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DUALIDAD
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DUALIDAD F.A. Martínez
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Dualidad Primera edición: septiembre 2020
D.R. ® 2020, Floranne Andrea Martínez Zinelli
D.R. ® Floranne Andrea Martínez Zinelli, por diseño de portada D.R. ® Canva por imagen de portada
Reservados lo derechos. No se permite la reproducción total o parcial de la obra sea impresa o digital sin autorización previa.
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Le agradezco a mi madre, AndrĂŠe Zinelli, por escuchar mis ideas e inspirarme. TambiĂŠn le agradezco a mi gatita Luna por estar siempre a mi lado al escribir.
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Las masas de metal se acercaban la una a la otra de forma veloz. Con sus dos ojos brillantes frontales, cada máquina parecía desafiar a la otra, queriendo demostrar que era la más fuerte. El joven dentro de la masa roja tenía los ojos completamente abiertos y no podía parpadear. Su pie izquierdo se precipitó sobre una palanca en el suelo con toda su fuerza, haciendo que los músculos de su pierna se tensaran. Sin embargo, ya no había mucho por hacer pues el destino ya había decidido el desenlace de tal situación. En tan sólo cuestión de segundos, los dos volúmenes colisionarían con gran fuerza, cómo dos pelotas en el aire. Ya no había tiempo para tratar de cambiarlo, incluso si estos eran segundos eternos para ambos conductores. Las masas metálicas estaban prácticamente tocándose. En ese momento, el joven de la máquina escarlata observaba los edificios a su lado, con su sinfín de luces neones en los techos y paredes. Mientras en el cielo no se podían percibir satélites ni astros por la cantidad de luz humana, los edificios altos fungían como perfectos sustitutos. El joven tomó en su mano el volante, tirando de él como si su vida dependiera de ello. El otro vehículo viró hacia un lado por unos pocos centímetros. Pronto, al escuchar la cacofonía del encuentro metálico, él sonrió al observar la luminosa eufonía visual en el cielo. *** Era una bonita tarde de agosto del año 2219 en el Sector 23. Los rascacielos emitían un aura brillante con los rayos del sol. La aglomeración de edificios grandes y amplios en la cima habían reemplazado el dosel de la selva por uno artificial. En uno de los edificios, se podía percibir un letrero azul neón el cual decía “Clonamed” y en el vigésimo quinto
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piso, a través de la gran ventana, había un joven con pelo de fuego quien tocaba la guitarra. Sus largos dígitos eran ágiles y se movían a lo largo del cuello del instrumento como una araña por una pared. Incluso al tener sus ojos claros tapados por sus párpados, el hombre sabía perfectamente a dónde mover los dedos, generando una armoniosa melodía. Unos toques en la puerta de metal la interrumpieron brevemente, pero el joven no se dejó distraer. La puerta de la oficina se abrió abruptamente. —Kaleidos, necesitan que entregues el reporte semanal en el sótano 2 —dijo un hombre con corbata rosa brillante. Los dedos de Kaleidos se dejaron de mover frustradamente. —En seguida… —contestó con poco interés. Al volverse a cerrar la puerta, el chico retomó la canción en donde se había quedado. Se podía ver en su cara que disfrutaba ampliamente de lo que estaba haciendo. De hecho, lo disfrutaba tanto, que años atrás Kaleidos le había pedido a su padre ir a estudiar a una escuela de música tras terminar la preparatoria. Sin embargo, su padre, quién era un médico en una empresa muy prestigiosa, no lo dejó y mejor le consiguió un trabajo en el sector administrativo de la misma. Por más que su trabajo fuese la documentación, parecía más bien el músico del piso pues casi no se dedicaba a hacer más. Los documentos no tenían ningún sentido para él, pero su preciada guitarra de madera artificial con cuerdas de nylon generaba un sonido que revelaban las verdades más profundas de su ser. Terminó la canción y recostó el pedazo de madera sobre la ventana de forma cuidadosa, ahora dedicando su atención a buscar el archivo de la semana 33 en el luminoso holograma frente a él. Le picó al archivo el cual se supone
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había debido terminar esa tarde. Estaba vació. Kaleidos encogió los hombros despreocupadamente y se dirigió hacia el elevador. Seleccionó el botón para ir al sótano 2, donde estaba su padre. ¡Cómo le aburría su trabajo! Había días donde casi preferiría estar muerto. Cuando se abrieron las dos puertas metálicas del sótano 2, le pegó a Kaleidos un fuerte olor a alcohol etílico. Frunció el ceño. Pasó por el largo corredor blanco con luz claramente artificial que reflejaba sobre el brilloso suelo color crema y saludó superficialmente a varios médicos y enfermeras. Primero pasó por la sección de úteros artificiales con embriones en crecimiento. Luego, llegó a una sección del pasillo con un vidrio que dejaba ver hacia un cuarto blanco, lleno de camas clínicas con seres pálidos dormidos sobre ellas. El chico los miraba respirar. Veía cómo tenían tubos conectados a sus cuerpos para su alimentación, como si ya no pudiesen ellos mismos comer por un trauma cerebral, excepto que no había trauma cerebral, sólo una gran cantidad de medicamentos y anestesia administrada para inhabilitarlos de por vida. De repente, un hombre con bata blanca y un tapabocas puso su mano sobre el hombro de Kaleidos, haciéndolo sobresaltar. —Hijo, la Doctora Glosali todavía necesita la documentación de la semana en su oficina. Mientras su padre lo dirigía a la oficina de la Doctora y le comentaba sus mismas quejas de siempre, Kaleidos bloqueaba toda esta información al seguir viendo y pensando sobre los cuerpos casi muertos en sus camas. De repente se detuvo frente a un ser quién tenía rasgos casi idénticos a los suyos, excepto que la copia era más frágil, pálida y tenía un código de barra sobre su cuello con lo siguiente: 39578M.
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—Clon. Sustantivo. Un closet de órganos clínicamente fabricado. Eso es lo que son —se río e interrumpió a su padre—. Por lo menos los closets de ropa de hoy en día sí se mueven. Su padre se detuvo y lo miró, expresando decepción. Lo usual, vaya. —Mira Kaleidos, estos clones están aquí para ayudarte en caso de que algún día ocupes algún trasplante, lo sabes… Como ya se lo había dicho millones de veces su padre, Clonamed era una empresa que se especializaba en la fabricación de clones y de productos farmacéuticos. Un clon era como una inversión para los ricos. Compraban uno o varios embriones con ADN idéntico y los hacían crecer en un útero artificial hasta conseguir un cuerpo humano como tal para posteriormente poder usar sus órganos de forma gratuita. Era perfecto, pues al tener órganos con ADN idéntico, los trasplantes eran casi siempre un éxito y no se ocupaban inmunosupresores de por vida. Si el dueño del clon nunca necesitara ningún órgano, los podía vender a precios exorbitantes a pobres almas quienes no tienen un clon, pero necesitan un órgano. —Kaleidos, ¿me estás escuchando? —su padre interrumpió sus pensamientos—. No tienes el reporte semanal, ¿cierto? El joven movió la cabeza de un lado a otro. —Antartis nunca me dio los documentos correspondientes. Por eso no pude realizar el reporte semanal —mintió. —Tú sabes que eso no es cierto. Ya tienes 25, Kaleidos. ¿Crees que te voy a defender el resto de tu vida? —Pues eres mi padre… Y eres muy importante en esta empresa entonces nadie me dice nada…
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—¿Y? ¿Crees que soy un imbécil, qué te voy a dar apoyo económico toda la vida? Un imbécil. Kaleidos se empezó a reír y dijo: —Le daré el trabajo a tu secretaria. Yo iré a almorzar con mi novia. Ya me voy. Antes de que su padre le pudiera reprochar, Kaleidos se fue a paso apresurado hacia la oficina de su padre para dejarle todo el trabajo a la pobre secretaria quien ya se merecía un aumento. Segundos más tarde regresó en dirección opuesta por el largo corredor blanco, sin volver a echar una mirada a su clon sobre su cama. Mientras el joven disfrutaría de una tarde con una chica, su doble no se movería ni un centímetro. Al salir por las puertas que llevaban al techo del edificio de Clonamed, Kaleidos caminó hacia una masa de metal rojiza circular. Acercó su mano a la puerta de la máquina, la cual reconoció su huella dactilar y se abrió inmediatamente. Tras sentarse sobre su cómodo asiento de piel sintética, el joven le dio en voz alta la dirección de la oficina de su novia Xanthia a la máquina, la cual se empezó a mover de forma automática sin que él tuviera que controlar nada más. Desde la implementación de estos carros inteligentes, ya no habían ocurrido accidentes desde hace casi medio siglo. Manejar autos de forma propia ya se había vuelto ilegal. Tan silencioso como un gato cazando a su presa, el auto de modelo Xperio2212 se alzó en el aire hasta llegar a un punto donde se podía ver la cima de todos los edificios. Kaleidos podía observar unas enojadas y grises bolas de algodón en la distancia, las cuales parecían acercarse al Sector 23 con rapidez. Estas le impedían al chico de ojos claros poder ver en el horizonte los miles y miles de edificios con sus letreros de anuncios en sus techos. Había un montón
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de orbes metálicos en el cielo, lo cual hacía que todos se movieran lento. Con tanta aglomeración, hasta parecía que había más gente en el cielo que en el suelo. Era cierto. Si bien un par de siglos atrás la vida era en el suelo, el ser humano actual se acercaba cada vez más a Dios. Si tan solo se pudiese manejar en el suelo, pensó Kaleidos. En la radio pusieron una canción del grupo de jazz post-futurista BYTE37 llamada “Cinclón”. La mezcla de saxofón con sintetizador funk y guitarra eléctrica era fenomenal. —Y cuando te fuiste, el ciclón me desgarró el corazón y me dejó sin clon, sin clon. Kaleidos sonrió. Tenía que mostrársela a Xanthia, le encantaban los juegos de palabras. Ambos jóvenes se habían conocido en el sistema de metro bala “terráneo” del Sector 23 hace cinco años. A Kaleidos le gustaba tocar guitarra por las estaciones de espera durante sus tardes libres. Nadie le ponía realmente atención, pero por lo menos sentía que tenía un público. Después de terminar de tocar una canción clásica del siglo 20 de Reinhardt que, pensaba él, nadie reconocería, se le acercó una bella chica de tez morena con ojos miel y la sonrisa más bella que jamás había visto. Ella le comentó que le gustaba mucho el jazz y que la interpretación que acababa de escuchar era muy cautivadora. Siguieron hablando por horas de música y a Xanthia incluso se le olvidó tomar el metro. Tras su encuentro, Kaleidos quedó tan asombrado de su belleza y autenticidad que ni se dio cuenta que la ropa que la chica vestía no era muy moderna y ni siquiera era de marca. Era cierto. Xanthia era una mujer muy simple, en parte porque no tenía mucho dinero, pero también porque, según Kaleidos, ella prefiere ser auténtica y ponerle atención a las cosas que importan. Era muy diferente a él y por eso le
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atraía. Ella siempre lo hacía pensar y le hacía notar cosas las cuales nadie más vería. Además, ella siempre lo escuchaba y lo trataba como un ser que podía controlar su destino, a diferencia de su padre, quien le había ya planeado su vida por años y años a venir. Al llegar al estacionamiento del edificio de su novia para llevarla a almorzar, el automóvil leyó un mensaje de texto que le acaba de llegar: —Lo siento, mi jefe me dio otra tarea más por hacer. Dame 40 minutos más. Te amo. El hombre se frustró. Su pelo rojizo parecía enrojecerse más. No quería esperar dentro de su carro modelo Xperio2212, el cual sólo le recordaba como esta era una máquina de modelo antiguo. Pronto tenía que cambiar de auto. Este tenía un bug en donde a veces, al encender, la pantalla de control no se prendía y el auto no se manejaba por sí mismo. En caso ocurriera, para repararlo, solo había que apagarlo de forma manual y volverlo a encender. Pensando en esto, se le ocurrió una idea. Con su mano izquierda, tomó el volante, el cual estaba ahí en caso la inteligencia artificial del auto detectara necesidad de control humano por algún movimiento externo inesperado o por algún mal funcionamiento del vehículo. Con su mano derecha, empezó a encender y a apagar su auto sin parar. Si alguien lo hubiera visto, posiblemente hubieran pensado que estaba loco. Encender. Apagar. Encender. Apagar. Encender… Esta vez la pantalla de control no se prendió como lo solía hacer. Kaleidos presionó con su pie la palanca para acelerar y el auto se alzó en el aire. Él estaba en completo control de la máquina. Sonrió. Sabía que lo que estaba haciendo era ilegal pero no estaba muy preocupado. Le gustaba sentirse en control y el poder controlar el vehículo lo hacía sentirse en control.
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En vez de ascender hasta la cima en donde estaban los demás automóviles, Kaleidos se quedó en donde todavía podía ver las ventanas de los edificios. Presionó con su pie el acelerador y empezó a navegar por el aire con una rapidez incomparable. Nunca había sentido esto antes. Cada par de segundos se aproximaba peligrosamente a un edificio. A veces incluso podía ver a las personas trabajando dentro. Algunos ni lo percibían. Otros lo veían aproximarse y ponían una cara de alarma que hacía al chico reír. Un par de metros antes de colisionar con los edificios, Kaleidos movía abruptamente el volante para esquivar a los gigantes de vidrio y de metal. Pronto lo volvió un juego: ¿que tanto se podía acercar a cada edificio sin chocar? El sol que pegaba contra los vidrios a veces lo dejaban ciego, lo cual sólo incrementaba la adrenalina. De repente, Kaleidos vio un auto bajar del cielo para estacionarse en un edificio más bajo. Al no esperarse esto, el cerebro del chico se congeló por unos segundos. Cada vez estaban más cerca. Trató de presionar el freno, pero su pie no lo encontró. Más cerca. Tomó el volante, pero sus manos no sabían qué hacer con este. Más cerca. Kaleidos jaló el volante hacia arriba, sabiendo que la inteligencia artificial del otro auto no tendría el tiempo para prevenir el choque con la rapidez a la cual él manejaba. Más cerca. En el último segundo, el Xperio2212 se alzó en el aire, evitando contacto con la máquina unos cuantos metros más abajo. El chico gritó lleno de adrenalina y hubiera seguido con su juego peligroso si no hubiera sido porque vio unas luces rojas y azules parpadear detrás de él. —¡Detenga el vehículo! —pronunció un altavoz. Lleno de decepción, Kaleidos dejó de presionar el acelerador y se estacionó sobre el techo de un edificio cercano. El vehículo de la policía sectorial llegó a su lado y
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Kaleidos bajó su ventana para hablar con el oficial. Este, tras pedirle su identificación, le ordenó ir a la caseta policiaca para que fuera arrestado, pero Kaleidos tenía otros planes. —Oficial, no sea así. Sólo soy un joven divirtiéndose. ¿A poco usted no le gustaría sentir un poco de adrenalina? No le hice daño a nadie. Mientras el hombre de traje azul marino protestaba, el joven se tocó nerviosamente una cicatriz que tenía en la muñeca derecha, hábito que tenía desde que accidentalmente se había cortado años atrás. Luego, Kaleidos extendió la mano con una docena de billetes pegados a la palma de esta. El policía tomó discretamente el dinero y después de hablarle de seguridad vial al chico, lo dejó irse. Kaleidos volvió a encender su vehículo, el cual esta vez se prendió sin ningún bug, y regresó de forma lenta y aburrida pero segura al edificio de Xanthia para recogerla y almorzar. Al llegar a su techo, la vio parada ahí esperando. Él le habría sonreído, estando aún en un estado de euforia, pero al ver lo pálida que se veía su novia, más bien se preocupó. Con un chasquido de los dedos largos del chico, la puerta del automóvil se abrió para dejar a Xanthia entrar y sentarse. Una vez que ella estaba adentro, Kaleidos la observó. Se veía enferma. —¿Qué tienes? —No lo sé… No me siento bien. Me duele mucho la cabeza y estoy muy cansada. Además, tengo un dolor en el abdomen y un poco de nausea… —Eso del cansancio es porque trabajas de más. Ese jefe te trae como loca. Al verte así de mal debería darte la semana libre. Xanthia frunció los labios sabiendo que, en efecto, pasaba mucho tiempo trabajando.
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—Tal vez, pero… Me pagan bien y necesito el dinero. —¿Y? Tu y yo nos terminaremos por casar. Mi dinero será nuestro dinero. Mejor ponte a disfrutar de la vida ya. Lo que ocupes, yo te lo doy… Xanthia se río mientras se masajeaba la frente por el dolor. —¿Tu dinero? Más bien el dinero de tu papá… — dijo ella en voz baja. Su novio parecía haberse ofendido, pero no dijo nada porque dentro de él sabía que era cierto. Xanthia siguió: —Además, no puedo depender de los demás y… tengo mis propios sueños, tú lo sabes. Este trabajo es temporal… todo pasa. —Bueno, si tú lo dices. Pero yo estoy aquí para cualquier cosa, ¿va? Xanthia le sonrió levemente, pero dejó escapar un gruñido de dolor. El chico de rizos rojos sugirió llevarla a un hospital, pero ella se negó. —Antes de ir a comer, mejor llévame a la farmacia, a esa que está por la esquina. Necesito más paracetamol. El automóvil se encendió y se alzó en el aire, llevándolos hacia la farmacia. Kaleidos sabía muy bien que Xanthia había especificado la farmacia de la esquina porque no quería ir a Clonamed. Él no sabía exactamente por qué ella tenía esa aversión, pero cada vez que trataba de cuestionarlo, se terminaban por pelear. Mientras iban rumbo a la farmacia, el Xperio2212 desplegó un holograma con el menú del restaurante. Ambos observaron las opciones para ordenarlas ya y así no tener ningún tiempo de espera al llegar al sitio. Kaleidos había elegido un lugar muy lujoso. Él ordenó un pedazo grande carne de res con papas fritas de complemento en vez de
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ensalada. Para tomar pidió una Pepsi. Su novia, por otra parte, pidió algo tan simple como su forma de vestir: ensalada y agua. —¿Por qué no pides más? Yo pago, no te preocupes por eso. —Kal, déjame en paz. No me siento bien. Además, me tengo que cuidar. A diferencia de ti, no tengo un clon si es que me llego a enfermar por comer poco saludable. —Yo te consigo un clon. No seas tan aburrida. —Ya te he dicho que eso a mi no me interesa. Debes de aprender a vivir sabiendo que tu y yo somos diferentes y que no lo puedes cambiar —Xanthia contestó secamente. Su novio se sintió ofendido. El sólo la quería ayudar y desde su parecer, parecía que ella siempre se hacía la víctima. Era ridículo. En serio no la entendía y quería seguir debatiéndole, pero decidió que quedarse callado era la mejor opción pues ella ya se veía molesta. No la quería perder. Para el resto del trayecto, Kaleidos decidió buscar la canción “Cinclón”. Fue una pequeña victoria para él pues logró sacarle una sonrisa a su novia. Era esa sonrisa que podía encantar a cualquier ser viviente en el universo. —Cinclón… —se río ella, tomándole la mano a Kaleidos. Al llegar al techo del edificio con una farmacia en el piso 73, Xanthia trató salir del automóvil, pero se veía muy débil. Kaleidos prefirió ir en su lugar. Compró agua y dos cajas genéricas de Paracetamol, pues a su novia no le gustaban las grandes corporaciones en general. Su disgusto no era sólo por Clonamed, lo cual consolaba al orgullo sin ojos y sin cerebro de Kaleidos. Al regresar al Xperio2212, él se fue al lado del pasajero, abrió la puerta y le dio la bolsa con los productos dentro. Tomando su mano dulcemente, le sugirió tomar un poco de agua. Ella le hizo caso y se tomó
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también dos pastillas de 300 mg. Sin embargo, segundos más tarde, Xanthia se puso blanca como la nieve y sin poder controlarlo, expulsó los contenidos de su estómago. Fue tan repentino, que no tuvo el tiempo de salir del auto. Kaleidos la sacó del automóvil y ella cayó sobre el pavimento, expulsando aún más contenidos estomacales. Kaleidos le movió el pelo de la cara para que no le estuviera estorbando y acarició la espalda de su novia dulcemente. —Tu carro… —dijo ella tratando de respirar. —No te preocupes, X. Yo luego me preocupo por eso. Déjame llevarte a casa. Ella movió la cabeza de lado a lado. —Si falto al trabajo me despedirán. Kaleidos trató calmarla diciéndole que le llamaría a su jefe para comentarle la situación, pero no tuvo tiempo de terminar su oración, pues a los pocos segundos, los ojos de Xanthia se voltearon y cayó ella inconsciente al suelo. —¡Xanthia! —Kaleidos, la agitaba de un lado a otro, pero ella no respondía. Rápidamente, la tomó en sus brazos y la levantó, sentándola sobre el asiento de pasajero. Mientras se subía él también a la máquina, veía en el cielo la gran cantidad de tráfico que había y le picó al botón “emergencia hospitalaria” en el panel de su carro. El Xperio2212 se alzó en el aire en dirección del hospital más cercano y automáticamente, los demás carros los dejaban pasar. Pocos minutos más tarde, llegaron afuera del hospital en donde unos paramédicos tomaron a Xanthia y la colocaron sobre una camilla. Le ordenaron a Kaleidos quedarse en la sala de espera y sintiéndose inútil, se sentó sobre una incómoda silla a esperar.
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20 minutos. Ya eran las 15:58. El pobre chico caminaba de un lado a otro sin saber qué más hacer. Ya había pedido un informe a la señorita encargada del mostrador, pero ella le sugirió tomar un poco de agua y sentarse. Pero, ¿cómo podía sentarse en una situación así? Alguien le tenía que decir algo. Que a Xanthia simplemente se la había bajado la glucosa y ya, nada serio. Que necesitaba descansar porque trabajaba demasiado. Que ya se podían ir los dos a casa. 58 minutos. Ya eran las 16:36. Al ver que Kaleidos no se sentaba, la enfermera le ofreció una revista para distraerse. —Tenemos un convenio con Clonamed, por si le interesa comprar un clon. También se ofrecen medicamentos. En esta revista está toda la información. Kaleidos pensó que era una broma. ¿Acaso no sabía ella quién era él? Kaleidos Antares, dueño del clon 39578M, hijo de uno de los médicos que atendía a vivos muertos en Clonamed. —¿Hijo de quién? Enojado, miró al suelo y se tocó la cicatriz en su muñeca. Sin tener más que hacer, el chico observó la portada de la revista. Había dos mujeres idénticas dándose la mano y sonriendo. Que buen chiste. 105 minutos. Ya eran las 17:23. Kaleidos se mordía las uñas. Volvió a pedir un informe. Nada. Nothing. Rien. Un enfermero se acercó a él y le ofreció un poco de agua. Seguido de esto, le preguntó si todo con su muñeca estaba bien pues parecía que le molestaba. Sin dar más explicaciones, asintió con su cabeza. Harto de la
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conversación sin sentido con el enfermero, Kaleidos se paró para ir al baño. Ya estando ahí, observó su reflejo. Lo miraba de vuelta un joven cansado y hambriento. Sus rizos: largos y rojizos, tan despeinados que parecía un fuego sin control. Sus cejas: dos triángulos escalenos tan poblados como el Sector 23. Su boca: dos labios rosas pálidos, protegiendo a unos dientes perfectamente blancos y derechos. Sus cachetes: cubiertos por un campo de pequeños pétalos rojizos, dispersándose hacia su mentón y frente por el aire que producía su aliento. 143 minutos. Ya eran las 18:01. El reloj holográfico en la sala de espera se burlaba del pobre hombre quien estaba estresado. Cada minuto que pasaba, más era la desesperación en su cara. Mientras esperaba, se tocaba la cicatriz sobre su muñeca con sus dedos callosos por tanto tocar la guitarra. Entre más tiempo pasaba, más quería Kaleidos que el arrogante reloj y su tiempo se parara de una vez por todas. 152 minutos. ¿Apenas? El reloj no se había apagado. Ya eran las—¿Señor Antares? Kaleidos saltó de su silla dirigiéndose con rapidez al mostrador. Le preguntaron si era familiar de Xanthia a lo cual tuvo que contestar que no. Todavía no. Le pidieron el número de contacto de la madre de Xanthia, pero él contestó que ella vivía muy lejos, en un pequeño pueblo: el sector 375. De repente una señora con bata blanca salió por unas puertas de metal: —¿Hay por aquí un Kaleidos? Un paciente pide por usted. Kaleidos rápidamente se dirigió hacia la Doctora. Ambos caminaron por un largo pasillo blanco. Le recordaba
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mucho al del sótano 2, en el cual había estado horas antes, excepto que aquí sí se trataban a personas con movimiento. Al entrar a un cuarto, el chico vio a su novia acostada en una cama. Estaba despierta y al verlo entrar ella sonrió. Kaleidos puso su mano sobre la suya y movió su dedo pulgar de un lado a otro. —Le comento sobre el diagnóstico de la señorita Chrysalis. Acaba de ser diagnosticada con insuficiencia hepática grave. La causa no es muy clara aún. Podría haber sido mediado por sobredosis de medicamento o bien, simplemente por mala suerte. —Y eso significa que… —Que el hígado de la señorita ha dejado de funcionar. Vamos a pasarla a otro cuarto para que, durante el transcurso de la siguiente semana, se realice un tratamiento para tratar de salvar al hígado. Sin embargo, les adelanto a ambos: es muy posible que se vaya a necesitar realizar un trasplante de emergencia. Lágrimas caían de los ojos de Xanthia. Ambos sabían que ella no tenía un clon que la salvase. Kaleidos hubiera dado lo que sea por ser el que estuviera sobre la cama en lugar de la pobre chica. —Y… ¿Supongo que hay un hígado disponible para trasplante en algún lugar cercano? —preguntó rápidamente Kaleidos. La doctora se quedó callada por unos momentos mientras que su silencio ensordecedor contestaba la pregunta. —En el momento, no se tiene ningún hígado disponible. Como sabrá usted señor Antares, la paciente no tiene clon. Por otra parte, no tenemos en el Sector ningún órgano que nos haya llegado recientemente. Ya hice un llamado a las compañías de clones para ver si algún cliente
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estaría interesado en venderle su hígado a la Señorita Chrysalis, pero hasta el momento, nadie ha contestado. Ella no tiene mucho dinero por ofre—Yo sí lo tengo. Yo ofreceré el doble. —Señor Antares, no creo que se de cuenta del precio de un órgano. Además, no sólo estaría comprando un hígado. Estaría comprando todo un cuerpo, pues si el clon dona un órgano, es conveniente donar también los demás. Otros pacientes en diversos hospitales estarían dispuestos a ayudar con el precio puesto a que se necesitan ciertos órganos más, pero esta transacción podría durar semanas y nosotros no tenemos esa cantidad de tiempo. Kaleidos le mencionó como alguna vez había escuchado que el hígado era el único órgano humano que se regenera y que, por ende, no era necesario donar todo un hígado, sólo una porción de él. De esta forma, no había que comprar todo un cuerpo. Sin embargo, la doctora le mencionó que desde hacía ya dos siglos y medio los seres humanos habían empezado a presentar una mutación en donde el hígado ya no se regenera. Siguió: —Repito, el precio de tan solo un hígado sigue siendo extremadamente elevado. Debido a la urgencia de la situación, recomiendo que hablen con cercanos para ver si alguien quisiera regalar un clon. —Yo tengo un clon. El sujeto 39578M. Tengo su código barra en mi celular. Yo dono su hígado, —se adelantó Kaleidos. Xanthia lo miró y movió su cabeza de un lado a otro. Sus ojos lo comunicaban todo. «No me puedes regalar tu clon», le decían. Pero con su propia mirada, él le contestó que todo estaría bien y que él lo tenía que hacer pues la amaba. Lágrimas cayeron sobre las manos de ambos, una sobre la otra. La boca de la chica con piel aperlada trató de
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generar una sonrisa, pero no podía. Todo temblaba. Una mano fuerte y segura se colocó sobre el cachete de Xanthia, tratando estabilizar el dolor. —Bien. En unos minutos lo mandaré al cuarto de al lado, señor Antares. Tenemos que hacerle una prueba de compatibilidad antes de poder aceptar su donación. Kaleidos pasó a otro cuarto. Una enfermera le realizó las pruebas de compatibilidad correspondientes y el joven esperó el resultado de forma impaciente. La enfermera salió del cuarto por unos largos minutos. Finalmente regresó con una tableta holográfica. No podía ser. No eran compatibles. El joven regresó al cuarto donde estaba Xanthia y la doctora. Ambas fueron informadas del resultado y después de un largo silencio, la doctora decidió tomar la palabra. —En caso no haya otra opción, podemos aún así intentar realizar el trasplante con el clon del señor Antares, pero tengan en mente que este tendrá una baja probabilidad de éxito. Kaleidos quería pegarle a algo: a la pared, a la puerta, a lo que fuera. No tenía la fuerza para ver a Xanthia a la cara. Se sentía enojado. En su imaginación, todavía podía ver la cara de los clones inmóviles sobre sus camas. Estaban prácticamente muertos. Si el trasplante no funcionaba los clones se burlarían de él, tendidos sobre sus camas, fisiológicamente vivos, mientras que Xanthia quien estaba completamente viva en este momento ya no existiría más. —No. Yo encontraré un hígado. En seguida vuelvo, voy a hacer una llamada —Kaleidos exclamó. Xanthia trató de detenerlo, pero él estaba tan frustrado que ni se dio cuenta. El hombre salió del cuarto y con un paso apresurado recorrió el largo corredor blanco hacía la sala de espera. Habiendo llegado ahí la enfermera
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encargada trató de hablarle, pero él se apresuró para tomar las escaleras que llevaban hacia el estacionamiento. Con su respiración siendo poco estable, sacó de su bolsillo un chip, el cual se colocó en el oído. Seguido de esto, apareció un holograma en frente de él. Sus largos dedos se movieron con agilidad para encontrar la opción de llamar a su padre. No contestó. Su padre siempre estaba ocupado. De seguro estaba tratando a uno de esos cuerpos estacionarios mientras que su hijo necesitaba ayuda de verdad. Con lágrimas de frustración en los ojos, Kaleidos volvió a intentar. Un timbrazo. Dos timbrazos. Tres timbrazos. —Vamos contesta… —dijo el chico entre sus dientes. Cuatro timbrazos. Cinco timbrazos. Seis timbrazos… —Hijo, ¿es urgente? —finalmente contestó el Doctor Antares. Sin poder responder a la pregunta inicial de su padre, Kaleidos empezó a comentarle apresuradamente sobre la situación a su padre. Era tal su aceleración que sus palabras salían mal y se había quedado sin aliento. —Kal, lo lamento… Pero ¿qué puedo hacer yo por ti? —Necesito que encuentres un clon compatible. Yo donaré el hígado de mi clon como último recurso, pero… Necesito encontrar un hígado compatible. —… ¿a caso esos clones me pertenecen? Enojado, Kaleidos le gritó a su padre: —Carajo, ¡yo lo compro! —Hijo… tenemos dinero, pero no creas que vivimos como reyes. Realmente lo siento, pero no hay nada
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que yo pueda hacer. Además, ya mandaron un aviso a los dueños de cada clon y nadie quiere vender. Los rizos rojizos del chico se prendieron, dejando caer cenizas al suelo. Formó un puño con su mano y lo lanzó con fuerza hacia la pared más cercana. Su golpe no tuvo ningún efecto sobre la pared, pero la pared si tuvo uno sobre su puño. Un mar rojo se generó en su mano derecha. Su dedo meñique ya no tenía movimiento alguno. —Kal, en serio lo lamento. Lo hablamos esta noche… Me tengo que ir. Kaleidos no podía creer la audacia de su padre de dejarlo solo. —Esta vez no te me vas. Esos cuerpos, ¿a mi qué? Están ahí, mitad vivos, mitad muertos, al servicio de alguien que ni siquiera conocen. Son funcionales pero su cerebro ya no está. No me vas a decir que Xanthia, una persona viva con pensamientos propios y movimiento humano va a morir mientras que esos inservibles seguirán respirando artificialmente como vegetales sin futuro. —Kaleidos… —¡NO! Todos son iguales. ¡Se apropian de lo que no es suyo y luego se aprovechan de los demás! De seguro el imbécil del jefe de Xanthia tiene un clon y vive feliz rascándose la panza mientras abusa de los demás como si fuesen moscas. —Hijo, por favor… —su padre se estaba empezando a sentir preocupado por el bienestar mental de su hijo. Kaleidos usó su mano derecha para secar el sudor y las lágrimas de su cara, haciendo que la sangre de sus nudillos se esparciera por su frente. Cada vez más enojado, siguió: —¡Malditos los ricos! ¡Malditas las corporaciones! ¡Maldito… maldito tú! —ya empezaba a sonar como
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Xanthia—. ¿Sabes qué? Voy a hablar con el presidente de la empresa. —No creo que te vaya a escuchEl joven colgó. Se metió a su Xperio2212. No sabía que iba a hacer exactamente, pero iba a lograr algo. Miró al cielo y vio el típico tráfico de las 19:30. Si iba a hablar con el director, tenía que llegar a Clonamed antes de las 20:00. Otra vez el tiempo y su incomparable arrogancia se burlaban de él. Encendió el carro. Se iluminó el panel de control. Apagó el carro. Lo volvió a encender...y luego lo volvió a apagar. Encender. Apagar. Encender. Apagar. Encender. Apagar. Encender. Apagar. Encender… esta vez el panel no mostró señal de vida. Con una sonrisa macabra, Kaleidos le pegó al acelerador y el auto se impulsó en el aire. Con insensata rapidez, empezó a esquivar los gigantes de metal, uno tras otro. No le importaba si lo veía la policía. Esta vez no se detendría. Tenía que llegar lo antes posible. Cada vez el cielo estaba más oscuro y empezó a llover. Los edificios y sus luces neones se empezaban a encender, tratando de vencer la iluminación de la luna. Kaleidos trató de encender los limpiaparabrisas, pero el panel de control no respondía. Manejar de forma propia se volvía cada vez más difícil. Todo empeoró cuando, mientras volaba contra el tiempo, pensó en que tal vez el director se había ido a casa temprano a disfrutar de un bonito viernes con su familia. Mientras tanto los trabajadores en su edificio estaban vueltos locos con todo lo que faltaba por hacer. Con sus manos en el volante, el chico ignoraba el dolor en su mano derecha con su meñique roto. Seguía pensando...de seguro el director ya se había ido. Necesitaba otro plan. Si Xanthia no podía vivir por egoísmo ajeno, entonces él mataría a todos esos clones. A todos. Y luego, se robaría un
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hígado compatible. Observaba su puño con manchas de sangre seca y pensaba en como pronto, todo el sótano 2 estaría cubierto de sangre. Estaba ya por llegar a Clonamed. Podía ver el edificio en la distancia. Kaleidos tomó el volante con más fuerza y presionó el pedal de aceleración cada vez más. Todavía no tenía un plan claro. Primero intentaría hablar con el director...luego… Al estar sobre el techo del edificio, Kaleidos rápidamente trató de descender el automóvil. Sin embargo, justo en ese momento, un carro blanco iba ascendiendo. El Xperio2212 rojo iba tan rápido que el joven perdió control. Sus manos ya no estaban sobre el volante y veía como se aproximaba del otro carro con cada milisegundo. El carro blanco, con su inteligencia artificial, logró moverse por unos cuantos centímetros, pero ya era muy tarde. ¡BAM! Pronto, la lluvia clara de las nubes se transformó en una lluvia roja con partes humanas y partes de carro. Con un desastre incomparable en el suelo, salieron guardias y doctores al techo del edificio a ayudar al otro conductor quien sólo había sufrido daños moderados. Mientras tanto, otros doctores miraban entre los escombros encontrando un brazo, un dedo, parte de una cabeza desfigurada con un ojo parpadeando… Claro, Kaleidos era dueño de un clon que lo podía socorrer, pero… ¿qué se podía hacer cuando su cuerpo como tal ya no era más y se había vuelto en pedazos de un rompecabezas imposible de armar? ***
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Estaba en su cuarto de infancia, sentado sobre su pequeña cama. Ya se había acostumbrado a la cama grande en su departamento por lo que esta le molestaba. Tal vez era por eso que no dormía bien. Sentía estar siempre en un sueño ligero en donde ni descansaba, ni soñaba, ni nada. Su brazo trató de extenderse hacia la derecha. Lentamente, su mano llego a tocar el control remoto, el cual usó para encender el holograma frente a él para ver las noticias. —Para celebrar el inicio del 2220 con sus familias y amigos, vengan a comer al nuevo restaurante Buongiorno por la avenida Saturno. «Qué basura de noticiero», pensó él, «Deberían de hablar sobre el ataque terrorista en el Sector 19…». Enojado, trató de cambiar el canal a uno de música popular. —Y ahora vamos con “Cinclón” de BYTE37: Y cuando te fuiste, el ciclón me desgarró el corazón y me dejó sin clon, sin clon. Lágrimas cayeron de sus ojos. La cruel ironía no le daba nada de risa. «Qué basura de canción», pensó. Trató de apagar la tele, pero el control seguía a unos 25 centímetros de su brazo y el chico tenía que guardar sus fuerzas para la sesión de rehabilitación con el Doctor Nadir a las 10:00. La canción siguió en el fondo. Era como si el infierno estuviese enojado por no haber recibido a Kaleidos meses antes, por lo que el demonio decidió viajar hasta el cuarto del chico para torturarlo. A su lado izquierdo había un espejo que lo dejaba ver su cara y torso. Su cabeza la cual antes era un bosque prendido en fuego ahora era una lisa piedra vendada. Sus cejas escalenas se habían vuelto bastante más finas. Estaba tan pálido que juraba que el ser frente a él era en realidad un vampiro. No sólo estaba pálido sino su cara parecía ser el contorno de una calavera. Se veía al mismo tiempo más viejo y más joven. Las arrugas en su cara habían
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desaparecido, sobre todo alrededor de su boca. Es como si nunca hubiese sonreído. Y cuando te fuiste, el ciclón me desgarró el corazón y me dejó sin clon, sin clon. Los campos de pétalos floridos en su mentón y su frente, así como en sus mejillas habían cambiado de posición y se veían mucho menos marcados. Kaleidos abrió la boca para dejar un suspiro salir, esperando regresar los campos pétalos floridos en su cara mejillas a su posición original, pero estos no se movieron. Al dejar salir el suspiro, vio a sus dientes amarillentos y apiñados. Se miró a los ojos, los cuales se veían cansados y miserables. Estos le contaban historias de atrocidades que él no podía entender. Sin reconocerse, cerró la boca y los ojos de inmediato, tratando de recordar la esencia de su ser. A este impostor, él ya no quería ver. Y cuando te fuiste, el ciclón me desgarró el corazón y me dejó sin clon, sin clon. Escuchó a alguien tocar en la puerta de su cuarto. Segundos más tarde, su padre apareció. —Kal, te voy a ayudar a cambiarte la camisa. El Doctor Nadir está por llegar. Su padre le mostró una camisa gris. Kaleidos abrió los ojos, la vio y asintió. Su padre le ayudó a levantar los brazos para quitarle la sudada camisa blanca que traía su hijo y ponerle la que le acaba de mostrar. Tratando de evitar ver la parte más baja de su cuello, el chico se vio las costillas. Toda la masa muscular que atraía a todas las chicas y a varios chicos del barrio ya no estaba ahí. Más bien, nunca había estado ahí.
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Seguido de esto, su padre lo tomó de ambos brazos y lo llevó con poca dificultad hacía el cuarto principal del departamento, el cual estaba completamente vacío a excepción de una silla de ruedas, un reloj de pared digital y de unos barandales que habían sido colocados ahí días antes. Lo sentó sobre la silla. Se escuchó un timbrazo. El padre abrió la puerta principal de su casa, dejando entrar a un hombre que debía de tener alrededor de 40 años. —Buenos días, Sr. Antares. ¿Cómo estás Kaleidos? Kaleidos se quedó callado y ni siquiera volteo a ver al Doctor a los ojos. Se sentía ridículo. ¡Vaya impotencia! –Mi hijo está algo malhumorado, usted entenderá… —El proceso de adaptación después de un fuerte cambio siempre toma tiempo. Además, apenas se despertó de su coma. No se preocupe, Sr. Antares. —Los p-pue-puedo escushar –dijo con Kaleidos con dificultad. Su lengua se le atravesaba. El fisioterapeuta se acercó a Kaleidos: —Hoy vamos a tratar de mover un poco tus piernas para que vayan tomando fuerza. —¿Cuá-cuá-cuán... voy a... pooooderrr... ca-caammmmhinar? Kaleidos se frustró. Parecía pato sénil. —Para eso todavía falta. Tus músculos necesitan más fuerza… Bien… vamos a extender cada pierna lo más que puedas y levantarla levemente. Va a doler un poco… pero tú puedes. El chico trató de extender su pierna derecha. Con mucha dificultad, lo logró, pero a los pocos segundos, la volvió a dejar caer sobre el suelo.
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—Hay que intentar dejarla extendida por más tiempo —siguió el Doctor Nadir. Kaleidos lo volvió a hacer, esta vez con su pierna izquierda. El Doctor Nadir empezó a contar el tiempo que llevaba. —Uno. Su pierna le ardía. Sentía que todo iba a implosionar. Ya la quería volver a dejar caer en el suelo. El tiempo iba demasiado lento. Todo su cuerpo se tensó. Si bien sabía perfectamente cómo hacer todos los movimientos, su cuerpo ya no los podía hacer. Era tan frustrante para él. —Dos. Ya, por favor. El pobre ni podía respirar. —TrDejó caer su pierna al suelo. El tiempo era muy cruel pues no había dejado de ser arrogante, incluso tras el accidente que el chico había sufrido. El fisioterapeuta le sonrió y le dijo unas palabras alentadoras que parecían una burla. Apenas y se podía mover. Kaleidos hubiera preferido que le dijeran las cosas como son y que dejaran de mentirle para hacer sonar la realidad “más bonita”. Así siguieron el resto de la hora, hasta que finalmente el tiempo de terapia acabó. El Señor Antares le pagó al fisioterapeuta y éste le dijo a Kaleidos que lo volvería a ver el día de mañana. El Señor Antares le ordenó a su hijo comportarse mejor en dos horas, cuando fuera a su sesión de terapia de lenguaje. —Pa-pá… ¿podemoooos irr a vi-visitar a X? Suu cumpleaños… esss hoy… Su padre suspiró y asintió con la cabeza. Kaleidos le pidió ayuda para ponerse la camisa que sabía tanto le gustaba a su novia, la que dejaba que su cuello inferior
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estuviera visible. Esta le quedaba algo grande ahora. Trató de no mirarse el cuello. Luego, le pidió a su papá cargar con su preciada guitarra. *** Se abrieron las puertas del elevador, dando hacia el piso 37. El Señor Antares empujó la silla de ruedas. Kaleidos se tocó nerviosamente la cicatriz en su muñeca derecha, excepto que esta ya no estaba ahí. —Busca el número 518, hijo. A los pocos minutos, en medio de todos los contenedores corporales hundidos en la pared, encontraron uno con el número indicado. La piedra de la pared decía “Xanthia Chrysalis, la mujer trabajadora,”. —Sabes, Kal… tu hígado original está en ese contenedor. Parte de ti estará siempre con su cuerpo. Lamento que el trasplante no haya sido exitoso. Lágrimas cayeron de los ojos del chico. Miraba al nombre de la mujer que tanto amaba sobre la piedra en la pared. —Que i-in-jus-tooohm… Ella lo había hecho todo bien. Había seguido las reglas, era una trabajadora ejemplar, tenía mil talentos y aún más aspiraciones. Él no era ni la mitad de la persona que Xanthia era. Él ni siquiera había jugado por las reglas del juego y sus aspiraciones eran mínimas comparadas a las de su novia… Sin embargo, era ella la que estaba acostada en un contenedor de cuerpos por el simple hecho de tener mala suerte y poco dinero. De seguro seguía habiendo un hígado que hubiera sido compatible en algún cuerpo inservible en el sótano 2, pero el ser humanos era tan egoísta que entre
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más creía acercarse del cielo, en realidad más se alejaba de este. Su papá le sacó la guitarra y se la dio pausadamente. Le dijo que regresaría en media hora para dejarlo solo un rato. Kaleidos miró su guitarra. Con su mano izquierda, tomó el cuello de madera artificial con mucha dificultad. Su cerebro se movía mil veces más rápido que su cuerpo. Sabía exactamente qué hacer con sus manos por lo que su falta de capacidad física lo frustraba. Sus dígitos trataron de presionar las cuerdas, pero sus dedos sin callos ardían al presionar las cuerdas de nylon. Sentía que se iba a cortar, pero tenía que seguir. Trató de tocar lo mejor que pudo, pero entre sonidos apagados y la falta de fuerza, él se sentía nuevamente en el infierno. Sus manos parecían una araña en depresión y la profundidad de su ser ya no encontraba respuestas en la música, si es que eso se podía llamar música. Con los dedos hinchados, siguió tocando y llorando. De repente, sin saber muy bien cómo había llegado ahí, se encontró en el Sótano 2 de Clonamed. Kaleidos podía ver su cabeza vendada en el reflejo del piso. Tal vez era por la venda que permanecía enjaulada en su cabeza una repetición sonora, sin escape alguno: Y cuando te fuiste, el ciclón me desgarró el corazón y me dejó sin clon, sin clon. Su padre empujaba la silla de ruedas por el corredor, en donde se podían ver vivos muertos tirados en sus camas esperando a ser necesitados: pálidos y sin ambición. Llevó a su hijo a un cuarto que decía “Experimentación - Úteros artificiales: crecimiento acelerado”. Dentro había un sinfín de contenedores con embriones en crecimiento.
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—Es un experimento para ver si es posible generar cuerpos que crezcan más rápido que un cuerpo normal. Esto para proporcionar clones a aquellos quienes ya tienen una edad más avanzada —le dijo. Las palabras no tenían completo sentido en la cabeza de Kaleidos. Y cuando te fuiste, el ciclón me desgarró el corazón y me dejó sin clon, sin clon. Pronto, su padre llevó la silla hasta un útero en particular. El contenedor era tan brillante que casi parecía espejo. El chico podría ver su reflejo. Nuevamente, no reconocía aquella persona que estaba detrás de su mirada. Esta vez no pudo ignorar su cuello en el reflejo. En la parte inferior, cerca de su clavícula, había un código barra con números y una letra. Trató de fruncir los labios. De repente, vio como detrás del contenedor, había otro más grande con un líquido transparente. Tenía una etiqueta que decía “49245X”. Dentro del contenedor, había un cerebro en preservación… Y cuando te fuiste, el ciclón me desgarró el corazón y me dejó sin clon, sin clon. Kaleidos se sentía completamente vacío. Casi ni sentía. Era un muerto vivo. Quería voltearse e irse corriendo, pero no podía. Estaba nadando en un cóctel infernal en las manos del diablo y no podía escapar.
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