ART LIFE Magazine
Contenido 1.
¿Cómo se ve el amor en el arte?
2. 'Los amantes' 3. Elimportancia muralismo de Diego Rivera y su en el pueblo mexicano. 4. Una enorme escultura de Jeff Koons luce una mascarilla de flores
Cómo se ve el amor en el arte?
?
El amor y el arte son un par im-
portante, por eso es imprescindible saber bien cuál es la relación verdadera que los une, existen muchas obras que se inspiran en el denominado «Sentimiento más profundo». Aunque no todos somos grandes artistas, todos en algún momento experimentamos amor y durante ese momento sentimos una sensación incontrolable de crear algún tipo de arte o nunca has escrito una carta de
amor, hecho alguna manualidad, cocinado algo o hasta cantar de la felicidad debido al amor. Hasta el más grande de los hombres ha sentido las ganas de escribir poesía dedicada a esa persona que le robó el corazón. El amor es un todo y hay hasta quienes están de acuerdo en que se debe hacer de todo por encontrarlo y eso incluye los conocidos hechizos y amarres de amor.
El beso G u s t av K l i mt
Como polillas incapaces de apar-
tarse de una bombilla, a lo largo de los siglos infinidad de artistas han vivido obsesionados por capturar la belleza femenina. Fue, entre tantos, el caso de Gustav Klimt, a quien además de mujeres desnudas —en ocasiones masturbándose— también le gustaba dibujar gatos. Habría sido feliz en internet. El cuadro que le hizo entrar por la puerta grande en la historia del arte como podemos ver no era pornográfico, aunque sí está teñido de un suave erotismo. En esta obra que recogió tradicio-
nes pictóricas muy diversas, desdejaponesas hasta bizantinas, vemos a su pareja, Emilie Flöge, arrodillada en una actitud de entrega, aunque al mismo tiempo apartando su rostro de forma esquiva. Cómo no enloquecer con ese tira y afloja tan reconocible. La túnica de él, adornada con figuras rectangulares, y la de ella, de formas redondeadas, aunque ambas del mismo color y de límites casi indistinguibles, sugieren una naturaleza masculina y otra femenina que se complementan en un solo ser.
Off Ed m u n d B l a i r Le i g ht o n
No podía faltar la representación de unas buenas
calabazas. La postura de la chica, con las piernas cruzadas, las manos sobre ellas como reforzando su actitud de cierre y mirando hacia otro lado ya da cierta idea de cuál ha sido su respuesta a la petición de matrimonio. Por si algún observador aún no lo tiene claro, este pintor prerrafaelita de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, también nos mostró el ramo de flores tirado en medio del camino y finalmente al desdichado batiéndose en retirada, caminando cabizbajo con las manos a la espalda, intuimos que pensando en qué pudo salir mal esta vez, repasando inútilmente cada frase y cada gesto. «Te quiero, pero como amigo», ñiñiñiñi…
En el jardín P i e r re -A u g u s t e Re n o i r
A diferencia de los prerrafaelitas, que eran capaces
de contar una película entera en una imagen, los pintores impresionistas tendían a rehuir esas escenas tan declamativas y cargadas de significado. Pese a dicha preferencia por una mayor ligereza, aquí Renoir nos mostró a una joven pareja disfrutando de un día campestre. Ella al menos, que su novio permanece tan absorto contemplándola que no sabe si es de día o de noche. Los protagonistas son Aline Charigot, la novia en ese momento del artista y futura esposa, y un amigo de este, Henry Laurent. Ambos fueron retratados también en este dibujo de Renoir.
'Los amantes'
Es normal, porque la pintó un surrealista y “surrealista” viene del francés “sur-réalisme”, es decir, que está por encima del realismo. Y eso es aún más realismo que lo real. No es que los surrealistas fueran unos visionarios –no más que cualquier artista, se entiende-, es solo que se habían estudiado las lecciones que daba Freud, quien ya nos colocó ante la pregunta de si no será tan real la realidad física como la imaginada. A esto respondemos ahora que ambas son una sola y misma cosa, o que al menos acaban convergiendo,
como estamos comprobando en nuestras propias carnes. A entender lo que es real –“real como la vida misma”, decimos- siempre llegamos con cierto retraso. Y ese desplazamiento tiene una función, que no es otra que amortiguarnos el golpe. ¿O hemos olvidado ya que hasta hace muy poco estábamos escuchando cómo de irreal nos parecía todo esto que ahora vivimos? ¿Qué más semejaba un sueño, una pesadilla, una película de ciencia-ficción? ¿No lo habremos dicho nosotros mismos, incluso?
Así debió de ocurrirle a René Magritte cuando tenía catorce años y se cree que vio cómo el cuerpo de su madre lo sacaban del río Sambre como si fuera una perca y con todo el camisón liado alrededor de la cabeza. Que la pobre Régina se había quitado la vida tirándose al agua no podía ser más real, pero me apostaría cualquier cosa a que el joven René pensó entonces que lo habían transportado al mundo de la irrealidad, y que era desde ese mundo como estaba percibiendo una vivencia tan traumática que lo perseguiría en los años sucesivos. Así que tuvo que pintar 'Los amantes' para desembarazarse de semejante horror entregándolo al mundo. Hay quien lidia con el trauma creándose un universo paralelo, y los llamamos enfermos mentales y los hacemos tratar. Y luego están los artistas como Magritte, que convierten esa llaga en otra cosa: el arte también es una forma de universo paralelo, aunque siempre parte de este en el que estamos y con él confluya. Pero la mayor parte de la gente acaba sin más asumiendo la realidad en cuanto está preparada para ello.
También nosotros empezamos a comprender ahora que es real que pasemos casi todo el tiempo confinado en nuestras casas. Que es real que cuando salimos nos encontremos las calles casi vacías. Real que si nos cruzamos con alguien bajemos la mirada y avivemos el paso, y desviemos nuestro rumbo para respetar las distancias de seguridad. Real que no den abasto los profesionales sanitarios, que son reales y para nada ángeles o héroes de cómic, por cierto. Y que vivamos pendientes de los grados de inclinación de una curva. Una curva que es real pues, por más que la veamos trazada sobre unos ejes que solo existen en nuestras pantallas digitales, habla de infecciones reales, de personas reales y de pérdidas reales que se lloran con lágrimas reales aunque sea real que el duelo no está permitido como antes de que nos infligieran esta herida de lo real. Escribía hace poco Santiago Alba Rico en eldiario.es que en tiempos de experiencias virtuales y desafección respecto al mundo de las cosas, este (re)encuentro con lo real también es, o debería ser, una oportunidad.
Y tenía mucha razón. En algún momento saldremos de nuestras casas, y la realidad será otra, pero será, y algo deberíamos haber aprendido de lo que ahora estamos viviendo. Algo aprenderemos seguro, porque todos lo estamos diciendo, pero aún no sabemos qué. Eso también nos llegará con un poco de retraso. Como estos amantes de Magritte, aislados del mundo y también entre sí por un trozo de tejido, nos debatimos entre la incertidumbre y la frustración. Pero ya hemos empezado a vivir normalmente con ellas, así que al menos conocemos el terreno que pisamos. Solo nos queda construir algo sobre ese terreno, porque lo que ahora construyamos mañana será tiempo ganado.
El muralismo de Diego Rivera y su importancia en el pueblo mexicano
El hombre controlador del universo (1934), reelaboración del
mural El hombre en la encrucijada del Centro Rockefeller de Nueva York, que fue destruido.
Se le ha considerado como un artista ejemplar comprometido a un bienestar social, a través de argumentos políticos, trabajadores, figuras revolucionarias como Emiliano Zapata y Lenin. Diego Rivera es un nombre que retó las normas preestablecidas del arte mexicano, buscando revivir lo prehispánico en la contemporaneidad de su época. Gracias a ello, él renombró la mexicanidad a través de las galerías, museos y murales tanto en EE.UU. como en México, enalteciendo el concepto de que el arte es para el pueblo mexicano. Con ideas de detracción social y
comunista, el muralismo de Rivera constituyó uno de las principales influencias del arte y la cultura de México. A través de su colección de artefactos precolombinos, retratos panorámicos de la historia de México y su vida diaria, ¿desde los inicios de la cultura Maya hasta la Revolución mexicana? incluso, ¿en el presente postrevolucionario?, él expresó su compromiso hacia sus orígenes. Tanto así que Rivera usó las paredes de universidad y otros edificios públicos a lo largo del país y EE.UU., como la extensión de su cuerpo inmortal.
Se le ha considerado como un artista ejemplar comprometido a un bienestar social, a través de argumentos políticos, trabajadores, figuras revolucionarias como Emiliano Zapata y Lenin. Por ejemplo, en 1921, cuando la Revolución mexicana terminó, Rivera regresó a México para realizar su primera pintura mural en dónde las étnicas mexicanas tenían un papel dentro del contexto político de izquierda nacionalista. Desde entonces, él y artistas como José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo, decidieron usar sus pinceles vivos para atacar a la Iglesia, los clérigos y reforzar los ideales postrevolucionarios. Entre los frescos más emblemáticos de Rivera fueron bajo la demanda de Porfirio Díaz seis para colección personal y siete para el gobierno, están la Epopeya del pueblo mexicano
(1929-1935) en la escuela nacional de agricultura de Chapingo; así como Historia de Morelos, Conquista y Revolución (1927-1939), en donde denuncia los malos tratos y la explotación por parte de los hacendados hacia los peones o trabajadores en la industria moderna del azúcar. Durante su vida, Rivera elaboró muchos bocetos, en distintos tamaños, como plantillas para trazar las imágenes en los muros. Una vez trazadas, sus ayudantes aplicaban capas de yeso, en donde Rivera comenzaba a pintar con agua antes de que el yeso se secara completamente. Con esta técnica de pintura, Rivera realizó muchísimas pinturas orgánicas al usar una amplia gama de colores de sus obras de arte.
Una enorme escultura de Jeff Koons luce una mascarilla de f lores
Es un otoño diferente para Puppy, la gigantesca escultura de Jeff Koons, ubicada en el Museo Guggenheim Bilbao. Con el cambio de estación, la obra suele cambiar el manto floral sobre la cara del gigantesco perro. Pero ahora, quienes visiten el museo, se encontrarán que el animal lleva un barbijo, también compuesto de flores. La pandemia de Covid-19 ha llevado a que, parte de la nueva normalidad sea utilizar esta protección y la obra de Koons, instalada en el ingreso al Guggenheim Bilbao en 1997, no será la excepción.
“Es un honor que Puppy pueda comunicar la importancia de llevar mascarilla en estos tiempos de pandemia de la Covid-19. Una ciudadana de Bilbao me envió una carta preguntándome si se le podría poner a Puppy una mascarilla, lo que me pareció una idea fantástica. Me encantó que el museo estuviera de acuerdo y ahora, dotado de una mascarilla de flores blancas y azules, Puppy puede expresar la importancia de llevar mascarilla para proteger ante la expansión de la Covid-19 , ha expresó Koons. Todavía el dibujo de la mascarilla solamente se ve débilmente, debido a que las plantas tardan unas semanas en florecer tras su implantación, y será más adelante cuando pueda apreciarse en todo su esplendor.
“Una de las acciones más importantes que podemos realizar para con los demás durante esta pandemia es compartir información acerca de cómo podemos protegernos. Imagino que Puppy ha sentido todo el amor que le han mostrado y está feliz de comunicar este mensaje de seguridad y bienestar a la ciudadanía de Bilbao y al mundo”, agregó el artista estadounidense, uno de los más populares del mundo. Por su parte, Juan Ignacio Vidarte, director general del Museo Guggenheim Bilbao, afirmó que “Puppy ha trascendido a la obra de arte que es, para convertirse en un emblema del museo y de la ciudad de Bilbao, y en un icono del optimismo.
Además, el arte contemporáneo está -y debe estar- conectado con su tiempo, por lo que tiene todo el sentido aprovechar la popularidad de Puppy para apoyar una causa crucial en estos momentos, como es la de protegernos a nosotros mismos y a los demás”. Desde su instalación en 1997, cada año en primavera y en otoño, la escultura de 12,4 metros de altura que representa a un perro West Highland Terrier, cambia su manto floral para adecuarse a la nueva estación. Mientras que en primavera y verano luce begonias, alegrías, tagetes y petunias de diferentes colores, en otoño e invierno estas son sustituidas por pensamientos y otras especies más preparadas para afrontar las bajas temperaturas.
Real life magazine Diseño y diagramacion E s t e f a ny S u a re z M a r t i n e z
Universidad del bosque Co m u n i c a c i ó n 1
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