El Despiadado Griego

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El despiadado griego Julia James

El despiadado griego (2009) Título Original: The Greek's million-dollar baby bargain (2009) Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Bianca 1919 Género: Contemporáneo Protagonistas: Nikos Theakis y Ann Turner

Argumento: Ha pagado un millón de libras por el bebé. ¡A ella la hará su amante gratis! Cuando el magnate griego Nikos Theakis le ofreció a la afligida Ann Turner un millón de libras por su sobrino huérfano, ella tomó el dinero y se marchó. Joven, sin un penique y sola, Ann hizo lo que pensaba que sería lo mejor… y aquello la destrozó. Cuatro años después, decidió aceptar la invitación de la madre de Nikos para ir a Grecia. Allí, y a pesar de que él pensaba que era una cazafortunas, se dejaron llevar por la atracción que sentían el uno por el otro…


Julia James – El despiadado griego

Prólogo EL avión atravesó la noche de invierno hacia el norte. Dentro, un solo pasajero miraba por la oscura ventanilla. Su rostro era sombrío. Su mirada perdida. Miraba a su interior, al lejano pasado. Dos chicos, descuidados, felices. Hermanos. Que habían creído tener todo el tiempo del mundo. Pero para uno se había terminado. Un cuchillo atravesó el corazón del hombre que estaba sentado mirando a la oscura noche. «¡Andreas! ¡Mi hermano!». Pero Andreas se había ido, no volvería jamás. Sólo había dejado tras de sí una madre llorosa y un hermano deshecho. Y un milagroso regalo de consolación…

Sonó el timbre de la puerta de un modo insistente. Ann dejó de recoger la cocina y miró al cochecito de segunda mano para comprobar que el ruido no había despertado a Ari. Corrió hacia la puerta colocándose el pelo y preguntándose quién demonios sería. Pero en cuanto abrió supo quién era. Allí estaba de pie, alto, oscuro y con el rostro de roca. Tras él, junto al bordillo, un coche con chófer que desentonaba por completo en esa zona de la ciudad. —¿Señorita Turner? La voz era profunda y con un marcado acento. También era fría y dura. Ann asintió de un modo casi imperceptible y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. —Soy Nikos Theakis —anunció—. He venido a por el niño. Nikos Theakis. El hombre a quien más razones tenía para odiar. Ann sólo podía mirarlo, petrificada, mientras él entraba en la casa mirando displicente al sucio interior antes de volver a fijar su mirada en ella. —¿Dónde está? —exigió. Su mirada la atravesó. Ella sólo era capaz de mirarlo fijamente. Más de un metro ochenta de hombre ataviado con un traje que gritaba riqueza, un peinado perfecto y un rostro que le hizo abrir los ojos de par en par en contra de su voluntad. Los ojos oscuros como la noche, una fuerte nariz recta, pronunciados pómulos, una mandíbula cincelada y una sensual boca. Ann tragó saliva. Después, con un gran esfuerzo, recuperó la movilidad. ¿Qué demonios hacía mirando a ese hombre así? Como si fuera alguien que no era.

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Nikos Theakis… rico, poderoso, arrogante y despiadado. El hombre que había destrozado la vida de su hermana. Porque había sido él. Ann lo sabía. Su hermana se lo había contado. Carla, siempre la chica vital, encantadora. Haciendo de su vida una fiesta. Hasta que la fiesta había terminado. Había aparecido el verano anterior en el cuartucho de Ann sin otro sitio al que acudir. Alterada. —¡Decía que estaba loco por mí! ¡Pero ahora estoy embarazada y no quiere casarse conmigo! Y sé por qué —su hermoso rostro se había retorcido por el odio—. ¡Es por su maldito hermano! ¡Un matón! El todopoderoso Nikos Theakis. ¡Mirándome y arrugando la nariz como si yo estuviese sucia! Conmocionada, Ann había escuchado el relato entre lágrimas de Carla. Había tratado de reconfortarla, de recordarle que el padre del niño tenía que darle apoyo económico… —¡Yo quiero que Andreas se case conmigo! —había repetido Carla. Los siguientes meses no habían sido fáciles. Carla se había hundido en un letargo depresivo y le había prohibido a Ann que se pusiera en contacto con el padre. —Andreas sabe dónde estoy —había dicho abúlica—. ¡Quiero que venga a buscarme! ¡Quiero que venga a casarse conmigo! Pero Andreas no había aparecido, y el difícil embarazo de Carla había terminado con un alumbramiento aún más difícil y la subsiguiente depresión posparto. Sobre Ann había caído la responsabilidad de ocuparse del niño, Ari, mientras Carla se hundía en la depresión y rechazaba el tratamiento. La cura, cuando había llegado, había sido dramática. Una llamada en la puerta… un joven, guapo, pero de maneras forzadas y dubitativas. —Soy… soy Andreas Theakis —le dijo a Ann. Eso fue lo único que dijo y Carla se lanzó hacia él, transfigurada. Al menos eso era lo que Ann había creído. La realidad había sido menos romántica: Andreas quería una prueba de paternidad. —Tengo que convencer a mi hermano… —había dicho incómodo a Ann, pero Carla se había mostrado triunfante. —Oh, Ari es de Andreas, ¡por supuesto! Y el todopoderoso Nikos Theakis va a tener su merecido. Andreas ahora se casará conmigo, me lo ha prometido porque quiere a su hijo. ¡Y contra eso su maldito hermano no puede hacer nada! ¿Había tentado al destino Carla al mostrarse tan triunfante?, se preguntó Ann con un regusto amargo. No había hecho falta la maldad de Nikos para evitar que su hermano se casase con ella. Sólo había hecho falta un error de cálculo de Andreas, que se había llevado a Carla, radiante una vez más, en su potente coche alquilado por las desconocidas carreteras británicas. Nada más que eso. Y dos vidas se apagaron. Ann se había quedado en casa con Ari, que se había quedado huérfano de repente.

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Ann sabía que el horror y la pena de ese día no la abandonarían jamás. El cuerpo de Andreas había vuelto en avión a Grecia. Nadie de su familia se había acercado a Ann, que había enterrado sola a su hermana y se había quedado a cargo del niño. No había hecho ningún intento de contactar con la familia de Andreas. Nunca habían querido a Carla… ni a su hijo. Ari era toda su vida. Lo único que le había quedado. Su único consuelo en un mar de dolor. Dolor por su hermana y el hombre con quien se había querido casar tan desesperadamente y rabia contra el hermano que se lo había impedido. El hermano que en ese momento estaba de pie a su lado taladrándola con la mirada. Exigiendo apartar a Ari de ella.

Al no obtener ninguna respuesta, Nikos miró la vacía habitación que había un poco más allá y recorrió el pasillo hacia la cocina. Su expresión se endureció aún más. Estaba todo desordenado, la pila llena de cacharros sucios, una mesa con un hule lleno de restos de comida. Pero fue el cochecito lo que atrajo su atención. Se acercó y lo miró. La emoción lo atravesó. ¡El hijo de Andreas! En medio de esa pesadilla, un milagro. Miró al bebé dormido y se le inflamó el corazón. Lentamente tendió una mano hacia él. —¡No lo toques! —el grito hizo que la mano se detuviera a medio camino. Ann estaba en la puerta de la cocina. Nikos se volvió a mirarla. ¿Pensaba esa chica que se iba a llevar al niño en ese momento? Evidentemente no. Volvería a por él cuando tuviera arreglados todos los papeles y una niñera contratada. Estaba allí sólo porque tenía que ir. Tenía que verlo por sí mismo, ver a ese niño que era el único consuelo que le quedaba a la familia Theakis tras la muerte de Andreas. Recorrió con la mirada el cuerpo que ocupaba el umbral de la puerta y apretó los labios. Quedaba bien en ese lugar. Malamente vestida, con el pelo recogido y una mancha de papilla en la informe camiseta. No podía parecerse menos a la chica que había clavado sus avariciosas garras en su hermano. Carla había sido un ave del paraíso. Su hermana era un gorrión callejero. Pero el aspecto de Ann era irrelevante, sólo importaba el bebé que tenía a su cargo. —Señor Theakis, quiero que se marche. No tengo nada que decirle y no quiero que moleste a Ari —su voz era cortante y hostil. Él no dijo nada, sólo la miró. Notó como se le enrojecían las mejillas sólo con mirarlo. Su mirada la estaba atravesando. Entonces, sin decir una palabra, se acercó a ella. Ann se apartó y él pasó rozándola para salir, pero el alivio de ella fue muy breve. Nikos se quedó en el salón. —Le he pedido que se marche —dijo ella saliendo tras él —y… Nikos alzó la mano y ella se interrumpió.

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—He venido simplemente a verlo y a informarle de la decisión que se ha tomado de llevármelo a casa. —Ésta es su casa. Nikos miró a su alrededor. El sofá desvencijado, la alfombra raída y las cortinas desteñidas. —Esto, señorita Turner —dijo volviendo al mirarla —no es una casa. Es un agujero. Ann se sonrojó. ¡La pobreza no era un crimen! Pero era evidente que él pensaba de otro modo. Sus ojos la atravesaban como si fueran un bisturí. Al instante fue consciente de su desaliñado aspecto. Apartó la mirada. ¿Qué importaba el aspecto que tuviera? ¿O el de él? Ese hombre acababa de anunciarle su intención de robarle el bebé, lo único que amaba en el mundo. Su única familia. Entonces él súbitamente volvió a hablar y en esa ocasión su tono fue muy distinto. —¿Pero cómo iba a ser de otro modo? —dijo con suavidad y Ann volvió a mirarlo—. Es muy duro, ¿verdad Señorita Turner?, tener que llevar la carga de un bebé. ¿Qué chica de su edad puede desear algo así? La ira creció en Ann de un modo instintivo. Sí, era un duro trabajo, pero Ari nunca sería una carga. —Así que voy a liberarla de esta carga indeseada, señorita Turner, y así podrá recuperar su vida despreocupada —siguió en el mismo tono suave. —Señor Theakis —dijo intentando controlar la ira—, usted rechazó a Ari desde el momento de su concepción. ¿Por qué esa súbita preocupación por él? —Porque ya tengo los resultados de la prueba de ADN. Sé que es el hijo de mi hermano —no quedaba ni rastro de la suavidad anterior en su tono. —¡Eso es lo que dijo mi hermana desde el principio! —protestó Ann. —¿Piensa que iba a confiar en la palabra de una ramera? —¡No hable de Carla de ese modo! —escupió furiosa. —Su hermana se acostaba con cualquier hombre lo bastante rico como para que pudiera mantener su nivel de vida. Por supuesto, advertí a mi hermano que comprobara que el niño era suyo. —¡Mi hermana está muerta! —gritó. —Como mi hermano. Gracias a ella —dijo con frialdad glacial—. Y ahora sólo una persona es importante: mi sobrino —de pronto sus maneras volvieron a cambiar, la suavidad volvió a su voz—. Por eso voy a llevármelo a Grecia conmigo. Tendrá la vida que su padre habría querido para él. Seguro, señorita Turner, que usted no puede estar en desacuerdo con eso.

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—¡Por su puesto que estoy en desacuerdo! ¿Se propone, señor Theakis — preguntó con tono cínico—, criar usted mismo al niño? ¿O sencillamente se lo endosará a una niñera? Los oscuros ojos de Nikos brillaron. Ann sintió una punzada de satisfacción. No le gustaba que lo desafiasen. —Para tranquilizarla en su preocupación, señorita Turner —había un punto sarcástico en su profunda voz—, Ari vivirá en el hogar familiar. Sí, con una niñera profesional, pero, sobre todo con mi madre —y de pronto su voz adquirió un tono distinto a todos los anteriores—. ¿Es realmente necesario que le explique lo desesperada que está mi madre y que su único consuelo puede ser el hijo de su hijo? Su dolor, señorita Turner, es terrible. Ann sintió que se le hacía un nudo en la garganta. —Puede venir a verlo siempre que quiera… —empezó, pero él la interrumpió. —Muy generoso por su parte, señorita Turner. Pero vayamos al grano —dijo mordaz. Volvió a taladrarla con la mirada, pero esa vez no había desdén por su aspecto. Esa vez tenía la misma expresión que cuando había llamado «ramera» a su hermana. —Así que dígame, ¿cuál es el precio del niño? Sé que será bastante alto… el de su hermana era casarse con mi hermano. El suyo supongo que sólo será una cantidad en metálico. Ann miró incrédula cómo Nikos deslizaba una mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacaba un talonario con funda de cuero y una pluma de oro. Con un gesto elegante arrancó un cheque y lo puso encima de la mesa. Su rostro no transmitía ninguna emoción. —Nunca regateo por lo que quiero, señorita Turner —dijo con voz áspera—. Ésta es mi primera y última oferta. No me sacará ni un penique más. Le ofrezco un millón de libras por mi sobrino. Tómelo o déjelo. Ann parpadeó. Aquello no era real. Ese papel que tenía delante no era un cheque por un millón de libras… un millón de libras para comprar un bebé. Como seguía mirándolo, Nikos volvió a hablar. —Mi sobrino —volvió al tono suave —tendrá una infancia idílica. Mi madre es una mujer muy cariñosa. Vivirá con ella en su casa de Grecia, en la villa Theakis en mi isla privada. No le faltará nada —le dedicó una sonrisa heladora—. Así que puede aceptar el dinero, señorita Turner, con la conciencia tranquila. Ann oyó las terribles palabras pero no las registró. No registró nada más que el papel que tenía delante encima de la mesa. Él vio cómo lo miraba fijamente y su expresión se endureció. Siguió mirando el cheque. ¡Monstruoso! ¡Monstruoso! Sintió que la emoción crecía en su pecho y pensó que iba a explotar. Sólo cuando él se dirigió a la puerta empezó a notar que las lágrimas le inundaban los ojos. —Ahora me marcho y volveré al final de la semana —anunció él—. El papeleo estará completo para entonces y usted me entregará a mi sobrino —su voz volvió a

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endurecerse—. Entienda que la condición por el pago de este dinero es clara: el niño no tendrá ningún contacto con la familia de su madre. Sin embargo, mi madre, que desconoce la sórdida vida que llevaba su hermana y sus actuales estrecheces, me ha pedido que le entregue esta carta —metió la mano en un bolsillo de la chaqueta y sacó un sobre cerrado—. No piense en contestarle. Y no trate de cobrar su cheque aún… está fechado para después de que yo me lleve a mi sobrino. Se fue y cerró la puerta tras él. Los ojos de Ann volvieron al cheque, después, lentamente, a la carta. La abrió y empezó a leer las palabras de Sophia Theakis. No se puede imaginar mi alegría cuando Nikos me habló del hijo de Andreas. Sentí que Dios se había apiadado de nosotros. Ser bendecida con la posibilidad de proporcionar un hogar a este niño trágicamente huérfano sería un privilegio que le ruego me conceda. Si puede concederme este ruego, a pesar del dolor que sentirá por la pérdida de su hermana, le estaré eternamente agradecida. Será amado y tratado con cariño toda su vida. Perdone, se lo ruego, el egoísmo de una mujer que ha perdido a su hijo y a quien la vejez acecha por desear criar a su nieto. Pero usted es joven y tiene toda la vida por delante y así podrá ser libre sin tener que asumir la prematura responsabilidad de la crianza del hijo de su hermana, algo que consumiría su juventud… Ann notó la terrible mezcla de dolor y esperanza que había en cada frase. Se le hizo un nudo en el pecho. ¿Qué debía hacer? ¿Qué era lo mejor? ¿De verdad tenía Ari un hogar lleno de cariño esperándolo en casa de su abuela? ¿Sería mejor para él que el hogar que ella le proporcionaba o sólo más rico? Un niño necesitaba amor, seguridad emocional, sobre todo. Más que seguridad material. El rostro de Ann se ensombreció con los recuerdos. Carla había sido su apoyo emocional de pequeña, todo lo que ella había tenido, su único soporte tras la muerte de su madre. Las palabras de Sophia resonaban en su corazón. ¿Qué sería lo mejor para su sobrino? ¿Qué habrían querido sus padres para él? Su corazón se retorcía. Ya sabía la respuesta. Andreas habría querido que su hijo se criara en su familia, con su propia madre que tanto lo había querido a él. En el corto tiempo que había tratado a Andreas, había hablado de su madre con frecuencia y siempre con amor y afecto en su voz. Su madre, le había dicho Carla, se alegraría de la noticia de su boda… y recibiría a su nieto con los brazos abiertos. ¿Y Carla? ¿Qué habría querido ella? Ann también conocía la respuesta a esa pregunta. Carla había dedicado su corta vida a tratar de conseguir la riqueza que pensaba le daría la felicidad… habría dado su brazo derecho por que su hijo ocupase su lugar en el corazón del clan Theakis. Había dado más. Había dado su vida. Lenta, inexorablemente, la lógica fue consiguiendo abrirse camino a través de su desesperación por quedarse con el niño al que tanto amaba. ¿Cómo podría? Sería sólo egoísmo por su parte. Si a Ari se le ofrecía un hogar cálido y seguro económicamente, lo que sus padres habrían querido para él, ¿cómo podía mantenerlo bajo su tutela con su falta de recursos? Por mucho que quisiera al niño, algún día

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crecería. ¿Cómo reaccionaría al saber que había sido privado de ese derecho por nacimiento? Era el momento de decidir, mientras era un bebé… antes de que se formaran más vínculos emocionales, antes de que empezara a quererla a ella y sufriera al ser apartado de su lado. Era el momento, lo sabía, el de ella para ser fuerte… el de dejarlo ir con su abuela, ser amado y protegido. Como debería serlo cualquier niño. Y había otra razón para no negárselo a su abuela. Una que no podía ignorar. Una que la monstruosa oferta de Nikos Theakis hacía imposible ignorar. Un millón de libras. Demasiado dinero. ¿Cómo podía decir que no a eso?

Nikos estaba de pie donde lo había estado sólo unos días antes, en el comedor de la casa de Ann mirando con gesto duro cómo ella firmaba los papeles de la custodia de su sobrino. Pero cuando firmó el último de los papeles y se puso en pie temblorosa, se permitió mostrar con su gesto la opinión que tenía sobre ella. Ann había dudado, era absolutamente visible. Su abogado recogió los papeles y los metió en un maletín. En la puerta, una joven niñera tenía en brazos a Ari. Ann sintió un deseo casi incontrolable de arrancarle el bebé de los brazos, pero era demasiado tarde. La niñera, con una última sonrisa de comprensión se marchó. En el umbral de la puerta, Nikos se detuvo. Ann estaba pálida agarrada al respaldo de una silla. Nikos frunció el ceño un segundo, pero enseguida recuperó su expresión fría. —Ya puede cobrar el cheque, señorita Turner —dijo con suavidad. Pero a Ann no le importaba su desprecio. Un grito silencioso en su mente le dijo que no podía hacer lo que acababa de hacer. Aunque el grito sonaba en su cabeza, Nikos Theakis salió de su casa y cerró la puerta. El eco de la puerta la angustió y la seguiría a lo largo de los años.

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Capítulo 1 Cuatro años después… La famosa juguetería londinense estaba atestada de niños y padres a través de los cuales Ann trataba de mirar los millones de juguetes que había en los estantes. La mayoría eran demasiado caros, pero algunos le dieron ideas excelentes. Era extraño estar de vuelta en Inglaterra. Apenas había vuelto desde que había aceptado el cheque de Nikos Theakis… y había dicho adiós a Ari. Cuatro años… y aún la asaltaba la culpa por lo que había hecho. Lo que importaba era que el niño fuera feliz y estuviera bien, como había dicho Nikos que estaría: tendría una infancia idílica. Huérfano sí, pero con una familia que lo quería y entre riqueza. No todos los niños eran así de afortunados. Eso era en lo que tenía que pensar se dijo mientras seguía deambulando por la juguetería. Volver a Inglaterra había traído de nuevo todos los recuerdos sobre Ari. ¿La reconocería si la viera en ese momento? Le dolía el corazón. De todas las condiciones que había puesto Nikos, la de no tener ningún contacto era la más difícil de soportar. Pero era el precio. Sintió la habitual negrura que experimentaba al pensar en el hombre que le había quitado a Ari. Recordó las vilezas que había dicho sobre Carla, su alegría cuando había aceptado el cheque. Su prohibición de volver a Ari. Sus ojos se ensombrecieron, rodeó un expositor de juguetes para bebés y se detuvo a mirar los precios. Después, del otro lado del expositor oyó una voz que decía: —Ari, cariño, habla en inglés, recuerda que estamos en Inglaterra. Como a cámara lenta, Ann volvió la cabeza. A una distancia escasa, había una enorme maqueta de trenes rodeada de niños que la miraban. Justo en su línea de visión había un niño flanqueado por dos mujeres que daban la espalda a Ann. —¡Ése es el tren que me va a comprar el tío Nikki! —dijo una voz aflautada. La joven que estaba a su lado se dio la vuelta para sonreír. Ann vio su perfil y se quedó sin aliento mientras se llevaba la mano al cuello. Podían haber pasado cuatro años, pero Ann reconoció al instante a la niñera que le había quitado a Ari de los brazos. Ann vio cómo cambiaba su expresión al reconocerla también. Entonces la mujer de más edad también se percató de la expresión de la niñera y miró. Era la abuela de Ari. ¡Tenía que ser ella! La elegante anciana devolvió la mirada de Ann con curiosidad y después arqueó las cejas con un gesto de interrogación. Murmuró algo a la niñera, quien asintió despacio. Caminó en dirección a Ann. —Discúlpeme, por favor —dijo con una marcado acento y un poco dubitativa —, Pero… ¿es posible? ¿Puede ser usted…? Ha estado mirando a mi nieto. Ann tragó saliva incapaz de moverse. Después, en su campo visual entró otra figura. Mucho más alta, masculina, embutida en un abrigo negro de cachemira. Ann

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se quedó sin respiración. Al mismo tiempo el hombre, que buscaba a su madre, se encontró con Ann v se detuvo en seco. En un segundo, Ann reaccionó y dio un paso adelante. —Sí, soy Ann Turner. La tía de Ari —anunció. Después todo fue borroso, la expresión del rostro de Sophia se llenó de placer y tendió una mano de inmediato a Ann. Al instante apareció Nikos, furioso. Pero era demasiado tarde para impedir el encuentro. Sophia alzó una mano pequeña pero impetuosa para detener a su hijo. —Nikki, esto es extraordinario —dijo en inglés—. Es la tía del pequeño Ari. ¡Casi no puedo creerlo! El rostro de su hijo parecía tallado en piedra. —Completamente extraordinario —dijo arrastrando las sílabas en tono de advertencia. El contorno del rostro de él se desdibujó cuando los ojos de Ann se llenaron de lágrimas. Se puso en cuclillas y agarró las manitas del niño. —Hola, Ari —dijo muy despacio. —Yaya —dijo el niño frunciendo el ceño—, dices que es mi thia, pero yo no tengo ninguna thia, sólo un thios: el tío Nikki ¿Estás casada con el tío Nikki? Si no, cómo puedes ser mi tía —razonó impecable. Ann sacudió la cabeza ligeramente. Su abuela dijo algo en griego. —Pero yo nunca he tenido mamá. Mi padre y ella están en el cielo —dijo el pequeño. —Tu mamá tenía una hermana, Ari —dijo Ann con voz ronca—. Esa hermana soy yo. —¿Dónde has estado? —exigió Ari—. ¿Por qué no me has visto? —parecía indignado y confuso. —Vivo muy lejos, Ari —dijo tratando de dar una explicación que el niño aceptara. —Ari —la voz profunda de Nikos interrumpió la charla—. Tenemos a la abuela esperando y estamos entreteniendo a tu… tía. Es una mujer muy ocupada. La acompañaré a pedir un taxi. Ann notó que la agarraba de un brazo. Apartarla de la escena del crimen era su primera preocupación, pero no podía hacerlo sin ponerse en evidencia. —¡Nikos! —dijo su madre con desaprobación. Habló con él en griego haciendo muchos gestos con las manos. Mientras ella hablaba el gesto de Nikos se volvía más desagradable. Él respondió algo y miró en dirección a Ann. Su madre alzó las cejas sorprendida, después dijo algo en griego a su hijo.

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—Como quieras —dijo finalmente Nikos en inglés. Sophia Theakis sonrió y después se volvió hacia Ann. Amablemente la invitó a almorzar y la tomó del brazo. —Hace tantos años que deseo conocerte, querida —dijo en tono cálido—. Vamos.

Ann estaba aturdida, apenas capaz de creer lo que estaba pasando. Salieron de la tienda y un chófer los llevó a uno de los mejores hoteles de Londres con vistas al Green Park. Ann sólo tenía ojos para Ari quien, consciente de que tenía una nueva admiradora, se aprovechaba y charlaba con ella. A pesar de dedicar toda su atención al niño, Ann no podía dejar de notar la furiosa presencia de su tío. Decidió ignorarlo. ¿Qué le importaba que Nikos deseara que ella cayera en el olvido? Lo único que le preocupaba era Ari. Se le derretía el corazón al ser consciente del milagro que suponía estar con su sobrino, un niño, un niño de carne y hueso ya no el recuerdo de un bebé. El almuerzo también pareció transcurrir en una nube. No tenía ni idea de lo que comía. No tenía ni idea de nada más que de que estaba sentada en una mesa con Ari haciéndole todas las preguntas que un niño de su edad podía responder. Él respondió a todo, a veces ayudado por la niñera y otras por la abuela. Su tío, sin embargo, sólo hablaba cuando se dirigía a él su sobrino. Ann se dio cuenta de que Nikos era considerado como una gran autoridad por Ari. También tenía que reconocer que su tío era atento y paciente con él. Y para su abuela… estaba claro que adoraba a Ari. A lo largo de los años, el fantasma de su voz, en la conmovedora carta que había escrito, había resonado en la cabeza de Ann: «será amado y tratado con cariño toda su vida». «Oh, Carla», pensó Ann con un nudo en la garganta. «Puedes ser feliz, puedes serlo por lo amado y cuidado que está tu hijo». Una mano diminuta le agarró la muñeca, era la de la abuela de Ari. —¿Está pensando en su hermana? —dijo con mirada dulce. Ann sólo pudo asentir incapaz de hablar. La mujer sonrió triste. —No sé por qué nos los quitaron, a su hermana y a mi querido hijo, pero sé que nos dejaron un regalo inapreciable. Y me agrada tanto, tanto, querida, que esté aquí con nosotros después de tanto tiempo apartada de Ari. De nuevo, Ann no pudo decir nada, pero esa vez porque no sabía cómo decirle a esa amable señora lo cruel que esa separación había sido para ella. Lo difícil que había sido, tanto para ella como para Carla en su momento, sobrevivir con las estrictas normas de su hijo.

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Apartó la mirada… hasta encontrarse con unos oscuros y duros ojos. El tiempo volvió como si estuviera otra vez de pie frente a Nikos en el comedor de su piso con él mirándola como si fuese una cucaracha. Casi bajó la vista ante esa mirada de hiriente, pero se recompuso, alzó la barbilla y lo miró a los ojos. Entonces la expresión de él empezó a cambiar. No sabía lo que era, pero había algo distinto en esos ojos negros como la noche y ese algo hizo que un estremecimiento le recorriera la espalda… algo que le hizo dejar de mirarlo de repente. Entonces Ari hizo alguna observación infantil provocando una sonrisa en Ann, lo mismo que en su abuela y la niñera. Cuando terminaron de comer, Sophia tomó de las manos a Ann y la hizo ponerse de pie. —De momento, desgraciadamente, tenemos que decirnos adiós mientras me pongo en manos de los médicos —hablaba en tono ligero, pero Ann se preguntó qué la habría llevado a Londres para un tratamiento médico—, pero esto no debe ser el fin de nuestra relación. En una semana volveremos a Grecia para celebrar la Navidad y entonces, querida, si es posible, me encantaría disfrutar del enorme placer de tenerla allí con nosotros. En Sospiris, finalmente, tendrá la oportunidad de resarcirse por los años que ha perdido con Ari —sonrió—. Mi hijo lo arreglará todo. Nikos… — cambió al griego para, evidentemente, darle alguna clase de instrucciones; Nikos asintió. —Así lo haré —dijo malencarado—. Con el mayor placer, acompañaré a la señorita Turner a su destino. Sus ojos se posaron sobre Ann y a ésta no le costó mucho imaginarse cuál era el destino que Nikos deseaba para ella. Un sitio no muy agradable. Con llamas.

Nikos cerró la mano sobre la manga del abrigo de ella. La mano la sujetaba con fuerza y transmitía la rabia que había en la mirada. ¿Cómo se había atrevido a hablar con su madre? Debería habérselo esperado. Sin duda el millón de libras que le habría dado ya estaría dilapidado. ¿Habría sido algo deliberado? ¡Por supuesto que lo había sido! ¿Cómo lo dudaba? ¿Qué hacía una chica como ella en una juguetería? Estaba claro que era algo premeditado después de enterarse, no sabía cómo, de que su madre iba a ir a Londres con Ari. Había sido un ingenuo al no esperárselo, dejando que le sorprendiera por completo… Por un momento, Nikos sintió de nuevo el segundo de los dos impactos que había experimentado cuando había reconocido a la mujer que abordaba a su madre. No la rabia cuando se había dado cuenta de que era Ann, sino el otro. El que le había hecho mirar dos veces como si sus ojos lo estuvieran engañando. Engañándolo al hacerle ver que la mujer de impresionante rostro y figura era la misma muchacha desastrada que había visto cuatro años antes.

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Claro que, pensó cínicamente, era impresionante lo que podían hacer un millón de libras gastadas en una misma. Delgada, bonito cabello, maquillaje sutil, ropa de diseño y, se incrementó su cinismo, un caro bronceado de invierno. Oh, sí, ¡la señorita Ann Turner con un millón de libras a su disposición podía permitirse no volver a ser desastrada! Ya podía parecer una cazafortunas, como su sucia hermana… Lo de ella no era tan descarado como lo de su hermana. Carla había tenido el aspecto de mujer despampanante que atraía a los hombres del modo más obvio posible, incluyendo a su ingenuo hermano, pero Ann tenía un estilo muy diferente. Tenía más clase. La idea le irritó, aunque era cierto que la mujer a la que agarraba del brazo se había movido con toda soltura en el comedor del hotel y en ese ambiente. Miró su rígido perfil y lo valoró. Sí, tenía clase. Su peinado, la discreción de su maquillaje y la contenida elegancia de su ropa creaban toda una imagen, pero había algo más que clase… La recorrió con la mirada y volvió a sentir con rabia la misma reacción que la primera vez que la había mirado. Conocía esa reacción… le era familiar. Y normalmente disfrutaba de ella, pero no cuando la provocaba una mujer como aquélla a la que estaba sacando del hotel y alejando de su familia… ¿En qué demonios había estado pensando su madre? Pero antes de terminar de hacerse la pregunta ya sabía la respuesta. La había mantenido siempre ignorante de la sórdida verdad sexual de la relación de Andreas con Carla y la sórdida verdad económica de su hermana. Así que no le sorprendía que se hubiera fiado de Ann Turner. Volvió a sentir rabia. Podría haber avergonzado a la chica poniendo de manifiesto quién era, pero no quería disgustar a su madre. La muerte de su hermano casi la había destruido, y Ari se había convertido en su única razón para seguir adelante. Con su frágil salud, no podía darle el disgusto de hacerle saber quién era en realidad Ann Turner. Pero una comida gratis era todo lo que esa chica iba a conseguir. Nada más. La empujó a un taxi en la puerta del hotel y se metió tras ella. De inmediato ella se deslizó hasta el punto más alejado de él. Irracionalmente, ese hecho le molestó. ¿Quién se creía Ann Turner que era para huir de él? Ordenó al conductor del taxi que condujese. Después se volvió hacia su objetivo.

Ann trató de mantener la máxima distancia con Nikos, pero él parecía ocupar demasiado espacio, más aún cuando apoyó el largo brazo sobre el respaldo del asiento y estiró las largas piernas. Cuatro años lo habían vuelto aún más intimidante y habían endurecido más su gesto. Seguía siendo guapo, pero parecía más duro que nunca. Debía de andar por

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los treinta, pensó, y los últimos rasgos de la juventud habían desaparecido. Parecía arrogante y seguro de sí mismo. Irradiaba riqueza y poder. Irradiaba muchas más cosas… ¡No! Se sintió impactada por la constatación. Era tan inapropiado en ese momento como lo había sido cuatro años atrás. Peor que inapropiado… erróneo. Era un error conceder la más mínima atención al hecho de que Nikos Theakis era la clase de hombre que las mujeres se volvían a mirar cuando pasaba. Lo único que tenía que pensar era que lo odiaba. Lo odiaba por despreciar a Carla, lo odiaba por quitarle a Ari, por pagarle para quitárselo… No… tampoco tenía que pensar en eso. Aquello pertenecía al pasado. Y el dinero ya estaba gastado. Todo. Así que no permitiría que la intimidara como había hecho cuatro años antes. Se sentó en el rincón, con la espalda recta, y le sostuvo la mirada sin parpadear. Eso parecía enfadarlo aún más. Con voz áspera, Nikos empezó su ataque. —Sin duda, señorita Turner, se cree usted muy lista apareciendo así delante de mi familia y aprovechándose de la inocencia de mi madre —entornó los ojos—. Pero no se equivoque. Usted no podrá mantener ningún tipo de contacto con ella. Éste — aseguró con una sonrisa —ha sido su primer y último encuentro —Nikos apretó los labios y Ann registró la sensualidad del gesto—. No hay lugar para usted en la vida de mi sobrino, ninguno, ¿lo entiende? Ese fue el acuerdo que firmó hace cuatro años cuando me vendió al hijo de su hermana. El desprecio que había en su voz le hacía daño. Sintió que se estaba ruborizando. Abrió la boca para responderle, pero sus ojos cayeron sobre ella como un látigo. —Y ya puedo ver a donde ha ido a parar el dinero —le pasó la mano por el hombro del abrigo y siguió con un dedo por el brazo—. Cachemira —murmuró pasando de la dureza a la suavidad—. Tan suave, tan cálido —torció el gesto—. Tan caro. Dígame —volvió al tono peligroso—, ¿ya se ha gastado el millón de libras? ¿Es por eso por lo que ha decidido romper el acuerdo y tratar de meter sus codiciosas manos en el tarro de miel de la familia Theakis otra vez? La mano seguía en la manga del abrigo de Ann acariciando la suave tela. Debería haber sido un gesto inocente, pero no lo era. Debería no haberlo notado a través de la tela del abrigo y la del vestido, pero lo notaba. Sintió que esa suave caricia le recorría todo el cuerpo. Sintió que el corazón le latía más deprisa y que sus ojos no podían despegarse de los de él. Eran muy oscuros, semicerrados mientras la observaban y pasaban del pálido rubio de su cabello, a las delicadas facciones del rostro, deteniéndose un momento en los grises ojos enmarcados por largas pestañas, para seguir después por las suaves líneas de su cuerpo y las largas y bien formadas piernas. Ann se quedó sin respiración. De nuevo ese momento… el mismo que había sucedido brevemente al final de la comida… el mismo que había ignorado deliberadamente, rechazado reconocer. Pero ya no podía ignorarlo…

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Cuatro años antes, ese hombre la había considerado lo más repulsivo desde un punto de vista sexual. Se había fijado en su aspecto desaliñado y la había despreciado. No estaba sucediendo lo mismo en ese momento. Nikos sonrió. No era una sonrisa amigable, pero consiguió que una oleada de calor recorriera el cuerpo de Ann. Él vio cómo la marea de calor la recorría como si fuera una ola visible. Los oscuros ojos se velaron mientras la miraban. El aire del taxi era tangible. Notó que la mano se levantaba del hombro y llegaba un poco más lejos. La yema del índice le rozó la mejilla como si fuera el filo de un cuchillo. La miraba fijamente a los ojos y ella no era capaz de dejar de mirarlo. Sintió un estremecimiento. Él dejó caer la mano y la apoyó en el respaldo del asiento, pero ya había causado daños. Sentía como si el dedo siguiera en la mejilla. Como si le hubiese quemado la piel. —Le diré cómo va a ser, señorita Turner —le informó Nikos como si estuvieran manteniendo una conversación normal—. No habrá más dinero de los Thakis para usted. Ya ha tenido su recompensa. Si la ha malgastado, es su problema. No tendrá oportunidad de aprovecharse de la generosidad de mi madre ni de su corazón sentimental —bajó el tono de voz aún más—. Así que no habrá unas cortas vacaciones en Sospiris. No volverá a haber otro encuentro con el niño al que vendió por un millón de libras para poder comprarse un modo de vida frívolo durante unos pocos años. Ningún contacto con mi sobrino o mi familia en absoluto. ¿Me ha comprendido? Ann se mordió el labio. Deseó responderle con un grito, pero ¿qué sentido tenía? Ya sabía que no podía aceptar la invitación de la señora Theakis, era imposible, imposible. No necesitaba que Nikos Theakis se lo dijera, que le ordenara mantenerse alejada de Ari. Ver a Ari así, sin esperárselo, había sido un milagro, un maravilloso regalo. Quizá, una vez que la señora Theakis la había conocido, le dejaran escribir a Ari, mandarle algún regalo, incluso verlo ocasionalmente… pero nunca podría ser parte de su vida. Lo sabía… lo aceptaba. Lo había aceptado hacía mucho tiempo. —Sí, lo entiendo, señor Theakis. —Eso está bien —dijo cortante alzando la mano para golpear el cristal de la mampara de separación—. Veo que nos entendemos. Asegúrese de que las cosas son así, señorita Turner. El taxi se detuvo y Nikos se bajó después de poner un billete de veinte libras en la mano del conductor. Después, se volvió un momento hacia Ann. —Manténgase alejada de mi familia. Después desapareció entre la multitud y Ann no pudo verlo más. Por segunda vez en cuatro años, Nikos Theakis salía de su vida. Volvería a entrar rápidamente.

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Capítulo 2 Ann acababa de volver a su piso con una bolsa de comida. No había sabido nada de la abuela de Ari a pesar de que le había enviado una educada carta de agradecimiento al hotel dándole las gracias por el almuerzo y por permitirle pasar un tiempo precioso con Ari. Le entristecía profundamente no haberlo visto crecer, pero tenía el consuelo de ver que era feliz, que tenía una abuela cariñosa y, se obligó a reconocer, un tío que era evidente que lo quería. Fue a la cocina y empezó a colocar la compra. Sonó el timbre de la puerta. Frunció el ceño sorprendida, no esperaba a nadie. Ann abrió la puerta con cautela. Pero no con la suficiente. En un acto que parecía una repetición del de hacía años, Nikos entró en su casa. —Tenemos que hablar —anunció en tono siniestro a una Ann boquiabierta.

—¿Quiere que haga qué? —preguntó mirándolo incrédula. Estaba sentado en el sillón de brazos al lado de la ventana del salón. —Pasar un mes en Grecia, en casa de mi madre en Sospiris —repitió el mismo hombre que le había dicho que se mantuviera alejada de su familia. —¿Por qué? —espetó ella, cruzándose de brazos a la defensiva. La camiseta que llevaba remarcó sus voluptuosas curvas con ese gesto. Nikos las recorrió con la mirada. A ella no le gustó. Pero no había nada en Nikos que le gustase. Y menos cuando le hablaba de ese modo. Estaba enfadado. Era evidente. Era ira contenida, pero ira al fin y al cabo. No había dejado de mirarla de un modo que la hacía ruborizarse, un rubor que no tenía nada que ver el hecho de que había esperado no volver a verlo. Después todos los demás pensamientos habían desaparecido de su cabeza cuando él había lanzado su bombazo. —Tiene que venir a Sospiris porque mi madre insiste en ello y, como su médico me ha dicho que el estado de su corazón empeoraría con los disgustos, no tengo más opciones que acceder a sus deseos. ¿Y bien? —exigió y apretó los labios—. ¿A qué espera? Empiece a hacer el equipaje. Ann cruzó los brazos con más fuerza. Como si se tratase de una repetición de lo sucedido hacía años, Ann lo miró buscar en el bolsillo de su chaqueta, sacar su chequera, cruzar las piernas y rellenar un cheque con su pluma. Se lo tendió con un gesto ceremonioso. —Su tarifa, señorita Turner, por su valioso y caro tiempo.

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Su opinión sobre ella se le notó en la voz. Abrumada, tomó el papel que le tendía. Veía borrosos los ceros, hasta que enfocó la vista. Se quedó sin aliento y abrió los ojos de par en par. —Diez mil libras, señorita Turner —dijo con odioso sarcasmo—. Eso sí que son unas caras vacaciones pagadas… Lentamente Ann dirigió su mirada hacia él. La expresión de sus ojos podría haberla hecho arder en el acto. Una parte de ella deseó hacer mil pedazos el cheque y lanzárselo al frío rostro. Otra ansiaba volver a ver a su sobrino. Esa emoción se mezclaba con la de tener diez rail libras en la mano. Una fortuna… que sabia exactamente cómo gastar. Exactamente igual que había gastado el último cheque de Nikos. Una sonrisa de dulce placer se dibujó en su rostro. —Oh, señor Theakis —dijo empalagosa sabiendo cómo lo iba a sacar eso de sus casillas—, qué generoso por su parte. Creo que empezaré a hacer las maletas ahora mismo. Mientras se daba la vuelta y empezaba a subir las escaleras, oyó algo que salía de la sensual boca de él. No sabía qué era porque lo dijo en griego, pero el tono era tan envenenado que no hacía falta traducción. Por un momento, se quedó de pie paralizada como si la hubiese golpeado físicamente y no sólo verbalmente. Después, de nuevo, se enderezó, se encogió de hombros de un modo casi inapreciable y se fue a hacer el equipaje.

Ann estiró el cuello mientras el helicóptero tomaba tierra en el helipuerto de la villa Theakis. En medio de un enorme jardín mediterráneo, en la diminuta isla privada de Sospiris, la villa era espectacular, brillante, sus paredes blancas cubiertas de buganvillas, el azul de la piscina compitiendo con el del Egeo que la rodeaba. Mientras bajaba del aparato, miró a su alrededor dándose cuenta no sólo de lo hermoso que era todo, sino de la agradable temperatura en comparación con la fría primavera inglesa. Nikos observó su reacción mirándola con evidente delicia. —Seguramente querría clavar sus codiciosas garras en esta isla, señorita Turner, ¿verdad? —murmuró. Ann lo ignoró como había hecho todo el viaje desde Londres. Él le había devuelto el favor trabajando en su ordenador y una pila de lo que ella había pensado sería documentación sobre sus negocios. Pero si Nikos le había dejado claro su frialdad, la calidez del saludo de su madre casi igualó a la del recibimiento de su nieto. Ann notó que los ojos se le humedecían al abrazar al niño.

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«Oh, Carla… si pudieras verlo ahora. Lo feliz que es, lo integrado que está en la familia que tú habrías querido para él». Y ésa habría sido también la casa de Carla, habría criado allí a su hijo, casada con Andreas, en la perfecta vida que siempre había anhelado. Sintió que la angustia la invadía. El pasado ya no existía, sólo había presente y el futuro que representaba el hijo de Carla y Andreas.

Nikos la miró entrar a una de las salas a las que la había llevado personal del servicio. No la había visto desde que la había dejado con su madre nada más llegar a la villa esa tarde. Se había encerrado a trabajar, al menos eso mantenía su cabeza lejos de su indeseada presencia. En ese momento tenía que volver a enfrentarse a ella. La observó impasible, pero la impasibilidad no era lo que experimentaba en su interior. Ella lo impresionaba como mujer. Apretó los labios al verla acercarse a su madre. Maldita chica, ¿por qué tenía que estar así? ¿Por qué no podía tener el mismo aspecto que cuatro años antes? ¿Por qué tenía que ser atractiva, con un cabello increíble, unas facciones de belleza clásica y llevar ese vestido que resaltaba las curvas de su cuerpo sin hacerlas del todo evidentes? Haciendo un gran esfuerzo, desvió la mirada hacia su madre. Sonreía a su invitada y le hacía un gesto con la mano para que se sentara con ella en el sofá. Nikos sintió que su humor empeoraba, pero no podía hacer nada sin disgustar a su madre contándole la verdad sobre la tía de Ari. No, le gustase o no tendría que soportar aquella farsa e intentar que terminase lo antes posible e intentar evitar que Ann clavara sus garras en su fortuna. Ann saludaba en ese momento a su madre con algunas frases en griego aprendidas en algún libro, lo que le hizo apretar los dientes tanto como a su madre sonreír. Tomó su copa de martini de la bandeja que le acercó el sirviente. —Bueno, mi querida niña —dijo su madre a la invitada—, espero que haya pasado una tarde agradable con el pequeño Ari. ¿Me he equivocado al dejar que la monopolizara la primera tarde nada más llegar? Estaba ansioso por que viniera. —¡Lo he pasado maravillosamente! —dijo Ann con una sonrisa—. Es un niño encantador, kyria Theakis —dijo espontánea—. Gracias, muchas gracias por todo el amor que le ha dado… Sintió que se le quebraba la voz y guardó silencio. —Querida —dijo Sophia, acariciándole una mano—. Es nuestro precioso niño, ¿verdad? Lo queremos por él mismo… y por lo que nos recuerda a quienes hemos amado y ya no están. Ann parpadeó para contener las lágrimas. Nikos observaba la escena con mirada dura. Ann endureció la suya en respuesta. No permitiría que ese detestable hombre la juzgara… la condenara. Se volvió hacia la señora Theakis.

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—Ahora —siguió la abuela de Ari—, tiene que permitir que le presente a mi querida prima, Eupheme, que es tan amable de hacerme compañía y de encargarse del hermoso jardín que ella misma creó. Otra mujer de edad que, se dio cuenta Ann en ese momento, había entrado en la sala, se acercó a ellas. Ann se puso en pie y esperó hasta que la señora Theakis terminó su presentación. De nuevo Ann pronunció en griego unas frases hechas, a las que la señora contestó en el mismo idioma. Sophia tradujo su respuesta y le dijo que su prima hablaba muy poco inglés. La conversación volvió a Ari, y Ann se sintió más que feliz por ello. Dio la espalda a Nikos aunque sentía su mirada en la nuca. ¿Por qué sería ese maldito hombre así con ella? No le gustaba, tampoco él a ella. ¡Ambos lo habían dejado bien claro! Bueno, decidió, no se ocuparía de él, lo único que importaba era que estaba allí. No dejaría que Nikos estropeara esa ocasión. Se sentaron a cenar. A pesar de lo difícil de la situación, gracias a la habilidad como anfitriona de la señora Theakis, la cena transcurrió sin tensión. Nikos prácticamente no dijo nada. —Ha llegado en un momento que para nosotros es al mismo tiempo alegre y triste —dijo la señora Theakis—. Quizá Tina ya le habrá contado que pronto se casará y se marchará de aquí. Su prometido, el doctor Forbes, es arqueólogo, excava en la vecina isla de Maxos. Además ella va a pasar esta noche con él aquí. Me alegro por ella, por supuesto, pero confieso que la echaré de menos… y Ari incluso más que yo, ha sido una parte esencial de su vida desde que vino aquí. Así que su estancia servirá para distraerlo de esa inminente pérdida. —Me encantará distraerlo —dijo Ann. Después de la cena, se dirigieron al salón a tomar el café, pero no Ann quien, agotada por el largo día, optó por irse a la cama. Como si fuese un perfecto anfitrión, Nikos la acompañó a su cuarto. Lejos de su madre y de Eupheme, Ann pudo sentir una vez más su inquisitiva mirada sobre ella, que se detuvo un momento sobre la curva de los pechos. Para su vergüenza, sintió que los pezones se ponían erectos. —Otro bonito vestido… y que favorece su belleza —murmuró él—. Me alegra ver lo bien que sabe gastar mi dinero. Su sonrisa fue como la de un chacal. Ella apartó el rostro de un modo cortante y recorrió el pasillo a grandes zancadas hacia la escalera, convencida de haber escuchado una suave carcajada. Maldito, pensó, ¿por qué le hacía eso? ¿Por qué le importaba lo que Nikos pensase de ella? «Estoy aquí por Ari… Eso es todo». Eso era lo que tenía que recordar. Sólo eso. Tina reforzó la determinación de Ann al día siguiente. Las dos mujeres estaban en la playa de delante de la villa observando a Ari cavar un profundo agujero en la arena. Tina, de una edad similar a la de ella, y un carácter amigable, era una grata compañía. Se deshacía en elogios hacia Nikos y su madre. Ann podía entenderlo, pero su expresión debió de mostrar sus dudas.

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—Nikos es un jefe fantástico —dijo Tina—. Increíblemente generoso. Patrocina las excavaciones de Sam, ¿sabes? Y me ha permitido celebrar la boda en la villa. Además es estupendo con Ari y un hijo devoto. «Sí», pensó Ann, «lo bastante como para pagarme una cantidad de dinero exorbitante para que viniera aquí sólo porque ella quería». —Supongo que es comprensible —dijo en un murmullo—, dada la frágil salud de la señora Theakis. —Así es, aunque sospecho que la señora Theakis se aprovecha de su frágil salud. Nikos pensaba que el viaje a Londres la cansaría mucho, pero el médico le recomendó un especialista que había allí, así que nos fuimos todos. ¡Imagínate! — siguió—. No es así ni de lejos con ninguna otra mujer. Como puedes imaginarte, con su aspecto y su dinero, las mujeres andan siempre a su alrededor… desesperadas con convertirse en la señora de Nikos Theakis, ¡pero ninguna lo cazará! Se limita a disfrutar de ellas, después todo se acaba. Pero cómo iba a ser de otro modo… Los hombres así es lo que hacen —se encogió de hombros y después dedicó su atención al niño—. Ari, cariño, ¿qué tal va ese agujero? ¿Podemos ir a verlo ya? Pasó el resto de la mañana con Ari, pero después de la comida, mientras el niño dormía la siesta, Ann no pudo resistir más la tentación que suponía la piscina. Se deslizó en sus azules profundidades y nadó unos largos rápido, después bajó el ritmo. El pelo flotaba tras ella y el sol le brillaba en los ojos mientras se movía suavemente en el agua. Una sensación de bienestar la llenó por la paz, la tranquilidad y la belleza de todo aquello. Hasta que sintió en la nuca una punzada que le hizo encontrarse incómoda. Llegó al extremo de la piscina, se detuvo y miró a su alrededor. Lo vio de inmediato. En una terraza con una mano apoyada en la balaustrada, mirándola. Nikos Theakis. Al instante se sintió vulnerable, expuesta. El instinto le decía que saliera del agua lo antes posible y que se envolviera en una toalla. Pero eso supondría que él la vería fuera de la piscina y eso sería estar aún más expuesta. Dudó un momento y después se sumergió en el agua. Hizo un par de largos más y miró de soslayo. Para alivio suyo, no había nadie en el balcón. Rápidamente, salió del agua y se envolvió en una toalla. ¡No debería sentirse intimidada por Nikos! Se dispuso a tomar el sol, se puso bocabajo y se soltó la cinta de la parte de arriba del bikini. Sintió que se adormecía al calor del sol. Empezó a soñar. En sus sueños una sombra se cernía sobre ella y después una mano le recorría la espalda desnuda lentamente. Murmuró algo acomodando el rostro en la almohada. Volvió a dormirse más profundamente. A su lado. Nikos se irguió y la miró inmóvil. Tenía el rostro demudado. ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué había sucumbido al impulso que había sentido de interrumpir su trabajo y salir a la terraza y verla? Debería haberse vuelto para adentro, pero se había quedado mirándola y, unos minutos después, había vuelto a la terraza y había visto cómo tomaba el sol.

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Había sucumbido a esa imagen, había sido incapaz de apartar la mirada. Incluso había bajado a la piscina, se había acercado a ella y le había recorrido la espalda con una mano. Tenía un tacto como la seda… Había apartado la mano bruscamente. Diablos, eso no podía estar ocurriendo. ¡No podía responder de ese modo ante esa maldita mujer! Se suponía que tenía que ignorarla, ser sabio y no caer en la tentación que ella suponía. Porque todo lo demás era una estupidez. Una estupidez y una locura. Sabía perfectamente lo que era Ann Turner y, bajo aquel hermoso envoltorio, sólo había una mujer frívola y sin valor. Si le hubiera lanzado ese cheque a la cara, y le hubiera dicho que nadie podría separarla de su sobrino, entonces tendría mejor opinión de ella. Pero no, no había podido apartar los ojos del papel… Durante un largo rato se quedó de pie mirándola. Realmente era preciosa… tan tentadora… No. Le costase lo que le costase, sólo podía pensar una cosa de Ann Turner: había vendido a su sobrino por dinero y estaba allí sólo porque esperaba obtener más. Sólo tenía que tener eso en la cabeza. Todo lo demás era irrelevante. Se dio la vuelta bruscamente. Tenía trabajo. Con paso disciplinado, volvió a su despacho y cerró las puertas de la terraza con decisión.

El sueño de Ann se interrumpió abruptamente un tiempo después cuando Ari, recargadas las baterías con la siesta, apareció con Tina como un cohete en miniatura con bañador y manguitos. Disfrutaron de un agradable tiempo al lado del agua junto a su abuela y la prima Eupheme. Charlando con el niño en el columpio que había junto a la piscina, se dio cuenta de que parecía que se conocían de toda la vida, como si no hubiera habido una sórdida historia que la había mantenido alejada de él. Pero sabía perfectamente por qué se sentía tan cómoda, porque Nikos no estaba intimidándola con su oscura presencia. Tendría que volver a verlo en la cena, sin embargo. Salió junto con Tina del dormitorio del niño después de ayudarla a acostarlo. Una vez más, le había leído un cuento y le había dado un beso de buenas noches con un nudo en la garganta. Era el hijo de Carla. Feliz y seguro. Sus recuerdos volvieron a los días de su propia niñez, cuando todo su universo había sido su hermana mayor con la que había superado una etapa oscura y aterradora. ¿Qué habría sido de ella sin Carla en esos tiempos, sin que la acostara, la besara antes de dormir? Y allí estaba ella en ese momento, dando un beso de buenas noches al hijo de Carla… que no tenía madre.

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«Pero Ari es feliz», pensó intentando deshacer el nudo que sentía en la garganta. «No echa de menos a los padres que nunca ha tenido. Tiene a su abuela, a su tío, y una niñera especialmente cariñosa. Y ahora, por unos días, me tiene a mí». Pensar en el poco tiempo que iba a pasar con él le hizo sentir frío en el corazón. Después la rabia ocupó su lugar. «Maldito Nikos. Maldita su arrogancia y su orgullo v su doble moral que le permite acostarse con las mujeres que le apetece, pero desprecia desde su trono de oro a mi hermana que sólo intentaba salir adelante lo mejor que podía. La había mantenido apartada de Andreas, le había robado el poco tiempo que podían haber pasado juntos…» Apartó esos oscuros pensamientos de su mente. No tenían sentido los reproches. El pasado, pasado era. Carla ya no estaba, tampoco Andreas. Sólo quedaba el pequeño Ari… y era feliz. Eso era suficiente. Tenía que serlo. No había ni rastro de Nikos cuando entraron al comedor y se sintió aliviada. Tina salió a la terraza con Eupheme y la señora Theakis llamó a Ann a su lado con una sonrisa. —Me alegro tanto de verte al fin, querida. Siento más de lo que se puede expresar que haya pasado tanto tiempo sin que hayas ocupado el lugar adecuado en la vida de Ari —dijo triste la anciana—. Sufrí tanto —siguió despacio —cuando Andreas murió. Perder un hijo es la mayor de las tragedias. Por eso fue, querida, que te pedí que me dejaras hacerme cargo del hijo de Andreas. Tenerlo entre mis brazos era como pensar que volvía a tener a mi hijo. Me diste un regalo que nunca podré recompensar… —se detuvo y Ann se dio cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar. Impulsiva, tomo entre las suyas la mano de la anciana. —Se lo di de todo corazón —dijo tranquila. Se oyó una voz en la puerta del pasillo. —¿Di? —preguntó Nikos. La palabra recorrió la espalda de Ann como un trozo de hielo. Su madre parecía no haberlo oído. Su rostro se iluminó. —¡Nikki! —exclamó—. ¡Has llegado! —se puso en pie y al instante su hijo estaba a su lado. Aprovechó que Sophia miraba para otro lado para dedicarle una mirada que podría haberla fulminado en el acto. A partir de ese momento, Ann hizo todo lo posible para evitar a Nikos hasta que se fue a su dormitorio. Pero una vez allí, asomada al balcón y mirando el hermoso paisaje nocturno, las emociones la superaron. «¿Por qué me hace todo esto? ¿Por qué?» Estaba enfadada consigo misma por no ser capaz de ignorarlo. Sabía lo que pensaba de Carla… lo que pensaba de ella, pero ¿por qué le importaba? ¿Por qué le

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importaba que, cuando la miraba con esos ojos fríos y oscuros, no era sólo resentimiento e intimidación lo que sentía…? ¿Por qué experimentaba el poder de esa oscura mirada? ¡No! Se agarró a la balaustrada. ¡No! Se volvió bruscamente y se metió dentro a toda prisa. Se echó en la cama, pero el sueño no acudió. Miraba al techo y todo lo que podía ver era esa mirada oscura y meditabunda.

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Capítulo 3 La mañana siguiente fue un alivio. Nikos, le informó su madre en el desayuno, había tenido que volver a la sede central de Empresas Theakis en Atenas. Ann se relajó de inmediato y pasó tres felices y tranquilos días dedicada por entero a Ari. Pero al cuarto día, mientras visitaba Maxos con Ari y Tina, un helicóptero de camino a Sospiris le indicó que Nikos había vuelto. Y lo peor estaba por llegar al día siguiente, ya que iban a hacer una excursión con la que Ari estaba entusiasmado: irían a visitar la playa que estaba en el extremo más alejado de la isla. Para espanto de Ann, la señora Theakis le había dado el día libre a Tina y sería Nikos quien los llevara a Ari y a ella a la playa. Ann trató desesperadamente de pensar en alguna forma de librarse de ese calvario, pero ¿cómo iba a decepcionar a Ari? Tensa y reacia, se subió con Ari al todoterreno abierto. Un medio de transporte que le encantaba al niño. —¡Da muchos saltos! —dijo el niño entusiasmado. Y no era una exageración, dado que Nikos llevaba el vehículo por un camino lleno de baches a más velocidad de la que le gustaba a Ann. Finalmente el vehículo se detuvo al lado de una pedregosa zona junto a una playa. Ann miró a su alrededor. Habían bajado hasta lo que era casi un valle oculto entre acantilados que se abrían a una zona en la que pastaban un puñado de cabras. El cauce seco de un arroyo estaba flanqueado por unas cuantas adelfas silvestres. Más allá, la hierba y las piedras daban paso a la arena dorada y al brillante azul del mar. Era un sitio remoto e increíblemente hermoso. Ann se bajó del coche temblorosa y bajó a Ari. El niño salió corriendo a la playa de inmediato mientras Nikos sacaba una enorme bolsa con toda la parafernalia necesaria para pasar un día en la playa. Mientras seguía a Ari, Ann se sacudió el polvo de la camiseta de manga larga, de los pantalones de algodón y se recolocó el pelo sacudido por el viento. —El mar te quitará el polvo —dijo Nikos lacónico al alcanzarla. Ella lo ignoró. Había estado haciendo todo lo posible para ignorarlo desde que había empezado la excursión. Se comportaría de un modo civilizado con ese hombre sólo por Ari y su abuela. Sin su presencia, no tenía ninguna necesidad de ser hipócrita. Nikos parecía pensar de otro modo. La agarró de un brazo y la detuvo. Ella trató de soltarse, pero no pudo. Se volvió a mirarlo con rencor. Él le devolvió la mirada. —Entiende una cosa. Si pudiera elegir, no estarías aquí, pero mi madre deseaba que hiciéramos esta excursión y Ari, como se puede ver, está encantado. Así que, por él, te comportarás bien. No estarás de mal humor. Aunque sea una farsa, no decepcionarás a Ari. ¿Entendido?

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—¿Por qué te crees que estoy aquí? —le espetó—. Sólo por el niño y por su abuela. —Muy bien —dijo, la soltó y siguió andando. Lo miró un momento y se pasó la mano por el brazo que le había agarrado. Se quitó las sandalias y siguió andando por la arena. Avanzaba lentamente y, cuando llegó a donde estaban, Nikos ya estaba organizando el picnic al abrigo de unas rocas en el extremo de la playa. Ari le ayudaba, si así podía llamarse a lo que hacía. En cuanto encontró la pala y el cubo, se puso a hacer un agujero. Ann lo miró con una sonrisa en los labios. A Ari parecía gustarle hacer agujeros en la arena. Cuando se sentó en la esterilla que habían extendido, se dio cuenta de que Nikos la estaba mirando con una expresión distinta de la habitual. Se entretuvo en sacar las cosas de su bolsa. No había sabido qué esperar del día, y no se lo había de preguntado a Nikos, así que se había llevado lo que había considerado más adecuado, incluyendo un traje de baño que llevaba debajo de la ropa. Pero no de dos piezas. Ese día llevaba un bañador de deportista que era todo lo poco revelador que podía ser un bañador. Aun así no tenía intención de estar medio desnuda en presencia de Nikos, pero si Ari le pedía que se bañara con él, no se lo negaría. Por hacer algo, se acercó a ver el agujero de Ari. —¿Quieres que te ayude? —se ofreció para no estar con el tío de niño. —No, el tío y tú tenéis que hacer vuestros agujeros. Después el más grande gana —dijo Ari. —Empezaré uno aquí —dijo Ann alejándose un poco y poniéndose de rodillas —. Tu tío puede hacer el suyo. Había una acidez en sus palabras que no trató de disimular. «…Y enterrarse en él», pensó. Empezó a excavar en la fina arena con las manos, deteniéndose sólo a recogerse el pelo en una coleta. Notó una sombra sobre ella y vio como Nikos se agachaba a inspeccionar los dos agujeros. —¡El mío en más hondo! —reclamó Ari. —Has empezado antes —dijo Nikos—. Y tienes una pala. —La tía Annie puede usar mi pala —dijo Ari generoso lanzándole la palita. —Tía Annie… —musitó Nikos. —Tina empezó a llamarme así —dijo Ann escueta agarrando la pala de Ari y dándole las gracias. Nikos la miró de un modo indescifrable. —No tiene mucho aspecto de tía Annie —dijo—. Ni siquiera de simplemente Ann. Seguramente, una vez que has podido mantener un estilo de vida de persona adinerada, aspires a un nuevo nombre que refleje una nueva imagen. Anna sería más exótico.

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Ann lo ignoró y se puso a cavar con más fuerza. Nikos se irguió. ¿Por qué se permitía a sí mismo maltratarla de ese modo? Ese día había en ella algo que lo irritaba más de lo normal. Los días anteriores habían servido para poner distancia mental y física con ella. Aunque había sido reacio a dejarla con su madre sin estar él para vigilarla, no sólo tenía cosas que hacer en Atenas, sino que había querido tomarse un descanso de Ann Turner. Perturbaba demasiado su paz mental, y no sólo por la amenaza que representaba para su familia. Su presencia en Sospiris lo perturbaba por muchas más cosas. Una que estaba decidido a evitar por cualquier medio que hiciese falta era que sacase más dinero a los Theakis. Mientras tanto en Atenas había dedicado deliberadamente todas las veladas a eventos sociales. Era un inconveniente, sin embargo, que en ese momento no saliera con nadie. Le habría venido bien tener a alguna mujer para apartar su mente de Ann Turner. Para su desesperación, las expectativas que tenía de encontrarla menos atractiva a su vuelta a Sospiris se habían evaporado. Esa maldita mujer seguía teniendo el mismo efecto sobre él y eso le desconcertaba. Algo así no debería estar sucediendo. Sabía exactamente lo que era ella, y eso debería ser suficiente, ¡más que suficiente!, para ponerla en su sitio. Y aunque… Y aunque se había descubierto una vez más mirándola subrepticiamente diciéndose que era para tenerla vigilada… la realidad era que miraba la esculpida línea de su mandíbula, la graciosa caída de su cabello, sus ojos grises, la sensual curva de sus pechos… Y la cosa iba incluso a peor. Su madre le había obligado a llevar al niño y a su peligrosa tía a esa dichosa excursión y no había podido negarse por Ari, ni estropearle el día mostrando su hostilidad hacia esa mujer. Su mirada se detuvo sobre la cabeza de ella. Estaba excavando, sin prestarle ninguna atención. Y eso era otra… que ella no le prestase ninguna atención. Deliberadamente. Lo estaba haciendo a propósito, a modo de desafío… intentando demostrarle que tenía una moralidad de todo punto imposible en una mujer que había vendido a su sobrino por dinero. Su hipocresía lo ponía furioso. La ira lo inundó mientras los miraba a los dos: el niño que era lo único que le quedaba del hermano que había perdido, y aquella mujer que había valorado más un millón de libras que a un huérfano. ¿Cómo se atrevía a ser tan hipócrita? No sólo con él, sino con el inocente Ari… La miró con ojos de odio. «Juegas con el niño al que vendiste para ponerte ropa de diseño y recorrer el mundo». Un recuerdo volvió a él. Uno que lo llenaba del más profundo disgusto. No de Ann Turner, sino de su hermana. Una mujer que había ofrecido su cuerpo a cambio de dinero… dinero de cualquier hombre que pudiera permitírselo. Cualquiera lo bastante rico como para proporcionarle el lujo que buscaba. Cualquier hombre…

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Miró a la hermana de Carla con los ojos vacíos. ¿Qué estaba dispuesta a hacer la atractiva Ann Turner para conseguir dinero? En sus labios se dibujó una sonrisa torcida. ¿Qué sucedería si le hacía una oferta que le resultaría muy difícil de rechazar? Muy difícil… Siguió mirando su dorada cabeza. Podía sentir cómo le corría la sangre por las venas mientras tomaba una decisión. Sí, eso sería exactamente lo que haría… hacerle una oferta que no podría rechazar y ésa sería su mayor satisfacción… ¡en más de un sentido! Se permitiría hacer lo que deseaba y por la mejor de las causas posibles: alejar sus garras de su familia.

Ann se sentó y miró el agujero. Al menos cavando había conseguido que Nikos la dejase en paz. Miró a Ari. —¿Cómo va? —preguntó al niño. —¿Es más grande el tuyo? —preguntó Ari. —No estoy segura —contemporizó. —Que lo decida el tío Nikki. Nikos había vuelto a la sombra, para alivio de Ann, y estaba ojeando una revista. En ese momento se puso en pie y se acercó. Solemnemente inspeccionó los dos hoyos. —El de Ann es más ancho, pero el de Ari es más hondo —declaró. —¡Gano yo! —gritó emocionado el niño. Se volvió a su tía—. Tienes que hacerlo más profundo. Dejó su pala en la arena—. ¿Podemos bañarnos, tío Nikki, podemos? Había hablado en griego y Ann no había entendido. Nikos la miró. —Bueno, ¿podrá una inglesa de sangre fría darse un chapuzón en las aguas del Egeo en esta época del año? —inquirió lacónico. Ann se encogió de hombros. —Estaré encantada de acompañar a Ari —dijo ella. —Bien —dijo él y después dijo algo en griego a Ari. No tenía ninguna objeción que hacer a meterse en el agua con Ari por fría que estuviera. Así se alejaría de Nikos. Podría quedarse sentado leyendo su revista, pero al ponerse de pie y mientras se sacudía la arena de las rodillas, se quedó paralizada. Parecía que Nikos tenía la intención de bañarse también. Se estaba quitando la ropa. Lo miró con la boca abierta. Tenía un cuerpo fantástico. ¡Y se veía mucho de él! Los hombros dorados eran tan anchos como siempre había sabido, su espalda suave y larga, las piernas aún más largas y cubiertas de vello negro. No sabía si fruto del gimnasio o todo natural, pero tenía unos abdominales perfectos, ni un gramo de grasa. Lo mismo que los pectorales.

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Terminó de desnudarse y la miró. Su mirada se veló un instante, como si quisiera observar la reacción de ella. Después, con una sonrisa indolente y satisfecha, le levantó la barbilla con un dedo para cerrarle la boca y dijo: —Tu turno —invitó suavemente—. O… ¿debería decir mi turno? —y se quedó de pie mirándola como ella lo había mirado. —No te preocupes. Ya lo he visto antes. Es aceptable. Ella lo miró confusa hasta que él la ilustró. —Al lado de la piscina. Estabas tomando el sol. Notó que el color le subía a las mejillas. —¡Me tocaste! —lo acusó ultrajada. Dios mío, la mano que había soñado le rozaba la espalda había sido real. Había sido la de él. Con los ojos encendidos por la ira, se agachó a ayudar a Ari a hinchar sus manguitos y quitarle la camiseta. Oyó una risa sardónica y luego vio a Nikos lanzarse al agua y dar unas brazadas. Después, volvió a concentrarse en ayudar a Ari. —¡Tú también tienes que venir! —dijo el niño. —Después de comer —dijo ella poniéndole los manguitos—. Además tardaría mucho en cambiarme y tu tío ya está en el agua. Iré a veros a los dos. Aceptando la solución, Ari corrió hasta el borde del agua gritando en griego a la figura que nadaba mar adentro. Ari se metió en el agua y Nikos nadó a su encuentro. Ann hizo todo lo posible por ignorar el sol que brillaba en su torso y en el negro cabello mojado. «Oh, Dios mío, es realmente guapo». Sintió un agujero en el estómago. Decidió fijar la vista en Ari. Contra su voluntad tenía que reconocer que Nikos era, por inexplicable que pareciera, un gran compañero para un niño de cuatro años. Ari gritaba de alegría jugando con el. Una sonrisa apareció en los labios de Ann. Salieron del agua y Ari corrió a abrazarla y contarle a lo que había jugado con su tío. Ann mientras tanto frotaba su pequeño cuerpo con una toalla sin mirar a su río. Pero de vuelta al lugar donde había dejado las cosas tendría que mirarlo, le gustase o no. Ari se apoyaba sucesivamente en un pie y en el otro mientras ella lo embadurnaba de protector solar. —¿Te has puesto tú crema en la cara, Ann? —la pregunta le hizo alzar la vista y se arrepintió de inmediato. Nikos estaba de pie con las piernas abiertas de espaldas al sol mientras se secaba el pelo con una toalla. Era magnífico. —Sí —dijo ella.

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—Deberías echarte más —dijo Nikos—. Aunque estés bronceada, puedes quemarte y eso echaría a perder ese impecable cutis. Ann se echó más protector con los labios apretados sabiendo que lo que decía era verdad. Aunque el cutis que ella tuviera no era un tema de su incumbencia. —Voy a hacer un castillo de arena —dijo Ari—. Uno muy grande. Ann deseó hacer otro sólo por mantenerse ocupada. Miró al niño recoger su pala y buscar un lugar adecuado. Ella buscó la tapa del bote de protector solar y lo cerró mirándolo fijamente. Todo para no mirar a Nikos apoyándose en las rocas peligrosamente cerca. Metió la crema en la bolsa. —Así que —dijo Nikos —pretendes permanecer completamente vestida todo el día… —Le he dicho a Ari que me bañaré después de comer —dijo recorriéndolo involuntariamente con la mirada. Tenía el pelo en la frente y unas gafas de sol sobre la nariz. El bañador ceñía sus bien formadas caderas. Era el epítome de la masculinidad. No podía dejar de mirarlo aunque sabía que él se estaba dando cuenta. Una sonrisa apareció en los labios de Nikos. —Mira lo que quieras, Ann —dijo generoso—. No voy a ningún sitio —dejó escapar una suave carcajada y agarró de nuevo la revista—. O vete si quieres. Ari necesita una ayudante. Ann caminó envarada hasta el niño odiándose a sí misma. Pero no tanto como odiaba a Nikos Theakis.

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Capítulo 4 Siguió odiándolo el resto del día, pero no lo demostró por Ari. Tras haber levantado un castillo complicado y enorme, una tarea de la que Ann disfrutó considerablemente a pesar de la proximidad de Nikos y de que Ari regularmente reclamaba su aprobación, el niño de pronto se puso en pie y anunció que tenía hambre. Fue la señal para el almuerzo. Caminaron hasta una diminuta cabaña que Ann ni siquiera se había dado cuenta de que existía. Estaba en la zona de umbría de la playa por lo que era un lugar agradablemente fresco ya que el sol estaba alto. Dada la riqueza de los Theakis, Ann casi esperaba que les preparen la comida unos criados, pero comieron lo que Nikos había llevado en una bolsa térmica. Algo muy sencillo. Queso, tomates, embutido. Vino blanco para Ann y Nikos y una lata de cola para Ari. —Hoy es un día especial —dijo el niño—. Tina dice que provoca caries así que es sólo para los días especiales. ¿Me cuidarás tú cuando Tina se case, tía Annie? La pregunta fue tan sorprendente que Ann no tuvo tiempo de pensar en una buena respuesta, así que la respondió el tío. —Tu tía no está acostumbrada a los niños, Ari. No sabría cómo cuidarte. Ann se dio cuenta de que Nikos la miraba con expresión cínica, pero lo ignoró. —Tu tío tiene razón —dijo con suavidad—. Seguro que tu abuela encuentra otra niñera encantadora que se ocupe de ti. Y seguirás viendo a Tina, ¿verdad? Va a vivir en Maxos y podrás ir a visitarla en el barco. —No será lo mismo —dijo haciendo un puchero. —Todo cambia, Ari —dijo Nikos—. Algunos cambios son tristes y otros felices —había un tono extraño en su voz. —Tú eres un cambio feliz —el niño miró a Ann—, ¿verdad, tío Nikki? «A ver qué dices», pensó Ann. —Tiene sus compensaciones —dijo y la miró fijamente. Bruscamente, Ann agarró un tomate y lo mordió con tal fuerza que el jugo le salpicó la camiseta. —Qué lastima —murmuró Nikos, falso—, al final tendrás que quitártela. Finalmente lo hizo. Por la tarde hizo demasiado calor y Ari no tardó mucho en querer bañarse otra vez. Ann aprovechó que Nikos estaba tumbado al sol para quitarse la ropa y quedarse en bañador. —Si vais a bañaros —dijo Nikos en tono perezoso sin siquiera levantar la cabeza de la toalla—, no os metáis en donde cubre. No vayáis más lejos de una roca que hay a la izquierda. Ari sabe cuál es. —O los tiburones te cazarán —completó su sobrino—. Viven en aguas profundas.

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Se acercaron corriendo al agua y Ann agradeció el frescor de su abrazo. Jugar con Ari le hizo olvidar a Nikos. Finalmente el niño se cansó y mientras salían del agua Ann se dio cuenta de que Nikos la miraba. Nikos tenía que haber visto un montón de cuerpos femeninos, pero evidentemente le gustaba estudiar cada uno con detalle. En ese momento estudiaba el suyo, con las manos en la nuca y la cabeza ligeramente levantada, lo que remarcaba sus abdominales. Ann trató de adoptar un aire indiferente, pero no lo consiguió. Aunque sí se las arregló para evitar la mirada de Nikos mientras le quitaba los manguitos a Ari y lo secaba con una toalla. Después, se secó ella y buscó un peine en su bolsa. Lo encontró y empezó a peinarse para quitarse el agua del pelo. Nikos se incorporó para poderla mirar con los ojos entornados. Mientras, ella intentaba aparentar indiferencia, pero era imposible. «Tiene bonitos hasta los pies», pensó Ann tratando de no mirar. Apartó la vista, pero él ya la había visto. Se levantó y se acercó a donde ella esta de rodillas. Antes de que Ann pudiera hacer nada, se agachó y le quitó el peine de la mano. —Quieta —dijo él cuando ella trató de apartarse instintivamente. La agarró del brazo, ella se resistió. Con el ceño fruncido, Nikos le colocó el pelo y se dio cuenta del moretón que había en su brazo. —¿Qué demonios es esto? —Échale la culpa al conductor —dijo ella escueta—. Me he dado un montón de golpes contra la puerta del todoterreno. Él murmuró algo en griego seguramente poco agradable y luego añadió: —Lo siento, no me he dado cuenta. —Estoy viva —respondió ella—. Devuélveme el peine. Él la ignoró. En lugar de eso, le pasó las yemas de los dedos por la suave piel de los hombros. —Tienes una piel como la seda —su voz era grave e íntima. Ann sintió un estremecimiento y el calor empezó a recorrer cada músculo de su cuerpo. Se miraron y entonces, como a cámara lenta, Nikos bajó la boca. Su beso, en el hombro, fue tan suave como el terciopelo. El corazón de Ann dejó de latir. En algún rincón de su interior supo que debería huir, gritar, cualquier cosa que detuviera a Nikos, pero era incapaz. Era imposible, sencillamente imposible. Sintió que separaba los labios de modo que el húmedo calor del interior de su boca rozó su piel. El placer la inundó lentamente. Después, despacio, muy despacio, separó la boca, se arrodilló detrás de ella y empezó a peinarla suavemente. Ann no podía moverse. Cada nervio de su cuerpo se estremecía de deseo. El aire la envolvía como seda caliente. Mientras él la peinaba desde el cuero cabelludo hasta las puntas del pelo que le llegaban a la cintura deshaciendo suavemente cada enredo, sentía que una extrema languidez se apoderaba de su cuerpo. Con los ojos

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entornados, podía ver al pequeño Ari abandonar el castillo de arena y subirse a las rocas para examinar la vida marina. Tras ella, otro Theakis la estaba seduciendo. No le cabía la menor duda de que era eso lo que estaba haciendo. Mucho tiempo después de que el pelo estuviese desenredado la seguía peinando suavemente, rítmicamente, murmurando suaves palabras en su idioma. Por ella podía haber sido la lista de la compra, aunque sabía que no lo era. Él le estaba diciendo cuánto la deseaba, cuánto anhelaba su cuerpo el de ella. Si no hubiera habido un niño jugando allí, habría cubierto sus pechos con las manos y los habría acariciado hasta que los pezones se le pusieran duros y habría seguido hasta que ella hubiera gritado de placer y con ese gemido le habría dicho que estaba preparada. Después, sus manos habrían bajado por su vientre hasta llegar a separarle los muslos dejando así expuesto el centro de su feminidad para que sus hábiles dedos pudieran explorarlo hasta encontrar el sendero del placer. La habrían llevado hasta un éxtasis tal, que su espalda se arquearía, su cabeza caería hacia atrás colocándola en una postura que a él le permitiría devorarla con sus besos mientras la poseía con su cuerpo… Ann sintió el líquido calor entre las piernas y empezó a encenderse. Sus pechos se endurecieron y los pezones se irguieron bajo el bañador mojado. Su cabeza empezó a caer mientras el murmullo de su voz le decía el placer que podría proporcionarle. Era tan excitante… A cámara lenta vio la pequeña figura alcanzar la cima de la roca más alta y alzar los brazos triunfante. Entonces, mientras conmocionada abría los ojos totalmente, lo vio tambalearse, sacudir los brazos salvajemente y empezar a caerse. No supo quién de los dos se movió más deprisa. Sólo sabía que ella había salido disparada hacia delante, se había lanzado a escalar las rocas desesperadamente para tratar de evitar la caída de Ari. Llegó hasta el jadeando. —Te tengo. Te tengo. Estás a salvo. Después, Ari se deslizaba entre sus debilitados brazos antes de que otros mucho más fuertes lo levantaran y lo abrazaran contra un duro pecho. Unas palabras en griego tranquilizaron al niño. Con cuidado. Nikos dejó al lloroso niño en una toalla. Los dos adultos lo examinaron y vieron que, aparte de una rozadura en un tobillo, no tenía nada más que un buen susto. Y que lo consolaran y una bolsa de patatas pronto le hizo olvidar sus penas. —Tina me pondrá una tirita —dijo masticando unas patatas y mirando la herida. —No hará falta, tesoro —dijo Ann para tranquilizarlo—. No te sale sangre. —Sangra si aprieto —le corrigió el niño y procedió a demostrárselo con morboso placer. Ann apartó la mirada y se encontró con la de Nikos. Por un momento, un destello de humor pasó de uno a otro, después él volvió a mirar a su sobrino.

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—No seas desagradable —dijo Nikos. Ari parecía encantado.

El viaje de vuelta a la villa fue a una velocidad considerablemente más baja que la de ida. Nikos fue sordo a las demandas de Ari de que corriera más. —Gracias —dijo Ann consciente de que lo había hecho por ella. Aún seguía alterada. No por la caída de Ari… aunque había sido un momento horrible, sino por lo que la había precedido. ¿Cómo demonios había pasado? En unos pocos segundos, había pasado de tener el control de sí misma a estar… Indefensa. Completamente indefensa, entregada a la seducción de ese hombre. Fatalmente. Letalmente. Nada más llegar a la villa, se bajó del coche y sacó a Ari lo más rápidamente que pudo. Para alivio suyo, Nikos mantuvo el motor encendido y, en cuanto sacó al niño, se marchó al garaje. Ari, de la mano de Ann, entró a la casa, donde fue interceptado por María, una de las criadas, quien hizo una exclamación al ver la herida del niño y se lo llevó para limpiarla. Agradecida, Ann escapó a su habitación. Bajo una ducha muy caliente, se frotó sin piedad. ¿Cómo le había permitido a Nikos que le hiciese algo así? Tocarla, acariciarla, besarla… ¿Y por qué lo había hecho él? Pero eso lo sabía. Había sido un juego de poder, sencillamente. Lo había hecho deliberadamente, calculadamente, sólo para demostrarle que podía hacerlo. ¡Para demostrarle que ella sucumbiría porque él podía hacer que fuese imposible no hacerlo! Ella no tenía ningún poder frente a él… «¡No puedo permitirle que tenga ese poder! ¡No puedo!» No, tenía que luchar. Al menos, pensó, ya estaba preparada para esa nueva batalla. Él había mostrado sus cartas, se había movido, y eso significaba que ya no podría desencadenar ningún otro ataque por sorpresa. Estaba advertida y eso significaba que podía armarse. Y tenía que hacerlo. Pues la alternativa era… impensable. Nikos miró su reflejo en el espejo del cuarto de baño de su apartamento en la villa con la maquinilla de afeitar en una mano. Estaba jugando con fuego. Apretó los labios. Ésa era la única forma de llamarlo. No había pensado que sería así. Había pensado que mataría dos pájaros con un único y placentero tiro… disfrutando de una mujer a la que deseaba y al mismo tiempo asegurándose de que Ann Turner quedaba en una posición desde la que podía apartarla de su familia. Pero el incidente de la playa había demostrado que las cosas eran de otro modo. Había demostrado que estaba jugando con fuego. «Estaba tan fuera de control que ni siquiera me he dado cuenta de que Ari estaba en peligro». Las palabras aparecieron en su cabeza. Una advertencia tan clara como el agua.

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Tuviera lo que tuviera Ann Turner, tenía que asegurarse de que la única que resultara herida era ella. No él. Con movimientos precisos y controlados, empezó a afeitarse.

Tras la puerta del salón, Ann se detuvo. Podía notar la tensión en el pecho, los nervios a punto de saltar. Deseaba volver a su habitación, pero no era posible. Tenía que enfrentarse a ello esa noche… el resto del tiempo que le quedaba en Sospiris. Apretó los dientes y entró. Su mirada se detuvo en él de inmediato. Sintió un vacío en el estómago. Él iba vestido de modo informal con unos pantalones azul oscuro y una camisa abierta. Parecía recién afeitado. Se llevó la copa de martini a los labios, su mirada indescifrable sobre ella. Sus ojos se encontraron un segundo. Después, se terminó. La atención de él volvió a Tina, que hablaba de Arqueología. Sonriendo, Ann se acercó a la señora Theakis y a Eupheme. No estaba segura de cómo había conseguido enfrentarse a la cena, pero lo había logrado de algún modo. Inevitablemente, la conversación había incluido algún comentario sobre la excursión del día, y Ann tuvo que hacer lo imposible por controlar el rubor que le subía a las mejillas. Sus comentarios no fueron muy brillantes y al final alegó una jaqueca por el demasiado sol y huyó a su habitación antes del café. Sintió la oscura mirada de Nikos sobre ella según salía del comedor. Los dos días siguientes, no se separó ni de Tina ni de Ari. Era bastante fácil. Al día siguiente, Ari iba a jugar a Maxos con el hijo de unos amigos de los Theakis y después de dejarlo con la niñera de esa familia, Tina se llevó a Ann a pasar la tarde a las excavaciones de su novio. Esa noche, a la vuelta, sintió un gran alivio al descubrir que Nikos no estaba. —Está cenando con la familia con la que Ari ha pasado el día —dijo su madre cuando Ann bajó a cenar—. Una de sus invitadas está encandilada con él —dijo seca. Miró a Ann a los ojos—. Mi hijo tiene mucho éxito con las mujeres, querida. Tiene mucho de lo que ellas quieren. Lo más evidente, una riqueza considerable. ¿Había un ligero reproche en su voz? Se preguntó Ann… en ese momento otra idea le pasó por la cabeza, una horrible. «¿Me está advirtiendo?» Sintió frío al pensarlo. —Y también es muy guapo —intervino Eupheme a la que Ann ni siquiera había visto. —Sí —reconoció la señora Theakis—. Es una peligrosa combinación. Un hombre rico y guapo —de nuevo miró directamente a Ann y esa vez supo que sí era una advertencia—. Un hombre así puede sentirse tentado de no tratar a las mujeres con el respeto que se merecen.

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Ann se la quedó mirando. No era eso lo que pensaba que le iba a decir la señora Theakis. La anciana continuó con el mismo tono suave que siempre empleaba. —Dudaría en llamar a mi propio hijo malcriado, pero… Ah, Yannis, ¡epharisto! —eso último se lo dijo a la criada que se había acercado con una bandeja de bebidas. Para alivio de Ann, el tema de conversación cambió. La señora Theakis le preguntó si había visto la excavación del novio de Tina. Ésta se había quedado en Maxos y había sido ella la que había llevado a Ari de vuelta a Sospiris. Ari le había hablado de todas las aventuras que había tenido, todas maravillosas… excepto una. —¡Me da besos y no me gusta! —se había quejado. —¿Quién? —había preguntado Ann divertida. —Una señora. Me ha preguntado por el tío Nikki y yo le he dicho que estaba trabajando. Eso es lo que dice él a Yannis que diga cuando le llaman señoras. Yo he dicho lo mismo. No le gustó y se fue. Me alegro. No me gusta que me dé besos — miró a Ann—. El tío Nikki no me da besos, me abraza y me lleva en los hombros. Si —añadió para puntualizar —no le tiro del pelo. Al día siguiente no hubo ni rastro de Nikos, ni al otro, y Ann asumió que seguiría en Maxos. Pero dónde estuviera, mientras no fuera en Sospiris, le daba lo mismo. Le estaba suponiendo un gran esfuerzo, incluso sin que estuviera presente, obligarse a no pensar en lo que había pasado en la playa. Pero era esencial para hacer desaparecer esos recuerdos no pensar en Nikos. No conjurar su imagen en su mente. No permitirle entrar en su conciencia. Pensar en otra cosa… cualquier cosa que llevase a su mente por senderos más seguros. Se alegró cuando Tina volvió a media mañana y la invitó a unirse a ella y su novio en la fiesta de cumpleaños de uno de los compañeros de Sam la noche siguiente. —Vendrás, ¿verdad? —presionó Tina—. No será tan sofisticado como lo de aquí, pero será divertido, te lo prometo. —Querida —añadió la señora Theakis—, habrá gente joven. Será una agradable velada para ti —le dedicó una sonrisa cálida. Así que el día siguiente por la tarde cruzó el estrecho que separaba Sospiris de Maxos en la lancha de los Theakis. Ari había quedado al cuidado de María y esperando que al día siguiente su amigo iría a jugar con él a Sospiris. Tina estaba muy guapa, con su rizado pelo castaño y un vestido rojo de verano combinado con bisutería que se hacía en la zona. Ann llevaba una blusa de encaje de color marfil y una falda de color turquesa que se había comprado el día que habían ido a Maxos. Sam las recibió en el puerto. Galante, ofreció un brazo a cada una y caminaron a lo largo de una calle llena de tabernas. La lancha las había dejado en un extremo del puerto. A esa hora del final de la tarde, con el sol poniéndose por el oeste, tanto griegos como turistas estaban dando el tradicional paseo, una lenta procesión en la que ver y ser vistos.

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Sam y Tina se detuvieron a saludar varias veces hasta que llegaron a una coctelería particularmente elegante. Nikos Theakis los llamó. Estaba sentado, parecía relajado, con la camisa abierta, un suéter echado sobre los hombros y las largas piernas extendidas. Un vaso en la mano. Una guapa y elegante morena estaba sentada muy cerca de él con un gesto que mostraba que solía estar aún más cerca de él. —Tina —dijo Nikos con una sonrisa extravagante—, estás impresionante esta noche —la miro antes de intercambiar una especie de reverencia con su novio. Después, sin previo aviso, miró a Ann. Ann trató de actuar con normalidad, trató de no parecer terriblemente consciente de su presencia. No estaba preparada para aquello e intentó alzar la guardia desesperadamente. Demasiado tarde. Esa mirada cayó sobre ella y se mintió absorbida por ella. Por un instante, le pareció íntima. Como si no hubiese nadie más. Como si sus ojos la estuviese marcando. Después, bruscamente, él volvió la cabeza hacia la mujer que estaba a su lado y que le había agarrado posesiva el brazo. —Nikos, cariño —dijo en un inglés con marcado acento—, no deberíamos entretener a la niñera de tu sobrino y sus amigos en su noche libre, perderás tu reputación de ser un patrón generoso con el servicio doméstico. A su lado, Ann pudo notar como Sam se ponía tenso por ese trato a su prometida. —Cierto —dijo Sam con una suavidad engañosa—, pero uno, por supuesto, también tiene que tener cuidado de no conseguir otras reputaciones… como la de andar intentando cazar maridos ricos, señorita Constantis. Obsequió con una sonrisa sardónica a la señorita cuya expresión se oscureció de pronto, y se alejó llevándose a Tina y a Ann. Sólo Ann pareció darse cuenta de la risita sorda que se le había escapado a Nikos. —Elena Constantis es imbécil, ¿verdad? —dijo Tina a Ann, orgullosa de cómo había reaccionado su novio. —Nikos no parece pensar así —respondió Ann, que seguía intentando recobrarse del abrasador contacto visual. Tina siguió hablando y Ann trató de concentrarse en lo que decía para no pensar en Nikos, pero desgraciadamente, el tema de Tina no había cambiado. —Oh, Nikos no se casará con Elena Constantis… por mucho que ella quiera que sea así. Entre otras cosas, porque nunca se casará con alguien a quien Ari no dé su aprobación y el niño siempre deja muy claro que Elena no le gusta nada. Dice que siempre le da besos. Ann sintió que se le levantaba el ánimo aunque sabía que no había absolutamente ninguna razón para ello. Se lo recordó a sí misma cuando entraban en

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la taberna donde estaban los compañeros de Sam. Se alegraba de haber ido a la fiesta. La reunión de arqueólogos y estudiantes era muy animada, y la taberna, situada en la parte vieja del puerto, era un mundo aparte del elegante puerto deportivo. No era un lugar para los Theakis, pensó reconfortada. Según avanzaba la noche y circulaba el vino, se notó más relajada. Era bueno encontrarse alejada de la amenaza constante de encontrarse con Nikos, no tener que mantener la guardia alta como cuando él estaba cerca. La simpática cena terminó con una enorme tarta de cumpleaños, ouzo, brandy y café seguido de algunos intentos fallidos de bailar al ritmo de los buzukis. Fue una fiesta divertida, pero finalmente el dueño de la taberna no aguantó más. Con una palmada, los mandó a todos de vuelta a sus asientos y convocó a sus camareros, quienes formaron una fila frente a su entusiasmada audiencia. Una voz en griego desde el umbral los detuvo. Ann miró a su alrededor. Medio en sombra, una larga figura entró por la puerta. El dueño de la taberna corrió en su dirección y le tendió los brazos en un gesto de bienvenida. Nikos Theakis entró a grandes zancadas.

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Capítulo 5 Ann estaba sentada entre Tina y uno de los compañeros de Sam y se dio cuenta de que sentía como si tuviera un agujero en el estómago. Era lo último que esperaba. Lo último para lo que estaba preparada. ¿Qué hacía él allí? La pregunta rebotó como una bala disparada desde ningún sitio. Después algo se encendió en ella. Podía sentirlo en cada una de sus terminaciones nerviosas, en cada sinapsis inflamada por el vino. Su respiración acelerada, su pulso, la hacían completamente consciente de la presencia de él, como si no hubiese nadie más en la taberna. La consternación la recorrió, pero era tarde, demasiado tarde. Lo único que podía hacer era mirarlo indefensa mientras él alzaba una mano como informal saludo a Sam y los demás y hacía alguna observación en griego al dueño del establecimiento. Este último sonrió e hizo otro gesto a Nikos. El invitado de honor murmuró un agradecimiento, dejó el suéter en el respaldo de una silla y ocupó su lugar en la fila de hombres. La música volvió a empezar. El ritmo hipnótico de la música reverberaba en la sala y muy despacio la fila de hombres, hombro con hombro, empezó a marcar el suave pero intenso ritmo. El ritmo empezó a acelerarse, se volvió insistente, sobrecogedor. Ann miraba sintiendo que se le inflamaba el corazón. Incluso sin la presencia de Nikos habría quedado absorta por la gracia inconsciente, la intensa dignidad, la fluida sensualidad de los bailarines. Aquellos hombres que bailaban eran hombres reales. Cada uno de ellos. De todos ellos irradiaba masculinidad, desde el mayor de pelo blanco hasta su nieto, un adolescente. Ann podía notar cómo se incrementaba la tensión y la excitación resonaba en el aire. Era un magnífico espectáculo. Pero ninguno tan magnífico como Nikos bailando como sus antepasados, la gracia y el poder y la sensualidad personificadas. A la media luz que había, su camisa blanca brillaba como la luna, el cuello abierto dejaba ver su poderoso cuello y sus brazos levantados, rodeando los hombros de los hombres que estaban a su lado, marcaban los músculos de su bien formado torso. El modo en que giraba la cabeza, flexionaba las piernas y daba un paso adelante… Ann sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Era impresionante, hermoso. El calor le recorría el cuerpo. No podía dejar de mirarlo. Ni un momento, ni un segundo. Le daba igual que la gente la viera mirarlo. No le importaba que Nikos la viera. Y si sus ojos se encontraban… sostendría la mirada, totalmente, como si fuera su cautiva… Era como si bailara para ella, hiciera una exhibición de su destreza, su masculinidad, sólo para ella. Se sentía aturdida, aturdida y consciente. Respondiendo a él. Despertándose a él. Cuando la música y el baile llegaron a su apoteósico final, una salva de aplausos y voces surgió de los espectadores. Ann bajó la cabeza sacudida por lo que

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había sentido. Conservaba en las venas una sensación que la hacía sentir el mundo como algo más vivo. Alzó la cabeza y sus ojos colisionaron con los de él. Se había unido a la fiesta a la mesa y había encontrado de algún modo un sitio justo en frente de ella. Por un momento, no sabía cuánto duró, él sencillamente sostuvo su mirada. Después, aceptó una copa de brandy del dueño de la taberna e intercambió algunas palabras en griego con él, algo que arrancó un comentario de Sam en el mismo idioma. Nikos hizo un gesto con la mano que tenía libre y se acomodó en la silla. —Es una forma de agradecer el duro trabajo que tú y todo tu equipo habéis hecho en las excavaciones —dijo Nikos con suavidad y Ann fue consciente de que se había hecho cargo de la cuenta. Aquello volvió a llevar a su cabeza la pregunta que se había hecho cuando había aparecido en la taberna. ¿Qué hacía él allí? ¿Por qué no estaba con la elegante Elena Constantis? ¿Y dónde estaba ella? No podía haber renunciado a su presa tan fácilmente. ¿Y por qué Nikos había renunciado a ella? No la estaba mirando en ese momento, por lo que se sentía agradecida. Estaba hablando con Sam y dos de sus compañeros, preguntándoles por los progresos de la excavación. Ella apartó la mirada y se tomó el café. La fiesta acabó. Fuera, después del calor de la taberna, la noche resultaba fría, pero Ann se alegró. Ya tenía suficiente calor en el cuerpo. En la sangre. Aunque el fresco de la noche pareció incrementar el efecto del vino. ¿Dónde estaba Tina? Miró a su alrededor. Tina estaba al lado de Sam, que la rodeaba con sus brazos. —Le he dicho a Tina que puede quedarse aquí con Sam —dijo una profunda voz detrás de ella. Se dio la vuelta bruscamente. Nikos se estaba echando el suéter por los hombros—. Nos vemos en Sospiris —le dijo a la niñera. Donde antes tenía el estómago se abrió un agujero. La consternación la llenó. Y otra cosa. Algo que realmente, de verdad, no quería… Se agarró al bolso con las dos manos. Nikos estaba otra vez diciendo algo al dueño de la taberna. Cuando miró a Tina, vio que la otra chica sonreía encantada a Sam, y lo que iba a decirle murió en sus labios. Sería un corto viaje en lancha, sobreviviría. Pero ¿por qué volvía Nikos a Sospiris? ¿Por qué no se quedaba con Elena Constantis? —¿Preparada? Sintió una mano en la espalda. Grande, cálida. Avanzó hacia delante para dar las buenas noches a Tina, Sam y los demás. De nuevo la mano le presionó en la espalda. Dio un paso hacia delante y echó a andar. La mano se separó de la espalda.

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Se sentía peligrosamente afectada por el vino, el aire frío de la noche… el calor de su sangre. Su pulso parecía marcar el ritmo hipnótico de los buzukis. Aunque sentía calor, temblaba. —Espera —dijo Nikos, quitándose el suéter de los hombros y echándoselo a ella, que notó el calor de su cuerpo que impregnaba la tela. —No… yo… Él ignoró su protesta y siguió caminando por el muelle. Aún quedaba gente, pero la mayor parte de los restaurantes había cerrado y sólo permanecía abierto algún bar. Las luces se reflejaban en el agua y, al fondo, podían verse los dos pequeños faros que señalaban la entrada al puerto. Pudo ver la lancha amarrada y a un hombre sentado en un banco apagar un cigarrillo, ponerse de pie y saludar en griego a su jefe. Nikos devolvió el saludo, entró en la lancha y extendió la mano para ayudar a Ann. Ella la aceptó reacia y la soltó lo antes que pudo. Se sentó, y se envolvió con la falda y el suéter de Nikos. El motor se puso en marcha y empezaron a salir del puerto. Ann notó que el viento le sacudía el pelo según aumentaban de velocidad y se lo sujetó con una mano. Al menos, pensó aliviada, el ruido del motor hacía difícil hablar. Pero la conciencia de la presencia de Nikos la dominaba. Por hacer algo, alzó la vista y miró las brillantes estrellas. Bruscamente, la lancha topó con una ola y cabeceó. Ann se sacudió en su asiento. De inmediato, la mano volvió a su espalda para equilibrarla. Se puso rígida al instante y se agarró a la borda a la espera de que la mano se retirara, pero se quedó donde estaba. —Gracias, pero ya estoy bien —dijo tensa. —Mira al horizonte. Así no te marearás —dijo Nikos acercándose para hablarle por encima del ruido del motor. Ella apretó los dientes e hizo lo que le decía. Al fondo, la sombra de Sospiris empezó a tomar forma. Pero terriblemente despacio. La mano seguía en su espalda, pero no le diría que la quitase. No le prestaría ninguna atención. Lo ignoraría por completo. Era imposible ignorar la presencia de Nikos a su lado, su mano en la espalda. Tenía las largas piernas cruzadas, un brazo apoyado en la borda. Imposible ignorar su sutil aroma, una mezcla de brandy, loción para después del afeitado y algo más. Un aroma de masculinidad… Nunca la travesía le había parecido tan larga. A su lado, Nikos se preguntaba si se estaba volviendo loco. Los datos apoyaban esa tesis. Cuando se había mirado al espejo, ya se había dicho que estaba jugando con fuego, había sido consciente de lo más inteligente que podía hacer: aprovechar la presencia de Elena Constantis, por mucho que eso espolease su ambición. Lo que no era inteligente era lo que estaba haciendo en ese momento.

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Trató de pensar en otra cosa. No debería estar allí, lo sabía. No debería haber murmurado una disculpa falsa a Elena e ignorado la ira y frustración de su mirada. No debería haberse dirigido al puerto antiguo ni a la taberna donde sabía que estarían los arqueólogos. Ni haber entrado al escuchar el ritmo hipnótico de la música. Ni haber sucumbido al impulso de unirse a los bailarines. Y nunca habría tenido que haber cedido a la tentarían de mirar fijamente a Ann Turner, que lo había mirado sin pestañear. Pero eso era justamente todo lo que había hecho… ¿por qué? Porque era lo que quería hacer. La había visto y la había deseado. Muy sencillo. Muy estúpido. ¿No era por eso por lo que la había evitado desde la tarde en la playa y había pasado el tiempo con Elena? Volvía a jugar con fuego. Seducirla y convertirla en su amante sería un excelente modo de librarse de ella, pero la seducción tenía que ir en un solo sentido. Él tendría que seducirla… no al revés. Eso era esencial. Sólo él tenía que llevar las riendas. Ann había vendido al hijo de su hermana, y ésa era la razón por la que había intentado reprimir la atracción que sentía por ella. Era la última mujer del mundo con la que tendría una aventura, por muy atractivo que fuera el embalaje. Pero era precisamente porque había traído de reprimir esa atracción por lo que se había vuelto tan poderosa. Podía verlo con absoluta claridad. Su reacción en la playa había sido tan extrema sólo porque estaba tratando de reprimir esa atracción. Así que si daba rienda suelta a su deseo y dejaba de tratar de contenerlo, tendría ante ella la reacción normal ante una mujer a la que consideraba sexualmente estimulante… Sintió que la satisfacción lo llenaba. Problema analizado, problema resuelto. Deseaba a Ann Turner. Había buenas razones para permitirse hacerlo… y ninguna buena razón para negárselo. La miró. Ella no lo miraba. Bajo la palma de su mano la tela de su blusa se sacudía por el viento. Apoyó la mano con más fuerza para notar el calor de su piel bajo el tejido. Al fondo, el contorno de Sospiris se hizo más definido y la lancha se dirigió al embarcadero. Estaban de vuelta, y la noche, pensó mientras tendía una mano a Ann para ayudarlas a salir de la embarcación, la noche no había hecho nada más que empezar.

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Capítulo 6 Reacia, Ann aceptó la mano que le tendía. Estaba caliente y los fuertes dedos rodearon los suyos sin esfuerzo, tirando de ella hasta que alcanzó el muelle de piedra. Durante unos segundos, se sintió inestable por el balanceo de la lancha. Después, la mano de él volvió a su espalda cumpliendo dos funciones: darle estabilidad y llevarla hacia delante. —Cuidado con los escalones —le recordó su voz grave. De nuevo, su mano estaba ahí, y lo que con cualquier otro hombre sólo habría sido cortesía, con Nikos sabía que era algo completamente distinto. Era como si la estuviera marcando. Subió en silencio los escalones y llegó al nivel donde se encontraba la entrada de los jardines. Caminaba tranquila, como si no hubiese nada de qué preocuparse por recorrer los jardines de la villa al lado de Nikos, a medianoche y entre el aroma de los jazmines y las madreselvas. —Eupheme los plantó ahí a propósito —señaló Nikos—. Así da la sensación de que atraviesas un muro de aroma. Es aire de la noche intensifica la fragancia, ¿verdad? Se detuvo en una rotonda adornada con diminutas flores del jazmín que parecían estrellas en miniatura bajo el cielo. Otro tramo de escaleras más anchas que las anteriores llevaba a los jardines de más abajo que se dominaban desde donde estaban. Sin ser consciente de que lo hacía, Ann también se detuvo a contemplar la vista. No había luna, pero las estrellas brillaban sobre el mar y se reflejaban en la superficie de la piscina que estaba entre la villa y los jardines. —Es realmente hermoso —dijo Ann contemplando la vista. Era imposible no decirlo. Era imposible no quedarse allí a inhalar el embriagador aroma de las flores y el más embriagador aroma del calor de su sangre. No estaba segura de cuánto vino había bebido, pero parecía haber tenido el efecto de hacerla más sensible a todo y, a la vez, más distanciada. Pero sabía que no podía quedarse allí de pie al lado de Nikos mirando los espectaculares jardines y sintiendo el aroma de las flores en la nariz y el suave canto de los grillos entre la vegetación. Debería, de hecho, salir corriendo a la terraza y entrar en la villa e irse derecha a su habitación. Donde igual de deprisa, debería quitarse el maquillaje, cepillarse el pelo, ponerse el pijama y meterse en la cama. Eso, lo sabía, era lo que debería hacer. Ya. No quedarse allí en la suave noche egea, notando los susurros del vino en su cabeza y sintiendo la oscura y sólida presencia de Nikos a su lado. Su mano aún seguía en la espalda, tan cerca que lo único que tenía que hacer era girarse ligeramente y dejar que la atrajera hacia él y la rodeara, dejar que su mano se apoyara en el fino algodón de su camisa, notar la dura pared de su pecho bajo el

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tejido mientras lo miraba a los ojos. Sus brazos rodearían su ansioso cuerpo y su sensual boca se acercaría a la suya… Dio un paso adelante, sólo uno. Pero fue suficiente para llevarla de vuelta a la realidad. —Tengo que entrar —dijo ella con una voz que sonó demasiado brusca. Miró la larga fachada de la villa con el ceño ligeramente fruncido. ¿Por dónde podía entrar? —Por aquí —dijo él con voz suave. De un modo automático siguió por el camino que él decía caminado un poco por delante hasta que el sendero llegó a la terraza principal. Aunque había roto el momento, se sentía en un estado de hipersensibilidad, notaba su presencia detrás de ella en cada poro de su cuerpo, mientras que para todo lo demás era completamente ciega. Sobre todo cuando la adelantó para detener su avance y abrirle la puerta de la terraza e indicarle por dónde podía entrar. Se detuvo. Aquello no era ningún salón ni ningún pasillo que ella conociera. Era un dormitorio. Se dio la vuelta. Nikos estaba cerrando la puerta y caminando hacia ella. Ann dio un paso atrás de un modo automático, instintivo. —¿Qué…? Nikos soltó una carcajada. —No seas ingenua, Ann. ¿Qué crees? —había un tono de diversión en su voz. Se acercó y la miró. Sólo había una lamparita encendida en la habitación al lado de una enorme cama cubierta con una colcha oscura. Con esa luz, su rostro parecía más duro que nunca. De pronto se sintió débil. Lo miró y separó los labios. Se le aceleró la respiración. Él se dio cuenta, notó su reacción. Vio cómo ocurría sin que fuera algo voluntario. —Esto es lo que hemos estado esperando desde la playa —dijo él en tono grave, con un timbre que le hizo sentir un estremecimiento en la espalda—. Entonces no era el momento, pero ahora… Ahora, Ann, tenemos todo el tiempo que necesitamos. La recorrió con la mirada, se acercó más y agarró las mangas de su suéter, que colgaban inertes. Ella hacía tiempo que había dejado de ser consciente de todo, pero en ese instante la conciencia de la presencia de él fue incluso más vivida que antes, consciente de la atracción que ejercía con las mangas del suéter. La atraía hacia él. Por un instante, un tiempo que no sabría decir lo que había durado, se resistió a él. Sintió que en su mente se construía la idea de que debía huir. Pero siguió mirándolo a los ojos mientras él le quitaba el suéter y sus manos abiertas recorrían su espalda, después los costados hasta que notó que un dedo acariciaba el límite de un pecho.

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Notó que los pezones florecían y los delicados pechos se engrosaban. —Muy bien, Ann —murmuró—. Muy bien. Lo mismo que esto… —siguió en el mismo tono. Bajó la boca en una lenta y sensual posesión. Como si tuviera derecho a saborearla, todo el derecho de recorrer con sus suaves labios los de ella, explorar sus contornos, después separarlos para gozar del néctar que guardaban. Todo el derecho a saturar sus sentidos y hacer que se rindiera sin resistencia, incapaz de sentir otra cosa que no fuera la exquisita sensualidad de su beso. Podía notar que la sangre le corría por las venas como una marea caliente que lo arrastraba todo. Todo excepto lo que estaba sucediendo. Nikos la estaba besando… abrazándola… seduciéndola… Sabía que estaba ocurriendo, pero no podía detenerlo. Era demasiado poderoso. Cualquier pensamiento racional había desaparecido. Sólo existían las sensaciones, la dulzura, la excitación, la seducción. No podía resistirse como la miel no puede evitar fundirse en una cuchara caliente. La soltó y, durante un instante, ella se balanceó, aturdida. Después, de nuevo sus manos le recorrían la espalda, le desabrochaban la cinta de la blusa y la abrían para descubrir el sujetador que cubría sus inflamados pechos. Lentamente le quitó la blusa, por los hombros, dejándola caer descuidadamente. Después sus manos volvieron a la espalda para desabrochar el cierre del sujetador. Los pechos quedaron libres, el sujetador siguió el mismo camino que la blusa. Allí estaba ella, de pie, desnuda de cintura para arriba, los pezones de coral completamente erectos. Unos ojos oscuros la recorrieron con mirada inflamada. —Perfectos —murmuró—. Completamente perfectos. Con un suave movimiento alzó las dos manos permitiendo que el dorso de los dedos rozaran sus pechos. Un gemido incoherente surgió de la garganta de ella mientras sus ojos se entrecerraban debido a la exquisita sensación que le recorría el cuerpo. Nikos dejó escapar una carcajada. —Oh, Ann, ¿tienes idea de lo perturbadores que han sido tus pechos para mi mente? Y ahora… ahora puedo llenarme de ellos. Sus dedos volvieron a rozarlos, suavemente, luego le pellizcó los pezones. De nuevo de su garganta surgió un gemido. El calor la invadió, y los pechos reaccionaron aún con más fuerza, como si ansiaran sus caricias. Tenía la mente intoxicada por la exquisita sensación de saber que estaba allí desnuda de cintura para arriba mientras Nikos le acariciaba los pechos. Otro gemido surgió de sus labios abiertos y ése él lo interpretó como una señal. La alzó en brazos y la tumbó en la cama. Ella levantó las manos por encima de la cabeza y él se la quedó mirando un momento. No podía hacer otra cosa que permanecer echada, mirándolo también, dejando que sus ojos se enredaran con los de él, dejando que el deseo que ardía en el aire acentuara su propio deseo y que con ella venciera el último resto de resistencia que quedaba en ella. Su deseo era

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posesivo, la consumía, ansiaba ese cuerpo fuerte que se inclinaba sobre ella, cerrar sus manos sobre los musculosos brazos, atraerlo hacia ella, sentir su peso sobre ella… —Nikos… ¿De dónde había salido esa palabra que murmuraban sus labios? ¿De verdad había pronunciado su nombre? ¿Rogado? ¿Invitado? ¿Lo había invitado? Invitado a hacer lo que él estaba haciendo en esos momentos. Se estaba desnudando. Ella lo miró con los ojos tan abiertos como lo había hecho en la playa cuando se había quedado en bañador. Sus ojos disfrutaron con su masculinidad y él nunca dejó de mirarla. Él siguió acariciándola con habilidad, con experiencia, con los labios y la lengua, suavemente, excitándola, deseándola. Despertó una sensualidad en Ann que no sabía que existía. Las manos exploraron su cuerpo y le quitaron las últimas prendas hasta que se encontró desnuda debajo de él sin fuerza. Las manos la recorrían, la hacían consciente de cada centímetro de su piel, le separaron los muslos y unos largos y experimentados dedos acariciaron los delicados pliegues que ocultaban. Gimió de placer, dejó caer la cabeza en la suavidad de las almohadas, abriendo los labios para poder respirar. Oyó una risa y después sus labios estaban en los de ella mientras una mano seguía acariciando su húmeda piel. Le dijo algo en un murmullo, pero ella ya no podía oír, ya no podía hacer otra cosa que sumergirse en las sensaciones que él provocaba. Volvió a gemir clavando los dedos en la almohada mientras los dedos de él continuaban con su habilidoso trabajo. Separó aún más los muslos para proporcionarle un mejor acceso, vencida por el deseo. La acariciaba mientras su respiración se aceleraba hasta el jadeo, su cuerpo se arqueó y en ese momento el lugar de los dedos lo ocupó su sexo. De un modo instintivo, ciegamente, le agarró las musculosas nalgas y alzó las caderas en un movimiento tan antiguo como el tiempo. Su boca en la de él, sus pechos contra su torso… Sentía que el fuego la lamía. Su cuerpo era una llama ansiosa de su posesión. Separó la boca de la de él y vio que decía algo. No sabía qué era, pero había en ello una promesa, una promesa y un propósito… Sacudió la cabeza hacia los lados mientras una tras otra las olas de placer rompían contra ella. Gritó y alzó la cabeza mientras todo su ser se concentraba en la sensación que la traspasaba. Él seguía dentro de ella, fuerte e insistente, embistiendo una y otra vez. Lo oyó gritar encima de ella, sintió su cuerpo explotar en su interior. Gritó con él con todo el universo ardiendo alrededor de sus convulsos cuerpos unidos. Siguieron las olas, una tras otra rompiendo contra su carne. Dejó caer la cabeza al morir la última ola. Largos momentos después, la mano de él subió hasta su cuello y los dedos se curvaron alrededor de la línea de la mandíbula. Lentamente, el latido de su corazón empezó a serenarse. La respiración a

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acompasarse. Yacía exhausta, temblorosa. Él la soltó y lo miró sin verlo. Sintió la conmoción. Volvió al mundo real y se dio cuenta de lo que había hecho. Se había acostado con un hombre que la despreciaba por completo. Un hombre al que tenía más razones para odiar que a ningún otro en el mundo. ¿Qué había hecho? Sólo era capaz de mirar al hombre en cuya cama yacía, el hombre cuyo cuerpo aún la llenaba… Sintió una mezcla de emociones, algunas de ellas completamente desconocidas, pero por encima de todas dominaba la incredulidad y la conmoción por lo que acababa de hacer. Horrorizada, sólo era capaz de permanecer echada, sin moverse, exhausta, mirando ciega el rostro que la contemplaba a ella. Por un momento no hubo ningún movimiento. Ninguno. Después, bruscamente, ásperamente, su cuerpo se liberó del peso que la aplastaba. Nikos se alejó y desapareció en un cuarto de baño cerrando la puerta tras él. Durante unos segundos, sólo fue capaz de quedarse tumbada, quieta, inerte, inmóvil. Después, recogió a toda prisa la ropa, se puso la falda y la blusa sin preocuparse de buscar la ropa interior, sólo quería dejar de estar desnuda. Desde el baño, llegaba el sonido de una ducha. Vio una puerta enfrente de la que daba a la terraza y pensó que ésa conduciría al resto de la casa. Corrió hacia ella con el corazón desbocado, la abrió y se encontró en un pasillo. No sabía a dónde llevaba, pero no le importó… simplemente corrió por él, deseando desesperadamente no encontrarse con nadie antes de llegar a la zona de la casa que conocía y poder alcanzar su habitación. Unos minutos después, cerraba su puerta y se dejaba caer en la cama. Temblando, rodeándose con sus brazos, empezó a gemir. Una pregunta la asaltaba una y otra vez de un modo cada vez más cruel. «¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?»

Nikos permaneció de pie bajo la ducha. El agua deberían haber sido cuchillos. Cuchillos que se clavaran en su carne como castigo que merecía. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? ¿No se había dicho que estaba jugando con fuego? ¿Qué había hecho? Intentó no recordar el momento en que había sido consciente de que no sólo tenía que poseerla, allí, en ese instante, sino algo mucho peor… muchísimo peor, el momento en que el mundo sencillamente había desaparecido. Nunca antes había sido así. en él.

Esas palabras se formaron en su cabeza mientras la necesidad seguía latiendo

Nunca había experimentado un momento de plenitud sexual como ése, tan intenso, tan poderoso que había gritado incapaz de controlarse.

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Hasta el momento en que había vuelto a ser consciente y había visto, con rabia, que había estado caminando por el borde de un precipicio. Apretó los puños y golpeó la pared de la ducha. «Maldición, sabía que tenía que haberla ignorado. Lo sabía». Pero mientras pensaba esas palabras, en su cabeza también se formaban otras. Otras que le hicieron cerrar el agua bruscamente y secarse con una toalla rudamente. Colgó la toalla y salió del baño. Sabía que no debería haber tocado jamás a Ann Turner. Sabía que nunca debería haberse acostado con ella. vez.

Pero según salía del baño a grandes zancadas, supo otra cosa: la deseaba otra

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Capítulo 7 El sol apenas había asomado, pero Ann estaba en la cama despierta y atormentada. Tendría que irse. Salir de Sospiris. No tenía otra opción. ¡No podía quedarse allí! «Tendré que pensar en algo… algo que decirles a Ari, la señora Theakis. Algo… ¡cualquier cosa!» Excepto la verdad. Se ponía histérica sólo de pensar en la señora Theakis enterándose… «¿Cómo voy a mirarla a los ojos? ¿Cómo voy a desayunar con ella sabiendo lo que he hecho, dónde he estado?» ¡Ari! Se sentiría tan decepcionado, tan triste. Ya era bastante malo que fuera a perder a Tina. Y ella estaba a punto de desaparecer de su vida también. Para siempre. Porque, a menos que la señora Theakis la invitara a la isla cuando Nikos estuviera fuera, lejos, tan lejos como Australia, o mejor la Antártida, o como ella no fuera a Londres alguna vez… ¿Cómo iba a ver a Ari? No volvería a estar en ningún sitio en el que pudiera estar Nikos. Bruscamente otra emoción se instaló en ella. ¡Que impactante, imperdonable… vergonzoso! No volvería a ver a Nikos, jamás… Al instante apartó esa emoción de su cabeza. ¿Cómo podía haber caído tan bajo? Y ¿cómo podía un hombre que tenía esa opinión de ella haberle hecho el amor de ese modo? Endureció el gesto. ¿Hecho el amor? ¿Era idiota o algo así? Nikos no había hecho el amor, se había acostado con ella, eso era todo… todo lo que él quería. Se sintió amargamente humillada. ¿Cómo podía haberse metido en la cama de un hombre semejante? Sólo porque parecía un dios griego. Angustiada, odiándose casi tanto como odiaba a Nikos, Ann se quedó mirando al techo. Contando las horas para poder escapar de Sospiris. Escapar de Nikos. Pero lo que le parecía imperativo en ese momento y mucho más difícil era enfrentarse a la señora Theakis. —¿Nos dejas? —Sophia Theakis abrió mucho los ojos sorprendida—. Seguro que no… —giró la cabeza en dirección a la puerta que se abría en ese momento — ¡Nikos! Ann dice que tiene que volver a Londres. Ann se quedó petrificada. Podía no volverse a mirarlo, pero no podía dejar de oír su profunda voz. —No puede ser. Habíamos acordado que se quedaría hasta después de la boda de Tina para que Ari no estuviera tan triste. ¿No es así, Ann?

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Notó que se estaba ruborizando al verlo. Estaba vestido de un modo informal con un polo de color crema, el pelo mojado y recién afeitado. Recordó al instante la sensación de su piel contra la de ella mientras su boca… Se ruborizó aún más. en él.

Él la miró a los ojos como retándola. Ann se mordió él labio y vio que algo ardía

—Yo… yo… —empezó pero no pudo seguir, no podía articular un pensamiento racional—. Es sólo que… —volvió a intentarlo pero no lo consiguió. Una nueva expresión pasó por los ojos de Nikos. Ann habría jurado que era satisfacción. —Bien —dijo él—. Arreglado. Te quedas como habíamos acordado. Y entonces… —la miró de soslayo mientras se servía zumo de naranja—. Entonces ya veremos. ¿Quién sabe, Ann, lo que puede pasar tras la boda de Tina? Y hoy, dado que Ari estará todo el día jugando con su amigo de Maxos, será un buen momento para enseñarte algo más de Sospiris de lo que has visto. Con calma, empezó a beberse el zumo de naranja. Aturdida, Ann volvió la vista a la señora Theakis con la esperanza de que ella, de algún modo, evitara ese destino. Pero lo que encontró en la anciana era una extraña mirada que pasaba de su invitada a su hijo. La mirada duró un instante y Ann concibió la esperanza de haberla sólo imaginado. —Es una idea estupenda —dijo Sophia con una sonrisa—, Sospiris tiene muchas bellezas ocultas, Ann, y estoy segura de que mi hijo te las mostrará todas. Con un esfuerzo monumental, Ann esbozó una amplia sonrisa.

Nikos arrancó el todoterreno impaciente. ¿Dónde estaba? Si estaba pensando en escabullirse, sencillamente iría a buscarla. Por un momento su expresión vaciló. No era cómodo estar bajo la mirada de su madre en esas circunstancias. Pero aquello lo estaba haciendo por ella… aunque, por supuesto, ella no podía saberlo. No podía tolerar que Ann Turner se aprovechara de su madre. Lo que sí podía tolerar, sin embargo, era su propia desaprobación a lo que había decidido hacer, una decisión que había tomado mientras volvía a su habitación la noche anterior. ¡Al diablo! Al diablo con las advertencias de no jugar con fuego… era demasiado tarde para eso. Ya había jugado con fuego… habían dejado la cama en llamas. Y así se había levantado él. Demasiado tarde para las advertencias o los remordimientos. Si había algo que estaba claro era que cuando había visto la cama vacía al salir de la ducha… había empezado a contar las horas que faltaban para volverla a poseer. Había pasado la noche sin dormir, pero no por el recuerdo de su seducción… había sido porque su cama estaba vacía y definitivamente no quería lo estuviera. Había estado a punto de ir a buscarla. No tenía ni idea de por qué había huido, a

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menos que fuera para que él saliera detrás. ¿O estaba intentando aparentar una virtud que había demostrado que no tenía? Apartó esa idea de la cabeza. ¡Por supuesto que Ann Turner no era una mujer virtuosa! ¿Cómo iba a serlo si había vendido a su sobrino? Por un instante algo sacudió su cabeza. El vivido recuerdo de su unión ardió en su mente. ¿Cómo podía la mujer que lo había encendido de ese modo, la mujer encima de la que había gritado en el momento del éxtasis ser la misma que había cerrado sus garras sobre los cheques que él le había entregado? Pero lo era. Era la misma mujer. Por mucho que lo excitara, no debía olvidar eso ni un momento. Y desde luego no en ese momento, mientras por fin salía de la casa con el rostro serio, sin mirarlo a los ojos y se subía al todoterreno sin decir una palabra. Soltó el freno de mano, enfadado por su actitud. Condujo deprisa sin preocuparse de esquivar los baches, consciente de que ella se agarraba con fuerza sin pedirle que bajara la velocidad. No se detuvo hasta que llegaron a un alto en el extremo de la isla, sobre la playa secreta de Ari. La había llevado allí deliberadamente. No sólo porque nadie los molestaría, sino porque la playa era un lugar ideal para su propósito. No era lujoso, pero tenía lo esencial, sobre todo una cama. Apagó el motor, dejó las gafas de sol en el salpicadero y el espacio del ruido del motor lo ocupó el silencio. Se volvió hacia ella. Seguía sentada agarrada al marco de la puerta. Su expresión era pétrea. Llevaba la misma ropa que cuando habían ido allí con Ari. ¿Pensaba que algo tan recatado lo desanimaría? Y ¿por qué? No había sido así de fría la noche anterior. Era el momento de detener aquello. —Ann —empezó con voz contenida—. No sé a qué te crees que estás jugando, pero… Ann giró la cabeza y lo fulminó con la mirada. —¿Jugando? —escupió—. ¡Yo no juego a nada! No tengo ni idea de qué demonios te crees que estás haciendo, pero… Nikos se echó a reír. No podía evitarlo. La mirada, de ella se intensificó y él pensó que así era incluso más luminosa. —Lo que pienso que estoy haciendo, Ann —dijo con un tono de voz muy distinto —es esto… Se acercó a ella incapaz de evitarlo, lo había estado deseando desde que la había visto en el desayuno, y la rodeó con los brazos. La notaba receptiva entre sus brazos mientras la atraía hacia él y la satisfacción lo inundó cuando la besó. Al momento, ella estaba rígida y lo empujaba con las manos apartando la boca. —¡Suéltame! Déjame…

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Su beso interrumpió lo que iba decir. La momentánea resistencia de ella se desvaneció derretida por el beso. Sintió las manos de ella abrirse sobre su pecho. La besó intensa, profundamente… excitantemente. Y no sólo se excitó ella. Su propio cuerpo respondía. Finalmente, sin aliento, interrumpió el beso, pero no dejó de abrazarla. La miró a los ojos. Eran enormes. —¿Qué decías? —preguntó con tono divertido. Por un momento lo miró sin verlo, después, con un jadeo, se soltó. Él la dejó ir, había demostrado lo que quería. —No quiero esto —dijo ella con la voz rota y las manos en el regazo—. No lo quiero. —Ann, nada de juegos —le brillaban los ojos—. Ahora no. Lo de anoche demuestra que sí claramente. Se acercó más a ella, pero esa vez fue más rápida y consiguió abrir la puerta y bajarse del todoterreno. Nikos la miró con una mezcla de incredulidad y exasperación echar a andar por la carretera. ¿Estaba loca esa chica? Le llevaría más de una hora volver a la villa y el sol ya estaba alto. Hizo un sonido de irritación y salió tras ella. Aquello sólo podía ser un gesto grandilocuente cuya causa sólo conocía el cielo. La alcanzó en segundos, se puso delante de ella y la agarró de los brazos. Estaba rígida y su rostro, crispado. —Quítame las manos de encima —dijo con los dientes apretados—. Te he dicho que no quiero. ¿Qué parte no has entendido? —Ésta —dijo él, acercándole una mano al rostro mientras le soltaba el brazo dejándola libre, pero sin dejar de mirarla a los ojos mientras le acariciaba una mejilla con los dedos. Vio cómo se le dilataban las pupilas. Entonces apartó la mano. Ann no huyó ni se apartó de él. Permaneció de pie, inmóvil bajo el sol que caía como plomo sobre su pálida piel. Su mirada era de desvalimiento. —Ésa es la parte que no entiendo, Ann —dijo con tono grave—. La parte en que sólo tengo que tocarte para que tu cuerpo responda. O ni siquiera tocarte… —la miró con los ojos ardiendo de deseo—. ¿Crees que no te he deseado desde la primera vez que vi lo hermosa que te habías vuelto? Lo único que hacía falta era… oportunidad —su manó fue de nuevo a la mejilla. Esa vez le recorrió la mandíbula, le apartó el cabello y llegó al lóbulo de la oreja. Ella no se movió. Muy lentamente, sus párpados cayeron sobre los ojos. Nikos alzó la otra mano y recorrió sus labios con el pulgar. Después, mientras ella seguía con los ojos cerrados, su boca ocupó el lugar del dedo. Notó que ella se entregaba. Sintió que su boca empezaba a moverse contra la de él. Notó que la rigidez abandonaba su cuerpo.

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No sabía cuánto tiempo estuvieron besándose al borde de la playa desierta. Sólo sabía que en algún momento apartó sus labios de los de ella, se tomaron de la mano y la llevó en dirección a una pequeña edificación de piedra. Ella lo siguió. Como sabía que haría.

La luz se filtraba por las grietas de la madera. Lanzaba finos dedos por encima de la cama dibujando líneas de luz y sobre el fuerte rostro que yacía al lado de Ann y que ella contemplaba en ese momento. Los ojos estaban cerrados y las facciones en reposo. Parecía… lleno. La palabra le vino a la cabeza y sabía que era adecuada. Para ella era… seca. Seca de todo, de toda emoción, de toda voluntad. Sólo podía seguir allí acostada, su cuerpo desnudo junto al de él. Su mente flotaba a la deriva. Había ido más allá, lo sabía, del pensamiento consciente… porque ¿qué podía pensar? ¿Era posible abordar racionalmente lo que había hecho? ¿Lo que estaba sucediendo? No era posible, en absoluto. No era equilibrado… Porque ¿cómo iba a ser equilibrado sumergirse en un goce semejante al que había disfrutado la noche anterior proporcionado por un hombre cuyo desprecio por ella no era ningún secreto? Ese hombre, ese maldito hombre que le había ofrecido dinero a cambio de Ari, por pasar unos días en Sospiris, parecía estar a años luz del que la había iniciado en un éxtasis que jamás había conocido siquiera que existiera… Sentía dentro algo parecido al dolor. Pero era el mismo hombre… La idea fue tomando forma en su cabeza y sintió ese extraño dolor de nuevo. Se le ensombreció la mirada. «Es el mismo hombre, ¿verdad?» Su cabeza le dijo que sí, pero su cuerpo… su cuerpo lo negaba con todas sus fuerzas. Le pasó las manos por la suave piel. Era tan hermoso acariciarlo. Las largas pestañas se agitaron y la miró de inmediato. Igual de instantáneamente su increíble oscuridad la taladró. Se sintió desnuda… —Ann. Fue todo lo que dijo, pero con una voz que sonó tan llena como estaba él. Le acarició el brazo. Fue algo sin contenido sexual. Era sólo porque ella estaba allí. En su cama. A su lado. —Ann —dijo de nuevo y la abrazó contra su pecho. Se sentía bien así, pero todo en ella le hacía sentirse bien. Siguió acariciándole el brazo perezosamente. Se sentía lleno y, después de un rato, volvió a sentirse excitado. Y, de nuevo, Ann fue con él a donde quería que fuera.

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*** El todoterreno volvía a dar saltos por la maltrecha pista de vuelta a la villa. Nikos conducía mucho más tranquilamente que a la ida, ¿por qué no? Su malhumor había desaparecido por completo. ¡Por supuesto! Le había llevado poco tiempo vencer la incomprensible muestra de resistencia de Ann. No tenía ni idea de por qué lo había hecho, tampoco le importaba mucho. Había sido, evidentemente, algún tipo de táctica, y había carecido totalmente de sentido. De cualquier modo, ya era irrelevante. Lo único que importaba era que aquello se había terminado. Una sonrisa iluminó sus labios. No, Ann había demostrado de un modo incontrovertible que era incapaz de resistirse a él. Lo que ya sabía antes. Aquello demostraba que la estrategia de convertirla en su amante era la correcta. Como su amante, Ann sería maleable… Había sido estúpido pensar que corría algún riesgo. No sólo iba a conseguir que Ann dejara de ser un problema, sino que además iba a disfrutar de su exquisito cuerpo, un disfrute que había demostrado ese día que podía ser tan intenso como el de la noche anterior. Su sonrisa se ensombreció. Tenía por delante un problema al que enfrentarse antes de que pudiera llevársela a Atenas con él. Giró la cabeza para dirigirse a ella. —Vamos a tener que ser discretos, lo comprendes, ¿no? Pero veré lo que puedo hacer para dedicarte más tiempo —una curva le hizo volver la vista a la carretera—. ¿Ann? —la volvió a mirar—. ¿Ann? —Sí, te he oído. Gracias —respondió. Nikos observó su perfil. ¿Estaba molesta porque le había dicho que tenían que ser discretos? Quizá no entendía que no había ninguna posibilidad de exponerle a su madre lo que estaban haciendo. O quizá pensaba que no iba a seguir con ella… o que esa discreción era una muestra de falta de aprecio por ella. Bueno, eso podía resolverlo fácilmente… no había ningún problema. Sabía perfectamente lo que la apaciguaría. Y no era sólo el sexo…

Ann estaba sentada en la cama mirando a través de la ventana. Le había dicho a la doncella que no limpiara su habitación, que tenía jaqueca. El vacío la envolvía. Sabía que era un mecanismo de defensa, como la anestesia. El vacío la tranquilizaba. En un momento, pero no en ese momento, pensaría en lo que iba a hacer. Pero aún no, todavía no. Necesitaba tiempo… tiempo suyo propio, apartada del mundo, a salvo. A salvo de Nikos. Pero no estaba a salvo de él. Lo había demostrado de forma concluyente e innegable. Sólo tenía que tocarla y estaba perdida. Había tratado de resistirse y había fracasado.

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¿Cómo iba a decir cualquier mujer no a Nikos Theakis si la deseaba? Pero de algún modo, no sabía cómo, iba a tener que reunir la fuerza necesaria para decir no. ¿Por qué la había seducido Nikos? No tenía sentido. Podía elegir a cualquier mujer… mujeres de su mundo… ¿Por qué fijarse en ella, alguien a quien manifiestamente despreciaba? ¿No sería para demostrarle que podía? Estaba claro que no le había gustado su intento de rechazarlo. ¿Su ego masculino demandaba su sumisión? ¿Eso era todo? ¿Quería que se rindiera a él como debían de hacer casi todas? Bueno, ¡ya tenía todas las pruebas que necesitaba! Su ego podía descansar tranquilo. Se levantó y empezó a pasear por la habitación. El vacío fue abandonándola, era como salir de la anestesia… Cada centímetro de su cuerpo le recordaba lo que había hecho, sus músculos, sus labios, un latido entre las piernas. Fue al cuarto de baño. ¿Ayudaría una ducha? Además le daría algo que hacer, algo que evitara los pensamientos circulares que le llenaban la cabeza. Cuando salió de la ducha seguían allí, pero ya no importaba. ¿Cómo iba a tener importancia algo cuando Nikos estaba decidido a demostrar que era completamente vulnerable a él? Pero desde ese momento eso ya no iba a suceder. Desde ese momento, incluso aunque tuviera que mentir o ser evasiva, decir cualquier cosa, no pasaría ni un minuto a solas con Nikos. Ni uno solo. Sabía que era una cobardía, pero ¿qué más daba? Si eso era necesario para mantenerla a salvo y estar cerca de Ari, entonces lo haría. Si podía mantener ese comportamiento estaría a salvo. No había nada que Nikos pudiera hacer con ella si no estaban a solas. O eso, o salir de Sospiris. Pero no podía hacer eso, era su única oportunidad de ver a su sobrino y nadie le haría desperdiciar esa oportunidad. Se reafirmó en su decisión. Estaba allí por Ari, eso era todo, y eso era lo único que debía recordar. Nada más. Se mantuvo concentrada en su decisión y se obligó a ocuparse con la correspondencia, incluyendo el gran número de postales que se había comprado en Maxos. Escribir era una forma de mantener el contacto con su mundo real, muy alejado del de Sospiris. Sabía que debía bajar a tomar el té con Tina, pero tenía miedo de su perspicaz capacidad de observación. Seguro que llevaba escrito en la frente lo que había hecho. No, Ari estaba con su amigo, no notaría su ausencia de su tía por una jaqueca. Era mejor quedarse allí escondida. ***

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Nikos recorrió el pasillo a grandes zancadas con buen ánimo debido a la anticipación. Había sido un poco decepcionante al bajar a beber algo antes de la cena enterarse de que Ann tenía jaqueca y no iba a cenar. Era evidente que había malinterpretado la necesidad de discreción. Si hubiera sabido antes que estaba en su habitación y no con Ari, se habría pasado a verla. Así que, tras soportar una cena sin ella, iba directamente a la habitación de Ann. Llamó a la puerta y entró. Ya la deseaba… la casa de la playa le parecía algo lejano. Sus ojos se volvieron hacia él de inmediato. Estaba en la cama esperándolo ojeando una revista. —Kalispera, Ann —dijo entrando en el dormitorio. La revista se le cayó de las manos y alzó la cabeza. La conmoción llenó su rostro. Él se acercó a la cama y se sentó. —Siento que hayas tenido que esperarme… hasta la cena no me he enterado de que estabas en tu cuarto. He estado trabajando hasta ahora. Disculpa —se inclinó hacia delante incapaz de demorar más el contacto con su piel. Ella dio un salto como si le hubiese dado calambre. Nikos sonrió. Eso era bueno. Respondía. Así era como la quería. —¿Qué demonios haces aquí? —dijo ella con la voz quebrada. —No te asustes. He sido muy discreto, como hemos quedado. —Discreto —pronuncio la palabra como si fuera un juramento. —Ya sé que es un inconveniente. Mi madre tiene ciertos códigos de conducta y no me gustaría quebrantarlos abiertamente. Mientras hablaba era consciente de una sensación de incomodidad. —Un inconveniente —dijo ella con voz hueca mirándolo con una peculiar expresión. —Ann —dijo él intentando contemporizar—, ahora mismo es imposible, pero en cuanto se case Tina, te llevaré a Atenas y… —¿Llevarme a Atenas? —su voz había cambiado a la incomprensión. Nikos estaba empezando a irritarse. ¿Por qué tenía que repetir todo lo que decía? —Bueno, a Atenas primero y después a donde tú quieras… Tendré que organizar unas vacaciones, pero… —nunca terminó la frase. —Yo —escupió ella con una dura mirada —no voy a ir a ningún sitio contigo. Yo no voy a tener ninguna clase de aventura clandestina contigo. ¡Sal de mi habitación ahora mismo! ¡Ya! —Ann… ¡Basta! Ya hemos pasado por esta farsa una vez hoy. No me gustan los juegos, y menos cuando ya se han jugado antes. Ya va a ser bastante difícil, tal y

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como están las cosas, encontrar tiempo para estar juntos sin que encima tú tengas que hacer la escenita del rechazo. Así que… No terminó la frase. Ella salió de la cama por el lado contrario al que estaba él. Los ojos de Nikos de inmediato se posaron sobre la silueta de su cuerpo, apenas cubierto por un camisón que la luz de la lámpara hacía transparente. ¡Era tan hermosa! El deseo lo traspasó. La deseaba, tenía hambre de ella, no podía esperar. —Ann… —pronunció su nombre con voz ronca, áspera. Empezó a moverse, se levantó de la cama, la siguió, para alcanzarla, para tocarla, para rodearla con su cuerpo, sentir esa belleza, ese excitado cuerpo entre sus brazos, esa dulzura, esa boca de miel abriéndose a la suya… Y entonces, para su incredulidad, mientras la devoraba con los ojos, dio un grito y se encerró en el cuarto de baño. Pudo oír cómo giraba frenética la cerradura y después el silencio. Durante un largo momento sólo pudo mirar la puerta cerrada en silencio. La rabia fue surgiendo dentro de él. Rabia e incredulidad… y una intensa frustración. Entonces, como un zombi, salió de la habitación. Aún no se creía lo que había pasado.

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Capítulo 8 —Oh, Ari, eso está muy bien. ¡Bien hecho! Ann estaba en la terraza contigua a la habitación del niño mientras Ari coloreaba uno de sus trenes. —¿Por qué no escribes los nombres debajo de los dibujos? —dijo Ann marcando una línea de puntos para que Ari pusiese encima las letras. Tina mientras tanto revisaba la lista de las cosas pendientes de la boda. —Sabes de niños, ¿verdad? —observó la niñera—. Lo digo por la línea de puntos. —Es una buena forma de que controlen la forma de las letras, creo —dijo con una sonrisa mirando atenta a Ari. Ari se había convertido en el único propósito de su estancia en Sospiris. Una estancia que no incluía convertirse en alguien sexualmente disponible para Nikos siempre que quisiera deslizarse en su dormitorio. Tenía que ser implacable en eso. Nikos había usado la palabra «rechazo» y ella se había agarrado al término. Sí, rechazarlo era exactamente lo que tenía que hacer. Rechazar que alguna vez había sentido esa loca debilidad por ese hombre. Rechazar que podía sentir el eco de sus caricias, de su embriagadora invasión… posesión. Endureció la mirada. Posesión. Sí, ésa era una buena palabra. Nikos era un hombre tan arrogante que pensaba que podía tenerla a su disposición. ¡Ni siquiera le importaba que la hubiera despreciado por aceptar dinero de él! Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Sería por eso por lo que pensaba que podía disponer de su cuerpo cuando quisiera? ¿La despreciaba tanto que por eso no veía ningún problema en seducirla? —¿Kyria Ann? —alzó la vista y se encontró con una de las doncellas—. ¿Puede venir, por favor? Preguntándose qué pasaría, hizo un gesto a Tina y dijo a Ari que volvía en un momento. Salió tras la doncella. ¿Querría verla la señora Theakis? Pero a donde la llevaron no era la sala de Sophia. Era el despacho de Nikos. Y él estaba sentado en la mesa escribiendo algo en el ordenador en la penumbra que producían las ventanas venecianas. Se dio cuenta demasiado tarde. Ya estaba dentro. La doncella cerró la puerta tras ella. Demasiado tarde para escapar. —No te escapes, Ann, sólo tengo algo que decirte. Siéntate. La voz era fría e impersonal. Lo miró. Estaba vestido con ropa de trabajo, un traje formal. No lo había visto así desde su llegada. —No hay nada que quiera escuchar de ti —dijo tensa.

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La miró con ojos oscuros y Ann sintió un estremecimiento. Él no respondió, en lugar de eso, sacó un objeto de un cajón. Era algo largo y fino. Lo puso frente a ella. —Esto, Ann —sus ojos no cambiaron de expresión—, es para ti. Cautelosa, como si pudiese ser un arma cargada, Ann lo alcanzó. ¿Qué era? Lo tomó en la mano y se dio cuenta de que era una caja. A lo mejor era una caja de unas gafas, o de un bolígrafo. ¿Pero por qué le daba algo así? Abrió la caja. Lo miró incrédula. Un collar brillaba en su interior. —¿Qué es esto? —se oyó decir Ann. —Una gargantilla de diamantes. Aunque estés acostumbrada a trabajar en metálico, eso es algo para lo que ahora mismo no me siento preparado. Pero puedes ver la factura para saber cómo se te considera. Puedes sentirte halagada, Ann… es una suma considerable. Alzó la vista de la gargantilla y consiguió mirarlo a los ojos. También brillaban, como si reflejasen los diamantes que le estaba ofreciendo. Sintió una emoción que la atravesaba. No sabía cómo se llamaba… sólo que era poderosa. Muy poderosa. —Ya ves… —dijo Nikos y se movió muy ligeramente en su asiento—. He decidido ir al grano. Como hombre de negocios, aplico los incentivos necesarios para llevar una transacción a buen puerto. Tu motivación, Ann, es material… dinero. El dinero es lo que guía tus actos… sea renunciando al hijo de tu hermana o renunciando a tu valioso tiempo para venir a Sospiris. Y eso es lo que aplico ahora a esta transacción… sólo que he recurrido a una alternativa al metálico. Así que — respiró con fuerza—, ya que hemos concluido las negociaciones con éxito, debes perdonarme. Me voy a Atenas en breve, pero volveré esta noche. Ponte la gargantilla cuando te vea, Ann —hizo una pausa y el brillo oscuro de sus ojos se intensificó—. Sólo la gargantilla. Ann estaba paralizada, inmóvil, incapaz de hacer nada más que dejar que esa emoción se extendiera por ella. Entonces, no sabía cómo, encontró su voz. —¿Crees que una gargantilla te dará acceso a mi cama? —dijo sin ninguna entonación. —¿Por qué no? Tu trayectoria muestra que eres muy receptiva a esta forma de ver la vida —dijo tenso. Volvió a mirar la gargantilla, la gargantilla que le ofrecía a cambio de sexo, y sintió que la ira la inundaba. Alzó los ojos y volvió a mirar al hombre sentado tras la mesa, rico, poderoso, arrogante. El hombre que la besaba profundamente, acariciaba las partes más íntimas de su cuerpo, que se había fundido con ella, que la había llevado a un éxtasis que ni siquiera sabía que existía. El hombre que le ofrecía una gargantilla a cambio de sexo… Con cuidado, con mucho cuidado, cerró la caja y la dejó delante de él.

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—No soy una fulana. —Tu hermana —su expresión no cambió —tenía al menos una virtud. No trataba de ocultar la verdad de lo que era. Pero tú, Ann, eres una hipócrita. Peor incluso que tu hermana. Tu hermana vendía su cuerpo… tú, tú vendiste a su hijo —la abrasó con la mirada—. Así que no te plantes aquí y te hagas la virtuosa o la insultada —cada palabra salía de él como una gota de ácido desprecio —porque te estoy ofreciendo lo que tu hermana habría estado encantada de aceptar de cualquier hombre. La marea de emociones rompió los diques de contención en el interior de Ann. —¡No hables así de Carla! ¡Y puedes tragarte tus diamantes! Se dio la vuelta ciega de furia. Cómo salió de allí, no era capaz de decirlo, pero en cuanto llegó al pasillo, lo único que pudo hacer fue quedarse de pie temblando. Después, miró a su alrededor y buscó su habitación. Una vez allí, se dejó caer en la cama. Las lágrimas se agolpaban en su garganta. Furiosas, ardientes. La ahogaban. Con la cara enterrada en la almohada, lloró por Carla, muerta, a la que ni la muerte había librado de los insultos de Nikos Theakis… un hombre que podía llevar a una mujer al éxtasis, al paraíso de los sentidos, y pensar de ella que sólo era una fulana… Apretó los puños, se apoyó en los codos y miró el cabecero de la cama con los ojos llenos de lágrimas. ¿Por qué? ¿Por qué había reaccionado así? Sabía que Nikos la despreciaba por lo que había hecho… y ya se había castigado a sí misma por sucumbir a él. Pero aquello era diferente. Una gargantilla a cambio de su cuerpo. Y esperaba que ella la aceptara. ¿Y por qué? Porque eso era todo lo que ella era para Nikos. Nada más. Estaba ciega de rabia, pero bajo la rabia, había otras emociones. La que no provocaba furia sino algo muy diferente. La que le hacía desear acurrucarse y quedarse quieta con su herida. Una herida que había ido a más, que se había hecho tan profunda que resultaba casi insoportable.

Nikos estaba sentado a su mesa. No había movido un músculo desde que ella se había marchado del despacho. Sin la gargantilla. Miró la caja sobre la mesa. ¿Por qué no la había aceptado? No tenía sentido. Todo lo que sabía de ella… todo lo que le había demostrado, le había dicho que le arrebataría la gargantilla de las manos con tanto ímpetu como le quitaba los cheques. Incluso con más.

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La expresión de sus ojos cambió. Después de todo, no parecía que le hubiera parecido repulsivo compartir la cama con él… Pero era un error seguir pensando en acostarse con Ann Turner. De inmediato el deseo se instaló en él. Habían pasado veinticuatro horas desde que la había llevado a la casa de la playa y su cuerpo protestaba por la ausencia de contacto. Había protestado bastante la noche anterior cuando se había quedado insatisfecho, frustrado. Pero entonces al menos tenía la perspectiva de remediar la situación con la decisión que había tomado. Ir al grano había sido precisamente lo que había intentado. Ni una manipulación más por parte de Ann Turner. Al grano y a darle lo que ella quería, lo que era evidentemente la razón de sus evasivas y negativas. Porque ¿qué otra razón podía haber? Sólo con tocarla se había encendido como una llama., y ¡lo mismo le pasaba a él! Ella lo tocaba y la deseaba de inmediato, por completo. Tal y como le ocurría en ese momento. Se removió incómodo en el asiento. ¿Por qué había rechazado la gargantilla? ¿Qué pensaba que iba a conseguir con su rechazo? Apretó los labios. Bueno, había una cosa que iba a conseguir, eso era seguro. Tomó el teléfono interior de la casa. Respondió Yannis. Nikos ladró una orden. —Llama a la señorita Constantis y dile que venga a cenar esta noche —colgó el auricular. Así que no quería la gargantilla y no lo quería a él. Había muchas mujeres que sí lo querían. Y esa noche Ann Turner vería a una de ellas.

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Capítulo 9 Elena Constantis hablaba en griego con el objetivo evidente de excluir a Tina y Ann. Ésta se alegraba de ello. Se alegraba de poder dedicar toda su atención a Tina, comentar su inminente boda y no dedicar la más mínima atención al hombre al que devotamente Elena prestaba toda la suya. Él estaba encantado. Estaba encantado con cualquier mujer. Seguía estando en medio de un torbellino de emociones. Había pasado el día de algún modo, pero no era capaz de saber cómo. Había estado encerrada en su habitación hasta que finalmente había sido capaz de bajar con la cara lavada y la respiración controlada. Pero seguía siendo duro. Duro comportarse con normalidad y más duro en ese momento con Nikos allí. Bruscamente, Elena volvió al inglés y se dirigió a Ann. —¿Te quedarás para cuidar del pequeño Ari como su nueva niñera? —preguntó en tono sarcástico. —Soy su tía, sólo estoy de visita, señorita Constantis —respondió Ann—. No estoy cualificada para ser una niñera. La mirada de la griega se endureció. —Sí, incluso con un salario tan generoso como el que te pagarían los Theakis, no podrías permitirte la ropa de diseño —dijo, recorriendo con la vista la ropa de Ann—. Me encanta tu vestido, tuve uno muy parecido cuando salió esa colección. ¿Cuánto hace ahora? Unos cinco años, creo. ¡Apenas se ha pasado de moda! —Sí —respondió Ann—. Alguna moda dura más que otra. «Más que algunas que la compran». La frase se formó en su cabeza de forma espontánea haciendo que se le cerrara la garganta y se le nublaran los ojos. Parpadeó y trató de contener sus emociones para aparentar calma hasta que se dio cuenta de que Nikos la estaba mirando fijamente. ¿O era su vestido lo que miraba críticamente? Ann apretó los labios. «Oh, sí, sigue», pensó maliciosa. «Calcula el desglose hasta el último penique… ¡algo más por lo que condenarme!» ¿Por qué le importaba lo que pensase de ella? «No dejaré que me duela lo que me ha hecho hoy. ¡No! Sabía que me despreciaba por aceptar su dinero, y sabía que lo único que quería de mí era sexo. Sólo sexo… un apetito pasajero. Ha podido satisfacerlo y no lo ha pensado dos veces porque ha pensado que sólo tenía que tirarme una gargantilla de diamantes y yo me lanzaría a por ella. Porque ésa es la clase de mujer que cree que soy». «¿Cómo puede hacerme daño un hombre así?» Un estremecimiento silencioso la recorrió. Por suerte tenía la fuerza necesaria para saber que no tenía nada más que hacer con Nikos Theakis. Había tenido esa

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fuerza incluso cuando él se había sentado en su cama y su cuerpo se había encendido como una llama. Porque si no la hubiera tenido, si hubiera permitido que la abrazase, sus débiles muros habrían caído como había sucedido en la playa y entonces no habría sabido lo que pensaba de ella. Pero ya lo sabía. Un conocimiento espantoso. Y tenía que agarrarse a él con todas sus fuerzas. Consiguió soportar el resto de la velada, pero esa noche se sintió muy sola en la cama. Nikos no estaría solo, lo sabía y sintió un desgarro dentro de ella que sabía que no debería sentir. No, esa noche tendría a Elena para que le hiciera compañía. Sería Elena la que disfrutara de la bendición de sus caricias, del placer de sus besos, sus abrazos. Su cuerpo ardería en llamas por la excitación que él le provocaría… gritaría en el momento de la consumación, del éxtasis. La punzada apareció otra vez, como la hoja de un estilete deslizándose entre sus costillas. Se dio la vuelta y se envolvió en las mantas con la esperanza de poder dormir. Cuando llegó el sueño, no fue tranquilo. Sólo pesadillas en las que se mezclaban gargantillas de diamantes y motores de helicópteros. Por la mañana descubrió que el helicóptero de los Theakis había estado ocupado. No sólo había llevado a Elena de vuelta a Maxos después de medianoche, sino que después había partido otra vez, en esa ocasión con Nikos. —Me ha dicho que tenía que ir a la oficina —le dijo a Ann la señora Theakis durante el desayuno—. Estará de vuelta para la boda de Tina, por supuesto. Bueno, querida, ¿cómo te encuentras esta mañana? Le dedicó la habitual sonrisa serena, pero mientras murmuraba que se encontraba mucho mejor, tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le notase que se sentía muy aliviada por la marcha de Nikos. Los siguientes días Ann los dedicó a Ari, pero si durante el día se decía, una y otra vez, lo feliz que estaba por la desaparición de Nikos, por la noche su inconsciente la traicionaba y su cabeza se llenaba de sueños que se convertían en un tormento, un recuerdo de su humillación. La sensual dicha de la que había disfrutado entre sus brazos. Se despertaba agotada, anhelante, aún sabiendo que no debería sentirse así… Y no sólo la traicionaba su inconsciente. El día antes de que la familia de Tina llegara para la boda, Ann bajó a cenar y descubrió que Nikos había vuelto. No se lo esperaba, había creído que tendría otras veinticuatro horas de tranquilidad. Pero no las tendría. Y por eso, seguro que sólo por eso, sintió que se le rompía algo en el pecho. Era sólo la conmoción por no haberse preparado. Eso era todo. No tenía nada que ver con que sus ojos, se hubieran fijado en él inmediatamente y hubiera sentido un agujero en el estómago. Sintió que sus ojos la abrasaban, como si se tratase de un rayo láser, pero en ellos había algo que la dejó sin aliento.

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¡No! Su propia debilidad la horrorizaba. Dios mío, había tenido días para recomponerse, fortalecerse. Curarse. Porque curarse era lo que debía hacer. Ninguna otra posibilidad era aceptable. Tenía que curarse para poder mirar a Nikos como lo miraba Tina, como nada más que un hombre guapo que hacía que las mujeres se dieran la vuelta, pero no ellas. Tenía que conseguir que la dejase fría, muy fría. Pero frío no era precisamente la sensación que experimentaba en ese momento. Ni por asomo. Era calor lo que latía dentro de ella, ocupándolo todo, su piel, su mente, su cerebro. Absorbiéndola. —Ah, Ann, querida, estás aquí —oyó la plácida voz de Sophia Theakis y eso puso su cerebro en marcha otra vez y consiguió que apartara los ojos de ese hombre cargado de magnetismo. Otra presencia ayudó a distraerla. Una figura pequeña que corrió hacia ella. —¡Ha vuelto el tío Nikki! ¡Y también viene Sam! Y voy a quedarme despierto, y no me voy a dormir encima de la cena, como dice el tío. Ann se agachó y abrazó a Ari. Su presencia en la cena era providencial, lo mismo que la de Sam. Llegó al poco acompañado por Tina, que estaba muy guapa con un vestido rosa. Hacían buena pareja y Ann sintió una extraña punzada al mirarlos. Afortunada Tina, pensó. Pero dejó la idea a un lado, sabiendo que tenía que concentrarse sólo en comer sin mirar a Nikos. De algún modo lo consiguió, sobre todo gracias a Ari, que se convirtió en el centro de atención con su charla. Según se alargaba la cena, y a pesar de todos sus esfuerzos, Ari cada vez estaba más dormido. Ann aprovechó la oportunidad para decirle a Tina que ella se ocuparía de Ari para que pudiera quedarse con Sam. Tomó en brazos al somnoliento niño y le dijo que diera las buenas noches a todo el mundo. Al menos, pensó, Nikos la estaba ignorando tanto como ella a él. Y con la llegada de los padres de Tina y el resto de su familia al día siguiente, habría bastante gente como para poder seguir evitándolo. Pero sus esperanzas se las llevó el viento muy pronto a la mañana siguiente. —Querida —le dijo la señora Theakis durante el desayuno, en el que Ann siguió con su política de ignorar a Nikos—. Me supondría un gran placer que me permitieras regalarte un vestido nuevo para la recepción de la velada de Tina. —Oh, no, de verdad —objetó Ann—, es muy amable por su parte, pero me he traído un traje de noche por si acaso… —Seguro que uno nuevo será mucho mejor —dijo Sophia, agitando una mano en el aire y sonriendo.

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—No… de verdad, el que tengo está bien, se lo prometo —insistió Ann no sólo porque no quería que la señora Theakis se gastase dinero en ella, sino porque era dolorosamente consciente de la cáustica desaprobación de Nikos. —Nikos va hoy a Atenas, podrías ir con él y que te ayudase a elegir un vestido —dijo la señora Theakis sin cejar en su empeño. —No, por favor, de verdad… —tartamudeó. Para alivio de Ann, la señora Theakis dejó de insistir, pero mientras volvía a su habitación para lavarse los dientes, oyó una voz detrás de ella. —Enséñame ese vestido tuyo —dijo una voz brusca y lacónica. Nikos estaba detrás de ella—. Mi madre tiene demasiado tacto como para decirte que le gustaría que llevaras algo apropiado para la recepción de Tina. Si no puedo dejarla tranquila, entonces, quieras o no, te compraré uno nuevo —dijo con evidente desaprobación. Ann.

—Tengo un vestido de noche perfectamente respetable, muchas gracias —zanjó —Seré yo quien juzgue eso —dijo Nikos haciéndola pasar a la habitación.

Era duro volverlo a ver dominando el espacio. No había estado dentro de su dormitorio desde la noche que había ido buscando sexo. Lo último que quería era volver a verlo allí, pero si así abandonaba la idea de llevarla a Atenas, podría soportarlo. Rígida, se acercó al armario, buscó entre la ropa y sacó el vestido. Era un vestido bonito, en chifón turquesa con un hombro descubierto. De pronto, oyó un juramento detrás de ella y, antes de que pudiera evitarlo, Nikos le quitó el vestido de las manos. —¿De dónde has sacado esto? —gruñó. Ann observó con recelo su incomprensible enfado. Después, antes de que pudiera decir nada, él mismo le dio una explicación. —¡No se te ocurra responder con una mentira! ¡Lo he reconocido de inmediato! —su voz era cortante—. ¡Lo llevaba tu hermana la noche que clavó sus avariciosas garras sobre mi hermano! Ann sólo era capaz de mirar fijamente el furioso rostro de Nikos, que dejó caer el vestido al suelo. Ann dio un grito e instintivamente se agachó para recogerlo, pero unas manos la agarraron de los codos para impedírselo. —¿Lo has planeado deliberadamente? ¡Ibas a aparecer con ese vestido delante de mí… delante de mi madre! —No tenía ni la más remota idea de… —¿No? ¿Entonces por qué lo has traído? —exigió. —Porque es bonito, ¡eso es todo! —respondió agitada—. No sabía… —respiró con dificultad—. No sabía que lo reconocerías…

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¿Cómo podía haberlo reconocido? ¿Cómo demonios podía saber qué vestido llevaba su hermana la noche que había conocido a su hermano? —Oh, ¡claro que reconocería ese vestido! —su voz era cortante y su mirada oscura—. Está indeleblemente grabado en mi memoria. Sobre todo cuando tu hermana se lo quitó delante de mí… Ann se lo quedó mirando sintiendo que se le encogía el estómago. —Andreas y yo estábamos invitados a un crucero en un yate de Montecarlo. El dueño, un socio en los negocios con el que estábamos en conversaciones, era la clase de hombre al que le gusta tener un buen número de chicas por si alguno de los invitados ha ido sin pareja. No hace falta que te explique la clase de chicas que eran, ¿verdad? —su tono era mordaz—. La clase a las que les gusta la fiesta que pagan otros. Pero digamos que pagaban su pasaje de otro modo… —respiro hondo—. Tu hermana me convirtió en su objetivo desde el principio. Había hecho sus investigaciones. Sabía perfectamente quién era yo, cuánto dinero tenía y que en esa ocasión iría sin acompañante. Su error, sin embargo —torció el gesto—, fue pensar que yo tendría algún interés en una chica como ella. Mi indiferencia hizo que se tomara la cuestión como un reto —hizo una pausa—. La última noche, cuando volvíamos a Monaco, fui a mi camarote y me la encontré allí, esperándome. Con ese vestido —miró la tela que se amontonaba en el suelo y después volvió a mirar a Ann —. Se acercó a mí quitándose el vestido, decidida a seducirme, decidida a meterse en mi cama y obtener la recompensa que quería a cambio. Cuando la rechacé diciéndole que se vistiera y se fuera, ella me escupió que me arrepentiría. La saqué del camarote. A la mañana siguiente —su expresión era como el granito—, me desperté y descubrí que se había largado con Andreas —entornó los ojos y endureció aún más su tono—. La zorra de tu hermana se había servido de mi hermano por despecho. Como yo la había rechazado como amante y no la había envuelto en diamantes, ¡vendió su cuerpo! Ann se sintió mareada. A pesar del nudo que tenía en la garganta, se obligó a hablar. —A ella le gustaba Andreas… sé que era así. Los vi juntos. —Le importaba su dinero, nada más. La riqueza de los Theakis. Por eso se quedó embarazada. Su cruel denuncia fue una puñalada tan terrible como la que había sufrido cuatro años antes cuando había ido a llevarse a Ari. Bajó la vista y miró el vestido en el suelo. Lo contempló un instante. Ya no se lo podía poner. Volvió a mirar a Nikos. ¿Realmente habría hecho eso Carla… tratar de convertirse en la amante de Nikos y después quedarse con Andreas porque Nikos la había rechazado? Era horrible pensarlo, horrible pensar en el mundo que había vivido Carla, un mundo en el que ella sólo era un juguete a disposición de hombres ricos, una más de las chicas de que disponían para su entretenimiento. Pagando su pasaje en un yate de lujo estando sexualmente disponible, intentando conseguir lo que quería de algunos de los acaudalados hombres que iban en ese yate.

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«No quiero pensar en Carla así. Es demasiado horrible… sórdido. Pero así es como la vio Nikos… con sus propios ojos». Sombría, apartó el vestido a un lado. —No me lo pondré —dijo en voz baja. —No —dijo apretando los diente—. No, póntelo, Ann. Póntelo y mírate al espejo cuando lo hagas. Así verás la mujer que eres. Como tu hermana… hermosa por un lado, pero por el otro… Se interrumpió y apretó los labios. La miró a los ojos y, sin decir nada, se dio la vuelta y salió de la habitación. Ann pasó todo el día triste, confusa. Nikos había rasgado un velo delante de ella, un velo que ella había mantenido en su sitio por voluntad propia. Había sabido lo que había detrás, pero no había querido verlo. Pero allí estaba, igual que siempre, manchando la memoria de su hermana. «No me sorprende que la odie tanto», pensó. Las palabras tomaron forma en su cabeza, trataba de no escucharlas, pero no podía. Hizo todo lo posible ocupándose de Ari, que estaba cada vez más alterado al acercarse el día de la boda, después saludando a la familia de Tina y después con la gran multitud que se congregó para cenar. Estuvo discreta, dado que el centro de atención era, como tenía que ser, Tina. Estaba más que feliz permaneciendo al margen al cuidado de Ari. El día siguiente fue muy similar. Sam llegó a comer. Ari estaba en su elemento, presentándoselo a cualquier miembro de la familia de Tina que aún no lo conociera. —Éste es el doctor Sam —dijo Ari sonriendo—. No es un doctor de los del dolor de tripa. Es un doctor de cosas viejas. Muy viejas. Más viejas que la abuela. Aquello, por supuesto, provocó risas, incluyendo la de la señora Theakis. Estaba siendo, algo que Ann esperaba, una excelente anfitriona para sus nuevos huéspedes. Y lo que también tenía que reconocer era que su hijo también lo era. Era cálido y agradable. No había ni una pizca de arrogancia en él, nada de la condescendencia hacia los empleados tan frecuente en los hombres ricos. Y se descubrió observándolo. Se dijo a sí misma que era sólo para cerciorarse de que se mantenía a distancia de él, pero sabía que había algo más. Sabía que verlo hablar, sonreír, incluso reír, estar tranquilo y relajado, estaba provocando algunas cosas dentro de ella. Deliberadamente, se mantenía al margen de las conversaciones intentando pasar lo más inadvertida posible. Aquello funcionó hasta que la madre de Tina se dirigió a ella directamente: —Tina dice que se siente muy aliviada por que estés aquí, Ann, así puedes hacer olvidar a Ari que ella se marcha.

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Ann sonrió y comprobó que Ari no podía oír la conversación y que estaba concentrado en el coche dirigido por radiocontrol que le habían llevado los padres de Tina. —Para un adulto, puede parecer muy duro, pero a su edad uno se adapta rápido a los cambios. —Espero que tengas razón —dijo la madre de Tina. —Bueno, yo perdí a mi madre a los cuatro años, la edad de Ari. Y tengo que reconocer que apenas tengo recuerdos de ella, desde luego ninguna sensación de pérdida. Mis recuerdos de ella son los de mi hermana. Me habló de ella. Fue mucho peor para Carla, la madre de Ari. Tenía casi nueve años y vivió la muerte de mi madre mucho peor. —Oh, ¡qué triste! Y para tu padre, por supuesto. —Ya no estaba. Nos dejó cuando nací yo —respondió Ann. —Cielos, qué espantoso para dos niñas, solas. ¿Qué os sucedió? Ann no quería responder a las preguntas de la madre de Tina, pero parecía tan sinceramente preocupada que respondió brevemente. —Fuimos acogidas. Tuvimos la suerte de permanecer juntas, lo que no siempre ocurre. —Has debido de estar muy unida a tu hermana —dijo la madre de Tina con una sonrisa. —Sí. Era todo lo que Ann podía decir. Apartó la mirada y se encontró con la mirada pétrea de Nikos. La estaba mirando con una expresión extraña. Desvió los ojos de inmediato y la señora Theakis llevó la conversación en otra dirección.

El día de la boda de Tina amaneció cálido y soleado, con la villa y sus jardines como un palacio de hadas. Una vez celebrada la ceremonia civil en Maxos, Tina y Sam volvieron a Sospiris para la ceremonia anglicana, que fue celebrada en un cenador en la terraza más grande por un tío de Sam, pastor de la iglesia inglesa. Ann se sentó al lado de la señora Theakis, con el pequeño Ari, vestido muy elegante, en su regazo. Nikos estaba a su otro lado. Estaba sentada muy derecha, todo lo alejada de él que podía, pero su presencia era igual de dominante y fue horriblemente consciente de ello durante toda la ceremonia. Pero no lo bastante como para distraerla de la belleza de la celebración. El pastor Forbes bendijo a la pareja y, al final, mientras Ann miraba las fuertes manos de Sam sujetando con suavidad el rostro de Tina para besarla, sintió que se le inundaban los ojos de lágrimas. En silencio, se secó las que le corrían por las mejillas. En ese momento, un pañuelo de seda apareció en su mano.

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—Mi madre y Eupheme han venido mejor preparadas —le dijo una voz grave al oído. Ann miró a las dos mujeres y las vio secándose las lágrimas sin pudor con sendos pañuelos. Miró a Nikos y en su rostro vio algo que no podía creer. Alguna clase de fuerte emoción a la que no era capaz de poner nombre mientras miraba a los recién casados. Después, la miró de soslayo y seguramente vio la misma emoción en los suyos.

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Capítulo 10 La celebración de la boda fue fastuosa. Todo el mundo con traje de noche y Ann, aunque le habría gustado tener otra cosa que ponerse, al final no tuvo otra opción que llevar el vestido de Carla. Cuando se miró en el espejo, se alegró. ¡Era un vestido bonito! Y sabía que ella estaba guapa con él. Si tenía oscuras asociaciones, lo ignoraría. Tanto como al hombre que le había hablado de ellas. Como había ocurrido desde que había llegado la familia de Tina, Ann estaba contenta de pasar desapercibida y ocuparse de Ari. Nikos se ocupaba de los invitados, lo que lo mantuvo alejado de ella. Hasta que llegó el baile y Ari, a pesar de estar casi dormido, se empeñó en bailar con ella. Dando vueltas al son de un lento vals, llegaron cerca de Tina, que estaba bailando, Ann se dio cuenta demasiado tarde, con Nikos. —Oh, Ari —gritó Tina entre risas—. ¡Bailando con la tía Annie y no conmigo! ¡Estoy celosa! De inmediato, Ari soltó a Ann. —Tina es la siguiente —le explicó y agarró a su niñera. Ann trató de escabullirse, pero la agarraron de la muñeca. —Creo que hemos cambiado de parejas —dijo él y la rodeó con sus brazos. No podía librase de él sin hacer una escena. Y no podía, no en la boda de Tina. Pero se puso rígida al instante. Eso molestó a Nikos, al menos eso creyó que veía en sus ojos. No le importó, sin embargo. ¿Por qué iba a importarle? No lo miraría a los ojos, ni al rostro, ignoraría sus manos en la cintura… Pero era inútil. Cada célula de su cuerpo le gritaba lo cerca que estaba, el calor de su cuerpo, la firme presión de su mano en la cintura, guiando sus pasos, el calor de la mano que sostenía la suya cuando giraban… Se movía con la misma soltura que en la taberna… la noche que la había seducido. Con la mano de la cintura la atrajo más cerca de él, trató de hacer fuerza con la otra, pero lo único que consiguió fue que colocara las manos entre el pecho de los dos. El corazón le latía desbocado. No podía pararlo. de él.

Tampoco podía evitar que le diese vueltas la cabeza y que sus ojos buscaran los

Era maravilloso, mágico, hermoso, bello estar entre sus brazos y flotar sobre el suelo. No podía resistirse a él. ¡No podía! No tenía fuerza, ni voluntad. Ninguna.

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No podría decir cuánto había durado el baile porque había perdido la noción del tiempo, y no sólo del tiempo, de la realidad. La realidad de lo que había sucedido entre Nikos y ella, la sórdida realidad de lo que pensaba de ella, la amarga realidad de que lo odiaba, parecía haberse desvanecido. Mientras duró la música la realidad no existió. Sólo la magia de estar entre sus brazos. Entonces, de pronto, se detuvo la música… y la magia. Parpadeando se dio cuenta de que había dejado de moverse y fue consciente del mundo que la rodeaba, de la demás gente, de Ari que le tiraba del vestido. —¡Empiezan los fuegos artificiales! —la llevó hacia la balaustrada de piedra para mirar al mar en dirección a Maxos. Ann agradeció el tiempo que le brindaron los fuegos para calmarse; además, dado que él tenía en brazos a Ari, Nikos no podría tratar de tocarla. Aunque tal vez tampoco quisiera hacerlo. Desde que había rechazado los diamantes, no había hecho el menor intento de acercarse a ella. Estaba obviamente feliz con las atenciones de Elena Constantis… ¿y quién sabía cuántas mujeres más? ¿Por qué había bailado con ella? No había habido ninguna razón para que la tomara entre sus brazos y bailara con ella como si… como si… sintió un súbito dolor en el corazón. Como si nunca le hubiera ofrecido la gargantilla a cambio de sexo y no le hubiera dicho que era una hipócrita por no aceptarla… ¡Eso era lo que debía recordar! ¡Nada más! No esos estúpidos minutos que había pasado entre sus brazos con la cadenciosa música de fondo. Con una estupenda traca final, terminaron los fuegos artificiales. Ann se alejó de la balaustrada y vio que Ari estaba casi dormido en los brazos de Nikos. —Hora de irse a la cama, tesoro —dijo y tendió las manos. —Yo lo llevaré —dijo él y echó a andar en dirección a las puertas francesas—. Ya está dormido. Ann lo siguió dentro. Pensó en quedarse en la fiesta sólo por estar alejada de Nikos, pero Ari le había tendido la mano. —Tía Annie, llévame a la cama —dijo medio dormido. La habitación del niño estaba silenciosa y desierta. Se sentía tensa, consciente de que estaba sola con Nikos. Le llevó muy poco tiempo meter a Ari en la cama. Ya estaba dormido cuando Nikos lo dejó en ella con cuidado y dejó que Ann le pusiera el pijama. Lo metió bajo las sábanas y, olvidando la presencia de Nikos, le acarició el pelo y lo miró. Tenía unas pestañas tan largas, casi, pensó, tan largas como las de su tío… Le dio un beso en la frente y se incorporó. Nikos estaba de pie al lado de la cama mirándola. Por un momento, un extraño instante, sus miradas se encontraron. La luz era muy tenue. No podía interpretar la expresión de su rostro, de sus ojos, sólo sabía que no podía apartar la mirada.

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No se parecía a ninguna mirada que hubieran intercambiado antes. Aquella era… diferente. No sabía por qué, sólo podía sentir la diferencia. Sentir la vibración que producía en ella, no sólo en su cuerpo, sino en un lugar más profundo. Entonces Ari se movió en la cama y el momento se acabó. Rápidamente recolocó las sábanas de la cama del niño y dejó la ropa que le había quitado en una silla. Hacia cosas para disponer de tiempo para recuperarse, lo sabía, después de ese extraño y perturbador momento. Y para dar tiempo a que se fuera Nikos. Pero cuando ya no podía alisar otra vez la ropa de Ari, se dio la vuelta y vio, con un estremecimiento, que Nikos no se había movido. Seguía allí de pie mirándola. —Puedes volver a la fiesta —dijo ella—. Yo me quedo con Ari. Llevaré mis cosas a la habitación de Tina para estar cerca. Se arrepintió al instante de lo que había dicho. ¿Pensaría que le estaba informando de dónde iba a dormir con la esperanza de que fuera a verla? Pero él no respondió. En lugar de eso la miró y luego dijo con voz grave. —Tenías razón en querer ponerte ese vestido. Estás… que quitas el aliento — hizo una pausa y siguió—. No tiene nada que ver con cómo le quedaba a tu hermana. Nada en absoluto… —su voz se perdió. Ann no podía hablar, no sabía qué decir. La tensión aumentó. Siguió mirándola en silencio un segundo más y después salió de la habitación. Durante unos momentos, Ann sólo pudo quedarse allí de pie, incapaz de moverse. Parecía haber un agujero dentro de ella, no sabía dónde. Ni por qué.

Nikos se quedó de pie en la terraza de fuera de su habitación con las manos apoyadas en la balaustrada de piedra mirando al mar. El aroma del jazmín y la madreselva saturaba sus sentidos, sus recuerdos. Qué poco hacía que había estado allí con Ann, deseando tenerla entre sus brazos, en su cama, seduciéndola en la dulce noche del Egeo. No había querido que acabase la música. No había querido dejarla ir. Ella parecía tan… distinta. No era la mujer que él sabía que era. Y al verla acostar a Ari y besarlo tiernamente, el afecto que parecía sentir por él… todo eso había despertado extraños pensamientos en su cabeza. Preguntas que habría querido plantearle… pero por qué querría ella responder cuando él mismo no lo haría. Siguió mirando al mar, alterado, incómodo. Impaciente.

El día siguiente fue triste y, cuando la familia de Tina se marchó después de la comida, dando las gracias profusamente a la señora Theakis y a Nikos por su

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maravillosa hospitalidad, pareció aún más triste. Ari era quien más lo notaba y Ann lo sabía. La realidad de la marcha de Tina lo estaba empezando a afectar y, aunque Ann le aseguraba que sería sólo la luna de miel y que volvería pronto de un crucero por el Nilo, el niño estaba desconsolado, también cansado después del ajetreado día anterior y de haberse acostado tarde. Se mostraba paciente y comprensiva con él, pero resultaba difícil. Al menos no tenía que enfrentarse a Nikos. Una vez que se había marchado la familia de Tina, se había encerrado en su despacho. El día siguiente fue más llevadero. Ann consiguió que Ari dibujara a Tina y Sam entre las pirámides. Pero estaba preocupada por él. ¿Quién lo cuidaría cuando ella se marchara? Y debería ser pronto, no estaría bien que Ari se acostumbrara a ella. Pero a la hora de la comida Sophia soltó una bomba. —Ari, querido —dijo la anciana sonriendo misteriosa—. Tengo una maravillosa sorpresa para ti. Unas vacaciones. ¡Sólo para ti! —¿Dónde? ¿Dónde? —gritó el niño con los ojos muy abiertos. Ann sólo podía mirar sin decir nada. Se dio cuenta de que Nikos se había detenido en la cabecera de la mesa y que miraba igual de sorprendido a su madre. Empezó a decir algo, pero su madre lo hizo callar dirigiéndose a su nieto. —¡Un sitio al que a los niños les encanta ir! ¡Vas a ir… —los ojos le brillaron— … con el tío Nikos y la tía Annie al mejor parque temático de París! Ari empezó a dar gritos de alegría, pero su tío le interrumpió de inmediato. Lo que siguió en griego fue algo intenso por su parte y sereno por parte de su madre. Ann simplemente se limitó a seguir allí sentada incrédula. Su cabeza funcionaba a toda velocidad. Por supuesto que la abuela de Ari no podía tener ni idea… era imposible, completamente imposible… Nikos y ella no podían irse juntos con Ari. Se terminó la comida. Ann le dejó al niño a María y corrió al despacho de Nikos. No quería. Lo último que deseaba era hablar con él, estar a solas en el lugar en el que la había ofrecido los diamantes, pero no tenía alternativa. Nikos supo que quien llamaba a la puerta era Ann y sabía por qué. —Adelante —dijo lacónico. —¡No voy a ir a París contigo! —dijo ella nada más entrar. Nikos endureció el gesto. Volvía a sentir esa desasosegante sensación. Estaba de vuelta en ese territorio conocido: Ann desafiándolo. Rechazándolo. Rechazando hacerse cargo de su sobrino. Rechazando ir a Sospiris por invitación de su madre. Rechazando que lo deseaba. Rechazando aceptar sus diamantes… rechazando, en ese momento, ir a París con él… ¡Siempre rechazándolo! Se recostó en la silla y apoyó las palmas de las manos en la mesa.

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—No tengo intención —casi deletreó mirándola —de decepcionar a mi madre. Ni a Ari. Así que vendrás con nosotros a París y no hay más que hablar. —No es posible —dijo ella furiosa —que quieras hacer lo tu madre ha planeado. Has protestado bastante deprisa cuando lo ha planteado. Así había sido. Era cierto. Una objeción instintiva, alegando exceso de trabajo. Pero su madre le había dicho con toda tranquilidad que había hablado con su asistente personal y le había dicho que no tenían mucho trabajo la semana siguiente. —Te repito —dijo brusco—: no voy a decepcionar a mi madre. Ni a Ari. No tenemos más alternativa que seguir adelante con esta farsa. ¡Porque esto ha sido una farsa desde el principio! —respiró un momento—. Sin embargo —continuó—, desde París podrás volver a Londres. Has pasado con Ari más tiempo del que es bueno para él. Ahora que está dicho todo lo que había que decir sobre el asunto y, dado que estaré alejado de mi trabajo desde mañana, tengo mucho que hacer hoy. Se lo quedó mirando sin decir nada. —Ann —dijo con una voz que le atravesó la piel—, si estás esperando que te haga una oferta económica por que accedas, esta vez te vas a llevar una decepción. Ya te he pagado por el tiempo que ibas a pasar con mi familia… así que considera París como parte de estas vacaciones. La miró a los ojos y en las mejillas de ella aparecieron dos manchas de color cuando apretó los labios con fuerza. Entonces, sin decir ni una palabra más, se dio la vuelta y se marchó.

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Capítulo 11 —Vamos, tía Annie, ¡vamos! —gritaba Ari sin aliento por la emoción. Ann terminó de colocarse el pelo y sonrió al niño. —Casi lista. ¿Por qué no vas a ver si ya está tu tío? Ari corrió a la suite del hotel conectada con la suya y Ann aprovecho para respirar. Estaba allí, en París, a punto de salir para el parque temático… y seguía con Nikos. No quería estar, pero estaba. Y tenía que soportarlo de algún modo. Ari, sin embargo, estaba en éxtasis al hacer realidad uno de sus sueños. Con la boca abierta, miraba a su alrededor observándolo todo. —Muy bien —dijo su tío, agachándose a su lado con un mapa abierto—, ¿dónde quieres montar primero? Siguieron dos horas de agotadora diversión para Ari, aunque Ann, cada vez que montaban en una de esas atracciones con Ari, sentía que Nikos estaba demasiado cerca de ella, sobre todo cuando le pasaba el brazo por el hombro. Pero lo aguantaba estoicamente por Ari. Además Nikos, se había dado cuenta, parecía haber aceptado la presencia de ella. Sabía que lo hacía por Ari, pero Ann descubrió, en contra de su voluntad, que esa tarde una parte de su tensión se iba disipando. Incluso se descubrió en algún momento intercambiando sonrisas cómplices cuando Ari hacía algún comentario infantil. Según avanzaba la tarde, Ari empezó a flaquear. Nikos lo subió a sus hombros y se dirigieron a la salida. De camino compraron un globo. De vuelta en el hotel, Nikos había reservado una «merienda divertida» para Ari y después, agotado por tantas emociones, el niño se fue a la cama. —¿Dormido? intercomunicación.

—preguntó

una

profunda

voz

desde

la

puerta

de

Ann se levantó de la cama de Ari donde estaba sentada. Asintió. —Agotado por el exceso de diversión —dijo Nikos. Se acercó a la cama y miró al niño. —Lo miro y veo a Andreas… —se interrumpió como si hubiese dicho algo indebido—. Ha pasado un gran día… no hay ninguna duda. —Sí —dijo Ann dijo con voz ahogada. —He encargado que suban la cena a mi suite en una hora. Así no tienes que preocuparte de organizar que alguien se haga cargo del niño… basta con dejar la puerta abierta. —Oh —dijo Ann que no había esperado algo así y no quería cenar con Nikos, por mucho que hubiera algún camarero.

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Pero cuando, tras pasar una hora en la bañera, se decidió a entrar, descubrió que no había ningún camarero. La mesa estaba hermosamente decorada, el primer plato ya estaba servido, y el segundo estaba dispuesto en una mesa auxiliar. Casi se echó atrás. Se rehizo y decidió que podría afrontar esa situación. Nikos estaba sirviendo el vino. No le había preguntado si quería, simplemente le llenaba la copa. Debía de haberse duchado, pensó Ann al verlo con el pelo mojado. Y se había afeitado. Estaba devastador con una camisa abierta y unos pantalones azul marino. Como siempre, sintió ese agujero en el estómago. Siempre le pasaba. Se sentó, agarró los cubiertos y empezó con el primer plato. —¿No brindamos? —¿Qué? —preguntó ella, alzando la vista. —Por las vacaciones de Ari —dijo él alzando su copa. Era imposible negarse. Reacia, alzó su copa y la chocó con la de él. —Tengo que reconocerte algo, Ann… haces un gran esfuerzo por él. —Sería muy difícil no hacerlo —dijo tranquilamente aunque le resultaba muy extraño escuchar un cumplido de Nikos. —Sí —reconoció él. Hizo una pausa—. Espero que el menú sea de tu agrado. —Oh, sí, está bien, gracias. Delicioso. —Mejor que en el parque —comentó irónico. —Bueno, supongo que está todo pensado para los niños, así que la comida basura está por todas partes. Los helados estaban buenos. cara!

—Así lo ha pensado Ari, desde luego. ¡Aunque la mayoría ha terminado en la —Creo que algo sí ha comido —sonrió. —Bueno, también se ha comido una buena merienda. —Sí… divertirse da hambre. —Y sueño. Ha acabado rendido. —Así recarga las pilas. Listo para mañana.

Era tan extraño mantener una conversación agradable como ésa. ¿Pero cuál era la alternativa? Mejor eso que dejar de guardar las apariencias. Mucho mejor hacer lo que estaban haciendo en ese momento. Lo que habían hecho todo el día desde que habían salido de Sospiris. —¿Qué plan tenemos para mañana? —sondeó ella—. Por cierto, Ari ha descubierto que hay una piscina en el hotel. Una enorme sonrisa llenó el rostro de Nikos. Ann trató de no pensar en lo que notaba en el estómago en ese momento.

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cejas.

—¿Me estás pidiendo que me presente voluntario? —preguntó alzando las

—No, no me importa llevarlo yo. Quiero disfrutar lo más posible mientras… — se quedó callada. Había estado intentando no pensar que eran los últimos días que pasaba con el niño y que no sabía cuándo volvería a verlo… si volvía a verlo. ¡No! No debía pensar en eso. La abuela de Ari le había prometido que no perderían el contacto. Pero ¿permitiría Nikos que eso sucediera? Bajó la vista y siguió comiendo. Nikos no dijo nada, se limitó a mirarla en silencio. Ella volvía a ser diferente. Sabía que era por Ari. Eso era obvio. Cuando el niño estaba presente, se volvía la Ann «diferente» que había empezado a ser durante la boda de Tina. Frunció el ceño. Recordó que ella había hecho algún comentario a la madre de Tina. Bebió un poco de vino. —Dijiste que habías perdido a tu madre cuando eras pequeña. Lo preguntó de un modo más seco del que le habría gustado. Ella pareció sorprendida y se quedó momentáneamente en blanco. —Se lo dijiste a la madre de Tina —añadió él. —¿Qué? —¿por qué había sacado ese tema de repente? —Dijiste que fuiste a un hogar de acogida. —Sí —se puso rígida—. ¿Por qué me lo preguntas? —Porque —la miró de un modo extraño —me he dado cuenta de lo poco que sé de ti, Ann. —¿Y por qué querrías saber algo? —respondió ella. Hasta entonces no había mostrado ningún interés. —Porque… —empezó y se detuvo. ¿Por qué quería? ¿Qué más le daba el pasado de Ann Turner? Era irrelevante… era la persona que era. Eso era todo. Deseable, hipócrita, superficial. Pero ¿era suficiente para él en ese momento? ¿Había algo más en ella? —Dijiste algo de unos padres de acogida —dijo de pronto. —Sí. —¿Fueron buenos contigo? —¿por qué decía eso, qué más le daba? —Algunos mejores que otros —se encogió de hombros. —¿Tuviste varios? —frunció el ceño. —Cambiamos al menos tres veces. La última… —se calló. —¿Sí?

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Inconscientemente, Ann echó mano del vino y bebió un buen sorbo. Lo necesitaba. —El último sitio fue muy bueno para mí. Crecí mucho. Era feliz. La madre era amable y me gustaba. El padre… —volvió a callarse y a beber vino. —¿El padre…? —espoleó Nikos. Algo duro brilló en los ojos de ella. Como el filo de una cuchilla. ¿Quería saber? De acuerdo, pues sabría. —El padre era bueno… conmigo —respiró hondo con dificultad—. Sería porque yo era demasiado joven para él. Le gustaban las adolescentes… como Carla. —¿Estás diciendo…? —se había quedado petrificado. —Sí —fue todo lo que dijo. Todo lo que tenía que decir. —Pero seguramente habría trabajadores sociales que… estabais tuteladas… ¿Por qué tu hermana no…? —Carla no dijo nada. Sabía que yo era feliz en esa casa. Así que por mí… aguantó todo aquello. No quería que tuviéramos que volver a mudarnos. Y el riesgo de que nos separaran siempre estaba ahí. Es difícil que dos hermanas se mantengan siempre juntas… hay mucha escasez de familias de acogida. Pensaba que por lo menos estábamos juntas, y eso… bueno, le hacía aguantar. Así que eso hizo. Durante dos años. Hasta que a los dieciséis tuvo edad bastante para marcharse —suspiró con fuerza—. Así que salió de allí como alma que lleva el diablo. Pero no antes de decirle al padre de acogida que me estaría vigilando y que, si se acercaba a mí lo más mínimo, lo mandaría a la cárcel. Así que a mí nunca me tocó… y nunca supe lo que le había pasado a Carla hasta que tuve la edad suficiente para salir de allí. Lo descubrí cuando Carla llamó a los servicios sociales y la policía lo detuvo. Así no podría abusar de más niñas. —¿Su mujer lo encubría? —No —sacudió la cabeza—. Cuando el caso llegó al juzgado y Carla y yo tuvimos que declarar, su mujer parecía destrozada. Se le rompió el corazón. Se sentía culpable por no haber cuidado bien de las niñas a su cargo, porque había estado ciega y no se había dado cuenta de la naturaleza de su marido. Nikos se quedó en silencio. Ann volvió a comer. Se concentró sólo en cenar, estaba pálida. —No lo sabía —dijo él lentamente. Ann lo miró. —¿Por qué ibas a saberlo? Si quieres dedicarte a la psicología barata, podrías decir que Carla, como fue utilizada por un hombre, decidió después utilizarlos ella. ¿Eso la disculpa? No lo sé. —Quizá —dijo Nikos despacio —lo explica.

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—Quizá sí, pero también podría ser que simplemente le gustasen las cosas buenas de la vida. Pasamos bastantes privaciones. Carla siempre ansiaba bienes materiales. A lo mejor quiso disfrutar del lujo por la vía fácil. La expresión de él había cambiado. La miraba. Diferentes pensamientos recorrían su cabeza. Cuatro años antes, se había presentado en la horrible casa de Ann Turner y sólo había visto un espacio inadecuado para criar al hijo de su hermano. Su única urgencia había sido sacar a Ari de allí. En ese momento, veía todo de un modo distinto. Lo veía como el lugar donde Ann tenía que vivir. La zona deteriorada, los muebles viejos, la primitiva cocina, las alfombras raídas, el papel despegado… las señales dé la pobreza, la miseria. No sorprendía que ella hubiera querido… La miró mientras seguía cenando. Si él hubiera sido tan pobre como era ella, ¿también se habría sentido tentado a hacer lo que ella había hecho… vender a Ari por un millón? Esa idea le atormentó. ¿Qué sabía él de la pobreza? Había nacido entre la riqueza, los privilegios. ¿Cómo sería vivir en un lugar como aquél? ¿Podría tenerse confianza en el mundo viviendo así? Y si alguien le hubiera ofrecido un millón de libras… Así habría podido saborear el lujo por la vía fácil… Ann había terminado de cenar, dejó en el plato los cubiertos y alzó la cabeza. —¿Te importaría servir el segundo plato? Su voz era tranquila, como si no hubieran estado hablando de lo que le había sucedido a su hermana adolescente. —Sí, claro —asintió Nikos. Ann se ocupó en apartar los platos y dejarlos a un lado. Nikos ayudó levantando las tapas de los segundos platos. Sus pensamientos eran confusos. Se sentía incómodo. Ann puso los platos llenos en la mesa. Nikos sirvió más vino. Se sentaron para seguir cenando. Después de un largo silencio, Ann dijo: —Hay varias actuaciones en el parque que estoy segura que a Ari le encantarían. Si a ti no te apetece, puedo llevarlo yo, si quieres. —No, el disfrute es verlo disfrutar —respondió Nikos. Lo dijo de un modo deliberadamente ligero. Era evidente que Ann quería cambiar de tema, y podía entender el porqué. Pero la cabeza seguía dándole vueltas a su historia que, como una corriente subterránea, iba erosionando sus certezas sobre ella y sobre su hermana.

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Pensó en lo que había sabido de Carla Turnen. Había protegido la felicidad de su hermana pequeña sacrificándose ella. ¿Habría sido esa pérdida de la inocencia lo que la había convertido en la mujer que había sido? ¿Y Ann? ¿Qué pasaba con ella? ¿Había aceptado el dinero que él le había ofrecido como único modo de salir de la pobreza? De nuevo sintió que sus certezas se tambaleaban. ¿Pero qué forma tomarían finalmente? No lo sabía. No podía decirlo. Sólo podía rumiarlas mientras cenaba con una mujer a la que al mismo tiempo deseaba y despreciaba.

El día siguiente lo dedicaron por entero a la diversión de Ari, una segunda visita al parque temático, un baño en la piscina del hotel y un temerario espectáculo de circo al final de la tarde. Después, fueron a un segundo parque temático, donde se quedaron a cenar. De vuelta a la suite, Ari se durmió en segundos. Ann lo besó tiernamente sintiendo dolor en el corazón. Era su último día allí… lo que significaba que al día siguiente volvería a Londres. Dejaría a Ari. Dejaría a Nikos… El dolor en el corazón pareció intensificarse. —Vamos a tomar un café —oyó la profunda voz de Nikos desde el umbral de la puerta. Se irguió y se recompuso la ropa. Entró en la otra habitación. Después de todo, sería la última vez que estaría con él. —Así que —dijo Nikos relajado con la taza de café en la mano—, ¿crees que Ari está saturado de parques temáticos? Ann trató de que su voz sonara normal. —Por ahora, sí, pero en cuanto te lo lleves a casa empezará a pedir que lo vuelvas a traer. Nikos se echó a reír y Ann bajó la vista. El dolor que sentía dentro era cada vez más fuerte. Tenía que acabar con él porque no tenía sentido. A esa hora al día siguiente, estaría en Londres, en su vida, en su vida real, tomando las riendas de nuevo. Eso era lo que tenía que recordar. Recordar lo que Nikos Theakis pensaba de ella… —Bueno, el año que viene, quizás… —aceptó él—. Pero admito que ya estoy deseando estar en París mañana. ¿Conoces la ciudad? —No, no he estado aquí nunca. —¿Nunca? —pareció sorprendido—. Bueno, entonces tendré el placer de enseñaros la ciudad a los dos. —Sería mejor que tomara un avión de vuelta a Londres a mediodía —dijo ella —. No quiero llegar muy tarde.

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—Las vacaciones de Ari no han terminado —dijo él—. No tiene sentido plantear que te separes de él ya. —No he querido decir que quiera separarme de él —dijo ella a la defensiva. Por un instante, la miró con una extraña expresión en los ojos. Después alzó la taza de café y dijo: —Bien, entonces arreglado. Mañana nos trasladaremos al centro de París y haremos algo de turismo. Ann sintió que se le levantaba el ánimo, sabía que no debía ser así, pero era demasiado tarde. Un indulto… Pensó en la palabra y deseó no haberla pensado, pero sabía que era verdad.

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Capítulo 12 Ann había pensado que una ciudad con fama de sofisticada como era París no debía de tener mucho atractivo para un niño pequeño, pero se equivocó. Al día siguiente, después de haber tomado un taxi al centro y haberse registrado en un hotel mundialmente famoso, Ari no podía esperar para salir a ver la ciudad. El metro le encantó al niño, lo mismo que la Torre Eiffel… sobre todo cuando comieron a media altura. Después, un paseo en un báteau mouche por el río Sena seguido de un recorrido por los jardines de Las Tullerías para terminar en un café de la Rué de Rivoli, donde Ari devoró un helado y Ann se tomó un café con leche evitando la tentación de sucumbir a la patisserie. Algo de lo que no se privó Nikos. —Deberías sucumbir a la tentación, Ann —murmuró él con los ojos brillantes. Ella apretó los labios. ¿Por qué no podía ser Nikos como había sido en Sospiris? ¿Por qué tenía que ser así, tener ese brillo en los ojos y comportarse de ese modo tan agradable, como si fueran los mejores amigos del mundo? ¿Lo estaba haciendo a propósito? ¿Le estaba tendiendo una trampa? ¿Tentándola? Pero ¿qué sentido tenía? Ella estaba allí por Ari, eso era todo. Tenía que endurecer su corazón. Nada podía eliminar el veneno que había entre los dos, por muy superficialmente agradable que fuera Nikos. Esa misma noche, una vez Ari estuvo dormido, una suave llamada a la puerta de la habitación sobresaltó a Ann. —Podemos cenar abajo —dijo Nikos—. He contratado a una de las canguros del hotel para que suba hasta que volvamos. Y dado que estamos en un gran hotel, cenaremos a lo grande —la miró a los ojos un instante—. Vuelve a ponerte el vestido turquesa, no estarás demasiado arreglada, te lo prometo. Sabía que tenía que haber puesto alguna excusa, cualquier cosa para evitar cenar con Nikos vestido de esmoquin. Descubrió que la comida justificaba por completo el prestigio del restaurante y, cuando le pusieron delante una exquisita bavarois adornada con azúcar y una salsa de diferentes frutas, no lo dudó. Hundió la cuchara en la crema… y descubrió que Nikos la contemplaba divertido. —Disfruta —murmuró él con ese brillo ya conocido. Ann sintió que se quedaba sin respiración y que se ruborizaba. Después, bajó la cabeza para disfrutar del postre. Estaba buenísimo. Alzó la cabeza y vio que Nikos seguía mirándola divertido con una copa de vino dulce en la mano. Pero cuando sus miradas se encontraron la de él cambió. La diversión dio paso a otra cosa, y esa vez los problemas para respirar de Ann fueron mucho mayores. Después, bruscamente, esa mirada había desaparecido. Nikos bebió un sorbo de vino.

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—Bueno —inclinó la silla y relajó todo el cuerpo—, ¿qué hacemos mañana? —Cualquier sitio al que vayamos en metro hará feliz a Ari —sonrió agradecida por la seguridad que sentía al hablar del niño. —Sólo espero que no se dé cuenta de que se puede volver a los parques temáticos en metro —dijo Nikos distendido. —¡Por Dios! —dijo ella entre risas—. Hay que reconocer que estas vacaciones han sido maravillosas para él. Le habrían gustado a cualquier niño. Algo se ensombreció en los ojos de ella, fue sólo un instante, pero Nikos de dio cuenta. —¿Qué pasa? —preguntó. Le dedicó una media sonrisa. —No sabe lo afortunado que es comparado con tantos otros niños. —Cierto —reconoció Nikos—. Tiene todo lo material, pero no tiene padres. —Sí —se mordió el labio—, pero hay muchos niños que no tienen familia ni seguridad económica —siguió—. Aun así, hay quién desearía un solo segundo de su felicidad. Y no está malcriado… en absoluto. —No —reconoció Nikos—. No lo está. Hemos hecho todo lo posible, mi madre, Tina, yo para asegurarnos de que no sea un niño consentido. —Es un niño encantador. —¡Así es como habla una tía cariñosa! —entonces, como antes, su expresión cambió—. Y tú lo eres, ¿verdad, Ann? No finges, de verdad lo quieres. —¿Te sorprende tanto? —preguntó ella serena. —Quizá no —respondió él. ¿Había una ligera reluctancia en su voz? Por supuesto que tenía que haberla, pensó Ann. Tenía que irritarlo que realmente quisiera al sobrino al que había vendido, como le recordaba él cada vez que podía. Y de pronto, se encontró deseando que él abandonara la idea que tenía de ella como una mercenaria sin corazón. —Creo que has llegado a querer a Ari —dijo él despacio—. Estar con él como has estado en Sospiris y aquí, día tras día, creo que te ha hecho quererlo y que dejara de ser una carga en tu vida impuesta por la muerte de tu hermana, una responsabilidad que no podías eludir. Seguía mirándola de ese modo indescriptible y Ann se limitó a dejarlo hablar aunque deseó haber gritado: «¡Te equivocas!» Haberle dicho que ella jamás había pensado en Ari como una carga, que había sido lo más precioso de su vida, y que entregarlo casi había acabado con ella. ojos.

Pero Nikos seguía hablando y mientras lo escuchaba ella abría cada vez más los

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—Cuando fui a verte esa noche, Ann, hace cuatro años, recién bajado del avión, había pasado todo el día en un estado de dolorosa agonía por la muerte de mi hermano. Sólo había otro sentimiento en mí —la miró con los ojos pesados—. Miedo —dijo. Lo miró sin comprender nada. —Sí, miedo. Y rabia, no sólo con tu hermana, por lo que le había hecho a mi hermano, sino conmigo mismo. Una rabia imperdonable. Porque… —respiró agitado —era yo quien había asegurado que Ari era ilegítimo. Estaba tan seguro de que Carla le había mentido a Andreas al decirle que estaba embarazada de él que lo convencí para que esperara a que naciera y se pudiera hacer una prueba de ADN, convencido de que sería negativa y que no tendría que casarse con una mujer que le arruinaría la vida. Así que cuando llegué esa noche, Ann, la ira contra mí mismo por haber asegurado que el hijo de mi hermano era un bastardo luchaba contra mi miedo… mi miedo de ti. —¿De mí? —dijo Ann sin poderlo creer. —Sí, Ann… de ti. Una chica que vivía en la pobreza y que tenía entre sus brazos lo que yo desesperadamente deseaba… necesitaba, y que tú podrías haberme negado —volvió a respirar pesadamente—. Seguramente, Ann, tú sabías lo fuerte que era tu posición. En el momento en que tendí la mano y te dije que quería llevarme a Ari tuviste que saberlo. —¿Saber qué? —dijo sin emoción. —¡Que podías chantajearme! Zeos mu, Ann, tú tenías la custodia legal del hijo de mi hermano. Cuando tu hermana se mató, te convertiste en la tutora legal de Ari… y como tal, en el momento en que supiste que yo lo quería, adquiriste un poder ilimitado sobre mí. Si Andreas y Carla hubiesen estado casados, yo podría haber reclamado a Ari con facilidad, ¿qué juzgado del mundo le hubiese dado el niño a una chica sin un penique con lo que yo podía ofrecerle a mi sobrino? Pero como tutora de Ari que eras, tenías todos los derechos. La incredulidad ardía en el rostro de Ann. Nikos lo vio y soltó una carcajada breve y hueca. —Fui a verte ese día con sólo un arma en mis manos: mi dinero —torció la boca —. El miedo de que me rechazaras me hizo ser desagradable contigo, Ann. Fuera lo que fuera lo que tu hermana había hecho, tú no eras responsable, ¡lo sabía y lo aceptaba! Aun así mi ira contra ella, mi miedo de ti, del poder que tenías de negarme lo que más necesitaba, el hijo de mi hermano, me hizo enfadarme contigo también. Pero… —cerró los ojos un momento como si se enfrentara con verdades a las que no quería enfrentarse, verdades que le decían por qué había querido despreciar y odiar a Ann Turner por haberle vendido a su sobrino—. Tuve suerte ese día… y no pienses que no lo sé. Encontré una mujer lo bastante joven, lo bastante pobre, como para engañarla con una miseria. Ann tragó. Un millón de libras. ¿Una miseria? Pero Nikos volvió a hablar. Su tono era amargo.

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—¿No te has dado cuenta de cómo te engañé ese día? Podrías haberme pedido mucho más, mucho más. Habría dado toda mi fortuna por Ari. Podrías haberme echado, haberme dejado sin ningún margen de maniobra una vez que te hubieras dado cuenta de lo desesperadamente que quería a Ari. Podrías haber aumentado el precio… no sólo vendérmelo, sino haber pedido compartir la fortuna de los Theakis. Podías haber ido a la prensa, Ann, haber provocado un enorme escándalo sacando a relucir todo lo que había sido tu hermana. Podrías haber contratado un equipo de abogados para que se lanzaran sobre la fortuna de los Theakis en beneficio del niño de quien eras tutora legal. Sólo pensar en el poder que tenías me hizo ser tan brusco contigo. Incluso cuando aceptaste ese miserable cheque de un millón de libras te odié por el poder que tenías sobre mí —consiguió contener sus emociones, pero no del todo—. Y te odié por venderme a Ari, por mucho que fuera lo que quería, tan rápidamente y tan barato. Te he condenado siempre por ello. Ann tragó saliva. Parecía tener un nudo en la garganta, algo que le hacía casi imposible respirar. —Lo… lo he notado —dijo ella. La miró y fue un peso que ella apenas pudo soportar. —Pero ¿qué derecho tengo yo, Ann, yo que siempre he conocido la riqueza y el lujo sin hacer ningún esfuerzo, sólo heredarlo, qué derecho tengo a condenar a alguien que ha nacido en la pobreza por aceptar un dinero fácil que se le pone delante? ¿Habría sido yo, Ann, en tu posición, más virtuoso? ¿Habría rechazado el dinero y seguido viviendo el resto de mi vida en la pobreza? ¿Habría criado al hijo huérfano de mi hermana sólo para que no me condenaran? ¿Habría sido mejor que tú? —hizo una pausa—. No me gustaría verme en esas circunstancias, Ann… como lo estuviste tú. Tenía que decir algo, ¡tenía que hablar! Decirle que… Pero Nikos seguía hablando. Su voz era urgente, súbitamente persuasiva. Convincente. —Quiero dejar eso atrás, Ann. Nada, nada de lo que he visto en ti, sabido de ti, desde que viniste a Sospiris me da excusa para pensar así de ti. Además… —su voz se retorció —además me has demostrado que no tienes la misma moral que tu hermana en lo que se refiere al sexo. ella.

Ann sintió que el color le abandonaba las mejillas, notó los ojos de Nikos sobre

—Fue ése el momento en que me sentí obligado a repensar mi opinión sobre ti, Ann —reflexionó—. El momento en que rechazaste los diamantes sobre los que había pensado que te lanzarías. No quería que los rechazases… quería que los aceptaras. —Sí —dijo tensa aún sin color en las mejillas—. Soy consciente de ello. —No porque quisiera confirmar mi baja opinión sobre ti, Ann. Porque… — cerró los ojos haciendo que ella se quedara sin respiración aunque no debería dejar que ese sucediera—. Porque quería que volvieras a mi cama… quería conseguirte de cualquier modo —movió las manos hasta el otro extremo de la mesa y le acarició con

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un dedo el dorso de una mano—. Aún te deseo, Ann —su voz era grave, intensa. La miraba a los ojos con intensidad, sus palabras eras seductoras, sensuales—. Eres tan hermosa. Tan increíblemente hermosa… Sus ojos la recorrieron haciéndola débil… tan débil. Pero no podía ser débil, no debía. Por mucho que su cabeza fuera un torbellino de emociones. —No… no es una buena idea —dijo ella con voz torturada—. Ari… —dijo con un jadeo. Al instante, habían salido del restaurante. Una vez en la entrada de la suite, ella luchó por serenarse. Oyó unas voces que hablaban en francés, una era la de Nikos, la otra de la canguro del hotel. Después, la mujer se marchó y Ann no pudo decir nada, ni una palabra. Nikos salió al vestíbulo. Y seguía sin poder decir ni una palabra, sólo podía dejar que la tomara de la mano y la llevara a su dormitorio. Y allí sólo pudo decir una palabra: —Nikos.

Era suya. Suya de nuevo. Pero no como lo había sido antes. Porque su corazón ya no era duro con ella. Ya no era la mujer a la que tenía que controlar para evitar que le sacara el dinero a su familia. No era la mujer a la que había seducido cínica y deliberadamente para después despreciarla. Era suya sólo porque la deseaba, quería mover las manos sobre sus hombros desnudos, sentir la suavidad de su pálida piel, apartar la tela para descubrir el otro hombro, desabrochar la cremallera de su vestido con la otra mano. Lo dejó caer con un solo movimiento y después la rodeó con sus brazos. Se quedó sin aliento. ¡Era tan hermosa! Sus rotundos pechos, de nuevo desnudos para él, se inflamaban ya bajo su mirada y la estrecha cintura esperaba sus caricias. Sólo una minúscula pieza de encaje ocultaba casi lo mismo que revelaba. Abrió la boca para él y él aceptó el juego. Cada roce, cada caricia lo excitaba más y más. Y entonces, ella empezó a desnudarlo. Aflojó la pajarita, desabrochó los botones de la camisa y besó la parte de piel que quedaba descubierta. Se quedó de píe mirándolo. Sus manos fueron a la cintura y le desabrochó el cinturón, la cremallera… Él veía cómo la miraba… Con un grito, ella se dio la vuelta y él soltó una carcajada y la rodeó con los brazos. —¡Nada de timidez! Esto es para los dos, mi preciosa Ann…

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La levantó del suelo y la llevó a la cama. Después se quitó la ropa que le quedaba y se unió a ella entre las sábanas. Ann estaba acostada dentro del círculo que formaban sus brazos. Exhausta, agotada, débil. Su propia respiración empezaba a acompasarse y le pesaban los párpados, tanto que sólo pudo echar las sábanas por encima de ambos, acercarla más y entregarse al olvido que lo llamaba. De lo último de lo que fue consciente fue de lo bien que se sentía con su cuerpo tan cerca, enredado con el suyo. El sitio donde debía estar. El sitio donde estaría.

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Capítulo 13 Ari hablaba sin parar de todo lo que había visto desde el tejado de Notre Dame y Ann y Nikos lo miraban sonriendo con indulgencia. Pero por debajo de la mesa del restaurante donde estaban comiendo, estaban agarrados de las manos. Un gesto tan sencillo, pensó Ann, pero tan mágico. Había sido estúpida, lo sabía, sucumbiendo la noche anterior. ¿Pero cómo resistirse? Era imposible resistirse a Nikos Theakis. ¡Imposible! ¿Cómo con lo agradable que estaba siendo con ella? La sola idea de resistirse era… imposible. Aun así, mientras se había entregado a él había sabido no sólo que estaba cometiendo una locura, sino que estaba encendiendo un ruego que sería muchísimo más difícil de apagar que la otra vez. Antes, había encontrado la fuerza para resistirse en su maltrato hacia ella. Pero en ese momento, ¿cuántos días, cuántas noches, les quedaban? Nikos no había dicho nada sobre cuánto tiempo pasarían en París, pero Tina pronto volvería de la luna de miel y seguramente entonces ellos volverían a Grecia. Quizá sólo unos pocos días, uno o dos, pero los aprovecharía, los aprovecharía y no pensaría en nada más. Sabía que era la única decisión que tenía sentido en medio de toda aquella locura que estaba permitiendo. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Era demasiado tarde para rechazarlo. La última noche lo había demostrado y tenía unos recuerdos tan vividos, tan maravillosos, que no podía permitir que llenaran su cabeza en ese momento, menos aún que se le notaran en los ojos, en su expresión. Porque entonces Nikos se daría cuenta y nacería el deseo entre los dos como había hecho una y otra vez durante la noche mágica que habían pasado juntos hasta que había amanecido sobre los tejados de París. Pero si la noche había sido para Nikos, el día tenía que ser para Ari… la razón por la que estaban allí. Después de comer fueron a los jardines de Luxemburgo en la margen izquierda del río, donde Ari disfrutó jugando en un parque infantil y en un arenero hasta que fue tiempo de comer un helado e ir a ver el teatro de marionetas, en el que apenas necesitó la traducción de su tío para entender el tradicional cuento de hadas representado. Después, otro recorrido en su amado metro hasta un destino que dejó al niño sin habla: el descenso a las cloacas de París. —Te lo explicaré todo cuando estemos allí, pero no será un tema de comentario durante las comidas, Ari —dijo su tío terminante. Sin embargo el asunto reapareció, como Ann sabía que iba a suceder, a la hora del baño. Vio cómo se vaciaba la bañera y le explicó dónde iría esa agua.

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—Muy bien, Ari —dijo Nikos desde el umbral de la puerta—. Y ahora te leeré el cuento de dormir mientras tu tía Annie se pone aún más guapa de lo que normalmente está. La miró y el mensaje fue claro. Esa noche cenaron en la suite mientras Ari dormía en la habitación de Ann. No se entretuvieron mucho con la cena a pesar de que estaba exquisita. Nikos se impacientó cada vez que ella fue a ver cómo estaba Ari. Luego, la llevó a la cama. Y allí, entre sus brazos, encontró un placer inimaginable, más maravilloso, más emocionante incluso que el de la noche anterior. Después, tumbada entre los brazos de él, se sorprendió de nuevo por la locura que estaba haciendo, pero sabía que era demasiado tarde, y era demasiado débil para resistirse. Cerró los ojos a todo lo que no fuera el momento, disfrutando sólo de sentir los fuertes brazos de Nikos rodeándola, de sentir el latido de su corazón en la mejilla, el aroma y el sabor de su cuerpo en la boca. Se durmió encima de ella. Pero ese sueño fue bruscamente alterado cuando algo más que el sol de la mañana la despertó. Ari, despierto y expectante por un nuevo día de emociones, había ido a buscarla. Saltaba con fuerza en la cama. —¡Hora de levantarse! ¡Hora de levantarse! —gritaba dejándose caer sentado. Cuando se despertaron, vieron al niño mirándolos con interés. —Las mamas y los papas duermen en la misma cama —dijo. —Bueno, también los tíos y las tías alguna vez —dijo Nikos, sentándose en la cama y sin parecer muy avergonzado por que lo hubiera descubierto. —¿Adónde vamos hoy? —preguntó, aceptando la explicación de su tío. —Es una sorpresa —dijo Nikos. Después del desayuno, un coche los esperaba en la puerta del hotel para llevarlos fuera de París. La sorpresa era otro parque temático. —Eres un entusiasta del castigo —murmuró Ann a Nikos mientras partían en dirección a un nuevo parque de atracciones. —Porque tengo el premio esperándome —respondió mirándola con ojos brillantes. Ann sintió que se ruborizaba, pero mientras la miraba, se quedó pensativo un instante como si algo le hubiese impresionado. Volvió a ver esa mirada durante el día, de vez en cuando, y algunas veces, a pesar del júbilo incontenible de Ari, Nikos parecía abstraído, en otro sitio. ¿Estaría pensando en el trabajo? Porque seguro que estaba deseando volver a Atenas. Sintió una punzada al pensar en ello. ¿Sería ése su último día juntos, esa noche la última? ¿Y qué pasaría al día siguiente? ¿Un coche al aeropuerto y Nikos y Ari

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volviendo a Grecia mientras ella volaba a Londres? Para ver a Ari de nuevo… ¿cuándo? ¿Y a Nikos? Era como sentir un cuchillo que se le clavaba. Silencioso. Mortal. Como si el aire se escapara de los pulmones. «¡No puedo soportar perderlo!» Sabía que jamás habría otro hombre como él en su vida. Y sabía que ella sólo sería para él otra mujer más. Aun así era tan fácil olvidar eso… tan peligrosamente fácil. No sólo cuando se entregaba a la pasión, o las secuelas de después de la pasión, sino durante el día, cuando estaban con Ari, juntos. Como si… como si fuesen una familia. Pero no lo eran, era algo temporal, ilusorio, eso era todo. Y entonces, al día siguiente, cuando en el desayuno Nikos anunció que iban a pasar el fin de semana en Normandía, se le levantó el ánimo. El elegante hotel castillo que Nikos había reservado estaba a pocos kilómetros de la costa y pasaron los días con Ari en las amplias playas y las noches abrazados en la cama con dosel… con Ari en la habitación contigua. Fue durante el desayuno en su habitación la última mañana cuando Nikos habló con ella mientras Ari veía unos dibujos animados en la televisión. casa.

—Bueno, nuestras pequeñas vacaciones se han acabado y tenemos que volver a

Ann sintió que una niebla fría la invadía. Había llegado el momento que había estado temiendo. Sus caminos se separaban. Ella se iría a Londres y Ari y Nikos a Grecia. Por mucho que supiera que ese momento llegaría, eso no lo hacía menos doloroso. Mucho peor de lo que había imaginado que sería. Trató de recuperar el control mientras Nikos volvía a decir algo. La miraba con una extraña expresión. —Quiero que vuelvas con nosotros. Que vivas en Sospiris. Ann sólo podía mirarlo, era incapaz de decir nada. —Entiendo que esto te sorprenda. Sobre todo después de las cosas que te he dicho sobre que no te relacionaras con mi familia. Pero evidentemente las cosas ahora son diferentes. Que vivas en Sospiris es la respuesta ideal. Estarás con Ari y él contigo. Te llevas muy bien con mi madre y Eupheme, y las dos se deshacen en elogios sobre ti, ¡mucho más que yo! —seguía con el gesto irónico con que había empezado, pero de pronto esa expresión cambió—. Y lo mejor de todo, Ann… —le tomó la mano y le besó las yemas de los dedos —podremos estar juntos.

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Esperó que la inundara la alegría de saber que Nikos quería estar con ella, que no la rechazaba después de todo. Pero no llegó. Sólo un escalofrío recorrió su piel. Se oyó a sí misma hablar y no podía creer lo que decía. —No puedo volver a Sospiris. La expresión de él cambió como a cámara lenta. —¿Qué dices? —No puedo volver a Sospiris —la breve frase sonaba muy dura, pero la repitió. Él alzó las cejas y en ese momento dejó de ser Nikos, su amante, para volver a ser el Nikos Theakis, a quien nadie le decía no… Ni siquiera la mujer a la que quería tener en su casa como una amante clandestina para que pasara los días con su sobrino y las noches en su cama. Una amante disponible, para eso la quería… mientras la quisiera. Y cuando ya no… bueno, podría seguir cuidando a Ari. Ann respiró hondo. —Tengo mi propia vida. Una que no puedo abandonar definitivamente. —Así que esto no ha sido nada más que una diversión pasajera para ti, ¿no? — su voz era cortante. —No puede ser otra cosa, Nikos. Han sido unas… unas vacaciones maravillosas, pero… ya se han terminado. Mientras hablaba una voz interior le gritaba: «¡No digas esas cosas! ¡No rechaces lo que te ofrece! Acéptalo, agárralo con las dos manos». Pero si lo hacía… Volvió a sentir un escalofrío. Un paso en falso y caería en el abismo. Lo miró a los ojos… al hombre que, noche tras noche, la había llevado a una felicidad que jamás había conocido y jamás volvería a conocer. Un hombre que la había abrazado, besado, derretido. Un hombre cuya sonrisa la calentaba como una llama. «Si vuelvo a Sospiris ahora, si sigo adelante con esta aventura, sólo puede haber un final, un destino para mí». Pronunció las palabras en su mente, se obligó a decírselas a sí misma para asegurarse de que se enfrentaba a ellas. «Si vuelvo a Sospiris, me enamoraré de él. Porque ya estoy a punto de hacerlo, ya siento su poder sobre mí. Pero para él soy sólo una mujer entre tantas. Un día perderá su interés en mí…» —¿Y qué pasa con Ari? —dijo Nikos con tono gélido—. ¿Vas a alejarte de él así? —Es lo mejor. No desapareceré de su vida. Puede visitarme… o quizá podamos vernos allí. Tu madre ha sido muy generosa al decirme que seré bienvenida. —¿Y eso es todo? ¿Todo lo que estás dispuesta a hacer? Muy bien — bruscamente se puso de pie y la miró. Su rostro era impenetrable—. Entonces no hay

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más que hablar —terminó—. Te toca decírselo a Ari, dado que seré yo quien enjugue sus lágrimas por la pérdida. Ella no dijo nada. Dentro de su cabeza, las voces seguían gritando, diciéndole que no era demasiado tarde, que aún estaba a tiempo de decir que había sido una idiota, que por supuesto que se iría a vivir a Sospiris para disfrutar de él todo lo que pudiera mientras pudiera, sin importar el precio… hasta que tuviera que pagarlo. «Pero cuando eso suceda, será la agonía. Así que vete, vete ahora mientras puedes, escapa. Escapa de un destino insoportable… ver año tras año a Ari crecer y saber que Nikos te abandonará…» No podía enfrentarse a ello. Ni siquiera para evitar las lágrimas de Ari. —Iré a verte, tesoro. Sabes que lo haré. Tu abuela te lo ha dicho. Y cuando vuelvas a casa, Tina ya estará de vuelta… querrá que le cuentes tus maravillosas vacaciones… —Pero también quiero que estés tú —rogó desconsolado Ari. Separarse de él en el aeropuerto le hizo sentir un profundo dolor, mientras la voz de su cabeza le seguía diciendo que cambiara de opinión, que se volviera con ellos a Grecia, que no se subiera sola en un avión con dirección a Londres. Pero tenía que hacerlo, sabía que tenía que hacerlo. «En este momento, el dolor es malo, pero es para ahorrarme un dolor mucho peor. Así que tengo que mantener la cordura, el sentido común para aceptar este dolor de ahora. Cueste lo que cueste. Antes de que sea demasiado tarde». Pero mientras el avión aterrizaba en Heathrow, sabía, que ya era demasiado tarde. No estaba al borde del abismo. Ya se había precipitado dentro de él, hasta lo más profundo de su corazón.

—Tío Nikki, ¿cuándo va a volver la tía Annie? —preguntó ingenuo Ari. —Tardará un poco —respondió él—, pero tengo grandes noticias para ti. Tina va a volver a cuidarte. Vendrá todos los días desde Maxos en la lancha. Por la noche te acostará María y te levantará por la mañana, pero durante el día estarás con Tina. —También quiero a la tía Annie —dijo lastimero. No, ni Ari ni él volverían a tener a Ann nunca. Cada vez que volvía a Sospiris y afrontaba el hecho que de Ann ya no estaba allí, se sentía conmocionado. La villa, a pesar de la presencia de Ari, de su madre, su prima y todo el servicio, parecía desierta… vacía. Quería a Ann allí. La quería en la villa. La quería y no podía tenerla… y la idea lo enfurecía. ¿Por qué? ¿Por qué demonios no había querido ella volver para estar con Ari? ¿Por qué demonios no había querido quedarse con él? ¿Por qué se había alejado de él? ¿Por qué?

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La pregunta le daba vueltas en la cabeza una y otra vez, como si debiera tener una respuesta. Pero no había ninguna. ¿Cómo podía ser? «Estábamos bien juntos. Diablos, estábamos más que bien, estábamos…» Pero sus pensamientos se rompían como si se dieran contra un muro. Un muro en el que no quería pensar. En lugar de eso, su mente volvía a rumiar el resentimiento, el rencor… respecto a Ann Turner, quien se había metido en su cama, cuya posesión lo había llenado de un modo que sólo su recuerdo lo tenía sin dormir y quien había yacido entre sus brazos como si no hubiera otro lugar en el que estar. Aun así se había marchado, lo había dejado. «Como si lo que había entre nosotros no significara nada para ella. Nada». ¿Por qué? ¿Por qué lo había hecho? Endureció el gesto. Ella había dicho que quería a Ari, pero lo había abandonado entre lágrimas. ¿Qué clase de amor era ése? Ninguno. Ari evidentemente no significaba nada para ella. «Yo tampoco». Sintió que un cuchillo se le clavaba en el corazón. Trató de sacarlo. ¿Por qué debería importarle? A él no le importaba. Pero mientras formaba la frase en su cabeza sabía que era mentira. Quería a Ann. La quería allí y ya… con él, con Ari, en su casa, en su vida. Y no la tenía. Volvió a rumiar su resentimiento. Trabajar era lo único que podía hacer, así que se puso a ello. Después de cinco días en Sospiris, sabiendo que parecía un oso enjaulado y que su madre había aceptado con toda tranquilidad la vuelta de Ann a Londres, lo que aún empeoraba más su humor, decidió marcharse a Atenas. Su madre aceptó su marcha con la misma calma que la de Ann. Eso le enfadó aún más. En la puerta del salón, se volvió bruscamente. —Le pedí a Ann que se viniera aquí a vivir, que hiciera de ésta su casa —dijo e hizo una pausa—. Y dijo que no. —Bueno, tendrá su propia vida —respondió Sophia con calma. —Podría haberla tenido aquí —respondió bruscamente su hijo—. Y yo podría… —se calló. —Quizá —dijo su madre —no le hiciste la propuesta de un modo lo bastante sugerente. —Le dije —la miró con el ceño fruncido —que era la solución ideal. Ideal para ella, para Ari y para… —de nuevo se calló. Su madre se cruzó de brazos. —Nikos, cariño —su voz había cambiado—. No es algo para tomarse a la ligera. Debes entenderlo. Si Ann se viene a vivir con nosotros, no sólo tiene que abandonar su vida, sino que además tiene que pensar con mucho cuidado cómo será su vida aquí. No estamos hablando de unas vacaciones… estamos hablando de años. Porque

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cuanto más tiempo estuviera aquí, más la echaría de menos Ari cuando volviera a marcharse. —¡No tiene que volverse a ir! Puede vivir aquí —dijo testarudo. —¿Cómo qué, Nikos? —lo miró—. ¿Cómo mi invitada perpetua? —No, como mi… —no terminó la frase. Madre e hijo se miraron largo tiempo, después Nikos apretó los labios antes de añadir: —Yo sé lo que quiero de ella. —¿Lo sabes? —Sí. ¡Y no es lo que te estás imaginando! La sombra de una sonrisa iluminó los labios de Sophia. —Pero quizás, cariño, yo no soy la única que ha hecho ese razonamiento. —No entiendo lo que quieres decir —dijo con el ceño fruncido. —Piénsalo, cariño, de camino a Atenas. Ahora es mejor que te vayas, seguro que tienes al piloto esperando. Se marchó aún con el ceño fruncido. ¿Qué quería decir su madre? ¿Qué él estaba dando por sentado muchas cosas? ¿Dando por supuesto que Ann quería estar con él tanto como él con ella? Ése era exactamente el razonamiento que él había hecho. ¡Por supuesto! Tenía muchas razones para pensar que sus sentimientos eran correspondidos. Porque… ¿por qué no iba a corresponderle? Habían conseguido llegar a un equilibrio a pesar de las amargas circunstancias en que había ocurrido el nacimiento de Ari. Y aunque no exculpaba a Carla, al menos sentía lástima de ella por lo que había hecho por su hermana. Y con Ann… había llegado a entender por qué había aceptado su dinero, y por qué la había odiado por el poder que tenía sobre él de negarle el hijo de su hermano, después la había odiado porque se había dado cuenta de que deseaba a una mujer a la que sólo podía despreciar. ¡Pero todo eso era el pasado! Ya no necesitaba despreciarla, ya sólo la deseaba. Pero ella ya no quería más ese deseo. Había tenido suficiente. Había tomado de él lo que quería, había disfrutado de él y se había marchado. ¿Por qué? Ésa era la cuestión sin respuesta que volvía a su cabeza una y otra vez. ¿Por qué? Pero hasta esa tarde, sentado en el escritorio de su apartamento y echando un vistazo a los balances, no obtuvo la respuesta a su pregunta. Y cuando lo hizo, su furia contra ella no conoció límites.

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Capítulo 14 Ann miró por la ventana. Llovía. Debería acabar de hacer el equipaje y prepararse para marcharse de Londres. Tenía un nudo en el pecho. ¿Debería volver a Sospiris? No, no debía pensar así. No tenía que pensar en nada relacionado con Sospiris, nada relacionado con Ari, en nada de nada, en nada relacionado con Nikos Theakis. Pero era desesperante, desesperante decírselo una y otra vez. No era capaz de sacárselo de la cabeza lo mismo que no había sido capaz de no acostarse con él. Su única fuerza era estar lejos de él, pero eso le había quitado todo. Y había sido en vano. La llamada a la puerta, exigente y perentoria, la puso en marcha. Se puso de pie y se acercó a la puerta, la abrió. Nikos Theakis estaba allí. Igual que cuatro largos años antes entró sin esperar a que lo invitara a pasar. Ann sólo podía mirarlo, el corazón le latía salvajemente, estaba conmocionada. Corrió tras él hacia el salón. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué significaba? La esperanza la embargó. Nikos la miró con ojos abrasadores, pero no con deseo. Había rabia, desprecio. —¡Tú, eres despreciable! —dijo con gesto torcido. Ann respiraba de un modo audible. —¿Qué? —exigió ella. —¿Qué? —repitió él—. ¿Te atreves a quedarte ahí haciéndote la inocente? ¿Te creías que no lo descubriría? —¿Descubrir qué? —la conmoción aún la tenía entumecida. —No te quedes ahí haciéndote la ignorante, la virtuosa… Zeos mu, pensar que quería estar contigo. Pensar que he encontrado razones para excusarte, para justificar tus acciones, ¡Para perdonarte! De pronto, empezó a hablar en griego, enfadado, insultándola aunque no entendiese nada. Dio dos pasos y se paró frente a ella agarrándola de los hombros. —¿Cómo te atreves a hacer de mi madre tu objetivo? ¿A haberle ido con cualquier cuento inmoral? —sus ojos eras abrasadores—. He pensado en por qué me dejaste en París. Me preguntaba qué podría ser tan maravilloso en tu vida sin mí que te hacía simplemente dejarme… abandonar a un niño que decías querer. Pero ya lo sé. ¡Lo sé! —se detuvo para recuperar el aliento—. ¿Creías que no lo descubriría? — soltó una carcajada áspera—. Bueno, para tu información soy yo quien maneja las finanzas de mi madre. Todos los movimientos de sus cuentas bancarias pasan por mis manos. Así que dime, ¿qué mentira le has contado para sacarle tanto dinero?

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—¡Fue un regalo! —dijo ella, echando fuego por los ojos—. ¡Jamás se lo pedí! Ni siquiera sabía que me lo había dado hasta que encontré el cheque en el correo. —Que cobraste —dijo rabioso. —Por supuesto que lo cobré. Igual que el que me diste para que fuera a Sospiris. Y el que me diste por llevarte a Ari. —¡Para mantener tu lujoso estilo de vida a costa de los demás! —volvió la cabeza y vio el pasaporte encima de la mesa—. Ya vuelves a tener dinero para viajar otra vez —le quitó las manos de los hombros—. ¿Dónde vas esta vez? ¿Al Caribe? ¿A las Maldivas? ¿Los mares del Sur? ¿A qué caro destino te diriges esta vez? —A Sudáfrica —dijo Ann. —¿Sudáfrica? —repitió burlón—. ¿No es ahora cuando hace mal tiempo allí? Espera al invierno europeo, Ciudad del Cabo está muy bien en diciembre. —No voy a Ciudad del Cabo, voy al interior. —Ah… de safari. —No, vuelvo al trabajo. —¿Trabajo? —hubo un destello en sus ojos—. No conoces el significado de esa palabra. ¿Qué clase de trabajo pretendes que me crea que haces? —Doy clase. Formo profesores. Y me ocupo de los niños. —¡Como si me lo fuera a creer! —se burló—. Con todo el dinero que has sacado a mi ingenua madre, puedes vivir sin hacer nada los próximos dos años. Ann cerró los ojos. Ya era suficiente. Volvió a abrirlos y gritó: —¡Ese dinero no era para mí! ¡Tampoco el que me diste tú para ir a Sospiris, ni el que me diste hace cuatro años! Lo doné todo, todo, a obras benéficas. Nikos se quedó paralizado. Sólo podía mirarla, jadeando, con el corazón latiéndole desbocado. Hasta que soltó una carcajada. —¿Obras benéficas? Zeos, cómo mientes, Ann —su mirada la atravesó—. Nadie, nadie renuncia a esa cantidad de dinero. Nadie entrega un millón de libras a obras benéficas mientras vive en la miseria. Ann apretó los labios y sin decir nada agarró los papeles que había en la mesa y se los lanzó. —Lee… ¡lee! Y no te atrevas a decirme lo que he hecho o no he hecho con todo ese dinero. Miró los papeles con la ira reflejada en el rostro. Pero cuando abrió la carpeta, miró lo que contenía, se quedó pálido, su expresión vacía. Miró lo que le había arrojado. Miró los folletos de colores que había encima de los demás papeles. Dijo algo en griego. Incrédulo. Más que eso. Conmocionado. Alzó los ojos. La miró. No había nada en esos ojos. Después, como si cada palabra le costase, dijo:

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—¿Construiste un orfanato con el dinero? —Sí. Las yemas de sus dedos recorrieron los folletos llenos de niños y niñas sonrientes al lado de dos edificios grandes y otros más pequeños rodeados de árboles bajo el cálido sol africano. Al lado de la entrada de los dos edificios, había dos carteles de brillantes colores. —Casa de Andreas. Casa de Carla —leyó él sin expresión. Tampoco la había en la de ella cuando respondió. —Una casa para los chicos y otra para las chicas. Y una escuela en medio. El otro edificio es una clínica porque hay muchos niños que son huérfanos por el SIDA y son portadores del VIH. Necesitan medicinas y tratamiento. También se atiende a la comunidad local. El dinero que tú me has dado ha servido para hacer todo esto — tragó—. Es allí donde me fui después de renunciar a Ari. La organización con la que trabajo tiene más orfanatos en África meridional. Hay muchos niños necesitados. El dinero que tu madre generosamente me ha dado permitirá construir otro y ponerlo en marcha. Ha sido muy amable… —¿Se lo contaste a ella? —interrumpió—. ¿Le hablaste de todo esto? ¿De tu implicación? —Me preguntó a qué me dedicaba y se lo dije. ¿Por qué no habría de hacerlo? Pero nunca le he pedido dinero, Nikos. Ya te lo he dicho: no sabía nada de ese dinero hasta que llegué aquí. Me ha mandado una carta tan bonita con el cheque… tan bonita como la que me escribió para convencerme de que le entregara a Ari. —Pensaba que había sido mi dinero lo que te había convencido —había algo extraño en su voz. —No, si no hubiera sabido por la carta de tu madre lo amado que sería Ari, lo desesperadamente que esperaba que él la ayudara a olvidar la pérdida de su hijo, nunca habría dejado que te llevases a Ari. Pero ya estaba trabajando para esta organización en la oficina de Londres antes de que Carla volviera embarazada, y tenía pensado irme a África igualmente. Entregar el niño a tu madre y tu dinero a la organización me pareció que tenía sentido. Y también me ayudó a mí… Ver a aquellos niños, huérfanos como Ari, pero sin nadie que se ocupara de ellos… me reconfortó. —Se lo has contado a mi madre… ¿por qué no me lo has contado a mí? —volvía a haber algo extraño en su voz. Ann suspiró. —No has preguntado, Nikos. Y has sido tan duro conmigo que no veo por qué debería haber tratado de justificarme contigo —lo miró sin la más mínima amargura en los ojos—. Habrías dicho que te estaba mintiendo… —En París me lo podrías haber dicho. Cuando te dije que entendía por qué te habías sentido tentada de aceptar el dinero. —Iba a hacerlo, pero… —apartó la mirada y tragó —me distraje.

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—No lo bastante como para quedarte conmigo cuando te lo pedí —había algo más que tensión en su voz, después, bruscamente, cambió—. Pero no tenía derecho a pedirte que te quedaras conmigo. Ahora puedo verlo. Y puedo ver… —se quedó sin voz. Respiró hondo con dificultad. Bajó la vista al folleto que tenía entre las manos—. La casa de Andreas, la casa de Carla —volvió a decir con voz aún más extraña. —Pedí que les pusieran sus nombres en memoria de nuestros hermanos —dijo Ann tranquila. Nikos volvió a alzar los ojos, la miró y en ellos había una emoción que no había visto nunca. —He pensado tan mal de ti durante tanto tiempo —dijo lentamente—. Y me has hecho sentir avergonzado como no me he sentido jamás. Venía lleno de rabia, de ira contra ti y ahora… —de nuevo se quedó sin voz, bajó los ojos y miró el pasaporte—. ¿Cuándo vuelves a África? —su voz era llana, neutral. Ella le respondió en el mismo tomo. Lo pudo hacer a pesar del tumulto que sufría en su interior. No porque hubiera dicho a Nikos, finalmente, a qué había dedicado a su dinero, sino porque… porque verlo allí de pie, tan cerca aunque a una distancia insalvable… era una agonía. —Mañana. Había pasado por casa cuando… cuando os vi en esa juguetería. La organización ha sido muy comprensiva cuando pedí que me dieran más días libres para ir a Sospiris. Además —respiró hondo—, van a obtener una gran donación a cambio. ¡Para ellos es mucho mejor que unas semanas de mi tiempo! —su expresión se profundizó—. Necesitan más dinero que ayudantes. La situación es tan mala en tantas zonas de la región, incluso en los países estables políticamente… así que imagínate en los que hay guerras o gobiernos represores. Hacemos lo que podemos, nos hacemos cargo de todos los niños que podemos, pero siempre hay más. Algunos están heridos por minas antipersonas y, por supuesto, está el SIDA, además de otras terribles enfermedades tropicales que los afectan, así que… Estaba divagando, lo sabía, pero no podía dejar de hablar. No podía dejar de hacer cualquier cosa para no pensar en que Nikos estaba allí, delante de ella, al alcance de la mano. Sólo tenía que extenderla para tocarlo, besarlo, lanzarse entre sus brazos… Pero no debía. ¡No debía! Volvería a irse en cualquier momento. Saldría por la puerta y se alejaría de ella. Porque qué diferencia suponía que supiera el trabajo que ella hacía. Que supiera lo que había hecho con su precioso dinero. Tenía que mantenerse a salvo de él, a salvo de hacer lo que tanto deseaba hacer. Lo que, al final, había hecho a pesar de sus buenas intenciones y advertencias. Lo había hecho una y otra vez: se había rendido a él y se había enamorado… Y no importaba lo que sintiera el corazón si lo tenía hecho pedazos. Porque nada, nada iba a cambiar las cosas, por mucho que él supiera que no se había gastado el dinero en lujosas vacaciones, ni en vestidos de diseño porque se había puesto los de Carla, por mucho que estuvieran pasados de moda, como Elena Constantis había apreciado, aunque eso sólo hubiera hecho a Nikos pensar que se los había comprado ella.

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Pensamientos, emociones, ideas… formaban un torbellino en su cabeza. Y ella los dejaba dar vueltas porque cualquier cosa servía como distracción frente a lo que iba a pasar en cualquier momento. Nikos saldría por la puerta y desaparecería… Llevándose con él su corazón. Y no podría soportarlo. No otra vez. Lo había visto brevemente y se volvería a ir. No lo vería en meses y meses, y cuando lo hiciera… cuando lo hiciera ella ya sería historia, historia pasada. Una ex, nada más, nada más nunca. Oyó la voz de él a través del torbellino de sus pensamientos. —Ann… Hizo un gran esfuerzo para escucharlo calmada, contenida. Contenta de que finalmente se hubiera enterado de dónde había ido a parar su dinero, de que no era la avariciosa cazafortunas que él había pensado que era. Contenta de que se pudieran separar sin rabia ni desprecio. —Ann… —había algo extraño en su voz, en su rostro. Algo como… dubitativo. Pero duda y Nikos Theakis no era algo que fuera junto. —Ann —volvió a decir—. Una vez, te pagué por tu tiempo… insultándote gravemente mientras lo hacía. Pero… pero ahora que sé por qué aceptaste mi dinero, qué vida tienes en realidad en lugar de las barbaridades que yo pensaba, yo… yo me pregunto si… si reconsiderarías tu decisión —respiró hondo—. En París, me dijiste que tenías tu propia vida y ahora la respeto por completo. Además, me siento avergonzado, me avergüenza no haber pensado que habías dedicado tu vida a niños que tienen tan poco. Pero si… si lo que dices es verdad… lo que más valor tiene para esos niños es el dinero, no voluntarios occidentales… entonces suponiendo que yo… que yo diera bastante dinero para… para hacer innecesario que tú tuvieras que volver, para que pudieran contratar a alguien en tu lugar… —se detuvo, dijo algo en griego y después volvió al inglés—. ¡Estoy diciéndolo todo mal! —su voz estaba llena de frustración—. ¡Vuelve a sonar como si quisiera comprarte! Pero no es eso, Ann… Estoy tratando de preguntarte si mi riqueza hace que te resulte más fácil tomar la decisión de no volver a África y quedarte en Sospiris. Por Ari —respiró hondo—. Por mí. De pronto el velo que Nikos había tenido en los ojos, desapareció y una nueva expresión se encendió en él. Ann sintió que la emoción la invadía. No podía moverse. Estaba clavada en el suelo. Clavada mientras él daba un paso hacia ella y tomaba su rostro entre las manos. Y ese contacto la hizo sentirse débil, lo mismo que la proximidad del rostro de él, el calor de su mirada, la poderosa presencia de su cuerpo… —Estos días sin ti han sido una agonía, Ann. Ha sido imposible, imposible vivir. Enfadado, de mal humor y herido, Ann… sufriendo por no estar contigo. ¡Porque te quiero tanto! Quiero que vuelvas, que vuelvas conmigo. Por lo que tenemos, lo que siempre hemos tenido, incluso cuando me odiaba a mí mismo por desearte, cuando pensaba que sólo eras un poco mejor que tu hermana, cuando

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pensaba de ti lo peor de lo peor. Porque no puedo dejar de querer estar contigo día y noche. Me estaba volviendo loco por no estar contigo, hasta que, por suerte, a mi madre se le ocurrió lo de las vacaciones en París. Y entonces, aún más suerte, recuperé el sentido y me di cuenta de que no podías ser la persona a la que había despreciado durante años. Deseo tanto que vuelvas conmigo a Sospiris y no te vayas a África. Ari te echa tanto de menos y… yo, yo estoy desesperado por ti, Ann. Le había abierto el corazón, y ella se daba cuenta. Sentía su agonía, pero se apartó de él. —No puedo, Nikos —susurró—. Simplemente no puedo. Nikos dejó caer las manos a ambos lados del cuerpo. —¿Tanto significa para ti tu trabajo? —preguntó con la voz vacía. —No —dijo ella—, pero tú sí —tragó con dificultad sin dejar de mirarlo a los ojos—. Tú sí, Nikos. Y sé que para ti no es lo mismo, ni siquiera lo has pensado. ¿Por qué ibas a hacerlo? Lo de París ha sido una aventura, lo sabía, sabía que era todo lo que sería. Y si volviera a Sospiris, eso es lo que seguiría siendo. Una aventura. Y una buena mañana decidirás que ya has tenido bastante de mí y la aventura se terminará para siempre. Para ti, pero no para mí —sentía como una puñalada en el corazón—. Y no podría soportarlo. Nikos… vivir en Sospiris, ayudarte a criar a Ari y verte aparecer con otras mujeres y que, un día, elijas a una de ellas como esposa y saber que yo no fui nada más que una antigua aventura… La estaba mirando. Mirándola con la más extraña expresión en su rostro. Las palabras resonaban en su cabeza. La voz de su madre: «Pero quizás, cariño, yo no soy la única que ha hecho ese razonamiento.» —Zeos mu —dijo con un jadeo—. ¿Es eso lo que has pensado? ¿Qué quería que volvieras a Sospiris conmigo porque quería seguir con esta aventura? —Era lo que querías antes. Cuando me ofreciste la gargantilla de diamantes. Una aventura clandestina en la villa de tu madre. Una violenta palmada sobresaltó a Ann. —Dios mío, Ann, ¡pensé así entonces! Cuando seguía pensando de ti tan mal como los últimos cuatro años. Cuando lo único que deseaba era saciar mi deseo de ti y sacarte de casa de mi madre seduciéndote. Iba a sacarte de Sospiris y tenerte de amante el tiempo necesario para que fuera imposible que mi madre te volviera a invitar a su casa. Pero cómo, ¿cómo después de lo que pasó en París podías seguir pensando que sólo quería una aventura contigo? Quería, aún quiero, desesperadamente, con todo mi ser, que vuelvas conmigo para formar un hogar para Ari y para nosotros dos para siempre. Tú y yo. Una familia por Ari y por nosotros — respiró hondo—. Fue al oír a Ari la mañana que nos descubrió en la cama lo que me hizo ver lo que exactamente quería. ¡Que tú y yo estuviésemos juntos! —la miró—. Casados —añadió. La conmoción hizo que sintiera un vacío en su interior. La conmoción y otras emociones mucho más poderosas.

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—¿Casados? —repitió ella como si fuera un idioma extraterrestre—. ¿Para poder criar juntos a Ari? —Sí. —Porque nos va bien en la cama… —Más que bien, Ann —dijo lacónico. Ann bajó los ojos. No podía mirarlo, no con el rubor que le estaba subiendo a las mejillas por cómo la miraba. Y eso no era lo que necesitaba. No para poder decir lo peor de todo. Lo más duro, lo más cruel. —¿Así que nos casaríamos por Ari y por el buen sexo? —Gran sexo —corrigió él—. Y, por supuesto, por otra razón. —Qué… ¿qué otra razón? —alzó los ojos para preguntárselo. —El amor, Ann —dijo él. Sintió que se tambaleaba. Él la agarró. La abrazó, no para besarla, sino para sujetarla. Le acarició el pelo. —El amor, Ann —repitió—. No lo sabía hasta que me dejaste. Y ahora, ahora está grabado en piedra en mi corazón. Tu nombre. Para siempre. Y tú también me amas, ¿verdad? Lo acabas de decir. ¿Así que por qué no me lo dices como te lo he dicho yo? —Te amo —dijo ella con los ojos cerrados. Entonces él la abrazó. —Nikos —dijo en un susurro apoyándose en su pecho.

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Epílogo Era la segunda boda en Sospiris en unos meses y fue mucho más fastuosa que había sido la de Tina. Sam y ella estuvieron presentes, y esa vez le tocó a Tina llorar, pero había ido bien preparada, tan bien como la madre de Nikos y su tía. Ari parecía desconcertado y tiraba de la manga de su abuela. —Pero si es un día feliz, abuela —le explicaba—. La tía Annie va a vivir aquí para siempre y a dormir en la cama del tío Nikki como en París. Y yo puedo despertarlos, pero no muy pronto… Me lo ha dicho el tío. Sophia se echó a reír y le acarició la cabeza. —Les ha llevado tanto tiempo —dijo Eupheme. —Sí —contestó Sophia—. Los jóvenes están ciegos, Eupheme. Pero fue evidente desde el primer momento que los vi juntos. —Sí, las chispas saltaban entre ellos —añadió su prima. —Tanto que los cegaban y no veían lo que estaba pasando, Cuando los vi bailar en la boda de Tina, lo tuve claro. Y aun así tuve que mandarlos juntos a París. —Ah, París… —dijo la prima con tono romántico. —Encima, el idiota de este chico vuelve solo. Habrá que ver qué hizo o dijo para que ella lo dejara. ¡Pero es evidente que lo había hecho todo mal! Así que — suspiró —tuve que pensar en otra cosa. Estaba claro que Ann no le había dicho nada de lo del orfanato, y pensé que eso podía ser el origen del conflicto, así que se me ocurrió que Nikki notaría enseguida un gran donativo e iría a buscarla para pedirle explicaciones. Menos mal que al final todo ha salido bien. —Sí —dijo su prima —o habrías tenido que inventarte una súbita necesidad de viajar a Sudáfrica. —Seguro que allí hay algún buen cardiólogo. Y seguro que el clima sería excelente para mi salud… Rieron juntas y entonces sonó la música y Ann y Nikos caminaron juntos entre la multitud. Nikos la miró con ojos llenos de amor y dijo: —Mi preciosa novia. —Mi irresistible marido —respondió ella. Él la besó rápidamente y añadió: —Ésa es la respuesta correcta. No me dejes nunca, Ann, yo te amaré eternamente. —Oh, bien, entonces me tendrás toda la vida, Nikos Theakis. —Ésa también es la respuesta correcta —dijo él—. Y tú me tendrás a mí toda la vida, toda la eternidad. Ari corrió hacia ellos y Nikos lo tomó en brazos cuando llegó.

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—Tío Nikki, tía Annie y yo —dijo con satisfacción. Ann le dio un beso de todo corazón. —Una familia —dijo Nikos. Y eso fueron.

Fin

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