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Han cambiado las cosas para las mujeres?
from Ácida 4ta Edición
Natalia Currea
Ella/elle. 25 años. Bisexuala.
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Boyacense. Realizadora audiovisual con experiencia en trabajo colectivo; licenciada en ciencias sociales; historiadora en formación.
Posiblemente usted, como yo, sea de Colombia y haya sobrevivido al Paro Nacional del 2021 y a esa pandemia. Parece que todo cambió. Con unas compañeras cuestionábamos qué tan diferentes son las cosas ahora en nuestro país; una materializó la pregunta que ninguna había querido expresar en voz alta: ¿valía la pena ser feminista en Colombia? Nosotras mismas habíamos cambiado tras tanta convulsión ¿valió la pena integrarnos a colectividades que nacieron para desafiar los órdenes patriarcales establecidos y normalizados en Colombia?
Nos decimos feministas en un país donde las violencias basadas en género no cambian: los crímenes domésticos siguen reportando como principales víctimas a mujeres y niñas, las oportunidades laborales mantienen sesgos de género, las instituciones sólo reconocen al “hombre” como sujeto de derechos y el acoso callejero parece imposible de erradicar. Un contexto donde ser mujer y feminista es agotador.
Por suerte no hemos sido las primeras ni las únicas en cuestionar si es justo el lugar que como mujeres espera de nosotras la sociedad. La médica, profesora, activista y masona argentina-uruguaya Paulina Luisi Janiki (18751949), desde la década de 1900 buscó, junto a otras mujeres, el acceso femenino a estudios universitarios y al sufragio, un salario igualitario entre mujeres y varones, y la abolición de leyes que impidieran el divorcio. En Colombia en 1923, el Comité Central Femenino compuesto por mujeres que ya se decían feministas del Sindicato Liga de Inquilinos de Barranquilla, consiguió a través de una huelga pacífica la derogación de una sentencia que impedía el funcionamiento de su sindicato, convocando al rededor de 3000 personas en su apoyo; todo ello evidencia que las abanderadas por la lucha feminista hemos estado por siglos motivando a que las cosas cambien.
A pesar de ello, mientras estas pocas feministas daban sus luchas, vivían también mis tatarabuelas, bisabuelas y abuelas, en contextos muy distintos: colombianos, rurales, periféricos, sin siquiera considerar el acceso a la educación superior. Voto, divorcio, aborto: derechos a los que ellas no accedieron y que tampoco tuvieron oportunidad de pedir.
En mi contexto cercano, citadino, universitario, patojo, leí al movimiento feminista como otra de las voces que se articuló al Paro del 2021, evidenciándose que la revolución no la hizo una masa homogénea, sino que dentro de la misma oposición hubo multiplicidad de verdades, entre las que destacaron voces femeninas y feministas, no siempre conjuntas, pero sí definidas como una postura frente al machismo, al patriarcado y la heteronorma que históricamente ha permeado espacios políticos en Colombia. Ser mujer y ser feminista se siente diferente antes y después del Paro. Antes tenía miedo de decirme abiertamente feminista, ahora, me apoyo en el feminismo y en mis compañeras. Vale la pena ser feminista en Colombia por el hecho de que ha sido razón para que tejamos redes con quienes también se piensan utopías en otros espacios y en otros tiempos. Si así estamos hoy, imaginen lo que podemos dejar juntas como legado de aquí a los próximos cien años.