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Reflexiones Profanas

La presente participación se me ocurrió al cavilar sobre las condiciones que actualmente privan en el país, donde un día sí y otro también nos despertamos con un nuevo desbarre del gobierno, que parece (al menos los señalamientos mediáticos así lo muestran) son una constante que lo significan. Puede que los críticos tengan razón, pero también puede que no. Cuál pudiera ser la explicación o al menos una idea? Eso es lo que abordo de manera simple, y seguramente a algunos les parecerá sesgada (se ofrece una disculpa por lo impertinente que pudiera resultar).

Comienzo: me parece que por naturaleza todo ser humano vive en esperanza eterna de un futuro mejor, donde sus condiciones actuales se le transformen en mayor bienestar; la cuestión es que siempre se quiere más y no se hace, no se puede, o simplemente no se quiere hacer algo por tratar de lograrlo, y se espera la bendita suerte, la vuelta afortunada del destino para alcanzar esa aparente felicidad momentánea, para, luego, volver a querer más, lo que hace que ese sentimiento sea un presente permanente, que no necesariamente es negativo, pues para muchos es la llave que enciende el motor de la motivación por superarse a sí mismos y a sus circunstancias (aunque alguna narrativa los tache de “aspiracionistas” codiciosos); entre tanto, para otros, lo que caiga con poco esfuerzo y, aun mejor, regalado, bienvenido.

Por eso se buscan soluciones en la religión, en la política, en el trabajo, en la familia, en los amigos, en todo rincón de relación con otros, reales o imaginarios, que represente una posibilidad de reflexión sobre qué hacer para, por fin, llenar ese anhelo perenne de insatisfacción.

Para lo que aquí se trata, la cancha de especulación de su servidor es nuestro país, su política y sus políticos, en juego con sus ciudadanos.

Los mexicanos, como todos los pueblos en toda época y lugar, creemos que el mundo está lleno de buenos y malos; los primeros somos nosotros y los segundos son los demás. Entre estos últimos ubicamos a los otros, a los “diferentes” por que no reúnen las condiciones mínimas que de acuerdo a lo que acepto es lo adecuado (los migrantes que transitan en caravanas por el país rumbo al norte podrían ser un buen ejemplo, aunque no aquellos deportistas o artistas que ganan millonadas en nuestro país, aunque también sean migrantes).

Desde que hubo la fusión del nuevo y del viejo mundo, México es la única nación donde surgió un real mestizaje (en otros países americanos se tienen bien identificados los nativos y los que llegaron a vivir ahí, pero que no se vincularon -colonizaje-) merced a la unión del español con el nativo; esa mezcla estampó un imaginario socio cultural en el mexicano que trasciende a su forma de ser. Somos el producto del choque de dos culturas, una estratificada y la otra rapaz (así lo ha señalado nuestra educación básica en historia patria, aunque en la historia universal resulta que los españoles eran de lo mejorcito de Europa en la época del descubrimiento de América).

Tal vez por eso, no hay mayor injuria para un mexicano que “mentarle la madre”, porque divinizamos esa figura en émulo de la Malinche que fue violentada por los “invasores” y que por ello representan al padre represor pero también al dador de manutención.

Igual, tenemos un sentimiento de voracidad por “hambre atrasada” en razón a injusticias permanentes de todo orden (creemos merecer todo y que “papá gobierno” es el único obligado a darnos lo que consideramos nuestro) que nos hace pensar que al “niño más chillón se le hace más caso”, de ahí las exigencias fuera de canales democráticos, legales e incluso morales (gandallismo), como el fenómeno de las marchas tan popular en la actualidad, que se utilizan para toda petición y también para mostrar “músculo” político.

Esa voracidad se representa también en aquel que se estaciona o da vuelta con su vehículo en lugares prohibidos; el que no respeta la fila y que por tener “palanca” considera sostener el derecho de ir directamente al frente; el comerciante que sube los precios porque escuchó en las noticias que la inflación está elevada; el que no verifica su automóvil y echa humo como chimenea. Hay un largo etcétera de gandallismo que se introduce como el más sucio de los lodos en las grietas de nuestro ser mexicano, lo que se trata de justificar con frases como “ni modo, así nacimos”, “si saben que así soy para qué me invitan”, “que chillen en su casa y no en la mía”, “el que no transa no avanza”, “el gandalla no batalla”, entre otras que sólo abonan a un perfil anquilosado y emponzoñado que hay que sacudir con firmeza de ánimo, si es que queremos una mejor nación.

Y es que de eso se aprovechan los políticos demagogos para manejar intereses que les beneficien en mantener el poder (fracturando, dividiendo, polarizando -“buenos” y “malos”-); aquellos que piensan en cómo ganar las próximas elecciones más que en cómo generar mejores condiciones de desarrollo a las generaciones venideras, para lo que usan estrategias con el pivote de la voracidad y necesidad de bienestar de la gente, haciéndola creer que vivir del “favor gubernamental” mediante programas sociales con apariencia de generosos y bondadosos (se prefiere mantener a ociosos que a enfermos, aun cuando las manos, la inteligencia y el ánimo, se entorpecen por la inactividad), es muestra de lo que debe y debió ser, antes, ahora y después, un “buen gobierno”, lo cual es vivir como en el seno materno, donde no nos preocupemos de nada, ni siquiera de respirar o comer (mucho menos de trabajar y de pensar), condición que desde luego representa un lugar entrañable pero nada propicio para cuando se tiene mayoría de edad. Quien no quiera someterse a ese adormilamiento social es un “adversario” al que hay que tratar como enemigo, y ensalzar infantilmente supuestos éxitos de los “buenos” con frases como “tengan para que aprendan”.

Ese tipo de gobernantes pretenden hacernos pensar que gobernar es cosa de magia y que sólo ellos saben los verdaderos problemas de México y, en consecuencia, únicamente ellos tienen las soluciones, porque los gobernados no podemos entender y tampoco participar, mucho menos tenemos la responsabilidad de coadyuvar en encaminar nuestro destino como país (vuelta al manejo del sentimiento del padre protector y de muy “buenas intenciones” en el cuidado de los hijos).

ABRIL 2023

Termino con alusión a los cercos de protección que se dispusieron a Palacio Nacional en ocasión de la marcha de mujeres el pasado 8 de marzo; al verlos, recordé una frase que Tomás Moro dice en su obra “Utopía”: “…cuando sólo uno vive en el lujo y los placeres mientras a su alrededor todo son lamentos y gemidos, es que cuida de una cárcel y no de un reino.”

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