Revista Engendro

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EDITORIAL

No estoy seguro, pero creo que en algún lugar de la novela Frankestein el monstruo, un acopio de partes humanas y artificiales, es referido como engendro. También, me parece recordar que se llama engendros a los híbridos entre animales y humanos que los pintores medievales y renacentistas solían retratar como habitantes del infierno. Puede que se trate de recuerdos erróneos, amañados para servirme ahora de justificación. De cualquier forma, es a partir de estos dos usos dudosos de la palabra que se me ocurrió bautizar de tal manera a esta revista. Revista Engendro, una amalgama de voces y temas diversos y disonantes, que resultan en un producto contradictorio, profano y no muy agradable al ojo común… Sin embargo, esta primera edición no resultó siendo mucho de eso. No existe en estas páginas una polifonía de voces dispares; todo fue escrito por una sola persona. Los temas tampoco son contradictorios, todo, o casi todo, se inscribe dentro del contexto del Paro Nacional Universitario. ¿Si la Revista Engendro no es, o no consigue ser, en mi sentido personal de la palabra, un engendro, qué es? Quisiera que fuera, para mayor claridad, una serie de principios. Si el contenido de esta primera edición cumple con estas demandas, o si estos preceptos serán merecedores de algún respeto en las ediciones ulteriores, no tengo la menor idea. La Revista Engendro toma partido, pero es objetiva. Apoya la lucha estudiantil, el ambientalismo y el feminismo, pero no es panfletaria, no se trata de una cartilla política o ideológica de ninguna clase. En este sentido, la Revista Engendro aborda cualquier tema desde una mirada crítica, nunca complaciente. No tiene miedo de poner en duda lo que parece un hecho, aunque estoy le cueste el saludo de algún amigo. Pero no todo es destructivo. La Revista Engendro, en la medida que critica y se queja, propone alternativas; sin embargo, no se considera ungida, por quién sabe qué poder, de la facultad de arreglar el país. Propone a la luz de argumentos. La Revista Engendro, entonces, sabe que es imperfecta, y que su posición puede ser rebatida. De esta manera, es un espacio de discusión. La Revista Engendro se encuentra en búsqueda permanente de colaboradores. Quiere ser original, que sus lectores no puedan imaginar su contenido en otro lugar que no sea este. ¿Tienes alguna idea? Escríbenos. En la medida de lo posible, la Revista Engendro espera constituirse a partir de relaciones cara a cara, de procesos de discusión y enriquecimiento colectivo y de participación abierta, amplia y plural. La Revista Engendro aspira a convertirse en una voz.

ENGENDRO

CONVOCA

Anacronismo: error que consiste en presentar algo como propio de una época a la que no corresponde. Un teléfono celular en una película de los 80’s es un anacronismo. Sin embargo, también lo es juzgar un hecho histórico en las categorías de un tiempo distinto a aquel donde toma lugar. Yo no entendía muy bien esta definición, hasta que di con algunos ejemplos prácticos. Calificar como pedófilos a los hombres que hace medio siglo o un siglo solían esposarse con jovencitas de quince o catorce años es un anacronismo, pues entonces esto era perfectamente normal, y la condición de pedofilia no vino a ser definida y condenada en la sociedad colombiana, de la manera como vemos hoy, sino hasta mucho tiempo después. Para los indígenas americanos que fueron torturados, esclavizados y sometidos de acuerdo con los preceptos cristianos de los conquistadores europeos, no obstante, no fue un anacronismo lo que pesó sobre ellos. Las ideas cristianas tenían plena vigencia en el Viejo Mundo, no pertenecían a una época distinta. El desacuerdo, si se puede llamar así, sucedió en términos geográficos. Los españoles, portugueses e ingleses esgrimieron contra los indígenas unas categorías pertenecientes al otro lado del mundo, y con estas juzgaron sus acciones y sus creencias. Algo similar sucede al denominar millennials (una categoría inventada en Estados Unidos para describir una generación de jóvenes estadounidenses) a cualquier persona entre veinte y treinta años en cualquier parte del mundo. La pregunta es, entonces, ¿cómo se le denomina a este fenómeno? ¿Cuál es la palabra que corresponde a esta definición: juzgar un hecho en las categorías de una ubicación distinta a aquella donde toma lugar? He estado pensado, y preguntando, y no he dado con el término preciso. Si alguien la sabe, por favor que lo escriba al correo de la revista. Quizá resultemos inventando una nueva palabra.

DEDICATORIA

Desde que empecé, poner en sus manos esta revista fue una especie de aliciente. Cuando le haya entregado la revista a Adriana, pensaba yo, lo habré logrado, habré alcanzado la línea de meta. Desafortunadamente, otras circunstancias adelantaron de improvisto nuestro encuentro. En aquel lugar utilicé mis palabras lo mejor que pude, pero me guardé para mí las líneas que llevaba varios meses ensayando: que ya había terminado, que la revista se trataba de esto y de lo otro… Cuando algún ejemplar llegue finalmente a su poder espero sea de su agrado esta pequeña dedicatoria. Cada quien obra en la medida de sus capacidades, y lo mejor que mis capacidades me permiten ahora es dedicar este esfuerzo, y los que están por venir, a la memoria del Profesor Cantor, a quien admiramos y temimos en iguales proporciones durante los escasos momentos en que estuvimos con él.



LOS JÓVENES EN EL MAYO FRANCÉS

REFLEXIONES PARA EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL COLOMBIANO

La sociedad del espectáculo (en la cual todo lo que antes era vivido directamente se ha alejado en una representación) impone sus propias categorías para la comprensión del mundo. De esta manera, el ímpetu de cambio que amenazaba a la civilización occidental hacia 1966, y que mostraba sus primeros atisbos con la rebelión estudiantil, era reducido a una pseudo-categoría socio-natural: La Idea de la Juventud. Así, la inconformidad juvenil del entonces resultaba transformada, a los ojos de la sociedad, en una muestra más de la subversión congénita de los jóvenes, la cual se esfumaría tan pronto estos alcanzaran cierta madurez, solo para verse repetida en la siguiente generación, y así ab aeterno. Vista bajo este prisma, la inconformidad juvenil tranquilizaba a la sociedad: después de todo, no duraría más que una fracción de la vida. De esta forma, la juventud, personificada por los estudiantes universitarios, resultaba convertida en estandarte del modo de vida capitalista, en expresión de su dinamismo. Dicha juventud se encontraba, a su vez, atrapada en contradicciones propias del organismo mercantil: pues si despreciaba el modo de vida imperante, quería pertenecer a él. Para remediar su baja posición social no imaginaba otra cosa que escalar a una posición más elevada; soñaba con un futuro en el que pudiera consumir de los productos gastados de la clase dominante. El mercado, entonces, imponía una vez más sus categorías, creando mercancías que pudieran al mismo tiempo satisfacer los ímpetus de rebelión y absorber a los rebeldes dentro del sistema, obligándolos a trabajar: motos, guitarras eléctricas, ropas y discos, así como teatro, música y literatura para satisfacer las ínfulas de intelectualidad; la miseria estudiantil romantizada hasta docilidad, bajo el rótulo de la bohemia. La mercancía cultural convertida en un verdadero SOMA. La juventud estudiantil creería, por tanto, estar politizada; tal politización, sin embargo, ocurría bajo las condiciones de la misma sociedad del espectáculo. Para los jóvenes, no había más salida, descartando las alternativas envilecidas como las drogas y la delincuencia vulgar, que la toma de conciencia revolucionaria: rechazar los valores burgueses incapaces de justificarse a sí mismos y transformar el papel de peón de la sociedad capitalista para el cual la universidad los estaba formando, bajo una falsa promesa de liberación y de prestigio, que el estudiante asimilaba en la forma de un valor ilusorio que le impedía ver dar cuenta de su propia miseria. Dicha transformación, no obstante, no tendría mayor éxito de limitarse al interior de las universidades. La lucha por el poder estudiantil al interior de los claustros, la exigencia de una formación no perecedera y dotada de herramientas críticas, el tema de los exámenes de selección, incluso, no podía ganarse sino por la transformación de la sociedad. El blanco debía situarse sobre las relaciones que en primer lugar exigían de estudiantes, docentes e instituciones tales roles: las relaciones que sostenían todo el modelo mercantil. Al mismo tiempo, los jóvenes por sí solos serían incapaces de derribar tales relaciones. Atrás debía quedar la tibieza, las soluciones superficiales incapaces de mirar más allá de las fronteras del sistema. Debían escapar de las reglas de juego burguesas, del tablero de su legalidad, soñar más allá de las categorías del capitalismo. Los estudiantes, como catalizadores de la inconformidad, no debían tener intereses distintos a los de todos aquellos sometidos a la opresión. Perspectivas comunes, a gran escala y largo plazo, liberadas del rincón al cual el espectáculo confina las necesidades reales y las reemplaza por necesidades de consumo. Hoy en día, vale la pena preguntarnos si ante los ojos de la sociedad y del gobierno el movimiento estudiantil colombiano es visto como un interlocutor legítimo o se encuentra atrapado en una Idea de la Juventud. ¿Qué podemos aprender de la profundidad hasta la cual los jóvenes franceses estaban dispuestos a cavar en la satisfacción de sus inconformidades? ¿Estamos apuntando con suficiente precisión, buscando soluciones en el lugar adecuado, exigiendo con suficiente valentía? ¿Somos verdaderos catalizadores del malestar de toda la sociedad, o nuestras demandas se limitan a nuestro exclusivo beneficio y a la satisfacción de nuestras necesidades arbitrarias e irreales? A la luz de los cincuenta años del Mayo Francés, valdría la pena hacernos tales preguntas. Lecturas recomendadas: Sobre la Miseria en el Medio Estudiantil; Mayo 68: Un ensayo general.



¿DE QUÉ SE HABLA CUANDO SE HABLA DE LA MASACRE DE TLATELOLCO? Quinientas mil personas, según los más idealistas. La población de Manizales y su área metropolitana atestando la plaza más grande del mundo hispano-hablante, la Plaza de la Constitución o Zócalo. Era el 27 de agosto de 1968 y el Movimiento Estudiantil mexicano conquistaba lo impensable. Bajo las narices del Palacio Nacional, sede del poder ejecutivo, las voces de estudiantes, maestros, médicos y obreros, aglomeradas en el Consejo Nacional de Huelga, demandaban un diálogo público con el gobierno. Las luces y las campanas de la Catedral acompañaban y celebraban su incursión, y una bandera rojinegra se izaba en el hasta central en reemplazo de la bandera nacional. En medio de la euforia, se propuso a la multitud que se exigieran los diálogos para el 1ro de septiembre, día en que le presidente Gustavo Díaz Ordaz daría su cuarto discurso de rendición de cuentas. ¡SAL AL BALCÓN, HOCICÓN! se leía en las pancartas y de escuchaba en las arengas. La Iglesia, La Bandera, El Presidente: tres símbolos profanados. Era la edad de oro del Movimiento, y con motivo de aquella jornada el Estado llegaría a unas terribles determinaciones. Mientras tanto, los presentes reivindicaban las peticiones que teniendo por génesis una riña callejera (la brutalidad en la respuesta de la policía había unido a los jóvenes) los habían conducido hasta allí: -La libertad de todos los presos políticos -La derogación del artículo 145 del Código Penal Federal -La desaparición del cuerpo de granaderos, organismo encargado de sofocar manifestaciones populares y disturbios -Destitución de los jefes policiacos Luis Cueto y Raúl Mendiolea, jefe y subjefe de la policía de la capital, y del Coronel Frías, jefe del batallón de granaderos -Indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio de las protestas -Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de hechos sangrientos

Veintiséis años, desde el ascenso de Manuel Ávila Camacho a la presidencia, le había tomado a los estudiantes de México superar las luchas académicas, la atomización y la indiferencia de la sociedad para llegar al 68 con reivindicaciones de carácter político que canalizaran las exigencias de toda la ciudadanía: DEMOCRATIZACIÓN, resumiría Octavio Paz. Bien afirmaban que si diez, cinco o dos años antes los obreros, los ferrocarrileros o los estudiantes técnicos habían estado solo, este no era el caso del Movimiento Estudiantil. La lucha, por supuesto, no había sido fácil. Organizaciones paramilitares patrocinadas por el gobierno para desacreditar, agredir, infiltrar y sabotear violentamente las acciones del Movimiento; manipulación mediática, intimidaciones, persecución judicial y desapariciones forzadas. El gobierno llevaba décadas esgrimiendo todo tipo de estrategias represivas en el contexto de la llamada Guerra Sucia, y de la lucha contra las conjuras del comunismo internacional, que los estudiantes fueron acusados de enarbolar, dirigida por EEUU. El 30 de julio, con la incursión del Ejército en la Ciudad Universitaria de la UNAM, se daría inicio a las incursiones militares en las instituciones educativas.

El 23 de septiembre próximo se llevaría a cabo la toma de los claustros próximos al sector del Casco de Santo Tomás. La concentración del 2 de octubre tenía por objetivo exigir la salida de la fuerza pública de las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional. Treinta y seis días después de que se invadiera victoriosamente El Zócalo, sucedió la Masacre de Tlatelolco Aquel día, entre cinco y quince mil personas se congregaron en la Plaza de las Tres Culturas para escuchar a los oradores estudiantiles y obreros ubicados en el tercer piso del edificio Chihuahua, perteneciente al conjunto habitacional Nonoalco Tlatelolco, hacia las cinco de la tarde. En el transcurso de esa misma mañana, mientras una comisión del CNH se reunía con delegados del gobierno en aras de concertar el desarrollo pacífico de los inminentes Juegos Olímpicos, hombres armados se apostaron en azoteas y departamentos contiguos a la Plaza, de acuerdo con las órdenes del Secretario de Defensa, Marcelino Barragán. La Plaza, una vez empezado el mitin, se encontraba rodeada por unos siete mil granaderos, solados y policías, acompañados de unos trescientos tanques ligeros, jeeps y otros vehículos militares; además, sobrevolaban a la multitud dos helicópteros. Dada la posibilidad de represión, y con el precedente de enfrentamientos que hasta entonces se había acumulado entre la fuerza pública y los manifestantes, se prefirió cancelar la marcha que partiría de aquel lugar y llegaría hasta el Casco de Santo Tomás. Mientras los miembros del CNH les comunicaban tal decisión a la multitud se inició el fuego. Se liberaron dos bengalas desde unos de los helicópteros, y mientras todos apuntaban sus miradas al cielo se escucharon los primeros disparos. Eran aproximadamente las seis y cuarto de la tarde. Durante las siguientes dos horas el fuego intenso inundaría la Plaza. El caos y la muerte alcanzaron unas dimensiones difíciles de describir. Primero la incredulidad. Pocos daban crédito a lo que veían sus ojos. Muchos quedaron pasmados ante el helicóptero que descendía peligrosamente hacia la multitud para disparar contra ella, y solo los gritos y las balas lograron despertarlos. Entonces reinó la confusión. Los soldados, que rodeaban la Plaza, se cerraron alrededor de la gente en un movimiento de pinzas, sin dejar de disparar y sin saber a qué exactamente le estaban disparando, por lo cual es probable que entre ellos mismos se hayan impactado. Niños eran acribillados mientras huían, eran atravesados por las bayonetas de los soldados, o eran aplastados por el tumulto que chocaba contra sí mismo, puesto que era recibido con disparos donde quiera que se dirigiera. Los oradores, ni bien iniciado el tiroteo, fueron encañonados, aprehendidos y golpeados por algunos individuos que los acompañaban, quienes además se encargaron de custodiar la entrada al edificio y desde allí disparar a quien pretendiera entrar o salir. Se trataba del Batallón Olimpia, una división paramilitar creada para atacar al Movimiento, quienes ya habían estado presentes en la toma a CU y aquella noche se identificaban entre sí por portar un guante o pañuelo blanco en una de sus manos. Su propósito


aquel día no era otro que el de capturar a las cabezas de la CNH. Los presentes en el balcón aseguran que un hombre de traje azul, desde allí, empezó a disparar contra los asistentes. Por ello, el fuego del ejército se ensañó contra la fachada del Chihuahua. Quienes permanecieron adentro, o quienes lograron entrar, aseguran que tal fue la sevicia de las balas que este resultó prendiéndose fuego, y sus pasillos quedaron recubiertos de una capa viscosa de sangre. Ante la proximidad de ejército, quienes recorrían los edificios aledaños puerta por puerta, los individuos del guante blanco gritaban ¡BATALLÓN OLIMPIA, BATALLÓN OLIMPIA, NO DISPAREN! y de inmediato se les dejaba pasar junto con sus prisioneros. Las personas del balcón, así como varias del público, fueron posteriormente llevadas a la planta baja del edificio, o a fachada sur de la Iglesia de Santiago de Tlatelolco, para ser requisados, desnudados, golpeados y finalmente trasladados a prisión. Otros fueron aprehendidos en las semanas siguientes y trasladados a la prisión Lecumberri, o al Campo Militar Uno, donde fueron torturados y recluidos, para ser forzados al exilio una vez liberados en los años posteriores. Días antes de la masacre se despejaron alas enteras de hospitales y cárceles, y durante el tiroteo se impidió el acceso de ambulancias. El 3 de octubre de 1968, la prensa mexicana tituló:

En investigaciones posteriores se comprobó que los francotiradores que supuestamente habían disparado hacia la plaza, obligando a los militares a abrir fuego, y que la prensa y el gobierno sindicaban de pertenecer al Movimiento Estudiantil, eran en realidad miembros del Batallón Olimpia, según algunas versiones, o miembros del Estado Mayor Presidencial, según otras. Este último, un apéndice de las fuerzas militares encargado de la seguridad del presidente, regido por su órdenes directas. Para el gobierno y las fuerzas armadas los sucesos del 2 de octubre sucedieron premeditadamente bajo el nombre de Operación Galeana. Su objetivo: acabar con el Movimiento Estudiantil y garantizar el correcto desarrollo de los Juegos Olímpicos, que se celebrarían en México diez días después. Para el día de hoy, el total de víctimas mortales es todavía impreciso y oscila entre un par de decenas y más de quinientas. Algunos testigos presenciales, allí mismo, unos trescientos muertos. La embajada de EEUU en México comunicó a su país, en los días siguientes, que la cifra se hallaba entre los ciento cincuenta y los trescientos cincuenta asesinados. La cifra del gobierno siempre se sostuvo alrededor de los veinte. En la Estela de Tlatelolco, erigida en frente del edifico Chihuahua para honrar a los manifestantes caídos, aparece una cifra similar: apenas veinte nombres. Respecto a los detenidos, el gobierno de entonces dio la cifra de mil cuarenta y tres; sin embargo, se EL UNIVERSAL: Tlatelolco, Campo de Batalla. Durante Varias estima que a lo largo de aquellos meses fueron encarceladas y Horas Terroristas y Soldados Sostuvieron Rudo Combate. 29 desparecidas muchas más personas. Muertos y más de 80 Heridos en Ambos Bandos; 1 000 Detenidos. El doce de octubre de 1968 Díaz Ordaz inauguró los EL HERALDO: Sangriento encuentro en Tlatelolco. 26 Muertos y 71 Juegos de la XIX Olimpiada, o Juegos Olímpicos, a los que Heridos. Francotiradores dispararon contra el Ejército: el General denominó olimpiada por la paz. El 21 de noviembre las Toledo lesionado. universidades e institutos retornaron a clases, y el 6 de diciembre EL SOL DE MÉXICO: Manos Extrañas se Empeñan en se disolvió el CNH. FIN Desprestigiar a México. El Objetivo: Frustrar los XIX Juegos. Francotiradores Abrieron Fuego contra la Tropa en Tlatelolco. Heridos un General y 11 Militares; 2 Soldados y más de 20 civiles muertos en la peor refriega.

“No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos; hasta donde estemos obligados a llegar llegaremos.” Gustavo Díaz Ordaz. 1ro septiembre 1968

Lecturas recomendadas: La Noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, así como el Informe Histórico Presentado a la Sociedad Mexicana por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado.


“UNA DESPEDIDA DE HÉROES”

ASÍ DIJERON ADIÓS LOS JÓVENES QUE PARTIERON A PIE DESDE MANIZALES HASTA BOGOTÁ - CRÓNICA Yo esperaba una despedida de héroes… me dice Boris como reprochándose su ingenuidad, mirando al salón donde aparte de unos pocos espectadores como yo, se encuentran solamente los viajeros. ¿Esperaban más gente acá despidiéndolos? La mayoría de los muchachos que pululan alrededor mío ataviados con sus mochilas, adornadas a su vez con ollas, carpas y colchonetas, me dice que no, que no esperaban demasiado de la comunidad universitaria. Después de todo, las siete de la mañana es una hora difícil para salir de la cama en Manizales, más, cuando el paro ha completado diez semanas y despedir a unos extraños no parece motivo suficiente para asumir los sacrificios que las clases han dejado de demandar. Algunos, cuando les pregunto lo mismo, se toman un momento para pensar, pues mis palabras parecen entrometerse en unas cavilaciones demasiado atareadas. Sus mentes están lidiando con una única cosa, según ellos mismos: el culillo. Es la primera vez para la mayoría, y aunque se hacen llamar Espartanos del Eje –o Caminantes por la Educación; no se pusieron de acuerdo con el nombre- es natural estar aterrado, quizá como nunca en la vida. No es todos los días que se emprenden a pie los casi cuatrocientos kilómetros que, por la ruta escogida, separan a Manizales de Bogotá. Para los caminantes no existió discriminación física alguna, ni fueron sometidos a una revisión médica antes de partir. El chequeo es emocional, me comenta alguien. La voluntad fue el único criterio de selección. La moral, por tanto, es el verdadero foco de las preocupaciones. Pues hacer de payaso, me comenta otra vez Boris, cuando le pregunto qué estrategias tienen bajo la manga en caso de que se bajen los ánimos de la tropa. No, los compañeros lo motivan a uno, dice alguien más, mientras las arengas nos empujan a través de la ciudad. Algo de razón tiene, pues cuando me despido de ellos en el Parque del Agua siento una inercia que me invita a seguir, y acto seguido me hace lamentar nos ser tan valiente, o tan estúpido. Moralizar al movimiento estudiantil, me responde un muchacho embadurnado en bloqueador solar cuando le pregunto el propósito de todo esto.

con la fuerza de mi propio cuerpo; de mis propias piernas, en este caso. Para quienes van a viajar, como para mí, los motivos no son del todo claros. Camino de individuo en individuo, preguntándole a cada uno por qué se han embarcado en esta travesía, y qué creen que habrán logrado una vez alcancen su destino. No me hablen de pliegos de peticiones, de lo que se acordó en la asamblea… les digo. Se toman demasiado tiempo en responder, lo piensan durante varios segundos. Ante tremenda odisea, esperaba encontrarme con determinaciones certeras y explícitas, pero la mayoría no parece haberle dado muchas vueltas a los pormenores ideológicos de la caminata; de haberlo hecho, quizá, no se hubieran decidido a partir. ¿Y es que acaso hay quien vaya por la vida teniendo la justificación precisa de todas las cosas que hace? Haber luchado por una causa justa, sin la certeza o siquiera el propósito de lograr algo, es aliento suficiente para empujar a más de uno a caminar. Es complicado lograr algo, pero hay que intentarlo. Siempre está el impulso, pero usted sabe cómo es el gobierno, me comenta un chico de sombrero, quien en el peor de los escenarios aspira al menos a bajar uno o dos kilos. La peor diligencia es la que no se hace, me dice otra persona, y noto en su voz demasiada candidez; temo que tal vez no sabe en qué se está metiendo. En esta medida, para muchos de ellos llegar a Bogotá es el mayor y principal logro en que el pueden pensar; si en realidad van a llegar prefiero no preguntarles. Algunos están aquí por gratitud con la universidad, como si estuvieran pagando alguna deuda. Yo esperé mucho para entrar, me dice Laura, a quien vi ingresar el semestre anterior y de quien suponía, erróneamente, indiferencia por la causa estudiantil. Caminando por la Avenida Santander me ofrezco a llevar su mochila. Es pesada, por supuesto. El peso suficiente para que yo pueda jugar al caballero por unos minutos, pero demasiado pesada para que pueda aguantar las diez o doce horas diarias que tienen previsto caminar durante

Es un hecho trágico en la vida de toda persona, y en la vida de toda sociedad, cuando la rabia resulta convertida en resignación. Cuando los atropellos se acumulan en tal volumen sobre nosotros y a nuestro alrededor que el ímpetu por liberarnos de aquel peso es reemplazado por la búsqueda cobarde de una manera menos dolorosa de vivir con él. Son las ocho o nueve de la mañana, y acompañando a los caminantes a los largo de la arteria principal de la ciudad, habiendo reclamado para la lucha estudiantil el carril izquierdo de la calzada y haciendo saber a las personas que están por ahí, a los gritos, que somos estudiantes y que vamos a caminar hasta Bogotá –que todo el mundo se dé cuenta, me dice alguien cuando le pregunto por qué no ir por el andénempiezo a creer en algo. ¿Creo que puedo cambiar el mundo? No sé. Un brÍo se anida dentro de mí, un vigor no del todo razonado, un instinto primitivo por sacudirme la humillación y la opresión

Fotomontaje a partir de una fotografía de Waira.

cada uno de los siete días siguientes.También lo hago por esa gente, por los que todavía no pueden entrar… Al menos saber que no me quedé sentada, que luché. No quiero que otros luchen por mí, quiero luchar por lo de todos, asegura. Antes de partir, recién desayunados, me dijo que no sabía si llegaría a Bogotá, pero que iba a llegar lo más lejos que pudiera. Más de uno, sino todos, tiene entre sus alicientes la experiencia misma del viaje. De todo el tiempo que llevo en la universidad, estas caminatas han sido mi mejor experiencia, me comenta un muchacho, el único de quienes abordé que ya había hecho algo parecido. Para varios, el objetivo del recorrido es hacer pedagogía en los pueblos y ciudades que los reciban a lo largo del camino. Por tal motivo renunciaron a la ruta más corta a la capital, subiendo por el Páramos de Letras, para dirigirse al sur, hacia Pereira y Armenia, y en estas y otros pueblos y ciudades ganarse el favor de la ciudadanía, hospedarse en las sedes universitarias y engrosar sus filas; unos veinticinco estudiantes –pues no los acompañaba ningún profesor- abandonan Manizales, y según sus propias cuentas aspiran a ser trescientos los que lleguen a Bogotá. Hacer que nos escuchen, que estamos en son de paz, me dice alguien cuando le pregunto al respecto. Para varios, esta es la principal aspiración de la empresa, y el principal indicador de que el esfuerzo, si es que tienen éxito, habrá valido la pena. Por lo menos que por donde pasemos sepan los motivos de la movilización, afirma alguien más. Lo importante es pasar por los pueblos, me comenta otra persona. Cuando lleguemos a Bogotá mucha gente se habrá enterado. La sociedad es el motivo, la defensa de la educación va más allá de lo personal. Inspirados por Los Hijos de la Manigua, un grupo de jóvenes que emprendieron a pie el camino entre Florencia, Caquetá, y la capital, estos estudiantes de la Universidad de Caldas y la Universidad Nacional decidieron que era momento de darle un espaldarazo a aquel esfuerzo, teniendo en cuenta las dimensiones que el Paro Nacional Universitario ha adquirido en estas últimas semanas. Sin cometer sus mismos errores, por supuesto. En su afán por alcanzar la meta, Los Hijos de la Manigua, en la opinión de los Espartanos Caminantes, pasaron por alto el camino. Tocar el corazón de la gente. Tocar el corazón de Estado que somos todos. Decirle a la gente de a pie que los estudiantes

tienen la razón. Instaurar eso en el imaginario colectivo de la gente, me dice Waira, uno de los viajeros en la vanguardia. La idea de las caminatas a través del país fue suya. Lo propuso en una reunión estudiantil que tuvo lugar en Caquetá hace unos meses, inspirado en la travesía a pie que en 1970 hizo un grupo de estudiantes desde Bucaramanga hasta Bogotá. La fecha prevista para el arribo es el 27 de noviembre, así tendrán el tiempo preciso para descansar. Para el día siguiente, el 28, tienen previsto inundar la Plaza de Bolívar, en compañía de trabajadores y camioneros, con motivo del Paro Cívico Nacional. Atención mediática, atención mediática, escucho por aquí y por allá. Darse a conocer, y dar a conocer los motivos de la lucha universitaria en las poblaciones que se encuentren en el camino es importante, por supuesto, pero el gran y verdadero público es imposible de abordar a pie. Lograr la atención del país, en última instancia, es el verdadero objetivo. ¿Dirían que esto es primordialmente un acto mediático?, les pregunto a los tres autoproclamados líderes. Sí, por supuesto, me contestan. Se tiene que lograr algo, atención nos tienen que prestar. La llegada a Bogotá da mucho que decir, me dice uno de ellos a la cabeza de la pequeña multitud que ha bastado para entorpecer todo el tráfico detrás de nosotros; en este momento, y hasta que lleguen a Bogotá, la policía los estará acompañando. Primero visibilizar al país, eso es lo más importante, me comenta un muchacho en la cola del cortejo. Desde aquí atrás, un tipo que porta la tapa de una olla en su brazo como si fuera un escudo da la voz cantante para las arengas. Ya tenemos contactos con los medios. ¿Y ustedes confían en los medios? Está Canal Uno, demás que darán notas, me dice alguien. El Espectador dijo que iban a escribir algo, y ya hablamos con Las Dos Orillas, afirma otra persona. No puedo evitar conmoverme ante la tranquilidad con la que, a pesar de la indiferencia que bien saben pesa sobre ellos y que en su opinión condenó el sacrificio de los estudiantes de la Uni-Amazonía, han emprendido la marcha. El peor fracaso no es no llegar, sino llegar sin ser vistos; lo saben muy bien, y aun así se han lanzado a la travesía. Eso es responsabilidad nuestra. Inundar las redes a ver. Que todo el mundo se entere de lo que está pasando en las universidades, me dice alguien más. Les pregunto si con esto esperan, o creen que tocarán el corazón del presidente Duque. A fin de cuentas es a él al que toca convencer, ¿o no?, aseguro. Para responderme, a diferencia de las demás preguntas, no tienen que escarbar demasiado dentro de sí mismos. Me doy cuenta, en cambio, de que estoy poniendo en evidencia sus niveles de idealismo y quizá de ingenuidad. Si me preguntan en un mal día, responderé que no, que esfuerzos de esta naturaleza resultan en vano. Llegada la hora de despedir a los caminantes, veo todo con un poco más de optimismo. Y es que a fin de cuentas, ¿quién puede resistirse a la embriaguez y a la fuerza que estos jóvenes irradian a su paso decidido por Manizales? Caminan, cada quien de acuerdo con sus propios argumentos, por defender la educación; sin embargo, aun si estuvieran caminando por defender a Satanás no serían menos valientes. Atravesar el país a pie, movidos por el combustible de sus creencias y sus convicciones… no se engañen, amigos, estos muchachos tienen un corazón el verraco, como me dijo una profesora que fue a despedirlos a la Universidad de Caldas, donde pasaron la noche y donde dieron inicio a su aventura. Para algunos, incluso, Duque no


es lo importante. Lo importante es alcanzar, a través de los medios, las redes sociales o el voz a voz, todos los sectores de la sociedad, hacer entender a la sociedad que estamos luchando por todos, el apoyo de la gente del común y después… bueno… Alcanzar Bogotá, mientras la ciudad se nos va acabando, ocupa toda la concentración mental y emocional de los Caminantes Espartanos. Yo espero que sí, que el gobierno se tome en serio la mesa, me responde otra persona, no con optimismo, sino con una fe que parece haber sacado de alguna parábola religiosa. El gobierno tendrá que sentarse, me dice una muchacha, quien afirma darle el beneficio de la duda a Iván Duque. Decirle al presidente que todo el mundo se le está movilizando. Se le están moviendo los jóvenes del país, presidente, me comenta una chica. Creo que sí, alguna negociación, dice alguien más. Mientras los automóviles se contorsionan para seguir su camino sin pasar por encima de nosotros, algunos conductores tocan sus bocinas en señal de apoyo, y en respuesta gritamos, y caminamos con un poco más de energía. A mi lado, va un miembro de la delegación de derechos humanos, una fracción de los jóvenes cuya función principal en las marchas –y también en las caminatas- es servir de mediadores entre la fuerza pública y los estudiantes. Preparados para lo peor, esperando lo mejor… no recuerdo el dicho, pero consigo que me entiendan. Además del clima, o las eventualidades de la carretera, la preocupación general gira en torno a una posible agresión por parte de la policía, en especial cuando el número de viajeros, según estiman, haya superado las tres centenas. Cero violencia, me dicen varias de las personas con las que hablo, como asegurándose de que esto no quede por fuera de la redacción. ¿Sirven para algo las palabras? No imagino un consuelo que pueda bastar para calmar mis nervios, y mi terror, si fuera yo quien, habiendo dejado atrás el centro de la ciudad, viera ante mí la carretera, el verdadero escenario de la batalla. ¿En qué mundo viven quienes quieren cambiar el mundo? ¿En qué mundo viven estas voces, estos cuerpos inexpertos que alzan sus frentes al cielo cuando un grito anónimo les pregunta con toda la fuerza de su voz, para que lo escuchen los manizaleños distraídos que rondan las calles del centro – ¡¿Quién es usted?! –? ¡Caminando a Bogotá!, proclama la misma voz, y todos respondemos ¡Estudiantes sin parar! Si el idealismo reside en algún lugar, reside en estos organismos, incluyendo el mío, que las arengas han traído a la vida, que la lucha por lo que creen justo ha dotado de un poder capaz de llevarlos, sobre sus propios pies, a través de dos cordilleras. Si el mundo puede ser cambiado, o si algo de esto tiene alguna utilidad, lo creo, con absoluto convencimiento, mientras los veo alejarse, una vez me he despedido de ellos. Adiós muchachos, les deseo muchísima suerte, es lo único que atino a decirles. En este pequeño instante, la victoria parece algo dado; no hace falta sino ir por ella a Bogotá.

Manizales. 19/11/2018


Mírenlo bien, mírenlo a los ojos. Con ustedes, el mismísimo Estudiante Caído. Gonzalo Bravo Páez –o Pérez, de acuerdo con otra fuentes- asesinado el 7 de junio de 1929 por las balas de la Policía Nacional en el centro de la capital, no muy lejos de los aposentos presidenciales. Estudiante de derecho de la Universidad Nacional. Acribillado por la espalda en medio de una protesta estudiantil contra el presidente conservador Miguel Abadía Méndez y la obra insignia de su gobierno: La Masacre de las Bananeras. Sepultado al día siguiente en el Cementerio Central de Bogotá en compañía de miles de ciudadanos. Con motivo de su holocausto, el 8 de junio se declaró como el Día del Estudiante Caído. Uriel Gutiérrez moriría veinticinco años más tarde por las balas de la Policía, conmemorando el asesinato de Gustavo Bravo. El día después, el 9 de junio de 1954, caerían once estudiantes más a manos del recién llegado Batallón Colombia, el único contingente latinoamericano enviado a la fracasada Guerra de Corea, el cual los interceptó en las calles de Bogotá. El presidente Rojas Pinilla afirmaría que provocadores comunistas infiltrados entre los estudiantes habrían provocado el fuego del ejército, cosa totalmente falsa. Desde entonces, el 8 y 9 de junio se evoca a los estudiantes colombianos empujados al martirio.


COMBATIR LA NOSTALGIA

CONTRA LA DOCTRINA DEL TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR El 23 de mayo de este año, en un coloquio organizado en la Universidad de Caldas, Albeiro Valencia Llano –auténtica celebridad de la historia en la región cafetera del país- presentó su ponencia Por qué le tienen miedo a la Historia, la cual quedó consignada en el número 31 de la publicación Correo Pedagógico. De ella, nos llama la atención este fragmento: “Por último ¿para qué sirve la historia? Para que el pueblo entienda la dimensión de los conflictos sociales que ha padecido el país. Y porque ya es hora de conocer el pasado para no repetir la historia.” En especial, porque está precedido de este otro: “En el extravío de las últimas décadas, por la mezcla de las mafias con el conflicto interno y con actores como los gamonales, el paramilitarismo y la corrupción de agentes del Estado, asistimos a otra realidad cuando Simón Bolívar, Santander (…) son reemplazados por la nueva cultura y enviados al cuarto del olvido. En consecuencia, las editoriales empezaron a producir libros pensando en el mercado y en la nueva sociedad de consumo. Se fueron imponiendo las biografías de mafiosos y de sicarios, acerca del mundo de las drogas, sobre el conflicto armado, la corrupción y temas afines.” Esto, y en especial las palabras que pronunció en aquel coloquio, dan la impresión de que Albeiro Valencia es de aquellos que consideran la contemporaneidad de nuestro país por fuera de la historia. Un antagonista bastante previsible, pues para cada momento y lugar en el transcurrir de la humanidad alguien se ha echado a cuestas la mentalidad del todo tiempo pasado fue mejor. Se ha ocupado de poner en tela de juicio las innovaciones culturales, sociales o científicas que constantemente amenazan con mover la historia de las sociedades de una época a otra. Nostálgicos que aterrados por los fangos desagradables que de cuando en cuando el mundo que nos rodea nos salpica en el rostro, no han encontrado una mejor solución para los problemas de la contemporaneidad que cercenarla tanto como crean conveniente. Se abrazan al pasado, depurándolo de todos sus sinsabores por una suerte de memoria del corazón. Por tanto, aquello que se venden a sí mismos y a los incautos, como la alternativa perfecta para no vivir el tiempo que nos correspondió, es, además de un objetivo inalcanzable, una imagen magnificada contra la cual el presente no puede competir. El argumento opuesto, el de aquellos que no dan por sentado que todo tiempo pasado haya sido mejor, se ve arrinconado entonces a una concepción ahistórica de la rebeldía juvenil, a una conjura malintencionada o a un absurdo. La reivindicación de la contemporaneidad es la necedad natural de jóvenes faltos de vejez, una intención soterrada o producto de la idiotez. Es cierto que la contemporaneidad, comparada con el pasado, puede ser mejor o peor; sea como sea estamos condenados a habitarla. Si la Colombia de los últimos cuarenta años es un mejor o peor lugar para vivir habrá que ponerlo en discusión. De cualquier forma, es una necedad que el retrato más inmediato que tiene el país para

reconocerse, con sus narcos, prepagos y sicarios, les parezca eso: demasiado cercano, demasiado crudo. Que la historia que nos haya tocado no se encuentre a su altura. Que prefieran la Colombia ablandada por el paso del tiempo, por la acción depurativa de la memoria del corazón: la de los relatos míticos, la de los héroes románticos, el recuerdo premeditadamente más diferente del país de hoy. ¿Por qué ejercer esta violencia contra el presente? Sí de historia se trata, pues bien advertía Lucien Febvre –un reconocido historiador- que es en función de la vida como la historia interroga a la muerte. Organizar el pasado en función del presente, proponía; resolver la contemporaneidad, utilizando el pasado como una herramienta. No pretendemos aquí invertir la vieja fórmula y sugerir que todo tiempo presente es mejor. Abordemos las cuestiones de hoy, tomando cuanto sea de utilidad del ayer, liberados del velo pasional de la nostalgia. Al tiempo no le importa con cuanta intensidad añoremos, no por ello dejará de pasarnos por encima con toda su brutalidad. Es una gran egolatría, y una enorme imprecisión, querer juzgar la enormidad de la historia en las diminutas y fugaces categorías de nuestra nostalgia e incluso nuestra moral. De la misma manera, por supuesto, la historia reciente no basta para comprender el país; sin embargo, basta mucho menos la historia de hace cien o doscientos años. A quien sugiera una u otra alternativa habría que recordarle, como afirmaba Marc Bloch –otro famoso historiador-, que un fenómeno histórico es al mismo tiempo incapaz de explicarse por sí solo e incapaz de ser explicado a cabalidad por fuera de su propio estudio. En otras palabras, que la historia no admite autarquías. ¿Entonces, por qué proponer el olvido generalizado de toda nuestra historia reciente? ¿Será que la historia distante del país es menos violenta o amarga que la historia de la cultura traqueta y sus representantes, o será que así es como hemos decidido recordarla? El chiste es el siguiente: aún si rechazáramos la contemporaneidad ésta no dejaría de existir, ni la sociedad se olvidaría de ello. La cultura traqueta seguirá existiendo, y seguirá propagándose en la sociedad colombiana bajo sus propios términos tal cual ha hecho hasta ahora. Poco le importa a los gamonales, los bandidos y los traficantes si una partida de académicos indignados deciden que la mejor estrategia para castigarlos o combatirlos es declarar en su contra la ley del hielo. ¿Seguiremos empecinados en los próceres mientras esperamos a que la época bajo nuestros pies agote su propio combustible, sin siquiera considerarla digna de una mirada? ¿O concentraremos nuestros esfuerzos en producir una historiografía y un contenido cultural de la contemporaneidad sobre la cual Colombia pueda edificarse? Quisiéramos preguntarle a Albeiro Valencia, si es que hemos interpretado bien sus palabras de aquella vez, cómo es posible conocer el pasado para no repetir la historia al mismo tiempo que rehuimos asustados y avergonzados de nuestra historia reciente. FIN



ESTUDIANTES VS COLOMBIA

¿SE ENFRENTA EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL AL FASCISMO? Algo se quebró en el movimiento estudiantil el pasado 8 de noviembre. O fue quebrado. El humo de los gases lacrimógenos tornando las fotografías y los videos, y con ellos la realidad, del tono borroso y gris de la violencia. Policías antimotines, miembros del ESMAD deambulando por allí envueltos en el aura que ellos mismos expelen, en la sensación de incertidumbre de que la vida regular, con sus costumbres y obstinaciones, ha sido suspendida. Nadie vive de la manera en que acostumbra, hablando en una esquina, comprando algo en una tienda, existiendo con la impasividad de la vida normal, pues no hay lugar para la vida normal en una zona de guerra. Quien se encuentre cerca, bajo la sombra de aquellos jinetes del apocalipsis que en sus atavíos negros no parecen preparados para otra cosa que la muerte, deja de ser un ciudadano normal, atrapado en un mundo normal. Esta persona queda atrapada dentro del enfrentamiento, o del disturbio. Desde el comienzo del Paro Nacional, por allá en octubre, los medios de comunicación y el gobierno se han empecinado en arrastrar al movimiento estudiantil dentro de la letrina del enfrentamiento, atestada con altisonantes imágenes de violencia, salvajismo y muerte. El Estado se regodea en esa miseria. Allí puede trazar los cuadros de su tablero, y ubica las fichas a su antojo: de este lado los buenos, de aquel lado los malos. De este lado la justicia, la legalidad, el orden; de aquel lado, la ilegalidad, la conspiración, la muerte de la civilización colombiana como la conocemos, el castrochavismo. Un titular alarmista: no hace falta más para que policías y estudiantes caigan en los roles confeccionados para ellos por el gobierno. Los primeros se escurrirán de inmediato a su casilla de legitimidad, y todo cuanto quede por fuera caerá al vacío de lo despreciable. Los buenos no pueden ser otros que los defensores del establecimiento, por tanto los malos no pueden ser otros que los manifestantes; junto con ellos, todo eso incierto que despierta el odio de los colombianos de bien. ... En su ensayo de 1995 Ur-Fascismo, Umberto Eco define el sincretismo, la capacidad de un movimiento político para t o l e r a r y conciliar

todas las contradicciones ideológicas y prácticas en pos de una única verdad, como una de las características típicas alrededor de la cual cualquier fascismo puede coagularse; el sincretismo es germen del fascismo. Una amalgama de ideas dispares al servicio de una única y fundamental verdad, la cual se encuentra en constante reinterpretación. ¿Quiénes son las piezas de aquel lado? ¿Qué es eso incierto que el aplauso popular insta a aplastar a fuerza de bolillo? Al fango del enfrentamiento son arrojados, junto con sus banderas, estudiantes y maestros, pero también campesinos, ambientalistas, defensores de derechos humanos, simples contradictores o intelectuales. Por insondables que sean las contradicciones, o por inconexos que parezcan los motivos, todos son arrastrados al odio por una única fuerza unificadora, una verdad absoluta, pues si bien el fascismo se encuentra filosóficamente dislocado, está sujeto emocionalmente a unos cimientos paradigmáticos. Para el caso de Colombia, dicha fuerza parece ser el Castrochavismo, o mejor, el Anti-Castrochavismo. Es común de los movimientos fascistas que la identidad sea satisfecha en relación con un enemigo. En el caso del pensamiento nacionalista, la identidad, la pertenencia a una nación, se define por el desprecio a las minorías étnicas o a los inmigrantes; es natural que el fascismo se alimente del miedo a la diferencia, particularmente sensible cuando se trata de los intrusos. En nuestro escenario, la mentalidad fascista se constituye por su oposición a una minoría ideológica. Este enemigo, en cualquier caso, es entonces caracterizado a través de un complot, a través de su supuesto empeño conspirador por destruir nuestro modo de vida. Instaurar el Socialismo del Siglo XXI en Colombia, con la ayuda de los difuntos Fidel Castro y Hugo Chávez, y con ello destruir nuestros valores cristianos, familiares, nuestra economía y cuanto le plazca declarar no grato a la verdad absoluta (porque el pueblo, según Eco, no hace más que justificar la voluntad de su líder bajo una voluntad popular ficticia; pueblo que cree y odia por la determinación de un caudillo) es el propósito terrible de este antagonista; de allí que quién se declare ateo, quien sea LGBTI, quien proponga cualquier cosa en materia de economía


distinta a lo que ya tenemos, o incluso quien se oponga a la tala de un bosque, sea arrojado a aquel lado del tablero. Dado que el fascismo concibe la vida como un estado permanente de guerra, y por tanto la paz como una amistad imperdonable con el enemigo, los defensores de derechos humanos y líderes sociales, por amenazar aquella manera de vivir, caen también en el hoyo la maldad; esta manera es como el descarado sincretismo colombiano pone bajo la misma categoría a Juan Manuel Santos y a Marx. Asimismo, puesto que esta mentalidad incita a la acción sin intermediación del pensamiento, a la persecución de las hazañas heroicas y violentas, la intelectualidad, cuando no se encuentra a disposición de sus intereses, es tomada por traidora y enemiga. Umberto Eco asegura que ninguna fe sincretista puede sobrevivir a un análisis crítico. La ideología de los ciudadanos de bien, la manipulación de términos fundamentales: la conversión de la paz en traición, la justicia en impunidad y los derechos en caprichos, sucede, como afirmaba Gramsci, no solo a través de las instituciones del Estado, sino mediante su difusión en todas las áreas de la vida cotidiana. La verdad, continuamente deshecha y vuelta a ensamblar, en ocasiones desvergonzadamente irracional, gotea sobre el pueblo desde su clase política y sus medios de comunicación. ... Ni bien la movilización se ve empañada por hechos violentos, un nombre empieza a posarse en boca de los medios de comunicación y del gobierno: Gustavo Petro. Para la clase dominante, y por ende para el entendimiento de las multitudes que de ella beben, Gustavo Petro es el cerebro o la fuerza todopoderosa que sin importar cuan fortuito, distante o insignificante sea el incidente, se encuentra detrás de él. Su objetivo: destruir la civilización colombiana, instaurar el Socialismo del Siglo XXI, acabar con la

la iglesia y la cultura; Petro es el avatar del Castrochavismo. Y como es también arquetípico de las mentalidades fascistas, se encuentra erigido sobre una concepción dual. Pues si es capaz de actuar con virtual omnipotencia para comandar actos violentos y conspiraciones a lo largo y ancho del país, humillando con esta demostración de fuerza a la masa enardecida de este lado del tablero, es también muy débil; ni Petro ni el Castrochavismo tienen oportunidad alguna contra la determinación del pueblo ni contra la inteligencia y el poder de sus líderes. Que el enemigo sea al mismo tiempo demasiado fuerte y demasiado débil es otra característica germinadora del fascismo, de acuerdo con Umberto Eco. … Se trata de catorce rasgos, equivocadamente ofrecidos a lectores de blogs y páginas web como catorce claves para identificar a un fascista, catorce características del fascismo y cosas por el estilo. No se trata de un recetario, ni de una plantilla para situar sobre cualquier gobierno o movimiento político y declarar aquí y allá fascismo o no fascismo. Estos rasgos, según el mismo Eco, no pueden ser organizados en un sistema; muchos se contradicen mutuamente, y son además típicos de otras formas de despotismo o fanatismo. Sin embargo, como ya hemos dicho antes, basta la presencia de una de estas características para permitirle al fascismo coagularse alrededor. Aquí, a partir de la segunda parte, se ha hecho mención de nueve de estas cualidades. ¿Nos enfrentamos los estudiantes a un gobierno fascista? Es menester de cada quien llegar a tal conclusión.

Fondo y montajes realizados a partir de fotografía de Alfredo Valderruten


REVISTA ENGENDRO EDICIÓN PARO NACIONAL Revista Engendro revistaengendro@gmail.com Andrés Agudelo


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