Jóvenes y uso de drogas. Implementación de un dispositivo de atención en el ámbito escolar

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Jóvenes y uso de drogas. Implementación de un dispositivo de atención en el ámbito escolar

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Jorgelina Di Iorio; Paula Goltzman; María Pía Pawlowicz; Javier Castagnola; Damián Fernández Courel; Lila Solano, Gastón Núñez Intercambios Asociación Civil/ Fundación Armstrong Introducción

Que en una escuela secundaria se conozca que tal o cual adolescente usa drogas suele generar preocupación y desconcierto. Surge la pregunta por cuál es la función de la escuela, cómo inscribir e sta situación, y cómo responder a estas problemáticas. Las “nuevas adolescencias” se entrelazan con los “nuevos consumos”. La reflexión sobre las propias concepciones y la forma de responder se transforma en un desafío para los adultos vinculados a las instituciones educativas. La ponencia desarrolla este tema a partir de la experiencia de la implementación de un dispositivo de atención en una escuela media del conurbano desplegando algunas ideas fuerza que estructuran la tarea. El reconocimiento del fenómeno de las drogas como una problemática compleja requiere del diseño de una propuesta de abordaje que incluya multiplicidad de intervenciones parciales, que respeten el principio de integralidad. Se incluye una dimensión procesual que supone recuperar las trayectorias subjetivas de los jóvenes, reconociendo la dimensión territorial como base de la propuesta.

“Drogas en la escuela”

En principio, y como marco teórico partimos de conceptualizar al uso de drogas como una trama compleja de representaciones y prácticas en donde se articulan procesos sociales, económicos, políticos, ideológicos y culturales. Se constituye en un problema, cuyos efectos implican el refuerzo de procesos de normatización y disciplinamiento social, y consecuentemente, de estigmatización y discriminación de grupos sociales (Touzé, 2006). En el caso de los jóvenes, la preocupación por el consumo de drogas es parte de la agenda pública en general, y de la de las escuelas medias en particular, siendo el enfoque preventivo el que hegemoniza dicha agenda. Según Touzé (2010), la formación sobre el uso problemático de drogas y 1

Algunos de los temas desarrollados en este escrito serán presentados en otro trabajo titulado “Jóvenes y uso de drogas: construcción de un dispositivo de atención dentro de la institución escolar” en el V Congreso Mundial por los Derechos de la Infancia y la Adolescencia. Infancia, Adolescencia y Cambio Social, que se realizará del 15 al 19 de octubre de 2012, en San Juan, Argentina.

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su prevención responde, generalmente, a enfoques reduccionistas y monodisciplinares, que reduce el problema a los efectos producidos por el uso de drogas. Las cuestiones relativas a la atención del uso problemático y al tipo de dispositivos posibles desde el espacio escolar están menos desarrolladas. Y cuando aparecen se presentan como nuevas formas de castigo y de control social, en tanto que el uso de drogas se define como práctica social desviada (considerada como delito o enfermedad), individualizándose las dificultades humanas y minimizando su naturaleza social (Touzé, 2006). El acercamiento en el ámbito educativo al tema drogas se caracteriza en general por traducirse en propuestas centradas en lo preventivo, donde se focaliza en los jóvenes sobre la base de definiciones del riesgo (Kantor, 2008). Con frecuencia se escucha en el ámbito educativo que la función de la escuela debe ser estrictamente prevenir y que la atención debe ser por “fuera” de la escuela. Son típicas por ejemplo las clases donde se describen las sustancias ilegales y sus efectos químicos en el cuerpo. Siguiendo a Di Leo y otros (2011), las propuestas preventivas, en su mayoría, podrían responder a conceptualizaciones de los adolescentes y los jóvenes basadas en la negación de sus capacidades y en la negativización de sus prácticas (violencias, transgresiones, riesgos sociales), que configuran escenarios institucionales en los que se “obstaculizan las posibilidades de (re)construcción de lazos sociales y los trabajos de reconocimiento mutuo, fundamentales no sólo para el fortalecimiento y/o institucionalización de todo tipo de estrategias de promoción de la salud en ámbitos educativos y, en general, para la reconstrucción, fortalecimiento y relegitimación de la escuela secundaria en el contexto actual” (Di Leo y otros, 2011:7). A esta característica de los espacios de atención, también se suman otras limitaciones propias de los modelos sustentados en la abstinencia, así como también las dificultades en la accesibilidad para los usuarios de drogas a los servicios de salud y salud mental. Frente a esto, los dispositivos de atención basados en intervenciones territoriales, y fundamentados desde el paradigma de la reducción de daños han ido ganando aceptación. En ellos se consideran las relaciones de las personas, las sustancias y los contextos de uso, adecuándose las intervenciones a las características de los usuarios y de la comunidad donde se implementan (Galante y otros, 2009).

Configurando la demanda: ¿cómo atender el problema en la escuela?

Avanzado el 2011 comenzamos una tarea conjunta a partir de un pedido de la Escuela Secundaria La Salle/Fundación Armstrong a Intercambios Asociación Civil. La preocupación de esta escuela no se centraba en el consumo de drogas, como podría esperarse de muchos de los discursos enunciados al respecto. La preocupación se centraba en apoyar, sostener, acompañar las trayectorias escolares de los jóvenes y sus proyectos vitales. El consumo de drogas era en ese

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discurso un elemento que sumaba complejidad a las ya complejas experiencias de los jóvenes del conurbano. Luego de varias reuniones de acuerdos y planificación, desde mediados de 2011, se implementan diversas actividades con la intención de construir un dispositivo de atención sobre uso de drogas en jóvenes con base comunitaria. Con el fin de contextuar la experiencia, es importante considerar que este colegio secundario tiene una población de 560 estudiantes y comenzó a funcionar en el año 2007. Se encuentra en la localidad de González Catán, partido de La Matanza, Pcia. de Buenos Aires, formando parte de los múltiples programas socio-educativos (formal de nivel inicial, primario y medio; no formal, microemprendimientos) que se implementan desde la Fundación. Ubicado entre los barrios La Salle, El Dorado, 25 de mayo y Las Casitas, trabaja con niños, jóvenes y adultos en situación de vulnerabilidad social, llevando a cabo diversas estrategias que se traducen en la inclusión social y educativa de los jóvenes que concurren. El armado e implementación del dispositivo partió de la preocupación y la apuesta a la permanencia dentro de la escuela de los y las jóvenes que tienen una relación problemática con el uso de drogas; pero también para el conjunto ampliado de jóvenes, ya no en términos de un abordaje específico, sino de circulación de información sobre el tema drogas.

Los dispositivos

Como ya señaláramos (Silberberg y otros, 2005) los dispositivos están constituidos por una pluralidad de individuos, con uno o varios objetivos comunes, y se despliegan en un tiempo 3

determinado, un espacio dado, y con una inscripción institucional. Sus acciones se dirigen a una población determinada e implican la utilización de cierto encuadre de trabajo y normas de funcionamiento. Hay que destacar que en una misma institución pueden coexistir distintos dispositivos (Pawlowicz y otros, 2008). En algunos casos los dispositivos se secuencian como pasos progresivos de un mismo tratamiento, en otros son simultáneos o graduales como fases de un proceso. Como explica Minanese (2009) el dispositivo despliega un conjunto de acciones, instrumentos, prácticas y conceptos organizados en un proceso que tiene como fin el mejoramiento de las condiciones de vida de los y las jóvenes que abusan de drogas en contextos de vulnerabilidad social. 2

Este matiz discursivo marca la línea de trabajo institucional, y en todo caso el horizonte de sus intervenciones, aunque se

juega en la práctica de los diversos y múltiples actores institucionales de manera contradictoria, y muchas veces conflictiva. 3

Reformulamos las ideas desarrolladas por Márquez, M. (1995): De la discriminación a la solidaridad. El grupo de ayuda mutua

y las personas infectadas de VIH/SIDA, Bs. As.: Ed. Kairós.

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Entonces, ambas instituciones iniciamos el proceso de planificación e implementación de un dispositivo de abordaje del uso de drogas en jóvenes, apoyándonos en algunos principios compartidos: la complejidad del fenómeno, la integralidad, la no linealidad de las trayectorias y el reconocimiento de la dimensión territorial. A continuación desarrollaremos cada uno de estos principios que se anudan con reflexiones y con criterios que se fueron adoptando en la construcción del dispositivo.

El uso de drogas como fenómeno multideterminado: la complejidad

La complejidad del fenómeno de las drogas se expresa en el modo que hegemónicamente se representa el problema. Las representaciones sociales estigmatizantes y criminalizadoras sobre los usuarios y el uso de drogas, y los discursos que imaginarizan un destino inevitable de cárcel y mayor exclusión para los jóvenes pobres, tienen efectos en los modos de intervención. El uso de drogas se define como una trama compleja de representaciones y prácticas en donde se articulan procesos sociales, económicos, políticos, ideológicos y culturales, siendo imposible homogeneizarlo, como si fuera un fenómeno único, atemporal y ahistórico (Touzé, 1996). Del mismo modo, cada comunidad escolar es única, y también constituye un fenómeno complejo con múltiples manifestaciones. El reconocimiento como “problemática compleja” no remite a lo difícil de las situaciones, ni cierra las reflexiones acerca de la temática, sino que abre múltiples dimensiones para su abordaje. Siguiendo a Morin (2000), “el pensamiento complejo integra lo más posible los modos simplificadores de pensar, pero rechaza las consecuencias mutilantes, reduccionistas, unidimensionalizantes y finalmente cegadoras de una simplificación que se toma por reflejo de aquello que hubiere de real en la realidad” (Morín, 2000; 22). Es decir, la complejidad como palabra-problema más que como palabra-solución invita a transitar la pluralidad, la diversidad de sentidos y la incertidumbre, que no preceden a la experiencia, sino que emergen durante ella. La complejidad es un tejido (complexus: lo que está tejido en conjunto) de acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico, que se presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado, de la ambigüedad, de lo inextricable.

La imposibilidad de intervenciones de talla única: la integralidad

Este principio se deriva del anterior, ya que si concebimos un fenómeno como complejo, las intervenciones necesariamente (en un sentido lógico) deben ser integrales, para abordar las múltiples dimensiones del problema, o por lo menos algunas de éstas. Desarrollar acciones que respeten el principio de integralidad, se tradujo en proponer un dispositivo que está integrado por tres 105


componentes –promocional, formativo y de atención- y diferentes dimensiones o niveles de intervención -individual, colectiva/institucional y territorial. También la idea de integralidad atraviesa la constitución de los equipos de trabajo. Se conformaron dos equipos, el de atención y el de promoción, que trabajan de manera articulada con el objetivo abordar las situaciones de uso de drogas en jóvenes, y a partir de algunas sugerencias de los jóvenes que participan, se denomina “No te sientas Zarpado. Hablemos de drogas”. Vale aclarar en este punto que en Argentina, el término zarpado se utiliza tanto para referirse a un rasgo –ser un zarpado- como a un estado o sensación –sentirse zarpado. En el primer caso alude a situaciones en las que se actúa de manera desubicada (pasarse de la raya). En el segundo, se trata de sentirse afectado, ofendido o tocado por las acciones de otro. De lo que se está hablando es de la posibilidad de establecer redes de confianza con los jóvenes, tengan o no relaciones problemáticas con las drogas, reconociendo que no se trata de señalar ni de estigmatizar sino de problematizar las prácticas y desnaturalizar ciertos saberes colectivos –representaciones sociales. Es decir, propiciar prácticas de cuidado que se traduzcan en nuevos aprendizajes sociales. El equipo de promoción incluye a profesores y docentes referentes del colegio secundario, y educadores de otras dos propuestas socio-educativas para jóvenes (Casa Joven y Programa Envión sede La Salle). Desde este componente promocional se pretende sensibilizar y proporcionar distintas vías de acceso de información específica sobre el tema, facilitando el abordaje de aquellas situaciones individuales que ya tienen una relación problemática con el uso de drogas y que requieren un tratamiento específico. El equipo de atención, es un equipo mixto, integrado por profesionales, en su mayoría psicólogos, y docentes, entre los que se incluyen ex usuarios de drogas. Tiene como objetivo brindar asistencia psicosocial integral a adolescentes que tienen una relación problemática con el uso de drogas y requieren un tratamiento especializado. Lo que se pretende describir, entonces, es que en tanto problemática compleja, el uso de drogas, no sólo no es posible de abordar desde un único lugar, sino que se presentan de manera esquiva para poder ser definidas, etiquetadas, diagnosticadas desde un único campo del saber, en ese sentido podríamos decir que son profundamente “indisciplinadas” (Volnovich, 2008). Estas características, siguiendo a Megías (2000) “hace inviable la fantasía de ese recurso polivante, multidimensional, omnipotente, capaz de actuar a diferentes niveles ofreciendo una tipología completa de servicios y prestaciones, capaz en definitiva, de atender todas las necesidades de todos los consumidores en todos los momentos” (Megías, 2000:373). Las acciones que se vienen desarrollando integran procesos paralelos y articulados. Durante la primera etapa de trabajo se implementaron espacios de sensibilización y formación del equipo docente y no docente de la escuela, talleres promocionales con los estudiantes, y una investigación diagnóstica sobre los circuitos de atención y derivación de los jóvenes entre instituciones que comparten el territorio. Fueron estas instancias las que brindaron información clave para diseñar el 106


dispositivo como una propuesta local que funciona 3 veces por semana que incluye: espacio grupal con jóvenes, espacios de encuentro entre operadores de distintas instituciones de la comunidad, secuencia de talleres sobre representaciones sociales y drogas, y centro de escucha. Éste último tiene como objetivos la escucha inmediata, la orientación, el acompañamiento y la derivación, a partir de construir un espacio amigable y confiable, que no sea amenazante, ni juzgante, ni estigmatizante de las prácticas de los jóvenes (Milanese, 2009). Actualmente se está ampliando el trabajo en calle así como también la conformación del equipo promocional. La delimitación de tres componentes como parte del dispositivo –promoción, formación y atención- permiten problematizar los modos de abordaje del uso de drogas en el ámbito escolar. Si bien históricamente la prevención fue definida como el tipo de intervención más pertinente, se integra una dimensión asistencial. Siguiendo a Goltzman (2008) “cuando se trata de grupos que ya están consumiendo, atribuir toda la capacidad y la responsabilidad a la prevención es un exceso, como también lo es suponer que solamente el especialista puede abordar la temática” (Goltzman, 2008:236). Por otro lado, se conceptualiza la prevención como promoción, “promoción de alternativas, de protagonismo, de fortalecimiento de redes sociales. No se trata, por ejemplo, de decirles a nuestros alumnos lo que deben o no deben hacer, sino de orientar las oportunidades y proveer los espacios para que sean actores en la construcción de sus proyectos.” (Touze, 2006:65) Y finalmente, la importancia de la formación, en tanto que se trabaja sobre las representaciones sociales con la intención de construir una serie de miradas y estrategias de abordaje compartidos.

Avances-Retrocesos: el concepto de trayectoria para pensar el uso problemático de drogas.

Como sostiene Kantor (2006), la categoría “nuevas adolescencias” o “nuevas juventudes” es limitada para poder comprender la especificidad de ser joven en los escenarios actuales. “Las adolescencias y las juventudes siempre fueron nuevas; ellos son los nuevos entre nosotros, como nosotros fuimos los nuevos para los de antes (…) son -como fuimos, como otros fueron antes, como otras serán luego- difíciles de entender, provocadores, frágiles y prepotentes, dóciles y resistentes, curiosos y soberbios, desafiantes, inquietos e inquietantes, obstinados, tiernos, demandantes e indiferentes, frontales y huidizos, desinteresados…” (Kantor, 2006:16). Es decir, cada época tuvo sus nuevas y extrañas adolescencias y juventudes, ya que es condición de lo nuevo resultar extraño. Lo mismo puede afirmarse sobre el uso de drogas. Prácticas de uso de drogas hubo siempre y en todas partes, y comenzaron a ser definidas como anormales y como problema recién en la segunda mitad del siglo XIX (Touzé, 2006). El uso de drogas constituye un fenómeno plural, con múltiples manifestaciones según el momento histórico, la cultura, el modelo económico, la situación particular de un país, los diversos significados que les asignan los sujetos y las propias diferencias entre las sustancias (Touzé y otros, 2008). De acuerdo con esto, lo que puede ser definido como 107


“nuevo” en relación con los jóvenes y las drogas, alude a las transformaciones de las prácticas de uso, a la diversidad de situaciones de consumo y a la heterogeneidad de los contextos. Esto nuevo no sólo altera los modos conocidos y medianamente seguros de ser adolescente o ser joven en estos tiempos, sino que también modifica la manera de reconocerse como adultos y educadores frente a ellos, esos otros significativos que son condición necesaria del proceso de subjetivación adolescente. Ese proceso no puede definirse de manera lineal, sino que se organiza desde la imprevisibilidad, con recorridos irregulares, con avances y retrocesos, en circuitos diversos (Efron, 1996). Esto, en clave de comprender y de intervenir en sobre el uso de drogas en jóvenes, se traduce en entender que el uso problemático de drogas puede ser una situación de particular conflicto en un momento de la vida de los sujetos (Goltzman, 2008).

En palabras de los chicos: •

“cuando me drogaba mal, era porque estaba re mal, y me querían internar (…) ahora estoy re bien” (Romina, 16 años, espacio grupal);

“yo ahora me rescaté. Sí birra, escabio cuando salgo, pero lo demás, nada [en referencia consumos previos de marihuana y cocaína] (…) Cuando me dijo la defensora: “te sacó de acá [de un instituto de menores] pero vas a una comunidad”, yo dije que sí, me iba de ahí, y ahí dejé. (…) Cuando estaba en la comunidad estaba en una burbuja. Y en el barrio nada que ver, sigue todo ahí” (Lucas, 17 años, orientación individual/Centro de escucha):

“desde los 12 que consumo: marihuana, pasta base, cocaína, poxi, ahora no tanto (…) una vez me internaron, tenía re mal los pulmones, y a mí no me gustan los hospitales, y me escapé, y por mi abuela dejé un poco” (Nahuel, 16 años, orientación individual/Centro de Escucha).

Lo que se desprende de los relatos es que los problemas relacionados con las drogas se desarrollan en una trayectoria con interrupciones, giros, reversibilidad del proceso, momentos de consolidación de las situaciones, y otras etapas residuales. Se hace necesario, entonces, tomar en cuenta el aspecto procesual que tienen los problemas de drogas, recuperando la trayectoria subjetiva de los sujetos frente a estos problemas. Esto adquiere relevancia no sólo para el análisis del fenómeno, sino en términos de intervenciones respetuosas de los derechos, de las necesidades y de las posibilidades de los jóvenes. El “rescatarse”, “bajar un cambio” o “no querer quedar enganchado” se traducen en ideas de la moderación con las drogas, ya que es la idea de moderación, y no la de prohibición la que permite abrir una puerta distinta para el diálogo. Entender que ese consumo constituye un momento en sus vida, es entender que es “un momento en que si hay algo que precisa es no ser abandonado ni

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catalogado como una pérdida, sino todo lo contrario: necesita ser pensado en el marco de una estrategia que intente sostenerlo, brindarle apoyo (…) construir puentes de encuentro” (Goltzman, 2008:237) Siguiendo a Megías (2000) “intervenir en problemas de drogas (tratar que el proceso evolutivo se acorte y transcurra con menos consecuencias negativas) es prestar asistencia y actuar terapéuticamente pero también es prevenir, apoyar socialmente, hacer reducción de daños, favorecer la reintegración o la incorporación social; incluso es educar” (Megías, 2000:370).

El mapa no es el territorio: el abordaje sobre uso de drogas como trabajo situado

El reconocimiento de la dimensión territorial es uno de los pilares

de la propuesta. La

demanda nace de la escuela, pero no es sólo allí donde se desarrolla la respuesta. El concepto de territorio resulta útil para definir un espacio de intervención donde se concentran recursos y vínculos, presentes o potenciales, e interacciones que las personas establecen con los recursos que expresan la forma en que perciben y “viven” ese territorio. Los problemas asociados al uso de drogas atraviesan todos los espacios e instituciones donde circulan y habitan los sujetos. No obstante, subsiste ciertas representaciones sociales que fetichizan “la droga” como algo que está “afuera” de la escuela. Como señala Korinfeld (2010), la idea de lucha con una especie de plaga, como algo extranjero que nos colonizará, “son modos de imaginarizar aún hoy un fenómeno que amparado en la ajenidad y lo siniestro pretenden ocultar su rostro tan humano como familiar” (Korinfeld, 2010: 50). El mismo autor señala que las relaciones entre lo educativo y lo social son contingentes, múltiples y variables: “pueden ser articulaciones de determinación, de traducción, de subordinación, de independencia, de ambivalencia, entre otras. (…) Es en la vida cotidiana de las instituciones sociales en que se escriben los textos de la vida social, de la vida de los sujetos”, (Korinfeld, 2010: 50) y de las relaciones que éstos establecen con la sustancias. Sin embargo, ciertas realidades como el uso de drogas, la sexualidad, la violencia son representadas como algo ajeno a lo escolar. Duschatzky y Sztulwark (2011) explican que lo no escolar es invisibilizado por lo escolar en un “cliché de percepción” que no permite concebir los diversos modos de expresión en las escuelas. “Se presenta como un gran campo de presencias reales que nuestro código previo no tiene cómo nombrar en su positividad. (…) Peter Pàl Pelbart plantea que el problema fundamental es el de la modulación de las percepciones. Es decir, antes de la desesperación por resolver qué hacemos, la tarea es problematizar la manera en que percibimos. Una cuestión de registros de sensibilidad. Nuestros códigos de percepción difícilmente perciban lateralidades, desvíos, signos periféricos a su grilla de prescripciones y transgresiones” (Duschatzky y Sztulwark, 2011:48). 109


Reflexiones finales

Lo que se presentó da cuenta de cómo en el ámbito escolar el uso de drogas plantea el desafío de pensar en otras prácticas socio-educativas, no sólo las que hegemónicamente persisten. Y pensar estos nuevos lugares, implica problematizar la posición de los adultos en relación con los jóvenes, cuestionando posiciones normativas y de control, de estigmatización y de discriminación. Este aspecto remite a la necesidad de contar con adultos capaces de ofrecer y sostener espacios de inscripción subjetiva que se traduzcan en nuevas formas de inclusión y reconocimiento social, capaces de dejar marcas, “marcas que habiliten oportunidades, sobre todo allí donde las condiciones imperantes precarizan los destinos” (Kantor, 2010). La condición de adulto no se limita a los aspectos cronológicos ni a los aspectos familiares en un sentido restringido, sino que alude a una posición significativa en relación con los jóvenes desde la cual construir vínculos de confianza. Esta dimensión es central para pensar las intervenciones con jóvenes. Las trayectorias, en las que se van configurando los modos de ser y de estar de los jóvenes, requieren de puntos de sostén, de algunas guías o mojones, que permitan trazar los recorridos. “Esos mojones pueden ser monumentos infranqueables y enceguecedoras o luces que orientan. Puede ser la rigidez, el autoritarismo y la represión que bloquean y hasta cierran los espacios o la voz firme, segura, pero al mismo tiempo autorizadora que ayuda a trazar el camino. Esos mojones, esas guías, esas voces, los pueden encarnar adultos conscientes y responsables” (Efron, 1996:39). Los problemas relacionados con las drogas se desarrollan en circuitos no lineales, en un movimiento permanente de avance-retroceso. Esta dimensión procesual permite tanto comprender el fenómeno, como intervenir con él. En clave de atención, sería influir (positiva o negativamente) en la trayectoria de los jóvenes que usan drogas. Tal como sostiene Megías (2000), “hay trastornos puramente puntuales que no conviene complicar, hay dificultades que pueden y deben abordarse desde una sola área o un sólo sector, hay circunstancias que hacen preferible actuar desde uno u otro instrumento de intervención, hay elementos (desde la imagen de los dispositivos hasta la representación social de los problemas) que matizan decisivamente la posible eficacia de los servicios y recursos. En definitiva, existe una dimensión longitudinal del procesos patológico que, combinada con la multidimensionalidad de éste, no permite fácilmente “poner vallas al campo” de la actuaciones terapéuticas” (Megías, 2000:375). Esto nos interpela tanto en la necesidad de abordar respuestas concretas a la atención como en la de problematizar las representaciones sociales dominantes en el territorio.

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