“Servidores y testigos de la Verdad”
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Creo en Jesucristo Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor
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Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor Catecismo de la Iglesia Católica 430-455 Compendio 79-84
ÍNDICE
Youcat 71-75
Introducción a la lectura del Catecismo ................ 5 Jesús ................................................................... 5 Cristo ................................................................... 6 Hijo único de Dios ................................................ 6 Señor ................................................................... 7 Llamados a asimilar en nuestra vida los nombres de Jesús ......................................... 7 Para la reflexión y el diálogo, la oración y la vida ... 8
Creo en Jesucristo
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Introducción a la lectura del Catecismo Con el n. 430, el Catecismo de la Iglesia Católica comienza el desarrollo del bloque central del Credo, es decir, el conjunto de artículos dedicados a Jesucristo, el Hijo del Padre, segunda persona de la Santísima Trinidad. Los términos del enunciado -Jesucristo, único Hijo, nuestro Señor- ponen en evidencia los dos núcleos de nuestra confesión de fe en Jesucristo: Él es, por una parte, el Hijo único de Dios y como tal es Señor de cielos y tierra y, por ello, también nuestro Señor. Por otra parte, tiene un nombre propio que alude a su real condición y existencia humanas: se llama Jesús, nombre querido por Dios pero impuesto por los hombres (la Virgen María y san José: cf. Mateo 1,21 y Lucas 1,31), y es llamado el Cristo, es decir, el Ungido por el Espíritu Santo (cf. Mateo 3,16-17). También por eso, por su humanidad y la unción que ha recibido, es nuestro Señor. En torno a estos cuatro nombres -Jesús, Cristo, Hijo único de Dios, Señor- el Catecismo pone delante de nosotros todo el misterio de su persona, de su identidad y de su misión: quién es y quién es para nosotros. Presentemos brevemente cada uno de ellos. Jesús Lo primero que los hombres pudieron conocer del Señor es que era un hombre como ellos, con un nombre propio, Jesús. El nombre, en hebreo, significa “Dios salva” (cf. Mateo 1,21). Así pues, en su mismo nombre aparece ya indicado que Jesús es el Salvador. Como explica el Catecismo en los nn. 430-433, el hecho de que su Nombre explique el núcleo de la persona de Jesús, de su vocación y de su misión está anclado en la tradición del pueblo de Israel, pues en ésta el Nombre era reflejo del propio Ser. Así mismo, dado que Dios es el único al que por definición se puede llamar Salvador, se puede decir que en el nombre de Jesús encontramos el Nombre de Dios. Comprendemos, por tanto, que Jesús no es un simple hombre, sino Dios y en particular, el Hijo de Dios, el cual, por nosotros y por nuestra salvación, se hizo hombre.
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Cristo Se trata de Cristo en los nn. 436-440 del Catecismo. En primer lugar, se aborda el origen del nombre: es la traducción al griego del término hebreo Mesías, que significa Ungido. Expliquemos brevemente qué es la Unción. A lo largo de la historia del pueblo de Israel, el Espíritu es derramado “parcialmente” sobre los patriarcas y los profetas. Dios promete un Mesías en quién reposará en plenitud el Espíritu de Dios. Pues bien, esto se cumple plenamente en Jesús: es la humanidad de Jesús, su carne, la que ha sido definitiva y perfectamente ungida por el Espíritu (cf. Isaías 61,1-2; Lucas 4,17-21). Merece especial atención el n. 438 que muestra la dimensión trinitaria del misterio de la Unción, siguiendo a san Ireneo de Lyon: que el Hijo sea Cristo, es decir, Ungido, expresa el misterio de la Trinidad: “uno” es el Ungido (Jesús), “otro” el que unge (el Padre) y “otro” la unción (el Espíritu Santo). Hijo único de Dios El camino que recorre el Catecismo en los nn. 441444 es muy claro. En primer lugar explica el uso del término “hijo de Dios” en el Antiguo Testamento. Dios es movido por su bondad y su amor para crear a los hombres, a quienes trata como a hijos. Ahora bien, en Jesucristo se revela algo distinto. Él no es un hijo más, ni siquiera el hijo más amado de Dios, sino el Hijo (Mateo 16,16) en términos absolutos, el Hijo único, porque es Hijo de Dios por naturaleza, eternamente engendrado por el Padre, Dios de Dios. Como veremos más adelante, esta es la razón última y más importante por la que, cuando el Hijo se ha hecho carne, ha sido concebido de una Virgen, sin participación de varón. En efecto, Jesús, el Hijo eterno y único de Dios, es engendrado en el tiempo de las entrañas de María por el mismo que lo engendra eternamente, es decir, por el Padre.
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Señor Por último, el nombre de Señor. Es importante prestar atención a todas las dimensiones de este nombre. No es sólo un nombre de respeto. Es algo más: cuando el pueblo de Israel tradujo al griego las Escrituras de Israel, utilizó el término Kyrios (Señor) para traducir el Yahvé hebreo. Señor, por tanto, hace referencia a la verdadera divinidad de Jesús (cf. 1 Corintios 2,8). El Catecismo recuerda cómo la Iglesia desde el principio atribuyó a Jesús “el poder, el honor y la gloria”. Los nn. 450-451 recuerdan que llamar a Jesús Señor no es una cuestión teórica. Que Jesús sea el Señor significa que Él es el Soberano del cielo y de la tierra, que cuida con su Providencia de la creación y en particular de los hombres, que sólo Él tiene la llave que puede desvelar el sentido de la vida de los hombres y el sentido de la historia en su conjunto. Vivir en obediencia a Cristo, someterse a su señorío, es reconocer su verdadera identidad y también reconocer nuestra condición de criaturas amadas por Él. Llamados a asimilar en nuestra vida los nombres de Jesús Renovar la fe supone asimilar los nombres de Jesús de modo que adquieran una relevancia real en nuestra vida concreta. Así, cuando decimos “Jesús”, estamos llamados a reconocer que en Él y por Él el Padre nos da su amor y nos salva. Cuando lo confesamos como Hijo, hemos de profesar que gracias a que Él es el Hijo único del Padre, nosotros hemos podido recibir la filiación divina adoptiva. Cuando lo llamamos Señor, estamos llamados a situarlo en el centro de nuestra existencia, de nuestras decisiones, como el Señor de nuestra historia. Y cuando lo llamamos Cristo y descubrimos la fuerza del Espíritu Santo actuando en Él, se nos abren las puertas para entender lo que significa ser cristianos: dejarnos conducir como Él por el Espíritu para ser testigos, con las palabras, con las obras, con la vida entera, del amor que Dios tiene a todos y cada uno de los hombres.
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Para la reflexión y el diálogo - Compartir en un diálogo franco lo que más ha llamado la atención a cada uno en este artículo del Credo. - ¿Qué significa el nombre de “Jesús” para mí? - Cristo significa “Ungido”; Jesucristo es el Ungido por el Espíritu Santo. Nosotros también somos ungidos. ¿Qué significa y qué consecuencias debe tener en nuestra vida el pensar que también nosotros hemos sido ungidos por el Espíritu de Jesús?
Para la oración Evangelio según San Mateo 16, 13 - 17 Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos contestaron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Tomamos como texto para la oración el Prefacio VII dominical del Tiempo Ordinario. Asombrados y agradecidos somos llevados a contemplar el misterio del Hijo eterno de Dios que, haciéndose hombre en Jesús y siendo ungido por el Espíritu Santo y constituido Cristo, ha redimido y perfeccionado toda la creación. Y una vez contemplado, a proclamar: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. Te damos gracias, Dios Padre nuestro, porque tu amor al mundo fue tan misericordioso que no sólo nos enviaste como redentor a tu propio Hijo, sino que en todo lo quisiste semejante al hombre, menos en el pecado, para poder así amar en nosotros lo que amabas en él. Con su obediencia has restaurado aquellos dones que por nuestra desobediencia habíamos perdido. 8
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Para la vida - ¿Practicamos alguna forma de oración que esté centrada en el nombre de Jesús? - ¿Somos capaces de pasar de la afirmación “Jesús es Señor” a esta otra: “Jesús es mi Señor”? ¿Cómo se muestra en mi vida este señorío de Jesús? - ¿Qué hacer, y cómo hacerlo, para que este señorío alcance a todos los hombres?
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ORACIÓN PARA LA MISIÓN MADRID Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres, te alabamos y te bendecimos. Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe. El Padre te ha enviado para que creamos en Ti y, creyendo, tengamos Vida eterna. Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe: conviértenos a Ti, que eres la Verdad eterna e inmutable, el Amor infinito e inagotable. Danos gracia, fuerza y sabiduría para confesar con los labios y creer en el corazón que Tú eres el Señor Resucitado de entre los muertos. Que tu Caridad nos urja para encender en los hombres el fuego de la fe y servir a los más necesitados en esta Misión Madrid que realizamos en tu nombre a impulsos del Espíritu. Te pedimos con sencillez y humildad de corazón: haznos tus servidores y testigos de la Verdad; que nuestras palabras y obras anuncien tu salvación y den testimonio de Ti para que el mundo crea. Te lo pedimos por medio de Santa María de la Almudena, a quien nos diste por Madre al pie de la cruz y nos guía como Estrella de la Evangelización para sembrar en nuestros hermanos la obediencia de la fe. Amén.