Romance. A la Virgen de los Ángeles. Del Padre Víctor Ortiz. 2–agosto-2020

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Romance

A LA VIRGEN DE LOS ÁNGELES Padre Víctor Ortiz EDITOR FR. VERNOR ROJAS

CENTRO DE CULTURA Y ESPIRITUALIDAD

Frailes Dominicos Parroquia La Dolorosa San José, Costa Rica


Traslado a continuación, como una muestra del romancero religioso costarricense, este precioso romance del Padre Ortiz. “Las leyendas religiosas o pías tradiciones, al par que las guerreras o heroicas, son la poesía del pueblo”, “El anciano sacerdote ha copiado de su corazón el presente romance: es una sagrada antigüedad. Imprímase y guárdese en el corazón del pueblo cristiano, devoto de María. El Padre Ortiz ha llenado un gran vacío en nuestra literatura patria”, nos dejó escrito el P. Juan Garita, al presentar la edición del clásico romance. Fr. Vérnor M. Rojas OP. julio del 2010.

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Contando ya ochenta y tres De mi humilde nacimiento Vengo en conocimiento De aquel célebre precepto De los ancianos expertos Que a los jóvenes confiaban Para que después hablaran De los pasados sucesos. Lo que ahora vengo a entender Es que en mi tiempo primero, Cultivóse con esmero La tradición y la historia De la aparición hermosa De María en Costa Rica Que la América publica Cual grande acontecimiento. Que es gravísimo pecado Que tan legítima gloria No aparezca en la memoria De todo costarricense, Pues de este hecho tan grandioso Casi nada se halla escrito, Y que degenere en mito Es descuido imperdonable. Es lamentable desgracia Que del todo se perdiera Lo que entonces se escribiera De una aparición tan bella.

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¿Cómo es posible olvidar Tantas gracias y portentos, Incontables documentos De la bondad de esta Reina? De corazón me arrepiento De que en mis años primeros Los datos mil, postrimeros, Que mis padres me legaron, No escribiera con cuidado Para redactar la historia De la Reina laudatoria De la ciudad de Cartago. Ya que a su tiempo no lo hice, A escribirlo ensayaré; Mientras viva escribiré, Aunque con muy toscos versos, Pues con mejores no puedo, Esperando que los maestros Que son en ellos muy diestros Los retoquen y embellezcan. Así, desde aquellos tiempos De falsedades desnudas, Debatidas muchas dudas, Hasta mis padres llegaron Las noticias del suceso Que de unos a otros pasaban Y que a todos recordaban La sublime aparición.

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Mil seiscientos cuarenta y tres De Jesús del nacimiento, Aquel acontecimiento Tuvo lugar en Cartago, Con el cual sin duda alguna El Cielo quiso obsequiar Aquesta reina del mar Bien llamada Costa Rica. Era un día dos de agosto Memorable, en que invocaban Cual su Patrona que amaban, Porciúncula, España y Francia, Con un nombre tan excelso Que causa confianza y gozo, Con el nombre tan hermoso De los Ángeles la Reina. Ved aquí la causa justa Que inspirara a aquellas gentes A imponer muy reverentes Este título glorioso, De los Ángeles la Reina, A la aparición hermosa Que tan amable y bondadosa A buscarnos descendía. Entre la plebe sencilla Hé la mujer destinada, Por las gentes envidiada,

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Que feliz ha de encontrar La santa Imagen mariana En el fondo de una breña Donde iba a buscar la leña Por disposición de lo Alto. ¡Sonó la hora señalada! Sobre una piedra vulgar Escogida para altar, Y a la luz de claro día, Aparece humildemente Y de adornos desprovista, Mas cautivando la vista De una asombrada zagala. Muy gozosa la tomó, y hallándola de su agrado, a su pajar muy amado llevarla cree conveniente, pues viendo que no hay alguno que disputarla pudiera, sin vacilar se apodera de aquel tesoro encontrado. Su pobreza es tan extrema Que no tiene ni un armario, Mucho menos relicario, Donde guardar el hallazgo; E ignorando de este objeto El valor inapreciable, Lo oculta, pero inculpable, En su petaca de cuero.

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Sucede que en otra tarde A la floresta camina La sencilla campesina Buscando otra vez su leña; Llegando al mismo lugar Donde estuvo el día anterior Interrumpe su labor Una nueva aparición. Se acerca a la imagencita, La examina enternecida, Y la halla muy parecida A la que ya tiene en casa. Esto le infunde algún susto, Piensa que alguna persona Escondida le ocasiona Algún engaño funesto. Sin embargo se la lleva Para la otra acompañar, A fin de tener un par De figuras nunca vistas. Busca en vano la primera; ¡No hay nada, exclama, oh Dios mío! ¡Si será esto un desvarío! ¡Si será cosa muy mala! Asegura el nuevo hallazgo, Y aquietado su disgusto, Con zozobra, miedo y susto Se dispone a custodiarlo; El temor le impide verlo, Se va… su deber cumpliendo 6


Y la leña recogiendo Otra imagen le aparece. Con congoja natural, Palpitante el corazón Y anublada su razón E inmutado su semblante Se acerca más exclamando: “A la luz la quiero ver… Es la misma…es la de ayer, Ya esto no me está gustando. “¿Qué es lo que yo debo hacer? Dios mío, dice ella, turbada ¿Dejarla aquí despreciada? Esto no lo puedo hacer. ¿Y llevármela otra vez? No; mejor es consultar, Ir a mi casa a pensar Y mañana volveré”. “¿Y a quién podré decir esto? ¿ al inteligente Cura? Al alcalde es gran locura… ¿Y a los frailes del Convento? Sé que mujer no entra allí. ¿Y al Cura? Sería imprudente. Bravo él, cabeza caliente, De seguro no me escucha”. “Y no sé qué es lo que siento:

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Quieta y sin hablar, no puedo Quiero salir de este enredo, Esto algo quiere decir. El Cura dijo en la misa Que él era tata de todos, Voy a sortear esos toros Sin más testigos que Dios”. Fue a donde el Cura temiendo, Con pena, susto y vergüenza; Al verla el Cura ya piensa Que algún asunto la trae. “Mujer, ¿qué te ha sucedido?” “Cristiana soy, señor Cura, E implorando su ternura Comparezco en su presencia”. Cuanto le había sucedido Refirióle balbuciente, Pero el Cura indiferente Le dice: “Vuelva mañana”. Le ordenó que le trajera Lo que dijo haber hallado, Que tuviera gran cuidado De no contárselo a nadie. Obedeciendo a su Cura Se retira muy contenta. Regresando se presenta Con la imagen misteriosa:

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La niña la entrega al Cura, Quien la mira y examina Y, cual ofrenda divina, De lo Alto juzga aquella obra. El Cura no piensa mal; Que entre montañas espesas, Que entre tantas asperezas, Aparezca objeto tal; No hay mano, acero ni filo, Que pudiera fabricarlo: Gran maravilla fue hallarlo Pulido, perfecto y bello. Es una imagen perfecta, De humilde fisonomía, Y suave soberanía Revela su amable rostro. Y los pliegues de su manto, De sus ojos la dulzura, Su celestial escultura, Indican su origen alto. Un niño tiene en su brazo Que representa la alteza De su Dios a quien expresa Las plegarias de sus hijos; Nadie en vano la invocó, Pues su ruego es poderoso Por querer su Hijo amoroso Engrandecerla a porfía. El Niño mira amoroso A la que es Corredentora.

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Con su mano condecora Su pecho de amores lleno, Cual si con ellos quisiera Expresar que es mediadora Viniendo en tan dichosa hora Para serlo en Costa Rica. Ocultan su alta grandeza En sublime pequeñez De una imagen que es talvez Un reflejo sobrehumano; Hijo y Madre aparecidos Con tan humildes semblantes Prueban claro ser amantes De las humanas criaturas. Una vez examinada Como el caso requería, Con indecible alegría La guarda en seguro el Cura; Y la llave se reserva Para evitar ocasión De llevársela un ladrón E impedir un sacrilegio. ¡Qué misterio! ¡qué prodigio! El buen Cura atribulado. Profundamente abismado Busca, busca inconsolable La amada imagen guardada:

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No la encuentra. “¡Madre mía!” “Si eres, dice, tú María, Revélame tu morada”. Se encamina a la floresta Donde presume encontrarla. Prometiendo venerarla Si cumplido es su deseo: Y se arrodilla exclamando: “Es la misma ¡¡Madre mía!! Es la misma, ¡¡es de María Su santa imagen amable!!”. Convencido en gran manera, De que un prodigio se obraba, Y que el Cielo derramaba Para bien de este lugar, Resuelve dejarla allí Mientras tanto su traslado Se dispusiera al poblado Con grande solemnidad. Va al Gobernador y cuenta El buen Cura enternecido Lo hasta entonces sucedido En las cuatro apariciones; Conferenciando los dos Con los frailes juntamente, Efectuar solemnemente Su pronta pasada acuerdan.

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De las campanas el eco, Por el pueblo se derrama, Y en gozo a todos inflama, Propalando la noticia; Y gracias dando a Dios todos Y revelando su gozo Con inefable alborozo, A su reina van a traer. En procesión muy solemne Con la cruz y los ciriales Y demás ceremoniales Se disponen a marchar; El clero pasa adelante Con palio y capa pluvial Y con pompa sin igual Comienzan a desfilar. Vedlos…¡¡de hinojos postrados!! ‘Qué prodigio! ¡Qué misterio! La Reina de este hemisferio Fulgurando en un charral, Tiene miradas de madre Pues parece ser viviente, Ellos amor muy ferviente Le tributan desde entonces. ¡Reina solemne silencio! Se hallan todos consternados Ante la imagen postrados

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Meditando dulcemente; El Cura entonces bendice Con rara solemnidad La suave sublimidad Que a todos embelesaba. De nuevo el Cura se postra: Reverente se apodera De la Reina de esta tierra, Obsequiada por el Cielo. El pueblo al verla en su mano Se desborda de alegría Y hace esfuerzos a porfía Por contemplarla de cerca. Ya la noche se aproxima; Necesario es ya marchar, Y comienzan a cantar En procesión ordenada; Todos hacen con sus voces Agradable melodía Inspirados por fe pía, Los fieles y sacerdotes. El desfile ya termina En la Parroquia imponente En donde el pueblo impaciente A la Virgen quiere ver; Satisfecho este deseo, Se coloca en el sagrario, Que es el punto del santuario Que entonces le convenía.

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Se guarda con gran cautela De aquel sagrario la llave, Pues todo el mundo sabe bien Lo que ha pasado hasta entonces; Al celoso Coadjutor Se le encarga custodiar Y de este modo evitar A la piedra otra zafada. El Coadjutor muy temprano Fuése a dar la comunión: Anhelando la ocasión De ver la imagen querida, Sus manos abren inquietas El tabernáculo santo. ¡Brota de sus ojos llanto Al mirar que ya no estaba! Estupefacto su pena Al Cura va a referir, Invitándolo a venir A observar aquel suceso; Ambos se van a la piedra De temor sobrecogidos, Con santo amor impelidos, Con la esperanza de hallarla. ¡Estaba donde pensaban! ¡Estaba en la misma piedra! Entre el musgo y verde hiedra, En su lugar predilecto. Es allí donde Ella quiere Que un santuario se levante

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De su corazón amante Pueda derramar sus gracias. Se produce en la Provincia Actitud inusitada: Se improvisa una enramada Para abrigar a la Reina Que descansa bajo palio, Mientras desde el labrador Hasta el gran Gobernador Todos le hacen una choza. Siendo tan accidental, Esta choza improvisada, Hacerle mejor morada Fue deber que se imponía; Sin opinión discordante, Con prontitud inaudita, Se le ofrenda bella Ermita A los pies del Irazú. En el pueblo se despiertan Enérgicas, vivas ansias De consumir las ganancias En la fábrica de un templo; A este fin todos se mueven, Españoles y nativos, Todos con sus donativos En la obra magna trabajan. Y es cosa tan admirable Que sin tener instrumentos Las paredes y cimientos

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Se ejecutan brevemente; Siendo cosa de notar Que del suelo a la techumbre Trabaja la muchedumbre Con envidiable concordia. Sin dirección de arquitecto, Sin cálculos y sin planos, Por centenares de manos La gran fábrica se eleva. La firmeza y solidez De cimientos y paredes Son efecto de mercedes Otorgadas por la Reina. Las dos últimas hiladas, Sin saber ellos por qué, Lo que es cierto es que así fue, Que de adobes las hicieron. El motivo de este yerro Se dirá mas adelante, Pues la Madre más amante Lo tenía dispuesto así. ¡Con qué fervor se dirían Las divinas misas diarias Y con qué fe las plegarias Los fieles las murmuraban, En un templo en que María Por medio de sus visitas Fragancias muy exquisitas En su atmósfera dejaba.

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Sobrenatural poder Revela siempre escudar Ese Templo secular, Trono de misericordia; Pues firme sobre sus basas Entre escombros queda erguido Las tres veces que han destruido Terremotos a Cartago. Es verdad que la portada, Las torres y las capillas, majestuosas y sencillas no son de la misma edad; estas han sido producto de la fe siempre creciente y de la piedad ardiente de la cristiandad moderna. Todos verán con agrado Que este Templo se conserve, Que de ruina se preserve por ser reliquia tan santa; en su recinto aún está la piedra misma y cabal que sirvió de pedestal a las seis apariciones. Sobre esta sagrada piedra Se levanta el bello altar Con la gracia singular De ser aquí el más antiguo; También el más imponente

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En estado muy perfecto Y de estilo tan correcto Que cautiva las miradas. Lo cercan imagencitas De delicada escultura Que la excelsa galanura Simbolizan del arcángel; Y como son sólo nueve, En actitud reverente Representan claramente Los nueves angélicos coros. Allá por mil ochocientos Tuvo lugar un prodigio Que suscitó gran litigio Entre incrédulos y fieles; Pero que fue testimonio De la intervención del Cielo Que anhelaba en este suelo Derramar sus altos dones. Del Valle José María Que era músico notable, Caballero respetable En medio de sus coetáneos; Que siendo empleado del coro Fue el primero que observara En una pared del templo. Al salir del coro un día Yendo del Oeste al Oriente

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Pone mirada inconsciente En la extremidad del templo; Y llamóle la atención Un musgo muy abundante Que colgaba rozagante Casi en toda la pared. Una cosa tan extraña Obligólo a parar mientes En lanas, hierbas pendientes En pared que era de piedra; Pronto vino a convencerse Que la humedad provenía Del agua que descendía De las hiladas de adobes. “¿Estaré yo delirando?” Se pregunta el buen artista. “Si no me engaña mi vista Aguas es lo que estoy palpando, Esto yo debo anunciar A una persona prudente A la que tengo en la mente A Ramón Ortiz Castillo”. Ortiz, Del Valle, convidan A todos sus conocidos Que van, ven y convencidos Salen a hablar del prodigio; Admirando esto las gentes Lo hacen público y notorio.

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Por todo el noble villorio Con candor indefinible. Se ordena inmediatamente Por las dos autoridades Entregar a las edades Un recuerdo permanente. Haciendo un desaguadero, En que el agua que destila, Para que caiga en la pila Se recoja con cuidado. Tú, lector, podrás ver hoy, Aunque por esto te arrobes, En las hiladas de adobes, Embutidos cuatro tubos Por donde dice la historia El agua pura salía Que de arriba descendía Cual si bajara del cielo. Pero acontece de pronto Que el musgo se reverdece, Que el agua desaparece Contristando a los creyentes; Mas, el rigor y el ayuno De la austera penitencia Obtiene de la Clemencia De nuevo el agua pedida. De aquel tiempo para acá De entre piedras apiñadas Aguas muy cristalizadas

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Manan, brotan sin cesar; Quien contempla este grande hecho Se dirá más de una vez: “Aquí miro al gran Moisés Sacando agua de una roca”. No me equivoco al decir Que es debajo del Santuario Donde este milagro diario Tiene su origen perenne. Los que veáis la pila de hoy Aunque tan refaccionada, Tened por lo Alto donada El agua que allí bebáis. No es posible referir Todos los grandes favores Que narraban mis mayores De esta Reina bondadosa. Que milagros se repiten Lo afirman propios y extraños Porque al correr de los años Se renuevan sin cesar. Veneraron esta imagen De Santa Cruz Agustín, Don Domingo Sataraín, Augusto Thiel y Llorente, Francisco de Paula Campos Que era un Obispo de Honduras, Y Briceño y Castro, Curas,

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A raíz de su aparición. Personas dignas y sabias Y Obispos de gran criterio Aprueban este misterio Con ardor y gran firmeza; Y para dar testimonio De su alta veneración Espontánea donación Le hicieron de sus alhajas.

VICTOR ORTIZ, PRESBÍTERO.” Primera versión, julio de 1875

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Fr. Vérnor Rojas, O.P. Publicado por:

Centro de Cultura y Espiritualidad

PARROQUIA LA DOLOROSA FRAILES DOMINICOS

SAN JOSÉ, COSTA RICA 2020


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