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Coyaima mi pueblo

Todavía refrescan mi ánimo aquellos primeros vientos favónicos a orillas del río Saldaña en Coyaima. Un pueblecito que tímidamente se esconde en un fondo de la llanura del sur del Tolima.

Recuerdo que hacía el atardecer, la población se recogía en sí misma, en un silencio largo y tedioso. El humo de la leña para la cena invadía el ambiente, como presagiando bonanza.

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Recuerdo que se encendían poco a poco las casas y los hogares a la luz de la leña, renacían las reuniónes familiares en rutinas diarias propias de no tener luz eléctrica. Los padres rodeados de sus hijos, referían viejas consejas al amor en la lumbre; y los abuelos contaban a los niños fantásticas historias de mitos y leyendas, hoy materia indeleble en nuestro ser y cultura tolimense.

Los adultos hablaban de cosas al parecer muy importantes para ellos, tal vez las guerras civiles los atropellaron, también hablaban de delidad política al partido liberal, pero con mucho respeto y autoridad.

Antes del recogimiento de aquellas noches, se rezaba por los presentes y también por los familiares ausentes. Apenas si había casa que no contara a uno de los suyos por remotas tierras celestiales: “Un padre nuestro por su bienestar”.

Pero hoy el pueblecito sigue viviendo en su silencio, junto al río y sus lomas. No de la misma forma, no al mismo ritmo de bambucos y guabinas, sino invadido de ritmos extraños venidos de otras fronteras, es un silencio de recuerdos agónicos, porque los hijos que antaño lo poblaron, se han alejado o fallecido. Las cabañas son casas y hasta emblemáticos edi cios.

Se han marchado amigos ancestrales y con ellos, el bullicio creador que con la alegría amenizó las verbenas, contó las historias de los juglares, reavivó continuamente los mitos y las creencias de los pobladores y a cambio renace en lo que creo no reconocer, talvez una nueva identidad, ajena y distante.

Al parecer las campanas han opacado su timbre, pero en la antigua torre de su iglesia parroquiana de San Roque aun revolotean las golondrinas, sus aves mensajeras. Todas anuncian la bonanza, porque allí con el fondo verde de dos inmensas ceibas, aun duerme el recuerdo de los tiempos idos y en el templo del alumbrado aun siendo débil, se irradia todavía el calor de un cirio al celebrar el motivo de nacimiento o muerte.

Este es a grandes rasgos la visión de mi pueblo, el que viví, el que siento y el que llevo en la mente, el que mi hizo amar lo nuestro, llenarme del afecto de la gente buena del campo y de sus historias, de coyaimunos natos que hicieron y forjaron su norte en este pequeño, lejano y caluroso lugar.

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