IMPERTINENCIA

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Nota editorial: Hace poco más de un año nos reuníamos para definir lo que serían los lineamientos de la primera publicación seriada de la editorial, Impertinencia de todo, aunque en ese momento no sabíamos que se convertiría en un proyecto tan querido con miras a publicar dos números anuales. Este tercer número es especial. Planeamos reunir, después de las primeras publicaciones, dos textos que no fueran poesía, que ameriten un ejemplar con mayor contenido, con un trabajo especial. Sin embargo, la idea no es separarnos del objetivo de editar y distribuir poesía independiente, sino mostrar la complejidad del fenómeno, diluir sus aparentemente fuertes fronteras. Esta vez, Pablo y Tobías (imposturas, seudónimos), nos cedieron amablemente sus ensayos para llevar a cabo este número especial. “Memorias lisérgicas” y “La naturalidad” son dos textos que tienen, por momentos, tanta intensidad como un poema, tanta complejidad y monstruosidad como la narrativa. Aprovechamos, además, la línea conceptual de los autores para con ella explorar la materialidad del libro, un esfuerzo notable cuando la producción sigue siendo, en el mejor de los casos, artesanal. Aun así, la ocasión amerita el trabajo adicional ( <3 ). Aunque este no es el espacio para hablar a profundidad sobre los ensayos de Tobías Danazzio y Pablo Armijos, sí podemos mencionar que nos parecen importantes por las líneas de contacto que establecen con otros géneros, como ya lo dijimos, y por el gesto que significa, en un campo como el colombiano, lanzarse a escribir ensayos. Creemos que la escritura es un proceso de lectura del mundo, de despliegue, de proyección o falsificación de los procesos de identidad, raciocinio y sensibilidad. Deseamos renovar la idea de una poesía lírica que aparece de la “nada” como un desborde emocional; nos inquieta que la poesía se quede en la presentación “adolescente” de emociones y autorreferencialidades infértiles; ideas que atraviesan todo nuestro trabajo en Culo de guayabo editores. Sin más, esperamos que jueguen a conectar, con sus lecturas, los tres existentes números de nuestro fanzine. Esperamos que estos sistemitas literarios, organismos, delfines, sillones de carne, etc., les gusten o les incomoden. Cualquier cosa, nos escriben. Con amor; -José Rengifo Delgado y Miguel Ángel Urrego, editores de Impertinencia de todo.





Memorias

lisérgicas



I Era el momento en que uno lo sabe todo y todo queda decidido para siempre En el camino. –Jack Kerouac

Respiro limpio y hondo, con ambas palmas de mis manos debajo de mi cabeza. Observo acostado en la cama cómo el tendido de rendijas del cielo raso de mi habitación se propaga hacia sus costados formando nuevas vetas en espirales irregulares sobre las vetas anteriores, como si la gravedad hubiera tomado por tinto la madera y estuviese preparándose un café cortado; se disuelve sin dificultad la materia, es la hora de la escalada de los verdes deslumbrantes pero delicados (del verde arlequín y el amarillo lima), juegan para hacer de las suyas. Este primer horizonte se va derramando sin menor indicio de turbiedad, es un gran lienzo en marcha, pintura luminosa en la técnica del acrílico fluido.1 Parece que ha iniciado el trip, se venía haciendo espacio en sus propios tiempos, ajustándose a los de mi cuerpo, y no de un sólo golpe como atacaría alguna otra sustancia. Se trata de un viaje por los enigmas de la realidad que transcurre normalmente de mi piel hacia afuera —eso creería estando sobrio—, pero bien podría consistir en un vistazo intrigante, voy a decir, profundo, a través de las cortezas subsecuentes que me componen; en esta ocasión he decidido procurar —controlando múltiples variables ambientales— esta última opción, aunque en la mitad o en el final del recorrido me estaría dando cuenta que ya estaba hecho una ameba. Retomo el tema de las cortezas, pues 1

Más conocida como Pouring.

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uno de los descubrimientos, o mejor, de los recuerdos más importantes de este episodio de contacto2 se refiere a la ficción irrisoria del yo: en alguna de la sesiones más reveladoras con Saúl, mi psicólogo —quizá la más reveladora de todas— éste me puso sobre la mesa la metáfora del yo como una cebolla… capas, capas y capas, y por dentro sólo vacío. Pues eso es lo que corroboré en esta papeliza, que ese tronco de nosotros mismos que damos por cierto para mantener un sentido más o menos de unicidad, de continuidad, ese cúmulo de elementos (algunos físicos, otros indeterminados y otros imposibles) que traemos al mantel cuando decimos yo soy yo estoy yo tengo, etcétera, es una sucesión de láminas superpuestas que se han ido añadiendo, por lo general accidentalmente, una sobre otra para aventajar el gran vacío que es de hecho la existencia de cada uno. [Agrego más o menos arbitrariamente: “La tendencia claramente egocéntrica (el “yo” como centro del mundo) y conservadora (la resistencia al cambio para mantener la autoconsciencia), ha llevado a algunos autores a hablar de un ego totalitario (Greenwald, 1980), muy difícil de modificar…” (Riso, 1995, p. 30)3]. Ocurre, como es bien sabido, la midriasis, esa dilatación excesiva y distendida de las pupilas. Las superficies de las cosas se dejan ver como la espuma malteada de las manchas glaseadas de nube, mar y hielo de la esfera terrestre desde la vista satelital, estrías celestiales. Los contornos de los cuerpos se vuelven sobre el azul y el rojo de las gafas 3D de cartón que usábamos en el cine cuando éramos niños. La textura de los objetos se convierte en una cortina blanda, incierta como nunca ocurriría en otras condiciones; puede uno hundir la yema de los dedos sobre los azulejos de mármol del baño como en la fontanela de un bebé de plastilina. Lo que hermana a estos azulejos con las franjas telarañosas y a rayos eléctricos de la baldosa es esa apariencia genuina de galaxias nacientes y minúsculas, salpicaduras de gasoil en los despachos 2

Este es un concepto que tomo prestado de la psicoterapia gestáltica, de Erving y Miriam Polster (2001). ¿Walter Riso?... Sí: a pesares de que el hombre entró, muy bien y para quedarse, en el negocio de la literatura de autoayuda, no debe desconocerse la constante productiva e innovadora que este autor ha aportado, en las dimensiones teórica, metodológica y práctica, al cuerpo de la Psicoterapia cognitivo-conductual en Latinoamérica.

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Pablo Armijos

nerviosos encargados de la percepción. Los sonidos se van aquietando para separarse de sus vibraciones: los seres vivos que he contemplado toda la vida como inertes se van pausando sin detenerse por completo, vibra su murmullo en los oídos de mis poros como el leve rugido de las olas del mar Caribe antes que la hora peligrosa de la tarde-noche encienda sus alarmas de peligro, y pega en la cara una brisa arrulladora y se oye el latido uniforme de las palmeras del jardín; es el estado más pleno de tranquilidad, del que uno quisiera no tener que irse nunca… avanza acechando el nivel más alto de paz mental o, por lo menos, las señales que podrían llevarme hacia él,4 eso sí, con el respeto al tejido inerme del tiempo y el derrumbe de los muros que me escudan. Vuelvo al yo: en el proceso de descomposición que va permitiéndose la consciencia de mí mismo, en ese delicioso descenso hacia el núcleo hueco de la cebolla, voy entendiendo por fuera del lenguaje cómo “yo mismo” he ido poniendo obstáculos abstractos a mi paso por este mundo. Me doy cuenta en la más lúcida de las inconsciencias del carácter innecesario y morboso de las apuestas que ha hecho mi psique de una forma más bien automática para burlarme a todo taco. Son cosas que, en la vida cotidiana, en la pantalla opaca de la consciencia e inconsciencia libres de toxinas, habrían servido a algún tipo de neurosis —que aun no comprendo— para hacerme creer que me sacaban de aprietos psicológicos bien particulares. Ahora, dejando que el lsd haga su trabajo, comprendo la artificialidad de tales atajos de laberinto fatal, veo de frente su vulgaridad, lo que tenían de injustas y de inútiles para mi futuro. En este punto comienzo a sentirme —después de mucho tiempo— igual que el resto de las personas, en el trabajo de buscar maneras y opciones y salidas para su propio encuentro violento con la vida: “todo el mundo está haciendo lo mejor que puede”, es la frase que me repito, de la que me he fiado en los momentos en que más me confunden las decisiones humanas, pero ahora con una certeza desesperada… se repite la frase con autonomía propia, una verdad que cae del cielo como una codorniz muerta que se precipita a 100 km/h por un acantilado. 4

En Huxley: “En cuanto a mí, en esta memorable mañana de mayo, no podía menos que estar agradecido a una experiencia que me había mostrado, más claramente que nunca antes, la naturaleza última del problema y su solución completamente liberadora” (1956, p. 56).

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En el tranvía furioso del ciclo vital todo el mundo va erigiendo sus cortezas, la naturaleza de esta especie los fuerza a crear un universo propio. “Conozco a la gente y sé las cosas que hacen. Es un dar y tomar constante y entramos en la tranquilidad increíblemente complicada haciendo eses de un lado a otro” (1989, p. 160): es un fragmento que he recortado de la gran novela de Jack Kerouac, On the road, pues han coincidido los días en que leía este libro con el momento de este viaje al interior de mí mismo;5 pero pego este fragmento aquí porque así es: desde el día en que nacemos vamos arrastrando capas desde ese gran erizo (que es lo que comúnmente llamamos realidad) hacia nosotros, y nos apropiamos de ellas en la necesidad puntual de generar un sistema ojalá integrado que nos permita adaptarnos de igual modo al mismo erizo, que muta y muta y no para de mutar con la muerte de ninguno. Son cosas que devienen de los andamios ya extintos del proceso de evolución biológica y, luego, de las murallas que las sociedades y las culturas construyen para sobrevivir y acaso vivir. Y en medio de esas infinitas búsquedas personales, de ese ensamble al que me refiero, se intenta encontrar, a la par, dicha tranquilidad. Segunda parte de este primer descubrimiento: quizá en la búsqueda de la tranquilidad (“felicidad” o bienestar —si se quiere—, etc.) tiene que haber un egoísmo. Esta es una actitud de las que más he despreciado siempre6 y de las que, por lo tanto, intento evitar en mí mismo; pero aquí hablo de ella ya no como un comportamiento que acarrea el perjuicio ajeno (a veces, hasta intencionalmente), sino de una preocupación volcada sobre la propia persona, un interés genuino y más o menos natural por capturar aquellas capas que irán supliendo las necesidades subjetivas. Y en este pensamiento, en medio del eco desvanecido de mi habitación, pude resolver que a lo mejor el egoísmo, que tanto desprecio y del cual me quejo tanto, no es algo que a ellos les sobre, sino más bien una dosis de alguna cosa que a mí me hace falta; cosa que he sacrificado poniendo en riesgo mi propio bienestar, poniendo en riesgo la defensa de mi personalidad contra una posible y dolorosa desintegración. Me 5

Predominantemente, quiero decir, pues la potenciación de la sensopercepción era tan intensa que la actividad introspectiva se dificultaba mucho. 6

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“todos exageramos el papel de nuestro personaje favorito en la novela” (Huxley, 1956, p. 49).


Pablo Armijos

despojo entonces de la connotación negativa de esta actitud, o, mejor dicho: me doy cuenta de las acciones que de ahora en adelante debería emprender para conseguir la dosis de esa cosa, a la cual no podría nombrar precisa y perfectamente ya como “egoísmo”. Veo, sin ver literalmente, aquellas acciones precisas y los motivos que les darán cuerda, y no hay marcha atrás, porque es como si la parte más honesta, más transparente de mi organismo me hablara duro en la cara, señalándome con claridad los términos de las ecuaciones en las que he fallado. El detalle fundamental está en dejarse de mentir y, sobre todo, de hacer daño a uno mismo, en buscar atajos, en huir de lo que debe enfrentarse sí o sí, en dejar de último en la lista los propios apuros, en creer que todo el tiempo se está teniendo que complacer al mundo que gira. Voy entendiendo, también por fuera del lenguaje, que muchas de mis tristezas y complejos7 actuales son, probablemente y en últimas, mecanismos de evasión. Que tal vez en el mierdero del que despotrico con regular frecuencia quede un halo de luz, y que la delgada línea de iridiscencia entre estos dos estados espirituales (el neohippie y el afligido o rabioso, por decir algo) la deje ver, por ejemplo, King Gizzard & the Lizard Wizard en algunas de sus canciones. Que tal vez en el lodazal, al estilo de Grant Snider, el mundo brille en lugares cotidianos. La banda de humo del incienso lavanda inunda el lateral izquierdo de la habitación hasta llegar a la esquina del closet y coger la curva, las paredes se ensanchan, empiezo a sudar sacramentos. Soy todo The Division Bell. El Pink Floyd de 1994 suena en la computadora y yo dejo que cierre el telón de su primer acto invadiendo los cables ilógicos de la dermis. Whyyy-diiid-we-teeellyouuu-then, you were always the-gooolden boooy then, and-that-you’d-neverlooose tha¨a¨at light in your eyes… El mundo que gira es un gran juego de roles que hemos inventado desde que nuestra masa encefálica adquirió el lóbulo prefrontal: esta es una idea prestada que tomo del sistema de pensamiento de un amigo de la editorial Z, y que por supuesto comparto; un tablero que inven7

Que giran en torno a la sexualidad, por ejemplo.

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tamos para averiguar cómo podemos entretenernos (¿y divertirnos?) mientras nos llega la muerte, y entonces eso termina siendo la vida, eso y nada más que eso. Siento las articulaciones y los mismos huesos ácidos, porque el ácido pone ácido todo lo que pueda poner ácido. Mañana, cuando se vaya evaporando el efecto psicotrópico, sentiré una extraña incomodidad parecida al dolor en la puntal del cuello del maxilar, será difícil morder hasta un pan, y la saliva será poca y espesa. Las muletillas del aire están generando una cueva que revierte todas las escamas de mi cuerpo. Sucede la acinetopsia, pero no únicamente en la visión sino en todos los sentidos. Entro en un vaivén distorsionado, pero no vertiginoso, deshilacho las dimensiones del espacio, casi todo se ha hecho fractal. Salgo al balcón y percibo las nubes como los hermosos arbustos de un cerebelo en un corte sagital. Mi mente es una sopa de acuarelas en reposo; es como si un dios desteñido estuviera pasando con delicadeza su índice sobre mi corteza cerebral. Después de una extensa conversación con el espejo, con esa inédita imagen de mi rostro y de mi torso derritiéndose, regreso al cuarto penetrando los misterios de la luz; quiero decir que los haces me atraviesan como queriendo hacer parte de mi ser. Me encuentro nuevamente recostado, segundo descubrimiento de la noche: “del polvo vienes y en polvo te convertirás”. Por vez primera presiento en serio estar perdiéndole el miedo a la muerte (no a la actividad de estarse muriendo —a ese clap fantasmal en el que se apagan las luces—, porque el dolor que aquella pueda suponer todavía me asusta; hablo de la llanura árida que le sucede). Ocurre el minuto 01:18 de Any colour you like (sí, Pink Floyd), ocurren los disparos espaciales y desgarradores de las guitarras de Gilmour relevando la selva de sintetizadores del grandísimo Richard Wright, y reafirmo mi tesis sobre “la vida después de la muerte”: pasa que al morir retornamos a la nada absoluta, a la misma negrura total, muda, insípida, inodora y vacía en la que estábamos antes de ser embriones. Acojo esta visión despojado de angustia alguna y, gracias a la cremallera que ha abierto el papel en mi persona, todo se revuelve: el vacío de la cebolla8 y 8

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En Huxley: “Por el momento, el neurótico entremetido que, en las horas de vigilia, trata de dirigir el


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el vacío de la muerte; la ciencia psicológica diría “disolución del ego”. Bien. Luego viene el sentimiento amplio de capturar este saber, lo que nadie más podría estar sintiendo en estos segundos de la rotación del planeta. Es la risa del colibrí cuando se ha pillado la anemona del bosque, pero no se lo dirá a ninguno de sus camaradas. Y luego la risa del Brain damage (sí, que sí… Pink Floyd), esa risa satírica de magnate desvencijado: the lunatic is in my head / the lunatic is in my head … you’re-arrange me ‘til i’m sane. Esa risa que me ha dado este efímero pero poderoso entendimiento. Es una experiencia trascendental. Al gran Aldous Huxley9 también le sucedió: Desde luego, el Dharma-Cuerpo del Buda [el Vacío] era el seto al fondo del jardín. Al mismo tiempo y de modo no menos evidente, era estas flores y cualquier otra cosa en que Yo —o, mejor dicho, el bienaventurado No-Yo, liberado por un momento de mi asfixiante abrazo— quisiera fijar mi vista (1956, p. 23)

Acaba de sonar el Darkside of the moon, aparece salvajemente la portada del Innerspeaker de Tame Impala y yo la pauso antes que comience a sonar (en medio del delirio resuelvo que Tame Impala podría llegar a convertirse en la pulpa de la psicodelia del siglo xxi; una psicodelia más bien infantil y tenue, sin embargo). Observo muy brevemente la portada, que ya de por sí ha sido presionada en el crisol del ácido lisérgico —todo el arcoíris puesto allí, las nubes que reverberan la distancia, el otoño incipiente—, y en un único ciclo de inhalación-exhalación me digo que debería volver a mis andanzas amor-y-paz, y más después de este segundo descubrimiento. Me digo take it easy, man, que las cosas están ahí puestas para que las veamos cimbrar.10 Y durante un momento llegué al punto del éxtasis al que siempre había querido llegar; a ese paso completo a través del tiempo cronológico camino de las sombras sin nombre; al asombro en la desolación del reino de lo mortal con la espectáculo quedaba, por suerte, al margen” (1956, p. 70). A Huxley lo retomaré en el apartado ii de este ensayo. Al lector, en caso de que quisiera nutrir sus expectativas de otra manera, le recomiendo leer, previamente a mi llegada a este autor en mi texto, Las puertas de la percepción, su famoso ensayo, del que me prendo para desarrollar este desafío. 9

10 “Quien toma mezcalina [en mi caso, diríamos lsd] no ve razón alguna para hacer nada determinado y juzga carentes de todo interés la mayoría de las causas por las que en tiempos ordinarios estaría dispuesto a actuar y sufrir” (Huxley, 1956, p. 32).

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sensación de la muerte pisándome los talones, y un fantasma siguiendo sus pasos y yo corriendo por una tabla desde la que todos los ángeles levantan el vuelo y se dirigen al vacío sagrado de la vacuidad increada, mientras poderosos e inconcebibles esplendores brillan en la esplendente Esencia Mental e innumerables regiones del loto caen abriendo la magia del cielo (Kerouac, 1989, p. 225)11

Mi pensamiento se hizo árboles brownianos, la molécula de las infinitas realidades le facilita restaurar a mi inconsciente cualquier ilusión que se le antoje. Mis órganos vitales son resortes de tela en anilina expuesta al cloro, bacterias esferoides como caramelos masticables, esporas de los más esplendidos azules y violetas, tentáculos de luz solar. Mi memoria son coágulos efervescentes en pendientes escabrosas. El amor que llevo adentro reposa en arrecifes huraños. Tercer y último descubrimiento inapelable: el tiempo es el peor chiste en bucle y el único de sus malabares que existe es el presente.12 Explayado en esta increíble expansión de consciencia —la eclosión molar del huevo— quisiera convertirme de un chasquido en un loop astral, en polvo cósmico, en el rastro de un mamífero extinto, o en una huella digital o en el outro de un brillante álbum de acid rock.

Aproximándome al cierre del trip, recobrando la consciencia de mí mismo (unas doce horas después de la ingesta), agradezco pues esta inflada aventura psíquica, abrazo de algún modo estos hallazgos que —debido a la liminalidad13 que implican las drogas psicotrópicas— están para revisarse y “por confirmarse”. Finalmente fantaseo con que pude haber traspasado un montón de dimensiones espaciales gracias a esta sustancia, como si a la atmósfera la contuviera un cubo de cuadriculas cuánticas y uno pudiera violar las leyes del tiempo que conocemos con sólo mover este hombro o aquél otro. Claro, no es que Kerouac y Pink Floyd sean la fórmula secreta para llegar a estas revelaciones durante este estado alterado de conciencia en específico (qué cosa risible); sólo que en esta ocasión este escritor beat habla con una desenvoltura poética que acierta en mis cavilaciones, y esta sacrosanta banda de rock psicodélico y progresivo permite, en este momento, que las neuronas que deben aliarse para dirigirme hacia estos axiomas se reúnan con todos sus requerimientos. 11

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Este es un precepto que parafraseo a mi gusto, también de Erving y Miriam Polster; Polster (2001).

Liminalidad es un concepto que hace referencia a la estancia en un límite, la situación en la que no se está ni en un sitio ni en el otro. Intentaré encargarme de explicar cómo veo lo liminal en la experiencia con el lsd, en el apartado iii de este texto. 13

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II …suplicando en la boca del manantial de la dulzura; enloquecido con la realización completamente física de los orígenes de la bendita vida; buscando ciegamente el regreso al lugar del que procede

En el camino. –Jack Kerouac

[Esta segunda parte de este ensayo es un comentario que hago sobre el texto de Aldoux Huxley Las puertas de la percepción, un ensayo escrito en 1954 que toma como pretexto sus impresiones subjetivas de una sesión más o menos controlada (pues estuvo “supervisado” por el doctor Humphry Osmond, un colega, y Marie Nys, su esposa) de experimentación con mezcalina, en la primavera de 1953. Huxley fue un intelectual británico reconocido por su rica y versátil obra escrita; este texto en particular hace parte de la década comprendida entre 1953 y 1963 en la que, motivado tanto por intereses científicos como personales, experimentó con diferentes sustancias psicodélicas y dejó de aquello un registro. Esta pequeña obra —junto a su “complementario” Cielo e infierno— puede considerarse un referente determinante en la literatura psiconáutica del siglo pasado (y que, en su momento, fue también un producto de influencia artística: basta con mencionar el dato —hasta ahora confirmado— que el nombre de la banda gringa The Doors —agrupación asimismo importante en este mundo, el de la psicodelia— es un guiño a Las puertas de la percepción. (La edición en la que me baso para mis fines es un compendio que incluye Ciencia, libertad y paz, Las puertas de la percepción y Cielo e infierno, el cual no parece haber sido agrupado por la editorial sino más bien por un tercero que juntó y mandó a empastar los librillos 21


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de esta manera; quizá esto pueda dificultar al lector —en caso de que quiera hacerlo— ir a la fuente, digamos, original; de todas formas, el ensayo no es difícil de conseguir en otras versiones)].

Tras ingerir “4 décimas de gramo” de mezcalina, Huxley atraviesa un estado alterado de consciencia en el que va anotando, con la ayuda y orientación de Osmond —un psiquiatra amigo— los cambios en su actividad perceptual corriente. Dichas notas, sumadas a otras extraídas de una supuesta grabación de la sesión y a su recuerdos de la misma, originan una publicación, un ensayo que, si bien no está en su totalidad dedicado a los efectos de la mezcalina (porque se vale de aquello para hablar por ejemplo de las tácitas implicaciones éticas del “acto contemplativo”, para hacer una observación sensata sobre la manera en que a partir de la modernidad se empieza a concebir el uso de sustancias psicoactivas, para escribir una idea incipiente sobre las connivencias de la religión en este ámbito, para entonces ver también de qué manera se relacionan estos dos últimos temas, e incluso para hacer una descripción de la “droga ideal”…), da algunas luces sobre el impacto que esta droga puede llegar a tener en la experiencia humana; así yo retomo pues sobre todo esta última intención, pensando irreversiblemente en los quizá análogos resultados con el lsd desde mis asociaciones íntimas, y para provocar la pregunta de a dónde nos puede llevar todo esto. Allí Huxley, por medio de sus sensaciones posteriormente racionalizadas, suscita tres hipótesis14 con respecto a la función de la mezcalina —no sabría decir si de los psicodélicos en general— en el proceso de la percepción del mundo en la “realidad” humana: 1) la sustancia, en resumidas cuentas, permite “trampear” la “válvula reducidora del cerebro y del sistema nervioso” (Huxley, pp. 30-31); 2) la sustancia hace que la persona distorsione la “realidad”, entrando en una especie de engaño mental, adquiriendo un par de “ojos transfigurados y transfigurantes” (Huxley, p. 44); “o” 3) la sustancia permite acceder a un estado Es mi deber insistir en que estas “hipótesis” son extracciones que yo hago del texto de Huxley según mis inferencias y criterio, no son ideas que propiamente Huxley desarrolle allí, ni que obedezcan a su interés primordial ni mucho menos a una secuencia de proposiciones científicas en torno al tema.

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de contemplación fenomenológico. En la superficie, las hipótesis 1 y 3 no parecen estar proponiendo cosas distintas, pero realmente no es así: la primera alude a ciertas acepciones más bien místicas, y la segunda tiene una connotación filosófica/científica; es más, tiene que ver con un “método” específico en filosofía y en psicología. Voy a detenerme en cada una de ellas.

1) Disparidad de condiciones Huxley comienza con la premisa de que “la función del cerebro, el sistema nervioso y los órganos sensoriales es principalmente eliminativa, no productiva” (Huxley, p. 28). Propone que estas estructuras están diseñadas para protegernos de la gran y constante masa de información del medio, procurando admitir “únicamente la muy reducida y especial selección [de estímulos] que tiene probabilidades de sernos prácticamente útil” (Huxley, p. 28). Hasta este punto todo está en excelentes condiciones, pues coincide el autor con los supuestos básicos de la psicología cognoscitiva —y, prácticamente, con los de la neurociencia— en lo que concierne a los procesos psicológicos básicos de atención, sensación y percepción. Lo que quiere decir todo esto, valga repetirlo, es que el sistema nervioso central funciona como un gran filtro de información que “aprueba” lo provechoso y “desecha” lo innecesario; de no ser así el sistema colapsaría y la especie no hubiera llegado tan lejos en materia de desarrollo cognitivo. Antes de lanzar esta idea (la cual atribuye a Bergson), dice de alguna manera Huxley que el visionario, el médium o el genio musical experimentan el mundo de manera radicalmente distinta a la de la gente corriente (aquí mismo incluye al “insano”, al “excepcionalmente dotado” y al místico, pero no queda muy claro en qué sentido), para luego declarar que siempre le ha parecido que mediante algún tipo de hipnosis, de la meditación, o de la “droga adecuada” sería posible “igualarse” a estas personas en términos de percepción insólita. De manera que, si por obra de la naturaleza funcionamos gracias a este “gran filtro”, para Huxley somos “potencialmente Inteligencia Libre”; este término se entiende allí como un estado mental en el que puede entrarse en conexión con la totalidad de la información disponible en el medio —susceptible de ser percibida 23


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por nuestros umbrales—, pero es un concepto que, por el cortocircuito que supone para el Hombre, ubica a este autor en un patético idealismo. (Es necesario que el lector tenga presente este concepto de Inteligencia Libre para más adelante). Así, llega pues a la siguiente conclusión: La mayoría de las personas sólo llegan a conocer, la mayor parte del tiempo, lo que pasa por la válvula reducidora y está consagrado como genuinamente real por el lenguaje (…). Sin embargo, ciertas personas parecen nacidas con una especie de válvula adicional que permite trampear a la reducidora. Hay otras personas que adquieren transitoriamente el mismo poder, sea espontáneamente, sea como resultado de deliberados “ejercicios espirituales”, de la hipnosis o de las drogas. Gracias a estas válvulas auxiliares permanentes o transitorias, discurre, no, desde luego, la percepción de “cuanto está sucediendo en todas las partes del universo” (…), sino algo más -y sobre todo algo diferente—, que el material utilitario, cuidadosamente seleccionado, que nuestras estrechadas inteligencias individuales consideran como un cuadro completo, o por lo menos suficiente, de la realidad (Huxley, pp. 30-31)

En la cita anterior, la expresión “consagrado genuinamente por el lenguaje” significa pues, en boca del autor, que “cada cual se inclina demasiado a tomar sus conceptos por datos y sus palabras por cosas reales” (Huxley, p. 29). (Esta es una puntualización casi necesaria, más prescindible para el tratamiento que me interesa hacer del tema). Respecto a esta primera hipótesis: ¿acaso está diciendo Huxley que las personas con dichas capacidades inusuales poseen diferencias sustanciales en la estructura funcional o anatómica del sistema nervioso central con respecto a la gente del común?, y ¿está diciendo que cierto tipo de drogas puede propiciarle a la gente del común temporalmente este “beneficio”, de manera que accedan por esta vía a revelaciones sobrenaturales, a manifestaciones paranormales, a fenómenos que superan en apariencia el umbral humano15? Es decir: ¿está Huxley siembra la incógnita: “Esta realidad es un infinito que está más allá de toda comprensión y, sin embargo, puede ser percibida directamente, y desde cierto punto de vista, de modo total. Es una trascendencia que pertenece a un orden distinto del humano y que, sin embargo, puede estar presente en nosotros como una inmanencia sentida…” (p. 105). 15

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diciendo Aldous Huxley que los fenómenos que se le han escapado de toda explicación racional a la ciencia, de hecho, son reales y están allí pero no todos podemos percibirlos debido a la disparidad de condiciones? Frente a este cuestionamiento el texto tiene para responder, por ejemplo, que hay “ciertos médiums para quienes la breve revelación del tomador de mezcalina es, durante largos períodos, una experiencia cotidiana y hasta horaria” (Huxley, p. 35). Más adelante, achacará esta facultad también a la figura del artista.16 En una de mis sesiones de experimentación con lsd, por allá en 2016, pude —entre otras cosas, por supuesto— darme cuenta de asuntos del medio exterior de los cuales no me hubiera percatado en ningún otro estado de consciencia: el ejemplo perfecto es el avistamiento de Orión, una de las constelaciones más prominentes. Antes de aquella noche yo no había podido ver nunca esta constelación, en cambio, bajo los efectos de la sustancia, podía percatarme de ella sin esfuerzo y de la manera más nítida posible (“¡ahí está Orión, ahí está el Cinturón, miren!”, decía eufórico alguien en ese instante) … a partir de ese momento puedo verla cada que el cielo cede, como si algo en mi cerebro se hubiera desbloqueado para permitirlo. Asimismo sucedió con otros elementos. Es claro que en este caso no se trató de “gran cosa”, no hubo expresiones paranormales ni acceso a “otras dimensiones” ni nada por el estilo, pero sí hubo algo más y algo diferente con respecto a mi actividad perceptual habitual. Precisamente, cuando leí el ensayo de Huxley por primera vez, mientras hilaba dentro mío esta hipótesis (bien sea la modificación o supresión de funciones del “gran filtro”), recordé de inmediato el suceso de Orión. Para usar sus propias palabras: “El otro mundo al que la mezcalina [en mi situación, el lsd] me daba entrada no era el mundo de las visiones; existía allí mismo, en lo que podía ver con los ojos abiertos. El gran cambio se producía en el campo objetivo” (Huxley, p. 19). [Soy consciente del riesgo de estar pareciendo en exceso abstracto, pero ello se debe tanto a la necesidad de corresponder a los términos en que el autor escribe, como a la insuficiente información científica acerca del tema para sujetarme 16

Entonces, según mi análisis, la respuesta es que sí; Huxley hay fenómenos que la ciencia no puede explicar aún que se escapan a nuestra percepción, son reales.

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e ir contrastando las nuevas ideas.17 Debo decir que además me hago responsable de no ser, por ahora, un gran estudioso ni del lsd, ni mucho menos del escabroso y a la vez delicado gran tema por el que intenta moverse este autor: mi intención es, por el momento, generar una serie de interrogantes con lo que el texto de referencia nos deja, y servir retazos de mi propia experiencia para enriquecer los planteamientos en los sentidos en que sea posible].

2) Engaño mental Dice Huxley que “Cuando la Inteligencia Libre se cuela por la válvula que ya no es hermética, comienzan a suceder toda clase de cosas biológicamente inútiles” (Huxley, p. 33). Aquí nos topamos con una dificultad adicional: ¿qué significa en este contexto eso de “biológicamente inútil”? En el desarrollo ulterior de esta idea, él enumera las formas que esas cosas pueden tomar: percepciones extra-sensoriales, visiones, significación personal de conceptos existenciales. En este sentido, y en la manera en que está escrito todo lo circundante, debo tomar estos productos de la consciencia alterada por la sustancia como distorsiones de la información sensorial y dislocaciones perceptuales de la misma (en unos casos), y operaciones mentales que se subjetivan a la personalidad de cada sujeto consumidor, las cuales puede efectuar este debido a la condición “vulnerable” en la que se encuentra (en los otros). En todo caso, en esta segunda hipótesis lo que aparece es, desde mi punto de vista, un engaño mental en el que la persona siente (cree) estar yendo más allá de su sentido estrecho de la realidad, pero lo cierto es que está siendo, básicamente, víctima de los efectos de la droga, efectos como la “disolución del ego” (la cual mencioné inicialmente en la primera parte de este ensayo), que Huxley también reconoce: “En la fase final de la desaparición del ego —y no puedo decir si la ha alcanzado alguna vez algún tomador de mezcalina—, hay un “oscuro conocimiento” de que Todo está en todo…” (Huxley, p. 33). Allí no termina el problema. Se complejiza la discusión cuando añadimos a sus aristas: 1) el tema de la enfermedad mental y 2) un tropiezo que puede 17

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A la escasa o nula bibliografía de la que me prendo para desarrollar este ensayo, digo. En esta ocasión mi intención no es otra que girar en torno a las ideas de A. Huxley.


Pablo Armijos

resaltarse con lápiz sobre la misma redacción en el texto de Huxley… Pero vamos por partes: 1) Huxley señala la semejanza existente entre la composición química de la mezcalina y la adrenalina —al parecer, evidenciada por el mismo colega que le administró la píldora (H. Osmond) y sus colaboradores—; menciona que investigaciones posteriores a las que llevaron a este descubrimiento concluyen que el ácido lisérgico (el precursor químico del lsd) tiene tanto con la mezcalina como con la adrenalina una relación bioquímica estructural. Agrega que el adrenocromo (un subproducto de la adrenalina) puede llegar a ser, digamos, un simulador análogo de los efectos de la mezcalina. Por ende, el organismo humano es un potencial productor de sustancias capaces de alterar profundamente la consciencia. Todo ello para enunciar que estos cambios en la actividad nerviosa son similares a los que acontecen en la esquizofrenia. Pero, si sabemos que desde nuestras disciplinas (las ciencias del comportamiento, las neurociencias, etc.), la esquizofrenia es considerada a grosso modo como una alteración de la actividad psicológica normal —una de las más tenaces entidades psicopatológicas— y que, sobre todo, se enfrasca ésta en el compromiso o la pérdida del juicio de realidad gracias a los fallos que suceden en la percepción como proceso, siguiendo las resoluciones de Huxley, allí la experiencia con los psicotrópicos también resulta entonces un trance en el que el cerebro se arma su propia película, y hasta ahí. Un metafórico escape de la “realidad” por medio de una intoxicación. Como quien dice que aquellas “percepciones insólitas” serían, de hecho, pensamientos de hippie colocado, puro delirio. (Más tarde Huxley se encarga de trazar una línea perpendicular que arguye con vida propia una contradicción parcial ante esta primera arista: “La mayoría de los tomadores de mezcalina experimentan únicamente la parte celestial de la esquizofrenia” (Huxley, p. 72). Esto queda como un acto narrativo que no alcanzaría a ser más que un símil chistoso, que no se corresponde —de no ser por las experiencias sensoperceptivas inusuales que refieren algunos pacientes psiquiátricos, no necesariamente psicóticos— con lo que hoy día conocemos sobre esta enfermedad). 2) En un punto de su trance en mezcalina, Huxley se queda observando los pliegues de su pantalón gris de franela, y allí —casi en plena mitad del texto— se hace una pregunta, como consecuencia de la maravilla que le producen aquellos quiebres provocados por el carrizo. Los pliegues estaban revestidos de Istigkeit, 27


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de Ser-encia: contracción entre las palabras Ser y Esencia, un concepto platónico que indica más o menos, según entiendo, la “capacidad” intrínseca de algo para ser esencia, es decir, de ser lo que es, sin más. Se pregunta por qué razón los pliegues adquirían en ese momento tal investidura: “¿Se debe acaso a que las formas del ropaje plegado son tan extrañas y dramáticas que atraen al ojo y, de este modo, imponen a la atención el hecho milagroso de la pura existencia?” (Huxley, p. 44). Este fragmento de la narración de Huxley fue el que me empezó a apuntalar hacia la tercera hipótesis, pero también ilumina la segunda en el siguiente sentido: ¿por qué dice el autor “extrañas y dramáticas”?, ¿por qué elige la palabra “imponer”? En el mismo párrafo, el narrador asegura que otras personas han contemplado los ropajes con los mismos “ojos transfigurados y transfigurantes” que él (siguiendo el texto, con ropajes se está refiriendo a ciertos relieves de una obra de Botticelli, y con otras personas a este pintor y a otros artistas). Así, desde mi óptica, al utilizar la expresión “ojos transfigurados” y la palabra “imponer”, estaría apuntando a los efectos psicodélicos de la droga.18 Nuevamente, un “pajazo mental”. Quiero decir que esta me parece la manera más sensata posible, desde lo inmediato, de interpretar aquello: aunque no debe desecharse por completo la opción de interpretarlo teniendo en cuenta el material que da forma a la primera hipótesis que expuse: que el ojo se transfigure como consecuencia de la trampa que le hace la sustancia al sistema nervioso central.19 Pero aquí habría un enredo, es cierto, porque debido a la expresión que le sigue (ojos transfigurantes) no podríamos pues suponer que la expresión ojos transfigurados tenga que ver con el también supuesto despoje de filtros: sobreviene la contradicción, en el sentido en que una cosa con propiedades transfigurantes se caracteriza por transformar otra(s) cosa(s). (Si, por ejemplo, Huxley hubiese escrito en cambio la palabra sinónima, es decir, transfigurador(es), probablemente la cosa seguiría igual. Realmente en este momento no puedo decir hasta qué punto tengan influencia en esta confusión las implicaciones de la traducción del texto original al español20). 18 19

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Transfigurado: que ha sido cambiado en su figura o aspecto.

Es lo que se vislumbra en las palabras del mismísimo Dr. Albert Hofmann en las entrevistas en las que habla sobre las virtudes del lsd. 20

A cargo de Miguel Hernani.


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Más adelante, cuando Huxley habla de un cambio de actividad durante su sesión con mezcalina, dice: “mi conciencia del transfigurado mundo exterior” (Huxley, p. 69), y esto, respecto a nuestra labor interpretativa, únicamente nos marea, pues no explica en líneas venideras si su mundo exterior estaba transfigurado, torcido debido al efecto de la droga, o se le antojaba ahora a él de tal manera a merced de la purificación de su sistema nervioso central (primera hipótesis). No obstante, y finalmente, desde mi análisis, el engaño mental queda expuesto: ojos transfigurados por la sustancia, los cuales transfiguran, deforman la realidad. […Debe decirse también, prendiéndonos de este tropiezo semántico, que por obvias razones no es posible saber si se trata simplemente del hecho que Huxley no estuviera siendo cuidadoso en la elección de estos términos; aun así tal hecho es presumible: por ejemplo cuando dice que “La percepción del artista no está limitada a lo que es biológica o socialmente útil (Huxley, p. 43)”, se alzaría una contradicción (hacia el primer apunte que hice en esta segunda hipótesis), pues ya lo biológicamente inútil no sería el producto del engaño mental que he propuesto en la misma lógica de Huxley, sino de percepciones de cosas reales que en la vida cotidiana serían irrelevantes para la supervivencia. Ahora bien, en ese mismo párrafo, cuando el autor exalta la transparencia mental del artista, regresa a lo que yo he contemplado en la primera hipótesis, al asegurar que la información que le entra a tal sujeto, por obra de tal virtud, es “un conocimiento del significado intrínseco de todo lo existente” (Huxley, p. 43). Es decir que Huxley legitima dicha información, y en ese sentido la contradicción la estaría trenzando él mismo, a sabiendas de la caracterización que hace de dichas percepciones en un primer momento (lo “biológicamente inútil”), y porque está claro que la legalidad de fenómenos como la percepción extrasensorial no se ha podido establecer científicamente, y Huxley no era tan joven en la ciencia psicológica como para no saberlo. Eso ya lo he explicado. De todas formas, debe recordarse que el ensayo de Huxley no es propiamente un artículo científico ni nada que se le parezca, y que estas “hipótesis” no son más que planteamientos de mi autoría ciñéndome a las inferencias que hago de Las puertas de la percepción]. 29


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3) Actitud fenomenológica “inducida” por la sustancia el percepto se había tragado al concepto

En las puertas de la percepción. –Aldous Huxley En un sobrevuelo transversal a todo el ensayo, queda al descubierto la presunción de Huxley viendo la mezcalina, en cierto sentido, como un facilitador para el Epojé: Es así como deberíamos ver, decía una y otra vez, mientras miraba mis pantalones, los enjoyados libros de los anaqueles o las patas de mi silla infinitamente más que Vangoghiense. “Así es como deberíamos ver; así son realmente las cosas” (Huxley, p. 45)

(Arriba, más o menos en el inicio de esta parte ii, había comentado que, en síntesis, las hipótesis 1 y 3 compartían la misma base sustancial; la diferencia puede estar en que, aunque ambas sostienen la idea de la función de la mezcalina como el trampeo del gran filtro del sistema nervioso central, en la primera Huxley insinúa que el resultado de aquello sería la recepción temporal de realidades que flotan todo el tiempo alrededor nuestro pero debido al filtraje continuo las ignoramos naturalmente. En cambio, en la tercera, el autor propone que el fruto indómito de los efectos de esta sustancia sería el cambio de percepción con respecto a las realidades con las que estamos interactuando consuetudinariamente). El concepto de Epojé21 es una “línea directriz metodológica” en la fenomenología de Edmund Husserl que, según Halling y Carroll, significa “vuelta a las cosas mismas” y, para que resumamos toda la carreta,22 se refiere a la “suspensión temporal de nuestras preconcepciones” (Sassenfeld & Moncada, p. 99), poner entre paréntesis el conjunto de “elementos asumidos, establecidos, aprendidos y/o inferidos que determinan y sesgan la experiencia del fenómeno” (Sass21

O, lo que es lo mismo, la noción de Epoché.

Para ampliar el contexto, el lector puede (y debería, si no está familiarizado con el tema) dirigirse a la fuente: Sassenfeld & Moncada. (2006). Fenomenología y psicoterapia humanista-existencial. Revista de Psicología de la Universidad de Chile, 15 (1), 89-104. 22

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enfeld & Moncada, p. 98). Huxley lo expresa así: “Estos efectos de la mezcalina son de la clase de los que cabría esperar que siguieran a la administración de una droga capaz de menoscabar la eficiencia de la válvula reducidora del cerebro” (Huxley, p. 33). Aquí me gustaría agregar que, en concordancia con lo expuesto en la parte i de este mi ensayo (cuando en la noche del 19 de enero me dije a mí mismo “take it easy man, que las cosas están ahí puestas para que las veamos cimbrar”), me siento plenamente identificado con los fragmentos que etiqueto de fenomenológicos en el relato de Huxley, con lo que en la fenomenología husserliana se denomina actitud fenomenológica (y que por supuesto coincide con el Epojé); esto es, un estado en el que se toma virtual distancia en la contemplación de la realidad. En mi caso, no sucedió únicamente hablando de la panorámica exterior, sino casi que de la realidad como conjunto, de los estímulos tanto externos como internos, y de su cruce. La actitud fenomenológica, insisto, designa —en palabras de Husserl (citado, según Sassenfeld y Moncada, en Peñarrubia, 1998)— la capacidad para percatarse de las cosas “tal y como aparecen en la realidad a nivel de los hechos vividos, previos a cualquier elaboración conceptual deformante”. En este punto debe hacerse la siguiente aclaración: en la teoría de Husserl, desde la lógica en que la explican Sassenfeld y Moncada, la actitud fenomenológica sería más bien, como su mismo nombre lo indica, una posición que la persona asume con la intención de modificar su propia y usual manera de experimentar el mundo. esta capacidad sería “alcanzable a través de la aplicación disciplinada del método fenomenológico” (Sassenfeld & Moncada, p. 94), o sea, por medio de una habituación23 que el sujeto adquiere en esta actividad voluntaria específica, de un “proceso continuo y sistemático de refinamiento” (Sassenfeld & Moncada, p. 98). Pero entonces, entendiendo a Huxley en el entorno de Husserl, lo que podríamos decir sería que la mezcalina aceleraría este proceso, lo catalizaría, le ahorraría al consumidor ese adiestramiento en la con23 Por ejemplo, la psicoterapia guestáltica, teniendo en cuenta lo presentado por Husserl, ha diseñado técnicas que acercan al paciente o consultante a esta actitud; esta aplicación ya hace parte de lo que se conoce como fenomenología psicológica (ver Yontef, G. (1998). Preface to the German edition of Awareness, Dialogue, and Process [on-line]. Pacific Gestalt Institute. Recuperado de: www.gestalttherapy. org/PREFACE3.htm; Yontef, G. (2004). Zum Aspekt der Beziehung in Theorie und Praxis der Gestalttherapie [on-line]. Gestaltkritik, 1 Recuperado de: http://www.gestaltkritik.de/yontef_dialog.html).

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templación descontaminada de lo real: “Como los narcisos de Wordsworth, estas cuatro patas [de una silla] procuran toda clase de riquezas: el don, superior a todo precio, de un nuevo conocimiento directo de la verdadera Naturaleza de las Cosas…”(Huxley, pp. 35-36). ¿Acaso esta última expresión no coincide en algún sentido con la de Husserl, con la de percibir las cosas tal y como aparecen en la realidad? (Si no, entonces ya me puse paranoico con mis argumentos). Esta aclaración también debe incluir el siguiente comentario: el arrojo que aquí hago del método fenomenológico está amañado (no gratuitamente, eso es claro), pues la fenomenología de Husserl tiene múltiples bifurcaciones y aplicaciones, principalmente en filosofía, en ciencia, en filosofía de la ciencia, en psicología, en filosofía de la psicología y en psicoterapia humanista-existencial. Prosigue nuestro autor, añadiendo: Estas son las cosas que deberíamos mirar. Cosas sin pretensiones, satisfechas de ser meramente ellas mismas, contentas de su identidad, no dedicadas a representar un papel… (Huxley, p. 50)

Huxley en ningún momento de su ensayo menciona a Edmund Husserl, tampoco al método fenomenológico husserliano, pero me parece que —si hemos de decidirnos por una de las hipótesis, es decir, de acomodarle una a este autor— el hombre se decanta por la tercera hipótesis (“Actitud fenomenológica ‘inducida’ por la sustancia”), que, como ya lo dije, se entrecruza con la primera hipótesis de algún modo que yo no pude (¿puedo?) descifrar y que finalmente aparece como sigue: Yo me limito a decir que la experiencia con mezcalina es lo que los teólogos católicos llaman una “gracia gratuita”, no necesariamente para la salvación, pero que puede ayudar a ella y debe ser aceptada con agradecimiento, si es que llegamos a recibirla. Ser arrancados de raíz de la percepción ordinaria y ver durante unas horas sin tiempo el mundo exterior e interior, no como aparece a un animal obsesionado por la supervivencia o a un ser humano obsesionado por palabras y nociones, sino como es percibido, directa e incondicionalmente, por la Inteligencia Libre, es una experiencia de inestimable valor para cualquiera y

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especialmente para el intelectual (Huxley, p. 98)

[Teniendo o no en cuenta la conexión que esto tenga con el hecho de la disolución del ego (de la que ya he dicho un par de cosas), merece resaltarse adicionalmente una extraordinaria coincidencia de un fragmento en un pasaje de Huxley con uno de los de Sassenfeld y Moncada (los dos psicólogos de los que me he valido para dar forma a la tercera hipótesis): -Huxley: Pasé varios minutos (…), no en mera contemplación de estas patas de bambú, sino realmente siendo ellas o, mejor dicho, siendo yo mismo en ellas o, todavía con más precisión —pues “yo” no intervenía en el asunto (…)—, siendo mi No-mismo en el No-misma que era la silla (Huxley, p. 27)

-Sassenfeld y Moncada: La actitud fenomenológica posibilita, a quien la asume, suspender temporalmente la propia inserción congénita en el mundo e interrumpir con ello, el movimiento habitual hacia la realidad exterior para poder contemplarlo sin participar en él (Sassenfeld & Moncada, p. 94)

(Incluso yo me atrevería a decir que, por las características y matices finales de Las puertas de la percepción, podría juzgársele a Huxley como un intelectual con una tendencia en algún grado a la afición por la fenomenología24)]. [Finalmente, en esta hipótesis, tendría en cuenta el título del ensayo de Huxley (Las puertas de la percepción), que es un guiño a la consigna de Blake: “Si las puertas de la percepción quedaran depuradas, todo se habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito”; pues, al rotular de esa manera su texto confirmaría en cierta medida la consecuencia de la psicodelia como el cambio de perspectiva frente a los hechos y objetos con los que contactamos en todo momento]. 24 “…debemos preservar y, en caso necesario, intensificar nuestra capacidad para mirar el mundo directamente y no a través del medio semi-opaco de los conceptos, que deforma cualquier hecho determinado dándole el aspecto demasiado conocido de algún marbete genérico o alguna abstracción explicativa” (Huxley, p. 100).

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*** Que ¿por qué Huxley y todo este enredo ensayado en estas líneas?... Porque es un tema seductor para cualquier estudioso del comportamiento, aunque más bien de la experiencia psicológica íntima (para que nos protejamos de la connotación alienante y reduccionista que trae consigo la palabra behaviorista, enunciada por Huxley en su texto), y para entusiastas de la psiconáutica; porque a pesar que este asunto está más de lado de la parapsicología que de las ciencias del comportamiento, atrae porque devuelve a una de las preguntas fundacionales de la antropología filosófica (¿al fenómeno del conocimiento humano?). Aunque también debo decir que puedo estar “revolviendo peras con manzanas”. No lo sé.

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III Algo, alguien, un espíritu nos perseguía por el desierto de la vida y nos alcanzaría antes de llegar al cielo. Por supuesto, ahora que volvía a ello, no podía ser más que la muerte: la muerte que nos alcanza antes de que lleguemos al cielo. Lo que anhelamos durante nuestra vida, lo que nos hace suspirar y gemir y sufrir todo tipo de dulces nauseas, es el recuerdo de una santidad perdida que probablemente disfrutamos en el seno materno y sólo puede reproducirse (aunque nos moleste admitirlo) al morir

En el camino. –Jack Kerouac

“Fueradentro ”No es exactamente de algodón y de entretela de lo que está hecho el mueble. Más bien de órganos que corren sangre, y de ruido. El cristal de la puerta no es pared para la luz que viene de la montaña —del cerro Quitasol—, tampoco mis poros. Lo real está del otro lado, en un lugar en donde siempre llueve, al que nunca iremos. El miedo ha entrado en el tallo de las flores que barrían los restos de noche con sus pétalos. Los escalones que dan al patio no deberían molestarse en ser tantos, los peldaños no tocan nuestros pies, ni el aire nuestras alas de tórtola imaginadas. El pasto que reposa como todo un mar verde y fresco no es tan fuerte como para detener los huesos de esta espalda; ese mismo mar es un cielo sin nubes. Esas tres estrellas que desfilan juntas serán el resto del estambre de las mujeres que sólo han sido hermosas por un día y de un rostro que espera encontrar su reflejo por fin en el vacío: unidas las tres se llaman El cinturón. Los demás cuerpos que vacilan sin saber quizá no son mis amigos de siempre sino las sombras del ácido que se han deslizado por mi cerebro hasta plasmarse casi libres en este pedazo del universo”. Fueradentro25 era un neologismo que me gustaba estar pensando y usando; retomo una de las sensaciones ya nombradas en este ensayo: estar hecho una 25

Este texto es un poemita en prosa que escribí en 2016, tras la primera experiencia seria con lsd. Solía protegerlo en un fanzine casi que inédito, en esta ocasión lo pego aquí con algunas correcciones de estilo.

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ameba… y de ahí (aunque, más bien al contrario) el fueradentro, como aquel estado delirante que consiste en fagocitarse, en estar haciendo fagocitosis todo el tiempo, en estar siendo una especie de membrana permeable que deja y deja pasar material. Un limbo placentero, ni afuera ni adentro, fueradentro, en medio (pero no necesariamente algo relativo o un cuerpo incierto o eventualmente molesto, como el gris), simplemente fundido en las placas de las cosas. Retomo un concepto prometido:26 Liminalidad… es un concepto que tiene que ver con la linde de un evento. En términos abstractos, creo que el ejemplo perfecto para este estado sería el tiempo Presente, pues, en teoría, lo liminal se refiere a la fase intermedia de una estructura o un proceso tríptico (lo anterior, lo justo y lo posterior; el antes, el durante y el después). A pesar de la estela de inexistencia que en algunos casos puede propiciar lo liminal, es cierto que es una propiedad auténtica de los planos en los que nos movemos, y por eso defendía la idea de que —en contra de cualquier corriente— el único dominio temporal al que accedemos es el presente; y etcétera. Pero la cosa sigue así: Era 2016 (ya he perdido del recuerdo el mes en el que sucede lo que cuento, pero seguramente era un diciembre) y eso era lo que predominantemente sentíamos bajo el efecto del ácido, indeterminaciones: lo liminal; lo que sea que haya en medio de estas parejas que reemplazaré por un guioncillo a continuación: lo interior - lo exterior, el yo - el no yo, el pasado - el futuro, el dolor - el placer, el mal - el bien, lo finito - lo infinito, lo posible - lo imposible, la vida - la muerte. Nótese pues que las duplas anteriores, aunque parecen a primera vista polaridades, pueden ser instigadas como extremos de entidades, entre los cuales existen trayectos colmados de elementos que se van matizando para una orilla o para la otra, creando así las diferencias que los definen hasta volverse estas imperceptibles. Eso era lo que acaso sentíamos mis amigos del bachillerato y yo, cuando de paseo en la finca de uno de ellos (arriba en un mirador de Potreritos, en donde uno puede ver a todas anchas el municipio de Bello y gran parte del nororiente de Medellín) tuvimos nuestros primeros experimentos con lsd. Extendidos bajo una palmera milenaria que mecía sus cascos afilados como sables, contemplábamos el gran caleidoscopio sutilmente despejado de hidrometeoros que se abría en sus palpitaciones hasta la estratósfera. En medio de 26

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…en la parte i de este texto.


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eso, yo sentía cómo allí —postura erguida en colchón de césped, gesto taciturno del que apoya su hueso occipital sobre la trampa que pueden formar los diez dedos, y sonrisa rectangular de Gary Busey— la tierra de aquella colina bebé me remolcaba hacia sus entrañas, me masajeaba el dorso para homogeneizarme con ella en apremio, me obsequiaba la verdad de la conexión generalmente invisible pero brutal de todo lo que yace en el envase cósmico: “un ‘oscuro conocimiento’ de que Todo está en todo, de que Todo es realmente cada cosa” (Huxley, p. 33). Un chico amigo de un amigo nuestro (que no había tomado ácido) se divertía con algunos vertiendo preguntas, unas preguntas muy fritas para la ocasión; esa serie de interrogantes con tizne ontológico descargadas al aire nos estremecían en un vaivén que no se detendría en ninguna respuesta, por supuesto. Sentíamos el bombo intestinal de cada cosa que dormitaba en el regazo de la gravitación relativa. Sentía mandalas de energía en función de mi yo disuelto y, en tal ebullición, me descubría como en un boomerang infalible de serotonina. Hice una pausa para entrar a tomar agua, y en el vestíbulo del edificio principal de la finca me detuve mucho antes de lograr mi objetivo inquietado por un cuadro que colgaba en la pared de la escalerilla que daba a la segunda planta. Consistía en un ancho paisaje con todo y cascada —que torpemente se quedaba atrapado en el realismo pese a su esfuerzo vulgar por alcanzar el impresionismo—, y entonces, como le ocurrió a Huxley, me cautivó el hecho de poder acceder a la pieza según la visión sacramental de la realidad, “de regreso en un mundo donde todo brillaba con la Luz interior y era infinito en su significado” (Huxley, p. 27). En el examen de este cuadro de bosques y bestiales carreteras de agua de la Columbia Británica, como a un particular mexicano consumidor iniciático del lsd27 que leí en 2018, me pareció que unas veces la realidad era de óleo y otras de caricatura. Tal vez, pero sólo tal vez sonaba Grateful Dead en el bafle de la sala. Astromelias en las pesadas repisas de la memoria. Escamas fractales en dobleces armónicos como un solsticio de invierno regurgitaban mi piel. Ahora la ráfaga de efectos visuales de la dietilamida de ácido lisérgico estaba en su cumbre, y yo dejaba encandilarme por cuanto objeto derretido en un holográfico proceso de descomposición apareciera ante mi paso. 27

Ver https://www.vice.com/es_latam/article/j5z49x/probe-el-lsd-por-primera-vez-y-renuncie-a-mi-trabajo.

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En ese entonces la psicodelia era para nosotros caminar sueltos de ropaje ante un mundo en tie-dye —al igual que nuestras camisetas (que muchas veces diseñábamos nosotros mismos utilizando un manojo de cauchos, un par de atomizadores, cloro, tinte para algodón de todos los colores disponibles y sal)—, pero también, y aún más importante es esto, significaba la posibilidad de derribar las barreras que las mayúsculas estructuras sociológicas violentamente nos imponían28 con el fin de impulsar procesos con los que poco o nada teníamos que ver. Para que no quede esto sonando comandado por el absurdo, quiero decir que aquellos procesos (muchos, hijos de la Gran idea moderna del Progreso, del “nuevo orden mundial”, etc.) nos antecedían, por supuesto, pero al haber nosotros coincidido con este mundo engranado, necesariamente ya debíamos hacer parte de todo aquello porque, es obvio, ni los imaginarios disecados de nuestros padres, ni el escaque férreo de nuestras familias, ni las representaciones y normas de la sociedad, ni los mandatos caducos de la cultura, ni el capitalismo, etcétera, nos preguntarían si estábamos de acuerdo con toda esa barbarie. La contratapa de nuestras acciones era pues el Heaven and Hell de Black Sabbath, sus ángeles echados al dolor. Por lo menos en lo que a mi experiencia concierne, en aquel viaje fecundo se hacía clara la manera en que esa atarraya enferma sobre la que se columpia nuestro planeta —claro está, la que nosotros mismos, nuestra historia, nuestras necesidades y, lastimosamente, la perversión de algunos de nuestros humanos, habían concebido, mantenido de cierta manera y estaban procurando proliferar— nos hacía daño, nos pateaba la hacienda alzada en Lego de la existencia. La psicodelia era entonces el eslogan de una de mis marcas favoritas (Sicodelic): “Las cosas como las quieras ver”, en el sentido que tanto durante el trip como en los días —semanas, meses, años— posteriores a la toma, lo “imposible” se convertía en una falacia que yo mismo erigía; ver las cosas como uno las quisiera ver significaba hacerles caso a los propios pensamientos, emociones, sentimientos, acciones… pero sobre todo a las propias y más profundas y verdaderas motivaciones. [En ácido la percepción del tiempo era como cuando se está leyendo una novelita de aproximadamente cuatrocientas páginas media carta y se percata uno con la cabeza ladeada que ya se lleva más de la mitad del libro, se 28

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No estoy diciendo nada nuevo: dicha “consecuencia” del lsd la sabemos desde los comentarios que hace el Dr. Stanislav Grof a cerca de la rebelión hippie contra los estatutos de la guerra.


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atiende ese montoncito de papel sin entender muy bien cuándo uno se ha tragado todo ese material. Pero era una “confusión” —si es que así quiere tomarse— deliciosa, una irrealidad deslumbrante29]. Claro, la psicodelia eran las espirales porosas de Arquímedes en lienzos desteñidos, los vórtices de los cuatro elementos como brazos de esporas aproximándose al esqueleto de cada quien, los prismas y flujos turbulentos ultraterrestres en los lóbulos parietales, la sinestesia más alta a la que jamás pudiera llegar el sistema nervioso; también era el gutural azucarado, tajante y eléctrico de Mick Jagger, la guardería animada del sky with diamonds de The Beatles, el break on through to the other side de los Doors (del divo demente de Jim Morrison); pero era, fundamentalmente, la maqueta espacial del Darkside of the moon, su oscuridad abriendo fuego a cordilleras crispadas de láminas de carne humana al más vivo filo, y Pink Floyd nuestro profeta.30 En bastidores que se iban viniendo sobre el primer plano cediéndose el puesto los unos a los otros, los unos dentro de los otros como matrioskas cañoneadas en un efecto de mirada paulatinamente subatómica de una pantalla retro y barrigona, insistía el hecho de la muerte en la doble hélice de mi adn. No era angustiante, para nada, todo lo contrario, era la tranquilidad originaria, el retorno al estado inorgánico. El vacío madre irrumpía con cautela el edredón de geometrías multicolores, con medusas arpegiadas por un dios de plasma fucsia, con un ramillete de pájaros brotando de la grieta apoteósica de una tumba. El mueble, la puerta en ventanal, los escalones del patio, el pasto, Orión, mis amigos, la palmera, el cuadro realista… el vaso de agua: lo que la rosa, el iris y el clavel significaban tan intensamente era nada más, y nada menos, que lo que eran, una transitoriedad que era sin embargo vida eterna, un perpetuo perecimiento que era al mismo tiempo 29

En Huxley: “Mi experiencia real había sido, y era todavía, la de una duración indefinida o, alternativamente, la de un perpetuo presente formado por un apocalipsis en continuo cambio” (p. 26).

Quisiera evitar a toda costa pasar por posser. Desde que escuché por primera vez Pink Floyd (por allá, a los 12 años) empezaría a escucharlos de vez en cuando con una fascinación ingenua, que se bastaba entonces con el instrumental, pues no sabía inglés y me daba pereza buscar las traducciones de las letras. Luego me fui volviendo un fan humilde alzando respeto por su genialidad, inflado en frenesí por lo que su música representaba en la historia del rocanrol, hasta llegar finalmente en la adolescencia trasnochada a la admiración pulcra y reservada por sus letras y lo que su discografía había significado (para la psicodelia) desde el Atom heart mother hasta el Wish you were here, (y para el rock progresivo) desde el Animals hasta el The division bell. 30

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puro Ser, un puñado de particularidades insignificantes y únicas en las que cabía ver, por una indecible y sin embargo evidente paradoja, la divina fuente de toda existencia (Huxley, p. 21) trayectos colmados de elementos que se iban matizando para una orilla o para la otra, creando así las diferencias que los definen hasta volverse estas imperceptibles. Un mistral; un viento frío y seco y violento arremetiéndose contra nuestra corteza cerebral, ahora tecnicolor puro y diseminado. Niebla sobre la isla31 de nuestros corazones, una bandada de libélulas como arañazos de tiza pastel recorre nuestro sistema circulatorio, las Flores resopladas de David Millard estallan en nuestros bronquios. El tapete aéreo que dibuja la luz que deja pasar el techo de un bosque de araucanas embiste la razón. El límite era la psicosis del “genio incomprendido” de Syd Barret, pero es cierto que éramos muy nobles e inocentes y estábamos muy libres y muy lejos de esa forma que puede tomar la locura, en el peor de los casos; estábamos muy lejos de la locura de ese diamante loco de ojos como agujeros negros en el cielo.32 Al amanecer reventaría El gran espectáculo en el cielo,33 un zoótropo crepuscular en cámara lenta sobre nuestras cabezas nos hacía sentir la magia en la que todas las cosas pertenecen a una misma gema sagrada. Perdíamos el basal y latente pánico a la muerte, entendíamos que aquel manto no era más que uno de los retoños del ciclo en el cosmorama. Un big bang en mi pensamiento. Las fauces de la ruina de nuestra especie perdían todo su valor: la avaricia y el dinero, el arribismo, el egoísmo, el poder, el “éxito”… todo eso mostraba su ridiculez,34 la combinación entre el Darkside y los efectos del papel nos dejaba ver con nitidez su carácter mundano y desastroso35 y la fragilidad de la moral; toda una revelación suigéneris. Una de aquellas personas era mi mujer y otra un hombre al que res31

Guiño a la acuarela Niebla sobre la isla de Lanes de Philip Jamison. 32

Shiiine ooon your craaazy diaaa-mond, Pink Floyd, 1975. 33 34

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¿The great gig in the sky, Pink Floyd, 1973?

Como lo canta la pieza Money, Pink Floyd, 1973.

En Huxley: “cuando cuanto percibimos es infinito y santo, ¿qué razones podemos tener para la codicia o la ambición, para buscar el poder o formas de placer más funestas?” (p. 57).


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petaba y tenía mucha simpatía, pero ambos pertenecían al mundo del que, por el momento, la mezcalina me había liberado, al mundo de los sí mismos, del tiempo, de los juicios morales y las consideraciones utilitarias; al mundo —y era este aspecto de la vida humana el que quería ante todo olvidar— de la afirmación de sí mismo, de la presunción, de las palabras excesivamente valoradas y de las nociones adoradas idolátricamente (Huxley, p. 47) Nos dábamos cuenta de que no podíamos esperar por alguien o algo que nos mostrara el camino, por eso mismo parecíamos a veces liebres atizadas entre el fuego cruzado, buscando la manera de expiar en todo momento la juventud. (Pasábamos tardes enteras montando nuestros skates, sintiendo las contradicciones del viento sobre nuestro cabello largo, cuando ya en nuestras casas y en nuestros colegios no podían obligarnos completamente a motilarnos. Yo no era el más bueno en la patineta, de hecho, era el más malo del grupo, pero sin pesares vibraba al mismo ritmo con ellos en un abrazo estremecido de lémures cachorros. Eso era la libertad, eso y la brisa psicodélica). Violábamos las bisagras de Las puertas de la percepción. En la psicodelia entendíamos que desde que el hombre vino a arrasar con todo a su paso, como agitando una hoz en un sembrado de trigo, todo está oscuro;36 y por eso entendíamos también la necesidad imperiosa de ladrar con el corazón, de zamparlo todo con las manos y los ojos,37 pero procurando no batir más los dolores de cabeza; entendíamos la necesidad de repensarnos permanentemente para así reinventarnos apuntando a la cosecha de una urdimbre de sosiego, en la que no hubiese forma de afectar negativamente a nadie ni a nada.

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Eclipse, Pink Floyd, 1973: “Realmente, la luna no tiene un lado oscuro. Todo es oscuro, realmente”. 37

“el hombre que regresa por la Puerta en el Muro ya no será nunca el mismo que salió por ella” (Huxley, p. 107).

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The days are bright and filled with pain. Enclose me in your gentle rain. The time you ran was too insane. We’ll meet again, we’ll meet again. [Los días son brillantes y llenos de dolor.Enciérrame en tu gentil lluvia. Los tiempos que tu corrías eran demasiado dementes. Nos encontraremos otra vez, nos encontraremos otra vez.] The crystal ship -The Doors (1967)

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Anotaciones finales 1. Este ensayo tenía dos pretensiones fundamentales: finiquitar un ejercicio reflexivo y tal vez poético sobre la experiencia con la dietilamida de ácido lisérgico (lsd), teniendo como materia prima dos tomas de dicha sustancia: una en diciembre de 2016 (parte iii) y otra del 19 de enero de 2019 (parte i); y, por otro lado, realizar un doble acercamiento al ensayo de Huxley: uno que incluyera una lectura juiciosa de Las puertas de la percepción y sus ideas allí expuestas, para finalmente tocar unos puntos claves desde mi repertorio interpretativo, y otro que pudiera incitar al lector a buscar el texto en cuestión y así elaborar su propia opinión sobre los argumentos que he propuesto. [Es claro que, en su texto, Huxley habla de la experiencia con mezcalina y no con lsd, pero yo comparo (parte ii), y corto y pego (parte i y iii) fragmentos de su narración con mis hilos conductores para poder dar forma a mis cavilaciones (parte ii) y para exaltar su fluidez literaria (parte iii), con la cual me siento supremamente identificado cuando se trata de estos dos estados alterados de conciencia en particular]. 2. Debo aclarar además que en la parte ii no tengo en cuenta lecturas de la ciencia dura y tampoco mayores referencias de otras miradas en torno a la experiencia con lsd, porque mi intención simplemente consistía en desbaratar el texto de Huxley para provocar una serie de interrogantes. Puede algún lector decir —y es válido— que para qué tanto rodeo, tanta neurona gastada en el tema, y por qué no conformarse con la experiencia que la alteración de consciencia hija de la sustancia le traiga a cada quien. Pero me parece que los aprendizajes que devienen del uso de psicotrópicos siguen siendo materia urgente de estudio, sobre todo en esta era convulsionada, y que, sin registro, la legitimidad de la psiconáutica queda casi que anulada. Tal vez en otra ocasión me disponga a escribir algo sobre el mismo tema desde el punto de vista de la psicología científica, cognoscitiva o desde la neurociencia. De pronto me anime a abordar el tema desde la psicología “transpersonal” y sus controversias. 3. Finalmente, me parece crucial decir que no está dentro de mis propósitos 43


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para con el lector tentarlo hacia el consumo y exploración con este tipo de sustancias, sobre todo porque respeto profundamente las propiedades del lsd y pienso y sostengo que es esta una sustancia que merece todas las consideraciones éticas y de riesgo antes de ser consumida. El ácido es una droga sintética que tiene la capacidad de alterar intensamente la conciencia, y tomarla por droga recreativa es uno de los errores que se propone desde el ritualismo más puro de los pueblos que veneran este tipo de sustancias psicotrópicas, pasando por los hallazgos de la psicología transpersonal de los años 70, hasta la psiquiatría experimental de la segunda mitad del siglo xx. Así como consumidores a lo ancho de todo el mundo han descrito memorias trascendentales y supremamente satisfactorias en relación con su consumo, también existe evidencia científica como testimonial de malos viajes, esto es, de experiencias perturbadoras y displacenteras que dejan reacciones psicológicas aversivas en algunos consumidores o secuelas psiquiátricas graves, en el peor de los casos. Su uso clínico en investigación psiquiátrica y psicoterapia no ha sido regulado en el país (y creo que así seguirá siendo por muchos años más) y su consumo “recreativo” es responsabilidad de cada quien. No sobran las advertencias; este tema requiere de la documentación, de la ilustración suficiente por parte de los interesados, y aquí debe recordarse que, a pesar de haber pasado casi ocho décadas después de su descubrimiento e inspección, todo lo que gira alrededor suyo sigue siendo materia de controversia.

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Bibliografía Huxley, A. (1956). Las puertas de la percepción, Buenos Aires: Editorial Sudamericana. Kerouac, J. (1989). En el camino. Barcelona: Editorial Anagrama. Polster, E. & Polster, M. (2001). Terapia guestáltica. Buenos Aires: Amorrortu editores. Riso, W. (1995). Depresión: avances recientes en cognición y procesamiento de la información. Medellín: Ediciones Gráficas. Sassenfeld & Moncada. (2006). “Fenomenología y psicoterapia humanista-existencial”. Revista de Psicología de la Universidad de Chile, Vol. XV N°1. (pp. 89-104).

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« L a n e u — t e a — t r a / t u r a l i da d » [ O : N at u r a l i da d +N e u t r a l i da d =/< T e at r a l i da d ; O: L a N u e va I n t r a s c e n d e n c i a ; O : «P r e s e n c i a y P l ata , H i j u e p u ta …»] (¿)U n E n s ayo (?) Sobre

el

Arte —de Fluir (o de la Escritura

n o - h a c e r l o )— e n



Todos los momentos son muy diferentes entre sí, pero eso ya lo había dicho la vez pasada.

Mi-Pene

Composición de lugar: la mañana soleada en una sucia calleja que asciende desde el Parque del Periodista. Un tercer piso. Una terraza con seis cuartos de un metro por tres, habitados por venezolanos —seguramente huyendo— en tránsito hacia la prosperidad (esta frase da contundencia política al inicio, y eso nunca le viene mal a un texto, aunque sea una contundencia prestada). Allí vive una niña de unos dieciséis años que tiene un culo tremendo; es muy delgada, de piel canela, y tiene un culo lo suficientemente delicioso, lo suficientemente redondo y altivo como para compensar la fealdad rolliza de las demás damas (todas con aspecto de tía guarra) que moran en el complejo de piezas amarillentas adornadas por una fila de puertas marrón. Empezar con una composición de lugar siempre ayuda a estructurar el pensamiento, sin embargo, parece que la mera descripción de la terraza del inquilinato —somera o meticulosa, según el grado de neurosis puesto en la empresa— viró repentinamente, y por su propia cuenta, hacia el tema preponderante del culito apetitoso de la vecina (es aquí donde este escrito comienza a ponerse auto-referencial, “y meta-auto-referencial: en esta partecita”). ¿Es que acaso soy un simple depravado, un sátiro cochinote, ausente de toda contención, constantemente ardiente y casi incapaz de pensar en otras cuestiones, como muchos de mis camaradas quisieran pensar? Pues como pasa con casi todo, supongo que la respuesta es sí y a la vez no. Podría, por ejemplo,

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apelar a mis impulsos animales hacia la cópula (eso sería muy sencillo; “nadie quiere a los nenes mediocres y facilistas”), porque a fin de cuentas, nací con los instintos con que nací, pero no podría, pues creo que —con algunas variables propias de factores hormonales (determinados por la alimentación y la evolución psicomotora entre la etapa de lactancia y el día presente), además de otros asuntos (quizá) climatológicos, pedagógicos y endocrinos—, todos los seres humanos podríamos tener más o menos la misma propensión biológica a desarrollar un impulso carnal exacerbado. Me parece —haciendo memoria— que he visto a personas infinitamente más interesadas que yo en el sexo en cuanto a acto animalesco y desmesurado, así que no parece que sea por la ruleta genética que pienso en un buen culo al mirar el interior de una terraza soleada. Valga agregar que lo del culo es un motivo, un recuerdo, cuando más, una simple expresión; ese buen culo quinceañero es tan simbólico, que en este instante la terraza se encuentra deshabitada. [No hay fuego sin combustible, no hay pecado sin carne o muerte sin putrefacción]. A continuación, intentaré enumerar las verdaderas causas tras el comentario semi-sexual y adolescente (aclarando que, en lugar de todo lo que va en dicha enumeración, este pensamiento obsceno podría tener un origen más humilde e ignoto, como la infinidad de comerciales sucios de cerveza Águila que vi accidentalmente durante la infancia, con todos esos cuerpos riquísimos, aceitados y trigueños brillando sobre playas privadas meneados al ritmo del más sabroso tropi-pop). Estos posibles orígenes me fueron dictados por un examen meticuloso de lo que me queda de conciencia (juro que esto querría explicitarlo mejor, pero no puedo, porque hay cosas que escribo así porque sí, así “de puro estilo”). En primer lugar (1°) se me ocurre que pensé en la señorita suculenta porque en las clases de psicoanálisis me dijeron que las que llevan al coito son el tipo de asociaciones mentales más comunes y directas; me decían que lo que uno ve a medias va directamente al plano sexual; la cosa es que no tengo manera de distinguir en qué medida es esto cierto y en qué medida me implantaron esa

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idea en la educación, al punto de que ahora me parezca necesario encontrar cosas sexuales en todas mis asociaciones libres, incluso cuando no vienen con facilidad (o sea que uno puede terminar forzando la anhelada libertad del proceso de libre-asociación. “Pero ése no es tu caso, esta vez pensaste en ese culito sabroso en forma perfectamente espontánea: no sé si adrede, pero muy de a de veras, pillín, eso sí”). La segunda cuestión (2°) estaría en la posibilidad de que no diga todo esto porque me sienta o imagine nada sexual, sino sencillamente porque quiero sonar muy cool, de modo que los otros escribientes me perciban como alguien sexuado, ramplón, varonil y desparpajado, queriendo ocultar mis inseguridades y los abundantes huecos de mi talento literario, intelecto y personalidad al desviar la atención hacia algo más o menos polémico, o más o menos gracioso (ya había descartado esta posibilidad anteriormente, pero al momento de hacerlo suponía que yo en verdad soy yo y que dispongo de una voluntad personal que me guía —o algo semejante—, cosa de la que ahora dudo (supongo, “aaamén”)). En un rato más volveré a estar seguro de la consistencia temporal de mi ego, pero sé bien que eventualmente volveré a dudar —aunque más como en un algún Final Fantasy viejito que como en la obra de teatro de Pedro Caderón de la Mierda1 (“o a lo mejor sí: a lo mejor también vas a dudar ‘a la antigüita’”), en todo caso ya no pienso hablar más al respecto—. Es que si se piensa bien, esta posibilidad comporta la perspectiva más desoladora —no por ello carente de una buena dosis de la consistencia psicológica de las cosas simples: serena, humana y sentimental (un arma de doble filo, porque de esa simpleza se desprenden tanto la grata Recuerdo cierta parte de Final Fantasy vii (Square, 1997) en que Cloud se da cuenta de que en realidad sus recuerdos y personalidad son los de Zack Fair —un verdadero soldado de élite—, mientras que él es en realidad un pobre diablo pueblerino que apenas logró pasar las pruebas para ingresar al rango más bajo del grupo soldier. Todo decanta en esta divertida secuencia en que uno maneja a Tifa sobre un plano imaginario-corpóreo-anímico del pueblo en que tienen contenida a Jenova, intentando rearmar los recuerdos y personalidad de Cloud, quien cayó en el pozo de energía Mako quedando completamente desfragmentado y vaciado de voluntad e identidad. De Final Fantasy x (Square, 2001) recuerdo a Tidus peleando con todo para eliminar a Sin, que no sólo se fusionó con su padre (Jecht), sino que también ha resultado ser una especie de deidad monstruosa del caos cuyo ensueño creó el mundo del que Tidus y Jecht provienen, de modo que matar a Sin implica a la vez dejar de existir. Ciertamente, el sci-fi post-cyber-steam-punk del rpg japonés amplía poderosamente las miras de la obra de teatro de Calderón, donde Segismundo es puesto en numerosos papeles que desacreditan el “principio de realidad”, hasta hacerlo dudar de su propia voluntad y enloquecer. Sin embargo, Segismundo no debe lidiar con invasiones de entidades alienígenas etéreas o energías cósmicas (indiferentemente científicas o mágicas) que mutan a las criaturas, deformando sus deseos y estados de existencia. Incluso se amplían los posibles vuelos para hacer meta-gazapos estilo Borges, que a fin de cuentas se quedaba en un nivel más básico y tranquilo de la fluidez narrativa de los dioses.

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vivacidad de la capacidad humana para traumarse y convulsionar ante cualquier estupidez, como la triste incapacidad que tenemos actualmente para complejizar un poco nuestras fuentes de razonamiento…, “y, con ellas, tu capacidad para ofrecernos un buen entretenimiento narrativo”)—; es la dulce y creíble simpleza que puede hacernos vomitar ante cosas tan maricas como la última película de Jim Jarmusch2 —en realidad no me molesta particularmente la cinta, pero este tipo de comentarios hacen parte integral de mi pose de chico rudo de las letras (confesar la inseguridad que me lleva a adoptar la pose hace parte integral, a su vez, de los preparativos para crear una sub-pose de chico sensible que se hace el rudo…,“y esta sub-pose encaja a la perfección en tu proyecto de generar una infra-sub-pose de hombre excéntrico y misterioso que adopta una sub-pose de chico sensible con pose de chico rudo superpuesta en su afán por evolucionar y abrirse paso a través del mundo vertiginoso y despiadado de las letras”). La tercera perspectiva (3°) es la del más burdo y simple contagio cultural. En esta versión, no es que asocie todo con la sucia sexualidad de mi inconsciente, pero tampoco es que finja una sexualidad abundante para parecer cierto tipo de persona. La tercera opción es un intermedio, una treta dialéctica: la artimaña reside en abandonarse —consciente/volitiva/deliberadamente— al influjo cultural, aceptando que todo lo que uno cree pensamiento o deseo propio le viene de afuera —hasta la depravación— siendo por tanto accesorio, icónico y circunstancial.3 2

Hablo de Paterson (K5 International; Le Pacte; Animal Kingdom; Inkjet Productions; 2016b). Se trata de una bonita canción de cuna audiovisual de 118 minutos de duración. El documental sobre los Stooges, en cambio, es bastante entretenido (Gimme Danger. Low Mind Films; New Element; 2016a).

Para que lo anterior se entienda parece importante añadir que esta semana he estado leyendo un librejo de Charlie Bukowski: Erecciones, Eyaculaciones, Exhibiciones. (Anagrama; 2014) (Es importante que mencione el título, porque no todos los libros del viejo indecente se dedican a temas sexuales). Estos cuentos me tienen lleno de bríos literarios violetas, rojos y rosados, de esos cochinamente lúbricos y húmedos y carnales —aunque, irónicamente, no tengo muchas ganas de coger que digamos—, elevan mi amor abstracto por lo grotesco y lo pornográfico, y me llenan de una sensación increíblemente liberadora de tener derecho al sexismo, la objetualización, la misoginia, la xenofobia o lo que sea que implique mirarle el culo a una niña morena y desplazada por la pobreza —sin necesidad de sentarme a llorar al ver la rata insensible y malnacida que soy (en realidad sí me siento un poco mal por ella, pero fue sólo a partir del instante en que anoté todo esto: sólo al “decirlo” noté que era algo malo). En principio, cuando abrí la nota al pie, solamente pensaba poner lo del libro de Bukowski (puede parecer un momento de redención, pero en realidad pensar en que la condición social de la muchacha me entristecía y poder confesarlo abiertamente me hizo sentir muy bien conmigo mismo, por ser tan humano y compasivo, y, sobre todo, por haberlo sido en un momento de escritura en que este talante quedara plasmado, de modo que esos bonitos sentimientos puedan ser transmitidos a otros, que sentirán empatía hacia mi persona pese a toda la pedantería, egoísmo, sexismo, apatía, etc., por tanto, vuelvo al hoyo del utilitarismo psicológico y la maquinación insensible casi con la misma rapidez que antes salí… “Pero si allí recae tu 3

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Pongámoslo así: como no me conozco, no puedo ser: solamente puedo fingir, pero como no hay nada más, me apego a lo que tengo, y me parece válido decir que lo que finjo, lo finjo porque hacerlo me produce algo que es grato. Así pues, el que quiera esforzarme en fingir que algo me interesa depende de la manera en que ese algo me tocó —así no pueda saber si en verdad me gusta en el fondo, como un gusto esencial y constitutivo—. Bien podría decirse que finjo ser lo que en realidad soy (“eso se debe a que te detestas y concedes muy poco crédito a tus propias iniciativas”) porque no sé ser más que a través de lo que supongo que significa ser yo, y en este caso todo el contenido de ese yo lo recuerdo como venido de cosas que vi en otras personas que he conocido en la vida —o en otras de las que supe por libros y filmes (aquí, en el reconocimiento de la incertidumbre, se desdibuja el límite entre vida y ficción. Pero no basta con darse cuenta de la paradoja. El trato sólo queda sellado por medio del propósito activo de la escritura, porque yo puedo pensar en todo esto las veces que me venga en gana, pero únicamente se hace historia y flujo encausado del tiempo en el momento móvil y mudable en que lo voy escribiendo. En otra etapa, toda esta mentira se hará cultura y tejido-social: cuando llegue el momento de leerlo con alguien más, de seguro algún fracasado (“nuevamente la pose malota al ataque… Aclarar es feo, pero necesario; igual no te preocupes tanto por eso, seguro que todos te van a entender”), porque solamente un fracasado preferiría leer esto a algo de literatura publicada, canónica y consagrada a la más eficiente y sincera evolución cultural (“¿sarcasmo?”); porque, distinto a lo que pueda uno pensar, construir o crear no implica hacer algo nuevo, bueno o útil, “de hecho, es casi siempre por un golpe de plagio, contrariedad o inconformismo que se crea —o al menos recrea o modifica— algo de este mundo”)...

verdadera redención, dulce niño mío: te estás volviendo tan falso e imbricado, estás surfeando-patinando-brincando con tanta pasión, escondiendo con tanto empeño las pequeñas partes de tu alma en cada recodo de referentes y sensaciones ajenas; apenas si te reconoces aún; has escondido tan bien cualquier atisbo de cualquier posible verdad, que a este paso pronto serás el poeta supremo”), pero terminé escribiendo de más (me gustan todos los excesos, sobre todo los carbohidratos y la masturbación. “Ni que lo digas; y hasta más que el sexo”).

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La naturalidad es un nuevo arte literario que quiero inaugurar. Su inquietud primordial es cómo saltar entre las capas y pliegues de realidades e irrealidades con la mayor belleza, astucia y gracia posibles. La naturalidad deviene —o requiere— de la neutralidad, y esto se afianza —o permite— gracias al carácter teatral de sus poderosas técnicas. [Hasta ahora he intentado ejemplificar esas técnicas a la vez que las explico, porque la explicación es anti-literaria, y la ejemplificación es la literatura misma; las uno en la antítesis porque debo moverme entre potencias que se anulen la una a la otra. Quiero dejar de ser al manifestarme: quiero conservarme incierto y en el justo centro del núcleo puesto en la mitad zanjada entre esto (yo) y aquello (lo-otro)]. Cuando me siento a escribir, lo primero que pienso es que en realidad me dispongo a fingir con mucho estilo. Voy a fingir ser personas que no puedo siquiera imaginarme, voy a adoptar ideologías que no tengo, a promulgar creencias que otros intentaron inculcarme sin éxito, a suponer lugares que en realidad no puedo —ni quiero— visitar. Soy un gran fingidor; o al menos aspiro a serlo. A pesar de ello, también existen algunas ideas que parecen mías, algunas asunciones que me permito y que me gusta considerar verdaderamente “mi problema”; paradójico, ¿no? (“Más bien contradictorio, diría yo”). Puede que mi voluntad desee hacerme asimilar algunas cosas, eso que uno llama sus gustos y creencias, aunque en mi caso solamente estén determinados por una vaga afinidad estética, por la pereza de seguir buscando algo mejor o hasta por llevar la contraria: o sea por la más tozuda obstinación. Es bien curioso cuando lo que finjo se empieza a combinar con las cosas que en verdad supongo que siento. Al final todo queda tan perfectamente amalgamado —la experiencia de escribir (fingir) y la experiencia de vivir (intentar) a la cual reemplaza— que ya ninguna persona en el mundo podría juzgar qué parte de todo eso es mi yo verdadero y qué parte es impostada, ni siquiera yo mismo (yo, menos que nadie…; “Es porque eres el único, tontito”).

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Esta es la historia de cómo conquisté la naturalidad —una sinceridad absoluta— por medio de la “falsedad” y el “abandono” de las cualidades “auténticas” de “mi personalidad”. Lo primero que pasó fue que me hice neutral, es decir, me percaté de que mi misión en la vida era ser un fingidor, porque toda mi potencia de acto era neutral: casi nada de lo malo me parecía tan terrible, ni nada de lo bueno tan loable. Crudo y torcido, sin execración ni exaltación, nada de lo feo me repugnaba del todo ni nada de lo bello me atraía sin darme a la vez algo de desconfianza o temor. Estas constantes ambigüedades entre el deseo y a la vez inmundo displacer que veía venir desde todas las cosas neutralizó mi personalidad y me hizo el poetafingidor-perfecto —al menos en potencia… (“Claro que no: potencia es pérdida de realidad. Todo fue ipso-facto: es un hecho que eres el mejor”). Encontré la naturalidad al conquistar la neutralidad bajo mi —aparente— naturaleza, siempre desinteresada y abúlica. Gracias a la anulación de mis verdaderos impulsos pude crear un personaje, haciéndome dueño y autor de todo el arte literario que aquel monigote pueda expulsar. He allí el carácter teatral de la naturalidad: me hice múltiple cuando comencé a aceptar que en realidad no podía ser nadie nuevo, ni tampoco ser igual a ninguno de los que ya conocía. Como no tenía nada, quise cuando menos hacerme a un arte; llegar a ser un hombre sensible —delicado— y dedicado, porque de alguna manera dedicarse al arte es no dedicarse a nada, y como a todo buen apático, esta idea me anima, porque soy demasiado perezoso y estoy más bien en contra de los actos y el movimiento. Ya sé que hay gente que considera que el movimiento es pensamiento, pero amigos míos, les juro que muy difícilmente se alcanzan a imaginar cuántos galones de veneno quedan todavía dentro de este charco quieto, muerto y estancado en que mis letras se remojan… [Esta charca de falsedad y ocio es un espejo oscuro, espeso y perfecto. Nada corre, sale o entra en estas aguas opacas, solamente los vientos mesen tenuemente la superficie, y si lo hacen es porque —a veces— me levanto y ordeno a los dioses que hagan algo, les exijo que me ayuden a mover los hilos sin tocarlos ni correrlos con mis propias fuerzas; los conmino

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a que hagan lo necesario para que pueda poseer a todos los seres móviles y vivientes cuya imagen anhela ser tergiversada en la refracción (lo de “seres” incluye a las “as”)]. Como es de esperar, hay ciertos ejemplos de intentos cercanos al mío. En los setentas Robert Bly editó una antología con traducciones de versos que influyeron en la generación beat norteamericana.4(Toda la información de los pies de página está en internet —y en uno que otro libro impreso, como en este caso—: de ahí la saqué yo, pero los pongo de todas maneras porque

Se trata de algunos escritos del vanguardismo hispanoparlante, un poco de Rilke y Ekelöf, algunas traducciones de poesía oriental y finalmente una breve muestra de estos poetas gringos herederos de los procedimientos (como Gary Snyder o Allen Ginsberg). Bly concluye que ellos recibieron más influencia de autores como Vallejo, Blas de Otero, Neruda y Lorca, que de los surrealistas franceses, por eso no se consideran cercanos a la tradición de la literatura de inmersión en el inconsciente, sino más bien a otra tradición contemporánea, cuya técnica principal sería el brinco (leap). Mientras que los surrealistas se ahogan en el absurdo informe y desordenado de la inconsciencia, la poesía del salto va y viene entre cloacas, rocas, malezas, rascacielos y charcas; toma de un lado y toma del otro, pasa de lo más oscuro e interior a lo más cotidiano y evidente, de lo trascendental y místico a lo ridículo; de lo solemne a lo absurdo y de vuelta; salta entre los planos según lo requiera la emoción, según los designios del impulso espontáneo, que no es sólo un impulso de manifestación de figuras inmaturas e incoherentes, sino que permite al individuo discursivo una combinación constante de facultades cognitivas perfectamente afinadas y volitivas, tanto y tan bien exteriorizadas como los productos de aquellos procesos sensibles primarios hasta un nivel reptiliano —hasta el nivel parasimpático (medular) del procesamiento (“qué cool”).

quiero dar cierta impresión de erudición, saturando el texto para que sea más fácil dividir, confundir y, finalmente: vencer al lector…)

No es gratuito que el grupo de Bretón despreciara la narrativa. Hubo intentos surrealistas de novelar a las malas, como en Nadja, en el Coño de Irene de Louis 4 La imponderable guía Leaping Poetry. An Idea with Poems and Translations (Beacon Press, 1975). El librito debe valer unos pocos centavos —y pronto empezará a desintegrarse— pero le tengo mucho cariño porque me lo regaló una amiga muy querida.

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Aragón o quizá en Thomas el Oscuro, de Blanchot —un surreal periférico—, pero con estos intentos es imposible sentir que te están contando una historia, todo estaba demasiado diluido como para saber que alguien narra algo. El primer surrealista es este animal primitivo que apenas si es pluricelular; prueba de ello es que todavía se halla perdido en el caldo primordial de la inconsciencia. El narrador de la naturalidad, en cambio, es un mamífero acuático, una criatura que especializó sus funciones hasta hacerse anfibio, luego desarrolló pulmones y sistemas vasculares complejos —hasta ser un mamífero capaz de guiarse a la perfección en el terreno seco y sólido de la narrativa consistente—, para finalmente reconocer el poder del automatismo, volviendo lentamente al agua hasta vivir como una especie de delfín. Es el nuevo animal que podrá conocer la profundidad del agua antiquísima sin olvidar que la solidez del terreno también fue suya en otra ocasión. [Las mejores narraciones posmodernas] ejercen la función tan crucial como efímera de recordarnos la capacidad ilimitada que tiene la ficción para alcanzarnos y conmovernos, para hacer que las cabezas palpiten como corazones, y para santificar los matrimonios entre el raciocinio y la emoción, entre la abstracción y la vida vivida, entre la búsqueda de una verdad trascendente y el agobio de las tareas diarias, matrimonios que, en nuestra feliz época de oclusión técnica y marketing de entretenimiento, cada vez da más la impresión de que solo se pueden consumar en la imaginación.5

Pensemos en algunos ejemplos —algunos muy populares y otros muy desconocidos— de estas narrativas fluctuantes de comienzos del siglo xx: - Está Kafka, que logró dar un marco de realismo psíquico al campo perfectamente inconsciente y onírico de los temores ante el sistema —burocrático— y la indeterminación de sus designios.6 La cita es del ensayo de Foster Wallace sobre Wittgenstein’s Mistress, de David Markson (En Cuerpo y en lo Otro. Ramdom House, 2012). Leí uno de sus libros de ensayos y añadí un par de citas de allí una semana después de haber terminado las correcciones de este escrito. Ahora al releerlo me sorprende lo bien que se acoplan, hasta parece que el pensamiento wallaciano fuera la columna vertebral del texto. Esto me entristece, porque al comienzo creí estar diciendo cosas muy originales, pero a la vez me alegra haber podido acercarme tanto a sus gustos, conclusiones e inquietudes teóricas leyendo sólo un par de narraciones; esto sugiere que mi búsqueda es bastante cercana, o que conservo intacta la intuición intelectual —aun cuando no pase con el resto de mis facultades (ir)racionales. 5

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Sus mejores obras a este respecto parecen ser El Proceso y El Castillo. Recomiendo las ediciones de

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- Está Pessoa. Hizo poca narrativa, y siempre narró de una manera bastante ensayística, pero es el rey de los escritores despersonalizados. A él —y tal vez a Beckett— debemos la certeza de que la neutralidad conduce a la teatralidad, y esto puede automatizarse de una manera encausada, perfeccionarse en la naturalidad del salto grácil. Pessoa representa además la medida en que el fingidor accede a una mística de la falsificación que es, no obstante, plenamente verdadera.7 - Está Gombrowicz,8 que pudo aprovechar los disparates de la mente infantil relegada y reprimida para dar cauce a una de las alegorías más poderosas y precisas de su siglo. Hizo la novela más disparatada, la menos seria y a la vez la más causal y precisa psicológicamente.9 “Resulta significativo que únicamente escritores de Europa del Este y América Latina hayan conseguido casar los materiales del espíritu y el sentimiento humano con el distanciamiento paródico que la experiencia posmoderna parece requerir.”10 - Está Luis Tejada (es extremadamente importante sentar algún precedente local). Hizo este libro magnífico de pequeñas crónicas sobre objetos, lugares y Alianza, que se consiguen muy baratas —y hasta piratas— en la Bastilla. Kafka logra introducir al lector en un mundo inverosímil, que aparece aterrador justamente por su capacidad de hacerse creíble sin llegar a ser plausible en los términos del realismo de su tiempo —o de cualquier otro tipo de realismo—. 7 La narrativa de Pessoa es la parte más dispersa de su obra. Hasta donde he podido encontrar no escribió novelas, pero sí varios cuentos y fábulas, todos sumamente poéticos a la vez que abstractos y rigurosamente cerebrales (así, como escribía el hombre). Hay una edición muy cara de la editorial Páginas de Espuma: 448 páginas de Cuentos. En lo personal prefiero las selecciones de Tragaluz, con pocos textos por libro, pero un tanto más baratas y muchas veces en edición bilingüe, con fotos de facsímiles, manuscritos y hasta pruebas tipográficas.

En sus anotaciones acerca de su novela Cosmos (Seix Barral, 1967/2002), Gombrowicz define muy bien el tipo de narración al que apuntamos: “¡Qué de aventuras, qué de incidentes con lo real durante esta inmersión en el fondo de las tinieblas! Lógica interior y lógica exterior. Astucias de la lógica. Riesgos intelectuales: las analogías, las oposiciones, las simetrías... Ritmos furiosos, acelerados bruscamente, de una Realidad que se desencadena. Y que estalla. Catástrofe. Vergüenza. La realidad que de pronto se desborda debido a un hecho excesivo. Creación de tentáculos laterales..., de cavidades os-curas..., de fracturas cada vez más dolorosas... Frenos... Curvas... Etc., etc., etc. La idea gira en torno a mí como un animal salvaje... Etc., etc. Mi colaboración. Yo en el lado opuesto, en el lado del rebus. Intentando completar ese rebus. Arrastrado por la violencia de los acontecimientos que buscan una Forma. Es en vano que me lance a ese remolino, a expensas de mi felicidad... Microcosmos-macrocosmos. Mitologización. Distancia. Eco. Irrupción brutal de un absurdo lógico. Escandaloso.” 8

Hablo de Ferdydurke. (Torre de Letras, 2015). (Tengo una edición cubana que también trae la conferencia Contra los Poetas). El libro es sobre la travesía de un tal Pepe. Tras cumplir treinta años, se ve obligado a emprender una epopeya en busca de la autonomía, reconocimiento y respeto del mundo adulto, mientras intentan encogerlo, devolviéndolo a la infancia para dejarlo atrapado en la inmadurez cultural, moral e intelectual y así poder manipularlo como mejor le parezca a quienes sí lograron parecer adultos —aunque a veces también los niños lo manipulan. ¡Vaya que es un pobre desgraciado,sin voluntad ni carácter! 9

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Foster Wallace, en su comentario sobre un poemario de Zbigniew Herbert. En Cuerpo y en lo Otro (Ramdom House, 2012).


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costumbres de la vida cotidiana. Allí se escabulle —con un descaro delicioso— entre la prosa periodística, la parodia de propaganda política, la parábola de una filosofía profunda acerca de lo inmediato —reflexiva y meditabunda— y una dosis arrobadora de la poética simple de los objetos y los espacios, todo perfectamente afinadito y ondulatorio de cabo a rabo.11 - Está José Restrepo Jaramillo (segundo referente local). Discípulo de Carrasquilla y pluma moderna por excelencia del modernismo tardío. Escribió la primera meta-novela nacional de que haya podido saber. Un hombre narra en primera persona los eventos que rodean la composición de su novela; constantemente transcribe fragmentos (quizá mentalmente) de modo que la novela que uno lee se convierte en la que él escribe por tramos —a veces sustancialmente prolongados—, o se vierte en una especie de manual de cómo escribir la novela que él está escribiendo/viviendo/realizando. Lo mejor es cómo las partes directas y reflexivas de su pensamiento se entremezclan con su imaginación y sensibilidad más remotas, dosificadas por el ritmo necesario del caudal creativo.12 - Y está Joyce, que —al igual que Faulkner y Woolf— nos enseñó el arte de novelar “a conciencia” y en perfecto orden, pero sin guardarse absolutamente nada, sin escatimar un solo penique de técnica y conciencia, ni tampoco un solo chelín de inconsciencia y espontaneidad.13 11 El libro de crónicas (Norma, 1997). Según sé el tipo fue casi un desconocido en vida, pero en la actualidad su pequeña obra, esa brillante combinación de géneros —y sobre, todo, de ámbitos y talantes de la existencia— cobra una vigencia asombrosa. Tejada consigue acercar realidades cotidianas perdidas en planos que sólo se hacen asimilables mediante los procedimientos simbólicos del salto. Tiene una idea clara de lo que espera expresar en la crónica, la noticia que quiere comunicar y su postura ante ella, pero su medio para plasmarlo es una asociación vertiginosa de ideas bellamente cercana a los métodos surrealistas; como en El automóvil, que comienza ofreciendo su postura acerca de la noticia de un hombre que fue atacado por la muchedumbre tras atropellar a un anciano, para luego volar en este torbellino de imágenes geniales que plantean cómo el automóvil es un animal de otro mundo, mientras que el ser humano tiene algo suyo en todos los animales y objetos con formas más naturales.

La novela de los tres y varios cuentos (Ediciones Colombia, 1926). En este país no habría nada más de este estilo hasta la generación del boom-latinoamericano, con la novelita de Cepeda Samudio, el realismo mitológico de Zapata Olivella y el realismo mágico de García Márquez, y los narradores de vanguardia de las generaciones que les siguieron, como Humberto Rodríguez Espinosa, Luis Diaz-Granados, Evelio Rosero y Andrés Caicedo, siendo el paralelo más notable esta novela maravillosa de Eduardo Caballero Calderón: El buen salvaje. 12

Esta idea la leí en los comentarios de un tal Edmund Wilson, citado por José María Valverde en el prólogo de su traducción (si Valverde lo cita debe ser un tipo muy importante, porque Valverde es importante e influyente y me parece que citar su cita podría contagiarme algo de dicho prestigio): “…Joyce, incluyendo todas las bajezas, hace que sus figuras burguesas conquisten nuestra comprensión 13

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De algún modo, ante la obra de Foster Wallace asistimos a presenciar los efectos más recientes de un conjunto de premisas que se gestaban desde el inicio de la narrativa posmoderna (en este caso la anglosajona), allá en los años treinta y cuarenta. Durante el siglo xx el panorama literario estaría fuertemente condicionado por dos posturas conceptuales protagónicas, una sería la que vino con lo aventurado por el freudismo, las ideas que proponían un nuevo hombre que se desconoce y debe hallar su verdadera naturaleza desencriptándola por medio de análisis e interpretaciones: nacen el surrealismo y el stream of conciousness; la otra es más actual, y se refiere a la revolución del retorno a la simpleza, en esta línea está la revolución antipoética de Nicanor Parra (quitar los trascendentalismos y la parte falaz y ceremoniosa de la lírica), la revolución de Hemingway, Miller, Algren, Salinger y todos estos novelistas que narran con humildad y en jerga de corriente, sumamente emparentados con la serenidad del antiguo narrador oriental. En Wallace veremos la síntesis: simpleza sintáctica y jerga actual y desenvuelta, pero encausada por un sinfín de saltos entre géneros, actitudes y niveles de la conciencia narradora (es el perfeccionamiento de la literatura de la vieja contracultura, la consecuencia de la escritura espontánea de Kerouac, tanto como de la poética saltarina de Ginsberg y, a lo mejor, hasta de esos engendros toxicómanos y densamente abstractos de Burroughs). La naturalidad es el arte de divagar, ciertamente, pero esto en sí mismo (en su estado más puro) sería más bien retórica, o dilación en la imagen, al modo surrealista y dadá (a efectos imprácticos: patafísica). La naturalidad no es el automatismo, sino el arte literario de fluir con gracia, y no sólo entre los recovecos de la propia (in)consciencia, sino además entre los estratos de otras y respeto dejándonos ver en ellas los dolores de parto de la mente humana, siempre esforzándose por perpetuarse y perfeccionarse, y del cuerpo, siempre trabajando y palpitando para hacer surgir alguna belleza desde su sombra.” (Ulises. Debolsillo, 2009.) Reproduzco el fragmento porque se me hizo bastante conmovedor —quizás incluso más conmovedor que la novela que prologa (quién sabe, aún no la leo toda. “Y muy probablemente no lo hagas jamás. Si yo fuera tú no la leería completa. La vida es corta y los libros largos y densos se hicieron obsoletos. Yo miraría algún resumen y luego haría de cuenta que ya lo leí todo en las reuniones del club de escribientes y otros agasajos sociales. Si me preguntan puedo decir que te leíste cada palabra, hasta la última coma de las 974 paginitas.” Claro…, contando los apéndices y cuadros extraños del final…)

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realidades, entre los recuadros y deformaciones de la tradición y de la técnica, entre los campos del realismo social y los de la pura idealidad —que nunca debieron estar separados, como muchos han querido creer—. En algún punto entre estos diversos desplazamientos algo se rompe, y entonces se genera una nueva entidad: un algo —sin algo— que tiene (adentro) lo otro, pero guarda lo mismo a los lados (“¿otro adentro?”), algo que es todo —lo mismo y un poco de lo demás al tiempo—. El error principal de los surrealistas fue promover la actitud sepulcral de la poesía mística; fue así como los sepultó el esnobismo. Esta es la razón tras las sinrazones que tornaron sus trabajos incomunicables, matando la universalidad primitiva que esperaban conquistar y condenándolos a un eventual olvido14 (sí, olvido: porque es muy fácil decir que el surrealismo fue esto o lo otro, pero vaya pues siéntese a leer a Bretón con auténtica y desinteresada fruición). El Ulises de Joyce es la rectificación necesaria del camino, y no porque sea un gran libro (considerando el volumen o la calidad). Es la rectificación porque Joyce es una de las primeras nutrias —o ballenas o delfines— que viajarían al fondo del abismo incognoscible, pero volverían para ofrecerlo, y hasta diseminado en una buena historia que uno puede seguir (aunque con esfuerzo, eso es innegable), y en un lenguaje frugal y directo (en este caso se trata de parlache dublinés de hace siglo y medio, pero lo que tenga de universal fluye, brinca como peso Walter y sigue pegando duro). Ulises es una novela o muy interesante o muy aburrida, sin puntos de calidad intermedia, pero su gracia recae en que Joyce no discrimina prácticamente nada de su material; no intenta dejar únicamente la parte que suena más hermética, difusa o trascendental; sencillamente no se guarda nada, consigna todo por igual, y la verdad es que la mayor parte de lo que encuentra en su inconsciente son tonterías, divagaciones infantiles y cosas sucias que poco tienen de poesía encumbrada. Y no es que el Ulises carezca de poesía, No en vano dijo el jueguista René Daumal al médico surrealista: “…tenga cuidado, André Breton, de figurar algún día en los manuales de historia literaria”. Los jueguistas apreciaban el inconsciente, pero llevaron mucho más lejos sus ritos literarios: jugaban a la ruleta rusa con un revólver, escalaban edificios y terrazas, arriesgaban sus vidas en rituales absurdos —juegos (jeus…, “o mejor: Grand-Jeus”)— que, si bien hacían muy poco por su literatura, ciertamente los conducían al borde de los límites de la conciencia en experiencias de profunda escisión y auto-enajenación. Lo que dejaron aparece en El Gran Juego. Textos y declaraciones de la revista Le Grand Jeu (1928-1932) (Pepitas de Calabaza ed., 2016) 14

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al contrario, Joyce lleva su ingente novela al campo de la poesía en prosa, pero la gracia es que a pesar de toda la erudición, a pesar de toda la pirotecnia formal, la poética diseminada y el ajuar referencial de la obra, Ulises no intenta ser un libro serio, es completamente sincero acerca del carácter estúpido de sus contenidos, y no se amedrenta ante la posibilidad de que lo más sublime aparezca contiguo y enlazado con lo más trivial, tonto y desagradable. No es lo que Joyce encontró, sino el rigor con que su búsqueda quiso ofrecer una especie de totalidad nudosa, frívola, profunda, fétida y únicamente sesgada por la estructura básica de su mente —dada al lector (casi) en tiempo real—. Blanchot y Bretón, en cambio, intentan que sus novelas se queden en la quintaescencia, en la sensación primaria de lo que podría ser narrado, y en esta medida resultan intrépidos en la misma medida que imbricados y pomposos. Ahora pensemos un poco en las direcciones que podrían tomar nuestros brincos narrativos [los mitológicos subterfugios en perpetua clausura que la desenvuelta jovialidad del “estilo natural” pudiera abrir]. (“¿Es el momento delicioso en que te pones geométrico y modular?”) Imaginemos que entre el cuento que cuenta la historia de cómo escribo este texto (la composición de lugar sobre el culo de mi vecina) y el ensayo en que se explica lo que es la naturalidad, media una pared que atravesamos de derecha a izquierda. Entre estas dos composiciones simultáneas —que no son la misma: para evitar el monismo, el tomismo y toda presunción escolástica (puede parecer que digo este tipo de cosas para hacerme el inteligente, pero no lo hago; es al contrario, sé que soy poco-inteligente porque no puedo expresar mis pensamientos sin dar rodeos o remitirme a cosas externas; es porque en realidad carezco de naturalidad, por eso la busco y la anhelo y estoy tan perfectamente facultado para escribir acerca de lo que es, pues tengo fe en que, si logro dominarla como procedimiento literario, algún día podré también aplicar estos hallazgos a la vida social y amorosa. “Nota cómo en esta parte te deslizas hacia abajo, hacia un vuelo confesional de notas sublimes, y nota también cómo ese nivel de prosa confesional emergió de tu más sincero automatismo... Comienzas a ponerte 64


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ingenioso, y casi sin darte cuenta, McPiti”)— o mejor, entre las partes de lo que las composiciones pudieron haber sido —de haber tenido quien respondiera por ellas—, media un piso (que es a la vez techo, como todos los pisos). Abajo del cuento-ensayo está el departamento del ensayo-artículo, encima de éste va el de la novela-epistolario, y encima la crónica-Poemaenprosa (Tejada, de nuevo); encima de todos se planta el flamante pent-house de la poesía-catálogodedildos; debajo del ensayo-monólogoteatral está el informe-crítica, y así. Hay además otros atributos —y etiquetas— que no están separados por paredes, sino únicamente por la distancia espacio-temporal; intersticios como el que separa lo que se piensa en el momento de escribir de lo que se tiene intelectualmente elaborado debido a lecturas previas; o el que hay entre cada uno de los países y fechas de nacimiento de los autores que aparecen en los pies de página; o el que separa las puras chorradas para despistar al lector del verdadero sentido poéticopseudosófico de este escrito (y eso suponiendo que exista tal cosa. “¿Qué cosa, el ‘verdadero sentido poético-pseudosófico de este escrito’, o los supuestos muros e intersticios?”). [Aquí podría seguir una parte muy coqueta en que todo se hace sopa y mi yo se descentra y disloca y decanta en polvo estelar y cae sobre mí en una combinación de miradas celestiales comprobando que tengo razón y nunca fui ninguno y por eso puedo florecer en la palabra que es el vacío mismo y a la vez cagar y crecer afuera de ella vigorizado por el genio que la fluidez y la gracia que mi naturalidad precisa y neutral y artificial y quejosa y afilada me permite y es por eso que esta parte que debe ir aquí debe estar escrita así de un solo tirón y sin signos de puntuación para que quien la lea sienta cómo el tiempo y la mente son una ilusión y el discurrir es la muerte misma arrancándole el aire al guargüero para metérnoslo en las venas y estallarlas como si fuera el aditivo maldito que hace temblar el motor de un coche cuyo choque estrepitosamente estrellado contra la pared del arte escritural me convierte de repente en el mismísimo Foster Wallace que al final de El Mismo Neón riega o reniega o delega su identidad de narrador de modo que ser él me convierta a la vez en este otro tipo rico y huérfano y suicida en que él se convierte al narrar una personalidad imposible despersonalizando 65


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su culo tallado en agudeza psicológica de genio más atribulado que Shinji15 y más despersonalizado que Ichi el Asesino16 representando otra especie de cuento que siembra la duda y el aislamiento y el cansancio y las semillas de la muerte interior que es lenta tan lenta como algo que se burla de nosotros retrasando su llegada porque caer muerto es tan perfectamente conmovedor pero también tan perfectamente gracioso si tenemos en cuenta que morirse es de lo más fácil y estúpido y más cuando uno es o tiene o va en un carro de mierda ahora y nunca y antes y siempre aplastado o al menos concebido o supuesto o premeditado para estamparse contra una pared imposible que aparece en un relato extraño con mucho de drama y de informe y de ensayo que lo deja transfigurado en una pieza móvil y sutil del flujo del devenir del pensamiento para correr una historia de la historia fría y casi cruel o casi neurológica o casi quirúrgica de una manera neurológicamente cruel acerca de lo que es creer que uno avanza cuando intenta moverse y dejar que las cosas pasen y se sucedan en secuencias aparentes que al final sólo se alejan sin decirnos nada del dejo constante de incongruencia y mismidad y alteridad que devora la vida y queremos gritar y salir corriendo hacia lugares que aún no hemos inventado porque ahora sabemos cómo todo esto se relaciona con nuestra incapacidad para ver y encontrarnos y acercarnos y mantenernos cerca los unos de los otros al menos por el tiempo necesario para sostener una liviandad en el vivir que es algo imprecisa y para cuya definición y posterior asimilación necesitaremos primero saber cuánto tiempo necesita el aplastamiento contra la inercia y cuánto requiere la cercanía que podría salvarnos o al menos mantenernos lo suficientemente cerca durante el tiempo suficiente o 15 Shinji Ikari es el Protagonista de Neon Genesis Evangelion, un animé de Hiedeaki Anno (Gainax, 1995). Por lo que pude entender tras ver la serie, las Ovas, las películas (las viejas y el Rebuild) —un par de pares de veces cada pieza—, me ha quedado la vaga impresión de que Shinji representa la ambivalente vulnerabilidad propia de la condición espiritual del género humano. Es un ser egoísta, servil, inseguro, solitario y rencoroso, completamente necesitado de afecto, estímulos y reconocimiento, pero incapaz de reclamarlos —o suplicarlos siquiera—, porque se teme a sí mismo y a los demás; todo contacto con el mundo de otro lo hiere, así que no logra vislumbrar ni de lejos la importancia que podría llegar a tener su propia vida si asume algún rol por iniciativa propia. Es muy interesante la trama, porque en algún punto se ve en una posición en que evitar o adelantar el fin de los tiempos depende de la actitud que adopte hacia la vida, su historia personal y la reconstrucción de sus deseos y vínculos.

Ichi the Killer de Takashi Miike (Media Blasters, 2001) es una película de gore/splatter que contiene en su interior un thriller psicológico aberrante sobre la vida de un asesino de mafiosos llamado Ichi. Lo feo es que el pobre no tiene personalidad ni recuerdos. Un viejo musculoso lo programó para ser una máquina asesina, exacerbando sus vacíos mentales y los traumas emocionales venidos de una vida anterior indeterminada. Es un personaje bastante patético: cuando no está destazando a alguien —con las cuchillas en las piernas y brazos de su traje de power-ranger homicida— es un adolescente retardado que se hace la paja, llora y juega todo el día en su ps1… (“Qué lindo; como cuando teníamos 16”). 16

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posible o insuficiente o amoldable o imposible que no nos dejará morir de frío para que después transformados por la belleza del contacto queramos operar una reacción en cadena que nos haga más sinceros y simples y capaces de amar a pesar de desconocer el significado del amor y de la humanidad y todas esas cosas eternas pero también mortales y rastreras y por eso aquí debe ir esa parte incómoda pero inevitable que lo dice todo de todo tan rápido y tan bien y de un modo tan sincero y directo y convincente y casi al mismo tiempo todas las palabras como irradiadas en un haz de luz cegadora que revela y oculta a la vez ese simulacro de contención del discurso y del tiempo y de la soltura porque nada se nos revela o antoja o bosqueja más luminoso y especial que los dibujos inentendibles a los que damos una connotación sexual y estos párrafos largos en prosa poética-narrativa-ensayística-cool que flota y huye y se derrite y reinventa como torreones desmoronados de fichas de lego vivientes saltando en picada sin necesidades ni consecuencias ni signos de puntuación propios de gramáticas tiranas que quieran detener su camino hacia la generación explosiva de nuevas formas evanescentes. (“Es lo que debiera ir al final, pero mejor sería que no lo pongas de esa manera. ‘Las grandes cosas exigen que no las mencionemos o que nos refiramos a ellas con grandeza: con grandeza quiere decir cínicamente y con inocencia’”. Entonces sería mejor no poner nada)]. Nos haríamos un gran favor dejando de escribir. {A la larga es lo mismo separarse en miles de voces que comprimir a la humanidad completa en el temblor de una sola garganta. La disgregación es unidad en el fondo, en el mismo sentido precioso en que el Zen nos anuncia que el vacío es la verdadera esencia de la forma. Nunca recen por los muertos ni por los que están por morir. Todo es imagen, imagen hueca que se aleja lentamente hacia la ilusión deletérea del espacio en movimiento.

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Durmamos en calma. Pronto la vida y su noche serán nuestra humareda. Pronto seremos detenimiento y olvido. Por ahora todo canta su propia ausencia. El ojo está abierto. Todo es revelación o vanidad} Toby D. redactó lo que sea que digan estas hojas desde el centro rumoroso de Media-ying-citi, finando con este acto el primer ciclo del año 19.

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Referencias AA. VV. (2016) El Gran Juego. Textos y declaraciones de la revista Le Grand Jeu (1928-1932). La Rioja: Pepitas de Calabaza ed. Anno, H. (1995) Neon Genesis Evangelion. Tokio: Gainax. Bly, R. (1975) Leaping Poetry. An Idea with Poems and Translations. Boston: Beacon Press. Bukowski, C. (2014) Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones. Barcelona: Anagrama. Foster Wallace, D. (2012) En Cuerpo y en lo Otro. Buenos Aires: Ramdom House. Gombrowickz, W. (2015) Ferdydurke. La Habana: Torre de Letras. _______ (2002) Cosmos. Barcelona: Seix Barral. Jarmusch, J. (2016a) Gimme Danger. Estados Unidos: Low Mind Films; New Element. _______ (2016b) Paterson. Estados Unidos; Francia; Alemania: K5 International; Le Pacte; Animal Kingdom; Inkjet Productions. Joyce, J. (2009) Ulises. Bogotá: Debolsillo. Kitase, Y. (1997) Final Fantasy vii. Tokio: Square. _______ (2001) Final Fantasy x. Tokio: Square. Miike, T. (2001) Ichi the Killer. Japón: Media Blasters. Restrepo Jaramillo, J. (1925) La novela de los tres y varios cuentos. Bogotá: Ediciones Colombia. Tejada, L. (1997) El libro de las crónicas. Bogotá: Norma. 69



©José Rengifo Delgado, 2019 ©Miguel Ángel Urrego, 2019 ©Pablo Armijos, 2019 ©Tobías Dannazio, 2019 Las ilustraciones fueron hechas por José Rengifo y Miguel Á. Urrego a partir de:

La pintura Mingus in Mexico, de David Salle; un pantallazo del capítulo The Mysterious Voyage of Homer (T8, E9), de la serie The Simpsons; el reverso de una carta de Yu-Gi-Oh!; un meme con un man con corte de cabello en forma de gafas, de autor desconocido; una fotografía de un famoso concierto de la banda japonesa de noise Hanatarash, tomada por Gin Satoh; fotografía de Arnold Schwarzenegger, tomada el 5 de octubre de 1976, por Jack Mitchell; la pintura L’Atelier du peintre, de Gustave Courbet; una imagen del Inmisericorde Chile de Quetzalzaltenango, que sirve de una ilustración de una carta del juego Magic: The Gatering hecha por nosotros en la página de customización de cartas https://mtgcardsmith.com

En esta plaqueta se usaron las fuentes tipográfícas: Poly y Butler para la portada y Times New Roman para el cuerpo (la vieja confiable)

ISSN: 2665 - 6299 Se imprimieron ___ ejemplares en Bogotá en Noviembre de 2019 cerca a la Biblioteca Luis Ángel Arango.







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