La cabellera de berenice

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Queridas amigas, queridos amigos, querida familia: esto que os mando es el original del libro La cabellera de Berenice, que yo creía que iba a ser el último mío de poemas. No he encontrado editor para él. Con esto de la crisis, todas la colecciones las han puesto en hibernación. Quien de vosotros no quiera conservarlo, que lo borre. Quien lo conserve me hará un honor. Salvo en el caso de tres, La cabellera de Berenice está compuesto por poemas que nunca han formado parte de ningún libro, aunque sí he publicado en revistas.


M. García Viñó

LA CABELLERA DE BERENICE


INDICE 1.- Elegíacos Escorpión La cabellera de Berenice Canción para el futuro Elegía por un (imposible) regreso Sueño Llegada de la muerte

2.- Exposición y concierto A María Antonia Sánchez Escalona en la frontera del trasmundo En el jardín de los sueños de María Luisa Díaz Velázquez Para mirar por una ventana de Marina Díaz Flores amarillas Acopio materiales para pintar tu retrato Oyendo tocar el piano a Inés Gómez Carrillo…

3.- Cuaderno de Getsemaní Nota previa Invocación de la Magdalena Seis sonetos a María Magdalena Glosa a Fray Luis de León

4.- Otros poemas Clama el profeta Aquel paisaje del verano Diosa del Sol


1.- ElegĂ­acos


ESCORPIÓN Yo nací con los labios tendidos hacia el beso, llevando en la garganta este tremendo grito involuntario y, en el pecho, la curva de un abrazo. Yo no agité los vientos de mis acantilados ni levanté clamores en mis mares de sangre; yo no inventé tormentas ni oleajes ni puse en el rugido tu nombre y mi llamada. En mis manos ya estaban las furias retratadas y mi llanto de niño fue un llanto de inocente condenado. Si lastimé tu pecho, no me culpes. Yo no pedí estas garras que sin querer afilo entre mis piernas. He llegado empujado, vestido con el traje que me dieron. Yo no crucé tu ruta con la mía. Sevilla, 1956


LA CABELLERA DE BERENICE A mi mujer No, no fue en esta vida, en los primeros tramos, en la infancia de esta vida cuya pleamar navego ahora. Ni en la anterior. Ni en la anterior a la anterior… No, no fue en aquélla en que, mago, brujo o dragón de siete colas , descubrí Antares en el broche de Scorpio. Ni en aquella otra, cuando tocaba la guzla en las fiestas de Knossos, al pie de la pirámide. Fue mucho antes, en un jardín, tal vez en Samarcanda; en un jardín junto al estanque de los lotos, ceñido de arrayanes y azulejos de reflejos metálicos… Bajabas lenta por la escalinata. Los leones, absortos, exhalaban, por sus fauces marmóreas, la envidia de los siglos venideros. Bajabas lenta, cuando te vi por vez primera, yo, esclavo de tus juegos de garza fugitiva, de reina prisionera. Avanzabas, infantil y solemne, el camino de albero. Reflejaban las lunas milenarias los topacios cambiantes de tus ojos, la miel de tu saliva, el organdí, la seda de tu clámide.


Llegaste junto a mí, junto al estanque de los lotos, ceñido de arrayanes y azulejos, bajo la sombra azul del tamarindo. Olías a flor de cinamomo. Te miré con mi risa de entonces, con mi pena de ahora, y tú me diste tu primera orden.


CANCION PARA EL FUTURO Y pasarán los hombres y pasarán las cosas: las flores en un día y en mil siglos las piedras, y brotará la hierba sobre las tumbas rotas y será ayer lejano lo que aún es mañana. Apagarán cien lluvias el sol de cien veranos y cambiarán de sitio las estrellas: se estirará la Osa Mayor como un caballo y yo la habré cantado como un carro de luz. Pero yo ya habré muerto y allí donde repose bostezará un lagarto cansado al mediodía, y en el árbol que cubra mi última morada se arrullarán sus trinos dos pájaros sin nombre. Mi voz se habrá dormido y mi sitio en la tierra habrá sido cubierto por una flor pequeña que temblará al empuje de la brisa amorosa que traiga el eco oculto de lo que ya no exista. Y se hundirá la torre donde mis ilusiones habrán brillado ciertas como un faro continuo, y todo será sombra en la ignorada playa donde yo habré jugado, pobre niño poeta, a vaciar el océano con una concha blanca. Todo, amor, pasará, como pasan las nubes sin dejar ni una estela sobre el azul intacto. El polvo y las marañas ocultarán las huellas de mi paso cansado por el camino antiguo. Pasarán los recuerdos y pasará la historia que los dos escribimos con nuestra propia sangre, y quedará el oasis donde yo te he amado como esta misteriosa ciudad abandonada. Ruinas de Itálica, otoño de 1951


ELEGÍA POR UN (IMPOSIBLE) REGRESO Tu sueño y tu recuerdo ¿quién lo olvida, tierra nativa, más mía cuanto más lejana? Luis Cernuda …No es que tuviera la pretensión de deslumbrarte, ciudad, con mi regreso; ni de orear tus brisas empañadas con la alegría que no tengo. No es eso; es que soñaba, y entre mi sueño y este fango de la vida que piso brotaron mucha flora y mucha fauna despegadas de la verdad vestida que me impones. Pero, ¿a qué contarte? Tú me conoces, tú lo sabes, nunca haré de ti el inverso pedestal del fantasma que me finge en la tragicomedia, sonámbulo y a veces heroico en sus ridículos errores... Nunca -también lo sabeste he confundido con los otros personajillos de la farsa; tu esencia sin historia ha sido el velo desplegado, único velo desplegado, sobre el fanal y el viento de mi entorno. No, nunca tuve intención de rebelde reconquista; sólo el deseo, la ilusión tremenda de hallar siquiera un relicario con la caliente pulpa de mi molde; y es que en la trama, sueño y suelo, ahora y aquí, se confundían. Eran tus sendas soberanas bajo los pies del ángel separado, eran tu torre y tus cristales mimando la esperanza nunca extinta;


y era tanto el silencio, tanto el helor, tanto el vacĂ­o, tanta la sed, tan alto el fingimiento, que un instante los tactos se embriagaron. Perdona vacilaciĂłn y espanto, ciudad mĂ­a; te lo pido de lejos, como un astro apagado, tambaleante y yerto en su deriva. Ya no encuentro la ruta. Me han cortado los brillos, las amarras del ansia allĂĄ en tu puerto; y ahora ni el viento vale bajo esta lluvia que lo borra.


SUEÑO Corazón de mi sueño, nieve pura --tan dulcemente blanca te soñaba--, como una flor de espuma tiritaba tu luz al borde de mi fuente oscura. Mi boca, abeja o duende, en derechura a tu espiral corola te buscaba. Todo el paisaje de mi amor sangraba un himno inmenso en torno a tu clausura. Bajo un cielo de líquidos cobaltos, te vi, durmiente de mis bosques altos, me alcé a tu trono y descorrí tu velo. Y, trampolín de labios, por el aire, mi beso o flor rendida a tu donaire tembló en el pico de una alondra en vuelo.


LLEGADA DE LA MUERTE … …de mi padre Primero fue el temblor, la vibración del aire en la llamada, la noticia sabida desde siempre, el resplandor del grito llameante; después el penetrar el nuevo surco, desconocido surco aunque no extraño, el encontrar la cáscara en la sima de sinrazón que el eco no difunde. Primero todo es claro, como verso al oído de la novia; luego la luz va desapareciendo tragada por el pasmo y la impotencia. Y el hombre queda intacto en la frontera de la implacable noche y el silencio. (4-IV-76)


2.-Exposici贸n y Concierto


A MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ ESCALONA EN LA FRONTERA DEL TRASMUNDO ¿A dónde vamos? ¿A dónde me conduce tu sabia mano, tu mirada? El agua de tu voz no disimula el tremendo poder de tus conjuros. Vacilo en el umbral donde tiemblan las nubes, donde rompen sus moldes las palabras, donde árboles pétreos y rocas sensitivas configuran la escena de un encuentro sin nombre. Vacilo, pero avanzo; tú me guías por esa astral llanura solitaria; allí el silencio urge respuestas que no llegan y la voz, una música de eternidad y vértigo. Avanzo hacia el fulgor de muerte viva levantado entre el sueño y la nostalgia, levantado en la cima extraterrena cuya sombra ya araña el horizonte y el velo gris de las postrimerías. ¿A dónde hemos llegado? ¿Quién convoca esta asombrada multitud ausente? ¿Quién pone en marcha esta quietud alerta? ¿Qué labios, qué gargantas mudas entonan este himno que no oímos? Ya estoy aquí. Ya tu ademán erige un espejismo nuevo en esta nada. Tanta luz no me deja visión para el milagro ni voluntad para el retorno.


EN EL JARDÍN DE LOS SUEÑOS DE MARÍA LUISA DIAZ VELÁZQUEZ ¿Por qué juega esa niña? ¿Por qué se para ahora? ¿Dónde mira? ¿Qué piensa? Tantos verdes y grises, en el cristal del aire, hacen temblar el tacto y la mirada de quien se enfrenta a su misterio lánguido. No hay senderos en el jardín donde ella planta sus preguntas, nuestras preguntas, las preguntas de todos; no hay horizontes ni futuros... El tiempo sin fronteras, el espacio sin horas, definen su visión de la nostalgia. Ella vino de más allá del verbo primigenio, de más allá del ángel y de las aguas separadas, y encontró la serpiente en su primera cuna y la espada de fuego en los umbrales, mancillando su luz predestinada. Más tarde, cuando jugaba, en su inocencia, con venenos y estampas, con espinas moradas y nieves derretidas, flores y yerbas levantaron temblores de clamor hacia las casas. ¿Por qué se queda ahí esa niña indefensa? ¿Por qué no entra? Galoparán preguntas y preguntas por siglos-luz y miedos, por instantes incólumes... La niña dejará que sueños y milagros, que crímenes y espantos, funden su eternidad en los pinceles.


PARA MIRAR POR UNA VENTANA DE MARINA DÍAZ …Y ver el fondo de tus nubes Y el nacimiento de tus manantiales; descifrar el enigma que tú inscribes en surcos sobre un suelo sin huellas ni destino. Uno no sabe si es detrás de la hoja cerrada donde escondes las esperanza, ni si el vacío al que se asoma la abertura es el mar de tu nombre donde naufragan cíclopes y atlantes de Itálica dormida. En el dintel, tiemblan los sueños de flores como labios y, en el espejo de tus ojos, recuerdos y martirios de una infinita historia sevillana. Diosa te hice sobre el altar del tiempo antes que el mundo renaciera sobre el conocimiento de tu imagen. Ojalá al otro lado de la cerrada puerta las llamas de los cirios iluminen los gritos de llamada. Parque de María Luisa, Glorieta de Bécquer, 22-VI-78


FLORES AMARILLAS Óleo de Pepi Sánchez Un sol en polvo o luces tamizadas tiembla en la tierra alegre resolina; tus ojos cantan y en mi pecho trina un ruiseñor de estrellas afiladas. Ya el aire dibujó flechas aladas, rizos del viento en suave tremolina; ya el horizonte coronó su fina frontera azul de nubes salpicadas. Por el abierto túnel del paseo, risa nodriza de mi gran deseo, juega el calor sus blancos esmeriles hasta tu luz, mi corazón, que brillas, sobre un pretil de flores amarillas, nuestra ilusión de estampas infantiles. Sevilla, 1957


ACOPIO MATERIALES PARA HACER TU RETRATO Para pintar tu pelo, tomé noches sin luna, volcanes apagados y honduras de cavernas milenarias. Para tus ojos, pedazos de antracita y de topacio, brillos de estrellas y ascuas de incendios siderales. Para tus labios, cerezas del Penteli, granadas y rubíes y sangre de crepúsculos soñados. Para tus manos, la blancura del cielo y promesas de lluvias cristalinas, vuelos y aromas, nubes de gasa y plata líquida, la blancura del mundo antes de que la tierra estrenara amaneceres. Para tu voz, el arpegio de un trino de un pájaro remoto, la risa de un arcángel y el dulce néctar de un suspiro. Para tu risa, surtidores de oro y pedrería, rumor de brisa entre las hojas, olas de espumas y corales y arrullos de las islas de los cuentos. Con glaciares antárticos, dibujé tu garganta y, en su torno, puse un collar de copos de nieve y flores blancas. La pulpa de tu carne palpitante, mármol viviente y alabastro rosa, la dibujé con pétalos de estrellas, con arena de playas solitarias y caricias de alas estrenadas.


Y entonces fuiste tú, aquélla de los sueños infantiles, reina de los azules espejismos, protagonista de otra historia… Aquélla que los cielos anunciaron al mundo con cantos planetarios que apagaban los gritos del desierto.


OYENDO TOCAR EL PIANO A INÉS GÓMEZ CARRILLO, EL POETA EVOCA SU ADOLESCENCIA SEVILLANA, E INVENTA ELEMENTOS DE UN TIEMPO Y UN ESPACIO, UNA FLORA Y UNA FAUNA, Y UNA MITOLOGÍA ANDALUZA-MÚSICO-ARGENTINA

Florecían los arpegios, los do-re-mi-fa-soles celestes y mojados, las guirnaldas de espuma, en las rayas inmóviles del Atlántico mudo, cuando tú transitabas, gacela de la pampa, niña prodigio de Beethoven gaucho. Cuando tú transitabas convocando centauros de la Tierra de Fuego, serpientes oceánicas, claves antiguas y arpas electrónicas, bajaban por los mapas arrugados de los libros de historia los siglos y las perlas, las mil y una naranjas de los cuentos, los versos olvidados y los versos no escritos. Emergían giraldas y claveles, aspidistras de mármol, jazmines y geranios infantiles, naranjos y cariátides absortas, al toque de tus dedos sobre el aire de aire y de canela; al toque de tus manos, garza durmiente, cuando tú transitabas las marismas. Al toque de tus manos se aplacaban las olas amarillas y pujaban los peces, en la espuma sonora del pentagrama vivo, bajo un cielo inventado --la Cruz del Sur cambiada por la Estrella Polar de mis piratas— bajo un cielo fundado al toque de tus dedos, domadora del tiempo, se aplacaban las nubes amarillas y pujaban los montes.


Florecían las nostalgias, los do-re-mi-fa-soles ardientes y morados, los arpegios de agua, y emergían las playas sostenidas al filo de los cosos, laberintos del toro de la Bética, cuando tú transitabas aleteando notas y suspiros. Al toque de tus dedos, resucitaban risas y planetas, sirena caminante del Río de la Plata, cuando tú transitabas mis paisajes dormidos, yendo a robar la flor del sicomoro para salvar los sueños del naufragio.


3.- Cuaderno de GetsemanĂ­


NOTA PREVIA Una tarde de julio de 1975 me bañé en el Mar Muerto. Era media tarde de un día muy caluroso y las aguas son tan densas que parecía que se bañaba uno en gricerina. Todo fuera por el conocimiento, por la cultura y por la historia. Cuando medio me sequé, di un paseo solo hasta el palmeral de Engadi, muy cercano. La amada de El Cantar de los Cantares, o quizá una belleza que brota en el Eclesiastés, no me acuerdo, dice en unos versículos: "Como cedro del Líbano crecí, / como ciprés de los montes de Hermón, / como palma de Engadi crecí, / como rosal de Jericó… etc.” Los recordé y, simultáneamente, concebí un poema que escribiría en esas estrofas que se llaman liras y nadie ha empleado modernamente (las que empleó San Juan de la Cruz en el Cántico espiritual y Fray Luís en la Oda a la vida retirada) e inspirándome en El Cantar de los Cantares, mi libro sobre todos los libros. En el dorso de una factura de hotel, apunté los primeros versos y tomé notas para otros. Escribí el poema, que copio a continuación, de regreso a Madrid, teniendo el Cantar a la vista, y sin importarme si me salía algo no muy de ahora. ¿Por qué en boca de María Magdalena? Este personaje bíblico, sea histórico, simbólico o legendario, y que, secundum scripturas, yo identifico con María de Betania y la ungidora anónima de Lucas 8 en mi libro La nueva Eva (libertarias Prodhufi, Madrid) es el que más me ha fascinado en mi vida. Tengo casi treinta libros sobre él y soy autor de una Bibliografía sobre María Magdalena publicada por la Revista Agustiniana. La invocación y los sonetos que siguen aparecieron por primera vez en Ulula. Graduate Studies in Romance Languages, nº 4, Athens, Georgia, 1988. Debo decir también que las citas que preceden a los sonetos pertenecen a la silva. A Santa María Magdalena, de Bartolomé Leonardo de Argensola, de la que pueden considerarse, por tanto, una especie de glosa, aunque no lo son propiamente hablando ni tampoco en la intención. Puede verse, además, que no siempre los traslado literalmente.


INVOCACIÓN DE LA MAGDALENA Béseme con besos de su boca! Son tus amores más suaves que el vino, etc. El Cantar de los Cantares

Que venga a mí el amado y béseme con besos de su boca y al pecho confiado y a la purpúrea roca libere del ardor que los provoca. Que llegue hasta mi huerto, jardín de los diversos manantiales, por la escarcha cubierto y lágrimas caudales con que el cielo bendice mis umbrales. Penetre en mi aposento con su cantar alegre no aprendido y con su dulce ungüento, que es fruto a mi sentido, embalsame la flor que le he ofrecido. A mi aposento umbrío, donde un lecho de palmas verdeguea, llegue el amado mío; aquí el aire sestea y entre mimbres y cañas pastorea. Mi amado, tan suave, que con razón le aman las doncellas; su voz surca la nave de las palabras bellas, su mirada el fulgor de las estrellas. Llegue hasta mí y apague esta pasión que mana a borbotones de mi seno y halague con sus frutales dones los tormentos de mi alma y aflicciones. No frustraré su espera de mi escondido néctar no saciada ni el ansia lisonjera con que su mano alada apacigüe mi carne enamorada.


Que son mis pechos nardos y son mis ojos como dos palomas, y mis dedos son dardos, y mis muslos, las lomas donde el amor incendia sus aromas. Que es mi cantar suave y mis labios cual frutos del granado; como plumón de ave mi cutis nacarado, mensajero del goce anticipado. Mis cabellos son oros espejos de los trigos de las eras, y mis brazos, tesoros ceñidos de pulseras, ramilletes de mirto y balsameras. Mi cuello, entre collares, es un rayo de luna y mis mejillas son narcisos iguales; graciosas cervatillas que triscan por los valles, mis rodillas. Mellizo de gacela es mi vientre apresado en el gemido y, a través de la tela, es mi plantel el nido donde se aquieta un viento estremecido. Son dulces mis caricias como la miel arabia y la ambrosía, dormirá en sus delicias mi amado si confía su ternura a mis besos algún día. El día que le enamore, que clavará su luz en mi memoria; las lágrimas que llore reflejarán la gloria del rostro de mi amado y su victoria.


SEIS SONETOS A MARÍA MAGDALENA

I Turba el convite su presencia y lloro. (21) Venida a ver de rosas y azucenas. (74) Te acribillan los besos, Magdalena, miradas que asaetan sus ardores hacia tus labios, pechos tentadores y esmorecidos muslos de sirena; sin descifrar la rosa y la azucena que te preceden con sus resplandores, la margarita impar ni los fulgores de tu luz, que es más luz desde la pena. No saben lo que pasa en este mundo cuando en las alas sacras del ungüento turba el convite tu presencia y llanto. El sí te entiende y desde lo profundo del amor y el dolor dicta el portento que se estrena en tus ojos de amaranto.


II La púrpura preciosa desampara (8). Tu voluntad, María, en sacrificio (42). Y con esto lo tienes más propicio (44) La púrpura preciosa desampara la nacarada espuma de tu cuello y hasta la blanca frente asciende un sello de estremecido espanto por tu cara. Es un temor antiguo el que a tu avara pasión le roba su mejor destello, el que aniquila el rastro de tu bello ademán de ungidora sobre el ara. Pero ¿qué temes tú, sacerdotisa, flor de Betania, ninfa de Magdala, si con esto lo tienes más propicio? No quiebres tú los pétalos que irisa el fulgor de tu luz de amor y exhala tu voluntad, María, y sacrificio.


III Con invisible fuego a Dios preparas (43). Y por esto entre espíritus divinos (48). Y entre sus estandartes conquistados (55). Aquella que escogió la mejor parte (82). Pies con alas, los tuyos, que te llevan hasta sus pies con polvo del camino, esos pies señalados por el sino del encendido astro que renuevan. Ojos con pena, tuyos, que se elevan, embriagados de espíritu divino, hacia los ojos suyos, como un vino en que paz, esperanza y gloria abrevan. Pies tuyos, suyos, blancos pies que inician el invisible fuego que prepara la conquista del sueño y su estandarte. Ojos con dulce llanto que propician la plenitud del fuego sobre el ara del amor que escogió la mejor parte.


IV Aquella pecadora que solia (1) ser fábula delpueblo de ordinario (2). Canten otros, María, como fuiste (81) Canten otros, María, cómo fuiste aquella pecadora que solía ser fábula del pueblo, la que un día mereció el desamor que recibiste. Entonen ellos la salmodia triste que cinceló tu estampa en la jauría, y pinten tu negrura y la porfia de los siete demonios que escondiste. Porque yo cantaré tus esplendores, diré la excelsitud de tus amores, anunciaré tus altos avatares, clamaré por la gloria de tu nombre, publicaré cuanto en el mundo asombre y entonaré el cantar de tus cantares.


V Las cintas de zafiro y el cabello (9). Tus lágrimas con Cristo pueden tanto (64), que la menor lo enciende y enamora (65), y a la culpa mayor deja anegada (66). Tú quedas en apóstol transformada (67 Las cintas de zafiro y el cabello mojado por el mar de Galilea, irrumpe, rompe el vaso y perfumea la casa, el mundo en mágico destello. Pero sólo el rabí repara en ello y su milagro asciende y se recrea en la escondida lumbre que clarea la miel dorada y curva de su cuello. Sus lágrimas con Cristo pueden tanto, que la menor lo enciende y enamora, y la culpa mayor deja anegada. Así su voz inicia el nuevo canto desde el pecado antiguo que ahora llora y la deja en apóstol transformada.


VI Pregunto por el fin de la esperanmza (15). ¡Oh tú, siempre dichosa pecadora! (61). A ti, siempre dichosa pecadora, que en tu diurno pecho amamantaste tanto ardor que en sintiendo perturbaste el eje de la luz dominadora. A ti, que conociste aquella hora de plenitud divina, cuando amaste tan entrañado al cielo que engendraste el sueño del amor que te enamora. A ti, que con brindarle el dulce fruto, alzaste el sello del mejor tributo y el mensaje feliz que ahora me alcanza. A ti, serena fuente de agua viva, jardín cercado, garza fugitiva, pregunto por el fin de la esperanza.


A MARIA MAGDALENA (Glosa a Fray Luis de León) ¿Quién no dirá tu lloro? tu bien trocado amor, oh Magdalena? ¿de tu nardo el tesoro, de cuyo olor la ajena casa, la redondez del mundo es llena (Fray Luis, poema A todos los santos) ¿Quién no dirá tu lloro, en sepulcral ungüento convertido, nimbado por el oro de tu cabello ardido, memoria de los siglos que han seguido? ¿Tu ofrenda perdurable, tu bien trocado amor, oh Magdalena, que mereció la amable caricia nazarena y el alto gozo que tu pecho estrena? Arcángeles en coro ensalzaron con músicas canciones de tu nardo el tesoro y los frutales dones brotan allí donde tus manos pones. Que amor supremo alcanza los valles del milagro, esa serena campiña de esperanza de cuyo olor la ajena plenitud con tu beso se encadena. ¿Quién no dirá aquel llanto hasta el confín del mundo, oh Magdalena, si de su lluvia el manto celeste, la terrena casa, la redondez del mundo es llena?

?


4.- Otros poemas


CLAMA EL PROFETA A Mariam Todavía quedan muchos palestinos vivos, oh, hijos de Sión. Un tiempo largo desterrándolos, encarcelándolos, torturándolos, asesinándolos, masacrándolos y aún alientan de vida. Aún quedan muchos palestinos vivos a vuestro lado. ¿No los veis? ¿No los oís? Pretenden ser los dueños de esta tierra, porque nacieron de los que quedaron luego que las caligas del águila romana hollaran sus mieses, sus olivos, sus tiendas y sus palomares. ¿A qué esperáis, hijos de Sión? ¿No oísteis el mandato de Yahvé? Exterminadlos. Que, si no, la furia del Eterno, grande y terrible, se cebará en vosotros. En vosotros, que sabéis -os lo enseñaron vuestros padres que los palestinos, mujeres, hombres y niños no merecen vivir en vuestros campos, en vuestras ciudades… ¿A qué esperáis para exterminarlos? Están mancillando vuestra tierra, esa gloriosa tierra que os dio Yahvé en heredad. Yahvé que, aunque no existe, puede aún ofreceros muchos campos, muchas ciudades, a Oriente y a Occidente, y debajo del mar,


sobre las nubes y más allá del horizonte… Campos que manan leche y miel y que son vuestros, porque vosotros los robasteis, dos veces los robasteis, como Yahvé os ordenó, por boca del profeta, bendito sea Yahvé, el Santo de los Santos, aunque no existe. Mirad y ved, aun queda allí una mujer, junto al pozo, bajo la palmera. Lleva un hijo en su vientre. Podéis matarlos a los dos de un solo tajo. Arrastradla, sacadle las entrañas, sacadle al hijo que esperaba y arrojadlo a los cerdos… Porque vosotros no coméis cerdo, pero los cerdos sí comen niños palestinos. Y allá, en la otra orilla, un hombre con las manos vacías, porque la siega es vuestra, el grano es vuestro y las espigas y el fruto de la vid y del olivo. Está famélico, muerto en vida, rematadlo de una vez, que no mancillen sus harapos las laderas del monte sacro de Sión. Mirad, más allá todavía, ese grupo de niños que juega a orillas del Jordán, sus breves pies chapoteando en los marjales, entre los mirtos y las balsameras. Para no mancharos las manos, aplastadlos con vuestros carros de combate. No temáis esas piedras que os lanzan, las piedras no hacen daño si las tira una mano inocente. Hombres, mujeres y niños no son hombres, mujeres ni niños si son palestinos,


oh, hijos de Sión. Ni su dolor es dolor, ni sus palabras son palabras ni sus quejas son quejas ni su llanto es llanto ni sus heridas son heridas ni su muerte es muerte… Exterminadlos… Borradlos de la faz de la tierra sagrada. Obedeced. Acordaos de la Ley de Moisés, el siervo de Yahvé, de los preceptos y mandatos que os dio el Señor, el Santo de los Santos, aunque no existe, allá en Horeb, por boca del profeta. Obedeced, exterminadlos, no sea que el infinito trueno de Yahvé, grande y terrible, venga sobre vosotros para daros a todos y a vuestra tierra toda al anatema.


AQUEL PAISAJE DEL VERANO Lentamente, al tiempo que el recuerdo de un viaje al manantial de la razón en la memoria se diluye, lenta y gloriosamente se consolida lo esencial: los tendones viriles, arcos de flecha bajo la áspera piel, olor a tierra y a sudor, un pañuelo de encajes, olor a seno y agua de colonia... Besos, besos... Muchos besos y lágrimas. Las anclas, únicas anclas, fantasmales y huidizas, o quizás sepultadas y anhelando el milagro; huidizas, invisibles, bajo la tierra calcinada, bíblica de maldiciones y apetencia de gloria. Tierra natal, no soy yo, aunque bien lo quisiera. Tú si eres, y ellos son, los ausentes. Son más que nunca fueron. Son hoy, aquí, y serán siempre. Sequedad y silencio testifican por lágrimas y besos eternamente dados y nunca recibidos. Escupo sobre el polvo del desconocimiento. En la boca te escupo. Y te canto, te canto, te canto, con la misma miserable tristeza con que lloran polvorientas encinas y tractores. ¿Quién resucita aquí, si no son ellos? ¿Quién se levanta sin permiso de mi demonio de la guarda? Canto tu terrible belleza de egregia prostituta en crapuloso mármol consagrada, inmortal de cochambre y brillos apagados


bajo corteza innumerable, crisálidas de inocentes sonrisas y besos, besos nunca sentenciados, desvanecidas o abortadas lágrimas. Tierra nutricia, no te reconozco. ¿Me acoges tú? Para fundirme, que sea para fundirme en el instante, aunque sea venenoso, de la separación petrificada. Arqueología de mi vida eres. Sólo eso, prehistórico poblacho, bello por pobre, por castigado injustamente, y por amor desesperado y loco. Tierra, tierra inmortal, mía, mía, ¿dónde la fuente de mi sangre? ¿dónde tus naves? Si hay filones todavía en tu entraña, quiero arrancarlos con los párpados, con la lengua y el cielo de la boca, las yemas de los dedos, los labios y la piel del pecho y el alma que aún me queda de aquel niño, para llevarlos a otra tierra santa.


DIOSA DEL SOL Llegabas por el sueño aquellas tardes estivales. Por el aire llegabas... Aire, viento quieto del sur, mar tenso y perfumado, flor y amenaza sin destino. Todo el temblor del mundo estaba en otra parte; allí, sólo el silencio, la infinita caída, dimensión del asombro y la inocencia; allí los ríos secos, los lagos inventados por el delirio de la sed, hojas petrificadas bajo el zumbido azul de las libélulas; allí el bostezo de los surcos y la mudez ahogada en brumas somnolientas, el sudor asumido como un bálsamo sobre heridas y llantos animales. Llegabas por la luz, la rumorosa, anunciadora luz que no rompía ni manchaba la transparencia humilde de la siesta, lanza -danza de fuego en los corpúsculos-, amarillo latido clavándose en la estampa, escenario del vértigo; clavándose en los párpados, cofres para los miedos infantiles, manantiales de la certeza en el engaño, del ansia cegadora y la fingida respuesta; clavándose en la rueda de eternidad translúcida, pozo inmenso del sur -aquellas tardes de la inmensa noria-, pulpa y lamento del verano; clavándose, aquel instante o llama, clavándose en el sueño. Llegabas


y era el milagro de tu presencia soberana. Hágase el tiempo, aquí, sobre la página; la luz y el beso, la caricia, aquí, sobre la página; el juego y el encuentro, el testimonio, aquí, sobre la página... Y era el milagro de las aves, multicolores trinos, vibraciones y plumas en las alas; fraternidad del tigre y el cordero, del toro y la serpiente, del silencio del nido y el trueno del galope... Era el milagro de la brisa, de las mecidas hojas, de los brotes, de las húmedas yerbas, de la sombra, espumas y vidrieras, rizadas ondas y guirnaldas; era el milagro del oasis, del paraíso, del no soñado sueño, primavera y poniente, movimiento y color sobre la estampa. Milagro o nueva creación del mundo, reina del sueño de la vida de la vida del sueño, del juego aquél tan pronto comenzado, del gozo y del dolor, de la llamada y la respuesta... Milagro germinal cuando llegabas, hija del sol, culminación y tránsito, pilar de aquel jardín y del planeta... Cuando llegabas para aplacar la sed del hombre aún no nacido, Niño por. siempre en tu regazo... Para entregar la fruta y reclamar la sumisión del gozo a tu promesa. Por el sueño llegabas, rezo y lujuria, aquellas tardes infantiles; rompiendo brumas estivales,


miedos niños, muros de sed y pensamiento, llegabas soberana; brotabas como un cántico, rubí, desnuda música, en el prado sin fin del libro abierto; con tus pechos henchidos me rozabas los párpados; y era el milagro -nacimiento del águila en mi cumbrede esta prisión de oro en que respiro.


EnvĂ­o esta copia de La cabellera de Berenice en septiembre de 2013


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