EL FUETE / 80 años haciendo humor !

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Homenaje al maestro Elkin

OBREGÓN

isnn 0121-1013 • Enero 2022

80 años haciendo el humor

Un iluminado

Despedida con humores


Viejo Querido Es un honor y un orgullo recordar a un hombre culto y sencillo, un ciudadano de conciencia pacifica, un opinador gráfico, un pintamonos, ilustrador, poeta, traductor, editor, lector, librero, un artista integral: Elkin Obregón Sanín (1940 / 2021). Buen amigo, fumador, bebedor y solterón. Agradecemos el apoyo de Pascual Gaviria de la publicación UNIVERSO CENTRO, a Jesús Orlando Morales Henao por conseguir los dibujos de su última exposición en la Librería Palinuro en Medellín, al Fondo Editorial de la Universidad EAFIT de donde tomamos imágenes del libro Trazos y el FUETE reconocimiento de este gremio de pensadores gráficos con esta DESPEDIDA CON HUMORES: Harold Trujillo CHÓCOLO, José Alberto Martínez BETTO, Jorge RESTREPO, Carlos Mario Gallego MICO, Jorge GROSSO, Jairo Peláez JARAPE, Luis DOMINGÓ Rincón, DIEGO Caricatura, Carlos DIEZ, Marco PINTO, JOSÉ Eugenio Ramírez, Miguel Vallejo GUSANILLO, Leonardo Arias DON FINGO, Alexis Forero ALEKOS, Héctor OSUNA, CAMILO Ernesto Hernández, ELENA Ospina, Laura Peláez GUAICA, Omar Figueroa TURCIOS, Guillermo León Barco JOTA, Antonio CABALLERO, Arles Herrera CALARCÁ, Esteban PARÍS, Nelson Zuluaga KEMO SABI, Rodrigo GUERREROS, Harold Ortiz TAYRONA, Álvaro Palomino PALOSA, LEO Leonardo Parra, Diego Herrera YAYO, Andrés Sandoval JANLOPS, Javier Alexander Rosero ALEXRO, Bernardo RINCÓN, Oscar Uribe PALITOONS, Guillermo Alfonso Moreno PONTO, NADIM Amín de la Hoz, Julio Cesar González MATADOR, Adriana Mosquera Soto NANI , Cecilia Ramos LA CHÉ, Ferney Vargas FEROZ, Jorge PEÑA, Ignacio Villamil MIL, Nelson GARIBELLO, Alberto BARRETO, Jorge William Valencia Gómez VALMEZ, Álvaro Montoya Gómez ALFÍN, Raúl Fernando ZULETA, Consuelo Lago LA NEGRA NIEVES, Jairo Barragán NAIDE… Los textos de Daniel Samper Pizano, Sergio Valencia PEREQUE, Fernando Mora Meléndez, Héctor Abad Faciolince, Esteban PARIS, Luis Alberto Arango Puerta, Nubia Amparo Mesa Granda, Carlos Mario Gallego MICO y Sebastián Mejía nos confirman de su cordura y delatan su fórmula de eterna juventud… “Todos los días media, y algunos días especiales, un cuartico más”.

Un iluminado

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Ha muerto Elkin Obregón, caricaturista renombrado, de quien supe, por su puesto, mas no conocí personalmente. Me asocio al pesar de familiares, lectores y colegas, los que somos tan alejados los unos de los otros. Ha dicho de sí mismo que no hizo nada: era un iluminado. Héctor Osuna, El Espectador

Homenaje de Jairo Barragán “Naide”


Dibujos de Obregón

Nani vista por Obregón

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Obregón por Elena María Ospina


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Obregón por Barreto

Van Gogh por Obregón

FUMADORES DE PIELROJA. Alberto Lleras Camargo, Antonio Caballero, Carlos Lleras Restrepo, Gabriel García Marquez, Alejandro Obregón, Belisario Betancur, Manuel Mejia Vallejo, Rodrigo Arenas Betancur, Tartarín Moreira, León de Greiff, Gonzalo Arango, Fernando Gonzalez, Juan Manuel Roca, Una de las musas del dibujante José Posada, Estanislao Zuleta, Velezefe, la escultura del fumador de tabaco de José Horacio Betancur del Museo de Antioquía, Argos, el pielroja como personaje y su creador, el maestro Ricardo Rendón. Publicado en el libro Compañía Colombiana de Tabaco, setenta y cinco años de progreso y servicio, 1994. Obra para la Sala de Junta Directiva de la Compañía Nacional de Tabaco.

Obregón por Chócolo


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Teresita Gómez por Obregón

Obregón por Ponto Moreno

Obregón por Jorge Grosso


Obregón por Jairo Peláez, Jarape

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Obregón por Alberto Martínez, Betto


(Mi Obregón personal)

Escalera al zarzo

De Luis Alberto Arango Puerta Para ser feliz se necesita un poco de humildad Elkin Obregón

El ajedrez era de cerámica; estaba allá, en la oficina de arquitectura 1507, en el edificio Furatena, y pertenecía a Elkin Obregón, un aficionado a ese juego quien me fue presentado para trajinar esos escaques. Esto sucedió hace cincuenta años. No recuerdo quién ganó la primera partida. Pero las que siguieron se fueron refundiendo con la amistad que se creó. Una cosa llevó a otra y a otra. A la literatura, al cine, a la música, a los toros, a la bohemia y, sobre todo, a la conversación sin fin, al regodeo espiritual sin pretensión. Fue haber encontrado otro horizonte, creció el gran angular. Aquella oficina se convirtió en un hervidero de actividad, un tertuliadero sin igual, al que no era fácil acceder, era fama su dificultad. Todas las profesiones comulgaban allí sin enseñar el carné, no hacía falta. Usted podía encontrar periodistas, músicos, ingenieros, cineastas, vagos, librepensadores, ajedrecistas, poetas; el arca. Todas las especies. El que no encajaba se expulsaba solito. Entendía. Se hablaba de todo. Inclusive de eso. Éramos una amalgama encantadora. De tu obra ya se ha hablado bastante, de tu vena humanística, variopinta. Pero yo quiero recordar ese amigo simple, gozador, también implacable con la crítica. Curioso con el universo que le atraía, el de los libros, los cómics, la música, el cine, el ajedrez, la crónica, la anécdota, el arte en general. El versificador, el traductor, que gozaba una tarde de conversación alrededor de la palabra precisa que acababa de encontrar para el libro de Ferreira Gullar o de Rubem

Obregón por Jorge Restrepo

Fonseca, Nélida Piñón o Machado de Asís; o los tres poetas brasileros que te cautivaron y te hicieron rezumar todo el poeta que tenías dentro. Y agrego el gourmet, el bon vivant, el degustador de helados en la San Francisco; el comprador de libros de arte donde Rafael Esteban, el español. Siempre afirmaste que tu profesión por excelencia era la bohemia, que la personificabas. (Yo diría que la dignificabas). Ir de copas contigo era una delicia, porque echábamos el aburrimiento. Toda la chispa salía a flote, lo solemne estaba descartado, pero lo inteligente era bienvenido. Cómo disfrutamos “el match del siglo”, en 1972, aquel encuentro ajedrecístico que fue remedo de la guerra fría, entre Bobby Fischer y Boris Spassky. Ajedrez, una de tus pasiones. Todavía recuerdo el final del poema que le dedicaste a Fischer, “era bello, y solo, y tenía cara de caballo”. Te acompañábamos, Elkin, de oficina en oficina, donde estuvieras. En cada una, un estilo de disfrute; un desfile de personajes. La estela de tu nombre hacía que muchos quisieran conocerte. El caudal aumentaba. Todo se renovaba. Te fuiste a Brasil y te esperamos. Te fuiste a España y te esperamos. Nos escribíamos; como quien dice, nunca te fuiste. Hubo un tiempo en el que una idea te obsesionaba: una “librería de viejo”, así decías. Y cantaleteabas. Y fue tanto tu deseo, que el ebrio azar te la trajo: fundamos Palinuro, nuestra librería, ya próxima a cumplir su mayoría de edad. Y te debemos el eslogan más simple y sutil para su clase: “Libros leídos”. Cuando dejaste tu nomadismo, de oficina en oficina, te instalaste en tu zarzo, en la vieja casa de la calle Echeverri, donde naciste. Allí creamos nuestro “cuchiclub”: cine a la carta, cada ocho días. Tu afición al cine

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que secundamos durante dieciséis años; la peregrinación, la escalera al zarzo. Toda la memoria que se lleva tu partida, esa que no deja apreciar la inmediatez: la cinematográfica, por donde desfilan directores, actores y actrices, escenas, guiones, apoyado en tus “biblias”, esos libros, movie guides, donde comprobabas lo que ya sabías o certificabas el tiempo de duración de las películas. Tal vez puede afirmarse que fuiste el último experto y gustador de la música andina colombiana (pasillos, bambucos, danzas, etc.), que acicaló tus noches de bohemia. Testimonio de lo cual son los dos tomos de tu libro Rescates: vejeces del cancionero colombiano, ilustrados, además, por tu acertado lápiz de nacimiento. Tu criterio y tu estilo de escritor, articulista, cronista, poeta quedaron dispersos en periódicos y libros, mitad de los cuales son ediciones de autor que solo tus más cercanos amigos pudimos disfrutar. Todo eso que llamaste en la presentación de Papeles seniles “papelotes de diversa y humilde índole” terminaron (contigo siempre fue así) pareciendo una conversación. Te diste el lujo de cumplir ochenta años, e hiciste el canto del cisne más bello que hayamos visto: una exposición de dibujos y chistes de impecable factura, y la publicación de tu último libro, una recopilación de tus crónicas para el periódico Universo Centro. “La vida es solamente un ensayo”, dijiste en un poema, y eso hiciste. Y agregaste —quizá en la morada de tus cenizas—: “De este lado empieza a amanecer. / Siento un poco de frío, / pero ya se me pasará”. Y tu epitafio preferido: Aquí yace (cualquier nombre es apropiado, todas las fechas son válidas), Su vida quedó en obra negra.


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Obregón por Alekos

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Obregón por Turcios


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Palinuro en Medellín:

Calle 49 B #75-33 Sector Estadio • Segundo piso.

Palinuro, Palinuro

11 feb 2012 Por: Héctor Abad Faciolince Primera escena: febrero del año 2002. De noche, en un zarzo, un viejo y barbudo bohemio, largo y flaco como una sombra, después de tomarse media botella de aguardiente, declara que en realidad a él lo único que le gustaría tener en esta vida sería una librería de viejo. “Pero eso es imposible”, dice, “y más a estas alturas de la muerte”. A su lado lo miran un calvo borracho, su cabeza lustrosa y redonda como una maraca, y un actor despedido de su papel de Tola o de Maruja. (“¿Eras Tola, o Maruja?”, le preguntan. “La más pispa”, contesta él). El bohemio fuma, fuma. Y bebe, bebe. Se llama Elkin Obregón y repite: “Lo único que a mí me gustaría tener en esta vida es una librería de viejo”. Sus amigos lo miran y concuerdan: imposible. Segunda escena: El hombre calvo y borracho llega tambaleándose a la pensión donde vive. Sus hijos lo miran con ternura y pesar; su mujer lo dejó. Le cobran la pieza a los gritos. Se hurga en los bolsillos pero los billetes arrugados no alcanzan para nada. Le toca volver a la casa del bohemio, y pedirle que lo deje dormir ahí, en nombre de la amistad. El bohemio le presta un cuarto en el piso de abajo de su casa. Tercera escena: En una loma de Medellín atracan al actor despedido (sus otros nombres son Pereque, el cómico Valencia, Sergio, Tola o Maruja). Unos tipos en una moto le apuntan una pistola y le dicen que “entregue el carro, gonorrea”. El actor se pone un trapo rojo en la cabeza y les hace un chiste al estilo de Tola (o de Maruja); los atracadores se ríen y le devuelven las llaves. El actor despedido hace cuentas: con este robo yo hubiera perdido diez millones de pesos. Entonces decide: voy a poner diez millones para abrirle una librería de viejo al bohemio Obregón.

Cuarta escena: En el zarzo del bohemio hablan los tres personajes. El actor despedido ofrece poner diez millones para abrir la librería. El bohemio se pone feliz, pero pregunta: “¿Y quién la va a administrar? A mí, trabajar, no es que me guste mucho. Propongo al Maraquero”. “Yo la administro”, dice el Maraquero, borracho. “¿Vos?”, dice el cómico Valencia: “Está bien, pero dejás de beber”. “Bueno”, dice el Maraquero, y se toma, jura, “el último aguardiente de mi vida”. Le sabe a gloria.

Obregón por Alfin

Obregón por Guerreros

Quinta escena: Un escritor escribe lo que ve. Inventa un poco para que las cosas adquieran cierta simetría. Sexta escena: Febrero del año 2003. Se abre la Librería Palinuro con una fiesta. Es en Medellín: carrera Córdoba con calle Perú. El bohemio Obregón fuma, fuma, y pasa un aguardiente con otro, feliz. El actor despedido alza los hombros cuando le preguntan si él era Tola o Maruja. Ya no le importa. La librería vende “libros leídos” y como el sueño es real, el bohemio Obregón s e pellizca. Todos brindan por la nueva librería; el Maraquero brinda con jugo de papaya. Séptima escena: Los hijos del exborracho calvo trabajan a ratos en la Librería Palinuro. Le ayudan a su padre. El Maraquero, que ya no bebe, atiende a los clientes con felicidad, con sabiduría. Y vende libros viejos; aconseja, asesora, opina, goza, se ríe. Consigue novia nueva: una psicoanalista. Al sexto año de trabajo cumple un sueño suyo: se compra un pequeño VW escarabajo. Carga cajas de libros viejos en él. Tiene una relación cordial con su exmujer. “¡Esta librería hace milagros!”, dice. Últimamente se toma una cerveza al día. Sólo una. Octava escena: Mañana. Librería vacía. El Maraquero se rasca la calva.

Novena escena: Tarde. Librería vacía. Ni un comprador, ni un lector. El Maraquero se rasca la cabeza calva. Décima escena: Enero del año 2012. Los socios hacen una reunión en el zarzo del bohemio Obregón y se preguntan: “¿Cerramos, sí o no?”. No. Seguimos. Undécima escena: Un lunes de febrero del año 2012. Serio, el Maraquero, abre otra vez la puerta de la Librería Palinuro, libros leídos. Evita rascarse la cabeza. El cómico Valencia sonríe. El bohemio Obregón fuma. Un lector entra a buscar un libro viejo, y lo encuentra. El escritor escribe: Palinuro, Palinuro.


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Sé que al Maestro Obregón le parece de mal gusto pedirle a alguien que prologue sus libros. Le tiene franca tirria a los elogios por encargo. Trataré entonces de complacerlo. Eludiré lisonjas y coqueterías para concentrarme en sus defectos, que para fortuna mía son muchos y bien labrados. Él, todo él, es un viejo maniático empecinado en leer cosas de más de 200 páginas, y lo que es peor, en hablar de ellas. Como si no le bastara, ve antiguas películas, revueltas con nuevas, y las comenta, ¡por dios! Y desde hace 15 o 20 años no sale del zarzo de su casa amarilla de la Avenida Echeverri, habiendo tanto qué hacer afuera, pues le hace mucha gracia gastar el tiempo en observar, moler palabras, conversar, fumar y tomar aguardiente, ah, y recibir visitas alcahuetas. Eso cuando no lo bota en traducir del antediluviano portugués. Es Obregón, para resumir, un mal ejemplo. Talento merecedor del premio a toda una vida desperdiciada. Han de saber, por si faltaran argumentos, que colecciona cajetillas vacías del ordinario Montana, es suscriptor del periódico El Mundo y tiene cuenta abierta en la Lonchería Maracaibo, además de almacenar historietas y dibujar con tinta china en la madrugada. Con los libros que ha escrito, pudiendo haberse esforzado más, se logró publicar esta antología, que a duras penas hace lomo. Sabrán los lectores sacar algo de semejante ahorro de palabras o al menos entender el zigzag de sus apreciaciones de buenavida, y así destilar algo provechoso. Si no lo logran, no han de preocuparse, pues a Obregón le preocupa mucho menos. La vida sigue igual. Yo lo he logrado, pero como está prescrito, no puedo decirlo. Sergio Valencia R. Pereque

Obregón por Arles Herrera, Calarcá


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Obregón juega ajedrez con la muerte por Carlos Díez


OBREGÓN Por Carlos Mario gallego, Mico

Contaba sonriendo que cierta vez tuvo su momento glorioso cuando una estudiante Escribo esta saudade mientras chupo le pidió un autógrafo y al recibirlo se quedó sorbitos de aguardiente Antioqueño, tal como mirándolo radiante de candidez y le dijo: lo tomaba mi maestro Elkin Obregón Sanín, ¿Y por qué no pone su nombre, que es muy que lo saboreaba sin prisa, raniando con los bonito, Alejandro? amigos en el metederito Su Desayuno, al frente Por apoyarme se metió en la aventura de de su casa de Echeverry con Cuba, o en el zarzo fundar conmigo y Eliseo Bernal un tabloide de la misma casa, donde vivía emparedado de humor llamado Lo-que-no-mata-engorda. entre libros y donde la pelona lo arreó hasta la Eliseo y yo éramos los encargados de recaudar cama de su querida mamá Alicia. la plata de la venta del periódico en los puestos La primera vez que vi a Obregón fue a la callejeros, pero el Enemigo Malo nos susurró salida del periódico El Mundo, donde era que nos gastáramos el “realizo” en guaro. el caricaturista estrella y donde yo también Cuando llegamos adonde Obregón a rendir publicaba mis primeros monachos. En el cuentas, apenados le confesamos la embarrada periódico, recién fundado, le habían mostrado y su respuesta fue servirnos un guarilaqui “pa mis trazos bisoños y él recomendó que me que no se pasmen”. Por supuesto el periódico sugirieran un curso de dibujo. tuvo ese final feliz. Y la última vez que lo vi fue en plena pandemia, que se animó a rayar y expuso algunos dibujos en la librería Palinuro, y los vendió todos, quizá porque eran hermosos y baratos. Allá estaba, con el tapaboca en el cogote, tomando sorbitos de aguardiente y echando carreta. Esa primera vez lo abordé y le dije que era estudiante de periodismo y que me gustaría entrevistarlo. Muy gentil me dio una cita en la oficina de su hermano del edificio Furatena, que en realidad era la fachada de una guarida de amigos para tomar trago, fumar de todo y hablar paja. En medio de la entrevista le pregunté cómo le parecían las caricaturas de ese tal Mico (que era yo) y creo recordar que me dijo que no le chocaban, que no dibujaba bien pero que se le notaba una urgencia de expresarse. Después me reclamaba, riéndose, que esa noche le había hecho trampa. Empecé a visitarlo y me relacionó con su círculo de amigos, que eran numerosos, casi todos artistas y escritores, y casi todos bohemios y recocheros. Las raniadas, como le gustaba llamar a las botadas de corriente, eran una sola “risaralda”, y ¡ay! del que hablara en serio...se ganaba su buen chiste. Una vez me dijo: “Figurate Mico que Fulano me habló bien de vos y tuve que sacarlo del error”. Y así era Obregón, nos gozaba en nuestra propia cara y, como todo sabio, se burlaba también de sí mismo, de sus pantalones que se le caían por lo flacuchento: calzón sin gente. Nos mostraba el cariño con burla: un fotógrafo muy amigo suyo actuó en un video representando al escritor Tomás Carrasquilla, pero el actor improvisado fue tomado solamente por detrás y sin parlamento. Y Obregón dijo que era tan mal actor que se sobre actuaba de espaldas.

empezaron a frecuentarlo todos los Jueves por la noche en una vieja casa del barrio Prado, y fueron ratos inolvidables para los que tuvimos la dicha de estar. Se conversaba de todo, hasta de política, tema que poco lo entusiasmaba y por eso son escasas sus caricaturas que se refieren a la actualidad política (o politiquera, diría él). Y de pronto estábamos armando sonetos endecasílabos entre todos o escribiendo un cuento a varias manos. Se hizo el guión de un corto, se grabó protagonizado por él, hicimos entre nosotros un concurso de diseño del afiche...éramos felices.

Y aprendimos mucho de Obregón porque había leído todo, había visto todo el cine, todo el humor gráfico, conocía toda la música y disponía de una memoria prodigiosa. Su Fue muy generoso conmigo: me invitó papá Carlos fue también arquitecto y amigo a exponer caricaturas en su compañía, me del pensador Fernando González y del prestaba sus libros entrañables, me enseñaba caricaturista Pepe Mexía: lo amamantaron dibujantes desconocidos, me felicitaba cuando el arte y la amistad. “Nací con un lápiz en la le gustaba algún trabajo mío, pero también me mano”, decía. jalaba las orejas cuando le parecía que estaba descuidando mi línea o si mi humor estaba La primera referencia que tuve del decayendo. caricaturista Obregón fue cuando estaba en quinto bachillerato y el profesor de literatura Dictó un curso de cómics en la Universidad nos puso a analizar uno de sus dibujos, que de Antioquia y un grupito de mujeres se salían los domingos en El Colombiano: enamoró perdidamente de él y él de ellas y

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Supongo que en mis febriles 17 años me lucí interpretando “el mensaje” de Obregón, y temo que hoy no la entiendo, pero esa caricatura sembró en mí curiosidad y, cuando conocí mejor su trabajo, admiración sempiterna: Obregón es de los más grandes caricaturistas colombianos (con Osuna, Barti, Caballero y Naide), un fisonomista descrestante, tacaño en líneas, de trazo limpio y con humor, porque en las rayas también se agazapa el humor...En fin, “un mostro”. Obregón era también un escritor prodigioso, un poeta “de aquí a Shanghai”, al que no le dio la gana de ser un escritor famoso, así como era un berraco dibujante al que no le dio la bendita gana de ser un gran pintor...o por lo menos un excelso acuarelista. De sus poemas escogí este, del librillo Versos de amor y de los otros:

CONFESIÓN NO PEDIDA Mi gran enemiga es la ternura. No sé cuándo la conocí, no sé cuándo supe que su nombre no es ese. Pero sé que me pesa como otro corazón urgente y ávido. A nadie puedo mostrarla -como no sea cubierta de disfracespues no se hizo para ser mirada. A nadie puedo confesarla pues no se hizo para ser abarcada por palabras. Sería como mostrar el vuelo de un árbol, sería como confesar un aroma.

LOS GRANDES Los grandes no nos determinaban. Bastaba estar un año adelante para ser grande. Pero en todos los grados había tareas que exigían un dibujo. Los grandes llegaban entonces hasta mi pupitre, súbitamente cordiales. Yo trazaba orgulloso en sus cuadernos los rasgos de Policarpa Salavarrieta o de Simón Bolívar. Era mi momento de triunfo. Una vez complacidos, aquellos seres superiores volvían a ignorarme. Yo regresaba al anonimato, resignado y sonriente. Pero tal vez ese último rasgo de inteligencia es falso; los niños no sonríen.

En diciembre de 2020 salió la Historia de la caricatura en Colombia, tres gruesos tomos bellamente editados, y qué desconsuelo cuando busqué ansioso el nombre de Obregón y...nada. No me atreví a visitarlo y llevarle los libros, me daba cierta pena que él no apareciera y yo, su aprendiz, sí. Me quedé sin saber qué diría de la ninguneada.

Pero una amiga suya me recordó una croniquilla premonitoria que Elkin escribió sobre el tema: cuenta que estábamos los dos tomando cerveza y que me confesó una obsesión: “Anhelo saber si mi aporte al mundo de la caricatura será recordado dentro de cien años”. Este relatico me gusta mucho porque me

sale, como seguramente le sale a casi todos Y que al instante se apareció Mefistófeles los caricaturistas que éramos tímidos y poco populares (y algunos además éramos feos, y lo llevó al futuro y que Elkin buscó su Me gusta porque siempre sentí que Obregón contrario a Obregón que tenía presencia nombre en Internet. envolvía su ternura en una corteza áspera, y de hidalgo), pero que nos dábamos nuestra mientras más ternura le inspirara un amigo “palomita” de gloria a la hora de dibujar. -¿Y bien? -pregunto yo. más crueles eran los chistes que le hacía. Su -No existo más, nadie me recuerda. obra literaria está minada de tiernos guiños, los personajes de su historieta Los Invasores rezuman inocencia, que es un elemento de la ternura, y su humor tiene la porción de ternura que debe tener el humor, pues “toda caricatura es un homenaje”, dijo siempre: “He hecho dos tres caricaturas contra alguien, creo que una contra Pinochet, pero yo no le gasto tinta a Hitler ni a franco”. De su librillo (por cortico y edición humilde) Memorias enanas, que son recuerdos del colegio, escogí este breve texto (todos sus escritos son cortos, tal como hablaba en las botadas de corriente con los amigos: corto y sustancioso, y con humor. Y cuando algún contertulio despistado se sentaba en la palabra, Obregón lo frenaba con un apunte que lo hacía reír y lo dejaba mudo. Beatriz González Homenajeando a Obregón


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Obregón por Laura Peláez, Guaica

Obregón por Palitoons


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27 Obregón por Diego Caricatura

Obregón por AlexRo


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El último de los memoriosos

Por Sebastián Mejía

A pesar de lo que dice la prensa, Elkin alcanzó a disfrutar del domingo: se despertó muy temprano, se bañó y se comió alguna cosa hasta que comenzó a abogar por sus amigos más cercanos para avisarles que se sentía muy mal, que le faltaba el aire. No fumaba hacía un par de años, e incapaz de abandonar a su suerte el aguardientico de mi Dios, seguía tomándolo aguado —en una licorera de cristal muy elegante—, esperando de alguna forma no dejar del todo la ingestión de ese néctar que, decía, le devolvía la memoria de sus vidas pasadas. Nos presentó Luis Alberto sin importar los cincuenta años de diferencia que nos llevábamos, porque supuestamente era yo el único en Medellín que tenía la primera edición en castellano de Mandrake, el Mago, publicada en los cincuenta por la revista argentina RA-TA-PLÁN; y así, a punta de rumores y tenencias improbables, terminamos por tejer una amistad basada en el recuerdo de historias intrascendentes. El ritual era sencillo: lo llamaba, le anunciaba un tema, y horas después me aparecía en el zarzo con una bolsa de pandequesos para conversar hasta que nos diera sueño. “Hoy vamos a hablar de la pensión de la Primero de Mayo donde acabó Ciro Mendía”; “Hoy vamos a hablar sobre los tiempos de contrarreloj de Gómez, Calderón y Rúa en la Vuelta a Colombia del 59”; “Hoy vamos a repasar los nombres de los toreros que ganaron oreja en la inauguración de La Macarena”; “Hoy nos vamos a acordar de los prostíbulos de Lovaina donde Hernán Restrepo Duque encontraba los mejores discos”; “Hoy nos vamos a acordar de Caballero Bonald hablando sobre el flamenco en los tiempos de nuestra primera televisión”; “Hoy te voy a contar cómo

conocí yo a Heriberto Zapata Cuéncar”; “Te voy a contar cuando vi a Borges del otro lado de la calle”; “Hoy vamos a recordar a Blumen…”, y así. Nos emborrachamos el día que encontró el casete con Carmen, la leñadora, un bambuco que solo él conocía, que andaba olvidado hace más de cincuenta años. Brindamos recordando el día que Obdulio Sánchez le paró la caña para convertir en bambuco la famosa canción En el tronco, del cubano Eusebio Delfín (canción que Discos Aburrá prensó años después); y nos batíamos en duelo reconstruyendo los detalles de la ilustración con que su padre adornó la primera edición de los poemas del Negro Cano en 1935. Cuando la parla se nos iba por ramas muy serias, y escaseaba la risa, recordábamos a su padre cuando llegó a casa obnubilado contando cómo el techo del Teatro Alcázar (después Teatro María Victoria) acababa de caerle encima al cronista Jaime Barrera Parra; otro día lloramos a Sonia, su amor eterno, mientras describía los nervios que le dio presentarse la primera vez ante el mismísimo Jorge Camargo Spolidore. Elkin era la viva voz del viejo Medellín. Gastamos tardes enteras buscando entre sus estantes un libro firmado por Fellini que le había regalado el Gordo Luis Alberto Álvarez, y aplazamos más de una vez un tema serio por imaginar cuáles de los muchachos del Pequeño Teatro serían los más propicios para reencauchar la versión de La casa de Bernarda Alba, de Bernardo Romero Lozano, con que se cerraba la programación de nuestra televisión en 1956. Un día contando homenajes me dijo que el único orgullo del que verdad se preciaba era el de ser la última persona viva sobre el planeta tierra en haber visto en matiné Colombia Linda, la mítica película, ya perdida, de Camilo Correa. Dos medias tuve que llevarle para que me la

Obregón por Julio César González, Matador

describiera cuadro a cuadro. Dejamos redactada la propuesta con que esperábamos pedirle a alguna cooperativa, o caja de compensación, que reviviera Su Desayuno, el sentadero de sus horas más felices, explicándoles por qué era un sitio patrimonial de primer orden. Esperábamos este año leernos toda la obra publicada de Rodolfo Walsh y estudiarle las fotografías que lo muestran jugando al ajedrez en el Rivadavia para reconstruir las partidas. Los libros, ya pagados, llegan la semana que viene. Hoy justamente íbamos con él y los Gabrieles a las ruinas del viejo bar Serenata para tomarnos un aguardiente frente a sus ruinas antes de que lo convirtieran en una sala de masajes o en un parqueadero de motos. Y a pesar de la muerte aquí estamos, los tres, mirando hacia la ventana, frente a la casa amarilla, bajo la sombra del árbol, esperando que de arriba nos caigan las llaves para llegar al zarzo y decirle cuánto lo echamos de menos… CODA (al modo obregoniano) El amor de Elkin por el cine no era extradiegético. Les debemos a Norita Arango y a Hernán Bravo el rodaje (y posterior digitalización) de un super-8 en el que Elkin actor hace un papel estelar como coleccionista de estampillas. El filme, una joya repleta de boleros y casas viejas, regala unos planos finísimos donde el tiempo se detiene mientras Elkin se despliega en el mejor de sus ademanes: fumar. El corto se llama Magdalena y está por ahí en algún rincón de la web. ¡Ah! Otros dos cameos imperdibles del amado caricato están en un cortico titulado The end, de Carlos César Arbeláez, y en un documentalcito sobre Amílkar U, también de Producciones ArangoBravo; para no perdérselos. Ahora sí, telón.

Obregón por Diego Herrera, Yayo


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Obregón por Marco Pinto

Dibujos de Obregón Obregón por Nadim


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El maestro Elkin Por: Nubia Amparo Mesa Granda El 31 de diciembre más memorable de mi vida lo pasé, en el año 1996, en el zarzo de una casa en la Calle Echeverri de Medellín. Allí, con la música del Trío Matamoros como fondo, compartí unas copas de vino y una exquisita conversación con dos hombres que supieron mantenerme encandilada hasta el amanecer con sus conocimientos sobre arte. Uno de ellos era Eduardo Cárdenas, reconocido actor de teatro, y el otro, el anfitrión, Elkin Obregón Sanín, caricaturista, periodista, traductor, lector empedernido, melómano y maestro en el arte de la conversación. A Elkin lo conocí en la Universidad de Antioquia cuando yo era estudiante de Comunicación Social. Fue invitado a dictarnos un seminario sobre cómic, tema cuya pasión hizo que se acercase a los clásicos de la historieta y convertirse en el creador de su propia tira cómica, Los invasores, publicada entre 1975 y 1977 en el diario El Colombiano y luego en el periódico El Mundo. Ésta es una clara muestra de la fineza de su trazo y la contundencia de su humor crítico. Pero el ánimo no es hacer un análisis sobre la producción artística de Elkin sino contar algo de esas vivencias que compartimos durante cuarenta años de amistad. Aunque su paso por las aulas del bloque 12 de la Facultad de Comunicación Social en la Universidad de Antioquia, no logró hacerme cambiar una buena novela por una revista de historietas, me permitió conocer a uno de los hombres que más he admirado y a quien profesé un cariño profundo a más de la gratitud por ser, siempre, mi maestro. En este túnel del tiempo que es la vida puedo devolverme a una casa en el barrio Villa Hermosa, que él llamaba La

Oficina, y que se convirtió en el centro de operaciones de un grupo de jóvenes ávidos de conocimientos. Nos reuníamos allí con el maestro, los jueves por la noche, a escuchar sus recomendaciones sobre cine, música y literatura. Nombres como Fassbinder, Antonioni, Truffaut o Godard los escuché por primera vez de sus labios. Con él descubrí la voz de María Betania y Caetano Veloso. Por su recomendación leí a Machado de Assís, pues su estadía de varios años en Brasil lo hizo enamorarse de la cadencia carioca y sumergirse tanto en esa cultura que terminó por hacerse traductor de varios de sus escritores, entre los que se reconoce su trabajo con la obra de Nélida Piñón. En esa “Oficina” también escuchábamos a Los Cuyos. “A mí me gustan las tardes grises, las melancólicas, las heladas”, cantábamos en coro, cualquier domingo en la tarde, sentados en el patio trasero de la casa y brindando por nuestro común desconcierto ante la vida. Y en esa casa fuimos Óscar y Magdalena, los protagonistas de una película en formato Súper 8, que realizaron como ejercicio de clase algunos compañeros, y en la que no pronunciamos ni una palabra, pero pusimos en nuestros ojos el cariño y la alegría por nuestro encuentro. Varias fotografías en blanco y negro testimonian esos días que pasamos convertidos en actores de cine. Y es que Elkin, con su humor ácido, con su capacidad para “pillarse” el detalle que desentona, con su humildad y su desprecio por el elogio fue para nosotros una especie de alcahueta que no se negaba a acompañarnos en cualquier aventura, llámese una película, un libro, una librería, una exposición, una partida de ajedrez. Así nacieron gestas como la Librería Palinuro, el sueño de compartir libros leídos que le secundó a su amigo Héctor Abad Faciolince; la publicación de dos volúmenes de Los misterios del Señor

García, una saga policíaca coeditada con su amiga Nora Arango; el libro Trazos que reúne parte de su obra y que se empeñó en publicar la editorial Eafit; el sello discográfico Discos Aburrá que fundó en 1965 en compañía de Ramiro Restrepo, y hasta el “Cuchi Club”, un cine foro íntimo que compartía los domingos con su amigo Luis Alberto Arango y otras personas, para ver películas de los más diversos géneros y épocas. Pero Elkin también fue editor de sus libros, Papeles seniles, Memorias Enanas, Versos de amor y de los otros. Como él mismo lo reseñó en Papeles seniles su escritura se alimenta de “anécdotas, frases, pequeños recuerdos, versos, confidencias, imágenes fugaces, papelotes de diversa y humilde índole. Algunos, la mayoría, fueron escritos para este libro, otros encontrados en viejas carpetas, otros sacados del fondo de mi computador. No obedecen a ningún orden cronológico ni de escritura, no buscan demostrar nada. Si acaso, pretenden parecerse, temo que sin ningún éxito, a una conversación”. Y es que escuchar a Elkin significaba transitar por parajes donde a cada paso descubrías una nueva veta de conocimiento. Conversar con él como diría Luis Tejada, era “una embriaguez delicada y fantástica”. Visitarlo en el ático de su casa en el barrio Prado, una experiencia reconfortante contra los sinsabores. Allí no se aludía a las bajezas que usan algunos para descalificar a otros, con él las palabras eran fuente nutricia para describir la belleza y el goce estético. Allí se perdía la noción del tiempo y se olvidaba el caos de la ciudad. En ese zarzo de madera, enmarcado por anaqueles repletos de libros, uno se sentía sumido en un mundo donde en cualquier momento una voz misteriosa te invitaba a seguirle. Podías viajar a una isla de creaturas diminutas o navegar por un río caudaloso, luchar contra corsarios, volar en las alas de Dumbo, batirse a duelo por el honor mancillado. Y siempre, con la complicidad de Elkin, que se volvía un niño, que se transformaba en héroe, que sonreía con serenidad y dulzura cuando dabas un mal paso, aunque no dudaba en señalarte el error. Lo recuerdo en su sillón, con las piernas cruzadas y enarbolando un cigarrillo. Se yergue como uno de esos dioses nórdicos de barba blanca de quien esperaríamos que nos revele los misterios del universo. Pero él solo aspira a compartir unas horas con esos a quienes considera sus amigos. Y a quienes así les cantó: “los amigos, /aunque sean nuevos,/son la pátina del tiempo./Los amo tanto,/que tal vez los merezco./ Nunca se van, los verdaderos./Para cada uno tienes un silencio.

Dibujos de Obregón


Obregón por Camilo

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Dibujos de Obregón

los Nadaístas por Obregón

Obregón por Jota

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Obregón ya era “grande” Sabía, por interpuestas, que él era como el sabio de la montaña, el loco de la colina, un consultor, gurú, sensei y guía. Supe que hacía traducciones del portugués (que había estado trabajando en Brasil en “O Pasquim” un mítico semanario satírico), que escribía, que hacía columnas, que era asesor literario. También, en dos ocasiones, estuve con él en en “Su Desayuno” hablando de caricatura con alguien que escribía un artículo. Esa tienda llamada así era su sede diplomática por fuera de las murallas de su castillo en el Digo que me pareció “grande” no porque centro de la ciudad. Ahora quiero creer que fuera alguien brillante y reconocido, sino nos profesamos timidez mutua y, claro, de mí porque, ahora que ya soy viejo, siento que mi hacia él mucha admiración. soberbia de joven lo vio ya como un viejo. Quizá la barba de apóstol y esa pausada Y termino con una ocasión en que casi ironía con que nos veía me dio la impresión pierdo el rostro de la de alguien con más edad que la que tenía. En vergüenza con él y otras fin, que desde ese entonces hasta las últimas dos en que creo haber veces que lo vi me pareció “grande”. recibido de Obregón algún tácito halago. Por esos días yo había llevado algunos de los monachos que me pasaba dibujando a Uno: “Grotextos” unos locos (Mico y Pereque) que andaban era una página que yo en la cosa de publicar una revista de humor tenía en el suplemento y caricaturas que se llamaría “Frivolidad”. dominical de El Algo pareció funcionar porque escogieron Colombiano donde algunos de esos garabatos para publicar y los publicaba de otros números de la revista se terminaron todo un poco y a planeando y diseñando en una oficina veces reseñaba a que me había cedido un familiar para otros dibujantes paliar el desempleo a cambio de pagar la y caricaturistas administración. Allí, cerca de lo que hoy es que no tenían el Museo de Antioquia, ni la administración editor y apenas se pagó ni la revista se imprimió con la empezaban. Un regularidad que se esperaba. mancito ahí, de nombre Elkin y de Un día, entre los trajines de diseñar la revista cuyo apellido no surgió la invitación a una reunión en la casa quiero acordarme me de Elkin Obregón para hablar de la idea de llevó unos dibujos crear una asociación de caricaturistas y allá suyos interesantes. terminamos. La memoria no me permite Le publiqué tres y recordar a todos los que asistimos, tal vez ocho uno de ellos era o diez gatos, pero sí estaban Carlos Mario una caricatura Gallego, Mico, y Sergio Valencia, Pereque, los de Salvador Dalí pedaleros titulares de “Frivolidad” y quienes que me pareció luego serían las “Tola y Maruja” primigenias. e s p e c i a l m e n t e buena, pero en la Esa tarde-noche, entre tratar de hacer semana después recibí un correo de Obregón chistes inteligentes para impresionar al mostrándome que esa caricatura de Dalí sí maestro y ponerle riendas a lo genios que nos la había hecho un Elkin, pero Obregón y no creíamos los que acudimos a la reunión, no el otro sujeto que la firmaba. ¡El carechonta se llegó a nada en lo de la asociación. Algunos ese había fusilado línea por línea la versión gatos se fueron y otros nos quedamos en una de Dalí de Obregón! En la siguiente edición tertulia ya caldeada por unos anisados que publiqué el original del maestro con una Obregón se tomaba con un poco de sal con la insuficiente disculpa. Qué pena. afectación que cada uno le pone a la relevante acción de tomarse un guaro. Dos: Cuando el Museo de Antioquia publicó la recopilación de caricaturas de A su estudio, buhardilla, mezzanine, solar, Mico “Lo Mejorcito de Mico”, Elkin Obregón ramada, estudio o como se llame ese lugar de hizo la presentación del libro con una charla su casa donde se mantenía llegué a ir quizá sobre caricatura y humor gráfico. Hablaba una vez más. Pero por interpuestas personas e iba proyectando caricaturas de diversos sabía que por el lugar desfilaba mucha gente: autores que eran muy del gusto de él para unos de la crema y otros de la nata de asuntos terminar hablando del trabajo de Mico, su de la cultura y el periodismo de la ciudad. discípulo predilecto. Oski, Quino, mordillo, De Esteban París

La primera vez que ví a Elkin Obregón en persona fue por allá en mil novecientos ochenta y algo. Ya en ese tiempo, hace más de 30 años, me pareció que era “grande”. Por supuesto sabía quién era él: yo era lector de “los Invasores” y tenía el libro “Más Grafismos” editado por la Alcaldía o la Gobernación y veía sus caricaturas de personajes que le publicaban los periódicos El Colombiano y El Mundo.

Naide y otros fueron proyectados y entre esas que proyectó se coló alguna mía de una serie sobre espermatozoides que yo había hecho. Fue una sorpresa grata. Tres: Cuando un diario Danés publicó unas caricaturas de Mahoma y levantó una ola de indignación en países islámicos (2005), la editora del suplemento literario del periódico llamó a Obregón para que escribiera un artículo sobre el asunto. Resultó que andaba muy ocupado y le dijo a la editora que mejor me pidiera el artículo a mí que entendía del tema y escribía bien y así fue y se publicó. Sobra decir que escribí el artículo con una sonrisita de bobo enamorao en la cara.

En fin. Todos estos años el me pareció “grande” y lo veía siempre muy igual en un lento “degradé” de cabellos negros a un mar de canas. Grande. P.D. Me acabo de enterar de que en esos tres tomos de la historia de la caricatura en Colombia hecha por la artista Beatriz González y editada por Villegas Editores (vale 280 palos) simplemente ignoraron a Elkin Obregón. Me contaron porque no tengo los libros (mejor espero que salga la edición de bolsillo). Así es este país de investigaciones exahustivas, homenajes de oídas y collares de arepas para procuradores camanduleros. Don Elkin pasó a mejor tinta.

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Dibujos de Obregón

Obregón por Miguel vallejo, Gusanillo

Obregón por Valmez


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Dibujos de Obregón

Obregón por Zuleta


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Obregón por Leo

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Lancelot del zarzo

Por Fernando Mora Meléndez Ilustraciones Carlos Díez

A los veinte años, la edad de la insolencia, pocas veces se reconoce que hay un maestro al lado. Y aún así, desde que lo conocimos, Elkin Obregón fue el nuestro. A un grupo de amigos nos prestó una casita en el barrio Villahermosa para fundar Frivolidad, la revista de humor. Solo puso una condición, que le regaláramos una vieja edición que alguno tenía de un libro llamado Pombo, donde Gómez de la Serna relata las veladas en un célebre café madrileño Una de esas noches, Obregón cayó a la mesa de redacción de la revista, en su estado natural de mediacaña. Nos dijo entre otras cosas que si alguno allí quería saber algo de humor gráfico tenía que irse para el Brasil. De hecho, en la misma casa nos había dejado un montón de periódicos de O Pasquim, un diario satírico de Sao Pablo, del que recortamos las caricaturas. No lo volví a ver hasta que apareció la traducción de los cuentos de Machado de Assís, en la edición de Cara y Cruz. Varios amigos comunes veían en Obregón una versión del sabio catalán, pero en portugués. Siempre era el primero en hablar de esos novelistas, poetas y cineastas, que medraban desde el río Tajo hasta el Amazonas. Con el tiempo tuve la suerte de ranear con él en esas noches de bureo en el zarzo. A esas

tertulias que él llamaba de un modo tan castizo, las tenidas, asistieron desde Miriam de Paoli hasta Martín Caparrós, de modo ocasional; pero, de modo habitual, una cofradía innumerable, como la ilustre Menina, a la que en algún tiempo se le creyó su Maria Kodama. Tan albacea suya sería que hasta le escribió un obituario anticipado. La lista de aficiones del maestro era larga, desde su devoción por las historietas clásicas, como El Príncipe Valiente, de Harold Foster, hasta el amor por al ajedrez, la tauromaquia, el bambuco y la novela negra. De allí a los versos en portugués no había más que un guaro. A veces nos preguntábamos si era un espíritu glorioso, uno que prescindía de la obligación religiosa de almorzar, aunque luego discutiera con autoridad sobre viandas. Creo que era más lo que hablaba de comida que lo que comía. O tal vez ya había comido lo necesario de por vida. Alguna noche emprendió una polémica sobre la feijoada. Al final la discusión quedó en tablas. No se supo si se trataba de un plato brasilero, inventado por los esclavos, y hecho con las sobras de los amos, o, por el contrario un manjar aristocrático de la corte de Lisboa. Nunca vimos a ninguna cocinera o empleada doméstica tal vez porque las reuniones se hacían en horas nocturnas; pero nos contó que cuando contrataba a alguna era porque ésta le demostraba saber cocinar la torta de sesos, su plato predilecto. También se preciaba de haber pedido domicilios a la lonchería Maracaibo, una charcutería que despachaba cualquier antojo, santo o non sancto, a cualquier hora, para el bohemio puro de Medellín. En sus épocas de juventud, Obregón frecuentó bares clásicos en compañía de su amigo Luis Alberto, el Maraquero. Con él fundó un sello discográfico. También en esos antros, cuando les faltaba plata para pagar lo bebido, Obregón dejaba en prenda su reloj de pulso. Al otro día, de modo religioso, volvía con el pretexto de recuperarlo. Como si viviera en una casa tomada, quizás porque allí había bebido medio mundo, Elkin rara vez

se veía en otro sitio que no fuera su zarzo. Allí ardía de guaro y de conversa, allí se destrozaban libros recién leídos, se habían estrenado operas primas, consumado sonetos y compuesto bambucos. Al zarzo se podía ir sin cita previa, aunque era mejor llamar si no se quería tener sorpresas ingratas. Como Obregón recibía a tanta gente, era posible que alguien pudiera coincidir con otro al que detestara. Y tal vez por eso, la gente llamaba por teléfono antes de asomar las narices. Él contestaba al que llamara: estoy aquí con fulanito o zutanito, y eso bastaba para que, del otro lado, la voz dijera: Ah, bueno maestro… entonces más bien otro día lo visitó. Como Obregón solo bebía aguardiente, el que tomara ron en las rocas tenía que ir a buscar su hielo al fondo del caserón. Sergio Valencia y yo hicimos esa expedición varias veces. Teníamos que bajar las escaleras del zarzo y cruzar en tinieblas esa estancia gótica del barrio Prado, pasar por el comedor con alacena, hasta llegar a la cocina y abrir la nevera, una especie de sarcófago que albergaba materias harto exquisitas pero indescifrables para el paladar silvestre. Entre el vapor polar había envoltorios raros, desde trufas añejadas, queso manchego hasta pruebas judiciales, como una mano extraída de algún cuento policiaco de Bioy Casares. En esa travesía digna de los Usher, uno pensaba en ese Medellín de antaño, cuando él era niño y leía romances de ciego en las Ediciones de la Calleja. En alguna de sus crónicas sobre los oficios domésticos, reveló que jamás se atrevía a cruzar hacia ese lado de la casa, a “esos lugares donde no vamos nunca los humanos”. Sabíamos que había hecho lo que cualquier joven con ambiciones literarias desearía: abandonar sus estudios para dedicarse a leer y a ver buen cine, o a trabajar de vez en cuando en algo más placentero que lucrativo como traducir. Así se conocieron los textos de Bandeira, Fomseca, Drummond de Andrade. Se hizo célebre por su versión de La ilustre casa de Ramírez, vertida a un castellano personal, con unas licencias poéticas secretas. En confesión se supo que en alguno de los pasajes de la novela cambió el nombre de una calle, le puso Calle Claudia en honor a su novia, la también traductora y editora Claudia Cadena. Parece, a juzgar por el libro El señor de la tienda, de Iván Hernandez, que Claudia fue una novia seria, él iba a Bogotá a visitarla y ella venía, ídem. El romance era tan oficial que la madre, postrada de muerte, le confesó que estaba feliz de verlo tan organizado, y que ahora al fin se podía ir tranquila. La madre murió y acaso también el amor: y aunque el amor huyó y aunque el amor se fue, siempre quedaban los amigos. Volvió a estar solo pero contento con su manera de entender la boa vita, la buena vida, como un aristócrata

pobre. Por esos días le vi mucho en la tienda del frente de su casa, en la calle Echeverri. El local se llamaba Su desayuno, pero hacía las veces de bar de la esquina. Allí se reunía con otros habituales, cinéfilos crucigramistas, además de la corte numerosa de vestales que conformaban una especie de voluntariado o logia, cuya misión era resolverle la vida práctica al maestro: conseguirle un remedio para el lumbago, traerle una tinta china o remendarle la ropa. Mientras tanto, el maestro trasegaba sobre de todo lo divino y lo inhumano, como esa película filmada con monstruos humanos, de verdad, Freaks, de Tod Browning. El ritual se repetía durante muchas tardes, hasta que un altercado lo alejó de ese sitio. Tenía la costumbre de pedirle a los meseros que le apuntaran el consumo. Pero alguna noche el barman cometió la imprudencia de recordarle una cuenta de hace días. El maestro, iracundo, fue a su casa trajo el dinero, pagó la deuda y nunca volvió por allí. Brilló por su ausencia, en ese, su santuario, donde decían que había creado un nuevo movimiento literario: el desayunismo. En su soledad, Elkin tendría sus mañas para escribir, dibujar y traducir. Contó que él no sabía nada de portugués, que en su delirium tremens, se le aparecía un ángel bilingue, y que era éste el que le ayudaba. “Es bueno traduciendo, nos dijo, pero torpe para corregir”. Saben sus más cercanos devotos que él jamás apagaba esa luz, ni siquiera para dormir. El zarzo fue su lugar público y privado, la covacha para disertar y rajar de todo, una que solo compartió para dormir con una gata flaca llamada Rita. Nunca supe si le puso así por Rita Moreno, la amante de Marlon Brando o por Doña Rita, el personaje del programa de humor radiofónico. Sus caricaturas son tan certeras como sus frases. Basta ver un dibujo suyo para asombrar con su línea refinada, más el poder de observación para resolver con un par de trazos la sicología de un personaje. No solo pintaba gente famosa sino también a sus amigas. Me impresionó el parecido que encontró entre un ave criolla y una dama de El Retiro a la que llamaba La Pisca. Varias veces se declaró heredero de Longas y de Rendón. Pero creo que detrás de sus dibujos está la enciclopedia visual del maestro, las cintas que había visto, la mirada persistente sobre ciertos asuntos y su espíritu de contradicción que tal vez aprendió de Fernando Gonzalez. A lo anterior sumaría el gusto por la palabra, hablada, escrita o filmada. Y por el filosofismo sobre las cosas sencillas, eso tan de la herencia española de Juan de Mairena o de Valle Inclán, al que, a propósito, se le parecía mucho. De vez en cuando publicaba de su cuenta unos libros delgaditos como hostias para sus fieles. Les ponía títulos simpáticos: Memorias enanas, Poemas de amor y de los otros, Papeles seniles. Los domingos oficiaba su misa en el zarzo. A esta cinegoga, llamada el cuchiclub, solo acudía gente mayor, ávida de

ver cintas viejas y de calificarlas con breves entre sus Papeles seniles. Allí declara, como comentarios, en cuadernos juiciosos, como veréis, su deseo de ser un personaje de ficción. hacía Melitón Rodríguez, cuando sacaba sus fotos. En cine parece que lo había visto Adios, soledad mía, Adiós, vanas pantallas. todo. Le gustaba hacer el mapa de los teatros perdidos. mencionar cada filme, dónde lo ¿Veré todavía aquel cielo con estrellas? había visto y con quién. Su memoria era ¿Y la mano que tomé y me tomó, y las risas, como la de Funnes, funesta, pues casi todos los himnos, el olor de las vacas? los que mencionaba ya estaban tras el telón. Adios, amigos que fueron o no fueron. Dice Jairo Pinilla el director de cine gore que morir es simplemente pasar de un plano Nadie tuvo por qué haberme amado, Dice don Lancelote, a otro. Esto lo entienden sus discípulos cinéfilos. A propósito, ruedo estos versos No sabe ya si está suyos, como los créditos finales. Los encontré De este o del otro lado.


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DESPEDIDA Especial para El Fuete Daniel Samper Pizano

Y murió Elkin Obregón, hombre de sabias lecturas, y autor de caricaturas, que tenía genio, figura y de amigos un montón. Se murió en la Bella Villa, donde daba la matraca, y lo lloran Carrasquilla Tola y Maruja en mantilla y Montecristo y Cosiaca. Desde aquí lo despedimos con lágrimas de juguete: no muchas, solo un chisguete. Y pensando en él reímos porque de Elkin lo aprendimos. ¡Démosle a la muerte fuete! Obregón por Feroz

Obregón por Luis Domingó


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Obregón por Tayrona

Obregón por Bernardo Rincón


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Obregón por Janlops


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Obregón por José


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Obregón por Nelson Zuluaga, Kemo Sabi


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Obregón por Jorge Peña

Obregón por Nelson Garibello


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Obregón por Mil

Obregón por La Ché


Fundador: Néstor Cardona Arcila CAN Asesora Espiritual: Cecilia Gutiérrez Director: Fabio Cardona Gutiérrez Directores invitados: Betto y Chócolo Diseño: Alex Gaitán


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