Costumbres de un pueblo que vive en tierra de los volcanes

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C O ST U M B R E S

Cuatrocientos setenta y nueve años han dejado una herencia que comprende un sinfín de tradiciones que evocan aquel lugar de amanecer luminoso donde se levanta un escriba­ no, toma su chicha al medio día, para cantar un yaraví al anochecer. omenta el historiador Jorge Bedregal en uno de sus artículos que la mayoría de cronistas que han escrito sobre Arequipa en sus principios históricos, han coincidido en la fuerte actividad sísmica como uno de los elementos fundamentales del paisaje telúrico arequipeño. Para Bedregal, el apelativo “Ciudad Blanca” representaba un fuerte sentido de exclusión, puesto que en realidad el sobrenombre no provenía del color del sillar con el que se cons­ truyeron las casas, cuyo estuco era más bien multicolor; sino de su composición racial mayoritaria. Ciudad blanca no es el único seudónimo que conserva la ciudad. También, La Noble, La fidelísima, La muy leal, La excelente, El Edén, Ciudad Jurídica, La Ciudad de los Libres, Ciudad de tradiciones, El Caudillo Colectivo del Perú, Ciudad

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Democrática, La Ciudad Revolucio­ naria, Crisol de Mestizaje; entre los más populares. Sobre las tradiciones que siguen iden­ tificando al orgulloso loncco, están las taurinas, tradiciones antiquísimas que en un momento lograron tener la plaza de toros más hermosa de América: el

Coso Oldrati. Además, la quema de Judas, el ingreso de Capo, los poemas lonccos, los yaravíes, los miembros de Aquelarre y más. Arturo Quiroz, estudioso de la Arequipa tradicional, señala que la ciudad cuenta con muchas tradiciones; algunas vigentes, y otras que se han modernizado, aunque la mayoría han desaparecido. Por el lado religioso, Arequipa celebraba las fiestas de manera muy parecidas a los andaluces, sobre todo de Sevilla. Lo más vistoso eran las alfombras hechas con rak-raki (heléchos) y velas verdes. Y las proce-

Arequipa, agosto 2019, N° 69

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COSTUMBRES

Timpusca de peras

Los bailes de salón, un evento en el que los jóvenes arequipeños vestían trajes de gala y antifaces, disfrutando una maravillosa velada acompañada de música alegre que permitía coquetear ante los ojos de la noche”

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Cruz de sauce

Martes de Carnaval en Arequipa, 1869

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siones, especialmente las de Semana Santa, eran muy respetadas por los feligreses. Los varones iban con terno y sombrero de paño y las mujeres de luto con velos. Actualmente las alfombras se realizan con aserrín de colores. La confección de cruces de sauce para Viernes Santo, aun se mantiene en algunos distritos tradicionales. Los carnavales es una costumbre que se celebra en todo el país. Arequipa lo celebraba con una tradición que combinaba bailes, juegos, serpen­ tinas, polvos y que actualmente se encuentra desaparecida: Los bailes de salón, un evento en el que los jóvenes arequipeños vestían trajes de gala y antifaces, disfrutando una maravillosa velada acompañada de música alegre que permitía coquetear ante los ojos de la noche. Quizás el tiempo ha sido muy duro y la modernización de este evento le han quitado su romanticismo y recato. El consumo de granadilla por esas fechas era muy popular, al igual que los desfiles de comparsas que cruzaban toda la ciudad, actualmente también eclipsadas. La gastronomía arequipeña destaca, de manera suculenta, a nivel mundial. Las picanterías arequipeñas tienen decenas de reseñas muy bien contadas de la im­ portancia de estos lugares en la Ciudad Blanca. Podemos enfatizar un plato tra­ dicional propio del distrito de Tiabaya: la timpusca de peras. Un caldo que lleva cerca de 1 8 ingredientes, donde el protagonista son indiscutiblemente las dulces peras. Gracias a la revaloración de las picanterías arequipeñas, este plato ha retomado su lugar en el menú típico characato. Lamentablemente, la modernidad ha trocado por discotecas y bares a las famosas “Teterías”, que funcionaban de madrugada y donde se vendía cotidianamente el “Té pitiau”; y los domingos, muy temprano, su riquísimo “Adobo”. Arturo podría seguir mencionando un sinfín de tradiciones, pero el espacio nos limita a culminar con el recuerdo de una ciudad donde florecía el texao, mientras el sauce llorón reverdecía la campiña, en la que se cultivaron tantas tradiciones que la llevaron al apogeo, ese que hoy buscan sus nuevos hijos, con la misma laboriosidad.


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