El Almendro y la Encina

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y o r d n e m l El A a n i c n la E



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CUENTOS E

El Almendro y La Encina DICIEMBRE

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DE 2020


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Nota de autor

Introducción

Antonia Cerón Campillo

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PÁGINA 15 PÁGINA 21

El amor de los colores

Cada uno necesita su propio espacio

Viajar al centro de la tierra

Autor

Autora

Autora

Pedro Hevia

Maria Hernández

Nicole Hernández

Hernández

Fernández

Fernández

PÁGINA 27

PÁGINA 39

PÁGINA 49 PÁGINA 63

La importancia de los buenos amigos

El respeto con todas las personas

Senirse escuchado y admirado

La encina Pepita

Autor

Autora

Carmen Hernández

Autora

Antonio Hernández

Antonia Cerón

Caballero

Antonia Cerón Campillo

Cerón

Campillo

PÁGINA 69

PÁGINA 71

Epílogo Autora

Frente al mar, lejos de casa

Antonia Cerón Campillo

Autor

Autora

Felipe Hernández Cerón

PÁGINA 74

PÁGINA 78

Información sobre la encina

Información sobre el almendro

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Cuentos en familia para todas las Edades Autora:

Antonia Cerón Campillo,

nace en el año 1947, es una abuela valiente, su formación es elemental, no posee grandes títulos. Quiere alcanzar una victoria difícil: “Publicar un libro en compañía de sus nietos”. Un mismo título, visto por las distintas edades, con un mismo fin: fomentar la amistad, el conocimiento, la reflexión, la gratitud y la esperanza.

Ilustraciones: 4


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introducción

Es el primer libro de cuentos escrito por mis nietos y por mí, con mucha valentía, no soy una abuela premiada con títulos establecidos. Mi mayor premio y a la vez mi objetivo, es ver a mi familia unida, y hacer una invitación a todas las familias del mundo, para que comprendan, que no somos perfectos, que cuesta mucho esfuerzo mantener esa unión y ese cariño, que nos dieron desde pequeños nuestros padres. Respetando como es lógico la personalidad de cada uno de los hijos, con el objetivo principal de no hacerse daño. Recordar los valores, humanizar la vida, que se ve cada vez más decidida por el “todo vale”, en todos los sentidos.

Nuestra gratitud a los posibles lectores. E igualmente, a los ilustradores que tan generosamente y con tanto gusto han colaborado.Cuando la familia escribe unida, se produce un encuentro de alegría, aventura y felicidad. Gracias a mis nietos, que se han inventado cada uno su cuento, para estar cerca de la abuela y a mi esposo e hijos que han colaborado también. Un abrazo.

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CUENTOS EN FAMILIA PARA TODAS LAS EDADES

El amor de los colores

pedro hevia hernÁndez

¡Hola!, soy el nieto de 12 años de esta abuela “creadora de sueños”. Mi historia sería: “El amor de los colores”. Nos encontramos en un pequeño bosque, donde antaño, tantos colores había, que podría decirse que no cabía ni uno más. Pero el paso del tiempo… hizo desaparecer esta

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belleza colorística y los árboles quedaron viejos, deprimidos, ajados… Y solo resplandecían: El Almendro y La Encina. Un día cualquiera, de una estación cualquiera, una ardilla cogió una bellota de la encina y la encina, al despertarse, se dio cuenta de que le faltaba un fruto. Su vecino y amigo el almendro, que la vio preocupada, se puso manos a la obra para descubrir a la ardilla. La ardillita había dejado muchas huellas. El almendro comenzó a preguntar a varios animales: - Jabalí, ¿has quitado una bellota a la encina? - No, yo no he sido. Le pregunta a los peces que nadaban en el estanque: - ¿Qué dices almendro? Nosotros no podemos salir del agua, no hemos cogido ninguna bellota. El almendro, le preguntó a la ardilla: - Ardilla, ¿le has cogido tú una bellota a la encina? - La verdad es que sí, la cogí y la guardé

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en mi madriguera para tener reservas cuando llegue el invierno. ¿Podrías decirle a la encina que me la regale, por favor? El almendro, le contó a la encina lo sucedido y la encina, toda furiosa, contestó: - ¡No, no consiento perder ni una sola de mis bellotas, además, me cogió una de las más gorditas…! El almendro le dijo: - Si solo es una bellota, cómo puedes enfadarte. La encina se puso a llorar: - Ya veo amigo almendro que te estás poniendo de parte de la ardilla, tengo que llorar… No soporto este disgusto… Buaa, buaa… El almendro, que quería mucho a su amiga la encina, intentó que reflexionara y le dijo: - A ver, piensa; si cientos de bellotas se te caen al suelo… ¿cómo puedes llorar por una bellota? La encina comprendió que estaba siendo bastante egoísta y le dijo al almendro: - Es verdad amigo almendro, he sido poco generosa, solo estaba pensando en mí. Puedes

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decirle a la ardilla que, cada vez que necesite bellotas, suba a mis ramas, que se las regalaré con mucho gusto. El almendro se fundió con la encina en un gran abrazo de felicidad. Y en este momento: ¡Oh!... hubo tantos colores juntos que consiguieron dar color a todo el parque y que cada árbol recuperara su color original, el color que aquel día cualquiera perdieron. Y es que el amor, todo lo puede. FIN

AUTOR:

PEDRO HEVIA HERNÁNDEZ

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Cada uno necesita su propio espacio CUENTOS EN FAMILIA PARA TODAS LAS EDADES

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marÍa hernÁndez fernÁndez

Soy la nieta de ocho años; mi abuela me ha invitado a escribir este cuento. Mi pensamiento es: “Cada uno necesita su propio espacio”.

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Érase una vez un Almendro que vivía en un parque de Madrid, pero tenía un problema; al parque iba muchísima gente. Delante del Almendro había varios árboles que lo tapaban, el Almendro cada día se sentía más triste. Hasta que un día, vino un chico y le dijo: - Oye Almendro, ¿qué te pasa? - Pues que estos árboles me tapan y nadie me ve. - No te preocupes, yo iré al jardinero y le diré que te ponga al lado de la Encina, ella es muy fuerte y bondadosa y defiende con valentía su espacio. Verás como ningún árbol se atreve a taparte. -

Muchas gracias, dijo el Almendro.

- De nada, mañana estarás ahí, demostrándole a todos los visitantes lo bellísimas que son tus flores. AL DÍA SIGUIENTE - ¡Hola Encina! Yo soy el Almendro, que

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me han puesto aquí para que me vean. ¿Qué tal? - Hola, muy bien. ¿Quieres ser mi amigo? - Sí, encantado. Podemos empezar a charlar y me cuentas cuanta gente viene al parque. - Bueno, vienen unas 600 personas al día, los fines de semana, en los meses de febrero y marzo. - ¡Wow! Cuántas… - Tengo muchísimas ganas de que me vea tanta gente. - Mira, ahí viene un grupo. TRES AÑOS DESPUÉS El Almendro y la Encina llegaron a ser unos grandes amigos, pero el Almendro tenía otro problema y se lo contó a la Encina: - Oye, es que yo soy muy vergonzoso y hoy abren el parque después de las obras y vendrá más gente todavía.

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- Tú tranquilo, verás como no pasa nada, cierras los ojos y el día pasará volando. - Gracias, es verdad lo que me dijiste, el día ha pasado muy rápido. SE HIZO LA NOCHE. - Encina: muchas gracias por resolver todos mis problemas. - No hay de qué, siempre estaré aquí para ayudarte, eres un Almendro bellísimo y tendrás que acostumbrarte a que todos quieran disfrutar contemplando tus flores. Ya verás como lo consigues. FIN

AUTORA:

MARÍA HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ

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CUENTOS EN FAMILIA PARA TODAS LAS EDADES

Viajar al centro

de la tierra

nicole hernÁndez fernÁndez

¡Hola! Soy la nieta de seis años de nuestra abuela, creadora de sueños. “Mi sueño sería, viajar al Centro de la Tierra”. Primero tengo que pensar en qué vehículo haría este viaje. Buscaré una nave que vuele rápido y que tenga volante.

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Entré con mi nave por el cráter de un volcán apagado y siempre viajando hacia adentro a una gran velocidad. Por el camino me encontré con muchas personas diferentes a los humanos. Pero había uno que tenía su piel toda de color verde y dos antenas en la cabeza y estaban apagadas, parecía triste. Le pregunté: - ¿Qué te pasa, te veo triste? Verdecito me contestó: - Tengo un amigo como tú, terrestre y hace mucho tiempo que no viene a mi país. - Pues en mi nave, si tú quieres, te puedo llevar a la superficie de la tierra y buscamos a tu amigo. - Vale, buena idea, me voy contigo en tu nave a la tierra, porque yo con mis antenas lo encontraré donde él esté. - Sube, no perdamos tiempo. - Salieron por el cráter que usó la niña para viajar al Centro de la Tierra. Verdecito, puso sus antenas en acción y llegaron a

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Madrid. Era el mes de marzo y en el parque “Jardín de los almendros” había miles de almendros florecidos. El chico verde, con sus antenas, encontró a su amigo precisamente disfrutando de los almendros en flor y los demás árboles de este parque de Madrid. Al encontrarse se saludaron con un abrazo muy grande. Su amigo terrestre le enseñó todo el parque y a Verdecito lo que más le gustó fueron: la Encina y el Almendro. Estos árboles empezaron a parpadear, porque era la forma que tenían de saludar a los visitantes que ellos notaban que les gustaban. De repente se oyeron unas voces que decían: - Podéis coger nuestros frutos, están muy ricos. - ¿De verdad que nos invitáis a coger vuestros frutos? La Encina y el Almendro les dijeron que sí, porque eran muy valientes. Los dos chicos y Verdecito cogieron bellotas y almendras, les gustaron, estaban muy ricas. La Encina y el Almendro se pusieron tan contentos que movieron sus ramas haciendo un bonito baile.

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Pero Verdecito les contó que tenía que regresar al Centro de la Tierra. La Encina y el Almendro le regalaron al niño verde una cesta llena de almendras y bellotas para que se las llevara a sus amigos intraterrestres. Verdecito y los dos niños terrícolas emprendieron en la nave el viaje al Centro de la Tierra. Llegaron rápido, la nave era supersónica. Verdecito, cogió unos trocitos de oro y metales preciosos, los puso en una cesta y les dijo: - En vuestro país de la Tierra estos regalos que os hago tendrán mucho valor, pero lo más importante es que nunca nos olvidemos. Los niños regresaron a la Tierra, se fueron a sus casas y les dieron a sus familias los metales preciosos. La niña estaba tan alegre, que le parecía que todo había sido un sueño. FIN AUTORA:

NICOLE HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ

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CUENTOS EN FAMILIA PARA TODAS LAS EDADES

La importancia de los antonia cerÓn campillo

buenos amigos

Estimados lectores: yo soy la abuela de setenta y un años, voy a escribir mi cuento en estas páginas; entre las de mis nietos, así los sentiré siempre cerca. Trataré: “La importancia de los buenos amigos”

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En una casa típica de Andalucía, con sus azulejos de colores, encalada de blanco, su pozo en el patio, un huerto y las paredes cubiertas de macetas colgadas; vivían dos chicas jóvenes trabajadoras y la dueña de la casa. Las jóvenes les pagaban un alquiler todos los meses a la dueña, que era muy tolerante y buena. Un día una de las chicas, al salir al patio, se encontró tres gorriones sin plumas, muy pequeñitos. Se había caído el nido del tejado. Estaban en el suelo, nido y pajaritos espachurrados. La chica joven no sabía qué hacer… Tres pajarillos recién nacidos, sin su madre y sin nido, pensaba: ¿Cómo podré criar a estos pajaritos para que se hagan mayores?, ¿me pondrán mala cara la dueña de la casa y mi compañera? No sé qué hacer, pero no puedo dejarlos morir, además, los gatos del huerto se los comerían. En el huerto de la casa tenía la dueña plantados varios árboles muy hermosos: Una Encina y un Almendro algo grandes y otros tantos más pequeños y jóvenes. Todos muy bien cuidados. La joven puso lo que quedó del nido en una cestita con algunos trapos en el suelo

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de la despensa, a modo de nido y allí metió a los tres pajarillos. Cogió un cuentagotas que no se usaba, lo lavó bien y, cargado de leche, se lo introducía poquito a poquito en sus grandes bocas, que abrían los recién nacidos gorriones. Así pensaba ella que podrían crecer, pero era todo un experimento, no sabía qué pasaría con ellos. La sorpresa se produjo cuando vio que los pajarillos cada día iban creciendo, les salió una pelusilla en sus cuerpos y, cosa curiosa, al igual que si fueran bebés, cuando les daba el hambre piaban con todas sus fuerzas. Ya tenían sus horarios. El más costoso era el desayuno, que lo pedían a las siete de la mañana. Cada día sus cuerpos iban teniendo algunas plumas más y la chica les aumentó la dieta con miguitas de pan mojadas en leche. Los gorriones crecieron, se hicieron independientes y salían al patio, donde algo picoteaban. Tanto la dueña como la otra joven aceptaron de buen grado a los tres pajaritos. Éstos empezaron a volar y poco a poco se marcharon, pero no lejos, se quedaron a vivir en las ramas de la Encina del huerto de la casa. A la joven le parecía un milagro porque era la primera vez que vivía aquella experiencia.

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La Encina, que era gordita y muy bondadosa, estaba enamorada del Almendro y aquella primavera, cuando el Almendro estaba más bello que nunca, cubierto con sus preciosas flores blancas y rosadas y ella, brillante de verde con sus perennes hojas; decidieron casarse. La boda fue todo un acontecimiento, eran unos árboles muy bellos, generosos y muy queridos en el huerto. Tuvieron dos hijos muy lindos, pero el tercero les nació muy débil y necesitaba muchos cuidados. La Encina que siempre había trabajado junto a su marido el Almendro y estaba muy contenta y feliz de ver que la familia crecía y ellos se querían cada vez más, empezó a notar que su marido el Almendro ya no la atendía con la misma delicadeza y cariño de siempre. Ella pensó: claro, ahora le dedico mucho tiempo a nuestro hijo pequeño que necesita muchos cuidados especiales y mi marido se siente menos atendido, es normal que esté más distante de mí. Seguro que cuando el pequeñín vaya creciendo, todo será igual que antes, no debo pensar mal, ya se le pasará este desapego que me tiene. Y así pasaba el tiempo, el pequeñín crecía y se reponía, pero

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el matrimonio no era el mismo. La Encina se puso muy triste, no sabía qué pensar. ¿Por qué su marido el Almendro había cambiado tanto? Los gorriones, que vivían en las ramas de la Encina y entendían a todos los árboles y a los humanos, porque habían sido criados por la joven de la casa, le dijeron a la Encina: - El problema de tu marido el Almendro es muy serio, lleva mucho tiempo dejándose conquistar por una encinita joven del huerto, tan joven, que tiene la mitad de años que él. Creo que te será difícil cambiar esta situación, estás en seria desventaja, ella es muy joven, fuerte, guapita y muy aduladora. La Encina se moría de tristeza, ni los médicos la curaban y se preguntaba: ¿Cómo habrá encinas tan creídas de sus encantos y con tan poco corazón? Así un día y otro día. La vieja Encina intentaba arreglarse más para su marido el Almendro y hablarle, para que comprendiera que lo quería mucho, aunque no podía ofrecerle lo mismo

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que la joven encinita, pero nada cambiaba, el Almendro tenía su cabeza puesta en una nueva vida al lado de la juventud y casi la presencia de su vieja esposa le molestaba, cada vez estaba menos con ella, le hacía ver que ya no la quería. Como le había dado tres hijos y era una buena esposa, guardaba las apariencias, ayudaba en casa, a veces salían juntos, pero todo era para disimular ante los vecinos, la familia y ante los propios hijos. Él tenía otras aspiraciones. El hecho de sentirse querido por la jovencita encina le daba orgullo, se sentía muy importante y autosuficiente, como si fuera capaz de todo en la vida. Los pajarillos que ya estaban hartos de tanta comedia, porque ellos en sus vuelos y desplazamientos veían al Almendro y a la jovencita encina arrullarse y preparar sus planes, decidieron que pondrían solución. Hablaron con el jardinero, que era un buen hombre y conocía a todos los árboles del huerto de toda la vida y le dijeron:

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- Jardinero, el viejo Almendro está abusando de la bondad de su esposa. La engaña con la jovencita encina hace ya mucho tiempo. Nos da mucha pena, que esta familia se esté rompiendo por la egoísta joven encinita; ella debe dejar al viejo Almendro vivir tranquilo, con su esposa y sus hijos y crear una familia suya propia, no meterse en una familia ajena. Tanto el viejo Almendro que se deja engatusar, como la encinita joven que no piensa en el sufrimiento que está causando, están haciendo mucho daño y no nos parece justo. El jardinero lo tenía claro y tranquilizó a los pajarillos. - Mañana iré con mis herramientas y cavaré y cavaré hasta llegar a las raíces de la jovencita encina y le haré ver que la situación que tiene montada con el viejo Almendro se tiene que acabar, está destruyendo a la familia de la vieja Encina y a sus hijos. Le haré ver que ella no va a sufrir daño, llevaré cuidado de no molestar a ninguna de sus raíces para que siga fuerte, joven y bonita como está, pero la arrancaré de este huerto y la llevaré todo lo lejos que pueda y no

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diré a nadie donde la voy a plantar, así todo volverá a la normalidad. La familia es algo muy importante en la vida y nadie tiene derecho a romper su armonía y felicidad; es verdad que la vieja Encina ya tiene unos años, pero igualmente le ocurre a su esposo el Almendro. ¿Por qué no dejarlos convivir en su casa, celebrando los muchos años que llevan juntos? - ¡Ay!! Qué pena me dan las personas egoístas y envidiosas, que solo piensan en ellas y, sin escrúpulos, se dejan llevar por las pasiones como si fueran animales en celo sin ver más allá de sus narices: cada cual preocupándose de conseguir sus ambiciones sin importarle el gran daño que causan a otras personas. Y así lo hizo el jardinero. Tanto el viejo Almendro como la jovencita encina vivieron separados y cada uno con su propia familia (no robando la de los demás). Seguro que en algún momento recordarían sus caricias y halagos, pero no es lo mismo recordar que vivir. Y la vieja Encina no tuvo que aprender a vivir de nuevo, ella siempre vivió pensando

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en su único novio, en su único esposo, en el padre de sus hijos y no le importaba verlo viejo, era su marido y cuanto más viejo lo veía más lo quería, porque sabía que a nadie le gusta hacerse viejo. Y todavía siguen queriéndose a pesar de estar viejecitos. ¡Qué buenos amigos fueron los pajarillos y el jardinero!!! FIN

AUTORA:

ANTONIA CERÓN CAMPILLO

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CUENTOS EN FAMILIA PARA TODAS LAS EDADES

n o c o t e p El res s a l s a tod

antonio hernÁndez cerÓn

s a n o s r e p

Este cuento, está escrito por mi hijo pequeño, tiene 39 años y es el padre de dos de mis nietas. Se ha querido unir a la aventura de la escritura y yo, como madre, feliz con su idea. Él tratará: “El respeto que hay que tener con todas las personas, aunque no piensen igual que nosotros”.

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Érase una vez un jardín lleno de árboles y plantas en el centro de Madrid. Era un jardín muy bonito, tanto que en primavera se llenaba de gente que iba a disfrutar sus hermosas flores. En una esquina del parque había un hermoso Almendro con unas flores exuberantes que hacían las delicias de todo el mundo, tanto humanos como plantas y animales. A su lado, una hermosa y lozana Encina completaba el maravilloso paisaje, con sus grandes y hermosas bellotas que traían locos a todos los habitantes del parque. Aunque no se atrevía a decírselo abiertamente, por todos era sabido que a Encina le gustaba Almendro. Se le ponían las hojas rojas cuando la brisa zarandeaba las ramas de Almendro y éstas acariciaban el tronco de Encina. Almendro, aunque siempre educado y amable, no mostraba mayor interés por Encina. Él era atento con todos los animales, siempre tenía una palabra amable con los pájaros que se posaban en sus ramas, siempre contestaba con su mejor sonrisa a los visitantes que le

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hacían fotos con sus cámaras y procuraba la mejor sombra a los viandantes que en verano se cobijaban bajo sus frondosas hojas del sol abrasador. Y por supuesto prestaba la mejor de sus atenciones a Encina. Por las noches, cuando todo estaba tranquilo, Almendro suspiraba apenado. Era consciente de que Encina le tiraba las hojas, que ella estaba deseando unir el follaje de sus hojas, cruzar sus frutos hasta obtener almenllotas o bellodras, como quieras llamar al fruto de unir bellotas con almendras. Pero había un problema… que no se atrevía a decir a nadie. A él no es que no le gustara Encina. Le caía fenomenal y le parecía guapa y distinguida. El problema era que a él le gustaba otro Almendro…y eso no era muy habitual. En esas estaba Almendro, suspirando por su desdicha de no saber cómo decirle a Encina que sus gustos eran otros, cuando oyó un pequeño crujir entre las hojas. Escudriñando bien con su mirada vio como al final del camino aparecía un fatigado Palomo, se acercaba

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hacia él cojeando de su pata derecha. El Palomo llegó a su altura muy fatigado, así que Almendro no dudó en bajar una de sus ramas para permitir al palomo subirse. Ante tal ofrecimiento, el palomo no dudó y dijo “gracias” a la vez que se tumbaba en la cálida rama de Almendro. Con sumo cuidado, Almendro subió al palomo a lo más alto de su copa y le proporcionó un suave lecho de pétalos donde descansar. Al día siguiente el palomo despertó y le dijo a Almendro: - Cariño, no sabes cómo te agradezco tu ayuda. Anoche cuando llegué estaba cansadísimo y gracias a ti, hoy vuelvo a ser palomo. - ¡De nada! Me encanta tener invitados en mis ramas, es todo un placer. - Oye- dijo el palomo-¿Cómo te llamas? - Soy Almendro - Jajajaja… Yo soy Palomo, ¡encantado! - Nuestros padres, no pensaron mucho a la hora de ponernos nombres por lo que veo. - Sí, sonrió Almendro, es verdad. - No quiero parecer maleducado rey, pero

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tengo que irme. He quedado con mi novio en breve, dos parques más abajo. Almendro quedó fascinado ante aquellas palabras… Tanto que no pudo contenerse y asombrado exclamó: - ¿Tu novio? - Sí chato, se llama Ricardo, pero todos le llamamos Richi. Es un palomo de tomo y lomo. Menudo pecho tiene. Ay, me tiene loca. ¿Por qué te extrañas? No me digas que… Oye, oye, oye… No puede ser, tú eres un árbol y yo un ave, entiendo que pueda resultarte irresistible pero nuestra relación sería imposible. - No, no, no me gustan las aves- se apresuró a explicar Almendro- es que, no pensé que se pudiera hablar de tu novio así… abiertamente. - ¿Pero bueno? - contestó malhumorado Palomo- ¿Tú dónde vives, en un parque o en la Edad Media? Vale que los árboles sois un tanto… inmovilistas, es vuestra naturaleza. Pero vamos, en el parque “Tosnito” los olmos se dan la mano y se dan besos mirando al

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estanque, tan tranquilos. - NO TE CREO- gritó Almendro con una mezcla de incredulidad y emoción. - ¡Pues claro rey! A ver si te piensas que todo es blanco o negro. Bueno chato, te dejo que me tengo que ir… Gracias por todo… ¡CHAO! Y en aquel preciso instante, Palomo echó a volar rumbo al parque, donde le esperaba su novio. Almendro se quedó fascinado, pensando que ojalá él viviera en el “Tosnito”, donde los almendros podían ser novios de otros almendros sin que nadie los mirase raro. Y estaba tan enfrascado en sus pensamientos que no reparó en que Encina le miraba desde su tronco, risueña, con una mirada complacida. - Ah, hola Encina. No te había visto. - Hola Almendro. Ahora entiendo todo. - ¿Qué es lo que entiendes? - preguntó Almendro sin entender nada. - ¡Pues que no te fijaras en mí! ¡Mira que eres tonto! ¡Y yo preocupada por si tenía

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la corteza demasiado arrugada o las bellotas caídas! ¡A ti lo que te va son los almendros! Al escuchar esas palabras Almendro se puso rojo como un arce. - ¡Calla! Se va a enterar todo el mundo. A todo esto, la Señora Cotorra que estaba en una rama de Encina dijo…- Almendro, pero si todos lo sabemos. ¿Acaso crees que no vemos como se te cae la savia cuando el almendro del ala oeste florece? - Vamos, que soy la única tonta que no me di cuenta – dijo Encina malhumorada. - Pues sí chica, solo faltabas tú. No te queríamos decir nada por no dejarte más plantada de lo que estás… pero estaba claro lo que había. - Y yo preocupado… ¡Manda endrinas! -exclamó Almendro, mientras ondeaba sus ramas de lado a lado. Y a partir de ese momento, todos los días, Encina y Almendro comentaban lo guapo

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que estaba aquel árbol o aquel otro, jugaban con los pájaros, sonreían a las cámaras que les fotografiaban sin parar, con la tranquilidad de que un día encontrarían al árbol de su vida, sin importar si era Almendra o Encino, Almendro o Encina o Almendre o Encine. Porque en ese parque todos se querían por lo que eran, sin importar si le atraía una u otra cosa, respetándose tal y como eran. FIN

AUTOR:

ANTONIO HERNÁNDEZ CERÓN

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T O D A S L A S ED A D E S CUENTOS EN FAMILIA PARA

e s r i t Sen Y o d a h c u esc o d a r i adm

antonia cerÓn campillo

¡Hola queridos lectores! Soy de nuevo la abuela. Me faltan los cuentos de dos de mis nietas, tienen muchos trabajos en casa y tendré que esperarlas.

Aprovecho para escribir otro cuento, espero que os guste, la idea principal de este cuento es: “La felicidad que produce sentirse escuchado y admirado”. 49


Había una vez una aldea, situada en una pequeña colina. Los habitantes de esta aldea eran muy cuidadosos con la naturaleza, mantenían muy limpias sus calles y atendían toda la arboleda que rodeaba la aldea. Había plantados muchísimos árboles. Todos estos árboles les proporcionaban calidad de vida; los frutales, como almendros, olivos, higueras, encinas, albaricoqueros, ciruelos, naranjos y demás especies, suponían una gran ayuda para su alimentación; que en buena armonía se repartían, para ser consumidos por las personas y por algunos animales domésticos. Había también árboles de bosque, pinos, abetos, cedros… que igualmente le daban belleza a la colina, les aportaban aire limpio, verdor en el paisaje, sombra, leña…Tenía un encanto especial aquella aldea, todos sus habitantes estaban muy orgullosos de vivir allí. Pero la vida diaria era: cada uno a sus tareas, estudios, trabajos y responsabilidades. Había poco tiempo para charlar animadamente, preocuparse por los vecinos, preguntar qué tal estaban… Más bien, cada uno iba a lo suyo.

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La aldea tenía muchas aves que allí hacían sus nidos, era frecuente ver petirrojos, palomas torcaces, mirlos, gorriones, urracas y algunos insectos, abejorros, abejas, mariposas… Había una perfecta armonía en aquel trocito de tierra. En una de las casas de este lugar vivía la joven Mari Luz de 19 años de edad, era una mujercita muy simpática, alegre y trabajadora en extremo, además de cursar sus estudios, ayudaba en casa en todas las tareas del hogar que le eran posibles. Esta forma de ser, tan valiente, fuerte y generosa, hizo que en el lugar, además de llamarla por su nombre, le llamaran “la Encina Mari Luz”, a ella no le molestaba porque sentía gran amor por los árboles. Un verano, cuando el calor en su casa se hacía insoportable, decidió bajar a la calle y disfrutar del fresco al aire libre. Estando allí sentada, en los escalones de su portal, vio venir a una viejecita vecina suya que traía tres perritos cogidos con largas correas.

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- ¡Hola Mari Luz! Has bajado a la calle buscando el fresquito, ¿verdad? - Así es querida vecina. - Me gustaría pedirte un favor - dijo la viejecita. - Ya ves que traigo tres perritos conmigo, pero no son míos. Estoy algo vieja ya para salir a pasearlos y las vecinas están acostumbradas a que yo les dé su paseo nocturno. ¿Querrías hacer tú este paseo a los perritos? Las dueñas estarían muy contentas porque son tan mayores que no pueden caminar y yo tampoco soy una jovencita. Me encantaría que tú los pasearas, seguro que hasta irían más contentos que conmigo, yo camino tan lenta como una tortuga. - Vale - dijo la encina Mari Luz - estoy de acuerdo. Lo haré con mucho gusto. A partir de aquel día, todas las noches, Mari Luz bajaba a la calle a pasear a los tres perritos. Era una actividad que a la joven le gustaba, disfrutaba con los animales que eran dóciles, obedientes y muy cariñosos y enseguida se acostumbraron a su nueva

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cuidadora. Era verano y se estaba muy bien en la calle, una noche, como todas las noches. Los perritos jugaban sueltos cerca de ella, nunca se alejaban mucho, solo lo suficiente para sus carreras y juegos. La encina Mari luz estaba sentada en lo alto de la escalinata del portal de su casa, allí sola con sus pensamientos, disfrutando del fresquito y observando a los tres animalitos. De pronto apareció un joven vecino, de la misma edad que ella, al que solo conocía de verlo en la aldea y, en vez de pasar de largo, se sentó directamente en los escalones bajos de la escalinata donde estaba Mari Luz y se puso a contemplarla mirándola hacia arriba, como el que hubiera encontrado una piedra preciosa. Y allí se sentó, sin ninguna prisa, a charlar con la joven. - No sé tu nombre - dijo la chica. - Yo soy Luis, pero también me llaman Almendro, aquí en la aldea es muy normal que nos pongan otros nombres además del nuestro - Mari luz comprendió que estaba muy bien puesto ese segundo nombre de Almendro, era un joven educado, muy guapo,

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sensible, cariñoso, conversador… Se podría decir que reunía su persona toda la belleza y sensibilidad de un almendro en flor, cubierto de pétalos blancos y rosados e igualmente limpio de corazón. Mari Luz, no estaba acostumbrada a encontrar una persona así, que desinteresadamente se sentara junto a ella a conversar, sin importarle el tiempo, e interesándose por su persona. Aquella noche quedó gratamente impresionada con la compañía inesperada de su vecino Luis, el Almendro. Los perritos también quedaron más felices que de costumbre, pues sus juegos y carreras se alargaron más de lo normal. Se sucedían los días y aquella amistad fortuita continuaba entre Encina y Almendro, siempre que se encontraban se paraban a charlar un ratito de sus cosas y los dos se sentían muy felices de quererse tanto. Era un cariño puro, solo de admiración del uno por el otro, eran felices y se sentían importantes. Pasó el verano y Mari Luz comenzó sus estudios, las dueñas de los perritos tuvieron que buscarse otra cuidadora de perros.

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Los vecinos se daban cuenta de las charlas que se daban Encina y Almendro, pero ellos pasaban de todo porque nada tenían que ocultar, solo mostraban su mutuo cariño. Alguna vecina pícara le decía a Mari Luz: ¡Qué casualidad!, ¡cuántas veces coincides con Luis! Y ella se quedaba tan pancha, porque era verdad que el Almendro siempre buscaba algunas palabras de Encina e igualmente el Almendro le contaba sus cosas. Un día, en uno de esos encuentros fortuitos, Luis sacó de su bolsillo un anillo dorado y le dijo a Mari Luz: me tengo que marchar de la aldea, pero quiero que siempre me recuerdes, toma este anillo que lleva grabada la letra “L”, es la inicial de mi nombre: Luis. Y así nunca me olvidarás, aunque estemos muy lejos el uno del otro. La Encina Mari Luz cogió el anillo, se lo puso en su dedo corazón y le dijo: - Gracias amigo Almendro, me has hecho muy feliz interesándote por mí, yo nunca creí que pudiera llamar la atención de un joven tan bello como tú. Nunca me quitaré el anillo. Será el recuerdo de nuestra pura y sincera amistad.

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- Y tú, querida Encina, recuerda que yo siempre te admiraré; lo mismo que todo este tiempo que nos hemos podido ver y charlar. Pasaron muchos años, la Encina Mari Luz, se casó con otro chico de la aldea. Tuvo varios hijos, que se hicieron mayores, a los que quiso enormemente. Lo mismo que a su marido y a sus nietos. Disfrutaba con ellos tanto, que parecía rejuvenecer cuando estaban a su lado. ¡Cuánto quería a su esposo, a sus hijos, a sus nietos y a toda su familia! Eran muy felices. La Encina nunca supo qué fue de su amigo el Almendro, aunque nunca lo olvidó; ella estaba dedicada en cuerpo y alma a su familia. Pero el tiempo siguió pasando, sus nietos crecieron, ya querían tener su vida propia. Su marido, aunque fiel, también había envejecido. Tenían una vida tranquila, propia de la edad madura, recibían pocas visitas, todos estaban siempre muy ocupados en sus respectivos trabajos, tenían pocas sorpresas.

Lo más triste fue cuando ya ni la Encina

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ni su marido podían valerse solos para vivir en su casa. Y tomaron la decisión, junto con sus hijos, de buscar una residencia de personas mayores para que allí los cuidaran. En la residencia todo eran normas: horario para levantarse, aseo, el desayuno, tiempo de actividades voluntarias, ver la tele, comida, siesta… Y así cada día, como era lógico en un centro de mayores, todos estaban necesitados de muchos cuidados y había que seguir un orden. De vez en cuando se rompía la monotonía con la visita de algún ser querido, pero siempre sabía a poco. La Encina veía como su vida se había truncado, estaba allí con cuidados, esperando que le llegara la muerte, pero carente de todo estímulo de afecto. El esposo de Mari Luz se entretenía hablando de fútbol con otros señores y ella leía algunos poemas que le hacían recordar... Se veía necesitada de cariño, pero era lo que tocaba y tenía que llevarlo lo mejor que podía. Una mañana, estando en el jardín de la residencia se le acercó un viejecito a la Encina y le dijo:

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- Observo que lleva usted un anillo que me resulta familiar. La Encina no reconoció a su joven amigo el Almendro, habían pasado muchos años y ninguno de los dos estaba reconocible. Pero el anillo dorado con la letra “L” grabada permanecía igual que el primer día. - ¿Le resulta familiar mi anillo? ¿Cómo se llama usted? - Yo soy Luis, el Almendro, el que hace muchos años le regaló a una joven y encantadora chica, un anillo igual que el que lleva usted en su dedo corazón. - ¿Cómo se llama usted señora? - Yo soy Mari Luz, la Encina. - ¡Qué suerte! ¡Nos hemos vuelto a encontrar! Ahora podremos recordar nuestra bonita amistad y nuestra pura y sincera admiración de juventud. - ¡Claro, querido Almendro Luis!, ¿cómo me iba a imaginar que la vida nos pusiera otra vez juntos? ¡Qué alegría tan grande! Desde aquel día, ya no había achaques, ya no importaban las rutinas. Solo sabían que se tenían el uno al otro con el mismo cariño, sincero y puro, que cuando eran jóvenes…

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Y así se convirtió la residencia en un lugar maravilloso, lleno de alegría y esperanza: la de encontrarse cada día, mirarse, hablarse, compartir el tiempo… Fue como volver a ser jóvenes otra vez. Y allí siguen, Almendro y Encina, para quien quiera ir a visitar su felicidad. “La felicidad de sentirse escuchados y admirados”. FIN

AUTORA:

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ANTONIA CERÓN CAMPILLO


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cuentos en familia para todas las edades

La encina Pepita carmen hernÁndez caballero

Soy la nieta de diez años, yo también quiero participar en la aventura de escribir, espero que os guste mi cuento. Se titula: “La encina Pepita”. Había una vez una encina que se llamaba Pepita y un almendro que se llamaba Pepito. Un día el almendro le dijo a la encina:

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- ¿Te apetece que echemos una carrera? A lo que la encina respondió: - ¿En qué clase de carrera estás pensando? - Una carrera, a ver quién consigue hacer brotar más frutos en un día – le respondió Pepito. - Está bien, pero haremos dos equipos. En el mío estarán las ardillas y tú irás con los periquitos. Y tienes ventaja, porque tú eres más rápido haciendo frutos que yo. Pero no me das miedo. A lo que le contestó el almendro: - Está bien, haremos los dos equipos. Quedamos a las siete al lado de los arbustos del parque. - Pues, hasta mañana a las siete. Al día siguiente la encina llegó una hora antes de la cita, mientras que el almendro llegó a la hora en punto. La encina le dijo: - Creo que hubiese sido mejor si hubieses llegado un poco antes para la carrera. El almendro respondió: - Prefiero estar puntual.

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La mariposa Brillantina, presentadora de la carrera anunció por la megafonía del parque: - ¡¡Hoooolaaa a toooodooos!! Estamos al lado de los arbustos del parque para asistir a la apasionante carrera entre la encina Pepita y el almendro Pepito. Un fuerte aplauso para estos dos queridísimos árboles. La mariposa Brillantina explicó las reglas de la competición y señaló el comienzo de la carrera haciendo tintinear sus alas. Y terminó la presentación diciendo: - ¡¡Que empiece la competicioooón!! El almendro iba de sobrado y se paró un instante para hablar con las flores que le animaban desde los bordes de los arbustos. Mientras la encina no dejó de esforzarse por hacer bellotas una tras otra. Cuando el almendro dejó de pavonearse ante las florecillas, la competición estaba llegando a su fin. Sin darse cuenta, se había pasado casi todo el tiempo hablando y hablando y apenas había fabricado una docena de pequeñas y arrugadas almendras. La encina por su parte tenía bajo sus ramas varias decenas de relucientes y tersas bellotas. Las ardillas,

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jueces de la prueba por su gran conocimiento sobre los frutos, cogieron los frutos que cada árbol había producido. Primero probaron las bellotas de la encina Pepita. - ¡Squick! ¡Estas bellotas están buenísimas! Justo después pasaron a probar una almendra del almendro Pepito. - ¡Squock! ¡Esta almendra está malísima! El anuncio que la mariposa hizo a la cámara de “Tele-bosque”, no dejo lugar a dudas. - Y la ganadora de la competición ha sido: ¡la encina Pepita! El almendro exclamó: - ¡Será posible! ¿Por qué me ha pasado esto a mí y no a la encina? Pepita le respondió: - ¡No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy! CHIM – PÓN FIN

AUTORA:

CARMEN HERNÁNDEZ CABALLERO

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EPILOGO Ha aparecido un poema por casa; recuerdo de los años jóvenes de mis hijos, cada verano, los mandábamos a algún país de habla inglesa o francesa para perfeccionar los idiomas. Uno de esos veranos, a mi hijo mediano que entonces tenía diecisiete años (y ahora cuenta con cuarenta y dos años), le tocó permanecer todo un mes en un puerto de habla inglesa. Y en su poema narra la soledad y nostalgia que siente; ahí sentado en un banco a la orilla del mar, da rienda suelta a sus sentimientos. Ya que este libro tiene como objetivo principal, ver siempre

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a la familia en armonía, respeto y cariño; he creído oportuno escribir este poema en nuestro primer libro. Nada tiene que ver con las encinas y los almendros, pero sí, con los recuerdos de unos hijos que tuvieron que estudiar mucho para estar preparados para la vida. Y por qué no, contar que les sirvió de mucho. Hoy recogen sus frutos. Este poema, pone punto final a nuestras sencillas historias. Deseo a todos los padres del mundo que se sientan orgullosos de sus hijos. “Es el mejor tesoro que tenemos”. No importa si han triunfado más o menos. El mejor triunfo es haber nacido. Hasta siempre: Antonia Cerón Campillo.

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Frente al mar, lejos de casa FELIPE HENÁNDEZ CERÓN

¿Rojo? ¿Azul? ¿Verde? ¿Amarillo? No consigo recordar como era el arcoiris. Solo lo veo brillar. Nada más pienso su forma se me olvidan sus colores y en su lugar solo encuentro…. Informes arcos de luz, de luz ;¡ Pero en blanco y negro! Bandas que cruzan mi mente sin orden ni situación. En un caos de turbación, en un desorden de brillos. Haces que se superponen y que entre ir y venir, me dejan ver que al final, en el lugar donde nacen, solo está la oscuridad.

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¿Verde? ¿Amarillo? ¿Azul? ¿Rojo? Quizá olvidándolo todo podría ponerlo en orden. Pero….¡Es tanto lo vivido! Pero…¡Es tanto lo sufrido! Que al más estúpido intento por empezar a olvidar aún antes de comenzar se consideraría muerto. Ante tanta confusión el sol se baña en el agua dejando su resplandor nadar hacia el horizonte. Pero en mis ojos se pierden la conjunción de las olas y la espuma con la luz. Dejándome donde estoy, escuchando el murmurar de las inquietas gaviotas. Viendo acabar otro día desde el banco del paseo. El banco en que me di cuenta, mientras contemplaba el mar, que , cómo es el arcoiris….. No consigo recordar. Escrito en 1995 a la edad de 17 años AUTOR:

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INFORMACIÓN SOBRE LA ENCINA “Si tuviéramos que escoger un árbol representativo de España ese sería sin duda, la Encina”. Esto es lo que dicen varios catedráticos de Producción vegetal, y Botánica forestal. La encina es un árbol resistente, arraigado, apreciado por sus valores agrarios, muy abundante en España, la Quercus ilex, todoterreno del Mediterráneo y protagonista de la mayor parte de las dehesas del territorio nacional. La encina con 2’8 millones de hectáreas es la especie predominante en la superficie forestal nacional. Las encinas, junto con robles y hayas se están expandiendo mejor que los pinos. Los pinos necesitan mucho sol. Las encinas en cambio, aguantan mejor el calor y pueden germinar sin problemas en terrenos sombríos. La encina a pesar de ser un árbol más pequeño que el pino, tiene menos problemas para buscar agua. Entre los siglos X y XI , nació en Cantabria la que con el tiempo se ha conocido como la

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“Encinona de Ánaz”, Ánaz” un árbol milenario, que ha llegado a ser el más viejo de esta especie en España. Ahora solo queda la sombra de lo que fue esta excepcional encina. La encina, es un árbol de tronco fuerte y grueso, copa grande redondeada, apretada, corteza gris y lisa, hojas perennes y alternas con el margen dentado, su fruto es la bellota. La encina puede alcanzar los 25 metros de altura. Con la madera de la encina se fabrican herramientas muy diversas y también se usa como carbón vegetal. Las encinas no se conocen a sí mismas cuando llega el florecimiento y temen que les suceda como a los gigantes enamorados que pierden el tino y el peso. A la encina (Quercus ilex) también se le llama “Carrasca”. Puede llegar a vivir 1.000 años. La encina era el árbol sagrado de Zeus. (Zeus, en la religión griega es el padre de los dioses y los hombres, era el dios del cielo y el trueno).

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El nombre científico de la encina “Quercus ilex” proviene del celta y significa: árbol hermoso y elegante. La encina, pertenece a la familia de las Fagáceas. El género Quercus, tiene más de 150 especies, entre ellas, la Quercus ilex, de la que vamos a tratar. La dispersión de su polen es anemófila, aseguran su polinización por medio del viento. También se polinizan por medio de los insectos de flor a flor, pero esto en menor medida. También es posible la autopolinización con flores masculinas del mismo individuo (autogamia). El fruto, la bellota, es un glande de color marrón oscuro cuando maduran. Comienzan a producir fruto cuando el árbol tiene 15 ó 20 años. Maduran en octubre, noviembre y a veces en diciembre. Se reproducen sembrando la bellota y también por brotes de raíz y de cepa. Las bellotas, sirven de alimento a las personas, pero sobre todo al ganado.

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Las flores de la encina, parecen una luz del sol sobre las hojas. Estas flores masculinas, llegan a apagar el verdor de la encina, llenándola de una luz amarilla, están llenas de polen. Se llaman amentos. Y si tanto se ve la flor masculina… ¿Dónde está la flor femenina? Para encontrarla, hay que mirar de cerca, buscando en las ramas nuevas, la flor femenina apenas mide 3 ó 4 milímetros, tiene forma ovoide, ovario piloso y cuatro estigmas muy patentes. Una vez fecundada la flor, engrosa con rapidez y va adquiriendo la forma de una bellota. Se diría que cuantos más amentos dorados tengan las encinas, habrá más frutos (bellotas) en otoño; pero no son estas flores masculinas repletas de oro, las que cuentan, si no las femeninas; de ahí el dicho popular: Encina con moco, en la montanera da poco”. La encina, es una especie monoica, es decir que un mismo árbol, produce tanto flores masculinas como femeninas, siendo ambas, morfológicamente muy diferentes. Las flores femeninas aparecen inmediatamente después de hacerlo las masculinas.

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“INFORMACIÓN SOBRE EL ALMENDRO” El nombre común es : almendro y su nombre científico es: Prunus dulcis, es de la familia Rosaceae, origen Asia. Llega a España traído por los griegos, más o menos por el año 575 a.C. Su ubicación es en el exterior, con luz directa del sol, necesita una temperatura templada aunque puede aguantar temperaturas bajas. Riego moderado, puede resistir periodos de sequía. Prefiere los suelos sueltos, o ligeramente arenosos, ya que los suelos pesados o mal drenados no ayudan a la expansión de sus raíces. Se reproduce por injertos, o también haciendo germinar una almendra. Para que el almendro pueda producir almendras, tiene que tener el árbol unos cinco años. A los doce años alcanza su capacidad máxima de producción. Las almendras se comen: crudas, tostadas, fritas, en pasteles, turrones, helados, mazapán, horchatas, etc. También se usan las almendras en medicina,

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poseen propiedades antiinflamatorias y antisépticas. Se usan en productos de belleza. Una de las mejores almendras, son las españolas. Los almendros, florecen entre los meses de enero, febrero y marzo. Sus flores son hermafroditas, cada una reúne los dos sexos, tienen androceo y gineceo. Esta flor tiene cinco pétalos blancos o rosados, muchos estambres, que forman como un coro alegre en torno al ovario con su esbelto pistilo, pero necesita ser polinizada por los insectos. Los sépalos son tan largos como los pétalos. Las hojas son lanceoladas, largas y estrechas y puntiagudas de un verde intenso, estas hojas, salen después de la floración invernal , son caducas. El proceso de polinización más recomendado es el que se hace por medio de insectos, principalmente abejas, el transporte de polen de flor a flor por la acción del viento es poco efectiva. Por este motivo las colmenas de abejas son muy solicitadas por los almendricultores en la época de floración. El 90% de los almendros es de cultivo de

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secano. La almendra, nos aporta gran cantidad de proteínas, pero no podemos abusar de ellas porque serían indigestas. Las almendras amargas, por su contenido tóxico podrían matar a un niño, si éste se comiera diez de estas almendras, e igualmente podrían producir la muerte a un adulto, si se comiera veinte almendras amargas, estas almendras se usan en perfumería. La vitamina E de las almendras dulces, ejerce un valioso papel antioxidante, previniéndonos del envejecimiento y de las enfermedades degenerativas. Las almendras pueden producir alergia a algunas personas. Se recolectan en España en septiembre. Los judíos llamaban al almendro: Shaked, que significa; “vigilante” o “despierto”, es el primer árbol que anuncia la primavera. No suelen sobrepasar los cinco metros de altura y sus frutos, las almendras, necesitan ocho meses para madurar por completo. Entre los hebreos existía la tradición de que

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el árbol del almendro, encarnaba el árbol de la vida. Decían: Dios puede manifestarse de diversas formas y, en ocasiones espera que el ser humano sepa interpretar bien lo que ocurre a su alrededor. El tronco del almendro es agrietado de color marrón grisáceo. En los parques, se usa como árbol ornamental, por su temprana floración y la belleza de sus flores. Aunque a veces parezca que el mundo se dirige sin control a su autodestrucción, lo cierto es que el creador, tiene siempre el control de todo en su mano. Él espera el momento adecuado para manifestar su poder y cumplir sus planes eternos. Hay una leyenda que dice, que las flores del almendro significan: amor eterno, Amor, más allá de la muerte, o consuelo al ser amado.

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Este libro se terminó de imprimir el 1 de Diciembre de 2020 en Murcia EDICION LIMITADA POR ANTONIA CERÓN CAMPILLO JUNTO A SU FAMILIA HERNÁNDEZ CERÓN Y NIETOS CON LAS ILUSTRACIONES DE SUS AMIGOS MUHER

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