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a Oda Quiñones
Quiero cantarte, capitán del astro rey, Quiero cantarte porque siempre es hora de cantarle a la gloria. Y mi canto va en vértigo hacia arriba, hacia la inmortalidad de tu presencia que es para quien quiero cantar.
Óyeme bien, y que me oigan todos los de esta estancia y los que están contigo: José Quiñones, trigal aún siendo trigo, apenas un trigo amanecido, apenas un anuncio de trigal. Y es que la aurora para ser aurora no necesita sino de un rocío de ese mar infinito de rocíos que es la eternidad.
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Naciste rumbo al sol. Espada aliada a la vida: al ave, a la rosa, a la alegría, al pan del hogar, al honor de la patria que es nuestro mejor pan.
Don apacible como el oleaje en cuya paz anida la bravura que llegado el momento, ¡ah ese momento!, es la ira del bueno, el galope del héroe, el aletazo inmortal.
Tú arribaste, capitán de las alturas, a la sublime cima que es la muerte cuando se llega a ella jubilar, despierto, generoso, voluntario como la humilde flor llega a la vida.
Cuando te vio ardiendo en llamas, el adversario te creyó atrapado.
¡Cómo iba a ser así! Si eras el fuego de tu propio resplandor. Retazo de luz que retornaba a su morada.
Gloria en ti. Porque en tu gloria estamos también glorificados y perpetuos. También eternidad.
Aquella infancia juvenil que cabalgaba a pelo en el asombro de tus ojos, bañando su cometa en los cielos de su marina orilla familiar, hoy se abre en otro puerto de Pimentel, aquel más azul que el azul mismo: el insondable manantial.
José Abelardo Quiñones Gonzales, saludable juventud. En aquel vuelo tuyo no hay espacio sino para volar.
Grande es el héroe porque da a la Patria la altura del cóndor, la paz del rosedal.
Este canto surgió en Quebrada Seca, la aurora en que naciste de ti mismo: el 23 de julio de nuestra erguida edad.
Gloria en ti. Porque en ti la Patria tiene para seguir viviendo, respirando, en lo inmenso del cosmos una ventana más.