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PRESENTACIÓN
Caminos curiosos e inimaginables hicieron que este libro cayera en nuestras manos hacia 2007 y a partir de allí no pudiésemos soltarlo. No hablaremos sobre las virtudes del texto ya que si usted está leyendo estas líneas, en breve será atrapado por el relato de Mika y hará su propio juicio de valor. Lo que sí queremos contarles, es que ni bien pudimos superar la conmoción que esta historia -oculta durante años en nuestra familia- nos provocó, tomamos la decisión, básicamente por necesidad, de darla a conocer por todos los medios a nuestro alcance. Fue así que como cineastas nos abocamos a la difícil pero apasionante tarea de hacer una película documental sobre la extraordinaria historia de Hipólito y Mika. Al momento de publicarse esta edición, y al cabo de 4 años de intenso trabajo, 3 felizmente esa tarea habrá sido cumplida. Por las dificultades que tiene el cine para abarcar todas las aristas de una vida como la de ellos y a la vez conscientes de que nuestro relato de ningún modo puede igualar y menos reemplazar el de la propia Mika, es que decidimos editar en Argentina el libro que ahora presentamos.
Fito Pochat y Javier Olivera Directores del documental “Mika, mi guerra de España” Sobrinos nietos de Hipólito Etchebéhère
CARTA DE CORTÁZAR
Finalizada la Guerra Civil Española, Mika logra escapar a París. Allí vive el resto de su vida donde además de su actividad política, mantiene un estrecho vínculo con los círculos intelectuales de la época. Entre sus amistades se destaca la que mantuvo con Julio Cortázar, a quien ayudó en sus primeros tiempos en París dándole trabajos de traducción para que el escritor se ganara los primeros francos. Casi 40 años después de la Guerra Civil, Mika cuenta su experiencia en el libro “Mi guerra de España”. Entre los primeros lectores del manuscrito se encuentra precisamente Julio Cortázar. Al no encontrarla en su casa para devolverle el 4 texto, el escritor le deja una carta que reproducimos en esta edición.
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21 de junio 1974 Querida Mika: No estás, tu teléfono no contesta, y yo me voy a Saignon. ¿Qué hacer? Necesitaba tanto devolverte el manuscrito y decirte que su lectura me llenó de alegría en el sentido en que nada es más triste que encontrar que la obra de un amigo es mala, y en cambio hay un gran júbilo cuando se puede decir que se ha leído un bello libro, como ocurre ahora. Bello, necesario y eficaz, porque testimonia de algo que va más allá de la guerra de España y que toca de lleno los problemas de nuestro tiempo, su incesante desgarramiento y su invencible esperanza. Todo esto te lo hubiera dicho mejor de viva voz, y te lo diré cuando nos veamos a mi vuelta. Quisiera saber si tenés posibilidades de publicarlo; los editores, imbéciles de nacimiento, suelen retroceder ante libros así, pero si yo puedo serte útil en algo concreto, no vaciles en decírmelo. No soy hombre de prólogos (como nunca se los pedí a nadie, me resulta artificial hacerlos para otros) pero en cambio puedo (y en tu caso quiero) empujar personalmente cualquier tentativa que proyectes. Dame noticias, pues. Mika, esta carta no sirve para nada, yo quería hablar largo con vos mientras el libro estuviera fresco y presente en mi memoria. Me duele que no sea posible, pero ya te darás cuenta de que estoy bajo una impresión profunda y vital después de esta lectura. Dejo el manuscrito en manos seguras. Escríbeme a Saignon con instrucciones y la persona en cuestión te lo llevará a tu casa cuando quieras. No me fío del correo ni de los porteros en un caso así. Escribí a: 84400 Saignon par Apt Te doy un gran abrazo por tu libro y por vos, mujer como pocas. Tu amigo Julio
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CAPÍTULO 1 Madrid. Julio de 1936. La huelga de la construcción no lleva miras de arreglo. En Cuatro Caminos y en Chamberí, en Barrios Bajos y en Las Ventas el hambre ronda los hogares de los huelguistas. Menudean los choques en las obras. Todas las noches hay petardos y tiros. La reacción quiere quebrar la huelga a toda costa. Los señoritos de “Falange” ensayan la puntería de sus pistolas ametralladoras. Tiran desde sus coches sobre las ventanas de los sindicatos. Las calles de Madrid se llenan de rumores. Se habla del descontento de los militares. Hay traslados de altos jefes del Ejército. Asesinato del teniente Castillo de la Guardia de Asalto. Este cuerpo de Policía ha sido creado por el Gobierno republicano como contrapeso de la Guardia Civil odiada por los obreros y la gente de izquierda. Hay olor a pólvora en las calles madrileñas. Todos sabemos que las derechas están tramando 9 algo muy grave. El Gobierno es el único que parece ignorarlo. El pueblo vigila. Se establecen guardias permanentes en los sindicatos. La Puerta del Sol bulle de comentarios. Cada noche es un prólogo de tragedia y cada mañana de radiante sol madrileño prepara para la nueva espera. Otro muerto. Esta vez es Calvo Sotelo, uno de los hombres más destacados de las filas reaccionarias. Dicen que los guardias de asalto han vengado al teniente Castillo. Una tensión casi dolorosa crispa los ánimos. Comienza un angustioso peregrinar en busca de armas, de noticias y de consignas. El anuncio de la sublevación militar en Marruecos, Canarias y Sevilla, sólo desconcierta al Gobierno. El pueblo lo recibe sin sorpresa, casi con alivio. Es difícil luchar contra una sombra, contra una amenaza emboscada, contra una traición que mata por la espalda. Por eso la tarde del 18 de julio fue una tarde de certeza, un comienzo de esperanza, un vibrante toque de leva. Fue una tarde de claridad, porque sus horas marcaron la víspera del combate.
Por fin había dado la cara el enemigo. Una tensión nueva alzaba en vilo a los hombres de Madrid. La tensión de la incertidumbre estaba rota. Ahora sabíamos que tocaba luchar, que en adelante nuestra vida tendría un destino sin atajos, una ruta dura, bravía, pero clara. Es decir, no sé si lo sabíamos así. El momento no era de saber, sino de sentir, y sentíamos las manos crispadas de ansiar un fusil. Madrid entero se lanzó a la calle en busca de armas. Ya es la noche del 18 de julio. Los diarios lanzan tiradas especiales hechas todas de títulos. En caracteres inmensos, el Gobierno asegura que es dueño de la situación, que los facciosos no tardarán en rendirse. Por los altavoces de la calle de Alcalá, de la Montera, del Carmen, de la Gran Vía, los ministros hablan interminablemente de la calma que no hay que perder, de la tranquilidad que reina en el resto de la República, de la confianza que debe animarnos. Y la palabra orden, orden, orden... sale una y mil veces de la ancha boca de los altavoces. 10 Esta noche madrileña es tan azul, tan alta y combada como la noche de ayer, pero es una noche nueva, es una noche adolescente y madura a la vez, es la noche del 18 de julio de 1936. Para verla han venido a la Puerta del Sol los hombres y las mujeres de todas las barriadas, y se han detenido un momento absortos delante del Ministerio de la Gobernación y han escuchado el mensaje mil veces repetido de los ministros y de los periódicos que llevan ya largas horas hablando de calma, de confianza, de guarniciones leales. Las palabras siguen a las palabras. De todas las puertas caen discursos. La gente se para y escucha un instante. Luego se encoge de hombros y se mete en la muchedumbre en busca de lo que necesita: saber dónde se puede conseguir un arma. Los diarios, la elocuencia de los funcionarios... Ya no es hora de papel, sino de plomo. ¿Dónde dan armas? ¿Quién tiene armas? ¿Las dará por fin el Gobierno? ¿Las obtendrán los sindicatos, los partidos obreros? En las bocacalles, los guardias de asalto vestidos con mono azul, la carabina al brazo, hacen detener a todos los coches para
registrarlos. Hay que impedir que se fuguen los reaccionarios. Es verdad que muchos se han ido ya y se han llevado armas y dinero y han ido a reunirse con los facciosos. De todos modos, la medida aún no es tardía. Se han apostado controles en las carreteras que parten de Madrid. Una nueva legalidad se instaura. El carnet sindical o de un partido de izquierda sirve de cédula de identidad. Transcurren las horas, pero nadie se cuida de ellas. El tiempo, a partir de esta noche, ya no se medirá como antes. Tantas horas de trabajo, tantas de descanso. Es temprano, es tarde. Hay que dormir, hay que levantarse. El tiempo es inmensamente largo mientras se va de ateneo en ateneo, de sindicato en sindicato, de la Casa del Pueblo a la central de la CNT. Se recorren distancias interminables. Se cruza la ciudad de Norte a Sur, de Este a Oeste en busca de armas, y el tiempo mide un relámpago de gozo cuando se lleva la mano enriquecida con un revólver. – Dicen que la Juventud Socialista Unificada tiene fusiles... En la calle de la Flor reparten pistolas... En Cuatro Caminos ya 11 hay gente armada... Las canciones revolucionarias juntan sus estribillos en las esquinas: Agrupémonos todos en la lucha final... A las barricadas, a las barricadas... Acudid los anarquistas... Los hombres, como las canciones, han olvidado los matices que los separaban todavía esta misma tarde. Una amplia alianza que nadie ha ordenado, que nadie ha condicionado, hecha de una maravillosa conciencia del peligro común ha roto de pronto todas las vallas. En este amanecer de combate no hay entre los obreros de Madrid más que una división: forman en una los afortunados poseedores de una pistola, una escopeta, un fusil o un cinturón de cartuchos de dinamita, y en la otra los que siguen marchando de Las Ventas a Cuatro Caminos, del puente de Segovia al puente de Toledo, la frente contraída por una torturante idea fija: conseguir un arma. Y, sin verlo ni saberlo, el 18 de julio se hizo 19. Un claro domingo veraniego. Nadie pensó en que era domingo. Ya no contaba el nombre de los días. El día de hoy se diferenciaba del
de ayer por su densidad, porque estaba más recogido, porque los hombres sabían mejor lo que estaba pasando en algunos cuarteles de Madrid, porque ya nadie escuchaba discursos, porque había nacido la milicia, porque las calles estaban vigiladas por patrullas de trabajadores, porque ante la boca hosca de los máuseres había que mostrar el carnet sindical o el salvoconducto, porque los señoritos comenzaban a disfrazarse de pobres, porque las balas comenzaban a silbar en las calles. Porque se estaba preparando el asalto al cuartel de la Montaña. Porque el pueblo se había olvidado del Gobierno, y organizaba con sus propias manos la tremenda batalla que duró casi tres años. Hace nada más que cinco días que he llegado a Madrid. Hipólito, mi marido, vino dos meses antes. En las cartas que me mandaba a París describía el clima cada vez más tenso que creaban las numerosas huelgas y los manejos de las derechas a raíz del triunfo del Frente Popular... La política está presente en todas partes –escribe el 27 de mayo de 1936—, más visible todavía 12 que en Berlín a fines de 1932. Hasta los niños se ocupan de política. Jeanne Buñuel me acaba de contar algo muy divertido. Estaba en el parque de la Moncloa con su niñito, cuando un grupo de chiquillos se le acercó y le preguntó si era “UHP” (Unión de Hermanos Proletarios, consigna que nació en Asturias en 1934, al calor de los combates de los mineros). Le habían hecho la pregunta probablemente porque vieron que llevaba un pañuelo rojo al cuello. “Por supuesto”, les contestó Jeanne. «¿Tu chavalín, también?» El chavalín tenía unos dieciocho meses. “Naturalmente”, dijo la madre. “Entonces, salud compañera”. Y todo el mundo levantó el puño para señalar el acuerdo. Mi marido y yo vinimos a buscar en España lo que creímos hallar en Berlín en el mes de octubre de 1932: la voluntad de la clase obrera de luchar contra las fuerzas de la reacción que se volcaban en el fascismo. Día tras día, mezclados con los militantes socialistas y comunistas, oíamos decir a los primeros que por no haber obtenido la huelga de transportes los votos reglamentarios, ellos no debían plegarse. Y a los segundos, los comunistas, tratar de socialfascistas a los socialistas y hacer frente contra ellos en las fábricas junto a los
obreros nazis. Caminábamos con los comunistas en sus tremendas manifestaciones que estremecían a la burguesía. Sus columnas eran tan densas, ordenadas, amenazadoras y austeras que parecían un verdadero ejército en vísperas del combate. A su frente marchaban los destacamentos de defensa marcando el paso como soldados. Bellísimos cantos subían al cielo lívido de aquel 15 de enero de 1933 en que un frío de quince grados bajo cero derribaba a viejos y jóvenes, mujeres y niños de obreros sin trabajo, mal nutridos y mal vestidos. Pero en aquellas jornadas oscuras que precedieron la llegada de Hitler al poder, un poder que pudo haber sido de quien se hubiese atrevido a tomarlo, ni el partido socialdemócrata ni el partido comunista quisieron desatar la lucha para apoderarse del Gobierno. Y sus tropas, educadas en una larga tradición de disciplina política, no podían pensar en combatir sin sus jefes o contra sus jefes que lo habían tergiversado todo, confundido todo. Y la “Noche de los cuchillos largos” cayó sobre la clase obrera más esclarecida, la 13 más templada, la mejor armada para la lucha de los años treinta. Quizá felizmente, en este 18 de julio de 1936 no hay en España partidos políticos obreros tan poderosos. Los comunistas son una pequeña minoría. En las filas socialistas más numerosas, aparece un ala izquierda formada sobre todo por jóvenes más combativos que sus mayores reformistas. La fuerza decisiva se agrupa en la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), cuyos principios libertarios los conserva celosamente la FAI (Federación Anarquista Ibérica) que es algo así como una capilla abierta solamente a los muy puros, instancia suprema de la madre anarquía, eminencia roja y negra cuyos dictados apolíticos no impiden sin embargo que los obreros cenetistas contribuyan ampliamente a la victoria del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936.
FOTOGRAFÍAS Estas fotos forman parte del archivo personal de Mika. Durante el proceso de investigación y rodaje del documental "Mika, mi guerra de España", tuvimos la fortuna de conocer en París a una encantadora pareja, Ded Dinouart y Guy Prévan, íntimos amigos de Mika. Ellos nos recibieron en su casa, y además de contarnos historias y anécdotas fascinantes, pusieron a nuestra disposición cientos de fotos, algunas de las cuales publicamos en esta edición.
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Hip贸lito con su cl谩sica boina vasca
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Mika junto a un miliciano conocido como el Boliviano
Mika junto a milicianos del POUM en la Estaci贸n de tren de Sig眉enza en 1936
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