siempre terminaba por salir a relucir algo relacionado con ella, sin embargo y, a decir verdad, nunca ninguno de nosotros la habíamos visto y no sabíamos exactamente dónde quedaba, ni cómo llegar a ella. Algunos de los chicos de la cuadra estaban seguros que no quedaba lejos de donde vivíamos, y aunque inventábamos aventuras victoriosas acerca del día que llegáramos a visitarla, la verdad es que nunca habíamos tomado con determinación la idea de emprender dicha excursión, mas bien con un poco de razón sabíamos que si lo manteníamos en nuestra fantasía era menos peligroso y menos estresante.

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El día había llegado, uno de los chicos más impetuosos del grupo con la noticia de que había conseguido el mapa detallado del camino que nos llevaría a la misteriosa casa. Observamos con detenimiento el mapa, era una hoja arrugada y amarillenta que parecía efectivamente haber salido de alguna película de piratas, con trazos apenas legibles indicaba las cuadras alrededor del parque; 6 cuadras hacia arriba, 2 cuadras a las derecha, 2 calles a la izquierda. Donde aparecía una calle en cuchilla, en la esquina del ángulo, el dibujo de una casa con dos torres y techos de pico, al pie de la ilustración escrito con letra temblorosa, un número y un pequeño texto que decía: “No toques la puerta y nunca llegues solo… si consigues la llave entonces entra”.

– ¡Obvio no vamos a ir! – dije un poco alterada, en el fondo de mí sabía que nunca íbamos a conseguir la llave, además ¿cuál llave? Yo, tratando de suavizar el drama intentaba convencerme de que todo esfuerzo por emprender dicha aventura sería inútil, ¿quién iba a confiar en un mapa que alguien había conseguido ganando una partida de canicas en el parque?

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En fin, el resto del grupo se había emocionado tanto después de la propuesta que ya se sentían los Goonies, alguien sacó un cuaderno y comenzaron a hacer una lista de cosas que debíamos llevar para la primera visita, la cual sería sólo de avistamiento. Finalmente quedamos de acuerdo, la visita sería el siguiente sábado e iríamos en las bicis. A partir de ese día me costó bastante conciliar el sueño…

Llegó el día, nos reunimos en la esquina de la cuadra como era la costumbre. Mi hermana curiosamente se había enfermado del estómago y mi hermano tenía cita con el dentista; al final, éramos sólo, yo pensaba: ¿Y ahora a quién me va tocar llevar en la bici? Créanme que esto era de vital importancia, ya que a la hora de huir tu compañero debe ser muy hábil para subir a los diablitos, casi al mismo tiempo que tú levantas la bici, y empujar un poco tu trasero para poder tomar velocidad cuanto antes. Mi hermana era bastante buena para eso, pero más que esa situación, lo que ocupaba de manera insistente mi mente era la dichosa llave. No dejaba de pensar en ella, me imaginaba encontrando la llave en el viejo depósito de chatarra que quedaba cerca de la casa; era una llave antigua, como la del ropero de la casa del abuelo, pero más grande y un poco oxidada, en la parte de arriba la forma de una rosa de los vientos con los 4 puntos cardinales. .

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La casa era una de esas antiguas casonas de 2 pisos que estaba abandonada, el jardín frontal estaba seco, una pequeña puerta de reja daba entrada a un estrecho caminito de piedra que llevaba hasta la puerta principal, una puerta grande hecha de madera un poco carcomida. Como por arte de magia, la puerta se abría al meter la llave y moverla en los 4 puntos cardinales hasta escuchar un clic. Con un rechinido seco empujamos la puerta, la casa estaba en penumbras, un olor frío a humedad y encierro nos paralizó por un momento. Un destello de luz penetraba por una de las ventanas de la torre más alta haciendo nuestra visión borrosa, nos mantuvimos juntos y comenzamos a caminar sigilosamente…

tan sigilosamente que sólo escuchábamos nuestra respiración.

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Entramos con cuidado a lo que parecía ser la sala, el piso combinado de azulejos blanco y negro daba la impresión de un gigante tablero de ajedrez, todo estaba cubierto de un fino polvo, la escalera se abría desde el extremo de la sala en forma circular hacia el segundo piso, lentamente comenzamos a subir uno a uno los escalones, cuando de repente, escuchamos un fuerte golpe… ¡la puerta se había cerrado! Sobresaltados corrimos para todos lados; unos para arriba, otros para abajo, otros hacia la puerta intentando abrirla, y yo en mi frenética y desesperada huida había corrido como loca gritando hacia un pasillo que daba al fondo de la casa.

Cuando tuve más conciencia de mí, me di cuenta que me encontraba sola, y de tantas vueltas que había dado intentando encontrar una salida no recordaba exactamente por donde me había metido, traté de tranquilizarme y alcancé a ver una luz que salía por debajo de la puerta de una habitación.

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Me acerqué muy despacio y con cuidado giré la perilla, la puerta se abrió, era una enorme habitación llena de muebles apilados que tapaban una pequeña puerta, por los resquicios salía una incandescente luz, algo me atrajo hacia ella. Pensaba que tal vez, si lograba abrirla y meterme por ese reducido espacio encontraría una salida, como pude me escurrí por el piso entre sillas y objetos extraños; cuando llegué hasta la puertezuela, jalé con fuerza la diminuta manivela y la profusa luz me encandiló, después de un momento pude fijar la vista. De tanto observar me di cuenta que no era una puerta, era como una especie de estante empotrado en la pared, el cual contenía montones de llaves colgadas, todas iguales; doradas y tan brillantes que iluminaban toda la habitación. Yo pensé- ¿Y ahora? ¿Cuál tiznados es la llave? ¿Y cómo voy a

Pensaba mientras al intentar estirar el brazo para tomar una de las llaves, una respiración cerca de mi cabeza me paralizó, y una mano fría cayó sobre mi hombro. No tuve fuerza para gritar, mi cuerpo no reaccionaba y sólo pensaba… ¡ahora sí me cargó el payaso!

salir de aquí?…

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De repente escuche unas carcajadas, yo estaba arriba de la bici y con todos en la esquina de la cuadra. Mi hermana había llegado de sorpresa por atrás subiéndose a los diablitos y dándome un zape.

– ¿Qué pasó? Te quedaste en la lela, ¡ya estoy bien del estómago! –me dijo. – ¡No puede ser! –pensé en voz alta. Vaya susto que me había metido, como de costumbre se me había quedado “pegado el flotador” y me había “ido” por un momento en uno de mis cotidianos “viajes cósmicos”. Tomamos el camino escrito en el mapa, siguiendo las instrucciones. No sé si lo viví o lo soñé, tal vez mi mente por algún motivo bloqueó parcialmente ese recuerdo, pero cuando encontramos la casa era muy parecida a la que había construido en mi imaginación.

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Años después, y por esas casualidades de la vida, andaba buscando una dirección cerca de aquél parque. En la intersección de una calle en cuchilla, un lejano recuerdo llegó a mi mente, al detenerme en el alto de la esquina pude ver el nombre de la calle: “C. De La Llave”. Una avalancha de recuerdos en pequeños fragmentos de aquella aventura llegaban a mi mente como imágenes entrecortadas, mezclando realidad y fantasía… Respiré profundamente, giré la cabeza con un poco de temor y miré….

¡la casa no estaba! El número que había estaba escrito en aquella amarillenta hoja no existía.

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