1.
El Chiste
Había un chiste que me gustaba mucho de mi rutina. Yo empezaba a contarle al público que había notado la cantidad de gente escayolada que andaba por la ciudad. Primero nadie entendía que era lo que pasaba. El chiste era tan bueno –o tan malo- como todos los demás; pero en especial en ese chiste, no se reía nadie. Un amigo del trabajo fue a verme una vez y me dijo: “Yo soy médico, que se yo, lo entendí. Pero el tema es que uno no relaciona la palabra “escayolado” con una imagen inmediatamente en su cabeza”. Ni siquiera la gente que conoce la palabra se reía entonces, porque el problema no era la palabra en sí, ni el chiste. El problema era que nadie espera que yo diga esa palabra, sencillamente. Y ese tiempo que demoraban en acomodar su cabeza para la palabra que dije, buscar el significado en el archivero de su cabeza y hacerse una imagen de alguien escayolado, hacia que se olviden el chiste. Cuando las condiciones estaban dadas para que fuera gracioso, se había perdido la sorpresa, el relato y las posibilidades de que genere risa. No quería dejar de hacer ese chiste. Me gustaba. Pero tenía que hacer algo para que el chiste le diera gracia a la gente; porque quien se ha subido a un escenario a hacer humor sabe que el momento en el que todo se queda en silencio, es desgarrador. Escribí tres o cuatro introducciones diferentes para darle más gracia. Incluso pensé en decirlo todo con tonada de español así no importaba tanto la palabra en sí. La gente igual iba a tener su mente preparada para que diga la palabra escayolado o cualquier palabra así. Pero no me iba a salir bien ni en pedo la tonada española para hacer un chiste completo. Al final decidí una estrategia a largo plazo. Después de hacer el chiste explicaba que a veces, no sé por qué, se me ocurren chistes en español (en gallego, para la jerga del humor). Y realmente, si me preguntan, no conozco un puto español en mi vida. Creo que nunca hablé con un español de hecho. ¡Pero tienen que respetar mi proceso creativo, carajo! Quise poner en los carteles “Encuentre el chiste en gallego en la obra!!” para ver si alguna persona se reía aunque sea por ese guiño. Pero al final nunca hice carteles; era al pedo. Era un viernes a la noche. Por trabajo me iba a ir 2 meses a hacer una capacitación a Brasil (que terminó siendo una locura total, porque cuando llegue al hotel me enteré que estaba alojado con un tipo; un pibe de Mar del Plata del que me hice muy amigo y nos
metimos en unos quilombos importantes) por lo que iba a ser mi última actuación por un tiempo. A lo mejor para siempre, pensaba, porque me había propuesto un ultimátum para ese día. Si seguía sin reírse nadie hasta ese día, no actuaba más. Me había obsesionado con ese chiste. Tenía chistes nuevos y mejores (en especial uno de corbatas para perros) pero tenía que mantener mi chiste de los escayolados. Y encima la gente no se reía ni por compromiso. A lo mejor soy muy optimista, pero siempre entendí que no se rieran por compromiso como una señal de respeto del público para mí, o al chiste. Todavía admiro un poco la integridad moral de los conocidos que iban a verme y no se reían, no hacían ni una mueca; pero me hubiera gustado que por lo menos uno internara reírse. Aunque sea un desconocido eventual. Subí al escenario e hice el chiste al principio del espectáculo. No se rió nadie, pero esta vez no me molestó. Era una pelotudez el chiste. No era malo, pero ¿Qué importa? Coria tampoco era malo, pero le fue como el culo igual. Seguí con la rutina. A la gente le gustó mucho un chiste que hice sobre el Papa superhéroe. Me bajé y tomé una birra con tres amigos que habían ido, porque era mi despedida. No me gusta la cerveza, pero me la regalaban, y no pensaba pagar un vino en ese bar de mierda donde actuaba. Fuimos a la casa de un amigo y vimos una película española. Ahí estaba mi chiste. No lo podía creer, estaba mi chiste pero bien hecho. Junatxo y Sosa van por de Valencia a Benidorm por la autopista del mediterráneo y Serafín (un desconocido total para ellos, pero no para los espectadores) les hace dedo con los dos brazos quebrados y un cuello ortopédico. Juantxo hace mi chiste, lo sorprenden mucho los escayolados, más en medio de la ruta. Mis amigos se ríen. Hoy mismo no se rieron de ese chiste cuando lo hice yo y ahora se ríen. Igual creo que si un oso se tiraba un pedo en pantalla se iban a reír igual. Tenía ganas de irme a vivir a España. Creo que me instalaría en Bilbao, así no tendría tanta competencia como en Madrid o en Barcelona. Conseguiría un par de contactos de gente que labura en publicidad y me metería en una agencia. Mientras tanto buscaría tener la chance de meter una columna en alguna revista, aunque sea de alguien del gremio. Una opinión graciosa, una lectura de la realidad que me metiera en los medios, y mejor si era el ambiente de la “cultura”. Podría buscar un dibujante y hacer tiras, o un blog y pegar stickers en el metro.
Sería un trabajo de un par de años a pico y pala, y encima las cosas por allá por lo que se no andan nada bien. Sería casi una paradoja de argentinismo irme a un país en crisis a buscar trabajo, más aún a ver si podía triunfar como humorista. Pero después de todo eso lograría hacerme un lugar en algún bar, o en alguna sidrería, y ahí si iba a poder hacer mi chiste de los escayolados. También creo que perdería muchos chistes, chistes mucho mejores que no servían en España, perdía casi todo. Encima tenía el enorme riesgo de que esa película fuera más conocida de lo que yo creía, y que todos pensaran que me cagué el chiste. A mí se me había ocurrido antes, pero no me iban a creer ni en pedo. Al final todo fue mucho más fácil de lo que yo pensaba: no tuve ni si quiera que irme tan lejos. Tuve que ir donde tenía que ir. Ya llevaba un mes en San Pablo con mi amigo nuevo, el marplatense. Era un tipo que dibujaba como la puta madre, y hablaba poco, pero siempre sus comentarios eran contundentes y geniales. Siempre sabía que ver y que no ver, que escuchar y que no escuchar, hasta a donde ir en una ciudad que no conocía. Tenía un sexto sentido para el buen gusto. Fuimos a un bar argentino. Igual la mayoría de los que iban eran brasileños que estaban aprendiendo español, y había muchos yankees mexicanos. Tocaba una banda de mierda, y encima hacían covers de Los Tipitos (después nos enteramos que eran unos pelotudos de La Plata que se habían ido de viaje por Sudamérica que solamente querían levantarse minas). El dueño estaba en la barra y se arrimo a nosotros porque hablábamos de “Pone a Francella” pero resultó mucho más copado que lo que se puede deducir por ese dato. Era un porteño de unos 30 años que se había casado con una brasilera de plata, y la familia de ella le había puesto un bar para que no esté todo el día al pedo en la casa. Le conté que yo hacía shows de humor en bares y me dijo que me suba después de “Los Guarismos” (los pelotudos que estaban tocando). Le hubiera dicho que no, pero dijo que me iba a pagar, y yo estaba un poco en pedo y un poco loco y se me había ocurrido un chiste nuevo sobre los colectivos articulados. Me mandé sin red y con un micrófono de esos que se ponen como una vincha. No sabía qué hacer con mi mano derecha así que me la metí en el bolsillo y gesticulaba todo con la izquierda, como siempre. El escenario era bajito y la gente estaba demasiado iluminada, y me empezó a dar un poco de miedo. La única forma de ver que podía pasar era contar primero el chiste de los escayolados, pero no me animé ni en pedo (literalmente,
porque estaba en pedo). De un momento a otro estaba subido en frente de por lo menos 35 personas que esperaban que yo hiciera un show de mierda como los pendejos que se habían bajado hace diez minutos, y yo no daba muy buena imagen con una chomba Lacoste trucha y una bermuda de gabardina (bah, para mí la bermuda estaba bastante bien). Conté el chiste de los osos tomando vino y sorprendí un poco a todos; hasta los brasileros que no hablaban bien el idioma se cagaron de la risa y no me animé a romperles la ilusión con un chiste de mierda. En el quinto chiste ya estaba mucho más calmado y tiré toda la carne al asador. “¿Alguna vez notaron que la ciudad está poblada de discapacitados a medias? Hay mucha gente que no necesita las rampas pero las usa un poquito, y uno no sabe muy bien si dejarles el asiento en el colectivo porque como lo suyo es una cuestión tan pasajera por ahí se sienten insultados. El momento del colectivo siempre es un poco difícil porque no está muy clara la escala de valores que uno tiene que tener para dejarle el asiento a alguien; nunca está muy claro cuando uno es gentil y cuando está siendo un forro. Por ahí un joven obeso necesita más la butaca que una embarazada de tres meses, pero no tiene ningún derecho a pedírtelo, porque si no lo estás discriminando por gordo. A mí me vendría bien que hubiera una tabla más fija donde uno se pudiera fijar; como una lista de precios del correo pero con los detalles de la prioridad del asiento. Porque un dibujo de una embarazada, uno de un ciego y uno de una vieja no me dicen nada la verdad. Necesito una tablita: Viejas a partir de los 60 años, viejos a partir de los 65, embarazadas de por lo menos cuatro meses, ciegos con menos del 60% de la visión, escayolados, mínimo de una pierna -¡y un brazo sin duda vale menos que una pierna!-” Se rieron varias personas. No sé si fue de compromiso o fue porque actué muy bien de colectivero autoritario dando las pautas de “sentabilidad", pero por primera vez la gente se rió con mi chiste de los escayolados. Hice dos más y ya quería irme a la mierda, así que le dije al público que iba a hacer karaoke de una canción; puse “Manteiga” de Axe Bahía en una versión MIDI horrible, dije muchas gracias a todos y me bajé sin cantar. Ese día termine más en pedo que nunca, quería festejar que me había sacado a mi peor karma de encima; ya no hacía falta que contara nunca más ese chiste, ya había pasado su máximo momento de gloria. Fue como un pibe que siempre pareció que iba a jugar bien de más grande, pero nunca llegó a nada. Era el Buonanotte de mi show, y por suerte ya me lo había podido sacar
de encima, y hasta había cobrado por él. Me quise gastar toda la plata que me había pagado Ariel (el porteño dueño del bar) en comprar escabio y pizza para los tres, pero uno de los tres era el dueño del bar así que nos invitó todo. Cuando ya estaba cerrado el bar vino el mozo a hablar con nosotros. Era un pibe que había nacido en San Pablo, pero los padres eran correntinos; igual hablaba un español muy brasilero, pero se le notaba mucho lo argentino. Tomo una lata de cerveza con nosotros y le dijo al dueño que ya se iba. Nos dijo que esperaba que fuéramos de vuelta otro día con menos gente así podía charlar un poco. Cuando ya estaba por salir nos saludó a todos y a mí me dijo “muy bueno tu humor#, pero la verdad no entendí muy bien el tema de los escayolados”.
2. Sin
Alma
De chico era inusualmente capitalista. Creo que si hubiera sido de una familia rica, La Voz del Interior me ponían en los jóvenes sobresalientes esos a los 8 años. El problema era que no había nacido en una familia rica, sino que tenía el raro privilegio de ser de una familia de clase media a la deriva. Otro problema es que no se si daban el premio a los jóvenes sobresalientes en esa época. Cuando era chico fuimos a Mendoza por un año y después a Uruguay por tres. Creo que mi alma se quedó allá, en Montevideo. Creo que fue cuando hice una rifa falsa para cagarles monedas a unos viejitos (veteranos en uruguayo) del barrio, mi alma se ofendió y se fue. Pasa que mi alma era más buena que yo; hay pocas almas de ocho años que soporten tanto soretismo de parte de un niño. Y si yo siempre fui un cagón podrán imaginarse que mi alma tampoco se la bancaba mucho. Yo iba con mi talonario (en realidad deben haber sido 12 números), y todavía tenía alma. Le ofrecí un número a una señora, y mi alma se empezó a retorcer, aunque yo pensé que eran nervios. La señora rechazó mi generosa oferta; podía retener mi alma si paraba rápido, pero un niño aburrido a la siesta no conoce de límites ni de almas. Era como una ruleta rusa existencia. Le toco la puerta a un viejo alto, me gusta su boina, Me arrepiento, pero ya le toqué la puerta, ya me abrió. Tengo que decirle algo. “Señor, estoy vendiendo unas rifas para una canasta familiar...”. “¿De qué es la rifa? ¿Quien la hace?”. No...No sé. La escuela nomás...”. “¿Cuanto sale?”. “Em...ha...cinco pesos...” (Son cincuenta centavos de acá en esa época. “Bueno, dame dos”. Y a la mierda, se me retobo el alma y se fue. Por hijo de puta. Igual yo ni me di cuenta. El alma no es algo que se use todos los días. Los que dicen que la risa es el lenguaje del alma (o la música, no sé bien como es la frase) no tienen la más puta idea del alma ni de la risa (o la música). La mayoría de las protestas que hacen los alumnos de secundaria sobre las matemáticas son aplicables al alma (sobre todo cuando se preguntan para qué les sirve saber logaritmos cuando van a la panadería); pero en ocasiones es tan importante como un snorkel abajo del agua. Pasé un montón de años sin darme cuenta de que no tenía alma. Pasa que cuando uno es niño no necesita de alma porque es casi redundante; y en la pubertad hay un acuerdo
tácito que hace las almas con las mentes para mirar para otro lado mientras pasamos el período más vergonzoso de nuestras vidas. Me tendría que haber dado cuenta en la adolescencia, pero pensaba que era feo nomás. Igual era raro, porque tipos más feos y mas boludos que yo, no digo que eran una máquina de levantar, pero alguna tenían. Cuando me enamoré siendo adolescente encima, no me atreví nunca a decírselo a la chica que me gustaba, así que no sirvió ni de experiencia. Igual está claro que algo intuía, y de hecho elegí la mejor opción. Como a los 24 años me enamoré de nuevo, pero más de verdad. Hablábamos mucho y yo no tenía dudas de nada. Mi lado emocional se había sacudido de una modorra de siete años, y a los tres meses de hablar, en grupos y eso, la acompañe a su casa. Era tarde, le di un beso, me saludó y subió. Creo que no dormí por dos días. Suena un poco patético, pero creo que me habían reemplazado la cabeza con una locomotora eléctrica japonesa. Igual pensaba en falso, porque no tenía nada que pensar. La invité a comer. Menos mal que pagamos a medias, porque si no me caía mal ahí nomás, y quien sabe cuando me iba a enterar de que no tenía alma. La acompañé a su casa, le di un beso y la saludé, pero me invitó a subir. Fumamos medio porro, me abrazó, le di un beso. Ella respondió con un beso mucho mejor. Después las cosas pasaron todas muy rápido. Nos veíamos cada tanto, y creo que los dos la pasábamos bien. Era mi Penny Century personal, pero yo no sabía bien qué pasaba. Ella desapareció por dos meses y me desesperé. Fui a una bruja a hacer un hechizo de amor, pero esa bruja de mierda cobraba una barbaridad (¡por ese precio me compraba una francesa!). Me compré un libro de magia de amor usado en las salderías de la Colón y lo fui leyendo en el 70. Cuando encontré un filtro para traer de nuevo al ser amado (así se llamaba) me puso muy contento leer que hacían falta muy pocas cosas. Tenía que comprar una vela azul y una vela roja, grandes y con mecha larga. Había que poner las dos velas por encima de otra más, rosada, de modo que la rosa mantuviera prendida las otras dos durante 24 horas. Se mantuvo una hora encendido el hechizo y se apago la vela celeste. De ahí en más, esa puta vela celeste no duraba más de 45 minutos. Probé con varias marcas de hecho (si, hay varias marcas de velas para hacer gualichos) pero se apagaba -era raro- siempre la vela celeste; siempre al ratito. Creo que ni poniéndole un bidón de nafta podía tener prendida esa vela.
Me decidí, fui a la bruja. Gatille los doscientos pesos apenas entré; de hecho en la recepción, porque si no no me dejaban entrar. Entre; la bruja se asustó un poco. “¿Que te hace falta?”. “Necesito un hechizo de amor, necesito que vuelvo alguien que desapareció de mi vida sin dejar rastros. Necesito que vuelva; y si se puede, que me ame, aunque sea un poco”. ” ¿No sos muy chico para esto? El amor está en todos lados...”. “Yo no creo en el amor, solamente quiero saber que pasó. Además ya le pagué a su secretaria”. “Bueno, está bien, vamos...”. Empezó a tirar cartas de tarot en la mesa. Me pidió que elija tres cartas y me dijo que no podía hacerme el trabajo. No sé qué paso, ninguna carta parecía con un dibujito muy terrible. “Me cobraron doscientos pesos y yo no me voy ni en pedo sin una gallina muerta por lo menos”. “Yo no quiero estafar a nadie, te voy a devolver los doscientos pesos, pero no te puedo hacer el trabajo”. “¡¿Pero qué carajo pasa?!”. “El problema es que el amor es un acuerdo entre dos almas, y no puedo encontrar tu alma; es complicado, perdón”. Salí y me devolvieron los doscientos pesos; me dio bastante felicidad considerando que nunca confié mucho en gastarme eso en una bruja. Igual estaba preocupado por el tema del alma. Toda la vida me ladraron los perros, en cualquier situación. Tenía la idea de que era porque si, o porque siempre tuve gatos en mi casa y me sentían el olor; pero la respuesta era que veían pasar un cuerpo sin alma, y eso sorprende a cualquier perro. También creo que mi falta de alma es la causa principal de mi falta de fotogenia; pero por ahí no soy nada fotogénico y a la bosta. Fui a ver a un cura, y me dijo que todos tenemos un alma. Creo que fue la idea más pelotuda que tuve en toda mi vida ir a preguntarle a un cura, bufarrón de mierda, sobre mi alma. Igual cuando me puse a pensarlo, siempre fue un poco obvio que no tenía alma. Podía gustarle a alguien, podía caerle bien, tampoco era la persona más despreciable del mundo, pero era imposible que despertara pasión en nadie, o amor. Ya lo había dicho la bruja: el amor es un acuerdo entre dos almas y difícilmente iba a creer en el amor después de tantos años sin alma. Por eso estaba fuera de mi escala y creo que no había nada que pudiera hacer. Por lo menos traté de sacar provecho de mi vida sin alma; no sé bien como, considerando mi inconstancia y mi irresponsabilidad, llegué a gerente de un local de una financiera -de esas que dan préstamos personales y esas usuras-. Creo que a mis jefes los entusiasmó un poco ver a una persona sin alma y poder tenerla al frente de su oficina.
Encontré que había foros enteros de internet de gente sin alma. Algunos la habían perdido cagando a sus familias, otros habían invertido mal su amor, y otros no tenían idea de que mierda les había pasado. Hace un año más o menos, pusieron en el foro que había una forma de recuperar el alma, o de comprar una, no sé cómo era bien. La verdad que el mensaje era muy largo y me dio vagancia de leerlo, pero por lo que entendí, tenía que convencer a mi alma de volver. Y la verdad que no iba por buen camino vendiendo préstamos a sola firma con un interés del 100%. Me fui a la mierda del trabajo y quise hacerme humorista (para los giles que dicen que la risa es el lenguaje del alma, tomen, manga de putos). Era lo que siempre había querido hacer, creo que era una redención importante. Y la verdad que me fue más o menos bien. Era un humorista medio de mierda, de bodas y esas cosas, pero ganaba bien, y hacía el humor que quería. Igual creo que no alcanzó. Sigo sin tener alma. Hace poco cumplí 15 años sin alma, y no creo poder recuperarla nunca. Tengo que limitarme a vivir mi media vida como pueda, con el único consuelo de que, incluso sin tener alma, me puedo cagar de risa de todo; incluso de la soledad que creo que es un poco lo que me viene quedando.
3.
Riqueza De golpe me quedé afuera de la sociedad. Aunque parezca increíble, cuando era pobre
era mucho más aceptado. Bah, en realidad no era pobre; pero a los de clase media nos gusta mucho hablar de nuestra pobreza, pero es más bien una ausencia de riqueza. Pero somos pretenciosos y solamente nos podemos comparar con los ricos -un poco porque nos sentimos ricos, otro poco porque somos genéticamente envidiosos-. Igual yo ganaba bastante bien. Podía tener siempre cerveza en lata en la heladera -a veces hasta importaday tenía un tele de 32 pulgadas en mi pieza y un home teather. Hasta cable HD tenía, más que nada para ver a Messi. Mal no me iba... pero la cuestión no es lo que tenía, sino que en general le caía mejor a la gente. Uno siempre se maneja en un círculo de gente parecida a uno en lo que tiene; por ahí mis amigos tenían más o menos plata, pero era lo mismo. Uno también piensa que la gente lo va a aceptar mucho más a uno si está cagado en plata, pero ojo que es un camino de ida y no siempre es tan así. El quid de la cuestión es que tenía amigos. Después ya no; después ya me empezaron a mirar con otra cara. Igual ojo que amigos así, con negrita, me quedaron. Lo que no tengo más son cordiales conocidos, o algo así. Y yo nunca fui fanático de socializar, ni nada así, pero me miran cruzado, ¡la concha de su madre! Ni siquiera por interés me trataba bien la gente, y siendo que me había ganado catorce palos no hubiera tenido problema con el interés de la gente, si ofrecían algo bueno... No sé si tiene que ver con que me gane el Quini 6 y los ricos me ven como un delincuente y un trepa, y los de clase media... bueno, también me ven como un delincuente y un trepa, pero la cuestión es que me sacaron de circulación en la socialidad. Si iba a una fiesta de ricos, todos me miraban como si estuviera por tocarles el culo. Y si iba a un bar con mis amigos de clase media, faltaba que me gritaran “¡Ratón!, ¡Puto Sorete y Ratón!”. Tendría que haber comprado ese bar de mierda y vaciarlo de esos mediopelos hijos de puta, pero hubiera sido la actitud más pelotuda de mi vida; me habré ganado el Quini 6 pero tampoco estoy jugando al Sims. Había jugado tres o cuatro veces nomas (o sea, como quince) y siempre había dicho que si alguna vez ganaba me iba a reventar toda la plata automáticamente, iba a viajar por el mundo, hacer compras ridículas y regalos monstruosos,
pero nada era tan sencillo en el mundo real. No me interesa para nada viajar por el mundo solo y la gente que no había ganado el Quini 6 seguía teniendo obligaciones y trabajo. Dos meses antes había cortado con mi novia de siete años de relación y no estaba en condiciones de buscarme a nadie nuevo, o no quería. Tenía la ilusión de que Marina se acercara a mí de nuevo aunque sea por interés, porque ahora era millonario, y estaba regalado, y la estaba esperando, pero era la ilusión más pelotuda de mi vida: si se hubiera acercado a mi por plata no hubiera sido ella y no la hubiera querido más. Le mandé a su casa dos pasajes en avión a Filipinas, y a su mail le llegó la confirmación de un All Inclusive que ya estaba paga por 12 días. Creo que pensaba que no iba a ir, pero para sorprenderme gratamente una vez más, fue sin ningún problema. El segundo pasaje no estaba a nombre mío sino a nombre de Clara, su amiga del alma, que creo que es sin dudas la mina más buena que conocí en mi vida. Marina me mandó fotos; me mandó una en la que salen en la “Calle de Cagaderas de la Luisa”, con gente mostrando los dientes rojos, en edificios enormes. Cada dos o tres días me mandaba algunas fotos, pero nunca venía ni una palabra con lo que mandaba. Lo último que me había dicho, mucho antes de que se desatara la locura del Quini 6, mucho antes de que la gente me mirara por el rabillo del ojo, y me trataran de burro si compraba una pintura, había sido que no sabía si me amaba, y desde ese momento parecía comprometida con sí misma con hacer un pacto de silencio. Yo igual esperaba que pasara algo, no podían ser así las cosas. Era la ironía del destino más grande que hubo en la tierra que un tipo que ganó un premio para el que tenía 0,0000000108% de posibilidades se sintiera el infeliz más desafortunado del mundo, pero no era tan loco. Había ganado catorce millones de pesos, y Marina valía mucho más que catorce millones de pesos en mi vida y la había perdido. No por hacer mal las cosas, o no tanto por eso, sino por el desgaste de la rutina, y por no saber lubricar suficientemente bien las fricciones de pareja. Me gastaría todo lo que gane en aceite para maquinas, pero de nuevo creo que sería una inversión muy pelotuda. Hace diez días que las chicas estaban en Filipinas cuando me llamó Clara por teléfono. “Hola, ¿Querés venir?” fue lo primero que me dijo. Le dije que podía salir el miércoles porque antes no había vuelos (era domingo) pero a la hora y media me llamó y me dijo que mejor no fuera. Ellas querían conocer Malasia, y me pareció bien que fueran sin mí. Les mandé U$D 25.000 para que hicieran lo que quisieran. Siempre tuve la suerte
de saber que eran gente buena y que no me iban a estar usando. De hecho Marina seguía mandándome fotos, pero no ponía ni una palabra. Un día al final de todas las fotos puso una carita sonriente y yo estuve a punto de largarme a llorar, pero no me salió. Además era una pelotudez, porque era una sensación contradictoria y rara, pero no podía ser algo malo. Ese día era un sábado y me fui con Marcos y Nico, mis dos amigos más solteros, a Recife, porque había alquilado un yate chiquito. Llevamos de acá el asado (lo pasamos por izquierda) y como a las tres de la mañana nos subimos al techo del barquito y prendimos un porro. Me gustó mucho que fuera un porro de mierda, un prensado nada elegante, para cortar con tanta exuberancia. -No sé que tengo que hacer, pero tampoco le quiero cagar la vida. -Marina te quiere mucho, pero no tenés que hacer nada, si no te ama no te ama, que le vas a hacer. Las relaciones siempre se terminan, y en general termina siendo mejor para los dos. Sobre todo si no se portan como unos boludos y deciden ser amigos. -Ella no quiere que seamos amigos. En dos meses lo más parecido a una palabra que me dijo fue un mail con una carita sonriente. -¿Te manda mails? -Me manda las fotos del viaje, pero creo que es una forma de agradecimiento nomás. Creo que le gustó mi regalo, pero yo aunque no lo quiera admitir lo que quería era reconquistarla; me parece que con hacerla feliz no me alcanza del todo. -Creo que tu problema es que hacerla feliz no te alcanza. Nico casi siempre tenía razón cuando hablaba de las relaciones de la gente, pero porque es mucho más fácil verlas de afuera. Marcos tenía un historial de pésimas relaciones, casi siempre por su culpa y tuvo la deferencia de no hablar. Cuando volví a mi casa había un mail de Marina. Tenía una sola foto de ella durmiendo y por primera vez había palabras en el mail. “Le pedí a Clara que me saque una foto mientras dormía. Sé que siempre te gustó verme cuando dormía. Es como una despedida. Te quiero mucho, pero no te amo”. Vi por lo menos quince minutos la foto, ampliada al máximo. Vi cada detalle de su cara, memoricé la foto y la amé más que nunca. Me puse a responder el mail, escribí un testamento: cuatro mil palabras en 7 oraciones, y me parecía poco, así que borré todo. Aposté seiscientos euros en un partido de fútbol de Alemania y me fui a dormir. Le aposté al Friburgo contra el Shalke 04, de visitante, tenía todo para perder, y perdí.
Cuando me levanté a las siete de la tarde al otro día vi que había perdido, y también que tenía 4 llamadas perdidas de un número privado. Pero ya no me importaba nada, ni siquiera me levanté de la cama. El teléfono volvió a sonar y era Clara llamando desde Madrid; habían hecho una escala pero estaban en viaje de vuelta y me pedía si las podía ir a buscar al aeropuerto al otro día a las cuatro de la tarde. Creo que me volví a dormir y cuando me desperté eran las dos y veinte de la tarde. Me bañé lo más rápido que pude, pero igual demoré arriba de veinte minutos, y por más que me sintiera rico y todopoderoso, se me complicó salir del centro e ir hasta el aeropuerto. Llegué 45 minutos tarde, como siempre, y apenas las vi, noté que Marina estaba más linda que nunca. Estaba bronceadísima y estaba sonriendo como hacía mucho tiempo que no sonreía. Las salude con un abrazo a las dos y me quedé parado sin decir nada. “Voy a llamar a mi vieja” dijo Clara y encaró para el telecentro. “Pará que acá te arrancan la cabeza, llamá de mi celular”. Lo agarró y se alejó un poco. Fueron los 10 segundos más incómodos de mi vida, hasta que Marina. -Te extrañé mucho. -Yo también. -Te amo. -No te entiendo. No me hablaste dos meses, me dijiste que no me amabas... -No me entiendas. No quiero que me entiendas. -Yo quiero entenderte. -Querés entender demasiado las cosas, ese es tu problema. -Perdón. Marina se me acercó y me dio un beso muy fuerte. Me puso una mano en el culo y apretó un poco y creo que recién ahí la entendí y me alejé un poco. -Yo te amo más. -No creo, a mi me estuvo tirando onda quince días un millonario holandés que parecía George Clooney y no le di ni bola. -Yo soy un millonario también. -Pero no pareces George Clooney. -Porque soy más lindo.
-Si sos un poquito mรกs lindo, pero yo no le digo nada a nadie porque es un secreto entre nosotros.