31 Formas en que la gente espera un Trabajo Emocional por parte de las Mujeres. Femininja

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Las diversas situaciones que aparecen en este fanzine fueron extraídas originalmente y traducidas de un artículo publicado en ‘’EverydayFeminism.com’’ (Feminismo todo los días) titulado ’50 Forms People Expect Constant Emotional Labor from Women and Femmes’ escrito por Suzannah Weiss en Agosto de 2016. Éste fue discutido en dos jornadas de mujeres y niñas que se realizaron en la comuna de San Bernardo y La Pintana (Santiago de Chile). En ellas participaron ‘Las Vencedoras’ (educadoras populares y apoderadas del ‘semillero El fondo del Río’ del Centro de Operaciones Poblacionales Los Areneros (COPLA)) junto a mujeres y niñas integrantes de la Escuela Popular de Cine del colectivo FECISO (Festival de Cine Social y Antisocial).

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En estas jornadas surgió la idea de adaptar, complementar e ilustrar las diversas situaciones inspirándonos en experiencias comunes que hemos vivido como niñas,

estudiantes, trabajadoras, madres, pobladoras, y mujeres

en general, para generar un documento en formato fanzine y poder difundirlo con más compañeras en nuestras

poblaciones, espacios familiares, de estudio, trabajo u organización.



el trabajo emocional

Vamos a entender el trabajo emocional como una categoría particular de lo que el feminismo y los estudios de género han llamado los ‘trabajos de cuidados’. Hace ya más de cien años, el marxismo ilustraba la forma en que el sistema capitalista se mantenía: durante la producción, el capitalista se quedaba para sí el plusvalor generado por el trabajo del obrero. paga al a t s i l a t i p El ca e no se u q o i r a l a s obrero un e éste u q r o l a v on el condice c rnada o j u s e t n ra genera du laboral

(

porque

se lo

ese valor

queda el capitalista!

)


Ese salario alcanza sólo para la reproducción de la mano de obra, es decir, para

que el obrero pueda seguir viviendo y trabajando en su fábrica, pueda despertarse todos los días y tenga la energía suficiente para seguir generándole riquezas.


Esa ‘reproducción’, sin embargo, como está pagada en dinero (salario), no puede ser utilizada de inmediato (porque, claro, el dinero no se come), sino que debe ser convertido en vivienda, comida, ropa, y calefacción necesaria para mantener la salud, la vida y las fuerzas del trabajador. Para que eso suceda, se requiere de un proceso -que aunque nunca haya sido entendido como tal-

también es un trabajo

Este ‘otro’ trabajo, del cual la producción capitalista como sistema también depende, es desempeñado en la gran mayoría de los casos por la esposa o madre del trabajador, la que con el salario va a comprar y cocinar los alimentos, va a lavar y coser la ropa para su familia, y va a cuidar a que sus hijas/os no pierdan la salud para que la clase obrera siga disponiendo de trabajadores para la producción y el enriquecimiento de la clase dominante.


Imagen pegatina Brigada de Propaganda Feminista


Estos son los ‘‘trabajos de cuidados’’


Nos interesa esta lectura porque ofrece una forma de comprender cómo el sistema capitalista en que vivimos, depende de la labor que históricamente se nos ha encomendado como mujeres, y cómo ese mismo trabajo, ha sido invisibilizado bajo la figura del matrimonio o la familia.

Así como el empresario necesita a su trabajador, necesita también de su esposa y su familia para asegurar esta llamada ‘reproducción’ de la mano de obra, de modo que el obrero tenga energía, salud física y mental para ir a trabajar al otro día. Es en este proceso que el sistema ignora que es la mitad de la población, las mujeres, quienes se han estado dedicando a un trabajo que ese sistema necesita para seguir funcionando.


Hoy en día, con la inserción de la mujer en el mundo del trabajo remunerado, se ha hablado de una ‘crisis de los cuidados’, ya que tras esa simulada igualdad en que (algunas) mujeres también tenemos un salario y nuevas oportunidades laborales, sigue existiendo una falta de reconocimiento del trabajo que ésta desempeña en el hogar.


por lo que: o, aquella mujer debe hacer los dos trabajos (en su lugar de empleo y en el hogar); o bien, se contrata a otras mujeres (frecuentemente mujeres pobres o inmigrantes) para que desempeñen ese trabajo. Así los hogares pueden mantenerse, y la reproducción para la producción puede efectuarse.

En pocas palabras, la sociedad aún no se ha hecho cargo de todo lo que demanda el proceso de reproducción, ya que no ha reconocido como trabajo la labor tradicional que la mujer hoy ‘abandona’ por insertarse en el mundo del trabajo, generándose así nuevas formas de opresión de género, clase y raza detrás de la imagen de igualdad de la mujer profesional.


Actualmente algunas de las labores de los ‘trabajos de cuidados’ han sido visibilizadas, por lo menos en el discurso oficial o progresista, como algo de lo que también deben ocuparse los hombres.

Así es como algunas mujeres celebran que los hombres sepan lavar su ropa o ‘ayuden’ a hacer el aseo de la casa, o bien, son ellos mismos quienes proclaman orgullosos su capacidad o disposición para cambiar pañales. Sin embargo, existe un tipo específico de trabajo que pasa desapercibido porque responde muchas veces a un plano inmaterial, este es el que aquí llamaremos ‘Trabajo emocional’.


El trabajo emocional es aquella inversión de energía con el propósito de, abordar o gestionar los sentimientos de otras personas, hacer que la gente se sienta cómoda, o tener que estar a la altura de las expectativas sociales. Son esas ‘habilidades blandas’ que la mayoría de los espacios sociales necesitan para lograr cohesión social y seguir funcionando sin colapsar. Se le llama ‘trabajo emocional’ porque termina usando, y a veces drenando, nuestros recursos emocionales.


Pedir consejos a lxs amigxs, tener buena llegada con las personas, mediar Ahora, conflictos y otras acciones que vamos r: a r a l c a a r pa a mencionar, pueden ser parte de construir relaciones saludables y empáticas. El asunto aquí aflora cuando se espera constantemente aquello de nosotras de forma obligatoria por ser mujeres y consecuentemente, sin reciprocidad. Frecuentemente se piensa que las mujeres aportamos estas cualidades ‘naturalmente’ por ser mujeres, y por tanto, cariñosas, maternales, y emocionales. Pero no, esto demanda energía, aunque a veces estemos acostumbradas a hacerlo porque se nos ha enseñado desde pequeñas.

Es lo que llamamos Rol de Género


no nacemos asĂ­, se nos enseĂąa a serlo.


A continuaciรณn, pr maneras en las que las mujere nos desenvolvam emocional, sin comp reconoc


resentamos muchas s que se espera es en particular, mos en una labor pensaciรณn o si quiera cimiento.


Cuando se nos pide que vigilemos, entretengamos o cuidemos a nuestros hermanos, primos u otros niños menores, más que los hombres, porque la gente automáticamente asume que debemos querer a los niños y tener una tendencia natural hacia la crianza.


Si no queremos ser madres, no ponemos a nuestros hijos e hijas por sobre todas las cosas de nuestra vida o no queremos ser la criadora principal de la pareja, se nos hace sentir como que hubiera algo mal con nosotras. Este punto genera especial hostilidad de mujeres hacia otras mujeres convencidas de que el sentido maternal nos llega a todas; criticarnos y enemistarnos es unos de los grandes logros del patriarcado. TambiĂŠn se manifiesta en nuestras propias creencias patriarcales, cuando nos sentimos culpables cuando hacemos cosas por nosotras y no por nuestros hijos: como elegir un pasatiempo que nos demanda tiempo, o ir de fiesta.


Si tenemos parientes ancianos, con discapacidad, enfermedades físicas o mentales; ellos y sus seres queridos esperan que las mujeres se aproximen y ayuden a cuidar de ellos/ ellas mucho más de lo que se espera que los hombres sean empáticos al respecto (sobre todo hombres jóvenes). Sin ir más lejos muchas veces buscamos apoyo de otras familiares (como hijas, primas, tías) para atender esos cuidados.


Se espera que vayamos regularmente al médico, que investiguemos sobre métodos de anticoncepción, y además nos preocupemos de la salud de los que nos rodean, es decir, asegurarse que nuestros hijos, maridos, e incluso amigos también agenden sus horas a él/la doctora y se traten sus afecciones.


Nuestros amigos suelen descargar sus problemas (a veces problemas serios que no sabemos manejar) en nosotras, antes de que hayamos acordado hablar sobre ello. Esto muchas veces sucede también con la gente mayor y/o desconocida, que te habla o te aborda creyendo que por que eres mujer eres buena ‘escuchando’.

Se espera que formemos parte de instancias de intensidad emocional, o que sepamos desenvolvernos bien en ellas, como ‘noches de chicas’, dinámicas de grupo, etc.


Somos juzgadas más tajantemente por carecer de habilidades sociales, se nos critica cuando no somos suficientemente sentimentales o cálidas, lo que genera una presión mayor de presentarnos en sociedad de una manera ‘deseable’ o ‘abordable’.

Tenemos que justificar socialmente las decisiones que son percibidas como amenazas para nuestra seguridad (por que las mujeres ‘cuidamos’, no dañamos) como beber, caminar solas por la noche, viajar o ir a un lugar desconocido sin compañía masculina, o estar a solas con hombres.

Cuando salimos, se nos alienta a que seamos siempre híper vigilantes y cuidadosas, que revisemos nuestros tragos y los pasos de nuestras amigas, además de sacar las llaves cuando caminamos a casa por si somos atacadas. (Ir a una fiesta a emborracharse y olvidarse de todo, también es un privilegio masculino).


Los acosadores en la calle que nos hacen sentir incómodas, nos culpan si no respondemos de forma ‘adecuada’ por piropos que no hemos pedido. Es común que nos digan que ‘por qué no sonreímos’ cuando nos dan un cumplido. Por otra parte si no lo rechazamos, se supone que lo estamos pidiendo, y si es que efectivamente respondemos y mostramos nuestro descontento, somos ‘poco educadas’, o de lleno, histéricas.

Cuando sufrimos algún caso de abuso sexual, la gente intenta constantemente convencernos que seamos ‘empáticas’ con el agresor: que callemos para que no ‘hiramos su reputación’, que debe haber sido un ‘malentendido’ o que ‘arruinamos sus vidas’ y la de su familia por denunciar la agresión.



Cuando salimos con hombres, se espera que juguemos ese cansador juego de ‘hacerse la difícil’ para que ellos no se aburran y sientan esa ‘emoción de la conquista’.

Durante el sexo con hombres, nos sentimos presionadas a hacer gestos y caras artificiales o a fingir orgasmos con el fin de hacer sentir bien a nuestras parejas sobre su desempeño sexual. Además si él es de aquellos que lo motiva sólo el sexo coital y eyacula antes que tú, debes ser empática y guardarte tu insatisfacción. (¡Mala práctica chiquillas, a exigir nuestros orgasmos o regalárnoslo nosotras mismas!).


Los hombres con los que salimos esperan nuestra total disposición para ellos, mientras ellos mantienen su distribución del tiempo y prioridades inalterables, y sólo dedicana sus parejas mujeres el tiempo que quieren dedicarle. El amor para nosotras muchas veces se nos enseña como una entrega total, lo que hace que estemos ocupadas de ordenar nuestros pasatiempos y salidas con amigxs de forma que no entorpezcan la relación, mientras a los hombres se les hace más fácil decidir sus actividades por placer propio e iniciativa individual. (En general, a los hombres se les acostumbra desde pequeños a tomar decisiones en pos de su propio placer o autosatisfacción, mientras a las mujeres se les enseña a guiar su vida en torno a los que la rodean, lo que se traduce en las relaciones de pareja).



Cuando no queremos estar en una relación con un hombre, se nos hace sentir culpables por fallar en corresponderle a un ‘buen hombre’ que sólo por querernos, de alguna forma merece nuestro afecto. (Caso clásico es la famosa ‘friendzone’: los hombres creen que lo que determina que una mujer esté con ellos es cuánto esfuerzo ponen en la conquista, porque sin importar lo que la mujer desee, tarde o temprano va a rendirse ante el romanticismo que éste le entregue. Así como se culpa a las mujeres por decir que sí, llamándolas ‘putas’, esta palabra es la culpabilidad hacia la mujer por decir no).

Las familias esperan que las mujeres hagan ‘sentar cabeza’ a los hombres descarriados u ovejas negras, dejan en ellas la responsabilidad de ser severas, controladoras, suspicaces, e incluso maternales y con una capacidad increíble de aguantar o resolver situaciones desagradables.


Esta responsabilidad la vemos reflejada no sólo en la relación de pareja heterosexual sino que en la estructura familiar en general, descansando en nosotras la protección de situaciones de riesgo de la familia. Así las mujeres tienen menos espacios para hacer locuras ya que se construyen como el último bastión del sentido común.


Se estipula que tenemos esa habilidad natural para sobrellevar la economía del hogar, especialmente si convives con pareja e hijas/os. Conviene aquí decir que somos ‘jefa de hogar’ para llevar las cuentas al día, administrar los recursos e incluso poner los límites en el dinero dedicado al esparcimiento, ya que tendríamos ese don innato para pensar permanentemente en el cuidado y sobrevivencia de los demás. Esto se evidencia con más fuerza en mujeres de clase popular, esperando que seamos abnegadas y dejemos como última prioridad nuestros gustos y necesidades, dándole preferencia a las exigencias materiales y recreativas de sus hijas/os, pareja, familia en general. Una imagen de infancia: la madre se sirve el trozo más pequeño de postre, o simplemente no se sirve, para que alcance para ‘todos’.


Nuestros compañeros de trabajo u organización esperan que sepamos mediar conflictos y otro tipo de labores asociadas a recursos humanos, como realizar las críticas o guiar las conversaciones incómodas haciendo preguntas y observaciones, intentando que nadie se lo tome a mal. Nuestros cercanos, especialmente las parejas hombres, esperan que nosotras iniciemos conversaciones importantes como las que definen los términos de una relación, hablar de cómo va una relación, resolver conflictos emocionales en general. Muchos hombres tienen dificultades en hablar sobre sus sentimientos, y sus parejas mujeres o amigas invierten energía en –además de lidiar con sus propias emociones- poder ayudar a que el otro sepa comunicarlas y solucionarlas.


Cuando los hombres nos explican cosas que sabemos por igual o incluso más que ellos, se espera que los escuchemos atentamente de forma de que no hiramos sus egos. Esto es un constante en reuniones feministas en las que participan hombres, los que tienden a hablar con mucha propiedad sobre temas intelectuales en general, a este fenómeno se le ha llamado también ‘Mansplaining’, una especie de ‘Hombrexplicación’.



Se nos considera naturalmente para profesiones que requieren interacción con personas y habilidades sociales, y casi no se nos considera para aquellas en las que hay que tomar decisiones y liderar. La gente cree que podemos proveerlos de alguna ganancia profesional, nos piden si pueden utilizar nuestras ideas o conocimientos, sin remuneración o reciprocidad, en nombre de ‘las redes que podemos ganar’.

Se nos pide que nos traguemos nuestro enojo por tener que poner más de nuestra parte que los hombres para ciertas situaciones, bajo el argumento de que ‘los hombres son hombres’ y no se les puede pedir todo aquello que sí se espera de nosotras. Esto provoca ciertas exigencias emocionales de mujeres hacia otras mujeres. Muchas veces buscamos empatía y agilidad para resolver situaciones esperando que nuestras compañeras, hijas, amigas estén tan atentas como nosotras para reaccionar.


En el trabajo, debemos intentar ser extra comprensivas y parecer lo menos altaneras posible porque una mujer que sabe puede verse ‘amenazante’.

Pero al mismo tiempo tenemos que ser asertivas, no disculparnos mucho, y evitar otros comportamiento que son calificados como ‘muy femeninos’ y, consecuentemente, ineficientes para ser líder, y conseguir ser escuchada y tomada en serio.


Somos juzgadas de manera mucho más severa en nuestros espacios de trabajo si no somos lo suficientemente preocupadas de nuestra figura y apariencia. Cosas como andar sin maquillaje, un poco despeinada, o tener sobrepeso, son penadas en mayor medida con nosotras ya que evidenciaría nuestra falta de interés hacia los demás y tiende a teñir nuestro éxito laboral. Por otra parte también nos inquieta vernos demasiado arregladas para no dar una impresión desesperada o coqueta, de modo que tus colegas no cuestionen tus capacidades. Se espera que respondamos con esa sensibilidad estética que tenemos las mujeres para componer nuestro look y ‘sacarnos partido’ de acuerdo a la ocasión. (si ocupamos cargos de poder lo lógico es que masculinicemos medianamente nuestro closet, pensemos en gerentas, ministras o presidentas).


De formas muy contradictorias, a la vez que se te exige tener habilidades emocionales, se te condena por ser ‘muy emocional’, cualidad que te quita credibilidad y racionalidad. Frecuentemente esto último se asocia a nuestro ciclo menstrual, menoscabando aún más la importancia del mensaje de esa emocionalidad por considerarla un ‘asunto de hormonas’.


Cuando los hombres intentan abogar por nosotras y nuestras causas, incluso si fallan colosalmente (no entendieron nada) o si nos hieren en el proceso promoviendo un sexismo benevolente (Por ejemplo, esencializan o engrandecen a las mujeres por sus cualidades maternales, o aquel marido que no sabe quĂŠ harĂ­a sin que su mujer mantuviera el caos fuera de su vida); se espera que les demos apoyo por haberse preocupado y que nos sintamos agradecidas porque nuestros problemas estĂŠn -por lo menos- siendo escuchados.


Esperan también cómodamente que los eduquemos en estos temas, y que les estemos mostrando sus privilegios masculinos o llamándoles la atención por sus conductas patriarcales, en vez de incomodarse verdaderamente y hacerse cargo del tema. De esa manera se nos pide que empaticemos constantemente con la crianza machista de nuestros compañeros (que es la misma que recibimos nosotras) para explicarles una y otra vez sin hacerlos sentir mal, cómo nos violentan, pese a que ello signifique remover recuerdos o situaciones dolorosas para nosotras. El haber nacido en décadas pasadas los haría incapaces de percibir esto (los mal denominados ‘casos perdidos’), pese a que sean hombres críticos o politizados, que se actualizan constantemente en otras materias.


A veces junto con esto, se nos cuestiona la veracidad de nuestra molestia por estas situaciones, teniendo que dar ejemplos especĂ­ficos de haberlas experimentado para probarlo.


Por esta razón, la labor emocional que se nos demanda exacerba otros problemas que las mujeres ya enfrentamos en el trabajo, en la política, en la familia. No podemos luchar contra el patriarcado y el capitalismo si no tenemos energía para dedicarle a aquella lucha. No podemos reconstruirnos si estamos ocupadas de lo que los otros sienten y no pueden sentir.

Muchas veces personas que creen en la igualdad de género o se consideran feministas por engrandecer con sus discursos al género femenino, ignoran estas cuestiones y las naturalizan, adjudicando muchas de estas cualidades a una condición esencial de ser mujeres, y olvidando que todas estas labores implican un esfuerzo, un desgaste e incluso una estructura sociopolítica dominante y explotadora.


El cuidado constante de los otros nos descuida también a nosotras.

La masculinidad, a su vez, también niega el trabajo emocional, y los hombres tienden a tener poca práctica en la expresión de sus emociones, lo que les dificulta entender y hablar de lo que les pasa. Es justamente su inhabilidad y nuestra obligación, la desigualdad que transforma esto en un problema de género necesario de trabajar y desarticular.


Es por eso que este documento, creado colaborativamente entre mujeres para mujeres, se presenta como una herramienta mรกs de discusiรณn y un llamado a reunirnos para compartir estas experiencias, para organizarnos, apoyarnos y actuar no sรณlo frente a estas situaciones, sino que frente a todos los tipos de violencia que nos oprimen como mujeres.


Finalmente! Si eres alguien a quien la gente no le demanda frecuentemente trabajo emocional, es momento que te hagas cargo de algunas cosas. Si eres un hombre que tiene hijos con una mujer, por ejemplo, es hora que te hagas cargo no sólo de mudarlos, sino que de conversar temas delicados y sentimentales con ellas/os también (Sexualidad, Menstruación, etc.). Si no te sientes aludido por algunas de las situaciones enumeradas anteriormente, no cantes victoria ni esperes un trofeo, colabora sin alardear a que tú y más hombres sepan desarticular todas estas situaciones. Si eres un hombre con privilegios que quiere saber más sobre el feminismo interseccional, por favor, Googléalo antes de pedirles a tus amigas mujeres que te lo expliquen.



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