Momotaro

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Hace mucho, mucho tiempo, vivĂ­an en una aldea una pareja de viejecitos. Un dĂ­a, el viejecito se fue a la montaĂąa a cortar hierba.


La viejecita se fue al río a lavar ropa. Mientras lavaba, un objeto muy grande bajó por el arroyo, dando vueltas y chapoteando. Al verlo, la viejecita se puso muy contenta y lo atrajo hacia ella con una vara de bambú que estaba cerca. Apenas lo cogió y lo miró vio que era un gran melocotón. Rápidamente, la viejecita acabó de lavar la ropa y regresó a casa con el melocotón, con la intención de comérselo junto a su marido.


En cuanto la viejecita cortó el melocotón en dos, salió un niño del gran hueso. Al ver esto, la vieja pareja se regocijó y llamó al chiquillo Momotaro o Niño Melocotón, ya que había salido de un melocotón.


Con el paso del tiempo, y gracias al buen cuidado de los ancianos, Momotaro creció y se volvió muy fuerte y emprendedor. Visto esto, los dos viejecillos sintieron crecer sus expectativas y le dedicaron aún más atención a su educación.

Momótaro, al darse cuenta de que su cuerpo superaba en fortaleza al de los demás, decidió abrirse paso a través de la isla de los diablos, tomar sus riquezas y regresar. De inmediato consultó a los viejecitos sobre su empresa. Estos le prepararon unos pastelillos de mijo que guardó en su mochila y Momotaro emprendió la marcha.


Y sucedió que vino un perro al lado del camino y dijo: “¡Momotaro! ¿Qué es lo que cuelga de tu cinturón?” A lo que Momotaro replicó: “Llevo los mejores pastelillos de mijo de todo el Japón.” “Dame uno e iré contigo.” Dijo el perro. Entonces Momotaro sacó un pastelillo de su mochila, se lo dio al perro y juntos continuaron la marcha.


No hab铆an caminado mucho cuando apareci贸 un mono que le hizo las mismas preguntas y obtuvo el mismo resultado: Momotaro sac贸 uno de sus pastelillos de mijo y se lo dio al simio. El mono, muy contento se uni贸 a ellos en su marcha.


Del mismo modo, un faisán se acercó volando y dijo: “Si me das a mí también un pastelillo, iré contigo.” Así fue cómo Momotaro consiguió tres acompañantes.


Momotaro y sus amigos embarcaron en una nave y pusieron rumbo a la Isla de los diablos. Iban animados y con ganas de luchar contra ellos.


En un dos por tres, llegaron a la isla y de inmediato se abrieron paso hacia la fortaleza de los diablos, entrando por el port贸n principal. Una vez dentro. Se encararon con una multitud de diablos dispuestos a la batalla. Pero Momotaro y sus amigos lucharon con fuerza hasta que consiguieron llegar hasta Akandoyi, el jefe de los demonios. Momotaro y Akandoyi lucharon ferozmente pero al final, nuestro h茅roe consigui贸 vencerlo y lo amarr贸 con una soga para que no se moviese.


Ya vencido, Akandoyi, el jefe de los diablos, aceptĂł entregar todos sus tesoros a Momotaro y sus amigos. Embarcaron todos los tesoros. Los diablos los despidieron despuĂŠs de prometer que no harĂ­an maldades en el futuro y ellos emprendieron el camino de vuelta.


Grande fue la felicidad de sus padres cuando los vieron regresar, cargados de riquezas. Momotaro dispuso la celebración de grandes fiestas para todos los habitantes de las aldeas cercanas y contó todas las aventuras que habían pasado. Se convirtió, a partir de entonces, en un líder influyente, muy rico y honorable: ¡Un hombre digno de todos los elogios!



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