Revista La linterna - edición 2°

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vigilada mineducación

2018

Arte y escritura

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facultad de creación y comunicación / programa de artes plásticas

La Linterna “Para elaborar una buena prosa es preciso subir tres escalones: el musical, en el que hay que componerla; el arquitectónico, en el que hay que construirla; y por fin el textil, en el que hay que tejerla”. “Atención a los escalones” —Dirección única Walter Benjamin

Una mañana nos despertamos con una melodía, la tarareamos, la dejamos sonar en la cabeza y entonces, cuando creemos que la vamos olvidar, la escribimos: componemos, construimos, tejemos. Primero la leemos y releemos, pensamos a su ritmo y le hacemos espacio a la sonoridad del texto —la música es el espacio entre las notas—. En este punto entra el arquitecto que construye el texto, marca el plano, mueve bloques y párrafos, presiona enter, dispone cuartos para alojar ideas y ventanas para contemplar un horizonte más allá de la lectura —hay que sugerir además de describir—. En la escritura se diseñan escaleras y áreas de transición para ir de un lugar a otro, intervalos de silencio para que las ideas resuenen, balcones y terrazas para respirar. Y, finalmente, cuando los espacios ya están distribuidos, hay que habitarlos, ir de cuarto en cuarto, piso a piso: buscar al diablo en los detalles, la palabra precisa; hilar la coma y el punto, destejer lo que quedó mal hecho. Exploramos los puntos ciegos, los nudos sin solución. Pasamos de la linealidad narrativa a la yuxtaposición de la poesía, comunicamos la incomunicación, compartimos lo difícil de expresar. Las palabras ‘comunicación’ y ‘comunidad’ tienen una raíz común, la raíz del árbol, la raíz del bosque. La Linterna ilumina eso que es común y crea comunidad. Esta publicación —periódica, impresa y semestral— comparte los textos que escriben los estudiantes en varias clases del programa de Arte de la Universidad El Bosque. La Linterna convoca, es abierta a todo tipo de géneros literarios y acoge la expresión a través del lenguaje escrito como un ejercicio de pensamiento que complementa el ejercicio con la imagen propio de la creación artística. Esta es una iniciativa de comunicación, transversal a todas las clases, abre el diálogo entre los lectores que leen para escribir y los escritores que escriben para leer. Sea usted uno de ellos. Para andar por los escalones de la escritura tenemos La Linterna. 1


Me están llamando por juliana paola martínez prieto Sé que esta historia sonará algo absurda, pero es que, en serio, jamás tuve un Samsung Galaxy, así que ya entenderán. El día en que me encontré aquel celular Samsung Galaxy 8, fue el mejor día de mi vida. Me había bajado del bus más vacío al que me había subido, además de que ese día me habían pagado la prima, y tenía planeado con algunas amigas un viaje a Cancún. Yo lo vi solo y cerca a unas bolsas de basura, así que me agaché lo más disimuladamente posible, lo cogí y lo guardé rápidamente en el bolso. Cuando llegué a mi casa no podía creerlo. Sabía que era un Samsung, y uno bueno. Lo reseteé, no tenía SIM, así que le puse la mía. Empecé a guardar los contactos, me sentía en el cielo. Pero en ese momento recibí aquella primera llamada, y todo se empezó a tornar oscuro. Un número desconocido me llamó unas dos o tres veces, ya a la cuarta le contesté. Una voz de mujer sonó al otro lado. Empezó a preguntarme por una tal Kiara, pero yo le respondí que estaba equivocada, la mujer cambió su tono de voz y severamente dijo: “¿Cómo así?”. Yo me quedé callada, pero luego le expliqué a la mujer que me había encontrado ese celular. Me colgó. Busqué la SIM nuevamente, por si no la había visto, pero solo estaba la mía. No le di mucha importancia, de todas formas, ya le había explicado a la mujer lo que había pasado. Aun así, no pude olvidarlo, no me dejaron. Un nuevo número, desconocido también, me empezó a llamar, y no una ni dos veces, sino hasta diez veces seguidas. Empecé a dejar el celular en vibración, así no tenía que estar escuchando mi tono de llamada cada dos o tres horas. Finalmente, del miedo y la rabia, bloqueé el número. Esto funciono un día, pero solo uno. Un nuevo número empezó a llamarme. Intenté con todas mis fuerzas ignorar eso tan raro y seguir normal con mi vida, pero tengo un límite. Una vez se apagó el celular durante todo el día y, cuando llegué en la noche a mi casa y lo cargué, me llegó un mensaje diciéndome que un nuevo número desconocido me había llamado veinte veces. Saqué mi SIM del celular, lo vi con tristeza, lo reseteé y me dispuse a llevarlo a donde lo había encontrado. Mientras lo llevaba en la mano, una llamada entró, una llamada, sin tener SIM. Yo respiré hondo y deslicé el dedo hacia el círculo verde. Contesté. De nuevo habló una voz de mujer, pero esta vez era diferente, era una voz ronca que me dijo: “devuélveme el celular, ahí están las pruebas, devuélvelo”. Colgué y empecé a correr hacia el lugar donde lo había encontrado, pero antes de llegar me acordé de que ya había reseteado el celular, ya no había nada en él de su anterior dueño. A lo lejos, donde había encontrado el celular, vi un montón de policías forenses que abrían las bolsas de basura que estaban cerca de donde yo lo 2


encontré. De las bolsas salió el cadáver de una mujer. Se me heló el cuerpo. Corrí hasta los policías, entregué el celular, les conté todo, pero les dije que tal vez ya no encontrarían las pruebas, pues yo lo había reseteado. Uno de los policías tiró el celular contra el piso y dentro encontraron un papelito junto a una dirección. Días después escuché que una mujer había sido encontrada muerta en unas bolsas de basura, pero que antes de ser asesinada pudo dejar una pista en su celular, una dirección. Era la dirección de la casa de un amigo a quien ella había rechazado días antes, y él la había matado por despecho.

Solo un poco más por juliana paola martínez prieto Bogotá D. C. Señores directores de Samsung S. A. Cordial saludo La presente es para contarles mi experiencia con uno de sus celulares, no espero que me crean, pero aun así quiero que sepan de esto para que no vuelva a ocurrir y, si pueden ayudarme, por favor ayúdenme. Todo inició hace un mes, cuando decidí comprar en Alkosto S. A., aquí en Colombia, un celular Samsung Galaxy S500. Ese día estaba bastante feliz, pues muchas cosas buenas me habían pasado, y además iría a comprar mi celular después de que había estado ahorrando durante medio año. Llegué a mi casa con la caja del celular, lo abrí y vi aquella hermosa máquina. Lo dejé cargando un día entero como decía en las instrucciones. Ese día no le puse mucha atención, pero al día siguiente, cuando iba a estrenarlo, vi que tenía diez llamadas perdidas. Eso me asustó, pues no tenía ninguna simcard, además, el número que me estaba llamando no era de Colombia. Lo reinicié y seguí normal con mi vida. Le compré un forro, un vidrio templado y la simcard. Abrí la tapa para colocarle la SIM, pero no encontré en dónde debía insertarla, solo estaba la ranura para la microSD. Llamé a Alkosto y no me supieron dar respuesta, me comunicaron con la oficina principal de Samsung aquí en Colombia. Me dijeron que debía ir al día siguiente, en la tarde, para que mi celular fuera revisado y hacer la correspondiente devolución. Durante ese día las llamadas no cesaron. Recibí en total veinte llamadas. Tuve que apagarlo pues no podía concentrarme del miedo que me producía escuchar a cada rato la vibración del celular. Sentía demasiada rabia, pues me parecía el colmo que un celular tan bueno como ese me saliera defectuoso, y con un problema tan espantoso. Por si se preguntan por qué no conteste, fue porque me aterraba la idea de pensar en qué me iban a decir al otro lado de la línea. El día de la cita fue, en un principio, un gran alivio, pero cuando se acercaba cada vez más la hora para ir, las llamadas se hacían tan constantes que, 3


al final, una llamada sonaba tras la anterior como si fuera una canción que se repetía y se repetía. Sentía la vibración del celular todo el tiempo mientras caminaba por la calle. Cuando ya estaba lo suficientemente cerca de la oficina, empecé a ver una sombra a mi lado, pero pensé que era por el miedo que me producían las constantes llamadas. Cuando llegué a la oficina, la recepcionista me miró con cara de susto: mi rostro reflejaba terror. Sé que le dije algo a medio grito y medio temblor, ella llamó rápidamente a la persona que me iba a atender. Era un señor de mediana edad, y parecía de ascendencia asiática. No recuerdo su nombre. Me recibió con cordialidad, le mostré el teléfono que no dejó de sonar ni cuando se lo pasé. Él lo apagó, abrió la tapa y quitó la pila para ver el problema de la ranura para insertar la SIM, que era por lo que yo los había contactado. Me acuerdo mucho de la mirada congelada y los ojos aterrados de aquel señor cuando vio algo en el celular que yo ignoraba e ignoro completamente. Cuando le pregunté qué pasaba, el señor se paró de un salto, me miró atónito, y me dijo que iba a hacerme el cambio del celular. Se fue y un rato después volvió con un nuevo celular, junto a la carcasa que le había comprado al otro y un nuevo vidrio templado. Me dijo que olvidara lo que había pasado y que no me preocupara. Esa noche no pude dormir, tenía preguntas, pero, más que todo, fue porque no dejé de ver aquella sombra que me seguía cuando caminaba hacia la oficina. La sombra estaba cerca de mi cama, y sentía que me miraba. Al día siguiente la sombra seguía allí. Sin importar a dónde iba, la sombra siempre me seguía. Pero había otra cosa que me punzaba en el pecho, y era todo lo que había pasado con el celular. No entendí por qué ese señor no me dejó ver el celular después de que hizo aquella cara. Hace unos días oí en las noticias de la chica que fue asesinada en Corea, parte de su cuerpo fue mezclado con los componentes que se usan en los celulares Samsung. Aún hoy no dejo de ver esa sombra. Les escribo esto para que me ayuden. No puedo dormir y estoy desesperada, tal vez si se pudiera encontrar al culpable de la muerte de esta chica la sombra desaparecería. Y sí, yo creo que esta sombra que veo es el espíritu marginado de aquella chica. Gracias por su atención. Atentamente, Ana Martín

¡Es que habrá mucha gente! por juliana paola martínez prieto Ya sabía yo que este día no iba a ser como todos los anteriores. La alarma no sonó, el baño estaba ocupado y ya se habían acabado el último huevo. Aun así, decidí ir hasta allí, pues no podía perder aquella visita tan importante. 4


Llegué al paradero y esperé con ansias y frío el siguiente bus, el que fuera, cualquiera me servía. Vi por el rabillo del ojo que, de la nada, un hombre de baja estatura se paró a mi lado y murmuró: “debería volver a su casa”. Yo simplemente no lo vi, hasta me imaginé que le estaba hablando a alguien más, pero sabía dentro de mí que a esa hora prácticamente nadie iba al paradero a coger un bus. Cuando ya no sentí su presencia, me volteé para mirar por dónde se había ido, miré para todos lados, no había nadie. A lo lejos vi que el bus venía, ya iba tarde, le hice la seña con el dedo para que parara y me subí mientras buscaba en mi bolso la tarjeta para pagar. Aunque el bus iba muy lleno, puse la tarjeta en el lector —escuché aquella voz femenina agradeciendo que yo usara ese servicio tan malo, a decir verdad—, y pasé el torniquete. No había nadie sentado en las sillas, pero, extrañamente, había por lo menos unas diez personas paradas en el bus. Yo me senté en la primera silla que vi. Pasó un rato, mientras miraba por la ventana y, en serio, se me hacía rarísimo que hubiera gente de pie y, además, que todos, a excepción de uno que estaba muy cerca de mí, estuvieran parados al final del bus. Sentí que ese sujeto que estaba cerca de mí cada vez se acercaba más y más, pero intenté ignorarlo y seguí mirando a la ventana. Ya había pasado un rato, y lo que debían ser diez minutos de viaje se habían convertido en una eternidad. Nada de lo que empezaba a ver por la ventana me parecía conocido, así que me acerqué a la cabina del conductor para preguntarle en dónde estábamos. Ya tenía planeado de qué manera iba yo a preguntarle en dónde estábamos y si ya me había pasado o no de donde debía ir, o si tal vez había cogido el bus equivocado, aunque no lo creía porque sabía que cualquiera me servía para llegar hasta allá. Pronuncié la palabra “disculpe”, un poco bajo, pero audible. Con gran rapidez, el conductor volteó su cabeza, yo dirigí los ojos a los suyos, pero no tenía. Realmente no tenía rostro. Con la mano me tapé la boca, y mi cuerpo empezó a alejarse lentamente del conductor, este volteó de nuevo su cabeza hacia adelante. Di contra aquel sujeto que estaba cerca de mi asiento, pero tampoco tenía rostro. Intenté disimular lo más que pude, bajé la cabeza y seguí mi camino hacia atrás, necesitaba llegar a la última puerta, al timbre. Pero había un problema, un montón de estos seres sin cara estaban aglomerados junto a la puerta de salida. De un momento a otro el bus frenó y una chica se subió. Ella, al igual que yo, tenía rostro. Intenté prevenirla, pero ella miraba al piso, y solo levantó la cabeza cuando ya había pasado el torniquete. Primero me miró a mí, y después fijó su vista en aquel ser sin rostro que estaba más cerca. Un grito chillón y un ayúdenme salieron de su boca. Todos aquellos seres empezaron a correr hacia ella. Solo escuchaba gritos. Yo no quería ver, así que miré de nuevo hacia la puerta de salida, estaba sola. Me levanté despacio y empecé a caminar hacia allá, sin dejar de ver el timbre, y sin dejar de escuchar los gritos desgarradores de aquella chica. Cuando llegué a la puerta dejé de oír gritos, me acuclillé en las escaleras en silencio para ver qué pasaba. Pude ver a la chica tirada en 5


el piso, recorrí su cuerpo con la mirada y, en el momento en que llegué a su cabeza, vi que donde debía estar su cara solo se veía el cráneo y el músculo. Le habían arrancado el rostro. El miedo y la adrenalina me dominaron, me paré con rapidez y timbré. Todos al mismo tiempo volvieron sus cabezas y empezaron a caminar hacia mí. Sabían que estaba allí. Pegué la espalda a la puerta mientras mis ojos miraban cómo se acercaban cada vez más. Me mordía la mano para no gritar. Uno de los seres estaba ya tan cerca, que su mano estaba a nada de mi rostro cuando el bus frenó, las puertas se abrieron y caí de cola sobre el piso. Desde allí vi cómo las puertas se cerraron y el bus siguió su camino. Sentí una mano en mi hombro, volteé pegando un grito, era Ana que me miraba con rabia y preocupación. Me mostró el reloj de su muñeca, las seis de la mañana, ya había amanecido y me había perdido de la salida del sol. Me ayudó a pararme. Nos subimos en el carro junto a sus amigos y nos fuimos. En el camino a mi casa les conté lo que me había sucedido, pero solo se rieron. Finalmente dejé de pensar en eso y lo olvidé, hasta llegué a pensar que había sido un sueño o algo así. Una semana después, vi en el periódico que buscaban a una chica desaparecida. Al ver la foto, las manos y el cuerpo me empezaron a temblar, era la chica que se había subido al bus aquella madrugada.

GRUNGE por andrés martínez La mañana del 2 de febrero… Un bus lleno de personas fastidiadas unas de la otras, incomodadas por el olor, el contacto y la dificultad al respirar el poco aire que había. Para poder bajarse debían pasar en medio del bus atestado de gente. Cada uno tenía que empujar forzosamente entre la multitud agolpada en un solo espacio. Cuerpos frotándose en una masa caótica de puro afán y enojo, manos rozándose todo el tiempo. Yo me había subido al bus en el primer paradero, por lo tanto, iba sentado y cómodo. Una señora tenía afán de bajarse, pero la cantidad de gente no le permitía salir. En su trayecto a hacia la salida empujaba, empujaba. Gritaba: “¡Perdón!”, “¡Perdón!”, “¡Perdón!”. Por donde cruzaba se veía la cara de incomodidad, los ánimos iban subiendo, ella apretaba, presionaba, forcejeaba. La empujaban y ella les decía: “¡Es que no dan permiso!”. —¡Es que no hay espacio! —le respondió otra incomodada señora. —¡Coja un taxi si quiere ir cómoda! —gritó otra desde el fondo del bus. —¡NO HAY ESPACIO! —gritó un señor desesperado del calor y un poco asfixiado. —¡No más gente! —gritó otro más cuando el bus se detuvo a recoger a otro pasajero. 6


Todos empezaron a gritar protestando por el abuso al que debían someterse cada mañana. —¡Si siguen gritando no arranco! —gritó el conductor del bus. Estalló una bulla de personas desesperadas que sacudió el bus. Codazos, manotazos, pisotones. —¡Hijueputa! ¡Abusivo! —gritó una señora de avanzada edad sentada en la respectiva silla azul. —¡Eso es culpa del gobierno! —dijo otro veterano, sobreviviente del Bogotazo. —¡Devuélvame la plata que yo me voy a bajar! —le dijo al chofer una señora espichada contra la puerta del bus. El conductor, muy comedidamente, le respondió: “¡No! ¡Usted ya pagó, si se baja pague otro!”. Los ánimos siguieron subiendo. Las puertas no se abrían y el bus no arrancaba. Yo pensé en lo tarde que se estaba haciendo. En ese momento pasó una patrulla de policía. Se detuvo frente al bus. Cuando se bajaron, una de las señoras gritó: “¡Ay no! ¡Ahora llegaron estos!”. Otra, preocupada, y extremadamente fastidiada, le dijo al conductor: “¡Señor, tengo afán! ¡Arranque!”. La policía llegó a la ventana del conductor y le pidió documentos, el otro patrullero le preguntó qué pasaba. —¡Que no se le da la gana de arrancar este hijueputa! —le gritó la venerable anciana desde la silla azul. Y todos la siguieron en una bulla de chiflidos, gritos, madrazos y golpes al techo y a las ventanas del bus. El conductor decidió abrir las puertas, pero la gritería no paró. Pensé, “esto es como un parto en el que el bebé no quiere salir y la mamá quiere que nazca ya, porque no aguanta los dolores. Nadie se baja, nadie se calla y esto no arranca”. —¡Si no se callan me los llevo a todos para la estación! —les gritó el patrullero. Enseguida todos gritaron aún más fuerte y la emprendieron contra el uniformado. “¡Nosotros estamos intentando llegar a trabajar!”. —¡Vayan a buscar ladrones más bien! —gritaron los ocupantes. —¡Cálmense o les juro que me los llevo a todos a la estación! —dijo el patrullero. —¡Cállese hijueputa! ¡Ayude y dígale a ese malparido que arranque! —dijo la venerable anciana de la silla azul. Yo decidí bajarme porque no iba para ningún lado, me abrí paso entre la multitud hasta la puerta de salida. Al bajar del bus sentí el frío de esa mañana y me di cuenta de por qué no se querían bajar. A pesar de la incomodidad, había un deseo sucio de poder decir lo que se piensa, lo que se siente, un desespero crítico, algo por gritar. Era mil veces mejor que el desencanto y la apatía diaria, cuando no pasa nada en el bus un día normal. 7


El calor de las masas por jimmy andrés vanegas 5:30 de la madrugada, densa neblina y frío punzante. Las luces artificiales del entorno se muestran ahogadas. Soy el centro en la bandeja, a mi alrededor se prepara el ritual, muy similar a una procesión. La gente empieza a situarse en sus posiciones, aglomerándose. Han llegado bien adobados, con sus especias puestas. Emanan aromas exóticos. Uno que otro adorno encima, un moñito por aquí, patchouli barato por allá. Parece, por la manera en que se preparan formalmente para el ritual, que cada uno tuviese un rango particular o, al menos, un puesto designado al interior del horno. El calor golpea desde la entrada, comienzan a arder en las puertas del horno caliente que se abre. Las masas llenas de mantequilla salen expulsadas de la bandeja hacia el interior del ardiente artefacto, estrellándose unas contra otras, quemándose con las latas y chillando por la deformación brusca de sus cuerpos. Las masas se estiran, se expanden, se contraen, unas se preparan para reventar. Surge una voz tímida y agazapada del interior de la multitud: “¡Cuidado, con calma por favor!”. “¡Hijueputas salvajes!”, grita la masa más delgada, de harina integral, mientras es sometida y dominada contra una de las barras del interior. Después de todo este éxtasis llega una calma silenciosa, muy similar al hervor de las notas musicales en la Novena Sinfonía de Beethoven. Las masas empiezan a exudar todo su aroma natural, las levaduras a expandirse, los cuerpos a relajarse. Se confortan con el calor producido por la quema de grasas y este efecto provoca que las masas se peguen. —¡Tinnnn! 7:30 a. m. Se ha completado el ciclo de cocción. 8:15 a. m. No se han sacado a tiempo y todos se han quemado. Pero es la tanda más orgullosa porque ahora ninguno es diferente. Todos están llenos de tizne y mal olor.

Sobre el aburrimiento por nicolás reyes parra

Para juzgar a un hombre, no preguntes en qué se ocupa, sino en qué se desocupa.

—Anónimo

Una vida ociosa es una muerte anticipada.

—Goethe

El ser humano está encerrado en una esfera. Lo infinito del sistema. No hay nada más atroz que el hecho de que nosotros sigamos un régimen establecido 8


generaciones atrás. No importa lo que hagamos, siempre vamos a estar atrapados en un movimiento constante. Si salimos, solo encontramos la nada. El aburrimiento es producto de un mar de posibilidades frustradas. No importa lo que hagamos, siempre vamos a estar en la esfera. La única solución es hacer lo que nos toca hacer, mecánicamente. Sin embargo, hasta las máquinas se cansan, necesitan recargar baterías, necesitan mantenimiento. Pero el hombre no tiene ni siquiera esa posibilidad. Salimos de un trabajo a otro trabajo, no salimos al descanso, al ocio, sino que entramos en otra tarea. Lo único que queda es salir de mi esfera. Volvemos a nacer. Le somos indiferentes al tiempo. Sigue su carrera y no le atañe quién siga. Pero salir del sistema por aburrimiento tampoco sirve, porque el ser humano está configurado para permanecer en constante movimiento. Podemos alejarnos de nuestra esfera, pero comenzamos a encerrarnos en un cubo. El tiempo libre es aún más incómodo. Consumimos el trabajo de otro sin dar nada a cambio. Nos vuelve a importar. Hasta el cuerpo se cansa de descansar. Pero ¿qué hacer para no estar en el vaivén del cubo y la esfera? No hay solución, simplemente tenemos que regirnos por la filosofía del sistema: trabaja para tener tiempo para trabajar, para vivir, para existir, para ser alguien. Lo que queda por hacer es creer en esa idea de “Disfruta el trabajo y así no sientes que trabajas”. Lo que hago se volvió mi vida, pero no todas las cosas de mi vida me gustan. El arte puede ser necesario o no, depende a quién se le pregunte. El arte abrió una puerta para sobrellevar mi vida sin aburrimiento. Nos divierte, nos distrae de la desesperación mientras moldeamos la desesperación. Pero, al fin y al cabo, solo sirve para perder el tiempo. Así como tú perdiste el tiempo leyendo este texto.

Tomarse el tiempo por andrés felipe ramírez castillo

¿Cómo saber si la tierra no es más que el infierno de otro planeta?

—Aldoux Huxley

Un ramo de rosas sostenido por una mano que lo aprieta con firmeza. Una baranda de metal brillante sobre la que Juan se puede sentar. Se le nota preocupado, no puede ubicar sus ojos en ningún lado, mueve sus labios, pero no sale ningún sonido, mira su reloj y mira la pantalla LED que dice en rojo B16 P. Terminal 3 min. Al parecer para Juan el tiempo pasa muy lento. Solo faltaba un minuto para que el B16 llegara a la estación de la calle 100. Juan se levantó lentamente, dio media vuelta hacia su izquierda y se dirigió a la puerta más cercana. Puso la mano que sostenía el ramo en su espalda. El momento llegó, todos estaban esperando a que el B16 abriera sus puertas. Una chica salió rápidamente al encuentro con Juan, un choque que se 9


concretó en un gran abrazo. La chica sintió el ramo y se atrasó unos cuantos pasos. Los dos en el abrazo. Fue como si en la estación todos fuéramos Juan. Todos nos alegramos al ver el encuentro. Cualquier lugar de la ciudad, hora pico u hora valle, cualquier momento del día es un espacio idóneo para un cuentero, para quien ama la aventura, para quien se toma su tiempo y es capaz de respirar en medio del caos, así sea en los buses, en las estaciones, en los paraderos, el espacio del afán y las carreras, de los encuentros fortuitos en donde vivo todos los días algo distinto. Soy chismoso por naturaleza. Y lo único que en verdad siento que hago bien es notar lo que pasa a mi alrededor. Se podrán imaginar el placer de estar rodeado de tantas situaciones ocurriendo a la vez, y es que tengo que confesar que en un sitio como estos no me dan ganas de nada más. Me es casi imposible estar cerca de otra persona sin empaparme un poco de su vida, puede ser porque me encantan las historias y las personas. Una noche fría de viernes, a eso de las ocho, se subió una mujer crespa, robusta, un poco descuidada físicamente con una camisa rosa que no dejaba nada a la imaginación, y unas lindas chancletas que apenas podían cubrir sus gigantescos pies. Ya se le notaban los años que dejaron una fuerte marca en ella. —“¡Tontos, inconscientes, vagos, profanos, pecadores!”, no paraba de gritar, con su voz nasal, ronca y forzada. Hacía un recuento de lo mal que estábamos. —“¡No quiero monedas! ¡Quiero que se cuiden y dejen de culiar tanto, ya somos muchos y ustedes son bien huevones criando a los quince!”. Todos intentaban ignorarla, pero era imposible no verla, no escuchar sus gritos sobre disminuir las masas y ayudar al mundo. ¿Dónde?, ¿dónde si no en un sitio de estos podemos encontrar un personaje tan valiente?, ¿tan decidido?, y en verdad que se necesita una muy buena presencia para regañar a tantas personas y que ninguna de ellas quiera objetar. Pero no crean que solo se trata de gente que intenta cambiar el mundo con sus regaños, no. Es más que eso, es algo variado donde encontramos de todo. Como la pareja que se no se permitió dormir: Un hombre de unos cuarenta años, con los ojos a punto de caer, recostado en uno de esos tubos amarillos. Tiene una maleta azul, abierta en su pecho, no tan grande pero esconde un habitante con grandes ojos, la lengua fuera del hocico y una mancha café en el pelaje color trigo. Su ridículo tamaño le permite estar en aquella maleta. Ambos se encuentran al final de lo que parece haber sido un día bastante largo. En la maleta azul se escuchan los intentos de un ladrido. Cada que lo acaricia cierra un poco los ojos e inclina la cabeza a la derecha, dejándola caer. Sin duda, una de las mejores parejas que pude haber visto esa noche. Pero las parejas no solo llegan a este lugar. También se crean en él. Sin importar la edad, creo que todos, en algún momento, hemos sufrido de eso que llaman “amor a primera vista”. Claro está que no todos tenemos el valor 10


para acercarnos a esa persona que nos encantó y que sentimos que nos mira fijamente, pero existe quien se arriesga. En el trancón de la novena, entre la 95 y la 100, a las 7:30 de la mañana, la mayoría ya va tarde. Un hombre se encuentra cogido de una de las barandas amarillas, con su gorra plana café que esconde parte de su cabello canoso, tiene además un abundante bigote del que está orgulloso y toda su ropa es de un tono tierra algo oscuro. A su derecha, sentada, una señora más joven, con un chal rosa y un pequeño bolso negro en el regazo, con el cabello recogido por una moña, gira su cabeza a la izquierda mirando hacia el hombre: —¡Ay! Ya qué, ya igual llegué tarde. —Sí, mi señora, es mejor ya no apurarnos. —No… igual tengo que llegar pronto. —¿Para qué?, mejor vámonos que ya no llegamos. —La miraba y el bigote dejaban ver una sonrisa algo pícara. —¡Ja, ja! Ya quisiera. Pero ya casi tengo que llegar. —Sí… pero solo por eso —dijo con la ceja levantada y escondiendo su proposición. Claro está que arriesgarse no implica el éxito, pero el intento es lo que vale. Y es que, como he dicho antes, este es el lugar en el que puede pasar de todo. Un lugar para trasmitir tu misión, para descansar un poco, para encontrar el amor. Hay quien dice que es un lugar horrible. Un lugar propicio para la pelea, y no niego que las personas que lo frecuentamos estamos casi siempre de mal humor, pero para mí es un sitio cercano a la fantasía, al delirio, al juego, a la libertad que propone Eduardo Galeano en su poema La utopía: un lugar donde se castiga “el delito de estupidez/que cometen quienes viven por tener o por ganar/en vez de vivir por vivir no más”. Mi celular suena todas las mañanas a eso de las 4:40 a. m. haciendo un ruido insoportable que me despierta asustado. Luego tomo un baño tranquilo y el café con leche de todas las mañanas. Aún no sale el sol y caminar a la estación viene siendo uno de los momentos más tranquilos del día. Solo unas cuadras antes de llegar a la estación me encuentro con la señora de la esquina que parece que se despertara más temprano que cualquiera para hacer la masa de sus deliciosas arepas. Unos cuantos pasos más cerca a la estación y ya puedo ver los carros pasar por la avenida. Es en ese momento cuando comienzo a pedir para que el bus no pase antes de que yo llegue. El chico que siempre me pide que le venda un pasaje en la mañana no está, y me pregunto qué pasará con él. Quizá salió más temprano o puede que se le hiciera tarde. Por fin para un bus. La entrada no es lo suficientemente grande para todos nosotros y los que ya están dentro no es que ayuden mucho. Hombro con espalda, cara contra el vidrio, algunos tuvieron que quedarse, pero ya estoy dentro. El SITP está tan lleno que el calor de los otros me calienta las manos. Pocos se bajan, muchos entran, veo algunas de las caras que me rodean, las que puedo, pues muchos me dan la espalda, avanzo poco a poco con mi 11


maleta en la mano para no ocupar tanto espacio y atravesar el pasillo de espaldas. Miro los puestos con la esperanza de sentarme, pero no soy iluso y prefiero seguir a un lugar más despejado. Ya vamos por la calle 75 con 30 y la multitud disminuye. Las personas le bajan dos decibeles a sus gritos de protesta por el trancón, muchos alegan ir tarde. Ya en la 110 con novena por fin la gente parece no estar molesta con el conductor, solo me quedan unas cuantas paradas. Veo caras conocidas y juego a adivinar quién se baja conmigo. La mayoría tiene el uniforme característico que usan los de alguna ciencia de la salud, así que con ellos no es muy divertido adivinar. Esta ya es mi parada, pero el bus para un poco antes de lo debido, antes del semáforo de la 134. Dos minutos muy lentos, vuelvo a hacer mi conteo y por fin se abren las puertas. Doy las gracias desde la puerta de atrás y, al tocar el suelo, doy un respiro y miro como se va el SITP. Es que la vida no se debe suspender, tenemos que vivir en todas partes, incluso ahí. Me pregunto por qué nos ponemos tan serios. Yo creo, como Galeano, que la solemnidad no es una virtud y que nadie tiene por qué tomar en serio al que no sea capaz de tomarse el pelo. Me pregunto por qué no delirar por un ratito en un SITP. Cualquier lugar es un lugar mágico, de encuentros fortuitos, una delicia para quien escucha y ve todo, porque, como nos dice George Orwell: “los hombres solo pueden ser felices cuando no asumen que el objetivo de la vida es la felicidad”. Podemos ir de afán, pero vivimos… “como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega”.

por mario andrés álvarez martín Aquí, allá Bordes negros mi mente se enfría con tu grandeza Luces tétricas alumbran mi tiempo existencia en el espacio Desaparecen destellos No veo nada Estoy acercándome al vacío La oscuridad se fue El resplandor también Horas materiales En los mundos de mi ser Recuerdo Tiene de todo 12


Cabro Perdido del rebaño imagino ser pastor con tantas lanas El pastor aulló Afecto Me rasca el orgullo Está mutando entre mis conocidos Mis amigos vomitan ego Ya no los conozco Mamba Rasga el ojo del eclipse Caza almas con la lengua Pide limosna a los pobres Ríe doble y sin nombre Marcha Soy camino en el segundo del ahora tengo la libertad de los años Mañana: estoy en el alba de mi existencia Medio día: la sangre tibia a cada paso Tarde: mis pasos tallan mi piel Noche: lamento mis pisadas Madrugada: estoy sobre el suelo Tirano ubicuo Cállate voz Hablas por mí Estás en mi mente Apagas mi presencia ¿estás hablando tú o yo? Tú guardas mi esencia ¿Quién soy? Tú sabes de dónde vengo ¿Por qué lo escondes? Las respuestas ya las tienes Aún no las entiendo 13


¿Cómo definirte? Controlas mis pasos, estás más en mí que yo en mi forma ¿A dónde vamos? Ya lo planeaste susurro: me vas a olvidar Me someterás Duérmete aullido En los sueños Yo soy el inconsciente

Falsedades de poder Cobarde líder autoproclamado Pone el pie izquierdo para encontrar el mundo el peso de la gravedad lo obliga a poner el pie derecho Lucha contra su ídolo eres tu eterno enemigo Tus teorías, tu impericia La dialéctica te desdeña Bobino tienes poder en tu parcela Fuera de ella está el matadero Tienes una definición para todo, eres gota precipitada desde el sol Quieres ser fuego eres tus fluidos gástricos Vas al calor del fuego No, de la mierda O El pensamiento fue primero Su verbo se hizo carne La carne vida La vida lugar en el espacio El espacio se convirtió en ciclo El ciclo pensó

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Sombra heredada Soy reflejo de mi sangre me conocen por ser el menor de la casta una penumbra refractada que no capta luz El espejo quiere olvidarse del real La delineada oscuridad sangra La reverberación es irreal ¿entonces la sombra es luz? El contrario se somete a la presencia El tiempo lo crea mimo La sombra se pierde Entre el vacío de lo real

Pernicioso El aroma de las masas hiere mi pupila Salen venas en mis ideas Forman tumores rugientes Se muerden mis dientes, se escurren y escupen partes de hueso El cuello se tuerce, los músculos se contraen Las uñas se cortan Convulsiono entre mi raza se contradicen mis valores y razones puedo ver más allá del prójimo grita mi ser, sacude la simpatía se unen mis negativos, crean indiferencia

*Bitácora a propósito de un proyecto sobre el negro del cielo a través de la fotografía.

Yo metal por paola sofía rodríguez sanz Frío. Viento, lluvia, metal… Frío… ¿Yo?, frío. Demasiado frío. Vacío… también estoy vacío, soy uniforme, no significo nada, no sirvo para nada. De repente, calor… Unas manos me cortan en partes iguales. Ya no soy frío, ahora soy frío. 15


Pero, abruptamente, algo pasa conmigo, ya no estoy vacío. Líneas me atraviesan de lado a lado, parecen danzar sobre mí, seguidas de algo que reemplaza al aire. Nado, estoy nadando, todo toma un color verdoso, y veo muchas burbujas salir flotando. Luego me doy cuenta de que estas burbujas salen de mí, salen de las líneas que hace solo un rato bailaban. Dolor… El líquido me lastima, pero resisto el dolor que siento, solo para poder ver las maravillosas burbujas flotar entre el verdor que me rodea. Verde, el dolor es verde. Alejado de mi atmósfera verde, desaparece el sufrimiento, junto con las fantásticas burbujas (aguantaría todo el verde del mundo solo por verlas otra vez). Pero mi calma no dura mucho. Me consume el miedo, estoy rodeado de negro en tal cantidad que ya no recuerdo si yo era frío o negro. Negro, el miedo es negro. Luego, algo suave y un poco peludo se restriega contra mi negrura, como un gato pidiendo comida. Y paulatinamente me despoja del miedo, pero no por completo… Las líneas danzantes ahora son huecos, y el miedo ha quedado atrapado en ellos. No puede salir, no quiere salir. Yo solo observo, inmóvil, lo que me ocurre. No puedo sacar el miedo de mis huecos, y temo que se multiplique y me sumerja en él otra vez. Pido ayuda, pero parece que nadie escucha. Justo antes de perder la calma siento cómo se presiona contra mí un ser suave, tan flexible que llega hasta lo más profundo de mis líneas y obliga al miedo a salir. Este ser blanquecino es tan perfecto, tan opuesto a mí. Mi miedo ha quedado impregnado en su superficie. Pero, al observar detenidamente, veo un hermoso paisaje, uno que jamás habría podido hacer por más que quisiera. Me doy cuenta de que si los elementos son los adecuados, de los miedos puede brotar algo hermoso.

Crónica gráfica de un suceso caótico por andrés martínez Los hechos ocurrieron en la calle 19 con carrera décima, en el barrio Boceto. Dos dibujos que vivían en unión libre caminaban a altas horas de la noche cuando fueron abordados por un dibujo kolino que quería monedas para comprar grafito. Los dos dibujos se negaron y empezó la riña que dejó tres heridos y un dibujo muerto. Conjunto de trazos previos, no definitivos. En la representación de la escena del crimen nos indican que fue un acto despiadado. Garabato arremetió contra la mujer de Trazo con una barra cargada de carboncillo de alto calibre; el dibujo kolino, sin ningún escrúpulo, la difuminó. Las imágenes fueron dibujadas por un solo testigo que asegura que en ese momento dos sujetos conocidos como alias Tachón y el Borrón se acercaron 16


para apoyar a Garabato y quitarle líneas de valor a Trazo, no sin antes untarlo de carboncillo de alto calibre también. La pareja tendida en el suelo dejó una densa mancha difuminada que fue captada por el testigo que avisó a las autoridades. Luego de lograr su cometido, los tres dibujos kolinos se pelearon las pertenencias de Trazo y en el forcejeo Garabato difuminó a Tachón. El Borrón, lleno de ira, le quitó la barra a Garabato y lo untó de tal forma que lo hizo desaparecer, tachándolo en un instante. A esta hora se recuperan Trazo y su mujer en un taller del barrio Sketch. Perdieron mucho volumen, pero su diagnóstico es bueno; han recibido retoques y no hubo una sucesión de puntos faltantes que los borrara. Se desconoce el paradero del Tachón.

Los dos por natalia garcía vanegas Arriba en la cúpula azul, sobre y debajo de la superficie, entre montañas y dentro de nosotros Él-la un solo ser inmersos los dos, sumergidos vueltos nubes, esculpidos en tierra y verde, nadan entre corales, agua salada animales extraños viajan debajo de nuestra piel, invisible abrumante desbordante insaciable exuberante inagotable

Infinitos los dos, vestidos de e s t r e l l a s. 17


Bailan con el viento Pétalos rocas hierba hojas piedras preciosas nieve cimas siluetas TIERRA Unidos en un mismo papel, a través de una punta plateada, trazos que succionan el negro sobre el papel, sobre una superficie metálica. No solo los une el papel, están conectados desde un principio remoto… Nacen, florecen, bailan con el viento, ruedan, se esconden, se humedecen, succionan, se esconden, se abren, se encojen, se marchitan, se caen, forman capas y capas terrestres a través de las cuales van E X T E N D I É N D O se.

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El hombre del sillón de terciopelo verde y yo por manuelita bocanegra Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre.

—Continuidad de los parques

Julio Cortázar

¿Qué mejor forma de morir que leer una novela? Me hundo con comodidad en mi cama, lista para perecer. Renacer en una historia. No hay mejor verdugo que Julio Cortázar. Opino humildemente. Un cuento corto que me subyuga. Personajes que me intrigan. Como este hombre solitario sentado en el sillón de terciopelo verde, lo sabe. Me entiende. Aislarse de la vida en las hojas de un libro. En la continuidad de los parques. Imponente y recluido frente a su ventanal, se dispone. Me ignora. Ignora a todos. Solo pude ver a los personajes arremeter en un encuentro de pasión no física. Quizá solo un poco. Son amantes. Son pecado. Y los observamos en esa cabaña, en el monte. Más suave que lo suave ella besa la herida del joven amante. A ti no te besan así, ¿no? Él la detiene, no vino por un acto carnal. Esta aquí por amor. Tan profundo que ni fundirse entre sí es suficiente. Tan fuerte y demente, en busca de libertad. Deberías aprender del amor joven. Sus ojos no están cegados por el cariño. Ellos saben que les sobra alguien. El puñal contra el pecho lo demuestra. Me siento emocionada. Miro al hombre serio en el sillón. ¿No es suficiente pasión para ti? Va a caer sangre de un opresor. Va a haber una independencia esta tarde. Y la vamos a presenciar. El homicidio quizás es demasiado. Se puede decir que solo son inocentes juzgados por amar. El joven amante tan decidido a terminar con ese metiche, con esa piedra en el camino. Ella asustada y sumisa, con sus largas pestañas, no piensa dar marcha atrás. Y se acercan. Sus pieles se tocan, su respiración se mezcla, el olor a hormonas. No se miran ya. Lo saben, saben que es la hora. Joven amante, en su cabeza solo ocurre la idea de aniquilar. Yo sé que piensa en ella, en usted, en ustedes. Ya la oyó. Crucé la Alameda. No hay fieras que se atraviesen, ni servidumbre que le pare. No se detiene a pensarlo. Ni una bala detendría sus piernas. Busca en la casa, en la sala azul, en la galería. Siento que algo se acerca. Es el tifón en su corazón que bombea sangre, emoción, adrenalina. Detente. No seas como la chica de la canción de Andrés Calamaro. El puñal brilla como la pasión en sus ojos. Después de dos puertas me tiemblan las manos, me suda el cuello y se me seca la boca. ¿Va en serio?¿Pero qué haces? 19


El ventanal dibuja una silueta, no siento su respiración. El joven toma el utensilio, libera su amor como la guillotina a Francia. Ese hombre no ha hecho nada. Nada más que aprisionar a su amada. El respaldo suave, las últimas páginas de la novela. ¡Vuélvete, vuélvete, defiéndete o huye! Pero el hombre parece resignado al final de su novela. Él lo sabía, siempre lo supo. Así se muere en una novela.

Yo solo creo en mis pies para poder andar por camilo molina cárdenas Sí volviera a nacer quisiera ser Andy Warhol, pero para poder pintar con Basquiat. El día que conocí a Jean Michel volvía rápidamente a casa en una carrera afanada contra el día. En el camino tuve tiempo de pensar que Basquiat era dueño de su destino, la oveja negra del rebaño, caminando siempre en distintas direcciones. Lo noté porque hay cosas que pueden parecer ingenuas o inocentes, pero a la luz revelan siempre grandes verdades, se sacuden de las pretensiones y permanecen inmaculadas ante los ojos de quien logra verlas. Así es su obra. Aquel día me sentía particularmente cercano a Samo, así se le conocía a Jean Michel. Por mi cabeza corrían preguntas acerca de su obra, pero llegaban tan rápido que no me daban espacio para nada. De repente, la voz de un niño pequeño me sacó de la mente, era mi primito: “¿por qué te haces tantos tatuajes?”. Apreté los labios, era una pregunta complicada, me agaché a su altura, lo miré a los ojos, puse mi mano en su hombro y le dije cariñosamente: “porque puedo Tomasito, porque tengo la capacidad, porque estoy vivo y me siento así, de esta manera”. Como en aquella entrevista (no tan inocente), en la que Marc Miller trataba de hacer un análisis de la obra de Basquiat y le preguntaba sobre sus decisiones en pintura. Jean Michel había escrito “parasites” en un cuadro: Marc: “Parasites? and mmm... Why do you…? So parasites meaning people?” Y Jean Michel, con su pinta descuidada y el pelo desordenado: “No, parasites meaning parasites”. Marc: “So why you wanna do anatomy stuffs?” Y Jean Michel, con una sonrisa medio inocente, medio burlona: “Because i felt like it”. Para las preguntas complicadas las mejores respuestas son las sencillas, sin adornos ni artificios. La obra de Jean Michel es un cúmulo de energía liberada en pintura. Espíritu indomable, consiente de sus pasos, que rechaza la jerarquía y abraza la valentía para explorar el mundo que habita. Porque se puede, por estar vivo. 20


por paola sofía rodríguez sanz SNOW PIECE Think that snow is falling Think that snow is falling everywhere all the time. When you talk with a person, think that snow is falling between you and on the person. Stop conversing when you think the person is covered by snow. —Grapefruit Yoko Ono Cuando las palabras que escuchamos cotidianamente son usadas en un orden antes inexplorado las sentimos como enemigas y nos negamos a entenderlas, nos parecen vacías, inimaginables y escurridizas. Palabras, frases y oraciones que dejan al pensamiento en una especie de limbo, hasta el punto en que no se sabe qué imagen asignarle a eso que se escucha, pero cuando se logra, se abren múltiples puertas a mundos y conocimientos que el lenguaje “ordinario” no suele permitir. Imagina un gran espacio emancipado de toda productividad. Un sol de crayola. Individuos con tiempo en una mano, tiempo en la otra, tiempo en el tiempo. Un mini universo en el que las corbatas, carpetas y tacones han sido abandonados al entrar. Una pausa de la cotidianidad. Instruction Pieces, de Yoko Ono, es una colección de poemas que llena de preguntas la cabeza de quien los lee. Cada poema y escrito propone unos pasos a seguir y ciertas pautas, por eso es fácil relacionar esta obra con El experimento Baudouin/Boudewijn Experiment, de Carsten Höller, en el que se neutraliza el contexto de quienes participan a la vez que son limitados a cierto espacio/tiempo. Pero, a pesar de tener esto en común, las obras de Ono y Höller tienen un espacio en blanco que podría separarlas: en El experimento Baudouin es evidente e incuestionable la necesidad de los espectadores/participantes, sin los que simplemente no existiría obra alguna, pero ¿esto es así de claro en el caso de Instruction Pieces de Yoko Ono? Imagina una hoja de papel con letras en ella. Tú al frente, y nadie más. Sabes qué dice, lees la tinta. Ahora estás muy lejos, no ves el papel, ¿acaso importa si hay algo escrito o no? Lo primero que me dispongo a hacer, para responder a la pregunta de si es importante lo que haga el espectador con las instrucciones de Yoko Ono, es buscar textos y artistas que expresen el lenguaje de forma similar (a Ono) e investigar qué sucede con el espectador que lee dichos textos. 21


THINKING PIECE Go to a bohemian park. Spin three times around a parrot. Sit beside a bench. Think about the meaning of life. (Apropiación de “Tunafish Sandwich” de Yoko Ono) El primer texto que vino a mi mente fue “El idioma analítico de John Wilkins”, de Jorge Luis Borges, específicamente cuando hace referencia al “Emporio celestial de conocimientos benévolos”. La forma en la que usa las palabras despierta en el lector una sensación parecida a los poemas de Ono. Por un lado, un sentimiento de satisfacción, algo burlesco y, por otro lado, un desconcierto (como bien afirma Michel Foucault en Las palabras y las cosas), ya que nuestro imaginario no puede adjudicar de inmediato una imagen a las palabras. Así que, partiendo del texto de Borges, empecé a buscar qué reacción había causado en sus lectores, y fue así como me encontré con la pieza base para los párrafos venideros. Imagina un groler comiendo su fret favorito. Los frets son del color del nim. El nim solo se ve cuando es época de Holl. Imagina. En el prefacio de Las palabras y las cosas Michel Foucault habla sobre el texto de Borges. Foucault menciona haber obtenido inspiración para escribir al leer el “Emporio celestial de los conocimientos benévolos”, texto que, según Foucault, nos muestra que el encanto del pensamiento de Borges es el límite del nuestro, ya que se nos hace imposible pensar en esto. Viéndolo así, cómo de un texto de un autor se desborda tanto la imaginación en respuesta a otro autor, empiezo a pensar que el espectador y/o público es fundamental para la obra de Yoko Ono, por lo siguiente: 1) Si su interés fuera solo comunicar su forma de ver el mundo, hay formas más asertivas de hacerlo, que no implican en ningún momento dar instrucciones. Como un ejemplo podemos observar Funk Lessons, de Adrian Piper, quien no le da instrucciones a seguir a su público/bailarines. 2) El hecho de que sean instrucciones y preguntas hace evidente la participación de un lector/espectador (en relación directa con el experimento de Carsten Höller). Y, por último, 3) Pienso que Ono busca que estas instrucciones sean asequibles a sus lectores (ya que fácilmente se pueden comprar sus libros) para así obtener el carácter de participación y que sus instrucciones sean seguidas.

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THE ENDING PIECE Imagine all the letters becoming ink. Imagine all the letters becoming ink and drowning the white paper. Read the paper with the ink falling down. Stop reading when you think the ink is all gone. (Apropiación de “Snow Piece” de Yoko Ono)

La resonancia de lo invisible por maría alejandra parra caballero La fachada gris y la pancarta que cuelga. Se anuncia una nueva exposición: El espacio del lugar. El lugar del espacio, por Nicolás Consuegra. La puerta está cerrada. Timbro. Me recibe una mujer, miro de reojo la marquilla bordada sobre su chaqueta donde aparece su apellido; así se suele identificar a un vigilante que, aun con apellido, parece permanecer en el anonimato, y el silencio que hace parte del ritual de ingresar a la galería. Entro en la construcción del Museo de arte de la Universidad Nacional, dentro de la construcción de NC- Arte. Hay elementos propios de un museo: la iluminación, los muros y las columnas blancas, las baldosas color hueso con pequeñas manchas que parecen gravilla, la madera, las ventanas, los pasillos. Todos reproducidos a escala real. Por medio de estos elementos Nicolás Consuegra quiere plantear una relación entre esos dos espacios: la galería y el Museo de la Universidad Nacional; dos espacios que convocan a instalar en un espacio específico. Camino. En algunas partes el piso cruje. En el recorrido surgen preguntas sobre qué es el espacio, cómo se convive dentro de él y tomo decisiones que tienen que ver directamente con la experiencia de estar dentro de este espacio, como pensar si cruzar al otro lado o tocar determinada superficie es lo adecuado. Entonces aparece el factor de la incomodidad; la posibilidad de atravesar o no los espacios. Efecto, tal vez, de nuevas alteraciones; las diagonales, los pasillos estrechos, producto de la composición de dos espacios entrelazados, superpuestos. Pienso en el efecto que produce uno mismo al estar dentro de ese espacio, recorriéndolo, observándolo. También pienso en la vigilante, en su presencia en el espacio, sus movimientos resonando en el lugar y el significado de estar allí cumpliendo una función específica. Entonces interpreto el hecho de contemplar los espacios donde suele estar una obra —el museo o la galería— presentados en un contexto distinto que sugiere cuestionar el espacio del lugar y el lugar del espacio. 23


Contemplo al vigilante dentro de un museo o una galería, pero ya no desde su función, sino desde la convivencia con la obra, con el lugar y con el espectador. Observo al espectador, que también puede ser contemplado a medida que interviene en el espacio. Tomo asiento y, de repente, algo imprevisto: la vigilante brinca sobre el pequeño muro que impide el paso a la zona que también hace parte del museo construido, el baño; un espacio que, en un principio, pensaba como sagrado, por llamarlo de esa forma solo por el hecho de que hace parte del espacio y, por ende, de la obra. Y se da cuenta uno de que cuando actos cotidianos entran en contacto con la obra se produce algo tan potente que resuena lo invisible, una mezcla de nuevos significados y nuevas interpretaciones.

reseña El espacio del lugar. El lugar del espacio Exposición de Nicolás Consuegra en NC arte por paola sofía rodríguez sanz Al entrar en la galería, me di cuenta de que el espacio que conocía no era el mismo, su estructura había sido modificada y era difícil de recorrer, era como si un glitch hubiera ocurrido en el mundo físico. Transité aquel espacio extraño con la vista y me fui acercando poco a poco, con desconfianza, con miedo a que se derrumbara. Por instantes tuve que agacharme y caminar con la frente al nivel de las caderas para poder atravesar el espacio, y una vez del otro lado encontré la nada: otra esquina sobrepuesta a la estructura de la galería me hacía frente. Desconcertaba. ¿Era esta exposición sobre la nada?, ¿sobre la arquitectura?, ¿sobre espacios blanquecinos que conducen a espacios blanquecinos? El sonido de un clarinete rompió el hilo de mi pensamiento y llenó por completo el espacio, y luego una melódica voz hizo eco en cada esquina blanca, cada estructura incomprendida, en cada camino sin salida. Estos dos personajes estaban creando algo parecido a un juego de mesa, giraban un dado y se dirigían a la casilla que este les indicara, luego realizaban una acción que dependía (otra vez) del azar del dado. Después de unos cuantos recorridos acompañados de notas musicales y palabras algo confusas, supe que la partida llegaba a su fin. Un tercer personaje retiraba las casillas del juego, escondiéndolas entre el glitch que era el espacio, achicando el tablero. Sin casillas a donde ir, y al lanzar tres veces el dado, los dos primeros personajes buscaban asiento entre los que los mirábamos, y se quedaban allí como si nunca hubieran estado de pie en primer lugar. 24


Hubo un momento de quietud, ni el clarinete ni la voz se movían ni cantaban, no giraban los dados, la acción era tan blanca y quieta como las paredes y las esquinas. En ese momento me pregunté si algo más pasaría, si se moverían de nuevo, pero nada sucedió, así que decidí hacer mi propio movimiento y corrí hacia una de las casillas que seguía en el lugar… Al leer las instrucciones que tenían los personajes en esa casilla, me di cuenta de que el azar era más protagónico de lo que yo creía, no solo estaba presente en los dados que giraban, sino que todo lo que había experimentado era hecho sobre la marcha: pensamientos aleatorios, preguntas abiertas, melodías de la conciencia. Improvisación.

Estado de shock por linna juanita alzate castillo Un hacha, ¡3, 2, 1! Lo corta. No hay primeros planos, ante la audiencia se revela el momento preciso en que el filo del hacha desprende las coyunturas de las falanges. Sobre un mástil orgánico, se erigía el monumento de la materialidad de la carne. Un pequeño fragmento, un dedo. Un grito inconsciente surge en la sala entre el público que mira, mira la barbarie y no lo cree. No traga la idea de la sangre que emanaba, antagónica ella, fluido espeso y aromático que pugnaba por abalanzarse sobre los cuerpos níveos, hieráticos, de las paredes que aguardaban tras bambalinas su aparición en escena. Clama “¡Colombia!”, un acto evidentemente político, y aparece una tipografía de fondo, “FARC”, que se atiborra de intervenciones rojas, rápidas, enfurecidas. Un gesto como la mayoría de los conflictos aquí, violento. Y como este es un lugar en el que la masacre está a la orden del día, en los árboles del monte o debajo del sombrero de algún campesino, dentro de las gordas, pero hambrientas barrigas oligarcas, o en el fragmento sin vello de la ceja de algún maleante citadino. No es complicado hacer una crítica “revolucionaria” que incluya el shock de una película thriller. Y Pierre Pinoncelli nos ofrece un espectáculo, voyerismo frustrado por no poder ser el salvavidas para Ingrid Betancourt. Quiere entregarle a Colombia parte de un dedo meñique bañado en formol. Y así conmociona a la audiencia en el V Festival de Performance de Cali. ¿Qué gana él haciéndole un insulto a la vida? Voluntarioso, muestra su fortaleza, toma a un país enajenado para vivificarlo mediante la proeza del cuerpo. Así dice el performance, un acto in situ cuyo transmisor es el cuerpo, la máquina, el soplo. Los mensajes diversos sublevan con fuerza y sutileza. Pero aquí no hay sutileza. Y los gestos que necesita Colombia son otros. 25


Suave rigidez (autoentrevista) por natalia garcía vanegas ¿Que el tejido se vaya deshaciendo equivale a que se dañó? No, al contrario, ¡se arregló! ¿Por qué se arregló? Se suele creer que para arreglar algo se debe coser, vendar, unir, en otras palabras… que no quede a la vista aquello que está dañado, que no quede el roto del pantalón que el niño rompió jugando fútbol en el colegio porque qué oso, que se le ponga una curita a la cortada en el dedo porque se puede infectar, que el hijo no se vaya (“escape”) de la casa porque el “hogar” puede destruirse. Me doy cuenta de que soltar (deshilachar) ese hueco, herida, escape, es el inicio del mejor arreglo. Me puse en la tarea de deshacer un cordón hasta llegar a su, tal vez, punto mínimo de materia y a una forma totalmente admirable para mis ojos. Al acercarme pude sentir su textura suave y esponjosa sin necesidad de tocarla, me pareció un cumulonimbo alargado, como al estirar un chicle (después de masticado) hasta su punto máximo de elongación. Entonces el cordón destejido y deshilachado es una metáfora de las dificultades: pueden ser cosidas, vendadas y unidas, o ser arregladas, al soltarlas. ¿Para qué tan largos los cordones deshilachados? Para dar sensación de cortina y que el espectador la atraviese, como esas que ponen en los bares o restaurantes caribeños, que no son un tejido sino tiras largas consecutivas de esferas plásticas de varios colores, conchas, piedritas, chaquiras, etc. ¿Y por qué ser atravesada? Porque mi obra en general está pensada para que el espectador pierda ese tabú de No tocar que aún existe en el arte, pero también en relación con la creencia de Dios como intocable. Se cree que Dios no se puede sentir, que está más allá de Plutón, lejos, inalcanzable, tal vez porque la misma Biblia habla del Reino de los cielos y que Dios habita en los lugares celestiales, pero al mismo tiempo dice que es omnipresente y, así como Dios habita los cielos, habita cada lugar al que se le permita entrar, cada fibra. ¿Por eso el título Suave rigidez? La rigidez es rígida y punto, y la suavidad es suave y punto. La rigidez no puede ser suave porque dejaría de ser rigidez y pasaría a ser suavidad. Es la paradoja de que lo intocable es tocable y lo rígido es suave, de que lo que se cree como realidad es, en verdad, una apariencia. 26


La vida el arte, el arte la vida por idamo andrés correal ramírez “El arte es de acá hasta el poste”, me dijo Diego Ramírez o, como le dicen los panas: “Gato”. Esa tarde de jueves estábamos frente al Éxito de la calle 134 con décima, crepúsculo naranja veteado de rosa, violeta, y amarillo cadmio, por allá en ese punto cardinal donde el sol prefiere arruncharse. Gato, con seis latas de Budweiser en el estómago, hígado, y vejiga. Alrededor estaban dos personas de Diseño Industrial (creo) con media cajita de ron de marca pajarito, guaro (según pude oler), y pongámosle dos polas, por si las dudas. Yaví Leal también estaba con seis latas de Budweiser en el estómago, hígado, y vejiga, y yo había bebido como lata y media de Budweiser y comido media torta de vainilla de tres mil pesos del Éxito. Gato usó esa frase como argumento para dejarle claro a las dos personas de Diseño que, uno como artista, en todo momento es artista y, como artista, tiene la capacidad de admirar todos los detalles de la vida, ser sensible. Así como dijo mi profesor de taller de proyectos: “Uno como artista debe ser sensible, porque ¡en todo hay arte! Desde que uno se levanta hasta que se duerme”. En las gotitas de rocío que la madrugada deja en las hojas de pasto, la preciosidad de los tapices de los buses más viejos, el movimiento de la respiración abdominal en una mujer, las historias que guardan un par de botas viejas, la belleza de una mancha de moho que se propaga hacia lo ancho y corre desde el techo hasta el suelo de un apartamento en el centro de Bogotá. “Uno ve belleza en todo. Que la hoja del árbol que se cae, y esa misma hoja es arrastrada por el viento cuando el árbol choca contra el piso, y esa hoja cae junto a una mariposa muerta… Uno empieza a apreciar todas las cosas así”, dice el profesor Jorge Pachón. Acá se habla de todo para hacer trabajos plásticos, crear dimensiones, “siempre se está pensando en arte”, dice alguien en esa charla con los estudiantes de diseño, “usamos la experiencia que conseguimos al vivir”. Profesora: Más que el trabajo, a mí me llamó la atención el cómo lo presentas. Es como un performance. Idamo: ¿Eh? Bueno, sí. Pero… pero ¿cómo así? ¿Dónde viste el performance? Profesora: En que eres relajado, cómico, que no importa la postura, olvidas las cosas, te recuestas en la pared. Es como un estilo. Algo-algo muy punk. Idamo: ¡Ah! Bueno… Es que a mí me gusta presentar las cosas tal cual como soy. Más que trabajar la obra, la vivo. Profesora: ¿Sabes? Eso me interesa. El no encontrar diferencia entre vida y arte. El día de esa presentación, cuando la profesora dijo: “El no encontrar diferencia entre vida y arte”, me quedé pensando en muchas cosas, vi hacia 27


mi pasado, y es verdad. Estuve viviendo arte y lo entendí solo de una forma: vida. Algo que se aproxima a esa relación entre arte y vida es el constante performance que practico cuando decido ponerme una pinta. Quiero ir a comprar pan: Bien rapado, me pongo mi chompa, dejo descubierto el pecho con el esqueleto de “¡Firmes!” que hice con una camisa escolar reciclada, me ajusto las botas negras de cordones amarillos, meto la bota del pantalón entre cada bota, guantes, boina, gafas negras redondas. Y estoy listo para salir. Doy cada paso como un Moisés entre la urbe. Todos prefieren apartarse antes de entrar en contacto con un calvo. Las miradas son fijas, preocupadas, a veces retadoras, pero siempre prevenidas, ignorantes. No los culpo. “¡Hace UN solazo!” Me siento en un andén y todo bien. En las cercanías se ve la figura de un hombre. La vida no lo ha tratado tan bien. Un hombre blanco, con camisa de rayas verticales terracotas y blancas un poco desteñida, vaqueros, zapatillas negras simples, y con cicatrices en la cara: “ROJO ES VIOLENTO, NARANJA AGRESIVO, BLANCO ES FASCISTA. ¡¿QUÉ SIGNIFICAN LOS CORDONES AMARILLOS?!”, ladró el street punk. Al instante miro hacia donde vienen los gritos y pregunto a un par de chicas/señoras vendedoras de artesanías callejeras: “¿A qué se refiere?”. Ellas, con la preocupación del momento, del juicio a mi pinta, y la ignorancia por yo ser ajeno a ellas, me detienen: “No le pare bolas”, “No le haga caso que ese man busca pelea”, “Relajao”, me decían, tratando de “calmar” mi “instinto peleador”. Bien pudo ser que también quisieran aprovechar para cosquillearme los bolsillos, o realmente creían que iba a buscarle pelea a ese tipo. Y me parece más chistoso porque unos momentos antes de ese griterío del street punk, se acerca a mí, muy educadamente, se presenta, me habla un poco de su vida, me deja claro que él es un street punk, llama a otro joven que andaba por ahí, parece ser que es estudiante de veinte años y justo cuando voltea a verme, cuando ve que el joven no hizo caso, me ofrece pepas y cripi, pero no deja de ser educado. Yo, igual de educado, sin dejar de hacer ese encuentro algo simpático, le digo: “No, gracias. Me duele la garganta. Todo bien”. Le regalo una sonrisa y cada quién coge su rumbo muy tranquilamente. Lo que me parece chévere es ver las reacciones que tiene la gente con mi pinta. Las emociones brotan al ver que se acerca una mole, con cara de odio, y una chaqueta verde decolorada. ¡Ja! Me acuerdo también de cuando estaba en Cota, en una caminata muy tranquila. Ese día llevaba todo mi repertorio de ropa negra, en aquel entonces tenía el cabello hasta los hombros. Paso muy tranquilamente al lado de dos mujeres, una señora con cincuenta y tantos y una anciana con mascarilla para el oxígeno. ¡Y qué ojazos los que me pone la anciana! No había lobo feroz que se compare. Yo, tranquilamente, las pasé de largo, y ellas se quedaron viendo por un buen rato. 28


La gente de cualquier época tal vez está traumada por las historietas de su contexto. Es una vaina aterradora el juicio y chismerío constante por cómo se visten los demás, las personas a las que uno no entiende. Para mí es como un performance. Crear sensaciones, una gama deliciosa de información que la gente me da tan solo al percibirme. Tan solo por tener puesto lo que a mí me hace sentir bien. Una bella tarde postexposiciones, con siete o diez compañeros, caminando por la séptima hacia la plaza de Bolívar. Un lunes, si no recuerdo mal. Todos estábamos tranquilos, parchaos, hablando y riendo. Cuando de repente, una voz de tarro. Un punto: la cresta embadurnada de jabón rey, todavía fresco, se le escurría por esa calva afeitada llena de cicatrices y sutiles tatuajes baratos, piel tostada por el sol y endurecida por la calle, cara tosca de ceño fruncido, ojos café oscuro, pellejitos en los labios, delgado con musculatura definida por el trabajo, vaqueros negros ajustados, botas negras vueltas nada, guantes negros, mochila de la que sobresalía un tubito de cartón con manillas artesanales, y una chaqueta de cuero negra punk. La chaqueta era bellísima, negra, una cantidad de taches moderada, esparcidos haciendo una composición balanceada, desgastada por el solazo bogotano y el excesivo uso y abuso, con un par de parches de bandas de hardcore-punk, y otro parche espaldero de alguna banda de hardcore (identificable por la caligrafía ininteligible). La chaqueta tenía detalles muy interesantes, como una pequeña bandera de Colombia cosida en un pedacito de borde de la costura de la hombrera derecha. No era solo la estética, ¡era la historia! Porque seguramente esa es la única chaqueta de ese estilo que tiene, con la que sale a toques, con la que vende manillas, la que lleva a pasear por Bogotá en esas tardes soleadas a las cinco y esas noches de pogo de las once, la que no lava porque usa esa chaqueta la mayoría de días al mes, con la que ha peleado incontable cantidad de veces contra skins, tombos, ñeros, y otros punks; es la chaqueta de las borracheras, resacas, huidas de la ley, de las veces que ha tenido sexo, con la que probablemente lo echaron de la casa, es la chaqueta que lo ha acompañado a dormir en las calles. Esa chaqueta tiene tanta alma que casi podría compararse con cualquier pieza, un clásico entre los clásicos. El punto llamó nuestra atención, nos saludó (un golpe brusco en el brazo izquierdo seguido de un choque de puños). Con la misma voz de tarro nos dijo eufórico: “¡Todo bien, que los que roban son los de corbata! ¡AAJaaAJajaa!”. Por algún motivo quería entablar una conversación, él trataba de “charlar” con los tres o cuatro compañeros que iban conmigo. Nadie quería responder. Una chica que estaba con nosotros salió asustada, no la culpo. Esa chaqueta era lo único que yo tenía en la mente, tenía que felicitarle por esa pieza tan preciosa. “Hombre, ¿usted hizo esa chaqueta?”. Él se voltea con la cara más seria de la vida, con gestos rápidos y serpenteantes se acerca a mi rostro diciendo al mismo tiempo “Perro…” y 29


cuando ya me tenía cara a cara, que yo casi podía oler el jabón rey de su cresta mezclado con el olor a chamber y sudor, él, con voz fuerte, directa, firme, manteniendo los ojos clavados en los míos como un buitre, sacude su cresta para bramar: “¡TODA-LA-VIDA!”. Toda su vida la ha usado para crear esa obra de arte.

El gran caído por mario andrés álvarez martín Creo que mi familia habla con amigos imaginarios, esa es mi conclusión, ¿o le hablan a la nada? Yo estaba así hasta que pensé, ¿a qué le hablo? Estuve toda mi infancia hablando con amigos imaginarios a quienes se la pasan llamando, a un tal Dios y su grupo de santos. Supuestamente están conmigo, aunque no los encuentre. Si están, por lo menos no estoy solo ¿o sí?, creo que no entiendo, busqué algo para ayudarme a entender, como la definición de esos amigos, que para mí no eran nada. Entonces busqué qué era la nada: “Ninguna cosa o muy poco”. Ya entiendo, la nada es algo, porque dice: “muy poco”, entonces es algo. Bueno, creo que ya entendí. Mi mamá le reza a lo poco diciendo: “Ayúdanos Dios mío”. Quizás eso nos ayude con algo, ¿o será a través de energías?, como en las que cree mi primo con su discurso hippie de los sesentas, no sé, pero creo que es eso. De pronto por eso mi mamá le pide a la nada. Perdón, ella comenta: “Dios son tres que es uno”. Y para confundirme más, uno es hijo del otro y hay un animal, una paloma (ratas con alas). ¿Por qué una paloma y no un león o dragón? Sería más impactante, pues si está, sin estar, no sería descabellada mi idea. Cada uno, según ella, representaba algo, el anciano era Dios, el joven, Jesús, y la paloma, el espíritu santo. Bueno ya iba entendiendo hasta que dijo: “Jesús murió y resucitó”. Mi mamá vio mi confusión y me ilustró con imágenes, las imágenes eran viejas, de cuadros antiguos, después me llevó a la sala donde está un cuadro y allí vi a Jesús. Lo interesante es ver a Jesús muerto en un lienzo, empecé a interesarme por el cuadro más y más. Según todos, él era Dios o uno de los tres. Busqué el cuadro, se llama Santo entierro, de Caravaggio. Comprendí, las preguntas emergieron repentinamente, después de hablarle a algo sin entenderlo. Esas preguntas me llevaban a pensamientos diferentes, estos pensamientos no eran para nada creyentes, esos seres eran imaginarios. Los tildaban de dioses o dios. El Santo entierro fue más allá de las creencias o religiones. Este cuadro no me mostró a un dios, puesto que si fuera un dios no habría muerto ni habría estado en problemas, todo lo habría solucionado y, por lo que veo, todos estaríamos felices comiendo perdices. En el lienzo vi a un Jesús muerto, caído, pálido, cargado por sus apóstoles y llorado por tres vírgenes, una de ellas su madre. El entierro es antes de la supuesta resurrección, es el definitivo ¿creo?, 30


el real podría decirse. Después de esta escena no pasa nada más, porque nunca lo he conocido o charlado con él, si es que resucitó y ayuda. Pero es el cuadro más increíble que he visto de Jesús, lo muestra como es, como un hombre, no como un Dios. Solo vi tu muerte pintada, NADA. Fue duro, al principio pensé que era una puerta hacia lo que viene, como un paraíso o un infierno, u otro cuadro que llevara a creer en tu resurrección. Me estaba llenando de ilusiones antes de que las preguntas llegaran. Deseaba seguir imaginando, creo. Sabía lo que sabía, ¿o no lo sabía?, aunque haya recitado toda la Biblia cristiana o satánica no hay respuestas, solo preguntas. Solo “Escúchame, escúchame”. Ahh, cierto que no estás, ¿o sí? No te veo, no te siento, en pocas palabras, ni te conozco, es como hablar con nada, porque la nada no dice nada.

Haikús por idamo andrés correal ramírez I. Qué buena charla la de dos brasas vivas. Metro por lustro. II. Maduro frito entre piel de ave asada. ¿Norte? ¿Gravedad? III. ¿Cómo dos bizcos equilibran un pollo cojo y de arce? IV. El ahorcado ve desde la montaña la justicia.

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Una visita inesperada por iván santiago suárez Esa noche él tocó a la puerta tres veces. Al abrir casi no lo reconocí, su barba enmarañada, su mirada triste, seria, oscura, vacía… —Son las tres de la mañana, ¿qué haces aquí? —Hace frío, ¿puedo pasar? —Bueno, pero, será breve... El siguió, sacó su pipa, yo abrí las ventanas, la encendió lentamente, aspiro profundo, relajante, tranquilo, dejó escapar el humo de sus pulmones y me miro, sonrió brevemente: —Te has alejado, hijo mío, no crees en mí. Sabes que existo, pero solo me ves como ideal, ¿acaso he sido tan malo como para recibir tu rechazo? Este es el precio de ser mal comprendido. Te llaman diablo o te llaman Dios. Tan sabio como se supone que es habló ante mí, sus ojos penetraban mi ser. Yo no era más que agua transparente para él. Nada que hacer, nada que decir… —Santiago no puedes seguir sin mí, date cuenta a dónde has llegado, ¿hace cuánto no hablamos? ¿Cómo voy a saber de tus necesidades, tus peticiones? ¿La luz no te toca ya? ¿Tanto te ha comido la oscuridad? Actúa como quieras, pero, al fin y al cabo, el bien es lo que buscas y el bien es lo que eres. Encendió nuevamente su pipa, le había servido tinto unos minutos antes de que empezáramos a hablar, ahora estaba medio frío por la temperatura, se lo tomó en dos sorbos, estaba sediento y se notaba el cansancio sobre sus hombros. El silencio se apoderó del tiempo, dos, tres minutos tal vez. Esperé a que terminara de fumar y vaciara la ceniza sobre mi cenicero. Entonces le pregunté: —¿Ya acabó? Me miró, sorprendido, con la pipa en la boca y más tabaco en la mano. —He llegado hasta aquí con esfuerzo, lágrimas, peticiones y oraciones que no fueron escuchadas cuando más lo necesité, dejé a un lado la racionalidad por tu fe, por tu ideal y tu manera de regir el mundo. Mis ojos se aguaron y ese nudo en la garganta se soltó. Con ira, con impotencia, añadí: —¡No necesito de usted! No necesito una luz, no necesito una oscuridad… Me basta con quedarme en la mitad y gozar de lo que las dos me ofrecen. El cielo tronó, la luz se apagó y su voz se hizo más aguda, casi chillona, sentía sus ojos sobre mí a pesar de que no lo veía, sentía que su ser crecía más y más en la habitación, el miedo me sometió. Me levante y me dirigí hacia donde sabía que él estaba sentado. En medio de la oscuridad total, con cada paso, la luz entraba más y más en 32


la habitación, y a medida que los rayos penetraban el espacio, él se encogía más y más, su voz se hacía más dulce ante la luz que emanaba de mi ser al enfrentar mi miedo por él. Cuando estaba a punto de tocarlo, noté que no era más que un pequeño niño, asustado por el poder que llega a emanar nuestro ser al enfrentar el miedo y entendí que teme dejar de ser un guía, ser superado por el hombre y su pensamiento, hasta el punto en que su vieja existencia solo se limita a una época más en la historia, una llena de sangre, homicidios, violaciones, pederastia y todos estas “fantasías” que les ocurren a quienes profesan la palabra de un ideal, un ideal vacío. Abrí mi puerta, le di al niño una galleta y le dije que se fuera de mi casa. No era bienvenido en mi hogar…

Tal vez hay un oasis por juliana martínez prieto Aún no sé si fue un sueño o no. Sucedió hace mucho tiempo, cuando todavía era un niño. Había llegado al preescolar muy temprano, pues iba a ir junto a mis compañeros y profesores a un teatro a cantar. No recuerdo a qué horas me subí al bus que nos llevaría al teatro, ni qué pasó en el trascurso del viaje, solo recuerdo el golpe que me di contra la ventana cuando estaba durmiendo. Lo extraño comenzó cuando nos bajamos del bus. Llegamos a un paradero con un techo muy grande y algo amarillento. El paradero y el bus era lo único que se veía, pues estábamos en la mitad de un desierto. La profesora nos puso en fila para ir hasta el teatro, pero yo no veía por ningún lado el teatro. Empezamos a caminar hacia algún lado, y un rato después vi una edificación de un piso, a lo lejos, en la mitad de la nada. Ese era el teatro. Cuando llegamos, entramos por una puertecita hacia un pasillo larguísimo y oscuro, había una alfombra roja en el piso, y unas pequeñas luces en el techo que apenas dejaban ver lo suficiente para poder caminar. Entramos en una bodega pequeña y ahí mis compañeros y yo nos cambiamos de ropa y nos pusimos unos trajes coloridos y festivos. Cuando estuvimos listos, entramos por otra puerta, que nos llevó a unas escaleras. Podía ver que al final había un lugar con muchísima luz. Las subí con mucha confianza y llegamos al escenario. Era gigantesco, tanto así que cabíamos todos los que habíamos ido y sobraba espacio. Las profesoras nos acomodaron en diferentes lugares y nos dirigían desde atrás. Yo recuerdo que estaba realmente muy feliz y concentrado en lo que tenía que hacer. Pero esa felicidad no duró mucho pues, en una parte de la presentación, yo tenía que cantar muy cerca al borde del escenario. Me paré en 33


el lugar que me dijeron y levanté la vista para mirar a los espectadores. No había nadie, o yo no veía a nadie, pero todas las sillas estaban ocupadas, pues no estaban recogidas sino desplegadas. Era como si personas invisibles estuvieran sentadas allí mirándonos actuar.

Señoras con artritis y empanadas amarillas por mariana ortiz navarro En una casa verde, de rejas, en el barrio Galerías, viven mis hermanos mayores. Antes mi mamá vivía ahí también, ya no. Vivía con su marido, que ahora es su medio marido porque firmaron un papel que dice que ya no es su marido completo. Mi mamá trabaja en la calle 53. Yo trabajo con ella. Allá como empanadas y galletas de soda frente a la ventana del salón de clases, en el segundo piso de la tienda de arte country. Allí mi mamá es profesora. Ella dicta clases a unas señoras que lloran a cada rato, mientras pintan madera. Le cuentan sobre los problemas con sus maridos completos y no medio maridos como el de mi mamá. Como no puedo ir a clases en un colegio, porque el que tiene que estudiar es mi hermano, voy a clases con mi mamá. Su jornada inicia muy temprano en la mañana y va hasta el mediodía. Ella enseña a señoras con artritis en los dedos. A mí también me enseña en las noches, a leer y escribir. De la 53 a la casa verde de rejas en Galerías hay de camino veinte tiendas de arte decorativo, un restaurante de comida llanera, una tienda de gafas y llegamos. Tengo un saco rojo que en las mangas tiene rayitas de colores azul celeste, azul oscuro y amarillo que combinan con el jean azul clarito de mi hermano mayor. Tengo unos zapatos de charol negros muy brillantes y con una hebillita que pasa de un lado al otro sobre la media blanca. Tengo un gato blanco de manchas grises que combina conmigo porque tengo la piel blanca y los ojos verdes, pero sin manchas grises. Mis manchas son rosa y me salieron en las mejillas por estar mucho tiempo al sol, junto a la ventana del salón, comiendo empanadas. La misma ventana desde la que veo los carros que paran por la luz roja de los semáforos, luz que combina con mi saco rojo y mis mejillas curtidas por el sol. Ni la gata ni yo vamos al colegio. Ella, aunque no come empanadas, también se sienta frente a las ventanas de las casas, a mirar los carros pasar. Yo no tengo amigos de mi edad, pero no me importa porque la gata tiene mi edad, la piel muy blanca y los ojos claros. Con eso a mí me basta. Mi mamá me ha estado amenazando con que me va a meter a un colegio a estudiar. Yo no quiero, porque de seguro me van a dar clase señoras con artritis en los dedos. 34


No quiero ir a estudiar porque me van a enseñar a leer y escribir desde por la mañana hasta el mediodía y eso yo ya lo sé hacer. No quiero ir a un colegio a estudiar porque yo no quiero tener amigos humanos, a mí solo me gustan los gatos; y porque ya no voy a ver desde la ventana los carros pasar. En mi primer día de colegio lloré a cada rato. Una señora con artritis me intentó enseñar las vocales que yo ya me sé; un niño me quiso invitar a jugar y lo rechacé. Aquel día mi mamá me puso en la lonchera una empanada amarilla de carne. No me la comí porque no había ventana para ver los carros, ni tampoco había gatos de ojos claros para mimar. En mi primer día de colegio me di cuenta de que mi mamá me puso a estudiar no porque ya no quisiera enseñarme a leer y escribir, no porque ya no quisiera llevarme con ella a trabajar; sino porque en la casa de rejas verdes de Galerías, en donde mi saco combina con el jean de mi hermano y mis zapatos con hebillas combinan con el suelo de la cocina, ya no hay un gato con qué combinar.

Reminiscencia por sebastián trujillo bernal El miedo se apoderó de mi cuerpo, pero, aun así, tomé los zapatos, la cartera y mi gabardina verde. Decidí salir de la casa y ver qué sucedía. Había creído toda mi vida que estaba haciendo las cosas mal, que nunca iba a pertenecer a ningún lado, siempre esperando por una palmada en la espalda o una voz de aliento. Escuchaba las habladurías de la gente, hasta llegaban a oídos de mis padres y me prohibían seguir actuando así. Mis únicas amigas inseparables eran mis Barbies, sabía que con ellas podía ser feliz, inventar mundos, vivir una vida perfecta y siempre la historia cambiaba a mi gusto. Sufrí con paciencia el bullying del colegio, en cada etapa, tanto de primaria como de bachillerato. Me daba envidia, sentía frustración por no poder ser quien yo deseaba, no poder ser esa Barbie de playa o aquella que vi en Pepe Ganga que tenía cabello crespo y unos ojos verdes que hacían juego con su vestido estrafalario. Un día llegué a mi casa y me encontré con el desconsuelo de que mis amigas se habían ido. Fueron reemplazadas por machos con cuerpos atléticos y cuchillos de caza. “¡A ver si con esto se vuelve hombrecito, ya estoy mamado de sus maricadas!”, gritaba Rigoberto, el que dice ser mi papá. Mi madre, por su parte, enmudeció. Yo no sabía qué pasaba, ¿cuáles maricadas?, ¿qué es una maricada?, ¿dónde están mis tesoros?, ¿me van a dar almuerzo? Lo único que me quedaba claro es que ni Giselle, ni Diana, ni Afrodita iban a volver. Algo en el rostro de mi madre me dio consuelo y gracias a eso tomé el castigo como si fuera de utilidad. Ella las había sacado de la basura, las limpió y me las 35


regresó. Supe entonces que tenía una amiga más. No fue sino hasta los diez años que me probé los tacones de mi mamá, y empecé a caminar con ellos (sin que nadie se diera cuenta). Practicaba una hora al día, todos los días. Pero una tarde, mientras taconeaba, algo me decía que esa vez iba a ser diferente. La puerta se abrió de par en par: era mi mamá y, en vez de lanzarme una mirada de desprecio, me miró con comprensión. Me tomó de la mano y me guio para no caerme. Con el tiempo fui creciendo, Giselle fue la primera que me abandonó y luego se fueron una y otra. Todas ellas auspiciadas por mi mamá y mi abuela, mis adoradas benefactoras. Diez años después decidí atesorar todo lo aprendido, estoy a gusto con el género en que nací, acepté la palabra ‘maricón’ en mi vida y la tomé como si fuera un halago. Un buen día salí, corrí… fui a la tienda más cercana, busqué una peluca. Tanto tiempo que estuve observando a mi mamá mientras se maquillaba no fue en vano. Me sirvió para ver qué era lo que debía hacer, me puse los aretes, alisté los vestidos. El miedo se apoderó de mi cuerpo, tomé la cartera y mi gabardina verde, me puse mi peluca como si fuera un sombrero y salí, triunfal.

Me recordarás por sebastián trujillo bernal Me despertó mi mamá a las 5 de la mañana para que me bañara y me alistara, pues era el día en el que a mis endemoniados primos les iban a sacar el chiras o, más bien, los iban a bautizar. Dijeron que debía vestirme elegante, pues sería una fiesta familiar, es ahí donde todos los trapitos salen a relucir, y entre tíos hacen la competencia de quién tiene la mejor familia. Eran pues cuatro de cuatro: la mayor es mi mamá, recién divorciada y con dos niños; mi tío Henry (la Belleza) cuenta con diez hijos (reconocidos) y un séquito de demandas de inasistencia alimentaria, padre de los “homenajeados”. Por otro lado, estaba el padre protector y fastidioso, César, que cuidaba a mi primo Kevin como si en cualquier momento se lo fuera a llevar el “señor del saco” y, finalmente, el sometido por la esposa, Fredito, que hasta ese momento no contaba con ninguna de sus tanticas “bendiciones”. A los más pequeños no nos interesaban esas pendejadas, dejábamos a los adultos ser adultos, aunque no podíamos evitar ser comparados los unos con los otros. No era nada raro que alguno de mis tíos tratase de irritar a mi mamá con la famosa frase (recitada desde que tengo cuatro años): —“¿y Sebastián ya se volvió varoncito?”. Esa era la apertura para las fiestas, aperitivos y hasta para amenizar una conversación, pero mi mamá siempre lanzaba la misma mirada y le decía triunfal: —“Ojo, Henry, que uno lo que menos quiere, a su casa le llega”. Entonces fui creciendo y las palabras quedaron para siempre. Él no perdía ocasión para llamarme “maricón”. 36


Nunca entendí la frase: “lo que menos quiere, a su casa le llega”, y no sabía si podía ir a visitar a mis primos o si nadie quería que fuera a visitarlos. De todas maneras, yo no iba a visitarlos a ellos, sino a las muñecas de mis primas, por eso me afectaba tanto. Esa frase solo la entendí hace un año, cuando conocí al hijo menor de mi tío. El karma jugó con sus barajas y el niño Dios le trajo una miniversión mía llamada Alejandro, para que siempre tuviera presente al maricón.

El bosque de las bestias por yaví amarú leal bernal La inocencia rondaba en el interior de un sinuoso bosque. Un niño de cuatro años, como una hormiga hambrienta, buscaba entre las hojas secas algo que colmara su apetito. Escuchaba voces que le pedían con insistencia que no se acercara, entre más lo repetían, más cerca se encontraba. Lo observaban criaturas delgadas, altas, con escamas marrones. Algunos de pie, muchos sin extremidades y otros en singulares escorzos y una cantidad abrumadora de brazos. Sus bocas expulsaban mucosidad, como si fueran almas blasfemando. No sentía temor alguno, porque sabía que estos seres, al igual que él, serían devorados por el tiempo. Algunos le hablaban de vidas pasadas y le insinuaban hechos del presente y del futuro, decían que si quería saber más solo debía dirigirles la palabra. El niño, aunque con toda la atención puesta en sus insinuaciones, fingía que no los escuchaba, no sabía formular las preguntas correctas. Ellos se movían con la fuerza que sus rígidos cuerpos podían dar, buscaban cumplir un propósito, pero no movían sus pies. La hormiga creció, pero nunca pudo saciar su apetito… Nunca supo qué preguntar.

Marzo del 97 por natalia del pilar gómez machado Hay días soleados, nublados, opacos, claritos, bonitos, rozagantes, cambiantes, verdes, azules, amarillos, grisáceos, empapados, secos, húmedos, y feos. Pero encontrar un solo día que sea así parecería como algo imaginable y fortuito. Ese día fortuito de marzo de ese 1997. Un hombre caminaba por la calle y en esa plaza hermosa encontró una carta y una foto. Al mirar la carta supuso que era de alguien angustiado y trastornado. La hoja era del tamaño de la planta del pie de un niño de cuatro años. En ese trozo de papel alguien escribió, volvió a escribir y escribió. Apenas se podían ver pequeños puntos blancos de la hoja entre la tinta azul. La carta daba gritos, ensimismada. Quería ser leída, observada, apreciada… 37


La foto era del tamaño de una pata de lagartija de dieciséis o diecisiete años sin ningún nombre científico específico. Esa foto no tenía nada más que una niña, como cualquier otra, con una camisa blanca, una sudadera azul, un gesto de rabia en el rostro, capul, manitos pequeñas ligeramente abiertas, zapaticos blancos. De pie, en el centro de la imagen, cabello largo, ojos como dos pepitas negras rasgadas, labios rojitos. Aquel hombre se preguntó: ¿qué tanto quisiera decirle a una niñita? La pregunta, la respuesta, el recuerdo, la descripción, el llanto y la tristeza invadieron al sujeto. Se le enlagunaron los ojos como dos grandes charcos y, de pronto, comenzó a moverse. Cuando miró sus pies estaba corriendo. Sintió que aquella niña estaba ahí y solo pensó en escapar. Corrió y corrió y corrió y llegó a su casa de nuevo. Su pantalón beige estaba empapado y olía a orina. Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, ¡bingo! La foto y la carta no estaban. Decidió regresar, ver si algo seguía allí, pero no pudo volver. Aquel lugar no estaba y aquel marzo desapareció, ahora era un callejón negro y era julio del 98.

Una charla casual por manuelita bocanegra ¿La vida, cuándo fue de veras nuestra?, ¿cuándo somos de veras lo que somos?, bien mirado no somos, nunca somos a solas sino vértigo y vacío…

—Piedra de sol

Octavio Paz

A veces el mundo va más rápido de lo que mis entrañas pueden soportar. Corro al baño para una seria sesión de charlas internas. No es huir, es una retirada estratégica. El interior de mi ser procura no vomitar mi verdadero yo mientras cierro la puerta. Si es que ese “verdadero yo”, soy en realidad yo. Este lugar es tan frío, solo comparable a mi sentimiento por la vida. Puedo percibir cómo, poco a poco, he dejado de ser yo. Veo mi reflejo en el espejo, sustancias oscuras y viscosas salen de mi piel, transpiro, poro a poro, todos mis males. La misma cara y no me reconozco. “Como yo me siento, como me ven los demás, como realmente soy”, las palabras de Elvira resuenan en mi cabeza. ¿Cómo me siento?, como una mierda, ¿Cómo me ven los demás?, como una tonta bandida, ¿Cómo soy en realidad?, frágil. ¿Cómo es que he llegado a esto? Acurrucada en mí misma, en la más dulce soledad. No concuerdo con mis pensamientos. Según Pierce, “la identidad de un hombre consiste en la coherencia entre lo que es y lo que 38


piensa”. Soy un chiste. No sé qué soy. No sé quién soy. Mis pensamientos divagan por cosas banales que vi en internet, un espacio etéreo, inmenso y anónimo, en donde soy quien quiera ser, quien sea menos yo. Veo miles de fotos, y no soy yo. Oigo miles de voces, y ninguna es la mía. Me encuentro en los libros que leo, pero no soy yo. Daniela me dijo una vez “no es lo que soy, es lo que pienso que soy por las experiencias que he tenido”. Mis experiencias. Mis aciertos y cagadas, más cagadas que aciertos. Pero no aprendo, solo sigo cayendo una y otra vez. ¿Acaso nunca me conoceré a mí misma? Quien soy es solo lo que sé que quieren ver. Me hundo mientras considero que no le gusto a la gente. Pero ¿qué importan ellos? Aunque me gustaría pensar así, duele. Mi identidad, a veces, tiene hoyos de mentira. Soy una persona feliz, siempre sonrió con labios, ojos, dientes y pulmones. Dentro es diferente, “encuentro que últimamente, hasta mentirme a mí mismo me resulta más fácil”, dice Alfie. Las cosas se están desbordando. Hoy golpeé mi cabeza contra la alacena. Tan fuerte como mi pobre y lamentable ser pudo soportar. Sonreí y enseguida me solté a llorar el más dulce mar, que terminó por inundar el piso de la cocina. Pobres motas de polvo, ahogadas en el incontrolable diluvio que caía de mis ojos. Como nubes desoladas. Yo misma naufrago en este penoso y acongojante intento de olla a presión, que libera poco a poco. Siempre dramática. Después de la tormenta la calma, queda un llanto tan silencioso que me deja sorda. Estoy cansada de fingir que siempre estoy feliz, que no me gustan las cosas que me gustan porque se ve mal ante los ojos ajenos. ¿Pero qué hacer? “Nuestras vidas son lo que alguien más quiso que fueran”, suele decir mi hermano. Me doy una cachetada sonora y levanto la mirada. Nada de esto me ayuda. Ahogarme en lamentos no resolverá nada, hacerme daño no me absuelve de los errores. Así como me regañó Alejandro una vez: “Somos el resultado de todas las decisiones erróneas que tomamos, las metidas de pata, las cagadas. Los problemas y cómo los enfrentamos es lo que nos forja como personas”. Yo seré quien quiere que sea. Solo tengo que levantarme, dejar la maricada y resurgir de la mugre decadencia en la que yo sola me hundí. Empezando por salir de este sucio baño. Subo las escaleras con el corazón a mil. Tengo miedo de las opiniones, de las miradas y los susurros. Pero temer está bien. Estar mal está bien. Sigo asustada. Basta de hacerme el tigre para que no me coman los gatos. Camino derecha con el entrecejo fruncido. Hoy no hay sonrisa. Llegó la hora de experimentar y arriesgar mi “mundo” para intentar ser quien soy. Quizá me duela, me caiga y me levante. No viviré como un perro. Mis opiniones importan. Mis gritos resuenan. Mi personalidad asustará a más de uno. Quizá así soy yo. Quizá solo hoy. Quizá no importa. 39


por alejandra parra caballero El baño Tiemblan las paredes, me aferro a ellas. Mis pies esquivan las baldosas; Se desprenden del suelo, flotan la crema dental y el cepillo viejo. El jabón chiquito a la altura de mi cabeza, las pupilas dilatadas observan, quito el seguro de la puerta, la mente deja de hablar.

La ducha Mientras se baña veo su cuerpo, el color cálido de su piel contrasta con los tonos fríos. Veo su imagen empañada entre las cortinas empapadas de vapor. Lo miro como nadie puede verlo, desnudo, no hay otra verdad aquí dentro. Como una espectadora admiro la belleza física de su cuerpo y la simpleza y fluidez de su ser. Devuelvo la mirada al espejo, confirmo la veracidad de este momento, cepillo mis dientes, todo está bien. ¡No cierres la puerta!

Somos nada - somos todo Vacío, dentro de este espacio nada existe. En la oscuridad de esta habitación somos nada, no existimos, no somos visiblemente perceptibles, tampoco los objetos que nos rodean. Somos dos voces que se detienen y callan, somos dos alientos tibios, dos narices que se acercan con sus puntas a un centímetro de distancia. Somos espíritus animales, felinos con narices pequeñas que se olfatean, que reconocen un olor mutuo que da tranquilidad y plenitud. Dudo por un momento. Me detengo en ese centímetro de espacio entre nuestros rostros. No somos los mismos, no sé si eso importe. No puedo. 40


Somos bocas, sí, somos bocas gigantes que han permanecido ocultas, mudas y secas. Somos lenguas hambrientas y húmedas. Somos dientes suaves y afilados, somos uno, dos, tres, más dientes brillando en la negrura. Somos manos que tocan y acarician los cabellos, la nuca, el cuello. Somos ese beso que tardó varios segundos antes de empezar. Somos cuerpos, somos sombras de cuerpos en la noche. Somos remolinos, catástrofes. Somos accidentes y espíritus chocando, somos una explosión. Somos la cima de una montaña y el beso que le da a la nube. Somos el espacio que separa la tierra del cielo. Somos eso, somos eso.

por idamo andrés correal ramírez Larva azul Piernas e ingles me rodean. El buitre da la nuca al sol naciente. Puertas trancadas, hierve la sangre y el pitido constante hiere el tiempo.

Tal vez sea incómodo para usted Tal vez sea incómodo para usted... pero si no la veo como la veo, si no me como todo su ser con estos ojos... si no lo hago... La fibra que va desde el tope derecho de mi frente y que recorre por su mismo ojo con párpados hacia el puente con tabique y voltea en elipse por la mejilla hasta bajar por el esternocleidomastoideo llegando al trapecio redondo infraespinoso y romboide lumbar glúteo medio tracto iliotibial y al mismo tiempo por el aductor mayor yendo en picada a toda potencia al bíceps femoral atraviesa para sentir el corrientazo por el vaso lateral y vaso medio 41


raspando con los nervios y su respectivo hueso en la rodilla recorre el peroneo largo se lo pasa al gastrocnemio ese al tibial anterior ese al sóleo y como descarga eléctrica explota en el plexo solar.

Era tarde por Juliana Martínez Prieto Esto lo escribo para poder sanar aquel terror y de alguna manera “exorcizar” lo que pasó. Necesitaba llegar a las diez a la clase, pero me había levantado a las nueve y media, y necesitaba exactamente media hora para llegar hasta la universidad. Salí corriendo, sin bañarme y despelucada. Ya iba a mitad de camino cuando vi aquel callejón. Ya había visto a algunas personas pasar por ahí, y me parecía que daba a la parte de atrás de la universidad, así que era un camino más rápido —en diagonal— que el camino en medio círculo que tenía que tomar. Sin pensar demasiado me metí por ahí. El callejón era bastante largo y estaba entre las casas de un barrio que abarcaba como seis manzanas normales. Al final de ese barrio quedaba mi universidad. Caminé lo más rápido que pude por el callejón, pero era más largo de lo que parecía. Vi el reloj y entonces empecé a correr, pero no llegaba al final. Cerré los ojos por un momento y sentí que la luz me daba a la cara, abrí los ojos, paré en seco y quedé congelada del susto. Estaba en una calle llena de casas iguales, no vi montañas por ningún lado. Giré para volver, pero ya no había ningún callejón. Me temblaban las piernas, me recosté en la pared donde antes estaba el callejón y esperé sentada, con la mirada ida y en shock. Sentí que ya habían pasado horas, pero no pasaba nada. Las casas eran tan iguales y tan frías que parecían deshabitadas, tampoco existía ninguna saliente o espacio entre casa y casa, así que tenía que caminar por aquella calle en línea recta sin saber por cuánto tiempo, pues a lo lejos se seguían viendo casas. Me paré y decidí empezar a caminar. Todas las casas tenían las cortinas cerradas. Caminé muchísimo, y el cielo se empezó a volver naranja. Ya estaba cansada, así que me acerqué a la pared para volver a sentarme y descansar. Cuando estaba a punto de sentarme vi una moneda de $500 en el suelo, la recogí. Mientras la veía, me acordé de que yo también tenía una moneda de $500 en el bolsillo, metí mi mano para sacarla, pero no estaba. Observé muy bien el lugar donde había recogido la moneda y me di cuenta de que estaba en el mismo lugar en donde me había 42


sentado y donde había desaparecido el callejón. Escuché un sonido, era mi canción favorita que sonaba cada vez que alguien me llamaba al celular. Lo saque rápidamente de mi maleta, la llamada era de mi mamá. Le contesté con esperanza en mi corazón, pues no pensé que hubiera señal. Al contestar se oyó un grito y escuche a mi mamá llorar, yo la llamaba a gritos y le pedía ayuda, pero parecía no escucharme. Al final solo escuché: “no, mi hija no”, y se colgó la llamada. Mientras caían lágrimas de mis ojos, intenté volverla a llamar, me contestó la voz robótica de una mujer que me corroboraba que no había señal. El cielo se oscureció completamente, mientras yo estaba en el suelo boca arriba. En un instante todas las luces de las casas se encendieron a la vez, al igual que los postes de luz. Me levanté de un salto, esperando que alguien saliera de alguna casa y me dijera en dónde estaba. Esperé un rato, pero no pasaba nada, hasta que vi una masa negra que corría hacia mí. Venía por aquella calle que yo había caminado, estaba lejos, pero se movía rápido. Al principio no pude reaccionar, pues no sabía qué era. Empecé a correr cuando me di cuenta de que la masa era una multitud de personas vestidas de negro, y la adrenalina recorrió todo mi cuerpo cuando me di cuenta de que todos estaban deformes y corrían con dificultad pues parecía que tenían las piernas y los brazos rotos en dos o tres partes. Mientras corría, podía sentir gotas de sudor frío bajando por mi espalda. A lo lejos pude ver el callejón, había vuelto a aparecer. Di un par de zancadas y entré en el callejón. Solo miré atrás al salir de allí, y vi cómo el callejón se iba cerrando y aplastaba a esas cosas. A mi alrededor todo era blanco. Vi a mi mamá que me miraba, con lágrimas en los ojos, mientras llamaba a un doctor.

En vela por camilo molina cárdenas El principio de indeterminación de Heisenberg establece que es imposible conocer simultáneamente la posición y el momentum de una partícula, puesto que su medición les altera. En la vida real funciona de manera similar, podemos dejar de prestar atención a lo que sucede en nuestro entorno, es como si nuestro cuerpo nos obligara a caer rendidos y despreciar otros aspectos de la realidad. Y no es que no podamos hacer caso a otras cosas, es que, de alguna manera, nos incapacitamos ante esos estímulos. Cuanto más inmersos estamos en nosotros mismos, más difícil es ver lo que sucede afuera. Tras cuatro días sin dormir el cuerpo se siente extraño, se experimenta una sensación de despersonalización, de repente la cabeza empieza a llegar tarde a los lugares donde el cuerpo está. Se rompen un par de fronteras, y el mundo se hace un lugar menos “real”. Si alguna vez se han 43


preguntado sobre la teletransportación, es algo parecido, es como estar a medio camino entre la psicosis y la neurosis. No hay forma de que la razón tenga el control. Las palabras no son solo una composición de raíces etimológicas que construyen un significado, son una imagen virtual que recrea las historias que le dan sentido a una letra seguida de otra, toda una obra de la comunicación. Como los puntos suspensivos que dejan entrever, que declaran una futilidad que quiere convertirse en algo, un producto del sistema que quiere ser asistemático, la transitoriedad que es este ensayo…

Hacia los días más largos ¿Cuánta importancia tuvo la llegada del alumbrado eléctrico público y del hogar a Bogotá?

por juliana paola martínez prieto La iluminación nocturna en los espacios públicos y en los hogares es bastante común hoy en día en la ciudad de Bogotá. Es esta la que permite seguir de largo con las tareas y actividades sin importar la hora, desde que se tenga algún bombillo encendido que permita ver, e ilumine y acompañe aquel trasnocho, pero no era así hace unos 120 años. Primero hablaré un poco de la historia del antes de y del proceso de la llegada del alumbrado eléctrico público y de los hogares a Bogotá, luego expondré la importancia que tuvo la llegada del alumbrado público con ayuda de comparaciones entre un antes (la historia) y un después (la actualidad). Finalmente, concluiré y hablaré sobre mi mirada, desde la plástica, al alumbrado público y su contraste con la noche. Antes de la llegada de la energía eléctrica a Bogotá, los hogares eran iluminados con velas de sebo de animal en los hogares de las familias más humildes, y con cera de abejas en los de las familias más pudientes; el sebo de animales era mucho más barato y desprendía un olor fétido. El precio también podía cambiar dependiendo de la elaboración de la vela, si tenía color, o alguna decoración. Las velas eran usadas sobre objetos base, así fue que llegaron los candelabros, las lámparas, las arañas, etc. El primer alumbrado público para los bogotanos fue la luna llena, hasta fue reconocida legalmente como servicio de alumbrado público en 1867. Pero cuando no había luna, los bogotanos buscaban formas de iluminar la noche. Una de estas formas era con una vela grande y gruesa hecha de cuatro velas largas cubiertas de cera, llamada “el hacha”, era instalada en un “hachero”; estas velas iluminaban eventos en exterior. Otra forma de alumbrado en las calles de Bogotá durante las noches era el “cuerpo de serenos”. Este cuerpo de alumbrado y serenos fue promovido en 1791 por Antonio Nariño, cuando París, ya en 1750, contaba con 5000 faroles instalados alumbrando sus calles. Pero no fue hasta 1815 que inició un pro44


ceso lento que fue hacia un fin: el alumbrado público y de los hogares. Ese año, Ignacio de Vargas puso a caminar al “cuerpo de serenos”, que consistía en un grupo de personas vestidas de ruana que caminaban con un farol en la mano. Y luego se colgaron faroles que eran en sí velas con una protección contra el clima, instalados en una cuerda que iba de una casa a la casa vecina del frente para que el farol quedara en la mitad de la calle. Cordovez Moure, en sus Reminiscencias de Santafé y Bogotá, habla un poco sobre cómo era la ciudad de noche en Bogotá, en cuanto a sus actividades nocturnas y el espacio público. Cuenta cómo, al caer la noche, las calles quedaban casi que desiertas pues no existían cafés, restaurantes o lugares de recreación, pero en las casas se hacían reuniones familiares y de amigos en donde, a la lumbre de un par de velas, se tocaban instrumentos y se bailaba. Para salir a algún lugar en la noche, al no tener casi ninguna calle alumbrada a excepción de la calle real —que además estaba mal alumbrada—, los bogotanos llevaban consigo un farolillo o se hacían acompañar de un criado, más que todo porque las calles estaban mal pavimentadas y lo que se llama hoy bocas de alcantarillas estaban siempre destapadas. Cordovez Moure cuenta que tanto él como amigos y conocidos suyos habían caído por estas bocas por no llevar un farolillo. El 7 de marzo de 1852 el señor Antonio Vargas Reyes instaló un servicio de iluminación a gas para alumbrar las calles de Bogotá durante la noche, pero este sistema no fue bien recibido. La prensa hizo una crítica en la que comentaba que las personas que pasaban por las calles iluminadas prácticamente corrían con los ojos cerrados, pues el humo que emanaban era nocivo para la respiración. Esperaban, decía la crítica, que ese alumbrado no fuera más que un ensayo pues, además de todos los contras, ni siquiera alumbraba lo que se necesitaba. En 1870 la prensa declaró obsoleto el alumbrado a gas, e incentivó la curiosidad de los lectores sobre la luz eléctrica. Ese mismo año, el presidente de los Estados Unidos de Colombia, Eustorgio Salgar, intentó hacer un contrato con una compañía extranjera para colocar un nuevo servicio de alumbrado, pero el gobierno se encontraba en una crítica situación económica y no se pudo llevar a cabo. Hubo otros intentos por tener un mejor alumbrado, uno de ellos protagonizado por la American Gas Company a la que todo le salió mal desde el principio y tuvo sobrecostos que no pudo costear hasta que finalmente fracasó. En 1892, el señor Julio Benítez, que había adquirido experiencia instalando el servicio de alumbrado por medios hidráulicos en Bucaramanga, propuso en Bogotá que se hiciera lo mismo, y que se instalara una planta hidroeléctrica en el salto del Tequendama, para así usar la fuerza de ese salto de agua. Esta idea de la planta eléctrica le sirvió a Santiago Samper para instalar el alumbrado eléctrico con una planta hidroeléctrica usando la fuerza del río Bogotá. Ya para 1896 en Bogotá se hablaba de que los hermanos Samper pretendían introducir un nuevo sistema de alumbrado eléctrico que no era a base de carbón, sino con una planta hidroeléctrica. El 13 de agosto de 1896 se 45


constituyó la Samper Brush & Cía. Los Samper ya tenían adelantados varios negocios en Europa, así que no solo introdujeron a Bogotá la fuerza hidráulica sino, además, la bombilla incandescente, que remplazó las lámparas de arco y la venta de energía para mover motores eléctricos. Fue el 7 de agosto de 1990 a las 6 p. m. cuando la Samper Brush & Cía., no encendió una, ni dos, sino 6000 bombillas en los hogares que habían contratado sus servicios. Para 1904 dejó de existir la Samper Brush & Cía., para darle paso a la Compañía de Energía Eléctrica de Bogotá (CEEB). Este mismo año la nueva empresa empezó a discutir sobre el alumbrado público para las calles de Bogotá. En 1905 la ciudad contaba con un poco más de 100 000 habitantes y una espera de cuatro siglos para poder tener el alumbrado eléctrico en sus calles. Lo más irónico es que, aunque la ciudad capital no tenía aún alumbrado eléctrico, ciudades como Bucaramanga ya contaban con este servicio desde hacía un tiempo. Fue hasta septiembre del año 1906 que los bogotanos pudieron disfrutar de un alumbrado público en sus calles cuando se colgaron las primeras lámparas. Con esta información sobre el largo proceso de instalación del alumbrado público eléctrico y en los hogares en Bogotá, se puede empezar a hacer comparaciones. Primero que nada, se debe agradecer que, a pesar de la corrupción tan grande que hay en un país como Colombia, hoy en día haya alumbrado público en las ciudades y pueblos. Ahora Bogotá permanece alumbrada durante la noche. Dormir no es la única opción, pues los postes de luz y la iluminación de establecimientos públicos, de entretenimiento y del hogar permiten que exista una vida nocturna. Los lugares de entretenimiento nocturno tienen barrios enteros dispuestos para quienes quieren elegir. Caminar por las calles sigue siendo peligroso, claro, pero ya no por el peligro de caer a un hueco, aunque algunas alcantarillas sigan sin tapa, sino más bien por la delincuencia. Los trabajos nocturnos abundan, tanto oficios de portería y vigilancia, como horas extras en las oficinas y hasta en los centros comerciales. Los postes de luz no emanan ningún gas nocivo, pero sí provocan miles de pesos perdidos en energía pues algunos, para no decir muchísimos, permanecen encendidos durante el día. Gracias a la iluminación, recintos públicos que deben permanecer abiertos las 24 horas del día, como son los centros de salud, pueden atender a las personas que lo necesitan, aunque hay que aclarar que aun así el servicio de salud no es el mejor, y se puede esperar por horas en una “sala de espera” muy iluminada. Ya es tan normal la iluminación en la noche que muchas veces no se le presta atención, pero en el momento en que sucede un apagón se puede sentir lo que significa la oscuridad, y aunque una vela alumbra un poco, en la actualidad no bastan las velas en la noche. Y no solo ocurre en los hogares, pues cuando se está caminando por las calles de Bogotá y hay una cuadra sin luz, lo más normal es evitarla y tomar otro camino. El miedo a la oscuridad persiste entre los bogotanos de la actualidad, incluso hay personas que no pueden dormir sin algo de luz en las noches, 46


pero para ellos hay cientos de soluciones, solo que el recibo de la luz puede traerles sorpresas. Los eventos nocturnos no cuentan ya con hachas para iluminar, ni con velas decorativas de colores y formas, sino que ahora suelen estar infestados de luces de colores, con formas, que crean figuritas y van a un ritmo. Pueden ser bombillitos pequeños o LED. Al extenderse el día, se extiende el horario laboral, pero esto es tan beneficioso para unos como perjudicial para otros. La economía de las empresas crece al igual que los puestos de trabajo y poco a poco la ciudad se expande. El crecimiento de la población hizo que los municipios aledaños a Bogotá como Usme, Fontibón, Usaquén y Tunjuelito, entre otros, terminaran siendo hoy día parte de Bogotá. Para mí la noche en la ciudad es un plano de dos colores: azul oscuro y amarillo, casi contrastándose uno con el otro. Desde una perspectiva plástica, pareciera como si el azul oscuro consumiera todo a su paso, pero es solamente el soporte para una gama de amarillos que brilla con todo su esplendor sobre él, casi volviéndolo común e invisible. El azul oscuro viene del cielo nocturno y las gamas de amarillo de la luz de los bombillos de los postes de luz que se refleja en el pavimento y los objetos a su alrededor. Estos dos colores dominantes van acompañados de muchos punticos de dos colores rojos y blancos, luces móviles y vivas que brillan desde las casas y edificios, desde los autos y transportes públicos.

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índice 2. Me están llamando — Juliana Paola Martínez Prieto 3. Solo un poco más — Juliana Paola Martínez Prieto 4. Es que habrá mucha gente — Juliana Paola Martínez Prieto 6. Grunge — Andrés Martínez 8. El calor de las masas — Jimmy Andrés Vanegas Villamil 8. Sobre el aburrimiento — Nicolás Reyes Parra 9. Tomarse el tiempo — Andrés Ramírez Castillo 12. Aquí, allá — Mario Álvarez Martín 15. Yo metal — Paola Sofía Rodríguez Sanz 16. Crónica gráfica de un suceso caótico — Andrés Martínez 17. Los dos / Bailan con el viento — Natalia García Vanegas 19. El hombre del sillón de terciopelo verde y yo — Manuelita Bocanegra 20. Yo solo creo en mis pies para poder andar — Camilo Molina Cárdenas 21. Snow Piece — Paola Sofía Rodríguez Sanz 23. La resonancia de lo invisible — Alejandra Parra Caballero 24. Reseña Nicolás Consuegra — Paola Sofía Rodríguez Sanz 25. Estado de shock — Linna Juanita Alzate Castillo 26. Suave rigidez — Natalia García Vanegas 27. La vida el arte, el arte la vida — Idamo Andrés Correal Ramírez 30. El gran caído — Mario Andrés Álvarez 31. Haikús — Idamo Andrés Correal Ramírez 32. Una visita inesperada — Ivan Santiago Suárez 33. Tal vez hay un oasis — Juliana Martínez Prieto 34. Señoras con artritis y empanadas amarillas — Mariana Ortiz Navarro 35. Reminiscencia — Sebastián Trujillo Bernal 36. Me recordarás — Sebastián Trujillo Bernal 37. El bosque de las bestias — Yaví Amarú Leal Bernal 37. Marzo del 97 — Natalia del Pilar Gómez Machado 38. Una charla casual — Manuelita Bocanegra 40. El baño / la ducha / Somos nada- somos todo — Alejandra Parra Caballero 41. Larva azul / Tal vez sea incómodo para usted — Idamo Andrés Correal Ramírez 42. Era tarde — Juliana Martínez Prieto 43. En vela — Camilo Molina Cárdenas 44. Hacia los días más largos — Juliana Martínez Prieto

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