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EXIT #86 · Aguas domesticadas | Tamed Waters

Oro líquido / Liquid gold

Hubo un tiempo en el que la moneda más importante, lo que definía la riqueza de los pueblos y la avaricia de los humanos, fue la sal. Escasa y necesaria, la tenían los pueblos con mar, por lo general grandes comerciantes. Pero pronto hubo otras especias que, junto con el oro, el metal más preciado a lo largo de toda la historia del hombre, imponían con su escasez o la dificultad para generarlo y conservarlo los valores del mercado. El azafrán conserva su valor histórico, el mismo que el oro. Una onza de azafrán vale su peso en oro. Actualmente el litio parece que está a punto de desmarcar al petróleo, que desde el meridiano del siglo pasado se ha convertido en el marcador de nuestros vaivenes económicos y políticos. Pero cada día que pasa somos todos un poco más conscientes de que lo más importante que tenemos, el elemento esencial para sobrevivir, no es el petróleo, ni el litio, ni la sal ni el azafrán. Es algo mucho más sencillo y natural, al que todos tenemos acceso libremente, todavía, y que por lo general hasta el momento en que escribo estas líneas, es gratis. Como el sol. El agua. Tal vez mañana pueda pertenecer a una gran compañía que nos humille y controle, puede que algún gobierno pretenda dominar el mundo y a sus habitantes con su control. Pero hoy todavía llueve y aún podemos llegar al mar, desalinizarlo, podemos recoger el agua de la lluvia, de los deshielos, de la nieve, de los ríos, buscar yacimientos subterráneos haciendo un pozo con nuestras propias manos. Llueve para todos, si bien es cierto que en algunos lugares de la Tierra ya es muy evidente que el agua es un bien escaso.

Desde la antigüedad, desde el origen del ser, el agua y el fuego fueron la base de la vida y de la muerte, del desarrollo humano. Y los dos, el agua y el fuego, eran muy difíciles de transportar. Cuando el humano consiguió hacer fuego empezó a dominarlo, y poco después entendió que no tenía sentido llevarlo con él, que solo debería llevar las herramientas que le permitían, cada vez que lo necesitaba, hacer fuego. Pero el agua… el agua era otra cosa, no siempre había un río, un lago, una fuente, un riachuelo, y no dependía de la habilidad del hombre sino de la generosidad de la naturaleza, algo que se veía que era caprichoso e impredecible. De la época de las invasiones romanas todavía hoy, tantos siglos después, podemos ver y admirar (muchos de ellos aún en uso) sus acueductos, los odres por los que el agua se “domesticaba” a través de sus canalizaciones y almacenamientos. Los pueblos árabes han sido siempre maestros en tratar y dominar el agua, tal vez por la escasez en sus tierras de este líquido elemento que es como la sangre para la vida. Sus fuentes, sus jardines, sus baños. Una cultura que inesperadamente tiene mucho más en común con la de los pueblos nórdicos en ese culto al agua y al cuerpo, en ese disfrute y valoración del agua.

La humanidad ha domado en gran medida el agua, igual que ha domado a los animales salvajes, igual que ha hecho crecer frutos y plantas en lugares lejanos a su hábitat. La palabra es domesticar, convertir al cachorro salvaje, hijo de fieras, capaz de matarnos con un solo zarpazo, con su boca y sus dientes, convertirlo en nuestro amigo fiel, en nuestro compañero y amigo. Así, hemos convertido las cascadas naturales, las grandes cataratas, en fuente de energía, y hemos recogido el agua de la lluvia en pantanos, para cuando no llueva lo suficiente. Toda esa ingeniería, toda esa arquitectura del agua está prácticamente oculta, pero podemos beber agua en un vaso de plástico o de cristal, con gas o sin gas. Podemos nadar en piscinas, poner unas rosas en un jarrón con agua. Ver en los acuarios a los hijos del mar en cautividad. Saltar sobre los charcos y cantar bajo la lluvia. Enfriar nuestras bebidas con unos cubitos de hielo fabricado en nuestras casas, en la cocina, por un simple frigorífico.

Los fotógrafos fotografían lo que ven y en su afán dejan obras, imágenes que hemos podido reunir en las siguientes páginas. Hace un año mostrábamos las aguas salvajes, esas imposibles con las que no podemos llenar un vaso: mares bravos que se resisten a dejar que nos llevemos a sus hijos y que llenan sus fondos de cadáveres de marineros; aguas que arrasan a su paso, mareas que suben y ocultan las playas… esa agua que es el origen de la vida. Porque un ser humano puede estar sin comer durante un tiempo, y con unas raíces, con poco, sobrevivir, pero no puede vivir más de tres días sin beber agua. Llegará un día que nos convertiremos en vampiros en busca de agua, sabiendo que es más fácil alimentarse de sangre. Pero hasta entonces todavía llueve sobre todos, y el desarrollo significa que el fuego y el agua están con nosotros allá donde nosotros estemos. Este oro líquido es tal vez lo único de valor que todavía es gratis. ¶

Rosa Olivares

There was a time when salt was the most important currency of all, a commodity that defined people’s wealth, and their greed. Scarce yet necessary, it was in the hands of those who lived by the sea, usually prosperous merchants and traders. Then along came other spices that, together with gold – which has always been the most precious of metals – dictated the market on account of their scarcity or the difficulty involved in growing and storing them. Saffron has retained its historical value, as has gold. An ounce of saffron is worth its weight in gold. In today’s commodity stakes, lithium looks as if it is about to pull away from oil, which, since the middle of the last century has become an indicator of our economic and political ups and downs. But as time goes by, it is slowly dawning on us that the most important commodity available to us, the one thing we absolutely need to survive, is not oil, lithium, salt or saffron, but water. Water is much more straightforward and natural. We can all access it freely, so far at least. And, generally speaking and at the time of writing, it is free, like sunshine. We might wake up tomorrow to find it in the hands of a big company that humiliates and controls us, or we might discover that some government or other with designs on ruling the world and its inhabitants has gained control of it. It is still raining today, however, and we can still access the sea and desalinate it. We can collect rainwater, snow melt, ice melt, and the water in our rivers. We can look for aquifers and groundwater and create wells with our bare hands. It rains for everyone, though it is true to say that in some places on Earth water is clearly in short supply.

Since the beginnings of humankind, water and fire have been the basis of life and death, of human development. The two were very difficult to carry around, but when humanity began to make fire and then master it, we quickly understood that it made no sense to take it with us, that all we needed to carry were the tools to create it, whenever we deemed it necessary. As for water, that was something different entirely. We did not always have a river, lake, spring or stream to hand when we needed one, and it was not an element dependent on our ability but on the generosity of nature. It was capricious and unpredictable. Today, many centuries after they were built, we can still admire – and in some cases even use – the aqueducts built by the Romans, constructions that they used to channel, store and ultimately tame water. In their lands, the Arabs have always been masters of handling and controlling water, a scarce element as crucial to life as blood itself. They built fountains, gardens and baths, creating a culture that surprisingly has so much in common with Nordic peoples in its reverence to water and the body, in its enjoyment and appreciation of water. Humanity has tamed water to a large extent, just as it has tamed wild animals and grown fruit and plants in lands far from their natural habitat. The key word here is “tame”, to make the wild cub – the offspring of beasts, capable of killing us with a single swipe of the paw, with their mouth and teeth – our faithful friend and companion. As a result, we have been able to turn huge waterfalls and cataracts into energy sources, and we have collected rainwater in reservoirs, to tide us over when the rain does not fall. Though all that engineering and water architecture is practically hidden from sight, we can drink water – still or sparkling – in a glass, swim in pools, pop roses in a vase, contemplate sea creatures in captivity in aquariums, jump over puddles, sing in the rain, and cool our drinks with ice cubes made at home, in the kitchen, by a humble fridge.

Photographers photograph what they see and in their zeal they create the works and images that we have brought together in these pages. A year ago we showcased wild waters, the kind that is impossible to fill a glass with: stormy seas that do not yield their offspring to us and whose depths are littered with the bodies of sailors; waters that sweep everything before them; seas that rise and crash over beaches; water that is the source of life. We can live without food for a while. We can make do with a few roots and very little to survive. But we cannot live more than three days without drinking water. The day will come when we turn into vampires searching for water, when blood will be easier to drink. But for the time being at least, it is still raining on everyone and progress means we can take fire and water with us wherever we go. Water, our liquid gold, is perhaps the only thing of value that is still free. ¶

Rosa Olivares

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