1943. Crónicas de las fiestas regionales de la victoria

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de la Victoria CELEBRADAS EN LEÓN EN EL DÍA 2 1 DE MAYO DE 1939 POR

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IMPRENTA CASADO IDO

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1 A la Excma. Diputaci贸n Provincial de Le贸n. EL Aurott

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IMPRIMATUR DR.

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VICARIO OiiNEAAL DE I.A DIÓCESIS DB LE~ N

20 noviembre ¡g43

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Prólogo cHoy al placer el corazón se entre¡;:a, t'OY la esperanza sus colores viste; porque la gloria, palpitante, u~ga. ENRRtQU! Ot~

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CARRASCO. •

<Paz g Porvenir• ¡ Helos¡ helos, por dó vienen 1 ••••••••••••• o •••••• o ••••••••

El cronlsll hace temporada que viene emborracháudose con el zumo viejo de la solera tradicional. La Novena a la Virgen del Camino colmó de harturas la sed ·tU e no lograron apa~:ar los vinos revueltos y turbios, escanciados, sin medl· da, en las bodegas democráticas. Y una noche de mayo, fría y oscura, sin claror de luna, se encerró en la claustra de la Catedral, y alll, sobre las losas que cubren huesos de h~rocs, delante de los sepulcros que encierran, en laudas sobrias, las leyendas de obispos y .le nobles, que corrieron por los campos del romancero, so· iló, sonó con arneses y escudos, con lanzas y espadas, con lorigas y petos y lambrequines bordados en piedra y caballos corredores brldados por jinetes garridos¡ con aquel Bernardo que, en la leyenda, se hombrea con el Cid y con Ferndn Oonz6lez y con aquellos Reyes leoneses que supieron: lavar con sangre el solar a donde la mancha estaba¡ porque el honor que se lav1 con $&r.gre se ha lavar.

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Andaban aquella noche alborotadas las almas de Jos muertos por la claustra, y el cronista habló y dialogó con Jos espfrltus de Juan de Graja! y Arias de Valderas, maestros en las caenclaa de los Leyes, y con los entalladores e lma¡lneros, arquitectos y pintores, con pedreros y estofadores, orfebres y doradores, y oyó que todos estaban locos de ale¡rfa porque volvfan las a¡uas leonesas a correr por los cauces viejos de la tradición. Sobre una losa del ;ingulo noroeste vló que se aJuba una figura de elegante porte, de mirar dulce y fasclnante-¡Soy Corrance)oll df.jo-¡Ahl ¡Ah! lindas eatrolaa hlclatela en el antecoro de Jordán. -Entonces todo era puro; el oro, la vida, tu coatum· bres, el arte, fa piedad. Hogano todo lo trocástela y aduiler4stefs. Ahora se perciben rumores de que los leoneses oa toméi1 al buen 1entldo. -¿No ofs fas m6gfcas de chfrfmfas y vlhuefu, de órcanoa y arpas aromando el ambiente nuevo? -En el centro del palio habla un ¡rupo de almas que clamoreaban cantares del ciclo épico; eran Badajoz el mozo y Orozco y Doncel y Herreras y Enrique Oarphe. Cantaban romancea de Bernardo del Carplo, VIllancicos do Juan de la Encina..• Con tres mil y mds leoneses dejó la ciudad Bernardo para aquella arrancada de Roncesvalles en la que los trance· ses quedaron aln capitanes, sin huestes, sin honra, porque los leoneaes No llenen tan flacos loa pechoa, ni tan sin vigor los brazo&; ni tan sin sangre las venas, que consientan tal agravio; 8-


el agravio de un extranjero, aunque fuera tan grande como Carlomagno, que osara pisar las tierras espanolas.

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Al filo de la media noche, poblose de fantasmas la claustra; bulllan y hablaban en tonos de algara~a; calzaban udones de c~ero labrado, medias blancas de Uno; vestlan bragas cortat con mantelete cubriendo el empeine; jubones de tisú, haldas de damasco rojo, tajas anchas, rojas oomo la sangre, camisas caseras, con pecheras de Holanda almidonadas; tre¡¡ueras rizadas y acanaladas, sombreros de fieltro, de alas tiesas, y al¡unos, los clérigos, ludan lobas amplias, roquetes calados, con bordes de color violeta, zapatos con he· bUlas de plata y alzacuellos morados, con franjas de escarlata. Lot nobles estaban lujosos de veras; ricos mantos cuajados de perlu, capas bordadas en oro, con borlas de seda verde, sombreros con plumajes de mil colores variados y tahail de cuero repujado, espadas cortas de acero toledano, con cruces y leye.ndas primorosas. Las mujeres también estaban enjoyados; faldas entabll· zadas, ma.ndlllnes en los que el arte y el dinero hablan hecho prodigios de adomo, con oro y plata, con esmeraldas y to· paclot, con cintas azules y cintas de terciopelo. Colgaban del pecho cruces y cadenas, relicarios y Agnus-Def, collares de perlas en¡ arzadas con eslabones de oro, y en las muñecaa y en las orejas y en1 loa dedos, tralan tesoros de arte en anillos y ajorcas y pendientes. El cronista estaba enloquecido con lo que vela y ola. De repente, una voz cristalina sonó en lo atto ele la torre de laa campanea. -1Heloa, helos por d6 vienen, los leoneses de hogaño,

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reviviendo los días claros de antai'!ol ¡Son ellos los mis leoneses! -Era el cronista de Pellpe 111 que tenia el sepulcro a los pies de la VIrgen de Betanzos, Don Pedro Quevedo, el cual desde una almena se habla encargado de avisar las cosas que se estaban planeando en León. -Son los gritos de la victoria; -decla- la alegria que estalla en vivas y.aplausos en todos los pechos leoneses. -Don Pedro Quevedo bajó en un vuelo al patio y des· perló del éxtasis al cronista, quien le contó los preparativos que se estabun haciendo, pura que toda la reglón leonesa tomara parte en lo jubilosa manifestación de la VICTORIA que habla de ser al dio siguiente. -Como eres de la cofradla, te Invito a que me ayudes a tomar datos, a captar hondas y rumores, pura que no quede detalle sin escribir. -¡Bah! - contestó Quevedo. Vlctbrins tuvisteis muchas. Sonada fué la de la Francesada, y sugulsteis lo mesmo. Mientras no celebréis la fiesta de auténtica resurrección. con propósitos firmes de enmienda, no hacéis nada. jolgo· rios, cohetes, percalina, gritos, todo se esfuma; el alma leonesa que estaba retoñando brioso y pujante, lavada con san· gre, purificada con dolores, pide más; exige vida nuevo, costumbres nuevas moldeadas en troqueles viejos;· austeridad, piedad, trabajo, honradez. SI; te acompañaré; haremos una crónica detallada; husmearé los rincones, entraré en todas partes, te traeré datos y noticias. Y el fantasma de Don Pedro Quevedo, prestó al cronls· ta un servicio que no sabe olvidar y gracias a él, hice ea la

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crónica de la más descomunal victoria ganado por la Espafta auténtica contra la fiera internacional del marxismo. El dla dominguero. La maila na friucha¡ el ciclo ligero· mente entoldado con los percales del citrzo. Don Pedro vo· Jaba Inquieto recorrla todas las afueras de la ciudad, el cru· ce de las carreteras, los rieles negros del ferrocarril, por los que resbalaban los trenes cargados de genttl bulliciosa; con· lbbo los autos, los camiones que llegaban de la r eriferla, por todas las vías, portando pinas de jóvene.s ataviados con trajes regionales. Los había vistosos y bonitos. Desde San Marcos a Jo Catedral, todo era bullicio y algazara; las tri· bunas , los balcones, Juclan gallurdetes y banderas con los colores nacionales; el paseo de Jos Condes de Sagasta es· taba como una rosaleda; la estatua de Alonso Pércz de Ouz· mán, habla perdido el mohín que le puso, con poco acierto, el escultor Matiñas; la calle de Ordoño engalanada como si fu~ra a recibir el Rey cuando volvla de aquella jornada de Oormaz, triunfador sobre caballo árabe cogido al Cadi moro; en la Plaza de Santo Domingo, amplia, acuchillada por siete calles, rendlu honores ni monumento Inédito do los Caldos; de la torre sei\orial de Son Marcelo calan, monótonas y ale· gres, los notas de las campanas, pregoneras de que alll esta· ba el corazón de la ciudad, el centro de la vida leonesa; la calle del Generallslmo arrancando de la fachada del Palacio de los Guzmanes para morir en la Plazuela de Re¡:la, ofre· cla la perspectiva más fascinadora que podla sonar un prócer ostentoso y elegante; los escaparates, las tiendas, el baleo· naje salpicado de flores y sedas, el suelo cubierto con yerba· jos como en la fiesta del Corpus, el griterío Inquieto de los rapaces, los atuendos de las mozas, el semblante rlsuello de Jos hombres, haata 111 vestas enlutadas de las viudas, ma·

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drea y novias, todo ponla un linte majestuoso al cuadro que Quevedo pintaba al cronista. El aguijón de la Catedral desgranaba, pausadas, crono· m~trlcas, las campanadas de las grandes solemnidades; la Pulchra estaba guapfslma, reflejando en los lienzos blancos de los muros los rayos tlmidos de un sol que luchaba con loa celajes del cierzo. Quevedo subió hasta la veleta para ver los giros de acro· bacla de los primeros aviones que volaban sobre la ciudad, y alll, a horcajadas sobre la bola enorme, esmerilada por la lluvia, voceabn: - ¡!-lelos, helos por dó vienen 1 J

VIenen de todos los vientos, del poniente, del norte, del orlent~; y del mediodiR, ataviados como yo los vf o los mla leoneses en 1603, cuando entró en León la Majestad Católic.t de Petipe 111. Tal como vienen los reconozco a todos, a pe· aar del atuendo diverso que traen, de las distintas zonas. Aht vienen los bercianos con el espfritu de aquel senor de Bemblbre, encarnando el alma de los Tem1•larlos de Ponfe· rracla, contando tonadas viejas que hablan de las leyendaa del lago Carucedo, y de las Medulas estripadas y de toa ana• coretas que anidaban en las breilas de los montes Aqulllanos y de las llores de sus vergeles. Ahf vienen los mara¡atos de Aetorga, con sua trajes Uplcos ostentando lujos y atavfoa que pueden ornar a princesas y a Infantes; los paramesea de La Banez,a, loe ribereños del Orblgo, de Coyanza y de Saha· ¡rún con capas pardas de estamena, con zapatos clavetudoa para triturar los terrones arcillosos de las sementeras fecun· d11; loa hhtalgos de Valdera3, los bur¡ueses de Sant Pagun, los lnfanaones del Bernesga, los monteros de Cea de Alman• Zll, lo mlamo que cuando corrimoa en lea montes del rlo

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Camba, aquellas cocerlas de venados y de joballes que tanto gustaron a lo Majestad Católica de Felipe 111, que se hospedaba en Trianos, como en el su Palacio de Aranjuez, agasajado por aquel Prior Fray Andrés de Caso, de limpio linaJe Astur·Leon~. Por el norte vienen, descolgándose de los riscos, por trenes y por carreteras, los montafteses de Rlailo y de La Vecl· Ua, trayendo venablos y chuzos como aquellos arcabuceros de la Merindad de Valdeburón, que abrieron brclha en Tor· deslllas, contra las tropas imperiales, lurhando en la van· guardia de las huestes Comuneras. Son lo més castizo de la montana, da esa montana: culta y recoleta, razA de pasto· rea trashumantes, y solero ronclu del len¡uaje puro, y de piedad aln zalamerias y embelecos. VIenen los de Murias con aus panderos de La Laceana, con los cuernos de guerra que sonaban en el histórico castillo de Luna, el mb viejo y po~tlco de los castillos leoneses, que oyó los lamentos de la prisión del Conde de Saldafta, el padre de Bernardo del Carplo y ae regó con las lágrimas de aquel de.sgraclado Monarca gallego Don Garcla, vlctima de la ambición del Héclor de Castillo, Don Sancho, el que murió delante de loa muros de Zamora la bien g anada. ¡Qué buenos vasallos los mis leoneses cuando llenen buen Senorl >< - Puea ahora - le replicó el crohlsta- tenemos el mejor Seftor quo podamos sonar, un Caudillo, ¡ enlo de la guerra y polltlco aa¡ az, de poca.a palabras y de hechos tan ¡rande1, que, como loa antiguos, no cabiendo en la historia, ae derramaron por loa campos de la leyenda y del romancero. No ae mueven estos leoneses de ahora, como se movl111 hace cerca de tres ailos, que horml¡ueaban loa mozos por -11


veredas y cerros en plan de algarada guerrera; ahora vienen a testimoniar y rubricar con zambras y cánticos la victoria; a decir con sus fiestas y bailes típicos que León, como siem· pre, puso toda la carne en el asador, derritiendo en el altar de la patria, sus mejores reservas, derramando la sangre de los mejores, nutriendo, con la riqueza de sus víveres las ve· nas de los soldados. Tú me vas a prestar a mi, cronista de esta fiesta, un gran servicio. Como eres fantasma, puedes volar y ver la cinta de la grandiosa manifestación , desde San Marcos a la"' Catedral, y me dirás los trajes y los colores y las músicas y bailes que, en competencia creadoru, han de tornar, por unas horHs, la vida lúlll y epicúrea de este León modernizado, a esa otra vida tradicional CJUC tu viviste, y que resuelta trlun· fadora, para reanudar la historia vieja de epopeyas y do ro· man7.as, entretejida con los hilos de un progreso sano y robusto. Que si nosotros recibimos la tradición a beneficio de In· uentarlo, es porque no desdeñamos los ensenar.zas y las lecclones que el tiempo desgrano para hacer del ayer y del hof¡, un mallana próspero y fecundo, que nos oriente por rutas Imperiales de grandeza y de justicia. -Conforme; -contestó Quevedo. - Yo volaré más ni· pido que los aviones, oiré todos los cantares, me aposbtré en las encrucijadas, me posaré en las tribunas, subiré sobre los arcos de triunfo, andaré por los plaza3, y como soy fantasma, sorprenderé los latidos de todos los corazones, para que tu pluma 11¡11 y nerviosa, escriba y detalle esta manllea· tación exaltada, digna de que 18 cante un Homero o un Taaso. Y el cronista que lo vló, llenaba cuartillas al dictado de

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un esplrltu Inquieto, que iba y venia, como nbejo laboriosa, que libaba en el cáliz de todas las flores, el zumo dulce y fresco de todas las noticias. Yo, leOí. ~s de cuatro suelas como decia el Padre Isla, morldo de amor por esta tierrina de mis encantos, estaba equivocado. Crela que habla muerto la tradlclón; que no quedaban huellas luminosas de un pasado glorioso; que no habla ya más que música de manubrio y pianola, bailes exóticos, sin arle, propiciós solo a la exaltación de baja~ pa· sioncs¡ pero no; aún quedan res los aprovechables, aún po· demos ufanarnos de ser un· plueblo que sabe remozarse al conjuro de las grandes conmociones sociolcs, y volver la vista haclo atrás en busca de la luz que alumbró los compos de la hl6torla Imperial de España. cAyer fu6 dla de faccr fazftñas; hoy es dfa de cantarlas • y los leoneses supieron hacerlas en las cumbres de nueslros montes, y cantarlas como un pueblo de juglares por las pla· zas y calles de la ciudad. Como aquella juglaresa del libro de Apolonlo: •Comenzó hunos viesos é hunos sones tales que !rayen gran dulzor, et eran naturales, flnchlcnse de omes a priesa los porlales, non les cobla en las plazas, subfunsc a los poyales.>

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No acertaba yo a separarme del pórtico oeste de la Ca· tedral;porque estaba la Virgen del Parteluz bellfslma y son· riente como nunca la vr. Adornada con flores y ramos, como port~:ra del cielo, elegante en los pliegues de la t6nlco, airo· so en el falle, triunfadora, pisando al dragrón con aquella cara de dulzura maternal, pareciame la lnmacula:la española presentida en la Inspiración de los artistas del siglo XIII.

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l!ra ella la que Iba a recibir el homenaje, en testimonio de¡ratllud, de un pueblo enloquecido por la Pe y por la VIctoria. Se olan ya las voces de aquella orquesta soberbia, que empezó por unas campanadas y por unas bombas anunciadoras, y loa anillos de la cadena humana ae movieron con un automatismo sorprendente. Don Pedro Quevedo hada rato que aleteaba en torno mio. Mis lmpreslt nes eran muy subjetivas, demasiado localee. Decldl subirme a la torre y delante de los pretiles ,mo· hoaos, testr¡oa de emociones soberanas, con unos prlam4• tlcoa poderoaoa, recorrltodo el Itinerario. Colorea, matices, la Indumentaria policromada, las banderas ondulando, loa pendones, IOhllos bellos pendones leoneses de damasco que hablan lucido sus plie¡ues de oro y de eameralda en la procesión de la Virgen del Camino ¡cómo ergulan soberbios y ale¡res escoltando el atrio de la Catedrall 1Cómo repar· tfan besos movidos por la brisa mallanera clavados en las re)erla severa de la Pulcra Leonina! ¡Qué bien estaban alll en la verja del mediodla mirando al Seminario que fu6 alber· gue y sanatorio de heridos españoles, los cuales lloraban de emoción y de entusiasmo al recordar las calamidades de Te· ruel, las bravuras de la bolsa del Ebro, en donde la mucha· chada heroica dejó brazos y piernas, cuajarones de sangre que reviven ahora en amapolas del campo y en manifestación espléndida del alma de la patrio redlmldnl tl!ran ya las once de la mañana cuando senil el soplo tenue de Don Pedro Quevedo; venia con otro fantasma Jan nervioso e Inquieto como él! ¿Nó le conoces? - me dijo- Es Cebrlán, el arquitecto leonés, el que desarrolló los planes maravillosos de esta Ca14 -


tedral, traldos por Don Manrlque de Poblet y ampliados por las Ideas ariiRtlcas que en León y en Castilla floreclan como una promesa. - Venltl.>s de San Marcos - añadió Cebrián - No vi otra cosa como esta. Yo era un niño cuando aquellas fiestas de la coronación de Alonso VII el Emperador. Tres Reyes, la Nobleza, Caldes moros, Condes de Prancla, velntlsels Obispos, cincuenta Abades congregados en Santa Merla de Regla en Concilio nacional y una muchedumbre que llenaba las estrechas calles y las empedradas plazas. 1Nos sentimos entonces orgullosos los leoneses de aque· lla maravilla en trajes, en mOsicas, en entusiasmo porque León era la Corte digna del más grande y poderoso Empe· redor ctotlus Spanlre•! ¡Yo llamé hace unos momentos t>n el Panteón del Señor San Isidro a las almas de los Reyes y Reinas y Princesas, para que se levantaran a ver a este León y volaran conml· go, pero se volvieron a recoger en las sombras de los se· pulcros porque se asustaron de lo que habla, se aturdieron con lo que velan y olanl ¿Sonabas tú, Quevedo, con algo parecido? Y en los tus tiempos, a los principios del siglo XVII, la monarqula española era la más espléndida y la más rica y poderosa de Europa. Entonces cuando vino Felipe 111, podlals hacer cosas be· !las y eso que León estaba arrinconado y despreciado. Pero con lodo el oro de América, que venia en chorros, con lodo el poderlo de loa monarcas, con toda la Influencio de aquella nobleza altiva ¿a que nó os atrevlais a hacer al¡to que fuera una sombra de esto?

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---¡Y esto que hocen ahora tos leoneses, lo hacen después de una guerra catastrófica, cuando la sangre de los mejores regó los campos de España, cuando las reservas económicas pareclan que estaban agotadas, cuando los dlas son más propicios para llorar que para reir! -El cronista se lamia de gusto al olr a estos leoneses resucitados y el lápiz corrfa sobre las cuarllllas velo:r: y orgulloso. -El desfile -continuó Quevedo- fué cronométrico, exactlslmo en los detalles; el gran crucero de San Marcos J era un hervidero de gente; el paseo de los Condes de Sa· gasta, ern una pina enorme de grupos; las calles de Ordot'lo y del Oencrallslmo abarrotadas de público. Habla tribunas engalanadas paro el Jurado y las Autoridades; sobre lo es· tatua de Gu:r:mán, flameaba una gran bandera nacional; tres arcos monumentales, algunos con pinturas de gran valor artlstlco, cortaban la calle de Ordofto. Sonaron tres bombas realea. Abrla la marcha el de León; un heraldo a caballo llevaba una cartela sencillo; el dealile se hace con un orden admirable; los trajes tlplcos, las canclones populares, las carretas adornadas, el gentlo en ten• slón de loco entusiasmo, el día derrochando lu:r:, el sol ni tibio ni ardiente; la algazara creciendo en emoción estética. VIne volando a traerte estas p1lmlclas que tú engarzar6s en esa prosa sobria que estiláis ahora. - Y volando marchó con Cebrlán a recoger noticias de un conjunto armónico jamás igualado. Desde la torre oyendo el ruido de los cohetes, el runroneo de colmena alborotada, no era posible escribir; la ima· glnaclón me llevaba a éxtasis contemplativos a eslados de alms adormecida con el opio de las emociones. Me recosté

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sobre el pretil y en una somnolencia Inconsciente estaba, cuando volvieron los fantasmas. A borbotones les salfan las palabras¡ ambos porfiaban 1'

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por volcar siL impresiones sobre mis oidos. -Verás, verás -decla el arquitecto- hay que verlo para saborearlo y decirlo. ¡Como é8to nada! Yo fui a Valladolid para traer a Jordán y a Junl, para que gozaren aquí en este León en donde lucieron sus cinceles nerviosos, y los traje y lloraban de emoción y no acertaban a decir palabra porque el conjunto y los detalles les fascina· ban. Y se volvieron para decir en la ciudad del Pisuerga: - LEÓN CABEZA DE REINO CUANDO CASTILLA NO ERA MÁS QUE UN CONDADO- No divagues, no di· vagues -le contestó Quevedo. AI g~ano, al grano que no es hora esta de buscar emu· ladones sino de cantar el himno eterno de la unidad imperial de Espafla.-Pues dilo tú que sabes de crónicas, de resellas,

-Lo diré.

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Detrás del Heraldo, venlnn los del partido de León¡ la riada de ¡ente se derrnmaba en oleajes asimétricos, por rin· eones y crucerias¡ la policía sudaba la gota gorda por conte· ner a .las paredes de público que se apelotonan para ver más de cerca el desfile¡ el repiqueteo de castañuelas, el ritmo de las dan zas, las melodlas dulces de los cantares embriagan las almas con el zumo de una poesla clllsíca y sentimental. No podla apnrtar la vista del color de los trajes, de las ri· quezas de los bordados¡ los grupos poco ensayados pero con una espontaneidad atrayente hacían primores en la pro· cesión, con sus gestos, con sus movimientos. Todo era ar· monla y gusto exquisito en la marcha triunfal de la victoria.

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Lo procesión de vestimentas, las variedades de colores; aquellos mandilines de terciopelo cuajados de pied ras, aquellas medias blancas de Uno modelando pantorrillas tor· neadas, aquellos zapatos bordados sin esos tacones exóticos que se estilan ahora, aquellos flecos en los paftuelos que lle· vun los mozas con la elegancia y el aire de prrncesas; las a¡,rcas, los zarcillos, los pendientes, los medallones que fue· roa el orgullo de bodas en las abuelas de los rapazas que los lucen hoy, la alegria ea los semblantes, el chispear de los ojos, los gritos que salían de las ij,Organtas de nacar, el compás de los andares, el carmln de los mejlllds, los corales d~ Jos labios, la cinta lechosa de las frentes sombreadas por rizos de azabache y de oro; ¡esas, esas son las leonesas au· téntlcas, las leonesas antañonas que fueron madres de una roza de heroes, de misioneros y de ~antos! -Si - interrumpió Cebrián- Así es, pero tú no viste como y;:¡ a unos señoritos repintados y anémicos que dedan que todo este muestrarie> de trapos viejos deberla ser reco· gido

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un museo.

¡Cronista! Protesta contra eso; esos traJes se hicieron p.1ra vestirlos, y para lucirlos, y si ahora pensáis en que re· viva lo viejo, para mo!dear costumbres y modas en el tro· quel de la tradición, haced que las mujeres vistan como anta· ño, sin esos sacos antiestéticos que nos han venido de f ranela y que no son más que coberturas de una carne ardiendo en o¡1ctlto8 deshonestos. La belleza está en lo sencillez; la her· mosuru, lo mi~mo en la figura humana, que en las formas escultóricas y arquitectónicas consiste en no adulterar las lineas, en no deformarlas y en no reca rgarlas; el arte por el arte es una porquerla; ni desnudeces ni barroquismos estra· falarios: si esto lo lleváis a un museo es prueba de que no

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tenéis propósitos de enmiendo, de que pensáis en seguir siendo afrancesados como hoce un siglo. Y ya véls lo que os vino de Francia. Escarmentad ahora que sacudistéis el yugo omnimÓW del esplritu francés, para volver a lo tfplco, a lo español, a lo auténtico. - A este paso -les dije- no l1aocmos la rescila; la eró· nlco escueta, sobria, no se trazn con comenl!~rios ni se es· cribe con discursos Intercalados. - Pero lo que tú quieres hacer - me repuso Quevedono es una literatura seca y árida; quieres dar vida y color a los hechos; no quieres hacer sólo bocetos y dibujos, sino pintura y colorido, para que los sucesos se graben en la memoria con los pinceles de la Imaginación. - Novelas, no. Historia real, vivida, que sea como el si· llar de la España nuevo; una cosa seria, concienzuda y pen· sada. -En donde mejor se aprende la hlistoria es en las nove· las históricas con estilo fresco y decir ameno. -Rogué a los fantasmas que hicieran otro vuelo para tener un poco de reposo y poder llenar algunas cuar1111as con lo que me contaron y con lo que vela yo desde la torre de la Catedral. -En la magna procesión iban de vanguardia Jos del por· tldo de León, Valverde del Ca mino con tres ramos, corde· ros y gallinas; Chozas con palomas; Villadangos con veinte parejos, el Tfo' Aionsfn al frente, simpático vl~jo de ochenta ellos, tocando un ailejo tambor construido por él en sus mo· cedades; Armunia, con un herotdo a caballo y una carreta; La Sobarriba, con sus dos Ayun tamientos en rnaso, prece· dldos por Jos danzantes de Roderos. En una carreta de Gor· ffn hilaban serias y solemnes unas mujeres; los del Rabane·

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do haclan uno boda en la que los hombres tralnn lus viejas cupos y las mujeres trajes lujosos y ti picos; lo Cofradra de San Isidoro desfilaba con bonitas carretas delante de la imagen del Santo y los se!ses venían con sus insignias como en la fiesta del bendito Labrador. El Casino Leon~s que tanto culto dl6 al modernismo, hizo acto de presencia con bellas muchachas aluvlndas con vestiduras elegantes y sencillas; er 1 lodo un simbJio de restauración del buen gusto. Mansllla trae danzantes; Cuadr·JS y Rioseco pan ales de miel; Veg~s del Condado baila al son de la clá;lca dulzálna; Sarlegas y Onzonllla majan lino; VillasaiHJriego y Oradeles con lucidas representaciones, sin gtandes arreos, pregonan lo que se puedo hucer con estns aldt\as en lus que aún no se ha extinguido el espíritu tradicional. Dc5pu~s de León, Astorga; la vi~j11 comarca de recuer-

dos históricos, r~ ciudad capital de todos los pueblos astures, la de las grandes vias romanas, en cuyas tierras v1ven, co· mo un quiste etnológico, e;os Maragatos cuyo origen Bereber o Celta, sigue siendo el tormento de sociólogos y que son conocidos en toda E~paila por su esplrltu mercantil y consc,·von todavhl costumbres y trajes, dialecto y nilcclones lncon!undiblcs. 1\ún resonaba en las calles de Madrid, hace pocos nilos este cantar: Maragato pulido vay pa tu tierra que está la maragata muerta de pena . En una fiesta como esta, de tipo regional, no podia faltar Maragateria y ¡vive Dios! que se lucieron de ,·eras los Maragatos. ¡Qué trajes, qué riquezas y qué naturalidad al

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llevurlos y lucirlos! ,Los hombres con zardgUellos que son brugos de ampllslma sedo en los ricos, y de pa~o de Béjar en los pobres; con ancho cínto de tela bordada en seda o en plata y oro; con l naleco encarnado; con bord~dos finos en Ja pechera; camisa de lino con encajes y deshilados, el sayo con faldillas; sombrero de cordones; botonaduras de plata, con filigranas de calados y de figuras. ¡Eslaban deslumbra· dores Je lujo y de gusto! ¿Y los mujeres? Desde el caramíello que recoge la cübt~llera de ébano y el manteo largo de gran vuelo y los pierricllos y el mandilin calado de lerclopelo y la chambnt ajustada en la muneca y el largo manto y los collares grandes con cruces y relicarios y el lenguBje mezcla de bable y de leonés antiguo, todo contribuye a realzar la figura de ~stas nmngatas, que en la magna flest~ de la Victoria, purecfan prlt1 ccsas medievales que venían a León a rendir homenaje y pleitesía a la Majestad Imperial de Alonso VIl. Buen gusto en la presentación, esmero para seleccionar lo mejor de lo m~jor, orden y armonía, como que a la legua se t10ieba que anduvieron alll manos de artistas consagrados y genio de pintores, que curnbun las desgarruduras de alma con el óleo de estas bellezas singulare~. Astorga viste bien y canta como una alondra en los bar· bechos de la paramera leonesa. Castrillo de los Polbazares, Santa Colombo de la Somo· u, SanUagomlllas, Val de San Lorenzo, Luyego y 111 zona ubérrima d~l 'Orblgo. !Oh! qué tierras estas viejos de León antiguo, qu!l salren vibrar al son de las custanuelas y de los panderos, como cuando Iban detrás de los pendones munl· el paJes y solariegos, a las algaradas que preparab m los Re· yes de la Monarqula Leonesa.

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Astorga sigue siendo uno de los mejores blasones del escudo heráldico de León. Cusl tan rica en utuendos, pero menos lujoso en la pre· sentación viene Ln Batleza. En trajes, en danzas clásicas, en bailes y cantares brillan las riberas risueñas del Orbigo y los páramos leoneses como conjunto armónico de luces fos· lorescentes de un pasado glorioso. Alija de los Melones , Destriana, Laguna ~e Negrillos, San Cristóbal de la Polen· tero, San Esteban de Nogales que conserva el aromo de aquel Monasterio rico en recuerdos, plantel de sabios, can·

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lera su grada de teólogos y de oradores, de humanistas y de poetas, que por todo el imperio español se derramaron, en cascada cultural y educadora, y Santa Elena de Jamuz, .¡ue trabaja la cerámica con maestrla de artista y Santa Maria del Párumo en dondo perduran la~ rozos andariegos de un co· merclo trashumante. l.a BañC7.n, con mayor preparación, pue· de dar ella sola un día de fiesta regional. Quevedo y Cebrián tardaban en volver. Como el cuervo del arca de Noé, hallaron follaje y vida en sus escarceos y temla yo que quedaran prendidos en las ramas de este bos· que de btlleza, como el ruisenor de la leyenda de Montseny. El cronista de Felipe 111, aleteó suave y oJormilndo sobre los pretiles de la torre. No habla bu ; balbuclu con una laxitud de esplrltu que no era cansancio, sino algo como submcr· sión estética en un lago encantado; estuvo unos minutos junto a mi, abriendo los ojos desmesuradamente, braceando como si quisiera tirarse de lo alto de la torre, porque empe· zaba a llegur a la Pinza de Regla la cabeza de esa gran ser· plentc que reptabn desde San M arcos por las arterias del León moderno. Le despertaron las bombas y cohetes que salfan de los balcones del Seminario, tirados por mutilados

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de la guerra, que querfan participar en Jo glorio de Jo VIctoria, como antes participaron en fas gestas heroicas de la campano. Bellas caras de muchachos que se apoyaban en los brazos de enlerm( as, que parecian bandadas de palomas posadas en las terrazas y en las ventanas del hospflal. Toda la Plaza estaba e.ngalanada; piilas de gente sallan a Jos balcones¡ una rlodn alegre y cantadora f:ufa por las cnlleF; los jardines, las bocacalles, todo el ensancho del Palacio, era una masa multicolor que gritaba y aploudla sin cesar; los pendones se movinn con el viento y en los plfcges de los pai\os, en las cruces de los palos, se rompía el sol, para juguetear con Jos damascos y terciopelos que, en ondulaciones simétricas, parecían que enviaban besos nrdlcntes de amor a Jos mutilados que se asomaban a Jos ventnnaa del Seminario.

"'¡

Qucvedr , al desperlar, hab'aba como un ebrio; eran poco concertadas sus palabras; reía, lloraba, gesticulaba como un loco.

¿Y Cebrián -le pregunté- ? -No me digas¡ se metió en una casa, en un hogar de la mor.lana y mi! dijo que de alli no salla, porque alll habla aromas viejos, soleras de la bendita tradición, vida resueltada de costumbres, que le recordaban aquellos dfns en que él como arquflcclo, rccor•ló los valles frescos de Bolncore y de Llllo, en busca de piedras paro lb ob ra enorme de Santa Mario de Regla.

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-Eigtntlo se apretujaba ner~loso, se movfn en val\'enes lentos y las cuadrillas de los partidos Iban llegando para ofrecer a la Virgen Blanca, las ofertas que trafan a la Reina de la Paz.

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Desmedrada y pobre venia La Yecilla. Arrasada por la horda; sin casas, sin trajes, sin escudos. ¡Asl pagó el Mar· xlsmo a esa montaña, la mayorla de votos que le dló en las lllllmas elecciones! Pensó alguien traer a la Dama de Arlnte· ro, con su traje de guerrero ocultando lus formas femeninas, con su espada blandida en los campos de Toro, al servicio de la más grande de las Reinas, de Isabel de España, para expulsar al lntr~so de Portugal, pero La Yecilla no está pa· ra fiestas; la raza de los Cansecos y Getlnos, de los Argüe· llos y Qulnonos, llora como una arrepentido las zalemas y plefteafus, que tributó en dios femcutldos, n la fiera marxls· ta. Se asoció a es la fiesta como r.omparsa do pobres, que no tienen que lucir más que una carreta de La Robla, como tes· t!monlo ferviente de amor a la España que nace. Murias de Paredes también sufrió los zarpazos de la lie· ra. Pals de rico folklore, en trajes, en tradiciones, en leyen· das, en cantares, hizo todo lo que pudo para venir a la !les· la con lujo y elegancia. La Muria de Ylllftbllno, una torre de manteca artrstlcamente labrada, una boda con clásicas tona· das y atavlos curiosos, unos bailes bien presentados, eso es todo. Pero Murias puede hacer mucho más¡ tiene esos cale· ches para cazar lobos, que no tienen que envidiar al Charco de Yaldeón; llenen los restos del Castillo de Luna,·en cuyas cuevas aun alientan leyendas medievales; llene carros de facturo Céltico; tiene colecciones magnificas de cnntares pastoriles en Lacea na, con sus valles bellos y sus cañad~s y cerros vestidos y sus panderos que animan u rondas y ro· merlas. Quevedo se dlstraia leyendo mis cuartillas escritas a 16· plz; fruncfa el ceño con frecuencia y al ver desfilar al Bierzo y Sahagun se enfurruñó y escribió estas palabras:

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¿Dónlle e~tén los mesnaderos del Sel1or de Bembibre, los peones de los caballeros del Temple, los Oasallanes de los monasterios l amosos? ¿Dónde quedaron los frutos tempraneros de la Arcadia leonesa, los metales de las Medulas, las colzes y jubones de Cacabelos, los palluelos etodos e un lado de la frente en la cabeza de los mozas, o ojuslados al pecho paro anudarlos a lo cintura de lns mujeres? ¿Dónde esté la riquísima colecc.ión de trajes, la inspirada poesla que en endechas cantaban los labriegos las leyendas del Carrucedo, los atovlos de las renombradas lerlas,, todo ese arte galélco leonés meloncóllco y tierno que ero un tesoro y una env!Uio? ¿Y Snhagún? Tierra de monasterios y castillos; cuando yo andaba en carne mortal por el mundo, recuerdo las fiestas que se hicieron en Trianos a la Colólica Majestad del Rey Pellpe 1!1 y las cocerlas a Río Camba, y los agasajos que hicieron al Rey el Marqués de Vlllamlzar y el Conde de Cea y las cabalgatas vlstoslslmas que organizó el Marqués de Alcafllces que vivía en Almanza, y llevaba apellidos de Enriquez y de Borja como hijo de San Pronclsco de Borja y conmigo anduvo preparando festejos en el Castillo de Graja!, un canónigo compañero mio, Don Alonso Enriquez y Borja y quedamos encantados de la vistosidad de los trajes y del lujo de los atuendos y del olre y garbo con que bailaban los ribereños del Cea; y una noche que pusó el Rey en Voldavldn, todos quedamos prendados de los rondas de los mozos y de'lo bien que tocaban el tambor y las castañuelas. ¿No quedan ascuas de aquellas lumbres?

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¿Y los burgueses de Sahagún que con tesón arrancaron al poderoso Abadengo, fueros y franquicias, que tenia un pendón viejo, y acuflaron monedas y se sentaban en las

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Cortes entre los Próceres y Nobles y llevaban mesnadas de jinetes a la guerra? ¿Qué fué de aquella grandeza? ¿feneció el recuerdo de aquellas costumbres? Allí vimos pasforelas bonitos, trajes de lana tenida, zamarras de piel de carnero, zajones adobados, madreñas taraceadas. Yo estoy segdrO de que si escarbáis un poco en la costra dura de la tradición de este país, encontraréis cosas dignas de presen tación; aiJl'O que no desmere~ca de la hidalga condición de una tierra que supo hacer el mona.sterio más famoso de Espai\a y levantar Castillos en todas las atalayas de la ribera. ¿No llene Sahagún procesiones trpicas, un poco paganl· zedas, pero ardientes de fe y de piedad? -Quevedo volvió en busca de Cebrián, pura que el ar· quitecto le contara cosas del hog~r de Riaño. En tanto vol· vfan, vi entrar en la Plaza de Regla a Coyanza, fa risueña comarco que riega el más poético de los rlos leoneses. .JY cómo venia de ataviada y de alegre! Parecla traer dcclres y cantigas de aquel poeta Baenero Fray Diego de Valencia¡ maestro en el arte de trovar, gran teólo¡ro y llsico que aquf en Le1n cantaba a lo Divino y a lo humano, con estro en que el erotismo desdecia de sus há· bitos de Franciscano. Los cantares de Coyanza están im· pregnados de poeslo, de equella poesla pastoril y geórglca de la Diana de Montemayor, de los acentos viriles y sonoros que entonaba el fnoil'idable P. Ollberto. Los danzantes coyantlnos que salen en los procesiones del Corpus y en las fiestas titulares de las parroquias, lucieron artes y sabor regional, de más rancia solera feonesista. Carros de labranza, segadores y vendimiadores, venfan a ofrendar a fa VIrgen de la Victoria los frutos de la tierra y las e1trofas limpias, como los chorros del Esla, de unos can·

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lores Ingenuos y deliciosos. Entre ellos venlu Cacabelos con to¡¡areros vendimiadores, como flor destacada en h1 rosaleda coyontina. La Plaza estaba encantadora. Los pendones airosos rodeallan corno centinelas de amor el atrio de la Pulchra; risos L de nrnos Inocentes calan de la fuentecllto; alcgrlas retozonas resonaban por todos los ángulos; las Autoridades se reunen en el pórtico delante de la Blanca, como cuando se celebro· ban los jnlcios de Apelación de ·todo el Reino, teniendo el libro del Fuero juzgo abierto en el Pilar y detrás, la estatua de la justicia en presencia del cuadro sob~rblo del juicio FInal, cincelado por manos de ángel; el público enloquecido con lo q'Ue velan los sus ojos; el Obispo y Cublldo en el por· teluz. de la gran portada dispuestos a recibir los ~!rendas. Yo habla bajado de la torre y logré n duras penas entre apretujones y griterio, encaramarme sobre las verjas y desde alll presenciar la ofr~nda y ollas oraciones cálidas se.ranas y dulces del Alcalde que ofrandaba y del Prelado que aceptaba la ofrenda. Antes de empezar me flageló suavemente en la cara el aletazo de un fantasma. Era Cebrián que no se apeó de Jo casina de Riaño. De tipismo -como ahora decls- nada que se pueda comparar con este. Estos montañeses no degeneran; son los rnlsrnos de los tiempos de las Merldades democráticas, de los Concejos libres; son roza de Astures y Ct!nlobros, de Cóncanos Múrgobos, de pastores y de guerreros, de fe du· ra como la roca, de costumbres sanas como el cierzo de sus cumbres, de vida intensa como las arboledas de sus montes. Su casina tiene todo el perfume de los recuerdos dulces, de laa vet1das de Invierno a la luz de los aguzas, del trabajo


fecundo en las portalinas soleadas , del dormir tranquilo en los escaños, de las coci~as tapizadas de pieles. Traen todo el ajuar viejo y pobre. El techo de paja de centeno tostada ¡•or las fogatas y revuelta con fll viento, las prcgancias col· gando sobre el llar, ~on argollas de hierro, barnizadas de sarro, para colgar calderos, los escanos de roble, las tajue· las bajos para sentarse al amor del rescoldo de las ascuas removidas, los barazones de avellano para secar chapines mojados y ristras de chorizos y de morcillas y de androjas recientes. Lo traen todo. Aperos de labranza, labores ordi· norias¡ una vieja que hila lino· y luna, un pescador que re· miendo y enmallo garrar~ y la relqmbrera¡ un mozo que dolo, con el hacho , los estadonjos y los. breblones del carro¡ un pastor que hace media, unos rapacines que leen el cate-

In

cismo encuerados alrededor del ll3r a la luz de las rachas d e hayo, que despiden rellejos blancos en llamaradas rojizas, y dentro de la casina, un hórreo de manteca que parece un mi· !agro que no se derrita y que esu! ton bien presentado y tan artfstlcomente hechu, que es una maravillo. Más de cincuen· ta kilos de manteca llene el hórreo buronés. Una ermitina · pequenlna y bonita de talco de Litio, 'on su Imagen tallada que es un primor, pieles de osos, un lobo amarrado con bo· zales lle mimbre, un jabalf que rebudia, un hermoso ramo de enebro de cuyos gajos cuelgan racimos de truchus , panales de miel, y detrás un corro llplco con ruedas de modera de haya. Las cambas y las segunderos y el miol y el eje unta~o con tocino y el cillero y las latlllas, todo !iplco y auténtico, y les bueyes enanos con sendos collares forrados con piel· de tasugo y bordados con franjas de tafetán para que los caacabeles suenen meneados con lentitud cronométrica . 1M iralos, mlralosl ¡Ahora asoman! ¡Qué gusto, qué ele·

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ganclal Las miradas del público converjen hacia ese cuadro; los aplausos arrecian, el entusiasmo se enciende de nuevo. Llegó Quevedo y s~gula un poco mohino, y eso que lo de Rlano le habla desarrugado el cer)o. -Está todo bicn··r1os dijo··. Todo bien, pero esto no es nuh que un ensayo, y como cnsnyo no falla nada, pero echo de menos en todos los Partidos ulgo que no debla de fallar, los cabalgatas famosus que hadRn los leoneses de antaño para festejar walquicr acontecimiento. Cuando entró Felipe 111 en León, precedían a lo comitiva escuadrones de cabollerfa con br fdajes y grupas y arwnes y sillas de todas marcas. Los jinetes hadan cabriolar a sus ca· ballos tordos y alazanes; mozas sentadas en aquellas sillas con respaldo de cuero forrado de seda, que llevaban las bridas en manos enguantadas y lucfan pañuelos multicolores en la cabeza y en el pecho, y loldas lurgas y justillos aboton9dos y ajorcas y pendientes de piula con lncrustncloncs de esrne· r~ldus y zafiros, y bucles de cbano en trenzas er.roscadas y hebras que caían sobre los frentes y crenchas salpicadas de flores menudas. De todo esto no hay ahora nada. Y se puede hacer mu· cho, porque estoy seguro de que en toda la provincia, sobre todo er1las mcmtai\as, todavla hay mozas que salt~n sobre los lom!ls de los caballos con agilidad y galopan sin perder el equilibrio, y saben llegar o las romorlas de los puertos con todos los atavíos y elegnncio de amazonas honestas y reca· taJas. -Empezaba la ceremonia de la ofrenda. El Alcalde de León, con su figura prócer, emocionado y solemne, hizo la ofrenda con estas palabras, cinceladas con el lenguaje castl· zo que sólo León sabe hncer.

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•PenniUd ahora, leoneseslodos del viejo reino de León, 1os de esta Uerra y los de las provincias hermanas de Zamora la vieja, Salamanca la doctora, Vallado~d corte de reyes, Palencia la noble y buena, tan honrosamente representadas aqul, y los leoneses todos de la actual región, permitid que la ,ciudad de León que os ha congregado amorosamente, recabe el honor altlsimo de su mayorazgo estampado en la Historia de España y en sus blasones gloriosos Imperiales. El noble reino de León, forjado en los afanes de la recon· quiste y en los altos anhelos que oteaban ya en el siglo X las glorias del Imperio en la unidad nacional y cristiana, vuelven hoy, en dla lleno de luz y de espcraeza, a juntarnos en el correr del rio de la vida Inmortal y de esperanza, a juntarnos en el correr del rlo de la vida Inmortal de la hispanidad en este dulce remanso de la plaza de una catedral bruja de puro encantadora, como en los tiempos de aquellas magnas asambleas de Obispos y guerreros y hombres de le· yes para proclamar los Buenos Fueros que a todos nos ha· blan de guiar, o a dar gracias como ahora por victorias ga· nadas por la fe y el honor español. Nobles señ~res y nobles aldeanos que con vuestros trajes preciosos adornáis esta fiesta, los valllsoletanos que tenéis la gloria de ser paisanos de Felipe 11, los palentinos de quienes dijo Santa Teresa que sois de In mejor maso de gentes que ella habla conocido, los salmantinos que hlcfs· leis cantar a Fray Luís de León, los zamoranos que armlis· teis caballero al Cid en vuestra Iglesia de Santiago el viejo... esta es vuestra casa solariega y aquí estamos siempre a vuestro mandar. 30 -


¡Leoneses de nuestra

a~tual

provincia y lierral

León siente hoy, al tener aquí lo más florido e Ilustre de nuestras comarcas, el santo orgullo de la antigua Corte y los buenos tiempos de la máxima grandeza. Aqul estárf, acudiendo gentilmenle a nuestra llamada, to· dos los llorones de nuestra gloria y todas las remembranzas del abolengo, que por ser leonés es de rancla hispanidad. La Insigne As torga, la del convento jurldlco romano y la de los mds ortos heroes de estas tierras norteOos en la gue· rra de lo lndepe11dencla, 1o'ar de santidades, de hldolgulas, de saberes que parecen compendiados en lo figura venerable del sabio y patriota D. Marcelo Macias. Ba~eza, la vieja Bedunla, de los restos romanos, las ler· tlllslmas riberas, lo~ castillos nobh::s, la que vló en lo antiguo la tremenda batalla del Orbigo y, en el siglo XV, el lnolvlda· ble Paso Honroso. Murtas, la montai\era, la de los verdes prados y los be· Itas canciones, la del castillo de Luna y las memorias ele Bernardo del Corpio. Sahagún, la del sabio monasterio que dló luz al mundo, lo del Abadengo poderoso de un feudalismo sano y rico, la de la Custodia de Arfe, la d~ las predilecciones de Alfonso VI el conquistador de Toledo, la de los viOedos y lrignles de la u'erra tle Campos góticos... Ponlrrroda, In muy leal, la de la historia roméntlca de los caballeros Templarios, la de las bellas andanzas del Señor de Bembibre, la de Santiago de PeñaIba, la del la go de Ca· rucedo, la del oro de las Medulas, el oro que trajo a Iberia el Imperio de los Césares, la deliciosa vega encuadrada entre el Manzana! y los enormes montes Aquilinos.

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Riaño, flor de virtudes de la rv.a, de fe y tradiciones In· lactas e Intangibles, la de las bravas montañas y los puertos alpinos y los valles paradisiacos, la de los hombres altivos y las costumbres castizas, la de los haycdales que a la otoi\ada se visten da color de ltama viva, la de los Inmensos rebollos que cantan escenas vfrglflanas desde fas Conjas de Prloro hasta el Pico Espiguete en tierras de la Reina. Vecllfa de Gurueño, fa mártir del marxismo salvfe, la que ha perdido en la guerra hasta la casa blasonada de la Dama de Arlnt~ro, fa que hoy no puede presentar más que huellas del poso de los bárbaros, entre las maravillosas hoces de Vegacervera y las do Vafdelugueros, desde el fantástico lago de !soba hasta el calcinado solar de Vlllamanfn. Quemaron y robaron todo, menos fa historia del cenobio de San Froffán y la belleza de los PontediJs y la Tercia y los ArgUellos, y el timbre de gloria de ser la patria de un talen· to y un soblo como el Padre Arlnt~ro. Coyanza, en fa tierra llana y riberas del Esta, Coyanza la bella que no quiere ser Valencia de nadie y no fo será más, fa de la Virgen del castillo viejo, la de los campos de pan llevar y fes espléndidos viñedos de la histórica Valde· ras a la noble Vfllamañdn, que albergó en 1808 con patriótl· co carffto al General don Oregorlo de la Cuesta y al Ejército de Oaflclo. Coynnla fa se~orlaf, tierra de po~sfa caballeresca que se refugia en las últimas ruinas de su hermoslsimo Castillo, arrullada· por los versos de Fray Diego el del Cancionero de Baena o en los romances leoneses del contemporáneo y no olvidado Fray Ollberto Blanco. Vlliofronca del Bler1.0, que si en el orden alfabétlco viene la 61tlma, es tal vez fa primera en la hermosura y donaire de

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sus vergeles arrancados de Andalucía, perlu dd Bícr7.o y anacreónilca de nuestra tierra, jardln de placer y descanso de peregrinos a Compostela, castillo de Corullón de la verde yedra y la románlica y santa aventura de una i\lvarez de Toledo, del monasterio de Carracedo, el del rey Bermu:lo, camino de Gil Bias de Santillana, libro de hen\ldico nobiliaria de la calle del Agua y del convento de la Anunciada, tierra fecunda y alegre, tierra de color y de pe1 fume. Y quedan para los últimos los más cercanos, los de la tierra de León, los de la socampana, los de los valientes pendones que nqnl gallardean como ccntlndns de In Cnte· dral, los que mnndan en Lc6n en las maravillosas proccslo· nes de nuestra Sa ntísima V irgen del Camino. Con ellos venimos también los de la ci udad cien veces noble y leal , en cuyo nombre que es cifro y compend io de todos los que uqul estamos, los presento, Sclioro y Madre nuestro , Virgen de la Blanca, la de In eterno y dulce sonri· sa, los ofrendas de nuestro amor y nuestra gr:1tltud por lo Victoria que tanto os habíamos pedido, y lo petición de bendiciones para nuestro invicto Caudillo y para los forjadores de la nueva Espaila, una, grande y libre. Fiestas las de estos dlas de animación y adhesión y agrodcclmicnto a nuestro Ejercito glorioso, os pedimos, Set'loro, vuestro bendición para todos los combatientes de tierra, mor y aire, todos los soldados do Frnnco, que son los soldados de España, los salvadores de Esr~ña . Señora de la divina sonrisa, sólo os ped im<Js que nuestros procederes no os pongan nunca t ri ste. ¡Sellorn y M adre nuestra, azucena blanca del reino de L eón, Seilora que nos habéis defendido en lo guerra y nos doréis paz en lo paz!; més que con la palobru nos despedi·

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mos con los ojos, con esa mirada que es el úllimo adiós. Con alma de nhlos ós querem'os decir aquella oración que de nii'los,os deciamos y que acaba asf: Miran os con compasión, No nos dejes, Madre mfa. ¡Bandera de nuestra Patria, para tr nuestra vida entera! ¡Fe de nuestros padres, para tr el alma entera! !León de nuestros amores, para ti nuestro esfuerzo varonil!

¡Es.: nña! ¡España! ¡España! ¡Franco! ¡Fn111col ¡franco! ¡Arriba Espaiia! ¡Vivu España!• Fueron estas palabras la voz de los siglos que no envejece, el eco del alma leonesa que retoña, como los árboles talados por el huracán revolucionario. Jugosos los párrafos, evocadoras las ld~as, la ofrenda del Alcalde quedará como monumento de casticismo, como modelo de lenguaje. La contestación del Obispo nQ pudo estar ni mejor pensada ni mejor expr esada.

"Señor Corregidor: /, Bienvenidos seais. Bienvenidos seáis a los umbrales de este santo templo, por ser esta la Casa de Nuestro Padre, que está en lc:>s cielos. Bienvenidos seáis los de la As! úrica Augusta, de Iglesia Apostólka, madre de santos, d.a héroes y sabios, a cuyo venerable Prelado envio, en nombre de todos, m! Jraternol saludo.

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Bienvenidos seáis los de la riente Bañeza, hijos de Nuestro Padre jesús Nazareno y de su madre Santa Marra. Bienvenidos seáis los austeros moradores de lo montonesa tierra de Murlns, de antiguas, sanas y cristianos costumbres, devotos lldclfslmos de Nue$tra Señora de Corrosconte. Bienvenidos seáis los de las llanuras de Sohagún, inmortalizados por la Iglesia al apellidar con su nombre a uno de sus grandes santos. Bienvenidos seáis los ponlerradlnos de la Tebalda cspo· nolo y de la Snntlslnra Virgen de la Encina. Bienvenidos seáis, montañeses mfoR, preullcctos hijos de la Vlr¡¡en de las Nieves. Bienvenidos seáis los de la Vecilla de Curucno, pobrecínes nrfos, para quienes fueron las primicias de mi visita a las ruinas de vuestras iglesias y de vuestros hogares. Bienvenidos seáis los de la histórica Coyanto, la de lo Virgen del Castillo viejo, a cuyo Prelado lamhlén &aludo, y donde tengo porte de mis afanes pastorales en el seminario de Valderas. Bienvenidos seáis los vecinos de Villalranca la hermosa, hormosa por la galanura de sus jardines y por la le en su bendito Cristo. Y no os digo bienvenidos seáis a quienes los últimos os hebéls quedado, porque, siendo de León y sus contornos, slem¡l rc estáis con Nos, y ya que asi lo queréis con vuestra aleccionadora humildad, a vosotros Irán mis últimas palabras. Bienvenidos seáis todos, los mios y los ajenos; no os puedo nombrar a cada uno en particular. Bienvenidos seáis con vuestros sencillos y poéticos cantares, con vuestros variados y multiformes trajes, con vuestras puras y bellas costumbres por mí admiradas y recomen-


dadas en mi Exhortación a mis amadlslmos Sacerdotes, vuestros queridos y venerados Pastores. Bienvenidos ~eáis con ese vuest ro decir aldeano, más sublfme en todos !os labios cuanto más puro e~. motlz pre·

l

cindlslmo y no sulicientemente explorado de la cadcncfosa lengua Cervantina. Y... si, si, muy bien parados estáis todos ante lo Virgen de la Blanca par.a depositar a sus pies la campesina ofrenda de esta maravillosa tierra leonesa, variada y pródiga hasta en sus mismas en trañas.

2. fle uc11ldo para recibiros. \'enls ... y a vuestra llegada he ~alido presuroso de den· tro del T emplo mas delicado, más aéreo y más espiritual del mundo, trayendo en mi retlna el resplandor de sus vidrios y en mi a!ma el divino lut¡ or del Sagrario, a cuyos pies comene~ a olr le alegre m~lodla de vuestros anflguos cantares

y el

repiqueteo de \"Uutros sencillos instrumento~. y, antes, mucho antes de que aquí lleiascis, cuando en vuestros pueblos os prepernbai¡ tan entusiasta como candorosamente a la celebración de este Gran Ola RegiorJot, también ol el aleteo de vuestros caplritus unte el Dios escondido del Tabcrn!'ruto, que es el Dio~ de los batallas, a donde vu a puror todo el honor y la gloria todu, que f ilialmente tributáis a In Virgen de la Blanca, y a donde de antemano hnn Ido a pomr vuestros afanes purfsirnos de ofrecer a la Virgen lo mejor que poseéis. Henchidos de santo júbilo ~a!lmos a vosotros con los pa· ternates bra:ros abiertos, que en Dios espero, jumlls se ce· rrorán ni ante un hoy quimérico pero posib:e Calvario futuro.

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Nos presentamos a vosotros con la episcopal bendición de Nuestras ungidas manos, que a todos quiere repartir el don de Dios con In lntensldml que recltunn el temu de Nues· tro Escudo: IMPENDAM ET SUPERIMPENDAM PRO ANJMABUS V ESTRIS: Gastándome y gastándome sobrenumera en el divino servicio de vuestras almas.

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Estamos aqui con el divino amor del Amor de los Amores, para desparramarlo por doquier sobre todas las almas, a fin de que todos unidas se fundan en el amor de Dios, que que es el amor n Jo choza, u la casa, al pulucio, o lo Región

y

1 la Patria.

8. La Virgen de fa Blanca, que os conoce, recibe gustosa vuestras dddloas. Bien deciuis, Señor CorrcgidCir, que la Virgen de tu Blnn· ca os conoce; Ella sabe de vuestros dolores y de vuestras ategrlas, de vuestras v!rtudes y de vuestras caídas, de vuestra historia pasada, presente y futura, y no ignora. que la lrlotdad que os atribuyen es como la de la nieve de vues· tras cnontanas, que licuada al calor del Sol divino madura los frutos de vue;;tras buenas obras, y que vuestro silencio es el de un grande amor, que NO SABE SER r iABLADOR y que recuerda el silencio estático y embriagador de los bienaventurados, que San Juan nos dice en su Apocalipsis haber contemplado en el cielo. Para Nos, que, como todo espanol, algo s1bemos del antl¡¡uo Y, nooia Reino de León, este Reino sin el que .no puede concebirse la Hispanidad, gratlslmo ha sido escuch ar de labios del buen Corregidor de esta Ciudad, el cinematográfico recuento de las inmarc(dbles glorias de vucstcas Re·

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gfoncs todas, cimentados siempre en el amor o Dios y a San·

lo Morfa. No os inquiete la pobreza de In ofrenda, como lo dice el gran San Pablo, no es la caridad, sino la calldad la que al trono divino llega, centuplicada en méritos por las benditlsl· mas manos de su madre. Más apreció el Senor el modesto • óbolo de la viuda, que el de todos los otros donantes, ya que éstos no ecllabon en el orca sino algo de lo que les sobraba. Con nuestro Cabildo emocionado recibimos vuestra dá· diva, santificada a los pies de la Virgen Blanca, ofrenda, que allr a los hospitales de nuestros heridos de guerra, acompa· nada Irá de vuestra fe y patriotismo, como el galardón más preciado que recibir pueden quienes de él se hicieron dignos al dar su sangro por Dios y por su España.

4. Esta ceremonia hace reulo/r algo del anllguo Reino de Leó11.

Siempre el padre en sus penas y alegrias recuerda o los hijos uusen!e!i, por eso hoy e~ para Nos mGtivu de especial salis!occión ver nqui tan brillanlemente representadas a las provincias hermanas: A Zamora , la de In gran Semana Sanla. A Salamanca, la de la Clerccla y la Virgen de la Vega. A Valladolid, la del Corazón de jesús y lo Virgen de las Angustias. A Palencia, la de Nuestra Scnoro de la Collera. Porque a tl'cS de ellas alcnnzo, en parte, tu Jurisdicción de nueslro báculo, y u todas, nuestro amor de Obispo español, a¡:randado por vueslra presencia ante nuestra Incomparable Catedral en justo y bien merecido homenaje a este olvidado


y viejo Reino de León, que a la dleslra de la Virgen Blon~o conserva aún el/ocus appelationls, verdadero lribunaJ de juslicia que nos rememora aquellos Corles, aquellos Re)•es y Prelados y Nobles y Pueblos que hicieron Grande a nues· tra Nación, y que al correr de los siglos, unidos todos ellos, supieron poner los cimientos de Nue~tra Unidad Cutóllco y Naclonof. 5. La ciudad de León y sas contornos.

Para los últimos habéis deja jo señor Correg:dor, los más cercanos y el último de todos, venls Vos, que sois el prime· ro en la Ciudad, a presentar humildemente las ofrendas de amor y grolltud por la Vlclorla, y a le que venls brillante· mente acompanado por lo ingenua algarabiJ del regocijo ol· deano, que cual David ante el Arco, bailo y salta, toca y canta ante la seriedad de piedra, que sólo aquf se hace ce· lesti al sonrisa en la Virgen de la Blanca. Todo lo merece Ella; sí si, merece vuestro Ingenuo can· tHr, vuestro honés to baile, vue¡tra complicada danza, vues· tra vistosa Indumentaria, vuestras joyos, vuestro color, vuedras alegria, vuestra luz. ¡Qué hermosura! ¡cuánta poe· sial De tul guisa ataviad3 la leonesa tierra, parece que ten· go ante mis ojos la Esposa del Cnnlar de' los Cantares, tos· lada por el sol del trabajo que le robó su color, pero, por él realzada y dignificada; parece que la veo d!l encarnadas me· filias, como la granada roja; y toda ella, huerto cerrado, fuente seUado, nardo precioso, la més bella entre las Bellas, la más Hermosa entre las Hermosas, anhelante y pr·esurosa, buscando la flor del campo y el lirio de los valles. ¡Qué es· pectáculo tan arrebatador! semejlnte al que todos contem· piamos en este momento. -39


Pero nuestros ojos de Pastor, admirados y agradecidos a la belleza que se postra ante la Criatura más Bella y Toda Hermosa, quieren calar más hondo, y en este conjunto de Insospechada suulimidad, no ven más que la envoltura, lo externo de algo Infinitamente más grande, más bello, más divino, cual es la fe y el amor de los leoneses u JesQs y a su Madre, amor y fe que tantas maravillas saben obrar. o

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6'. Seguid en vuestro

e~parclmlento:

'Recibida la ofrenda,, seguid, hijitos mios, en vuestro ho· nesto esparcimiento, porque piedad es alegria, y lo mismo se puede servir 111 Señor en el regocimiento de la oración, que, a su tiempo, en el canto y en la danza, en el vestido y en el baile, siendo Nuestro mayor contento, que junto o se· parado, todo eso sea siempre un rezo, una poesía relígiosa, como creo lo es ahora.

7. Volvemos al SagrMio p am continuar pidiendo por vosotros. En tanto Nos, que del Sagmrlo venimos, como Padre con liado en la bondad de sus hijos, solos os dejamos y al Sagrario vol vemos para pedir por vosotros, rogándoos que, a los pies del Tabernáculo y también a su tiempo, os pos· Iréis para pedir por Nos y, sobre todo, para sanllfica.r todos los actos, aun lps más indifere.ntes de vuestro edificante \'ivir.

8. Oración a la' Virgen de la Blanca. · Santísim a Virgen de la Blanca, Madre y Señora Nuestra, recibid la ofrenda y la alegría de vuestros hijos en este ven· ' ' turoso día de la Victoria, como recibisteis, misetlcordlcsa, sus peticiones y sus dolores en los dlas cruentos de la gue·

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rra; haced, Madre Santrsima, que ese divino NiMo, cuyu be· Jla imagen nos bendice, haga descender sobre nosotros su gracia, para ser dignos de la paz, de esa paz que él prodigó, nos dló; haced que, como os acaban de pedir por los labios de su Correcldor, sean ellos cada vez más buenos cristianos y más buenos espai\ole~; acoged ron carir)o a los que murieron defendiendo u su Dios, que es tu tlíío, y o Esroilo, de qui en eres Patrono y Madre. Pedid por nuestro invicto Generalísimo, para que Dios no5 le conserve y guie, ¡cuánto le debe Espana!; pedid por nuestro glorioso Ejército, de quien eres Capllnna; pedid por nue~trus buenlslmas auloridades mllllares y civiles, provinciales y locales; pedid por todos los fieles y por nuestros abnegados y pobrísimos Sacerdotes, por sus Ohlsnos y por el Romano Pontífice; pedid por la paz del mundo entero; haced que todos los pueblos se unan en el amor de vuestro divino Hijo. Y ohoro , que finalizamos esta ofrenda y esta plegaria, sea Nuestra Bendición Episcopal, que darnos complacido, la que por vuestro intercesión, ¡Oh, Madre rnla!, atraiga sobre la l gltsla, sobre España, sobre nuestro Gencralfsi mo y sobre todos nosotros, gracias copiosisimas en el orden espi ritual y también en el orden corporal. Asl sea•. El Padre Carmelo Ballester, emocionado también como padre orculloso de la alegria y de las bellas cualidades de aus hijos, otrala todas las miradas por su sonrisa perenne, por el mirar de sus ojos que fascinan, por lo aimpalfa de su carácter, por su bondad característica , por ese tono que sabe poner en las expansiones sanas del alma. En aquel lugar de las antiguas Apelaciones, bajo las arcadas soberbias, en donde las srchlvoltas y las enjutas del

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tímpano y los doseletrs y las repisas son combinación mara· villosa de Apóstoles y de Angeles y de Santos que están alll como en el pórtico de la Gloria, para ser testigos en la gran escena del Juicio Fina l y para presidir como jueces ce· les tía les y garantla de la justicia humana en los pleitos del Reino de León. Alll, alrededor del parteluz de la portado en donde la Virgen Blanca preside desde el siglo XIII, recibe la admira• ción artlslica de los que entran en el bellísimo templo, y la emocló:1 piadosa de los fieles enamorados de su talle esbello y de Jos pliegues de su vestido y del aire del N!Oo que sonrle con la grociu Divlnu de unos labios que nacieron para bendecir. Alll, en hora solemne quP. será histórica, A LA UNA DE! LA TARDE DEL OlA VEINTIUNO DE MAYO DE MIL NOVECIENTOS TREINTA Y NUEVE, AÑO DE LA VlC· TO!~IA DEL CAUDILLO FRANCO, la Virgen Blanca de la Catedral de León recibe la olrenda de toda la provincia, ofrenda de gratitud por los favores recibidos durante la gue· rra, ofrenda de !rulos de la tierra que sea testimonio de fe sincera , de piedad sen !ida, ofrenda que es reconocimiento y promesa, recuerdo y esperanza, arrepentimiento da vida frl· vota y propósito firme de enmienda, porque hoy los leoneses, en esto momento decisivo, declaran que quieren volver a vivir lo vida do la sontu tradición, en Falange unitaria, baJo la dirección del Caudlllo Franco. Y al hacer esta ofrenda, en la que ponen los leoneses toda su alma, todo su fervor reznndo y cantando, esperan que la Virgen beilisima de ia Blanca, la que ostenta s!mbolos Concepcionistas como expresión de triunfos contra el poder de Satan, s; la que, o pesar de los siglos, luce la frescura de

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su talla y el aire y garbo de una estatua que Fidios no la ta· liarla con mayor esmero e inspiración, piden que la Pnz en Espa~a sea duradera, no esa Paz artif!c1osa de las Cancillerías, sino la Paz interior de los pueblos, la Paz espiritual que nos ate como o hermanos, nos una en el abrazo bendito del amor y nos abro las puert.as de la felicidad social y colectiva . ¡Cómo estaba en los momentos de la ofrenda el atrio oeste de lo Pulchral E!l sol espléndido, los pendones flameando, las campanas lanxomlo notas de 'ulegrla suprema, los cohetes, los bombns, las músicas, las gargantas de los grupos desgranando melodías, el público enardecido, el entusiasmo desbordado en el bello desorden de un pueblo que sabe sentir y gozar. ¿Y de personajes? El Obispo P. Carmelo Ballester, el Gobernador Militar Sr. Glstau, el Gobernad(\r Ci vil Sr. Ortlz de la Torre, el Alcalde de la Ciudad Sr. Reguero!, el Presidente de la Diputación Sr. Rodrlguez dl'l Van~. el Cabildo Catedral, Gestores de la Diputación y del Ayuntamiento, multitud de jefes y Oficiales del Ejércíto y como corona majestuosa que orlaba todo el cuadro, representaciones lucidas y valiosas de las provincias hermanas que vienen a León para rendir 11 la ca· pltal del antiguo Reino el homenaje rraternul y efusivo de su presencia. Alll es toba el Presidente de la Diputación de Valladolid, Sr. Cianeas con los Gestores Sres. Presa y Silva como he· rederoa del espfritu de aquel Pero Ansúrez, Conde leonés, ¡ran amigo de Alonso VI, émulo del Cid que engarzó en el anillo de la corona de la Monarquía de León, las armas de los Condes Catalanes de Urge!.

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¡Y qu~ lucida representación Coral trajo Vulludolld al concierto maj estuoso de la Heslo de la Victoria de León! Canto;; y danzas populares, con dulzaina y Clljn, y bellas se· ñorilas que !raJan en el semblante es la:npando el dolor de la hazana memorable de que aquellos muchachos que con Onésl· mo Redondo, taponaron con cuojnrones de sangre IHs bre· chos de Guadnrramo y escribiewn una de las mds bellas pd· ginas de lo Historia de esto Cruzada. Alll estaba Potencio la Noble, la región que tan bellos recuerdos conserva del esplendor del Reino de León en sus monumentos, en su arte, en su literatura; la tierra de los grandes poetas, Sanllllana, el JudfJ de Carrión, los Manrlqucz, que todos cantaban en el pafs Leonés, en la lengua limpio y ormoniosa de nuestra pntrlo, una y grande. Palencia estaba de!unte de la VIrgen BIMCII, con el espl·

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ritu de Berruguetc y Cosado do 1\!lsnl y venia a decirnos que los rlos palentinos , el Pisucrga que nace en Peña Labra -la que da agua a tres mares- y el Carrión que brota en los lagos de Curavacas, son rlos que fueron fronteras del Reino Leonés, y en sus aguas, enrojecidas con la sangre de Bermudo 111, l!otan todovla los csplr!tus de aquella nobleza leonesa, que cayó en Golpejara y en T amarón. Su Presiden· te de lo Diputación, Rodolio Pérez Guzmán y las bellísimas parejas de Angelita Pérez, Merceditas Alonso, josé-Maria Garclo y Del!ln Blanco, estaban tan alegres, como si se sen· taran en su propio hogar. En el sonrelr de ¡us labios de amapolo , pareclanos que las Seftor!tas palentinas nos recordaban que la gesto de Guardo en el dia veinte Je Ju!!o del treinta y seis, fué clarln de glorio que resonó en la montana leonesa de Riaño, como un consuelo y una esperanza. No menos contenta estaba Zamora, la provincia más hcr-

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mana, la que nunca dudó de su es tirpe leonesn, In que tiene con L eón tales afinidades etnológicas, geográficas e históricas, que sus costumbres, sus cantos, sus paisajes limpios, como las pcdrezuc,las que lava el Esla. son tan teoneslstas como si hubieran brotado todos en tos dlas de Dona Urraca, la calumniada, la hembra más fuerte y más juiciosn que se sentó en trono real. Zamora tiene tanta raigambre leonesa, que parece soto una prolongacióa de la provincia de León. Su rlo más pomposo es el Duero, pero su rlo más simpático es el P..slu. En su ribera se dió la batullu de Potvororls, uno de tos Ja lones m4s decisivos de In rec:onquts to; en sus aguas se r eflcjuron las torres del Ca~tlllo de Bennvente, una de fns mansiones más lujosas, en donde los Condes fueron peones Impor tantes en el tablero de la M onarq uifl de los Trastamaras, más abojo T avara y Morcrueta, nos habla todavia sus ruinas, del monaca1o cultural de aquel San Froll~n anacoreta, monje y Obispo que logró adiestrar " doscientos disclpulos en cánticos y en lecluras de libros que tonto es· cascaban en el siglo X , el siglo de hierro. Zamora cuando viene a León sabe que viene a su casa y no necesita hospedaje de invitada. ¿Y Sutnmanc&? ¡Ahl Sutumunca la t:ulta, la tierra ele ~glogn y de las dehesas enclnlegus, fu que canta madrigales como enamorado y hoce estrolas cincelndas como ~1 vlvicru r lornclo , tu de la Universidad cosmopolita, Seminario de ~obios, Cllt~dra en la que los teó!ogos subieron hasta las fuentes de la inspiración divina y tos juristas abrieron tos horizontes del De· recho Internacional y tos Humanistas hicieron reverdecer tos laureles de Grecia y de Roma y los Mistlcos penetraron


tan adentro, en las Moradas del Amor Celestial, que pare· clan Angeles cantando en la tierra. Salamanca llene posos espirituales tan leoneses, que sus glorias, todas las históricas y las clentllfcos, son de marca leonesa auténtica y acreditada. Por eso, como siempre que la llama la Hermana Mayor, vino ahora con sus Charros Balbino Velasco y Alberto Vi· cen te y con sus .mozos de Candelaria Marccllno Fonseca y Manuel Sánchez para lucir sus trajes rlqulslmos y cantar sus canelones populares y danzar con uno elegancia, con una gracia, que fueron la admiración de todo Ltón entusiasmado. ¡Qué regusto saboreamos viendo y oyendo las jotas de la tierra de Campos, LAS RUEDAS , LIIS HABAS VERDES y los corros Zamoranos y Salmantinos que parcelan traer armonio de Juan del Encina, aquel Prior leonés que vfvla en la Plaza de Regla y trajo de !tolla fas primeras áureas del Renacimiento y ensayó en Alba de Termes el drama pos· toril y el villancico tierno y la comedio sencilla, sin escabro· sidades y desnudeces . ¡Oh! Las provincias hermanas dejaron en León un sedi· mento de simpatla, un rumor dulce y secante de amor de roza, de amor de historia, de amor espiritual burilado en el almo leonesa con trazos tan firmes que no se olvidarán jamás. Lo escenn de la ofrendo dcfonlc de In Bhmca fné de unu emoción tan fuerte, que a pesar de durar mucho tiempo, el público no se sentla fatigado ni aburrido. Y es que el hombre no sólo vive de las harturas del pan, sino que su esplrilu se nutre con ese cebo espiritual de la religión y del arte, que son más confortadores. Mis fantasmas hacia rato que no venlon. Sospeché vola· ran al Cielo envidiosos de no vivir estos horas de la resu·

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rrección de su pueblo. Acaso irían a contar las maravillas vistas y oidas a otras almas que sonaran con la grandeza de León. Eran las dos de la tarde y el público empezó a deslllnr sin cansancio, sin hastlo, ebrio de poeslo y de 11rte, saturado de esplrítu tradicional, deseando que esto se repita con mn· yor preparación y sin tanto barullo, desfilando, por lo menos, un partido cada dla, porque abruma y enloquece tanto arte amontonado, tanto tipismo presentado, como en cinta cine· matográllca, y eso que no trajimos a esta fiesta ni tos alu· ches emocionantes, nitos partidos de bolos, nitos desallos de pelota ni tos Juegos de barra, ni tns rondos nocherniegas robando las natndas, ni las ho¡:ueras de San Juan, ni los VIllancicos Navldc~os, ni las comedias de Semana Santa, ni tantos usos y costumbres como se estilan en esta tierra de León. Quevedo vino cuAndo estaba yo ordcnnnd J las cuartillas escritas y vcngo-dljo-n despedlrmo del cronista. Vuelvo a mí sepulcro, a tos pies de la Virgen de Brtanzos, a contar a mi Señor Don Gabriel de Betanzas las grandezas de este León no soila:lus por aquellos lnfanzones e Hidalgos, por aquellos Nobles y Prelados que llevaron el nombre del viejo Reino prendido, corno una filacteria, en los pendonea gue· rreros de los escudos blasonados. . ¡Ohl SI pudiera contárselo a oquel Frny Domingo de Betanzos, misionero de Méjico, a quien tos indios querfftn como a un padre, que reposa en aquel Convento de San Esteban de Salamanca, con fama de santidad, entre un ejér· ello de snblos y de mlstlcos. ¡Cómo se alegraría él que dejó en América el nombre de León perpetuado en una dudad que se llamu como su patria chica, como la ciudad en donde


nació y en donde se educó, en el Convento de San to Do· mingo, el espléndido Convento leonés, que no lograron bo· rrar de la memoria de los leoneses ni la esponja Ingrata del olvido ni la fiera monra legisladora de los seudo-demócratas de los últimos tiempos! - ¿Y Cebrián?-le pregunté. No lo volvl a ver. No sé $1 saldría ya del hogar de Riaño o andará regodeándose por esas callejuelas y plazas irregulares que habéis puesto limpias y acicaladas con jardlnfllos y fuentes, con arbustos y flores, como no lo llene ninguna ciudad de Espoila. Esto terminó por lo visto. - No; falta lo mejor; y para lo que falta os necesito más que nunca. H ay que ver y oir los cantos regionales, lo~ bailes tlplcos, los trajes viejos elegantlslmos y vistosos. Y como esto será en dlstintn plaza y a la misma hora, no puedo yo recorrer todos los lugares y vosotros podéis hacerme un ¡:ran servicio. - Buscaré al arquitecto, y como somos incansables y nos relamemos de gusto con estas cosas que e~táls haciendo, no faltaremos.

Cantos Regionales Plaza despejada y espléndida del gran mártir de lo pa· tria Culvo Sotelo, centro vital de 11m¡lllas culles; j~rdinlllos y flores; un sol de lujo que no molesta; un vientecillo que meneo con coqueteria las cabelleras tiernas de las acacias; balcones engalanados; un estrado modesto; la silueta de San M arcos como un medallón que se destaca en el norte; casas bonitos en la Plaza Circular y en la calle que como una lle· cha atravieso ul L eón moderno; trajes multlcoleres; público


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enorme; alegria y gritos de entusiasmo; unas sillas para el jurado y a las cinco de la tarde empieza el Concurso de Cantos Regionales. Los periodistas husmenn, corren, dialogan, atropellan con el léplz cuartillas ilegibles; exprimen el megin pero buscar flores y metáforas, quieren copiar cantares, melodles, matices del conjunto y sólo pueden aprisionar esbozos toscos en sus nolas. Abundan los fotógrafos. Yo me sentrn fatigado y abstraldo; era uno somnolencia la que hnclu que el cortinaje de los pÁrpados se cayera sobre las vent,BI)OS de mis ojos; no vera; no ola. TrQté de escribir y la Imaginación se me había declarado en huelga. Un cantar de Laguna Oalga me despertó: M orenita la quiero que vaya y venga a por agua a la fuente y no se detenga. Tenia el eco languideces paramesas, dulzura de campos moj ados. Fu~ pura mi el cantar como un aguijón de avlspll que me movió todos los nervios, como un despertador que me puso ·en plan ~e trabajo. Esto, si se repite, no se puede hacer as!. Cada P!leblo, cada zona , trae cantares originales, coplas satlrlcas cantadas con gusto y afinación y no se d~ben desgranar esas flores poéticas en unos minutos ni en unas horas. Cnda partido do de si poro una tarde entera. Ahi está LA MOLINERA, popular en toda lo provincia, que tiene variantes lfpicas. San Cristóbal de lo Polantera la cantó asl: Vengo de moler, moler de los molinos de arriba, vengo de moler, moler que no me cobran maquila.


En el último verso asoma !a plcardfa. En cambio, LA MOLINERA de la Sobarriba, entonada por Vlllaturlei, es tan picaresca e Intencionada que raya en erótica : No quiere mi lll3dre que al molino vaya porque el molinero me rompe la saya.

•La Vendimiadora• , de Valdevimbrc, y •La Rosalera •, de Santas M artas, traen arom os auténticos del campo, aun· que están algo forzados de mclro. Y llegó Astorga con sus ochenta mozas, todas bellfsimas y con gargantas de cristal, para deleitar al p€ibllco con las armonfas dulclsimas de sus canciones, ensa}•adas por el M uestro Barrón. La letra es prlmor.,sa e Ingenuo; no tiene matices Irónicos; está la poesla itnprrgnando loda la canelón: Ventana, ¿Cómo no le abres? Ventana, ¿Cómo no te cierras? Lucero, ¿Cómo no sales a rcccger las estrellas? Y no es que en Astorgn no se estilen canelones cáusticas; las hay como frotndas de hortigas: Ante un espejo, un baturro se ha visto y dijo con Ira, IR~dlcz! qué cara de bruto tiene el hombre que me mira. ¿Y aqu~lla de: <No me tires chinltas 111la,·ndero?• ¿Y esta otra que abunda en todas lAs ronda~?: Quilate de esa ventana no me seas ventanera, que la cuba de buen vino no necesita bandera.

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De Jos labios de las mozas astorganas calan como perlas los cantares bonitos como éste: jilguero que vas volando y en el pico llevas hilo;

¡dámelo para coser mi corazón que está herido! Y este Cltro: Gasta la tabernera pendientes de oro, y el agua de la fuente ¡lo paga todo! Se podían hacer colecciones de cánticos de todas las mo· dalldades de la provincia; pero hay que seleccionar con cul· dado, porque se filtraron ecos asturianos y música de tangos que aqui suena a profannclón del orle indlgena. Aquel de Ancares: Majlto de In fachenda no mires tanto pal pecho; que la fachenda que tienes ~o te dejo andar derecho. y el de Benavldes de Orblgo: Lavándote vlóme el rfo, y la espuma de sus aguas envidiosa se deshizo. y el de la Vaiducrna: Tus ojos son dos luceros, tus labios son de coral, y tu cara blanca y pura como la espuma del mar. Este merece catalogarse, con el mismo esmero que aquel de Santa Maria del Páramo:

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Paramesa, paramesa no te arrimes a mi lado, que te vas 8 quedar presa en las redes da mi engano. Por lo castizo del lenguajl! y por que tienen una ralgam· bre honda, quizá sean las canelones de Rlaño las mils en· jundiosas, aunq4e se van apagando los ecos de aquellas rondu, los cantares de aquellos pastores que en las majadas o sentados sobre las crestas de las sierras, llenaban de poéticas emociones los montes y los valles, acompafladas del ra· bel o haciendo sonar .el torullo de asta de buey.

Tonadas llamaban antiguamente a estas canciones de la montana leohesa y las cuadra bien el nombre porque son tonos de brabura bélica unas vec.es, son dulces requiebros de pechos que aman otras, y siempre latidos del alrrta colediva que llora, canta y riñe y consuela en aquellas tonadas, que al son del tambor en las noches estivas, eran rondas y ai son de la panderet~ en las tardes domingueras eran bailes, en la plaza del pueblo, delante de la bolera. y en presencia de los viejos, se derramaba el zumo de una poesla que ~n­ traba por los sentidos y rociaba el alma con emociones sen· cillas y confortables. Todo eso que se está perdiendo, volverá y volverá con los bños de un retono nuevo, si los leoneses que hicimos el ~nsayo magnifico de esta fiesta de la Vicloria, sabemos ex· plotarlo. Sólo Riaño, La Vedila y Muriás, poseen un tesoro en cantares y en romances. En u'na ·crónfca no cabeh todos los cantares que volaron al espacio, pero bien merecen conservarse estos que olmos:


Me echastes ni mar abajo me buscaste al mar arriba; me distes, galán, la mano cuando me viste a la orilla.

GRANDOSO Una vez que quise ser nuera de tu señor padre dijo que no le cuadraba. ¡Que busque un cuadro que cuadre!

VEGACERNEJA Ya sabe~ que te di u~ queso en sena! de matrimonio; si no te casas conmigo ¡vuélveme el queso, demonio!

BURÓN SI por ,pobre me despr¡¡cias digo que tienes ra?;ón; yo desprecio a muchos ricos por pobres de corazón. BURON Bendito mil veces sea el rincón de mis amores, porque en él está enclavado el hogar de mis mayores.

BURÓN '

Montañesa quiero ser aunque se gane bien poco, montañesa fué mi madre y quiero salir al tronco.

OVILLE Debajo de tu ventana ol cantar a una culebra; ¡no tiene tanto veneno como llene la tu lengua! BARN!f!DO

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Por el sabor clásico, por lo bien cantada, por el regusto que el público sacó de la ejecución, ahl va, como una flor del parnaso leonés, esta cuarteta con estribillo, de Reyero: Un pastor de merinas meo dió piñones; yo le di calabazas que son mejores. !'Abrela, morena, la ventana, ciérrala, petzosita del alma! Cu'ando el público, entusiasmado, saboreaba estos brotes poéticos cantados por gargantas de cristal, el cronista, me· lancólico y tristón por que se acababa aquel derroche de gus· · lo y armonra, oyó esta berciana que parece de un filósofo: Las malas son esas penas que sin matar nos maltratan .. Las que de 1111 golpe nos matan ¡ésas si que son las buenas! Y al atardecer, por las carreteras y caminos se oran, como arpegios de ruiseñores en el soto, los ecos de canciones que cantaban cuadrillas de mozos de regreso a sus hogates. <Y eso-me lo de da uno de la Sobarriba-que, ¡coirol fallan los mozos que cayeron. ¡Los mejores! y los soldados que no pudon venir con permiso de Franco. ¡Cuando ven· gan todos, habrá que oir las rondas que canlen y las tona· das que traigan de otras tierras!• Me había se-ntado cerca ele los Jurados, y por cuchicheos pude entender que los maestros de música nc estaban tan satisfechos como creia yo, y no por las gargantas -decla uno- que son inmejorables, sino por los magines que no han sabido sucur cantares de tipo snHI'ico que siempre lué en León la vena más ¡¡bundosa.

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El fantasma de Q~cvcdo aleteaba en lorno mio murmu· rande~ palabras de despecho. -No te ufanes-me decía-que estuvisteis pobres; y es Jilstima, porque voces hay/as, como de Angeles, pero In le· tra eslá muy rebu=da y tiene muchas llltracloues exóticas. De romances que tenlals la cautcra más rica, de donde Lope de V<·ga y Calderón sacaron bueuas rojas para 'sus co· medias y dramas, no Iraj istels nada. Cuundo vino la Majestad Católica de Felipe 111 y la ca· bolgato corria por las empedradas calles, oíamos, como una gesta guerrera, aquellos versos de Bernardo del Carplo cuando venia a León a r~sca tur a su padre que lo Iban a ahorcar: Por las plazas donde pasa las piedras quedan temblando.

Y terminaba siempre el r omance con aquel apóstrofe: Podrán decir de leoneses . que murieron peleando; pero no que se rindieron. 1Que por algo son hl\lalgos! Y I n~ nii\as de Sunta Ano nos recibieron con aquel ro· manee, tierno como un Idilio, d~ <La Peregr ina•: En lo ciudad de León - Dios me asista y no nn~ talle-. Vive una fermosa niña, fermosa de lindo talle. El Rey r.amorose de ella y de su belleza grande.

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Y al cnlrar en la Plaza do Santo Domingo, otro grupo de mozas cantaban el romance de Don Bueso, y ¡cómo lloraba el público cuando la hermana de Don Bueso, cautiva y res· catada, entraba en el su palacio de León exclamando: Mi Ju¡tón de ~rana, mi saya querida, que la dejé nueva y la hallo rornpldal Después dijeron el de •Biancallor> , la cual pide a un pastor que la escriba una corta a su madre la Reina de León, y como el pastor no Cenfn pluma ni tínta, ello le dice:

De pluma le servirú un pelo de mis guedejas, si tú no llenes Unta, ¡con lu sangre de mis venns! y recuerdo que de los riberos de [una vinieron unos corros de doncellas todas vcslidus de pastoras y cantaban aquello: ¿Por qué lloras niña hermosa? ¿l>or qué l engo de llorare? Porque ha pasado mi amante y no me hn querido hablare. Con otro doma se va a casare y a mi solita me va a dejare.

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¡Estilo puro del dialecto leonés! y del Bierzo, y de los páramos de Aslorga y de las montañas del Eslu ,·inieron romeras y cantores, y empezaron a desgranar las espigas do· rad as de una poesfa dulce, sonora, que competla, en melo· dfas, con los coros de las Cantaderas que estaban ensayadas y en competencia los de las cuatro parroquias. ¿Por qu6 no resucitasteis vosotros las Cantaderas? Crelals que e~laba muerta lo tradición y no os dula cucn· tn de que el almo leonesa es de ralees cncinlegas, de encina serrlegu , que hinca las raíces por entre las grietas de la peila para busca r jugo y frescura onuy hondo , lejos del tronco reseco y carcomido. No me gusló nunca la Tarasca, que es de origen Pro· venza!, y en la procesión del Corpus me parceló una prolanaclón como los Gigantes y Mojarillos que la segulan. Lo único que me ¡ ustabo de la Tarasca, era que quitaba las caperuzas u los que se cubrían en la procesión. Pero [las Cantaderas! Aunque simbolizaban una leyenda absurda, la liberación de las cien Doncellas, leyenda inspirada sin duda en las roelas que ha clan los moros por tierras Astur· L eonesas para llevars~ mujeres de cualquier clase que fueran porque los arabes undaban escasos de hembras y pagaban a buenos precios a las mozos ceutivus en los mercados rle Córdoba porque tenlon !amo de ser muy fecundos, asl y todo es la leyenda r epresentada en las Cantaderas era cosa muy tlpica y en mis dlas las pinta con colores harto chillones el autor de <La Picara justlna>. Yo las vi muchos años en las fiestas de la Patrona, en a¡osto y era un primor el atavfo con que venfan las doce

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nl~as du doce nilos, de la.s cualro parroquias de Sunla Ana,

el M ercado, San Martín y San M arcial, las más lindas y hermosas que en competición se escogían, vestidas con sayas y bordados, enjoyadas con collares de pedrerla y oro. Cada una llevaba dos ciriales y en cada uno de ellos dos vela.s para ofrecer a fa Virgen de Re: la. Iban los alambores de formu ochuvad~ que los sacudfan con polos gruesos, produciendo uno mfisica ronca de sonidos guerreros. Asf entruban en la Cutedrof lus niftns, bnlfondo y co ntando en medio del coro; subfan al Presbiterio y delante del Obispo vestido de Pontifical, bailaban de dos en dos. De luengns tierras venían a verlas, y no pocos peregrinos de Compostela esperaron aqul varios dias, sólo para ver las nlnas cantaderas. Después iban al Claustro y ofreclan a la Virgen un canastillo de peras y otro de ciruelas. Delante de las niñas iba una mujer vieja con tocas mo · riscas que llamaban e La So:adera •, y era figura de la mora que gula bu a los cautivas consolándo!os en su cautiverio. -Si- le contesté-se pensó en resucitar est11 bella le· yenda, pero no hubo tiem po de prepararla. Lu última vez que se celebró fué en 1809. ¡Otra tradición hermoso que nos mataron los franceses ! ¿Estarias en los ballcs?- pregunté a Quevedo- . Estuve y Cebrián víó el concurso de trajes. Bn bailes no estuvisteis mal; todavia hay solera y garbo y arte coreográfico que merecen verse. Los cines, el teatro y ese maldito

manubrio, Iban socavando los cimientos sólidos de la casa solarle¡¡a leonesa, en la que cada zona conservaba como un


relicario esos bailes trenzados, esas jotus ul~grcs que eran lo onlmaclón pueblerina 'en las fiestas de los Po tronos, en las bodas y en las misas nuevas. Por fortuna, aún ten6ls mucho que lucir. Pero que esta fiesta sea un despertador de arte dormido, un aguijón que despabile energias y gustos que se estaban ara bando. Allá par las tierras de maragatos, en la fiesta de lo lnlrooctnvu del Corpus, en todas las parroquias se visten tos trajes regionotcs y bailan por lo tarde en la plazo del pueblo. ¡Ahf los tenels ahora cómo se lucen, cómo encantan esos parejas de Luyego, de Val de San Lorrcnzo, de AHja'. De Rlano y de Priora y de Villablino y de Villamañán, algo trajisteis que me gustó sobremanera, más como re· cuerdo que como realidad. As! y todo estuvisteis más ricos en bailes que en cantos y los céntlcos y los bailes remozados con esos trajes bonl· tos y vistosos, hicieron un conjunto que si lo repells y ensa· yals mejor, merecereis bien de la patria y de la región. -Si; en trajes-añadió CebriAn-estoy orgulloso. Aque· llos parejos de Val de San Lorenzo, todas vestidas por un patrón, el patrón ti pico maragdto, ele~tontonas y lujosas, tra· zand!l los ritmos y los compases con una armonio encanta· dora, aquellas <Mayas> con zoragUellos, aquellos chalecos con finos bordados en las pecheras, aquellas camisas con encajes y pliegues, aquellos sombreros de cordones y las botonaduras de plata con filigranas en los hombres y el ca· romlello de las mujeres y los manteos de vuelo y los perrie· llos y mandil!nes labrados y la chambra ajustada a la muiie· ca y los mantones amplios, todos de sabor chlslco, todo líe· ne tinte tradicional.

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A lgo vino de Riaf10 que merCCI! destJc11rse y algo traje · ron también los parame3es que el Jurado sabrá premiar. Pero es preciso que esto se repita y se lleve a los pue· blos contagiados de modas antiestéticas y extranjeras. La tarde iba muriendo; el cronista estaba rendido, el pú· bllco se desmoronaba por las calles en bello d~sorden ; mis fnntasmas se despidieron I{OZosos y cuando aún no se apa· gaba el grl terfo y ·las voces de la muchedumbre que saboreó uno de los placer es m1ls C3plrltuales , m!ls sabroso s de su vida, León, la ciudad medieval de Alonso VI y Alonso VIl , la de San Isidoro y San Marcelo, la de la Pulchra que se en· cumbra como un simbolo sobre la urlle nueva , la de los Grem ios y Artesanados que tenfan calles, la que vló a los Reyes y a los Nobles y 11 los M esnaderos, salir de Santa Mnrln en las prlmavcms •Quondo Solent Rcgcs Aá Bello Ex!re • y a la vuella d~! nl¡:¡orns lriunfadoras, eran r ecibidos al ~on de clarines y de tambores; la ciudad de Ordoilo vil'ló un dfa memorable, precursor de aquel día histórico en que el Caudillo Pranco, habla de de~ pedir a la Legión Cóndor, grupo de caballeros alemanes que acá vinieron a ayudarnos en lo gran cruzada moderna, cruzada d~ Ideales sanlos, de sentimientos nobles, de ospilaclones Imperiales. L eón vivió un lila de poesla alegr e sin un desorden, sin un grito de odio, sin uno de esos gritos amenazadores a que nos tenfan acoslumiJratlos la IIOI'da de pui\o cerrado, de bias· femlas soeces, de Insulto procaz; un dla de luz espléndida, de emoción intensa, como aquellos dlas en que la ciudad era corle de Reyes, reunión de Concilios, Locus Apelldt/on/8, Lonja de Arte, Panteón de M onarcas.

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Porque León dió nombre a de América, blasón a Espaila, patria, sangre de mártir~s a la al arte, dfó solar a la nobleza,

un reino, n ciudades y a rfos caudal de vor.cs a In lergua Religión; supo poner cátedra foco luminoso u la cultura ;

llene unos credenciales históricos Ion linajudas, como las de otras r<'giones. Conservó la reciedumbre de sus mura· llos, la magnificencia de sus templos, In p~tina secular de sus palacios y cuando la vida moderna acicala calles y pla· zas, León, que en la historia es relicario, acertó a dar al pro· greso un empuje tan colosal , tan limpio y IM bello, que los lomsteros b1 c1w ldfan y la copian. Y ahora, en estos momentos en que los rm11bos de E!s· pano van por las rutas Imperiales de grandczn, León, que en In guerra hizo gestas heroicas, en la paz supo hncer !fes· l as no Igualados, para decir al mundo qu~. conserva In entra· ña viva que le dló glorias pretéritas y llene mm vir~en el seno fecundo para lucir la maternidad de hazañas y h~rolcida· des que el tiempo ir.¡¡rato no marchitan ni envejecen . Porque León, raza lber·Astur, romanizada en la lengua, en costumbres, en leyes, no tienen adherencias godas ni árubea; es lndlgena en su formación, en su desarrollo hisló· rico y cuando Caslllfn no erA más que un Condado.

León era ya Reino Raíli! y solar de Espal!a. La unidad hispana, cantada con tanto fervor por S. lsi· doro, se rompió en Guadalete, para rehacerse, més pura y pujante, en el Reino astur-leonés. Y <no/tu! Cast/1/a-escrl·

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be Menéndez Pidad-La Espa11a del Cid,-tomo l. •-sino

León, el primer foco de la Idea unitaria, desput!s de la ruina de la Espalla Goda•. León, pese a toda exaltación de Pernán Oonzalez- quc vfstose como se quiera, fué un rcbelde-procluma yo en pleno siglo IX la Idea IMPERIAL rcconocída por Sancho el Mayor de Navarra en 1029, por el autor castellano del CAN· TARde Rodrigo, según el cual:

León era Regno¡ et Castilla, Condado.

A. M. D. O.

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