Mar y Cultura: Caleta San José, un paraíso en el mar de Arequipa

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| Arrquipj 02 de febrero de 2020

ESPECIAL

Mar y Cultura: Caleta San José, un paraíso en el mar de Arequipa A lo largo de la historia los grandes artistas se han inspirado una y otra vez en la naturaleza: el paisaje es uno de los temas principales y recurrentes en la historia del arte occidental. Así, admirar y valorar la belleza y el valor de nuestros paisajes y comprometerse con el cuidado del medio ambiente son las más altas expresiones de cultura. Y qué artista no se deleitaría en la contemplación de una de las playas más hermosas del Perú: Caleta San José, donde la vista del mar sereno es poesía y el silencioso rumor de la naturaleza es música.

Por Julio Lopera Quintanilla

sta pequeña caleta situada en el distrito de Quilca, a 20 kilómetros del puerto del mismo nombre, que limita por el sur con la Caleta Ancumpita y por el norte con la Caleta Azángaro, fue puesta en valor hace 20 años por un grupo de empre­ sarios quienes apostaron por la maricultura y el cultivo de conchas de abanico, obtenien­ do entonces la concesión para desarrollar criadero de conchas más austral del Perú. Reserva San José como se denominó la empresa, fue pionera en la lucha por la preservación del frágil ecosistema marino costero de la costa sur del continente. A sugerencia del periodista y escritor Rafo León, asiduo visitante de Caleta San José, se abrió las puertas al turismo que inicialmente llegaba a sus instalaciones navegando durante dos horas. Fue por mar que también se transpor­ tó el material para construir los nueve bungalows frente al mar con los que cuenta, convirtiéndose en un pequeño resort ecológico tanto por los materiales utilizados, que no afectan al medio ambiente, como por la filosofía de sus anfitriones. Con la construcción

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DIAGRAM ACIÓN: Marcia Luque Ariviíca

de la carretera Quilca Matarani el acceso a la caleta se facilitó siendo la empresa la que brinda el transporte en camionetas 4x4 por una accidentada trocha reduciendo el tiempo de viaje a 40 minutos desde Quilca. Nos sentimos seguros en manos de los hábiles conductores por un camino escarpado y difícil que pocos aventurarían por los cerros y quebradas. Mauricio Mendoza del Solar y Gonzalo Llerena iniciadores de este proyecto, empresarios y hombres de mar llenos de amor por la naturaleza y simpa­ tía, nos reciben en el hermoso resort con un trato familiar y cercano. Desde la llegada el turista es animado a respetar y disfrutar de la naturaleza. Sin conexiones telefónicas ni inter­ net, las familias encuentran el diálogo, los niños redescubren el asombro de las cosas sim­ ples, surgen amistades y cama­ radería en los distintos grupos. Un fastuoso buffet marino que hace palidecer a los restauran­ tes más sofisticados nos da la bienvenida: causas, ceviches, tiraditos de varios sabores, pulpo al olivo, conchas a la parmesana, arroz de mariscos de sabores indescriptibles y bella presentación nos envuelven con su magia. El personal son­ riente despacha tales maravillas y el público halaga la destreza del chef. El personal está cons­ tituido por pescadores locales.


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hombres de mar de vasta experiencia y múltiples habilidades además de su carisma con los turistas. Pero la tarde es joven y el mar se­ reno nos ofrece varias posibilidades: nadar, remar en los kayacs, pescar - ciertamente devolviendo la presa al mar después de la foto de rigor- o simplemente disfrutar del paisaje con un buen libro o la compañía. La puesta de sol que pinta de oro y rojo el cielo y el mar es sobrecogedora. La noche nos encuentra con una deli­ ciosa parrillada marina y una fogata, malvaviscos para los niños y sana conversación para los adultos. La luz provista por generadores se apaga a las 10 de la noche, todos listos para dormir en los cómodos bungalows, nos espera un día largo. Una campana llama al suculento desayuno variado y nutritivo con singulares panqueques y butifarras de pescado. Es el día de la caminata y el paseo, guiados por los anfitriones y su inseparable perro Tritón, un pastor chiribaya, recorremos los caminos de las culturas pre incas que por esa zona dejaron sus huellas: todavía se hallan ruinas y restos de la cultura Chiribaya que se desarrolló entre los años 900 y 14S0 en el periodo intermedio tardío. Después de pasar por la bella playa La Francesa, un espejo de mar en el cual las especies marinas pueden verse a flor de agua , caminamos por la Pampa del Ancla, llamada así por una antigua ancla del siglo XVII, muy posiblemente proveniente de un galeón pirata, ins­ talada sorprendentemente en plena pampa desde aquel entonces. Justo al frente en las profundidades yacen dos galeones hundidos esperado ser explorados. Encontramos también antiguos depósitos de cochayuyo uti­ lizados ininterrumpidamente por más de 5 siglos por cabanas, collahuas e incas, quienes llegaban a la costa para proveerse de esta nutritiva alga y pescado. Asi, caminar los alrede­ dores es conocer de cerca parte de nuestra historia. Los depósitos de blanca ceniza en el camino nos ha­ blan de la terrible erupción del volcán Huaynaputina en 1600 que provocó la oscuridad total por todo un mes en Arequipa y causó la hambruna en Eu­ ropa. Una embarcación nos recoge en la Huata, bella caleta de pescadores. Conocemos así la Isla y el Callejón de Hornillos, donde el espectáculo de las aves, lobos marinos, pingüinos, cuando no, delfines poco tiene que envidiar a la Reserva Nacional de Paracas. La vida bulle en el canto de las aves y el aullido de los lobos como en una fiesta. Los observamos a pru­ dencial distancia, siempre respetando su hábitat natural aprendiendo de las distintas especies y su forma de vida.

Caleta San José vista desde el mar.

Actividades en caleta san jóse kayac en el callejón de Hornillos

Limite sur con caleta la ancumpita Mauricio Mendoza del Solar y grupo de turistas.

De regreso en San José nos espera un reparador almuerzo marino y una plácida tarde. La noche concluye nuevamente alrededor de la fogata con una suculenta parrillada. Llega el último día con el paseo al Acuario, un remanso de agua de mar atrapada entre las rocas debido a las bravezas en que se puede ver distintas especies de peces, estrellas de mar, anémonas y cangrejos de muy cerca. Las olas rompen contra las rocas, el espectáculo es de una belleza indescriptible. Por el camino observamos más ruinas preincas y

vestigios de los antiguos caminos in­ cas que comunicaban la costa con la sierra. Un poco más al norte destaca la belleza de la Caleta de Azángaro donde encontramos nidos de nutrias, una especie protegida de la fauna de la zona, urbe a los animales Mauricio y Gonzalo nos hablan del mar con pasión, de su lucha ince­ sante por preservar esa reserva na­ tural, del respeto a las especies que conviven con ellos en tranquilidad y armonía. Con esmero mantienen la limpieza de la playa, evitan cualquier ruido, retiran la basura generada

por el turismo y la que vara el mar, y cualquier tipo de contaminación o actividad que perturbe al ecosiste­ ma. La siembra de concha de abanico ha servido para repoblar la zona de más especies como peces, pulpos y jaibas. La extracción y siembra de la misma se da con el mayor cuidado y respeto por el entorno preservando así para todos los arequipeños este pedazo de paraíso. Este esfuerzo les valió en tres oportunidades el Premio Ecoplayas a la mejor playa natural del Perú, esta asociación premia el esfuerzo de preservar el

ecosistema de las playas contribu­ yendo así a la cultura de la ecología tan importante en el mundo de hoy. Como todos los visitantes de Caleta San José, parto con la nos­ talgia de dejar atrás algo querido, y con la promesa de volver. Varios de los compañeros del grupo llevan visitándola varias veces. Sólo quien la conoce entiende porqué: la magia del silencio, la placidez de la playa, la mística de los anfitriones, la comodi­ dad de las instalaciones y la comida inigualable s nos dan más de una razón para volver.


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