Otro Sur #1

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AntologĂ­a del Taller de Escritura Localidad Tunjuelito, 2017


CONTENIDO Prólogo

POESÍA 5 Naufragio. Socorro Maury • 6 Cotidiana. Johanna Díaz • 7 Titilar. Lina Barrantes. Otro. Daniel Méndez • 8 Solo en ti la ciudad. Rausán Arenas • 9 Al fin. Giovanni Clavijo • 10 A un viejo desconocido. Brayan Zamora • 11 Turno de partir. Camila Murillo •

12 Miniatura. Alexander Orjuela. Rito incumplido. Cristian Parrado • 13 Recuerdos. Rausán Arenas. Me persiguen. Socorro Maury.

NARRATIVA 15 No dejen salir a la abuela. Yady Rodríguez • 16 Todos los días sopla agosto. Daniel Méndez • 17 A mi amada Irina. Primer vuelo. Lucio Alejandro Garzón • 18 Volver. Daniel Méndez • 19 Libertad. Fatalidad. Reynaldo Bernal • 20 Ahora. William Castro • 21 Diario. Violeth Galindo • 22 K. Reynaldo Bernal • 23 Ramas. Brayan Zamora •

24 El sorteo. Yady Rodríguez • 25 Días púrpura azulado. Johanna Díaz • 26 El baúl. Giovanni Clavijo • 27 Angélica. Socorro Maury • 28 Gata. Camila Murillo. El monarca. Cristian Parrado • 29 Crónica de un viaje al Sur. Lina Barrantes • 30 Un decálogo (+2)

OTROSUR DIRECTORA Leidy Johanna Díaz Ramos DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN Giovanni Clavijo Castillo PORTADA Y CONTRAPORTADA Irene Méndez ILUSTRACIONES Socorro Maury e Irene Méndez INTEGRANTES DEL TALLER Raúl Arias, Lina Barrantes, Reynaldo Bernal, William Castro, Giovanni Clavijo, Violeth Galindo, Lucio Garzón, Socorro Maury, Daniel Méndez, Camila Murillo, Alexander Orjuela, Cristian Parrado, Yady Rodríguez, Brayan Zamora

OTROSUR es una publicación alternativa de libre distribución. Las obras se atribuyen a sus autores. Se permiten obras derivadas bajo la misma licencia.

Bogotá, noviembre de 2017.


No estoy escribiendo para ningún lector, ni siquiera para leerme yo. Escribo para escribirme yo; es un acto de autoconstrucción. Aquí me estoy recuperando, aquí estoy luchando por rescatar pedazos de mí mismo que han quedado adheridos a mesas de operación, a ciertas mujeres, a ciertas ciudades, a las descascaradas y macilentas paredes de mi apartamento montevideano, que ya no volveré a ver, a ciertos paisajes, a ciertas presencias. Sí, lo voy a hacer. Lo voy a lograr. No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida.

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OTROSUR, otras palabras, nuevas voces. El sur se despierta, se narra, se cuenta, se traslada y metamorfosea. Aquí estamos. No queremos el silencio, porque nuestra redención (si es que la tenemos) está en las palabras. Esta es la antología del taller de escritura de Tunjuelito (IDARTES, 2017), quince voces que salen a dar una vuelta y a saludar al vecino: “hola veci, venga le echo un cuento”. Sean bienvenidos a un paseo por estas voces sureñas. LJDR.

Ilustración: Socorro Maury

De Diario de un canalla. Burdeos, 1972. Mario Levrero.


POESÍA


Naufragio Ámbar reposa su pesada cabeza sobre mi regazo. La suavidad de su pelo invita a un paseo de caricias como si caminara descalza entre el pasto frondoso. Mis dedos infantiles hacían lo mismo, en la espesura de una barba bien poblada como era la de mi padre. Solo que allí, el paseo se tornaba difícil, igual que andar a trompicones en la noche o en caminos pedregosos. Desde otra habitación una voz de hombre tararea una canción. Como veneno anhelado, la fragancia varonil penetra y activa la imagen paterna, borrada a fuerza del desencanto y la ausencia. Botella blanca de vidrio pintado o tal vez porcelana fina; el barco en azul izando sus velas, anuncia el viaje, tal vez el naufragio. Old Spice, premonición del desamparo y sin embargo, nada más próximo a sentirme en casa.

Socorro Maury

Ilustración: Socorro Maury

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Ilustración: Irene Méndez

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Cotidiana Yo, la indómita, la pequeña pantera que rasguña tus noches, la despiadada, la maledicente, la que calla los temblores de tu matemática cartesiana, la que no cree, en ti, ni en otros, amarga y salada. Yo, la que no me importo, la que no me juzgo, y que bailo sin medias por la casa. Yo, bendigo mi vida, amada y propia, con los opuestos de mi lado, hasta que la muerte me separe.

Johanna Díaz


Titilar El reloj marca las 10:45 p. m. el segundero es un pequeño avión que da la vuelta al mundo en un minuto dejando tras de sí solo el paso del tiempo Avión pequeño y solitario En el silencio de las noches puedo sentir su delicado y obstinado titilar A veces siento que se detiene que paraliza Segundos pasajeros instantes perdidos

Lina Barrantes

Otro Ahora que ya remonto la mitad del camino de mi vida y el espejo que en ocasiones desconoce mi mirada pregunta por el otro, por el cada vez más ausente yo que ya no soy por aquel que solía ser eterno no le respondo, no sé qué decir, estatua de asombro soy ante el paso del tiempo, la dulzura cáustica de la vida, mella y consume mi existencia sin quitarme las ganas de vivir; paradoja de la vida Vivir siempre ¡Siempre vivir!

Daniel Méndez

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Solo en ti la ciudad Todas las calles fluyen hacia ti deambulas en ellas como esa sombra obsesiva de un añejo recuerdo que me sigue. Me detiene la luz de un semáforo aviva ese cálido destello equidistante que suele aparecer en tu mirada. Escucho el sonido de un ave que dormita sobre la rama de un árbol que se niega a naufragar en el paisaje de los edificios. Dentro del alma está enquistado el temor de morir en las calles de ser atrapado por la nostalgia que corroe al transeúnte. Solo a tu lado la ciudad puede desvanecerse.

Rausán Arenas


Al fin

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Al fin nos pusimos de acuerdo después de tantos paseos erráticos de tantas pérdidas en la espera de tanta luz comiéndose las esquinas Bastó con ocupar tu lugar y vestirme de encajes (bastó) con recordar el brote de tu espalda y tus líneas curvas e hipocondríacas Al fin nos pusimos de acuerdo con el número exacto de tus lunares y el peso aproximado de tus tragedias tempranas Subimos al techo y miraste hacia las colinas con ese aire de princesa caída en desgracia Y al fin comprendí tus modales toscos tu orfandad sureña, tu envoltura agridulce tu vocación militante, tus coreografías arrebatadas Pero siempre dudo ¿Al fin nos pusimos de acuerdo?

Ilustración: Gio Clavijo

Giovanni Clavijo


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A un viejo desconocido Te miro de soslayo y veo desdén, observo tus ojos, tu mirada vacía, haces una mueca, pides ayuda a gritos. Sé que me temes, por eso no te atreves a hablarme, te conformas con imitarme torpemente. Odio todo de ti: tus ojos inexpresivos, tu nariz desalineada, tus cabellos sucios y desordenados. Eres alguien que jamás debió existir. ¿No te cansa la monotonía encerrado en ese cristal, en ese extraño y frío mundo? Condenado a repetir todo por una eternidad, ni siquiera Sísifo ha tenido ese castigo. Pobre de ti. Aún siendo miserable, te adoran. En ti solo veo a un viejo desconocido que odio y que me odia. Pobre de nosotros.

Brayan Zamora


Turno de partir El edificio se consume en llamas No te burles de mĂ­, no aparezcas ahora Te veo tras el humo No eres real, te fuiste Las cenizas se esparcen La cortina se incendia El sonido de la sirena tras la puerta No es mi fiebre, tampoco mi llanto No aparezcas ahora es mi turno de partir

Camila Murillo

IlustraciĂłn: Irene MĂŠndez

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Miniatura Eres la mejor lectura en noches solitarias Pincel que detiene el tiempo Pasos bajo la sombra de la luna.

Alexander Orjuela

Rito incumplido Dicen que la muerte es solitaria como un enfermo al que nadie visita solitaria como una separaciĂłn o cuando los hijos se van de casa solitaria como las calles en toque de queda o como un kamikaze en su Ăşltimo vuelo. Dicen que la muerte es solitaria ÂżAcaso la vida no?

Cristian Parrado


Recuerdos La noche atrapa la memoria quiebra los cristales del silencio. Transpiro inevitable el sabor de una piel que te nombra. Descubro con asombro que el adiós es más profundo que la muerte. Sin su voz todo sitio es ausencia.

Rausán Arenas

Me persiguen Las vertientes amorosas de tus letras en azul, las hebras de cabellos que reclaman su tiempo. Los demonios; los tuyos, los míos, los de otros. Persigo las ventanas sudorosas que sollozan pensamientos detenidos. Nos persigue la inclemencia del tiempo y la agradezco. ¡Estás aquí! Ya no te persigo.

Socorro Maury

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NARRATIVA


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No dejen salir a la abuela Cuido a la abuela. Se la pasa acostada o sentada en una silla como en una foto. Su única compañía es un viejo pájaro. Una mañana, mientras la abuela duerme, abro la jaula para liberarlo, pero el pájaro se queda quieto. Meto la mano y lo agarro. Puedo sentir cómo su pequeño cuerpo palpita cada vez más rápido. Abro la ventana sin soltarlo, dejo que el viento le agite las plumas de la cabeza y lo despeine. En fin, le muestro el mundo. Lo lanzo suavemente hacia arriba para que extienda sus alas y viva feliz el tiempo que le queda. El pájaro no emite ningún sonido mientras cae. Durante el descenso, esconde la cabeza entre sus alas. El único movimiento que hace es rebotar un poco al tocar la acera. Bajo corriendo con temor de no encontrarlo allí, donde lo he visto por última vez. Me falta el aire, salgo a la calle y sigue tendido en el suelo. Tomo su cuerpo, ya no vibra como antes. Mientras subo las escaleras, la cabeza del pájaro se mueve de un lado al otro. Lo acomodo en una esquina de la jaula, como si durmiera. Al día siguiente, me despierta la voz de mi mamá que se despide, me dice que va a sacar a la abuela a tomar un poco de aire. Me levanto de la cama, corro descalzo hacia la puerta, la bloqueo con pies y manos mientras grito: ¡No dejen salir a la abuela!

Yady Rodríguez


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Todos los días sopla agosto

E

ra un día importante, un momento de celebración familiar. Papá y mamá estaban poniendo todo a punto: las telas, los colores, las dimensiones, los diseños. No me sentía bien esa mañana, tenía mareo otra vez pero no se lo dije a nadie, no quería ser el hazmerreír de todos nuevamente; pero sí, estaba mareado y ante la expectativa de la celebración mi ánimo decaía cada vez más, quería encontrar un pretexto para no salir, una razón valedera para no enfrentarme de nuevo al vacío. Al miedo vergonzante. Temblaba. Afuera soplaba agosto como todos los días; mi madre, mi padre y mi hermana −la debutante−, llegaron hasta donde me ocultaba disimuladamente, mi padre me miró con preocupación pero no dijo nada, mi hermana ni me determinó y decepcionada salió arrastrando su estupenda cola de colores lista para estrenar. Mi madre me dijo: mijo, yo no sé qué es lo que le está pasando, pero esa pendejadita de negarse a volar por miedo, tiene que cambiar, nosotros somos cometas y como cometas nos comportamos.

Daniel Méndez


Lucio Alejandro Garzón

A mi amada Irina Son las doce de la noche, duermo profundamente y en mi sueño veo que siempre estaremos juntos; de repente, despierto y siento un calor que calcina mi carne, hay tanto humo que no me deja respirar. Mi primer pensamiento eres tú, Irina; quiero volar entre las llamas para acariciar tu rostro, recorrer tu cuerpo y decirte que te amo como el fósforo a la llama que por ella entrega su cabeza. Espero que cuando recibas esta carta, mi última carta, sientas que estoy contigo para toda la eternidad. Tuyo, Alejandro.

Primer vuelo Tenía nueve años cuando por primera vez me encontré ante un avión, estaba junto a mis padres y hermanos. Pregunté: ¿cómo podremos viajar en ese bicho si no puede mover sus alas como lo hacen los pájaros?. Mi padre trató de explicarme pero yo seguía invadido por el asombro, pasaron varios minutos antes de subir, en el recorrido fui perdiendo el miedo, mirando las selvas y los ríos que parecían caminos largos; luego de una hora que se hizo lenta, llegamos a la Serranía de la Macarena. Ya en tierra, a salvo, confensé mi angustia por ese pájaro gigante y blanco que se confundía con la luz del sol.

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VOLVER Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar…

Volver. Qué melodía. Dramáticamente bella, así como son los tangos. Bandoneón, misterioso pájaro que abre y cierra sus alas cantoras volando hacia todas partes, piano que conduce y acompaña a esa voz que irrumpe clara, sentida, llena de su propia savia, ubicada en medio de una gama de colores clásicos; aquellos que pintan las melodías tangueras, siempre sentimentales, nunca cursis. El tango no es mi música, es la música de mi viejo, él me la heredó. Por eso cuando escucho tangos oigo solo bellas voces: la voz del bandoneón, la del piano, la voz del cantante, la voz de la canción, y en un primer plano, la voz de mi viejo cantando, con su encanto, con su medida justa, con su sentimiento sin igual.

Daniel Méndez


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Reynaldo Bernal

Libertad Debía franquear los límites del presidio, no podía ser de otra manera. Todo hombre es creado para ser libre, lo sabía. Así, llegado el momento, aunque vacilante por abandonar el lugar que fue prisión pero también resguardo, se abrió paso hacia la libertad y emitió su grito de soberanía a todo pulmón, mientras el doctor cortaba el cordón umbilical.

Fatalidad El conde resuelve clavarse la estaca justo en el corazón cuando descubre que, luego de estar con su amada bajo la luz de la luna, no puede verse reflejado en el espejo de sus ojos.


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Ahora

A

hora que ya no soy más joven, tiendo la vida como ropa en la cuerda; húmeda, ajada por el rigor de las costumbres. Alguien en el fondo del cuarto enciende la luz y de la tela se asoman flores escondidas. Así, la vida reposa extendida en los patios de todas las casas. Camino de espaldas evitando tropezar con el pasado. Con el alma al revés, si es que ese no es su derecho, comprendo​que el futuro no es más que un atajo a los mismos recuerdos, a los mismos olvidos. Ahora que ya no soy más joven, la mano derecha está llena de tinta, de letras; tanto, que cuando acaricié a mi última amante, antes de matarla en un relato, le dije: te amo, no te vayas, rozándole apenas con mis dedos su mentón.

William Castro


DIARIO LUNES Día espantoso, debería ser siempre festivo. Tal vez los dulces de melocotón fueron el problema de mi niñez. MARTES O tal vez fueron aquellos juguetes por los que peleaba con mi hermano. Por fin pude coger puesto en el tren. No me caí.

MIÉRCOLES ¿Por qué me cela si no somos nada? Es lindo que lo haga. JUEVES No puedo con estos entrenamientos, son cada vez más exigentes. Aguantaré. VIERNES No salí, prefiero estar en casa. SÁBADO Hubiera salido, pero tengo que ahorrar (llegan los cumpleaños). O tal vez...

Violeth Galindo

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(22)

¡He matado a alguien! Acabo de hacerlo. Veo el bermellón espeso que a borbotones trepa las paredes del cuarto solitario, manchando las vigas del edificio, escurriéndose por zanjas y ductos, cubriéndome. Percibo pasos trepidantes en la escalera común. Unos bajan, otros suben. El disparo se oyó en todos los apartamentos, me doy cuenta porque las puertas se abren y las personas se sienten salir. Corren, preguntan con desconcierto: ¿dónde ha sido? Conozco a mis vecinos y sé que hombres y mujeres se miran entre sí buscando al ausente, al que debe estar muerto, al inquilino que no ha salido a chismorrear, al que acaban de matar con ese estallido súbito que a todos levantó de sus camas tibias de viernes. Tocan a mi puerta con insistencia, ¡Señor K! ¡Señor K! ¿Está usted bien? ¡Señor K! No puedo responder. Y no tienen manera de saberlo. Aún tengo el arma en mi mano, humeante de complicidad. Y mañana, no habrá quien me sepulte.

Reynaldo Bernal


(23)

Ramas

C

alles desoladas, hombres deshabitados y árboles moribundos que con el movimiento de sus ramas suplican piedad. Ese es mi diario vivir, un constante padecimiento del que huyo a través de sustancias en las que me puedo refugiar y así olvidar los helajes y las llagas que me carcomen. No pertenezco. Nunca lo he hecho. Lo único que puedo llegar a sentir es desprecio por los que, de lunes a sábado, quieren que amanezca muerto y únicamente los domingos me tratan como a un semejante, como a una persona. En ocasiones siento que es mejor complacerlos. Nada importa. Aquí solo tenemos hambre y fe.

Brayan Zamora


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El sorteo

De una nota pegada con cinta en el pie de un cadáver.

Mamá, Hoy, en medio de la catástrofe, tuvimos que escoger quién se quedaba de última para evacuar a los pacientes, así que decidimos hacer un sorteo. Pero cuando lo comenzamos a hacer, mis compañeras con ojos llorosos y voces agitadas, usaron de argumento a sus esposos y a sus hijos. Me rebelé y me defendí con lo único que tengo: tu amor. No fue suficiente para salvarme; no creas mamá, no quería ser una heroína. Puedo decir que nunca había ganado nada y que, ironías de la vida, por primera vez hoy gané un sorteo. Si hubiera sabido lo que pasaría, no habría peleado contigo, ni azotado la puerta al salir de casa. Tal vez te hubiera dicho que sí, que fui yo la que anoche usé tus zapatos altos. Su azul brillante me enamoró y con ellos bailé y agité mis pasos. Sé que igual te hubieras molestado, pero por lo menos me habrías dado tu bendición. Adiós, mamá, ya es tarde. Perdona por usar tus zapatos, esta mañana había pensado en pedírtelos de regalo.

Yady Rodríguez


Días púrpura azulado

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E

l ataúd del abuelo Neftalí entra en la bóveda negra. Un escalofrío recorre mi espalda, contemplo el cielo, ruego que esa imagen no quede en mi memoria: piensa en las cosas buenas, solo las cosas buenas. Lo están enterrando vivo, se me ocurre. Creo que mi familia es capaz de eso. Dos hombres en camisetas esqueleto, bayetillas rojas al hombro, agarran el cajón. Lo introducen en la bóveda. Se agachan, palustre en mano, sobre una mezcla de arena, agua y cemento que ya tenían preparada. Se levantan con los palustres llenos. Untan de argamasa el borde del nicho fúnebre. Acomodan con diligencia las hileras de ladrillos. Uno después de otro. Uno sobre otro. En un momento construyen un muro que nos separa del abuelo. Él se queda en la sombra y el silencio. Nosotros, en la luz y el ruido, todavía.

Ilustración: Daniel Méndez

Johanna Díaz


(26)

El baúl Miró la lista pegada a la nevera: Botar la basura. Pagar el predial. Reclamar los medicamentos. Llamar a Sara. Tachó la primera línea, tarea casi cumplida. Metió dos bolsas pequeñas dentro de una bolsa más grande, tomó las llaves y salió del apartamento. Cinco pisos con un dolor agudo en una rodilla, babuchas garra de oso y la nariz congelada. Caminó hasta la esquina, depositó la bolsa al lado de un baúl grande de madera; recordó que su abuelo tenía uno parecido. Abrió la tapa del baúl, no había nada. Era irresistible: se introdujo en él y cerró. Afuera, alguien silbó una vieja canción de cuna.

Giovanni Clavijo


(27)

Toma el último sorbo de limonada. En el afán de separarse de la silla, tropieza; hala el mantel con la hebilla del pantalón y todo se vuelve catástrofe. Su mujer lo observa, a la vez que detiene su mirada en las manecillas del reloj, que aún no dan su unísono aplauso. Frunce el ceño. Nuevamente ella será quien limpie su imprudencia. Es de noche y Pablo se entretiene desde su mecedora, viendo cómo dos perros se disputan las sobras. No sabe si fue ella, él u otro; lo cierto es que el impacto lo lanzó de bruces al borde del andén. ¿Y ahora? El dolor aumenta con cada cambio de luna. ¿Castigo de Dios? Su pierna ausente se lo recuerda.

Socorro Maury

Ilustración: Socorro Maury

Angélica


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Gata Es una criatura animal que deambula por los andenes. Mueve sus caderas impasible ante la bruma nocturna. Las caricias desconocidas aniquilaron su timidez. Cada luna llena, maúlla en soledad a las crías que no pudieron ser. Duerme generalmente sola, evita los arañazos tanto como las despedidas. Cambió el cielo estrellado por un par de luces de neón. Por cada ronroneo, una moneda cae en sus manos.

Camila Murillo

El monarca El monarca gritó con furia frente a su corte: ¡A partir de hoy, y por decreto real, todos los locos deben ser encerrados! No tardó en darse cuenta de su error. Ahora solo puede contemplar su vasto reino desde la pequeña ventana del manicomio.

Cristian Parrado


Crónica de un viaje al Sur (fragmento)

Nadie adquiere una visión amplia, saludable y generosa si se queda en una esquina de la tierra toda su vida. Mark Twain

T

*

enía solo diez dólares y hasta Guayaquil podía retirar dinero nuevamente. Tienes que perder el miedo a hacer dedo estando sola, me había dicho Marcela. Cuando todo empezó, esta opción estaba lejos de ser considerada, me aterraba la idea de subirme al auto de una persona desconocida, pero ella tenía razón, era necesario hacerlo, de lo contrario mi presupuesto se agotaría pronto. Lo hice. Era la mañana del 28 de febrero, estuve a punto de devolverme y tomar un autobús, pero esperé un rato más. Estando allí los autos pasaban a gran velocidad, sin notar mi presencia. Seguía pensando en las chicas desaparecidas. ¿Cómo estará su familia? ¿Cuándo habrá sido la última vez que hablaron con ellas? Inevitablemente recordaba mis días en Bogotá. Hacía un mes me había ido de casa para recorrer Suramérica, no había sido una decisión fácil, a veces los planes parecían desmoronarse, había picos y valles de momentos en los que estaba más o menos segura de viajar. Todo el proceso anterior al viaje resultó más agotador de lo que pensaba, en parte porque la mayoría de personas volcaban todas sus dudas sobre mí. ¿Pero, vas a viajar sola? ¿Y si te pasa algo? Sin embargo, el miedo disminuyó cuando partí y sentí que sobre mí ya no había más que el peso de mi mochila.

Lina Barrantes

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UN DECÁLOGO (+2) (30)

UNO Escucha, cierne y crea tu propia receta. Socorro Maury.

DOS

Cómprate un buen libro y vuélvelo tu amante. Socorro Maury.

TRES

La única morada es la escritura. Enciérrate. Johanna Díaz.

CUATRO

No pienses en el resultado, simplemente escribe. Lina Barrantes.

CINCO

Tu escritura NO SE VENDE, NO SE PERMUTA, NO SE HIPOTECA. Giovanni Clavijo.

SEIS

Los buenos cuentos no se leen, se transitan. Reynaldo Bernal.

SIETE

Escuchar la intuición y creer en el instinto son herramientas claves pero difíciles de afilar. Paciencia. Daniel Méndez.

OCHO

Menos es más. La economía en el lenguaje es la justa medida. Daniel Méndez.

NUEVE

No seas demasiado paternalista con lo que escribes, un escritor debe aprender a asesinar a sus hijos sin remordimiento alguno. Rausán Arenas.

DIEZ

Deja que el ritmo de la música acompañe a tu escritura. Lina Barrantes.

ONCE

Sé honesto contigo, si no tienes más que decir, ahí va el punto final. Cristian Parrado.

DOCE

Escribe por desesperación. Entre lanzarse por la ventana o escribir, escoge escribir. Johanna Díaz.


IlustraciĂłn: Irene MĂŠndez


AntologĂ­a del Taller de Escritura Localidad Tunjuelito, 2017


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