Martin Estanislao Escalante Leiva
Toya
Luisina Reinoso
Agostina Concilio
El infierno es en la tierra Los dias no magicos del circo Perdón
Corazón, trapo de la cocina Cenar en el centro C Simetrías de la autonomía Arroz con leche
2442 Geronima Sencillo con mis normas Woman of the beach
Lo que nos materializa Un lugar Una revolución a largo plazo
Victoria Merentiel Pilar Sahagún
Chica Wonder Las despedidas Mandame un mensaje y bajo Aquel Escritos del dia despues
La cafeteria Momentánea Soledad Barco Gris Mi inicio Entre guitarras
Eva Semino Nani Scalone
El desprendimiento + Despertar El lugar que nunca se olvida La tribuna de desorbitados Light my fire
Viaje en moto Corazón valiente Viaje en bondi
MartĂn Estanislao Escalante Leiva
Martin Estanislao Escalante Leiva
Martin Estanislao Escalante Leiva
El infierno es en la tierra
Los días no mágicos del circo
Con ilusión voy caminando como si se pudiera elegir y la vida no fuera un rayo que te parte y muele en mil pedazos, que siempre está postrando mi espíritu al suelo y lo rinde. La música con su efecto. Sensación de la que no puedo huir. Los días que transcurren indefectiblemente uno detrás de otro y no parecen tener fin. La realidad diaria en que todo vuelve y vuelve, perdiéndose en una canción que se repite. Como en el invierno el día que el viento se cuela entre las maderas y cierra mi garganta para apagar por la mañana desde las amígdalas el coraje y no poder respirar. Esos días son los primeros que me llenan de temor. El combate es la disciplina de pensar todo el tiempo atado a esta sensación, a escapar de allí. A los pensamientos que asierran viva la madera de ese fuego, de ese infierno que está en la mente. No hay bromas, no me hablo a mi mismo así, no sé muy bien cómo estar contento o feliz. Mi propia mente obstruye el camino de salida y es mi frente la que se golpea fuerte hasta sangrar. Si la vacuidad es mi cuerpo sin alma, entonces… ¿Donde existen? ¿Donde se posan estos sentimientos? ¿Cuáles son las herramientas de la soledad? Aquí, donde las presencias del vagón frío que extraño son compañías con olor a kerosene quemado, hollín y fuego. Ellas son las guardianas del principio del cambio, de la soledad infinita que cubre mis sueños y anhelos con su juicio. Y me retienen vivo en el infierno.
Crecí en la más aislante de las soledades, no recuerdo padre o madre, ni gestos de contacto. La primera vez que entré en una pileta los ojos me ardían por el cloro, los mantenía entre abiertos y cerrados, desacostumbrado y temeroso del tacto, entre lo oscuro iluminado de los ojos cerrados un roce fue suficiente para desestabilizarme y ahogarme en la pileta. Nunca aprendí a nadar. Prefiero la distancia, no entiendo las risas. Los circos no van a ninguna parte, huí con uno de ellos. Ni divertidos ni mágicos, llenos de olores, mierda y aserrín. Los payasos mal humor, los leones sin dientes ni feroces, están más bien dormidos por las pastillas anaranjadas que esconden en las carnes descompuestas que les arrojo. En este mundo solo los fuertes sobreviven, puedo mostrar las marcas del colmillo que rasgó mi piel y me transformó en el hombre más fuerte hoy. Nadie me puede herir. De la niñez me queda la costumbre de no soportar sentarme pegado a nadie, también observarme las uñas de los pies. De tres líneas que leí en un libro una vez: “Las uñas encarnadas de los pies indican que no estás respetando la dirección que dicta tu corazón.” No sé cómo se llamaba ese libro, nunca lo volví a encontrar, pero resultó un oráculo en mi vida. No hay tanto de lo que no entiendo sino el peso de aquello que me disgusta, el peso de la memoria: ● maquillajes ● el olor a lápiz de labios
Martin Estanislao Escalante Leiva
● ●
líquidos que despintan uñas cortarme el pelo
El pelo porque duele. Tienen nervios y son sensoriales, nos conectan con la tierra, indios cherokee, o algo sobre lo que mentíamos en las carpas, no lo creí del todo, no era el libro de las uñas. Aprendí que es más eficiente herir que ser herido, lo más importante es preservarme. Recuerdo... ● dos primeros besos ● ninguna promesa hecha ● un abrazo ● la cabeza sobre un regazo ● el pelo colorado ...pero nada, a nadie, extraño. Indolente, cada corte en la vida parece otra vida, otra piel, aprendizajes y perfeccionamientos hechos de los despojos que quedan. Recuerdos que remanan en inteligentes dolores. Confiar sólo en mis propios métodos. Distancia emocional, física, y nunca, sobre todo, nunca ...llorar.
Martin Estanislao Escalante Leiva
Perdón Te tengo que pedir perdón por transmitirte mis lágrimas. Pero quiero que estés tranquilo ya que no son de pesar o tristeza, aunque convenientemente la esconden. Son de alergia. No digas que lo sabés por mí, me da vergüenza confesar que aprovecho que aparentan sentimientos. No seas como papá, todo es una fachada que esconde una frágil realidad. Solo veo a través de lo que pienso y es la más triste de las formas de ver. A la máquina bloqueadora de sueños le llamo cariñosamente mamá, aplastó mi cabeza en conjunto con padre, tío y primos. Madre, la real madre, no dejaba pasar estas situaciones, hubiera actuado diferente cuando primo practicaba en mí la asfixia con sus manos gordas y deformes. Elijo deliberadamente no dar sus nombres para restarles poder. Hoy son nada, polvo de lo que fueron, incluso yo no existo fuera de estas palabras. Son todos patéticos restos de un pasado imperfecto, del que más valió huir y olvidar. No temo a la muerte o al infierno. El infierno existe y está acá en la Tierra. Encontré la mejor opción al abandonarlo, de lo contrario hubiera sido aceptarlo y volverme parte. Tomé el camino con riesgo, aquel que aprendí de los libros y las epopeyas. Huí y busqué saber quiénes fuera de allí no era infierno. Nunca pude soltar las heridas de la infancia, aunque sé que nadie puede lastimarme de la manera que fui dañado de niño, sigo la búsqueda de llegar a quién me cuide como lo sigo necesitando. En ese tiempo de espera recorté y he atrofiado más de un sector de los sentimientos, los congelé. Lo percibía, si acaso a veces veía un fulgor de su existencia, fue más fuerte el acuerdo entre el dolor infinito y mi pequeño ser.
Martin Estanislao Escalante Leiva
Tomé entonces un pedazo de arcilla y en él modelé un corazón que al paso del tiempo fue perdiendo la vida, el agua que lo cohesiona, hasta ser seco y marchito. ¿No sabía acaso del futuro, ni de las propiedades de la arcilla no cocida? Pues frágil resultó terminando el engendro. La primera escolaridad no hizo más que aumentar los problemas, las palabras manipuladoras salían de mí pronunciadas con la más absoluta certeza de que esa era mi voz, y que en toda área era posible el control. Lo único que generaba un atisbo de auto-contención era la presencia constante de la visión y del juicio sobre mis hombros de Dios en el cielo. El Dios hebreo, el vengativo, el de armas tomar, el único al que dirijo mis afrentas y maldiciones. Siempre busqué la lucha impar. El espíritu arriesgado y explorador no me era propio sino copia carbónica de las lecturas.
Luisina Reinoso
Luisina Reinoso
Luisina Reinoso
Corazón, trapo de cocina
Cenar en el centro
A veces pienso que no tengo tiempo es que en realidad no lo gasto en mi y paso minutos frente a la imagen de lo que detesto porque ya no puedo amarlo más y mis cejas me cortan la cara con la expresión del desagrado y el asco más interno el trapo sucio de la cocina bombea el agua podrida con los restos de la cena de anoche pero igual me quedo otros 10 minutos mirándolo como si fuese un recuerdo esta época el año anterior sucediéndose en loop girando sobre su eje con un cielo que llueve. y yo Perdiendo mi tiempo. Tachando los días Para que se desagote La pileta de la cocina.
Pierdo la combinación de un subte en el centro. En Pellegrini, la puerta de rejas del D baja frente a mis ojos, con la determinación que nunca tendré. Entonces decido, en pleno uso de mis facultades, salir a Calle Corrientes. Salir sola al mundo, me arrojo a la carteleras; entre la gente, los turistas, la angustia, el miedo y el cajero de La Rey que siempre me saluda. Madre e hija, adultas mayores, me preguntan qué hago cenando sola. Nunca (me) pregunto por qué. Con tanta comida en la boca y bullicio en mi mente, si emito sonido, vomito. Disfruto demasiado de mi propia compañía. Ahora no quiero deberle ni tres rosas a nadie. Está la circunstancia del viaje y volver en menos de 2 horas para que la SUBE no me cobre el viaje completo. Puedo independizarme de todo, menos del tiempo. Pasa y se queda ahí un rato, sosteniéndose en mí. En mi prematura autonomía. Es domingo y le suceden los 5 días laborables, podría tomarme el 50 pero ya no vivo en Lugano. Estoy sentada en la banqueta de lo que solía ser mi pizzería favorita cuando no era una franquicia. No necesito el espejo para pintarme bien los labios y ceno sola en el centro porque quiero aprovechar mi maquillaje en perfecto estado.
Luisina Reinoso
C Sobre aceptar mi nombre mi casa mis reglas dejar de escuchar con vergüenza cuando alguien me llama con todas las letras levantarme temprano preparar tostadas y algo caliente para tomar mirando por la ventana buscando recompensa sintiendo el beso aún fresco en la mejilla de la mañana que me saluda y es que estoy satisfecha con mi estima no espero que se termine el sol no paro de pensar formas para romper con la rutina algunas veces hasta pienso en bebesar y aparecen mis preguntas rompiendo la tranquilidad con sincronía algunas veces hasta pienso en bebeber de mi propia medicina perder la sosobriedad y soberbia mi cabeza reticente entiende que no hay aroma de flores que calme mi desconfianza permanente.
Luisina Reinoso
Vuelvo al punto de partida, por lo menos hoy, no me voy a enamorar, primero tengo que llenarme a mí misma. Si mi inconsciente me juega malas pasadas y mi mente se vuelve conspirativa vuelvo a tener 8, mirar películas con mi papá y taparme los ojos en alguna escena subida de tono ¿Quién tiene mis zapatos ahora? Deberían explicar qué tener el coracoraje es saltar de la cama un domingo y la valentía de sobreponerse a un coracorazón roto es aprender todo de nuevo.
Luisina Reinoso
Luisina Reinoso
Simetrías de la autonomía
Arroz con leche
Fin de mes es sinónimo de tener la heladera vacía Qué orgullosa soy, de mi mamá no acepto ni una gaseosa. Me hice huevos fritos en el horno eléctrico del departamento El fin justifica los medios Tenía antojos pero no gas y las dos hornallas en corto Como todos mis vínculos últimamente, Mis amigos, Mi familia, Los deseos de mi cuerpo.
Me siento poderosa como un grito de guerra que derriba ciudades, que prende fuego los mares. Una línea de bajo que repercute en todo el lugar, haciendo vibrar el piso, quebrando el asfalto. Un motor que arranca y no para hasta llegar a la meta. Cuando siento el sol brillante y el aire fresco en mi cara. El gris de las nubes concentrando la tormenta que se avecina, para inundar todo, para limpiar todo. Un beso esperado y una melodía en la cabeza sonando sin parar, sabiendo la letra pero desconociendo la canción. Con ritmo de libertad y la voz de mis seres queridos susurrando cosas al oído. La boca explotando en carcajadas. Me siento inmensa con las pastillas de anís de mi abuela, como las que usan a escondidas cuando son jóvenes para ser jóvenes un rato más. Mil aromas abriendo mis vías respiratorias, destapando mis ojos, profundizando mis sentidos, mostrándome la verdad. Dejando pregnancia como huella en el barro de un combate. Una llama difícil de apagar, que permanecerá intacta incluso cuando muera y mis pupilas no se dilaten más por excitación de lo nuevo o mis dedos ya no sientan el apresto de la ropa cuando la estrenás Cuando ya conozca todo lo que el mundo contiene y mis manos no se calienten con la taza de té miel y limón; cuando ya no juegue a fumar con el aire caliente que exhalo en invierno y sea otro quién continúe mis palabras. Cuando todo esté vivido y el todo sea solo nada. Cuando mi padre me acompañe en la lucha Y mi madre se sienta representada por su propia sangre y la sangre, que no es fruto de la violencia, deje de darle asco. Cuando ahora mismo sea más fuerte que en un principio,
Luisina Reinoso
indestructible, unida e infinita. No exista límite de volumen que tape nuestro grito, ni cambio de clima que nos enferme o calor que nos agobie, golpe que nos derribe o agua que nos apague. Somos parte de un nuevo todo, que se mueve dentro de la marea alta, verde y violeta, la arena que se escurre y entra por todas partes para transformar lo necesario y vivir mejor. Para vivir. Y reencontrarse con el amor, puro, genuino y propio. El más profundo, sublime y eterno; diferente al “te amo” y la respuesta borracha que mancha con violencia toda la casa mientras se desmaya en la sala, mientras ellas, serenas, siempre barajan y dan de nuevo, esperando la carta más alta, conformándose con un “la suerte está echada” y solo sacan CAOS. Ponerme el saco, comprobando ante el espejo que mi poder es vasto y la lucha no es en vano, cambiar con convicción la construcción de tus acciones e intenciones, la calle, la tele, la escuela la iglesia y matrimonios arreglados, el trabajo no remunerado considerado amor y la obligación de ser madre. El hombre que dice “Me dejas sin orientación”, no tengo que ser tu orientación más yo tengo que trazar mi camino, en diagonal al tuyo, opuesto con errores, aciertos. De adentro hacia afuera en todas las direcciones, necesario. Romper con el mandato del arroz con leche Que solo enseña a coser y bordar, Quiero que las niñas abran la puerta para ir a luchar. Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir.
Luisina Reinoso
Me siento poderosa cuando grito mi libertad. Hay veces que le pido favores a Dios, Si existe que nos dé una señal Que salve a las pibas que mueren en clandestinidad.
Pilar Sahagún
Chicawonder
Pilar Sahagún
Insert coin. Push start botton only one player. Player 1. Érase una vez, en una tierra de criaturas de todo tipo, un hombre y una mujer que se querían mucho. Una mañana, crearon un nuevo integrante para el universo, el cual fue fecundado en una chispa incandescente y bien amarilla. Luego de varios meses, en un amanecer otoñal mientras se escuchaban unas rimas bajo un beat afroamericano, la chispa explotó un poquito y salió una cosa pequeña y vibrante. Un Dios en el que ella no creía le dijo: “Pequeña cosa, escúchame bien: tú has venido a la vida para hacer cosas buenas, pero vas a equivocarte una y otra vez. También has venido para comer chizitos, sentarte en la bañera bajo la ducha y sacarles sonrisas a las personas, entre otras cosas. No te envicies. Digo, por los chizitos. Ahora bien, para que esto se cumpla te enviaré al planeta Tierra y ahí, qué se yo. Fijate. Cuando te sientas perdida, sigue tu percepción y a los que de verdad, pero los que de verdad te quieren bien”. Y sin decir más, la pequeña fue enviada a la Tierra como Terminator para buscar a John Connor. Solo que la pequeña no tiene un tejido orgánico y aleación polimimética. Cerró los ojos y sintió mucho frío. Un pulóver rosa tejido a mano y un despertar en el asiento de atrás de un auto. Cuando abrió los ojos vio la luna por primera vez. Iba brillando hacia atrás. No lo olvidó nunca, porque las primeras veces de las cosas no se olvidan. Aquella fue la primera vez que comprendió la belleza. No se lo dijo a nadie.
Pilar Sahagún
Level 1: Ready? Corro, corro, corro, salto, manzana, martillo. Disparo, disparo, salto, patineta, puf. Lloro porque me molestan las costuras de las medias. Me irrito, me fastidia con toda mi alma. Me saco los zapatos, me acomodo las medias. Lloro. Padre no sabe qué hacer. Se me pasa. Juego a la casita. “El juego que más le gusta es la casita y las dramatizaciones. Cuando adquiere confianza es muy divertida y sociable con sus compañeritos. Cuando llora, le cuesta mucho decir lo que le pasa”. Salto, salto, tierra, palmera, nube, salto. Tiempo. Una ronda, nos tomamos de las manos. A mi lado, ella. Automáticamente le pregunto su nombre y ella el mío. Cuando nos dimos el apretón sentí confianza en otro por primera vez. Vi la dulzura en su rostro. No lo olvidé nunca, porque las primeras veces de las cosas no se olvidan. Aquella fue la primera vez que hice una gran amiga. Siempre lo relatamos contentas. Salto, salto, salto, se cae la nube. Goal. Round 2 (two). Una cueva. Madre se baja del auto dando un portazo escondiendo su dolor bajo sus gafas negras. Silencio eterno. La miro caminar hacia la vereda, mientras dos desconocidos miran la escena. Siento vergüenza pero no me seco las lágrimas que me ruedan por el cuello. Padre sigue manejando y hermano mira por la otra ventanilla ocultando muy mal su tristeza. Subo las escaleras, corro hacia atrás y salto al banderín. Entro al castillo. Salgo y me meto en un tubo verde. Estamos en el mar. Nunca sentimos tanta felicidad. Yo tengo mi kit completo de moldes en el balde para inventar cosas en la arena y mi sombrero de Hudson Hawk. Hay walkman, hay discman, hay un gameboy, hay un kiosco de mentira, hay liendres, hay savia para el cabello, hay risas. Está Pocho, Michael Jackson y el Águila. Vinieron las Barbies y Cata. Les toqué una canción con la melódica y les gustó. Somos una gran familia. Vamos en auto y a veces, caminamos. Por la mañana desayunamos contemplando el mar desde el ventanal de la casa y por la tarde tomamos mucho sol.
Pilar Sahagún
Al regresar, nos bañamos y tomamos la merienda. Yo juego frente al espejo, mientras mi mamá me hace la chocolatada. Mi hermano canta por lo bajo “The Girl Is Mine”, mientras mi papá fuma su pipa y graba el atardecer. Cata se duerme en una silla con las manos en su falda. Las Barbies descansan apoyando sus cabezas despeinadas una sobre la otra. Michael le canta a mi hermano. Pocho toma mate y va a la inmobiliaria. El Águila vigila y nos cuida. Estamos bien. Todo está donde tiene que estar. Es un momento eterno. Inolvidable. Llega la noche y vamos de nuevo a pasarla bien. Corro, salto, empujo, empujo, empujo, soy invisible. Corro, corro, corro, salto. Splash. I´ll be back. Trip II (two) Corro, salto, corro, salto, esquivo, salto. A mis compañeras les crecieron las tetas y algunas ya son señoritas. Ellas decían que “estaban descompuestas”. Una dijo que estaba empachada y que por eso no entraba a la pileta. Qué mentirosa. Yo me muero de envidia. Quiero crecer. Me salió un pelo en la axila y estoy flasheando. No quiero ser más la primera de la fila. Corro, corro, corro, agarro la estrellita, suena una música. Un lento. Esto de bailar con un chabón, es loquísimo. Nunca tuve a nadie tan cerca. Nunca sentí esto que estoy sintiendo. Lo de mandarse cartitas ya fue. Cabeceo un cubo y 1up. Vamos a lo de mis viejos que no están. Intentamos hacerlo. Nunca me quedó claro si ahí perdí la virginidad. Sí cuando me rompieron el corazón por primera vez. No lo olvidé nunca, porque las primeras veces de las cosas no se olvidan. Aquella fue la primera vez que sentí decepción. Lloré un día entero y se lo cuento a todo el mundo. Are you talking to me? I’m ready for my close up. Solo que me aterra ser adulta. ¿Cómo que ahora tengo que estudiar una carrera donde tengo que elegir lo que voy voy a hacer para toda la vida? ¿Quién dice? Yo quiero ser artista.
Pilar Sahagún
Vos vas a estudiar algo que te dé plata. Yo quiero ser feliz. Vos tenés que ser médica. ¿Curso de maquillaje? Eso es muy banal. Yo quiero. Vos tenés. Yo. A mí no me pongas la Play, me gustan los arcades. Gals Panic. Qué zarpada. Esta vez me enamoré en serio y me anoté en el CBC, pero de la carrera que yo quiero. Disparo, disparo, disparo y agarro una vida. Round bonus. Start. Público. Vuelo en un escenario a la italiana. Aplausos. Ni la metáfora más hermosa puede describir lo que siento. Por primera vez me siento viva. No lo voy a olvidar nunca, porque las primeras veces de las cosas no se olvidan. Aquella fue la primera vez que volví a explotar un poquito en mi chispa amarilla. Esta vez, yo no digo nada. Ella me dice: Come with me if you want to live. Area 3 Round 4 Corro, corro, corro. Araña, salto, araña. Espero. “Quietita, quietita, no respires, no tragues, no te muevas”. Este es el antes y este es el después. Vida normal, sin medicación. “Bueno, vos no te preocupes que con un ovario solo podés tener hijos igual, en caso que tengamos que sacarlo, ¿sabés?” Hijo de puta, ahora me lo decís. Me duermo. La anestesia es lo más parecido a detener el tiempo. Es poner pausa. Si apretás “select” hace pausa. Ah no, creo que es con el botón de player 2. No sé bien, estoy totalmente dormida. Lo bueno es que ya no siento miedo. En este limbo extraño donde me han apagado el cerebro para aislarme del dolor, pareciera que no hay nada. O por lo menos yo no veo ni sueño con nada. Es muy raro, realmente. ¿Y si no me vuelvo a despertar? No quisiera que me dejen acá, es aburridísimo. Es un alivio no pensar más en nada, pero yo no quiero dejar de pensar para siempre. Tengo un montón de ideas para llevar a cabo proyectos. Gente que me quiere, personas que no quiero dejar de abrazar. Tomar el café de la mañana, sentir el olor de las tostadas. Oír la lluvia, poner un disco de John Coltrane, bailar sola en el living de mi casa. Acari-
Pilar Sahagún
ciar a mi gata, viajar por la ruta cebando mate, acostarme en el pasto, pintarme las uñas de colores. Jugar con las olas, ver las estrellas, tocar un cuerpo desnudo. En serio, no está bueno acá. No lo puedo explicar, no se puede describir. Tal vez sea lo más parecido a la infinidad. Pero todo está detenido. Es oscuro, hay calma y silencio. Está helado. ¿Alguien puede darme un abrigo? Por favor. Por favor. Abro los ojos y estoy tiritando de frío como nunca en mi vida “¿Estoy bien? ¿Salió todo bien?” Sí, tranquila. Corro, salto, roca, salto, fogata, abejas, espero. Se me cierra la garganta, me falta aire, me falta luz, me brota la piel. Te tengo que soltar, tengo que dejarte ir. Por vos y por mí. Estoy en el sillón sentada, lloro, con la cabeza hacia abajo. Te miro: “Ya no te amo más”. Lo más difícil que tuve que decirle a alguien. No lo voy a olvidar nunca, porque las primeras veces de las cosas no se olvidan. Aquella fue la primera vez que me sentí valiente. Hice una valija y me fui. Level up. Martillo, disparo, disparo, disparo, pozo.
Pilar Sahagún
La pequeña cosa llega a ser muy delgada y frágil para su crecimiento adulto. Todos la miran preocupados y ella trata de disimular su dolor. Luego de días largos y nublados, un mensaje divino la obliga a ocupar las tierras del sur. Disfruta del sol y los lagos helados. Lavandas, margaritas y flores naranjas animan sus sentidos. Sentada en una roca junto a un perro desconocido, escribe determinante “Estoy bien. Me curé”. Las nubes se abrieron en el cielo y el Dios en el que ella no creía, se asomó y le dijo: “Pequeña cosa, aquí me tienes de nuevo. Veo que has sabido comprender lo que te he dicho. Ahora, una nueva era comienza. Pues bien, recuerda: cuando te sientas perdida confía en tu percepción y acércate a los que te quieren, pero a los que te quieren bien.” Entonces caminó senderos con el perro desconocido. Cuando emprendió la vuelta, lloró con emoción. Esta vez, lloró por primera vez de felicidad. No lo olvidó nunca, porque las primeras veces de las cosas no se olvidan. Aquella fue la primera vez que se sintió fuerte. Se lo dijo a sí misma. El sol bajaba y la pequeña se colocó sus gafas. Hasta la vista, baby.
Pilar Sahagún
Las despedidas Las recopilo en mi mente y todas están atravesadas por la incertidumbre del dolor. Algunas las viví en carne propia y de otras fui espectadora. Todas me llenaron de preguntas y despertaron mis sentidos. ¿Es un cuerpo que se va y un alma que se queda? ¿Una ausencia que se hace presencia y nos obliga a transformar la tristeza en algo sanador? ¿Un adiós a qué cosa? ¿Es un posible nunca más? ¿Es justo o injusto? Los rostros tiesos, prefiero no verlos. Me quedo con el recuerdo de sus gestos más dulces. Cada adiós o cada hasta pronto lo siento eterno. Lo vivo, lo habito. Siempre queda algo sensorial resonando y al recordarlo de nuevo puedo reproducirlo como una canción. Recuerdo mi corazón agitado la mañana en que mi mamá me despertó zamarreándome el brazo, para avisarme que el abuelo había muerto. Todavía puedo sentir la última caricia que le di a Lola, en su suave y fría pata, tan fría como su cola cuando la ayudé a nacer. Tengo grabada la mirada con los ojos vidriosos de mi perra pidiéndome que detenga su sufrimiento. El silencio en mi habitación, la tarde que ubiqué en una caja a cada una de mis Barbies, vestidas y peinadas con dedicación, una al lado de la otra, y luego las cubrí con una bolsa para enviarlas al fondo del placard. Aún me resuenan las palabras que soltaba aquel supuesto cura diciendo: “no importa si ustedes creen o no en Dios, porque que Él nos quiere y perdona. Él está”. Entonces, al final parece que sí importaba creer en él. Recuerdo su mano inquieta sobre el cajón, tratando de remover una manchita y bendiciendo a la abuela de mí amiga, mientras unos reflejos de colores generados por la luz
Pilar Sahagún
entraban por la ventana, iluminando bellamente la escena. Luego el abrazo con su hermano y sus miradas fundiéndose instantáneamente. Todavía puedo reproducir el murmullo de charlas y llantos durante dos días seguidos en aquella casa de velatorio en Belgrano. Murmullos absorbidos por las enormes coronas de flores. ¿Hay gente que hace negocios con las despedidas? ¿Cuántas personas despiden por día? ¿A quién se le ocurre tener ese negocio incalificable? Cuando me alejo de la despedida y la miro de afuera, cada abrazo dado es una catarata helada que me tira bajo el agua y me enreda entre las olas. Son cachetadas de la vida misma, que te ubican en tiempo y lugar. Es ahora: la vida es ahora. ¿Y si yo perdiera lo que el otro perdió? ¿Cuánto vale esa persona en mi vida? ¿Hace cuánto no la veo? A veces las despedidas son con un gesto extraño y poco cotidiano, como arañar con debilidad la tierra o dejar de parpadear por muchos segundos. A veces hay lágrimas bobas de amor y besos en el aire hacia la ventanilla del auto. A veces hay oraciones que sentencian un cierre y otras que abren fantasías. Como “fue muy lindo lo que vivimos” y “el tiempo dirá”. A veces es hacer una valija y tomar un café horrible en un bar no elegido. ¿No te voy a ver más? ¿Por qué te fuiste? A veces no elegimos despedirnos y las despedidas son las que nos eligen. Pero nadie nos prepara para ellas. Y el cuerpo responde con desconocimiento. Sí, hay dolor, claro, pero de eso no sabe.
Pilar Sahagún
Cómo se mueve, cómo reacciona, cómo vibra. Si hubiera un gesto para despedirse, uno sólo, único, ¿cómo sería? ¿Con algunos dedos pegados o enroscados? ¿Con los ojos fruncidos o agigantados? ¿Una reverencia inventada en el momento? ¿Un paso de baile imposible de imitar? ¿Una palabra favorita? ¿Una música nueva? Tal vez ese gesto no sea encontrado nunca y cada uno deba crear su propio ritual que haga de placebo. La misma búsqueda para comprender qué hacer con el dolor de aquello que se va, es lo que nos hace decir adiós.
Pilar Sahagún
Mandame un mensaje y bajo Hasta La Rioja e Independencia, por favor. La casa de padres. Esa que a veces le sigo diciendo “mi casa”. Cuando me fui, ya había vuelto. Tengo tanto para contarte. Yo hablo mucho, pero no te asustes. Este es mi refugio. Una puerta. Le tengo que dar unos golpes arriba cuando hay humedad. Una cama grande, con un buen colchón. Dos chinos. El bebé y el hermanito mayor. Busco darles una sonrisa cuando les voy a comprar algo, aunque ellos me miren con cara de “no somos tus esclavos, porteña”. Me llevo un vino a buen precio y lo bebo con placer. La primera noche que dormí sola en mi casa, de hija que se fue de lo de padres, me emborraché para sobrellevarlo. La segunda noche, lloré. Unos años después, mi mamá me contó que cuando vio mi cuarto vacío, le resultó muy fuerte y esa noche también lloró. Para mí independizarse es la primera botella de vino que abrí sola en mi departamento y las cajas sin abrir llenas de cosas que tardé un montón en ubicar. Descubrir nuevos artistas musicales y el primer desconocido que traje a dormir a casa. Al otro día quería que se fuera lo antes posible. Me sentí poderosa. A vos no voy a echarte. Te invito y ojalá quieras quedarte. Puedo convidarte de mí vino y bailarte mí canción favorita. Tal vez puedas decirme qué bicho se está comiendo mis plantas. Ya es primavera y algunas dieron flores. Tres rosas. Mentira, casi siempre eran nardos, astromelias o
Pilar Sahagún
suculentas las que me acompañaron el primer año que acomodé mi hogar. Las rosas me hacen acordar a Mirtha Legrand y Mirtha Legrand lo último que me transmite es libertad. Cuatro patas. La mesa antigua que me dejó el dueño tiene cuatro patas. Dos de ellas son corredizas para plegar la mesa a la mitad, pero igual yo la uso entera. Los primeros meses me sentaba entusiasmada con la cena que me preparaba a mí misma, pero luego de unos bocados me caían lágrimas por la cara. Al finalizar la comida, ya con sabor triste y salado en la boca, bastaba con mirar las plantas del balcón para que se me pasara. Para mí independizarse es la cocina inundada los días de tormenta y la humedad detrás del sillón. El sexo en la mesada y dormir con las sábanas llenas de mis llantos y mis mocos. Ahora puse sábanas limpias, no te preocupes, y saqué la frazada por el calor. Si te molesta la almohada dámela a mí. Eso sí: yo duermo del lado derecho y si roncás te voy a chistar. Tal vez quieras abrazarme y oler mi perfume. Lirios. No, nada qué ver, las margaritas fueron mis aliadas para salir de la oscuridad. Lo simple y lo bello de las margaritas. Los lirios me hacen acordar a esos floreros en las recepciones de oficina o escritorios de abogados. Puestos ahí, intentando transmitirte confianza y seguridad, cuando generan todo lo contrario. Qué farsa. Cinco días. Los otros dos los hago fin de semana cuando me queda mejor. El primero para dibujar y escribir. El segundo para caminar por la ciudad. El tercero para inventarme mundos.
Pilar Sahagún
El cuarto para los amigos. Y el quinto para soñar con encontrarte. Tucumán y Gallo. Mandame un mensaje cuando llegues porque no me anda bien el timbre. Y bajo.
Pilar Sahagún
Aquel Hacía mucho que no deseaba tanto que terminara el invierno. Bueno, en realidad hace tres inviernos. Aquel frío donde no sabía bien quién era o en qué me estaba convirtiendo. Sí, hace mucho. Tampoco creo que ahora sepa en qué me convertí, pero sí sé lo que cambió en mí. ¿Cuántos inviernos volverán a pasar para volver a desear su fin? Así podré tomar este como punto de recuerdo. Voy a decir aquel invierno donde volví a leer y tomar miles de tés en la cama. Aquel invierno donde leí Rayuela durante varios días encerrada en mi habitación. Donde el vino se convirtió definitivamente en mi mejor aliado y hubo decenas de cafés dibujados. Aquel invierno donde hablé y lloré profundamente con mi mamá, pero ya no como madre e hija sino de mujer a mujer. Donde mi papá me dijo te quiero fuera de la baja estadística y mi hermano un agridulce sabor. Aquel invierno de mucha lluvia y de todas las caminatas posibles. Donde la amistad pasó a tener un lugar prioritario y mis amigas lo sagrado. Donde pude tener el valor de decir que no y valorar la honestidad para que se vuelva una bandera. Aquel invierno de vigilia entre mujeres empoderándose como nunca, donde la ola verde fue calurosa y potente como un fuego incandescente. Donde entendí que no puedo ser una idealista del amor y de las relaciones. Aquel invierno de mañanas en el sillón y vecinos semidesnudos paseando frente a mi balcón. Invierno de búsqueda, de paseos y compras de medias. De frases, palabras y recuerdos escritos. De textos desprejuiciados y llantos compartidos. De días enteros en pijama y labios pintados. De pelo opaco y hormonas preocupadas. Plantas con hojas secas. Alacenas vacías. Berenjenas al horno. Cajas con cuadros. Deseos. Escenas. Frutos secos, palta, música nueva y trap berreta. Afecto, anhelos, ayuda. Bufanda, botas, borcegos. Coger, clímax, casa. Dormir, dibujar, decir. Escaleras, escenario, escribir. Flores, fuerza, fin. Grabar, generar, gracias. Invierno.
Pilar Sahagún
Escritos del día después ¿Qué define o delimita el dolor? Llorar es vaciarse para completarse de nuevo. Completarse con algo que nos deja en una suerte de equilibrio. Porque estar completos al cien por ciento es imposible. Alcohol y cigarrillos incontables son aliados para el vacío. O el sexo con un desconocido, que puede darnos besos horribles con aliento a desidia. El dolor viene como contrapartida o faceta del amor. Cuando nos dejan, cuando sabemos amar alocadamente o incluso cuando negamos el rechazo del otro. Llorar como un niño caprichoso. Tomar cerveza hasta que la panza nos explote y vomitar esos amores ridículos e incoherentes. Vomitamos amantes, amados, flores, llantos, versos, risas en calles alejadas y gotas de sábanas mojadas. Silencios y lágrimas de parejas en esquinas perdidas. Esos minutos infinitos después de la discusión estúpida y determinante. Amar. Es algo que nos excede, pero nos compromete y nos responsabiliza. Como sea y cuando sea, la honestidad y el respeto son los pilares para querernos y no herirnos. Y no herirnos tanto. -Me acuerdo que esa mañana había un sol muy lindo. Cálido, suave y amable. Era tan hermosa la luz que entraba en la casa, que solo quería llorar. El primer fin de semana que pasamos juntos, llovió a cántaros sin parar. Y esa mañana que había venido a cerrar la relación, estaba
Pilar Sahagún
soleado como nunca. Era ese sol tenue, pero lleno de energía y lleno de amor. Me lavé la cara como tres veces pero los ojos de compota no se iban con nada. Ya no me importaba. Se sentó y recuerdo que me dijo algo así como que me quedara tranquila y que iba a estar bien. Me apoyó su mano en mi brazo, con una presión suave y genuina pero a la vez con distancia y frialdad. Sacó un cuadernito. Él era un enfermito para esas cosas. Siempre todo lógico y ordenado. Yo solo podía mirar el bollito de papel lleno de mocos. No escuchaba nada de lo que me decía. Solo quería renacer en otra persona. Ser un perro o una iguana. Cuando miré el cuaderno había hecho unos diagramas rarísimos sobre la corriente eléctrica de la casa. Que había que arreglarlo, porque era peligroso, que su tío lo podía hacer y no sé qué más. Uno de los dibujos parecía un arbolito de Navidad. Recordé esa primera noche buena, juntos. Pero ya no pude llorar. Era llorar o decirle que era un estúpido por mostrarme el funcionamiento exagerado de su mente ridícula. No recuerdo nada de su explicación. Después se fue. La despedida me la guardo para mí. El sol generoso de aquel día se los comparto.
Pilar Sahagún + Nani Scalone
Peluches y Moneditas V Acá representando, Abasto y Congreso hoy nos están rimando Ya está llegando, PYM is da Queen, ella nos va inspirando Se escucha su bling bling, yo ya lo estoy vibrando Tené cuidado con tanta moneda que te está haciendo perder la cadena ¿Son sus dientes? No! ¿Su hijo ardiente?No! Son sus oros, aretes y billetes Cejas pintadas, garras abrillantadas Cuánto colágeno beben tus labios, desechaste consejos sabios Miami Lover, llena maletas, la bitch es una real explorer Tus excesos de verborragia, ausentan de mi la magia Y aunque te duela y se lo pidas Va de celeste, dice salvemos las dos vidas La exuberancia de tu fragancia, un fiel reflejo de tu arrogancia Rubia oscura, si te acercas tómalo con calma Tiene alto business ella siempre anda sin alma Aflojale al whisky y al Edipo y comete un raviol en Pipo XVIII Por la mañana, los hielos flotan en el whisky La prueba del delito fue un video de Facebook No encuentra el celular y a tientas, sale al balcón Borracha, se escapó descalza en un auto Se observa atónita en el espejo Aunque la mona se vista de seda mona queda Acecha en la noche con su pelo platinado La buscó hasta el FBI, siguieron el eco de su risa macabra en la ciudad.
Pilar Sahagún + Nani Scalone
No consigue dejar atrás los fantasmas y carga las balas en la recámara Tenía kilos de zapatos en su equipaje allanados por la policía El sonido de sus tacos por la escalera inunda el eco del edificio Su marido le llevaba un tupper con milanesitas de peceto a la celda Toma con fuerza la palanca de cambios En sus días leía a Pilar Sordo para ser mejor Ríe frenéticamente mientras filma para las redes la avenida Libertador Quién sabe si realmente es feliz Desconsolada busca la caja de psicofármacos Su condena es la sumisión psicológica que atribuye a su vida Su sangre se derrama en el volante Larga vida a la profunda y astuta mujer de las mil vidas XXIV Los destellos de su pelaje encandilan la mirada de hasta los más fuertes Fríos metales que asfixian su existencia Su falsa hiedra es la selva de la que cree haber nacido. Pues no. Lentamente deslizándose en un camino pedregoso Brebajes con vodka y sangre de cobra. Chancletas, biyuya y calaveras Lentejuelas descosidas Su carruaje blanco cual corcel amable, es su movilidad traviesa Gira envuelta en sedas rosas al claro fulgor de los rayos de luna Mírate un poco, pero no al espejo, sino lo que te aqueja, interna, piensa. Un instante de goce sin amor Los sonajeros de tus pies son como el hipnótico baile de una serpiente venenosa.
Pilar Sahagún + Nani Scalone
Su imagen se esfuma mientas las lágrimas brotan Peluches y moneditas, esa es tu premisa, ¿sabes que da risa? Continúa su danza en una pista de cristales opacos Dorada como moneda de chocolate, ácida como la bilis. Resto de sushi Ordinaria serás, pero tus historias empatizan Suspira con labios sudorosos Supuesta heroína, eres un abismo de adrenalina
Nani Scalone
Nani Scalone
El desprendimiento Una parte del glaciar se desprende y comienza a andar por el lago. Nos recuerdo sentadas de frente a una inmensidad imponente. Un silencio frío entre nosotras. Era nuestro último viaje. Lo sabíamos. A partir de ese vuelo al sur, comencé a temerle a los aviones, al despegue sobre todo. Estábamos en el mes de mi cumpleaños. En la cena me atreví a hablarte del chico del que me había enamorado. No sabías la parte en que él tenía novia, pero bastaba con que supieras que me interesaba alguien. ¿O sí lo sabías? Se desliza lentamente por el agua y comienza a ganar velocidad. Kilómetros de hielo. Tanto blanco por delante. Caminábamos por un sendero turístico, rodeadas de italianos que llevaban las clásicas “invictas” de colores en sus espaldas. No sé si voy a volver a ese lugar por muchos años. Es tan cruda la sensación de intuir un final. Volvió a pasarme hace unos veranos cuando al salir de la carpa lo miré y sabía que no volveríamos a vacacionar juntos. De repente, se topa con un tronco en su camino. Un stop obligado. Siente la fuerza del agua impulsando a seguir. La madera no se mueve. Nos gustaba ver los reflejos de la luz en los témpanos de hielo. Azulados. Verdes. Esculturas flotantes y estáticas, suspendidas en un paisaje soñado. El abrigo sobre nuestros cuerpos, las conversaciones por la noche mientras caminábamos por el pueblo. La cabaña con el hogar a leña, un tazón con chocolate caliente y las fotos que semanas después se revelaban.
Nani Scalone
Crack, una rama del tronco se quiebra y consigue liberarse. Sigue viaje por el río de deshielo. Rebelarse. Discutir, enojarnos. Aceptar. Una y otra vez, movimientos de desprendimiento. Vos eras vos, yo era yo, pero a veces me sentía vos. Vos te veías en mí, te recordabas en años pasados, pero eras vos. ¿Quién eras vos? ¿Y yo dónde quedaba? De repente, una roca en el medio del río. El impacto, inevitable. Partes de hielo se pierden deshaciéndose en la superficie del agua. Y sigue su camino. Hoy ya no estás. Hace años partiste. Muchas veces más me pregunté quién eras vos y cuánto dejaste en mí. Cada tanto vuelvo a confundirme y a sentirme a veces vos. Pero ya siendo yo.
Nani Scalone
Nani Scalone
El lugar que nunca se olvida Despertar Apoyaste la cabeza en la almohada, perdiéndote en la espuma de las nubes, soñaste. Y suena el despertador. Y sin mover el cuerpo de la cama fantaseás con el cepillado de dientes para darte cuenta unos minutos después de que era un ensueño matutino y estás llegando tarde al trabajo. Y el pelo es un caos, los párpados pesados. Y salís corriendo. Y te sumás a la multitud. Te encontrás mirando el cielo en un instante previo a cruzar la calle y ves las nubes, como pasan, lento. Y subís para viajar apretado entre caras descontentas que no sonríen. Y te arrojás. Y apurás el paso porque no llegás, no podés parar. Y subís las escaleras porque el ascensor es un infierno. Y empezás otra vez la rutina diaria de papeles y personas, de personas y papeles. Y unas cuantas horas entre esas paredes para sentirte libre cuando te vas, pero seguís corriendo. Siempre corriendo. Un perfume asoma tímido y, otra vez, en las nubes…
Las hojas secas del otoño por la avenida Belgrano, caminar a tu lado, los medallones de menta y chocolate el papel metalizado los bombones de confitería para el día del niño en nuestra adolescencia, la primera lectura sobre un ratón que buscaba queso a mis 5 años, el café con leche esperando en la mesa por la mañana cuando íbamos al colegio, el cortadito cuando me desvelaba estudiando para la facu, La confección de mis ropas, un vestido que aún conservo, tu conocimiento en telas, los sabores de tus comidas, tus letras cursivas y la prolijidad, las trenzas para ir a la escuela, los mapas de último momento, los mates a las 7 de la tarde, la radio sonando en las siestas de verano, Tus ironías, las respuestas picantes, “tanto Gre Gre para decir Gregorio”, Jorge, tu novio taxista, tu lápiz labial antes de salir al barrio, el encargado paraguayo del edificio que habitabas y su loro, las enaguas, verte siempre de pollera, tus anteojos enormes y definitivos, la compañía cuando iba a gimnasia artística, la tarta de zapallitos, tu fanatismo por las películas, las cervezas con mamá,
Nani Scalone
verte leyendo el diario por la mañana, la confianza en el saber de mi hermano, fugaces recuerdos de tu familia, tu silencio ante el dolor, tu fortaleza, el control, tus celos de la abuela Amelia en las Navidades, el susto el día que te caíste en la calle cuando volvíamos del dentista, el asado en el balcón del 8vo B, tu enorme inventiva para reparar lo que hiciera falta, Tus primeros olvidos, seguirte por la mirilla mientras cruzabas la calle, los calambres, tu pelo corto, siempre corto, la confección de camperas para los pibes de Malvinas, tu falta de amigas, tus ganas de solución, tu obstinación, la negación, algunos enojos, la pérdida de algunos kilos, los taxis al hospital a visitar al médico clínico, tu fanatismo por la quiniela cada cumpleaños, tu soberbia cuando ganabas, la omisión de la dificultad, tu perro pequinés, el cuidado de los otros, tu gran corazón, la hipertensión, tu libro de yoga, la cita con el neurólogo, más olvidos, confusiones, Comenzar a cuidarte, El costurero improvisado que me regalaste con mi mudanza, tus tejidos,
Nani Scalone
el sonido cada vez que presionabas el pedal de la máquina de coser, el dedal metálico, tu resistencia, el rechazo a ceder el poder, tu desequilibrio al caminar, la aceptación del bastón, tu manía de madrugar, tus aspirinas diarias. Tu primera caída cuando había vuelto de mis vacaciones en el sur, las tomografías, el temor a salir sola, tu aislamiento monoambiental, el andador, las cuidadoras, la uruguaya que venía en bicicleta y aceptaste, la sangre, tu papá de Paysandú, la negativa a los baños, verte desnuda, La radio sonando en las siestas de verano Prepararte las viandas caseras, la fractura de tu brazo izquierdo, los traumatólogos y el yeso, la rehabilitación, cuidarte, sentir tu miedo, el llamado cuando estaba en el Parque Centenario, la fractura de cadera, tu dolor, la ambulancia, la guardia devastada, traumatólogos, la cirugía, una primera internación, desvelarnos en el pasillo frío del hospital, tu lisergia post anestesia, los pajaritos, Tu lápiz labial antes de salir al barrio
Nani Scalone
Acompañar, los obstáculos de la obra social, la gambeta al sistema por casualidades futbolísticas, el traslado al geriátrico disfrazado de hogar, tu depresión, el desgano, la resistencia, la segunda internación. Tu recuperación, nuestras visitas, la lectura de la isla del tesoro, tu imaginación, Tus anteojos enormes y definitivos El bingo del invierno, los paseos en primavera, tu sangrado, los traslados al hospital el accidente en tu pierna, la guardia, los traumatólogos, la heladería de avenida Brasil, los mates en el parque, Los medallones de menta y chocolate Tu entusiasmo en la última Navidad, la charla con Isabela y sus 3 años, tu recuperación, los pañales, la silla de ruedas, la calefacción del hogar, Rosalía, tu compañera de habitación, Miguel y el buen humor, las visitas de Leticia y su medicación, Beatriz, Nélida y Lidia en tu mesa, “Mamá ven por favor”,
Nani Scalone
La comida procesada, el patio con plantas, el gato colorado, enero y una internación más, la vuelta al hogar. Tu fiebre y el traslado en ambulancia a la medianoche cuando volví de Mar del Plata, la guardia, las porciones de pizza de verdura y salsa blanca, “Mamá ven por favor”, tu somnoliencia, la falta de apetito, los estudios de sangre, la guardia, la última internación, los huesos de tu espalda, tu mirada tierna, “Mamá ven por favor”, Los recuerdos de Liebig, el lugar que nunca se olvida, los ojos que se cierran, la radio que suena, los anteojos definitivos la radio que suena las siestas algunos bocados, el fin.
Nani Scalone
La tribuna de desorbitados Nací entre el silencio de una familia de escasas palabras y fue inevitable enamorarme del sonido. El sonido, la música, a veces también el ruido. Mi mayor atracción fueron las palabras que fui escuchando a lo largo de la vida y con ellas los tonos, la agudeza, la gravedad, el ritmo, las pausas. Las palabras de papá que se despidió un poco temprano, “no te olvides de mí”, difícil al no haberlo conocido mucho más que unos meses. Un desafío a la imaginación alrededor de las anécdotas: una voz gruesa y grave, las teclas de su máquina de escribir, los pasos con sus zapatos elegantes y el grabador de periodista, el registro de las palabras de otros para el diario. Con mamá habían viajado a Río y en mi niñez, recuerdo las notas de la lambada sonando en los pasillos de casa, una mezcla de danza cercana al mar, con la piel bronceada y la cadencia del cuerpo girando al sol, lamentando un amor que se fue. Este año en Uruguay, Carlos me explicó que la base es de un carnavalito. Fue un hallazgo. En algunos momentos se escuchaba a Luis Miguel en la habitación de mamá. Con mi hermano nos mirábamos, sonriendo con complicidad cuando aparecían los primeros acordes de Suave, envueltos de vientos y teclados in crescendo, la camisa blanca, el jopo rubio entre las palmeras ahí dentro del PH de Congreso. Tiempos de colonia de vacaciones. Nos despertábamos y reíamos, mientras desayunábamos leche chocolatada con froot loops, con la cortina musical de un programa de salud y dietas de ATC en el que sonaba Mrs. Robinson en la versión de los Lemonheads. Imaginábamos una tribuna de desorbitados coreando la introducción en registro punk. Luego tomábamos nuestros bolsos y nos subíamos al 95 rumbo a la cancha de Independiente. La diversión grupal durante la merienda era llenar de aire los cartones
Nani Scalone
de jugo y saltar sobre ellos, generando un estruendo que resonaba en la bandeja de la popular para luego volvernos con Mario que vivía por Barracas y tenía la manía de contar las lomas que el colectivo sorteaba en la bajada de la autopista; movía sus manos imitando el subi baja del último asiento en el que íbamos sentados los tres, como si de compases de un loop electrónico se tratase y se reía, siempre se reía. No todo era diversión en esos años. También había espacio para las grabaciones en el contestador automático. Mamá sentada cerca del micrófono con un papel en sus manos del cual leía el mensaje que quería registrar para comunicar nuestra ausencia provisoria: “hola, te comunicaste con el…, no, no, hola, no estamos, si querés dejarnos un mensaje después de la señal, mmm no, hola hola en este momento no podemos atenderte”, una y otra vez, una de las tareas más aburridas del planeta y una de las grabaciones que más me costó borrar cuando ella dejó de estar. Todavía recuerdo la sensación de esperar sus llamados cuando hacia guardias en el policlínico. De repente, un sábado a la tarde, aparecía su voz en el tubo preguntando cómo estábamos. Año 90, la mudanza a la calle Bulnes, vivimos un año envuelto en la mística mundialista, “notti magiche inseguendo un goal sotto il cielo di un’estate italiana”, cuánta exageración de sentimiento, tanta que ese año rompí un ventanal al bailar desaforadamente un tema de Xuxa. Ese año aprendí a leer, una historia de quesos y ratones, llevó varios años la conversión de las sílabas sueltas, hilvanadas en voz alta hasta lograr escucharlas únicamente en mi interior. Todavía hay momentos en los que necesito leer para afuera, para escuchar mi voz, para demostrarme que no es exactamente lo mismo lo que oigo por dentro que aquello que expreso. La adolescencia entró en escena y con ella un hilo escondido musical que selló muchos años de amistad: bailes de Michael
Nani Scalone
Jackson, el acústico de Nirvana, la voz de Freddy en Queen, el cuarteto del Potro en las fiestas de quince y las cumbias santafesinas sonando al mango en las fiestas clandestinas de los viernes por la noche. También momentos de espíritu rebelde escuchando temas de Attaque mientras caminaba por alguna calle perdida, “Ven mi corazón está con prisa, si la esperanza está dispersa”. Hace poco volví a ver a los músicos de Legión Urbana en el video de ese tema girando sobre su eje, deslizando una guitarra eléctrica por el aire rodeados de un campo verde y extenso mientras pétalos de flores caen sobre las cuerdas. “Amar es una puerta abierta”. El primer amor llegó con palabras sin sentido deslizadas al oído en una oficina de atención al público. Los parlantes con el reggae de Alpha Blondy y Steel Pulse, las rastas, los tambores de candombe, luego el bandoneón, el tango, las tostadas y los viajes en moto. “Medí tu vanidad y entonces comprendí mi soledad”. La soledad que se despedazó meses después en una sala de ensayo cantando con mis amigos. La misma soledad que me invadió cuando volvimos del sanatorio luego de la última internación de mamá, atónitos los tres en el asiento trasero de un taxi en el que sonaba Crimen de Cerati. Circulaba la sensación de algo que iba a quedar sin resolver, por un tiempo. Mientras tanto, escuchaba teóricos en la facultad de analistas que transmitían la importancia de aquello que cobra sentido largo tiempo después de haber sido oído. Aprender a escuchar lo que insistió como insiste esa canción cada vez que lo cruzo y voy a abrir mi locker en el pasillo del servicio mientras atendemos pacientes en el hospital. Y el sonido del último amor. Las maderas resquebrajándose en un fogón de campamento en un viaje de 20 días por la Patagonia. Las canciones electropop en el departamento de Bajo Flores y los bailes
Nani Scalone
desenfrenados, la escasez de palabras, la distancia y la despedida en la costanera. “¿Y qué vas a hacer? Uno se cansa de correr” La semana pasada fuimos con mi hermano en busca de un sillón para mi consultorio y mientras salíamos del estacionamiento, recordamos la tribuna de desorbitados coreando y nos reímos, después de tantos años, nos reímos.
Nani Scalone
Light my fire 9 am: Oficina. Algún recuerdo amargo invade el cuerpo mientras las teclas suben y bajan en la monótona misiva, que ya contiene todos los recorridos burocráticos en la primera gota de tinta del membrete oficial. Un bostezo contenido bajo la palma de su mano, se cobra revancha al momento de preparar café. Irrefrenables, los labios ceden a la tentación de alejarse elásticamente. El aroma de los granos molidos inunda la habitación. Sobrevienen pensamientos. Una intersección de calles cercana es una invitación certera en otras coordenadas temporales, pero hoy se esfuma en una mañana nítida en el barrio de Balvanera. “¿Dormí?”, se pregunta inquieta. Ya ni recuerda las horas de descanso. Ya ni recuerda si la respuesta fue clara. Perdió el interés de deambular por las avenidas; ahora se pierde por las calles más angostas cambiando el recorrido cada día. Sólo conserva su destino. Calma el calor, se sumerge a 2 metros de frescura. Más consciente del límite de su cuerpo, siente la fuerza en cada uno de sus músculos conspirando para avanzar y llegar a la orilla de cemento. Una y otra vez. Antiparras inundadas. Deja atrás el exhibicionismo desbordante del vestuario, regresa y presencia un incendio que concentra el ruido ensordecedor de una alarma y una multitud de curiosos testigos dispuestos a sentir la muerte.
Nani Scalone
No quiere dar vueltas y desperdiciar minutos de diversión onírica. Se apronta para hundirse entre la espuma salada. “La vida siempre da más de una oportunidad” Por lo tanto, no será necesario agotar los últimos recursos en este mar de esperas. Siempre queda un resto. Había días de producción desenfrenada, como la sirena de ese dragón rojo que pasó con su furia queriendo apagar un infierno de letras, que no tienen mayor destino que la eterna alianza. Y ya ni siquiera hará falta imaginar la escena. A lo lejos, el encuentro: los cuerpos relajados en un balcón libre de vértigo y sólo se avecina lo impostergable, las manos largas, los dedos que hablan. Un animal nocturno, irresistible, mira con sus ojos encendidos. El fuego. Impredecible.
Toya
Toya
Toya
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Gerónima
Cuando lo miré a los ojos fui a la antesala del sueño y tomé asiento. Desde ahí miles de milésimas de imágenes desfilaron por la periferia de mi mirada en una velocidad que me quitó la capacidad de oír. El fondo de su ojo era verde. En aquel entonces. El fondo de su ojo era amarillo Sol, a veces, y atrás, la tierra. Dorado el color del ansia. Pero voló como un Pavo Real. Gesticuló. Se exhibió pesado. Siento olor a todo. Su boca seca fue grande en palabras. Pescado frío. Mi registro neuroperceptivo falló. Él cogió con sed, yo con ausencias. Huelo Dorado. He sufrido una epifanía hace un año, cuatro meses y once días. No puedo librarme de ella. El amor inverso tiene gusto a pescado crudo frío. Lo mordí, le choqué los dientes, lo salive y lo chupé; todas las mujeres que me habitaron lo recordaron. Cuando lea esta carta voy a dejar de invocarlo inmediatamente. Cuanto más la lea, más lejos estará de mí. Nunca. Lo volveré a ver. Nunca lo volveré a ver. Porque si lo viera le diría lo que siempre quiso escuchar y no pudo. Interrumpimos, en la bifurcación de los caminos, el figurar en las postales de otra posible realidad que pasaría por la periferia de nuestra mirada al vislumbrar el miedo, inerte y sigiloso. El mismo terror súbito que abraza al amor terrenal, escueto y humano. Sólo el primer hombre y su nombre, lo conoce. Tal vez esta carta firme mi libertad.
Gerónima yace en la cama, aunque últimamente ha comenzado a pasear más de lo esperado. Antes de salir el jueves la ayudamos a lavarse la cara y le pusimos color a sus mejillas. La voy a llevar a la carnicería, hay mucha fila y espera, pero por lo menos así ve gente, dijo mamá. Agarrala fuerte que no tiene casi equilibrio y salgamos. Gero me mira fijo. Nunca escuché su voz pero siempre me comuniqué con ella a través de dibujos en un anotador cuadriculado. En invierno mayormente era atendida y cuidada por mis padres. Cada vez que la miraba a los ojos emitía alguna opinión referida a observar dónde estábamos, o me contaba alguna anécdota. Extraño su humor sano y puro, casi infantil. Al llegar al negocio del barrio sentí su llamado, su calor claro hacia mi cuerpo. Al volverme escuché en mi pensar:”Parecen elefantes blancos,” dijo ella. “Nunca he visto uno”. Divisé qué era aquello que la cautivaba. Dos carniceros, padre e hijo, en delantales y pecheras impecables y destellantes atendían efusivamente. Me costó hilar la semejanza, pero cuando los asocié tapé mi boca por mi risa estrepitosa. “¿Qué pasa muñequita?” Añadió Alberto (el elefante añejo) “¿Vino Gregoria?” GERÓNIMA, dije fuerte y heroica. Se llama Gerónima. “Ja ja ja ja ja ja ja, ¿bolsa de dormir no? digo, bolsa de agua caliente... es lo mismo. “Te salió barata la nena”; agregó la bestia hacia mi madre. Ella se sonrió y me miró sólo con amor. “Le puso ese nombre y no la quiere soltar. Si no llora el invierno,
Toya
cuando podemos, se la sacamos, si no llora en invierno, cuando podemos, se la sacamos,” Aprendí más de Gregoria por mi papá que por mi mamá, descubrí también que se pondría más fuerte si le daba de comer arena en vez de agua caliente fría o tibia. Sé que no olvidaré jamás su cara pocket de reina antigua, coronada por un hermético tapón gris.
Toya
Sencillo con mis normas No me puedo olvidar de cerrar la reja del patio, se que Rosendo se escapa a la noche y no está castrado todavía. Nunca dejo de lavarme los dientes, si no paso las trece veces por día de hacerlo, nunca será lo suficiente. La sensación de mal aliento hace que todos ellos me observen en el colectivo, es casi parecido a cuando no cierro la llave de gas... todavía no sucedió pero sé que los vecinos me vigilan. Ellos se fijan en todo lo que hago durante el día, por eso llamé al local de instalaciones de placas acustizadoras, para que puedan insonorizar mi departamento y así dejar de ser oído. Cada vez que quiero conciliar el sueño pienso en la jornada laboral de la mañana siguiente. La gente de mi trabajo es peligrosa, hay una escalera por la que No tengo que pasar, creo que Rodríguez esconde en alguna de sus mangas un grabador portátil de periodista. Lo hace para escucharme cuando hablo por celular. Justo de eso quería señalarte algo: me parece que lo mejor es que consiga un aparato como los de antes, así no continúo con la mierda de whasap y el paquete de datos. A esta altura tengo que cuidarme, ya pasé los cuarenta. Yo soñaba con ser el niño cantor de la lotería, llegar a fin de año para ser televisado. Crónica le gusta a mamá, yo para darle un gustito a ella, que ya no camina... ¿viste? Crónica y que cientos de personas escucharan mi voz melodiosa. Aún la conservo, sólo que después de consultar a más de cuatro otorrinolaringólogos y terapias alternativas no consigo dejar de sesear. Por eso me escribo y me leo sin S, acá no hay margen de error. ¿Por qué tengo que escribir como hablo? ¿Ves? Todos estamos vigilados, juzgados por primeras impresiones, no entiendo por qué me quieren dar la mano los demás, me dan asco sus demostraciones de falsos modales afectivos y efectistas. Yo sólo quiero vivir sencillo con mis normas, pero ni siquiera Rosendo me hace caso.
Toya
Ayer descubrí que tengo un nuevo tic, me froto las manos como a punto de comer algo. ¿Qué tengo que comer? Si desde la celiaquía ya nada tiene gusto, siento que tengo la lengua de un loro. De chiquito le cantaba, no a un loro pero sí a un duende que conocí en el patio de la casa de unos amigos de mis papás, mi voz tierna... uf! si me hubieras escuchado te encantaría. Ese duende era tan raro... Era como que me quería mostrar algo que escondía en su vientre, pero que al mismo tiempo le daba miedo... yo quería saber, siempre saber más. ¿Podés creer? ahora me doy cuenta que lo buscaba para ganarme su confianza y que me enseñara su secreto. Pero eso nunca sucedió. Me quedé esperando solo. Siempre solo. Ni me apetece que sepan de mí. Si te escribo es porque todavía existen personas que escuchan sin buscar nada a cambio.
Woman of the beach Miro igual que ella, mi mano izquierda se posa en mi mejilla. Tengo el pecho hundido y el entrecejo tenso. Escucho que él me habla con vehemencia, pero no capto la velocidad en relación al contenido. Lo más intrínsecamente complejo y vastamente simple de la configuración del cómo vivir puede diagramarse en un grupo de conjuntos, o líneas paralelas y perpendiculares de un tablero de Go. Sólo que, (al igual que a mí) ella no lee la totalidad de lo implicado. No ve la simpleza de lo posible. Podrá seguir transcurriendo el instante. Mientras tanto ojalá perdure el deseo cual sombra, del anhelo de lo que falta y su búsqueda. Es irrefrenable el devenir.
Agostina Concilio
Agostina Concilio
Lo que nos materializa un algoritmo cambiante a medida que despejamos la equis que nunca se despeja del todo se transforma en el momento que es pensada como problema a resolver. Respuestas camufladas tranquilizando la conciencia alguna forma (se) tomó tener realidad habitar saciar la creación Una espiral conexiones construidas para ser sostenidas provocando el sinfín.
palabra circular accionando lo inevitable jugando a ponerle la cola al perro un perro que intenta agarrarse la cola gira gira gira sobre su propio eje gira una y otra vez cada giro más excitado desplegando capacidad corpórea. descifrando cómo lograr mayor flexibilidad contactar la punta del ano con orificio nasal
Perro resolviendo la ecuación. Cómo encausar lo que unx Por eso todo está dicho le entrega al cuerpo por eso cada unx para que digiera y procese reflejadx en lxs demás excremento construyendo sobre lo construido. donde en el mejor de los casos Poniendo palabras al algoritmo sale un proyecto trascendental una obra de arte una decisión importante una declaración de amor una sinapsis que con orgullo celebra haber entendido –algode este eterno algoritmo La idea sobre la idea.
Agustina Concilia
Un lugar donde cada quién va siendo lo que va pudiendo ser donde ya no importe más que sale de tu pantalón cuando entras al baño donde ya no importe más si te percibis mujer teniendo cuerpo de varón varón con cuerpo de mujer si estás cómodx con eso si te percibis mujer y te acostas con mujeres o si no o con mujeres que tienen pene y qué qué importa Un lugar donde ya no importe más qué tan largos tus pelos están si te gusta la ropa grande si preferís vestido antes que pantalón tanga boxer vedetina hace cuántas noches no dormis acompañadx o cuándo fue la última vez que te enamoraste si tenes el clítoris muy afuera el pene desordenado donde el Biologicismo dixit si sentis la feminidad a flor de piel si sólo la sentis por dentro
Agustina Concilia
cuando te toca sangrar un lugar donde abortar sea legal y la clandestinidad no exista dios sepultado la iglesia y el estado separados en este lugar nadie se mete en el cuerpo ajeno porque nadie se mete en lo que no le pertenece se muestra lo inmostrable la vida no se hace polvo siendo puta trava gordx lesbiana negra campesina indígena mujer donde los cuerpos se encuentran a partir del deseo donde los cuerpos desean encontrarse cuerpos que pasean sin vergüenza y sin desdén que atraviesan la norma establecida y la rompen despacito en cámara lenta
Agustina Concilia
para que se pueda ver en detalle cómo los pedazos de existencia patriarcal se deshacen política transfeminista en cada suelo que se habita en este nuevo lugar hay espacio de sobra para todx aquellx que se sienta vivx ambientes amplios libres de humo de señores en mal estado desinformados desinteresados y desencantados del júbilo que exacerba las calles verdes y violetas un machismo irreverente llenos de componentes agrotóxicos misóginos violentos perjudiciales para la salud desaparece se hace polvo se vuelve al éter
Agustina Concilia
Una revolución a largo plazo Nacés nombran tu cuerpo Te asignan tu cómo perforan tus oídos según te perciban destino de mujer no te pelan si das un toque mujercita pero la regla marca un algo más largo que la vulva más chico que el pene ante la duda un varoncito más una protuberancia indefinida definiendo la futura cosmovisión Nacés ya tenes elegido qué te va a gustar cuál va a ser tu clan qué te pertenece acatas a medida que avanzas vas viendo qué cuento te gusta más escuchar para entender la realidad para encontrarte en el todo
Agustina Concilia
El cuento que contamos de nosotrxs mismxs ¿Dónde empieza? la raíz de la matriz con la que se tejen identificaciones para agarrarse y no temer le al mundo Los primeros años de mi inicio no los recuerdo, la verdad. ¿Cómo podría saber que me inicié si hay partes que no me acuerdo? si lo que puedo decir es a partir de un cuento fotos que enmarcan la expresión que fui encontrando para sentirme propia a pesar de las perlas de oro colgadas en mis oídos desde el primer día fotos con vestimenta de infancia chonga y a la vez Bandana, corazón fotos
Agustina Concilia
contradictorias, confusas desordenadas y algunas otras bien reconocidas por habitarlas a través del cuerpo El día que me hice pis en el arenero a los cuatro años me colgué jugando en la arena y un poco me dio vergüenza preguntar si me acompañaban al baño. la señorita Karina preguntó: “¿Por qué no avisaste?” el pis se hizo solo, no lo vi. Me descubrieron haciendo pis y un poco de caca en el pasillo del fondo de la casa de mis abuelos. ¿Qué estás haciendo? gritó mi abuela lo que no hacen las niñas, pensé salí corriendo hasta la puerta que conectaba la cocina con el patio. un sin fin de vueltas sucedieron con la sensación de haber sido coaptada coartada de mi libertad en el patio de la casa
Agustina Concilia
me atraparon. cuerpo creciente florece incierto cuentos con fotos que cuentan cómo alguien crece sin saber bien cómo Marilina la niña mentora aprendimos a hacernos cosquillas tocándonos hasta transpirar quedar rojas y manijas El día en que Marilina se fue de Buenos Aires una de las fotos más tristes El dia que Marilina se fue de buenos aires me chupé los dedos hasta arrugar mis huellas vele las fotos guarde
Agustina Concilia
Agustina Concilia
solo las que pudieran ser contadas
El vacío que dejó Marilina por haberse ido a vivir a las sierras.
Mi primer beso adolescente No sé si con amor pero me lo di con Martín en una plaza
¿Cuántas preguntas puedo hacerme hasta estar enamorada? ¿Y después?
heteronorma encima amor romántico inconsciente explorando el cuerpo bajo un sol ardiente Creo qu e no sentí ni siquiera por asomo las cosquillas que me hacía Marilina. Hormonas y cuerpos buscando satisfacción para simplificar lo que les pasa.
El cuento que nos contamos material que habitamos huellas patentadas como inicio atravesando la angustia revolucionaria de sabernos personas negociando percepciones mundanas sabernos personas existentes un haiku de amor
Lo único que cambió fue la propuesta: “Ese es el que te tiene que gustar, te escribió una carta con brillitos preguntandote si te lo querés tranzar”, simplificar los vacíos que no se llenan
Arar la tierra algún pedacito de espacio más seguirás floreciendo
Victoria Merentiel
La cafetería
Victoria Merentiel
Esa habitación llena de libros encastrados en la pared no se parecía en nada a un hogar, pero así era, Paul vivía ahí. Su cocina la podía medir con una tabla de quesos y estaba continuada por el duchero, el cual tenía que abrirlo con mucho cuidado para no mojar la colcha que cubría su cama. Así era vivir en París, una persona sola como era su caso, con un trabajo aceptable, era para lo que daba alquilar. El era muy feliz así, amaba su trabajo, disfrutaba de colocar todos los días granos de café en la máquina gigante y oler sus manos luego de quedar invadidas por ese aroma intenso. Siempre se encontraba detrás de la gran barra de madera con vidrio debajo dejando ver todas las variedades de café que eran utilizados. No había casi mesas, los mismos clientes habían impuesto la costumbre de tomar sus cafés parados o apoyados en la barra. Paul amaba todo aquello, tenía largas conversaciones con cada antiguo y nuevo cliente. Su vida era simple, bajaba de su casa, se instalaba en su trabajo y al final del día volvía a subir. Solo tenía un día libre a la semana en el que aprovechaba para leer algún libro, que luego hacía parte de su gran colección. No le gustaba andar por las calles, sentía que perdía tiempo de lectura y que no habían cosas mejores afuera, prefería el refugio del frío cortante y de la oscuridad permanente del invierno. Había aprendido a disfrutarse a sí mismo en todo momento. Un día entró a la cafetería un caballero alto con una sonrisa brillante, se dirigió hacia una esquina de la barra y pidió un cortado con whisky. Mientras esperaba comentó en voz alta, - nunca pensé que esta caverna fuese una cafetería- todos lo miraron un poco confundidos e inquietos, el caballero alto soltó una fuerte risotada y al instante rieron junto a él. Paul y el caballero mantuvieron distintas conversaciones durante horas, lo curioso de la charla y de todas las charlas que se mantenían con Paul
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era que nunca hablaba de su vida ni de nada que lo involucrara; era muy bueno escuchando y a eso se dedicaba gran parte del día. Afuera seguía la lluvia que había comenzado esa mañana y la niebla era cada vez más intensa. El caballero dejó de sonreír por un momento, colocó una mano encima de sus labios, tratando de que nadie pudiera escuchar, le contó que afuera, bajo la niebla y el frío lo esperaba una hermosa chica. Ella lo venía acompañado desde el inicio de su viaje, hacia muchos meses atrás y que continuaría al día siguiente. No era una historia muy creíble para Paul, no entendía la razón de que su chica lo esperara afuera por tantas horas. Lo pasó por alto en las conversaciones, pero por dentro trataba de entender lo extraño de la historia. Cuando volvió a su casa dejó el morral y el abrigo, puso su disco favorito de jazz pero no dejaba de pensar en su último cliente y esa chica bajo la humedad de París. Se preguntaba si realmente ella lo estaría esperando fuera del bar todo ese tiempo. A la mañana siguiente leyó su libro en medio del habitual desayuno de pan baguette con mantequilla y nutella, pero algo lo inquietaba. Mientras cortaba su primer bocado recordó de dónde venía esa sensación inquietante pero conocida. Hace varios años atrás su vida era exactamente igual, servía café a los clientes habituales y a muchos de paso. Estos últimos eran los más divertidos para Paul ya que venían con nuevas historias y le fascinaba. Uno de estos tantos se hizo muy confidente con él, sus historias eran fabulosas, llenas de energía, detalles y contenido. Le contó que hacía tiempo recorría el mundo en su barco, al cual lo invitó insistentemente varias veces pero Paul no accedió. Un día por la madrugada el timbre de la casa de Paul sonaba sin cesar, tanto que bajando las escaleras por el diminuto pasillo los diez escalones se convirtieron en cinco, fue tan rápido que no pudo ni razonar que pasaría allí abajo. Cuando abrió la puerta era el cliente del barco, despeinado, con los ojos pálidos y cansados. Llevaba un bulto
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que abrazaba con cariño. -Necesito tu ayuda- le dijo, Paul notó la desesperación en sus palabras. Se quedó un instante inmóvil pero su cuerpo actuó como por inercia y se corrió para darle paso. Mientras subían las escaleras silenciosamente Paul ya estaba arrepentido. Dentro de su casa, parados frente a frente se miraban en silencio , hasta que el hombre desenvolvió el bulto que rodeaba sus brazos, y mirándolo le dijo - esta es la razón por la que te necesitaba en mi barco. Paul quedó suspendido como nunca en su vida. Pensó... qué hace este tipo en mi casa a esta hora y con un bebé?. El cliente estalló en un llanto desconsolado, conversaron por largas horas mientras Paul servía té caliente. Era un hombre sin consuelo , solo y desesperado sin saber qué hacer con su hijo recién nacido. Al otro día en la Cafetería, Paul estaba cansado por su larga noche pero feliz, había convencido a aquel cliente de que podría criar a su hijo , el que había sido abandonado por su propia madre. Sirvió el último café y mientras limpiaba la gran barra de madera escucho a sus espaldas voces conmocionadas que contaban la aparición de un bebé abandonado en la Catedral. Al recordar todo aquello volvió a sentir preocupación por esa chica que acompañaba al caballero alto. Trató de olvidarse y salió de su casa. Mientras levantaba la cortina de la cafetería sintió unos pasos pesados detrás, al volverse vio parado a un hombre que se dirigía hacia él sin gesto alguno y con una actitud muy segura, no supo qué hacer. En el momento en que su corazón ya no podía latir más fuerte el hombre se sacó los lentes y el gorro y ahí estaba nuevamente esa sonrisa brillante , - uf - dijo Paul por dentro- y sus músculos comenzaron a relajarse, - Hombre no quería asustarte te estaba esperando desde la mañana muy temprano. Necesito tu ayuda- le dijo el caballero con sonrisa brillante. - uf - dijo Paul por dentro- y sus músculos comenzaron a relajarse, - Hombre no quería asustarte te estaba esperando
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desde la mañana muy temprano. Necesito tu ayuda- le dijo el caballero con sonrisa brillante. Paul no entendía qué podría necesitar de él y sintió cómo su cuerpo se tensaba nuevamente, no se le ocurrió nada para desviarlo así que solo se dedicó a escuchar - Dime, ¿en qué puedo ayudarte?- le dijo Paul, y mientras esperaba su respuesta se invadía de nerviosMi chica está enferma y no sé a dónde dirigirme-, contestó el caballero, y en medio de una risa casi carcajada dijo -Creo que tomó mucho frío anoche.- Paul estaba totalmente desconcertado por esa risa. Antes de que el hombre advirtiera lo que pasaba por su cabeza, Paul le contestó que lo ayudaría sin problemas, mientras su garganta apretaba la saliva que pasaba. Se dirigieron hacia la catedral de Notre Dame y unos metros antes de llegar doblaron en una esquina; ahí estaba ella, apoyada sobre el rincón que formaban dos paredes de ladrillo viejo, su chica. Paul sonrió dejando escapar el aire que en sus pulmones tenía retenido -Cómo no se me ocurrió antes-. Esa chica que acompañaba todo el tiempo a aquel hombre era grande, esbelta, y tenía dos ruedas muy gordas. Era su gran motoneta.
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Momentánea soledad Todas las mañanas se acercaba a una cama en miniatura, que solo ocupaba un pequeño rincón de un enorme cuarto. Por momentos se quedaba observando esa imagen que sentía totalmente ajena pero a la vez necesaria, le daba energía y mucha paz. Trataba de entender qué hacía ahí, de quién era esa vida. Pensaba que su propia vida era una incertidumbre, ni él se entendía. Parecía que todas las respuestas llegaban con el fin del día, pero a la mañana siguiente todo comenzaba de nuevo, esa sensación de que todo era ajeno. Siempre se cruzaba con una mujer por el largo pasillo que conectaba las salas. Observaba cómo ella lo miraba a los ojos disimuladamente. Nunca la saludaba ya que no la conocía y no le importaba generar vínculo alguno; Se molestaba mucho por no saber quién era ella, pero también entendía que alguien debía de estar cuidando a la criatura que en su cuna él veía todas las mañanas, quizá ella era de esas contratadas para la tarea. Una noche sintió ganas de salir al balcón y encender uno de esos cigarrillos que había encontrado dentro del bolsillo de un saco, no sabía a quién pertenecían y tampoco le importaba. Apoyó sus codos sobre el inmenso balcón que daba a un enorme bosque tupido de flores. Estiró su largo brazo intentando alinear el ojo derecho con el color encendido de aquel cigarro y seguido con la luz de las estrellas formó un extraño sol en aquella noche cerrada. Miró por encima de su hombro y vio a la mujer del pasillo acercándose muy lentamente. Ella comenzó a hablar sin que nadie se lo pidiera, él pensó que era bastante mal educada por mezclarse sin ser solicitada. Las palabras de la mujer fueron llamando cada vez más su atención, algunos tonos de su voz generaban cosquillas en su panza. Levantó su mirada y encontró otros ojos, una sensación de incertidumbre reapareció en él. Ella continuaba contándole una historia, él fue sintiéndose cada vez
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más débil. Al instante ella apretó su mano y él comenzó a llorar, ella lo abrazó contándole el final de la historia como lo hizo cada noche de estos últimos seis meses. Le contó que existen muy pocos casos de alzhéimer en menores de 40 años, pero que ella y su pequeña confiaban en el amor que ellos tres formaban. Juntos fueron al mismo cuarto donde solía ir todas las mañanas, observó nuevamente dentro de la cuna y sintió que el amor no necesita razón.
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Barco gris Estaba muy ansiosa, quería escuchar de una vez sus pasos descender. No pude probar las galletitas todavía tibias, eran para desayunar todos juntos, eso había dicho mamá. Esa mañana hasta nos había dejado decorarlas con pelotitas de colores sin decirnos cómo hacer. Un traje blanco colgaba bien planchado listo para ser usado. Salió del baño con aroma a colonia Old Spice, buscó el peine marrón que siempre llevaba en el bolsillo trasero de sus pantalones. Las celdas pasaron por entre sus cabellos y con la mano libre los acompañaba, queriendo evitar que alguno pretenda incorporarse. Frente al espejo examinó sus dientes y tomándose la cara con ambas manos corroboró que la afeitada era perfecta, golpeteó su enorme panza dando un final satisfecho a su habitual aseo. Bajó las escaleras mientras escuchaba esas vocecitas que venían de la cocina. Las tres impacientes lo esperaban para un desayuno especial. El camino hacia el puerto fue tenso, quiso distraerlas y con voz ruda dio típicas órdenes de hacer la tarea todos los días y obedecer a mamá y la abuela. Intentó ser creíble, cuando terminó el discurso dijo “el tiempo pasa rápido”. Sentí un beso en mi frente y una caricia de esas que despeina. Levanté la vista y por fin entendí que se iba, esta vez el viaje sería más largo, eso sí lo sabía. Miré alrededor dejando de lado las pulseras con las que jugaba a combinar colores. Me percaté de llantos, sonrisas, manos extendidas, abrazos, toda una sociedad conmocionada. Me detuve en él, con ese traje blanco igual a todos, pero que para mí era único. El barco enorme, sin ventanas, tenebroso y gris comenzó a menearse con distancia, yo en tierra firme.
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Alzó su mano al viento, le temblaba tanto como sus labios, sentía el pecho cerrado y se le hinchaba la garganta. Las observó con amor y angustia, sus lágrimas no esperaron para brotar. Él sabía que no les era fácil entender la razón por la cual su padre se alejaba en ese gran barco gris. Observó cómo la mayor dejaba de jugar con esas pulseras que tanto le gustaban y con ojos grandes, desorbitados y tristes lo despidió en silencio. Imaginé cómo sería ese lugar que papá contaba en la carta, seguramente era pequeño. Me gustó que tuviera nuestras fotos cerca de su cama. Todas las noches antes de dormir él nos daba un beso a cada una, quizá hacía lo mismo con las fotos; yo creo que sí. Hay una parte de esa carta que solo es dedicada a mí, claro mi hermana todavía no entiende nada. Recuerdo cada palabra como a mi nombre… Se recostó en su pequeño camarote con lápiz y papel. Besó con fuerza esos dos rostros felices que intactos posaban en la cucheta encimada. Comenzó a escribir. Les contó que esa primera carta era enumerada para que cuando fueran varias supieran su orden. Escribía sin parar y sin corregir, las palabras le surgían con sentimiento y solo se detenía cuando las cuatro hojas que le daban por semana estaban completas. Deseaba que todo terminara pronto, esta vez no vivía en calma, tenía un presentimiento áspero; sin darle importancia volvió a mirar la foto y sosteniéndola contra su pecho apagó la vela y dormitó. Siempre estaré a tu lado para apoyarte en todo lo que emprendas, animarte en todo lo que intentes y unirme a ti en todo lo que sufras. Caminaré a tu lado para darte mi mano eternamente por los siglos de los siglos hasta que la muerte nos una para siempre… eso me escribió…
Victoria Merentiel
La madre nunca leyó en voz alta que esa carta era enumerada, ella sabía que iba a ser la única. Habían pasado seis meses de su partida. El cartero llegó un mes después de su entierro. Ellas escucharon atentamente esas palabras todavía con vida… Caminaré a tu lado para darte mi mano eternamente por los siglos de los siglos hasta que la muerte nos una para siempre… Cuando mamá terminó de leer, le pregunté si yo podía tener un ángel… y antes de que responda entendí que ya lo tenía…
Victoria Merentiel
Mi inicio Ese día me sentí ilusionada, esperanzada, creyendo en lo posible y evitando el miedo. Era la primera vez que sentía ser la única dueña de mi decisión, esa que dividiría mi vida en dos. Una tarde de enero, esas de mucho calor, mi familia llegó a visitarme. La casa era grande y convivíamos cinco chicas, las mismas del año anterior y el anterior. Hacíamos temporada de verano en uno de los barrios más lindos de playa donde dividíamos el día entre vacaciones y trabajo. Las primeras ocho horas lo pasábamos con los pies llenos de arena y la piel tensa de tanta agua salada gracias a ese océano transparente e inmenso. El resto de las horas que corrían la tarde y sobre todo la noche las vivíamos inmersas entre zapatos, vestidos, obras de arte, accesorios y clientes encantados por hacer sus compras en ese espacio realmente único para ellos. Lo pasábamos en grande, éramos amigas y nos elegíamos para convivir ese par de meses donde jugábamos a ser responsables entre la formalidad del trabajo y el control de toda una casa. Estaba a un par de horas de mi “casa real”, nada lejos para mi familia. Aprovechando el día que me tocaba libre llegaron en el desayuno, con la típica torta de mamá, con los scones de queso que tanto me gustan, y con las dos personitas que cuando vi asomar sus pies por debajo de la puerta del auto me explotó el corazón de felicidad. Estábamos sentados sobre el pasto y lo dije como algo totalmente natural. La primera sensación fue extraña, felicidad por lo que escuchaba de mis propias palabras mientras contaba aquella decisión, pero a la vez sentí un frío en la espalda que me congeló la lengua. Nunca supe si era miedo o nervios y si era todo eso tampoco sabía a qué ni porqué. Tal vez a estar creyendo en mí más de lo que debería o a tomar decisiones sin tener la capacidad de hacerlo, o que mis pensamientos se conviertan en burla para otros.
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De todas formas todo eso no duró mucho, pasó como por obligación a la estructura de mi vida, pero se diluyó rápidamente y volví al foco de lo que parecía ser cumplir mi sueño, un sueño el cual nunca había soñado ni imaginado. Simplemente la vida me estaba dando la inesperada chance de hacer un cambio en grande, y ese era mi sueño, ser capaz de hacer que algo cambie. Se enfrentaron el deseo inmenso de que esto pasara con el miedo de no poder hacerlo real. Cuando logré ver que solo dependía de mí, las fuerzas se multiplicaron. Sucedió así, de pronto, en una charla de amigas todas me vieron en el lugar que estoy ahora, menos yo. Fue como verme a través de ellas y así comenzó todo. Una tarde de trabajo estábamos sentadas en la terraza ya que todos los clientes disfrutaban de un día especial de playa, no había viento, el cielo estaba totalmente homogéneo en su color azul y el calor obligaba a zambullirse y nadar sin que se erice la piel. Meditábamos esta idea, y lo digo así porque todas ellas discutían y ponían sobre la mesa los pro, pero nada de contras. Yo solo las observaba. En medio de tanto análisis me dije, No, no voy a poder y justo en ese instante como si me hubiese escuchado, una persona totalmente desconocida me tomó de las manos y con una sonrisa gigante me miró fijamente. Lo primero que pensé fue que habíamos perdido la atención a la puerta principal y esta clienta necesitaba ser atendida, antes de emitir sonido e incorporarme para ir a su servicio, ella se acercó a mi oído sujetando mis manos y me dijo “solo hazlo, no te vas a arrepentir jamás”. Parecía una mujer caída del cielo, como un hada madrina venida de otro mundo, hasta su forma de hablar era diferente. Al instante desapareció. Me quedé un momento aislada de todo. Cuando volví de mis pensamientos noté en mis amigas una conmoción especial. Sentí que me había perdido de algo y entonces una de ellas me dijo ¿Sos consciente de lo que acaba de
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pasar? Sí, le respondí. No, no lo sos porque no la conocés, tu hada madrina es Argentina y muy famosa. Al otro día, la ilusión de que una famosa me hubiera tocado con su varita mágica se convertía en una simple anécdota. Estaba anocheciendo y el local explotaba de clientas recién salidas de la playa. Una chica con gorra y lentes me chistaba insistentemente entre medio de dos percheros. Al acercarme me dijo muy suavemente ´soy yo´ y quitándose los lentes me guiñó un ojo. Sí, era mi hada madrina otra vez. Su especial trabajo para esconderse me hizo saber que era famosa en serio. Tomó nuevamente mi mano y encima colocó la suya y casi susurrando me dijo, Cuando llegues llamame. Al abrir mi mano encontré una tarjeta que tenía escrito un teléfono, un mail y un corazón. Sus palabras me generaron excitación y ansiedad, pero sobre todo seguridad en este nuevo plan. Puso de cabeza todas mis dudas, era como si todos confiaran menos yo, alguien que no conocía nada de mí también me vio. Entonces sucedería, ya todo era claro. Miré a mi madre, luego a mi hermano y por último a mis sobrinas, cada mirada me provocaba distintas sensaciones según a quién era dirigida: de mamá busqué un perdón, de Christian, mi hermano, su aprobación y de ellas, las más chiquitas necesitaba que nunca se olvidaran de mi, encontrar la forma de estar en cada paso que dieran, cada palabra nueva que dijeran, no perderme de nada aunque sabia me perdería todo, eran las únicas que no juzgarían mi decisión ni para bien ni para mal, pero por ellas podría haber dejado todo atrás. Volví a Montevideo y no paré de mover esos hilos necesarios para mudarme a Buenos Aries. En dos meses estaba instalada en esta gran ciudad, me acompañó mi madre quién para mi sorpresa, ahora tenía plena confianza y me alentaba todos los días. A veces se dejaba ganar por el egoísmo que a todos nos habita y no quería
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dejarme, hasta el día de hoy se ilusiona pensando en mi vuelta, no solo al país sino a aquella casa que dejé con 24 años. Es como si me viera congelada en el tiempo. Mamá se fue y ahí me quedé, sola, en ese departamento grande, frío, con un balcón. Todo era nuevo y extraño. La ciudad pasaba por debajo acompañada de ruido y luces que me encantaban, todo eso se podría haber convertido en un enemigo para mí, pero estaba feliz, me sentía única, algo en mi había cambiado.
Victoria Merentiel
Entre guitarras, teclados y armónicas Era una noche plena, iluminada por las luces de la ciudad todavía enfurecida. Me encontraba contra una columna. Sonaba Bob Dylan y mi mano estaba congelada por el hielo que se derretía. Lo vi, quieto, con una expresión de encanto en sus ojos. Pensé que observaba esa banda acomodando sus instrumentos; pero algo más había que le generaba ese estado. Seguí su mirada y la descubrí a ella que gozaba de la música con leves movimientos de cabeza haciendo entrever la luz de su cigarro. Nunca sintió que era contemplada por la mirada de otro. Observé cómo se acercaba, casi rozandola, pero no lo advirtió. Cuando regresé del baño pedí otra copa y los encontré en un rincón conversando. Los dos sonreían pero ella estaba dispersa, miraba a su alrededor sin detenerse en sus ojos. Al despedirse, el sol se asomaba por las ventanas; en ella una sonrisa amistosa, él un ser enamorado. Cada vez que regresaba lo veía en el mismo lugar, me parecía atento, como buscándola. Una de esas noches entró y esperé que él advirtiera su llegada. Esos minutos me parecieron eternos. Mi corazón latía fuerte, mezcla de impaciencia y emoción, como si supiera lo que le causaría verla. Me sentí fuera pero muy dentro de una película de amor. ¿Qué haría cuando la viera?¿ Iría corriendo a decirle que no se fuera más? ¿le pedirá su teléfono? ¿Le contaría la verdad? No dejaba de mirarlos, uno en una punta y otro en la otra, yo en el medio. Mi cabeza giraba a un lado y a otro, esperando ese encuentro. Finalmente vi esa expresión profunda; un rostro sorprendido, inquieto, emocionado. Yo me sentía igual. Percibí como se le aflojaron las piernas y se contuvo. Notaba sus movimientos torpes, inciertos. Sospeché lo que habría pensado hacer. Fue entonces cuando ella se alejó de la barra, cada vez más
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cerca de él, pero no lo suficiente. ¡Ay dios! ¿Se acordaría de la otra noche? Ella levantó su mano y lo saludó. Él no pudo ni siquiera inclinar su cabeza a modo de devolución. Lo hubiese sacudido. Ella no estaba dispersa, esta vez lo miró a los ojos y por un instante sentí como todo quedaba inmóvil. La música suspendida, sus miradas se sostenían, él conteniendo la respiración y ella esperando. Mis músculos quedaron tensos por un momento, me ardía la mirada por no dejar caer mis párpados y perderme siquiera un segundo . El cigarrillo en mi mano se consumió y el calor me hizo soltarlo abruptamente perdiendo el foco por un momento. Frotándome la mano los buscaba con mi mirada desesperada; ahí estaban. Él no respondió , y al finalizar la canción ella se marchó.
Eva Semino
Viaje en moto
Eva Semino
Has empezado tú, dijo la muchacha. Estaba divirtiéndome. Estaba pasando un buen rato. Bueno, estábamos. Vos empezaste con este jueguito. El perfume de las frutillas sabía delicioso en su boca. Estampidas de caballos salvajes desataban intensidades no dichas. Cuando vamos a viajar en moto? Silencio. No quería, te advertí que no estaba en mis planes. Ya te lo dije, no puedo. Insistís. Ahora es demasiado tarde. Siempre es ahora. ¿Hasta cuándo es tarde? Ahora ya estamos acá. Me-explota-el-cora. ¿Qué vamos a hacer? Tené paciencia. Esperá un poco. No me gusta esperar. No me hagas esperar. No voy a esperar. Ok. Bueno, no te queda otra. ¿O sí? Abrazó sus cosas como quien se aferra a sus últimas esperanzas y se fue. Otra vez la estampida. Cascadas. Bandadas. Lluvia torrencial. Salió. La puerta quedó abierta. El la vio alejarse. Ella se dio vuelta. Un arroyo se secó. ¿Cómo hubiera sido ese viaje en moto? La nube errante atravesando Ruta 9. Pará. No te vayas. Tenes razón. Se quedó pensando. ¿Porqué sería distinto esta vez? Silencio. Autista. No,motociclista, es lo mismo.Un viaje en moto es un monólogo. Me voy a comprar mi propia moto. Quiero una tipo ninja. Vamos a ver quién es más picante.
Eva Semino
Corazón valiente Estaba paralizada, momia. Estatua. Congelada. Freezada. Tenía una tonelada de pensamientos en la cabeza. Me condenaba a permanecer quieta, concentrada en un punto fijo. Trabada. Enjaulada. Herida. Confundida. Reflejaba mis ganas y mis miedos a la vez. Me preguntaba si existiría un balance entre lo que deseaba y me asustaba. Veía nublado. Me frustraba. Solía permanecer en estados contradictorios donde lo que pensaba, sentía y hacía no era congruente. ¿Sería acaso falta de aceptación? Con el tiempo lo acepté: era miedo puro y duro. No me servía ese barco, ya estaba hundido. Busqué otra nave para mis deseos, sabía que podía verlos cumplirse. Acaso esta lluvia que me moja me libera. DESEO que el agua que corre limpie toda la resaca acumulada.
Eva Semino
Hasta ese momento no había podido diluir esa maquinaria espesa, oxidada y sucia que habitaba mi interior. Hasta entonces. CLICK Puesta en marcha Si buscás diferentes resultados, no hagas las cosas de la misma manera. Ahora ese hielo sube por mi garganta Se convierte en estalactita Sube Sube y sabe dulce abre sus pétalos guardianes en mi boca Rompo el hielo Al fin me permito ser Yo Ahora Yo siempre FIEL A MI MISMA STOP
Eva Semino
Un fantasma me habla, me prometo no escucharlo CRIC CROC CROC CRIC, los cubitos caen Suenan como huesos que se quiebran Les doy calor, se derriten Los pétalos se desintegran en mi garganta. Entonces bebo mi propio perfume, eso me sana y seduce mis propios órganos. No era para tanto Me enamoré y no pensé Nada más Ámame ámame suavecito ámame despacito ámame como solo tú sabes amar Eso es todo Así de simple y hermoso Es el mensaje Que tengo para darte Así de romántica y melosa soy SOY ASÍ ¿Qué le voy a hacer, renegar de eso o reprimirme? ¿Huir del amor por miedo? NA, ya no es mi estilo El miedo es lo contrario al amor
Eva Semino
ASÍ QUE MUTÉ ME SALIERON ALAS PARA VOLAR SOY UNA MARIPOSA EN PRIMAVERA AMO MIS ALAS ESTOY EUFÓRICA SACADA Salvaje como fiera desatada. Húmeda como bosque espeso. Brillante como diamante. Escapista como ave de paso. Ui que vértigo da el amor tan placentero y peligroso a la vez una rosa con espinas. Elevado ritual de transformación. ¿Me volví loca? Siempre estuve loca, Me lo decían mis amigos del barrio: qué loca que está la Eva. Al principio me molestaba, claramente ellos lo decían tipo bullying Viste como son los chicos, tienen 12 para siempre. Sólo que en ese momento todavía no lo entendía. A esta altura ahorro energía Los que me pelean me aman les respondo.
Eva Semino
INTENSA SUAVE suave suave al ritmo de las olas Nadie más que tú para enamorarme. Gracias Gilda, me curaste del espanto.
Eva Semino
Viaje en bondi Cuenta la leyenda que todo comenzó en la parada del colectivo donde se cruzan Centro América y Tejeda, en Barrio Juniors de Córdoba. Ahí se vieron por primera vez. Miguelito, el Pancho y la Colo. Miguelito era amigo del Pancho desde que tienen memoria, que a esa altura serían como 26 o 27 años supongo. A Miguelito le decían “el Oreja”, la causa es obvia. Al Pancho le decían Pancho por la calma que lo caracteriza. Me gusta pensar esa calma como la que precede a la tormenta. ¿La tormenta sería yo? No voy a tirar de ese hilo ahora. Volviendo a la leyenda, el Oreja y el Pancho estaban en su territorio. Locales los dos perritos. Las casas paternas enfrentadas a ambos lados de la Centro América. La Centro América era la cancha de fúlbol donde jugó sus primeros partidos uno de los hermanos que años después saliera campeón del Mundial ’78, pero tampoco voy a tirar de ese hilo ahora. La esquina. La parada del bondi (no sé qué número sería). El Oreja y el Pancho. Aparece la Colo que se acaba de mudar a la vuelta. Mujer. Soltera. Independiente. Estudiante. Trabajadora. Militante. Colorada. Hasta ahora apenas conocida. Miguelito y la Colo compartieron algún espacio-tiempo en la Universidad, no tengo muchos más detalles al respecto. Entonces,
Eva Semino
se ven, se reconocen y se saludan. El Oreja hace de puente para la primera conexión, al parecer. La Colo se dispone a esperar el colectivo, ellos también. Ni idea de qué hablarían ni cuál sería la frecuencia del bondi en esa época, pero si es la de ahora tendrían tiempo de contarse bastantes cosas. Parece que cuando llega el colectivo la Colo se sube y el Pancho también. Con suerte toman asientos juntos. La charla se extiende durante el viaje hasta el centro. Lo que la Colo ignoraba en ese entonces es que el Pancho no tenía que ir a ningún lado. Él vio la oportunidad y la tomó. Oportunidad que el flechazo habilitaba.
Los lunes estamos vivos. Los textos fueron creados durante el seminnario de escritura coordinado por Jazmín Carballo.
diseño de tapa Pilar Sahagún
diseño y maquetación Dedos
ilustraciones
Las ilustraciones son de los autores de los textos que acompañan.