AYAMÁ CELEBRA LA VIDA
DEDICATORIA
A Oliver Marín Vásquez, fruto espigado del amor que partió a temprana edad, convirtiéndose para la posteridad en precioso instrumento del más grande y solícito aprendizaje. Y A Rosa Vásquez por regalarnos cada año esta preciosa ceremonia que permite honrar la vida.
PRÓLOGO
La trama de la presente obra transitada y ocurrida en letanías profundas de la sencillez aborigen y el destello filosófico donde se circunscribe el bien y el mal para declinar ante el poderío de una espiritualidad sublime, que arropó al corazón más duro de la presente historia. Ella; que pareciera una acabada propuesta literaria es la experimentación y la investigación de lecturas diversas que van desde la más alta pureza del cosmos, hasta la ciencias esotéricas que representan muchas veces la aureola de la fe. Es un cumulo de sabidurías, ejercida por estudiantes que se inician en la difícil carrera de la comunicación social, donde solo prevalece la vocación como excelsitud plena, sin aun contabilizar las penurias que trae consigo el deber de mantener informado a un país. Este ejercicio narrativo debe estar consustanciado con una propuesta profesoral de hallar en la excelencia académica de sus alumnos, los futuros escritores e historiadores, que deleitaran con la palabra a los lectores más exigentes. La historia es una reiterada composición de hechos, costumbres y normas impuestas en la época tribal cuando los chamanes, caciques o principales ejercían la mayor autoridad entre sus súbitos, por el solo hecho de la sobrevivencia eran seres carentes de un amor que se externiza a base de una confluencia y reacciones de una voz contestataria que logra remover conciencia y expone la revolución del amor entre sus congéneres, para hallar en aquella viuda mujer que fue abandonada por sus hijos y que se sumió en la más grande tristeza que solo la pudo abstraer de esa pesadumbre del poder espiritual del ritual de aquella cueva donde ella encontró su paz definitiva y enmendó los pasos futuros de toda su comunidad aborigen. El presente trabajo es la realización creativa de las estudiantes: Marianna Ibarreto, Deimar Mejías, Mauribel Salazar y Aura Porcaro, futuras comunicadoras sociales que con esta prueba van a nutrir más su infinito deseo de culminar su carrera y constituirse en unos comunicadores sociales, que tendrán como eterno himno a la palabra. Rómulo Calderón Torres.
AGRADECIMIENTO
NUESTRO AGRADECIMIENTO INFINITO A Rosa Isabel Vásquez María Bamio de Sierra Rómulo Calderón Torres y Flora Guerra Cuyo aporte semántico y de diseño ha sido cimiente de la presente obra.
ÍNDICE
Capítulo I: El territorio Ayamá ..................................................... 13 Capítulo II: El recinto de la luz .................................................... 19 Capítulo III: La inspiración ........................................................... 25 Capítulo IV: El gran día ................................................................ 31
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El territorio Ayamá
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yamá es el nombre de aquella tribu que existió hace muchos años mucho antes que existieran las fronteras divisorias que el hombre demarcó con el correr del tiempo. Su ubicación y virginidad territorial la sitúa en algún lugar de Centro América, entre la frescura y la noble rudeza montañosa, donde su frecuente colorido la enmarcaba dentro de esa exuberancia del paisaje y el verdor de un follaje inigualable que colmado de exóticas y enigmáticas especies florales, acorralaban a una muy particular fauna, entre riachuelos y pintorescos y demás parajes lacústres. Las diminutas aves de raudo vuelo trinaban ante la majestad de natura en variados y característicos tonos, cuando el astro rey brillaba de manera fulgurante acompasando en equilibrio a un clima de agradable frescura. La alisia brisa con sus ecos resoplaba fuerte difuminando acordes percusiones abstraída de aromas en aquella espesura vegetal que aclimata al indígena que elabora la simiente en quehaceres propios del cultivo; permitiéndoles una vida cómoda y de pleno disfrute de las mágicas bondades del humifero y fecundo suelo. En su cotidianidad de caza y pesca, se daban a ellas con visión conservacionista, como único medio de subsistencia de toda su etnia y prole; desplazándose en las rudimentarias canoas hechas de troncos de recios, en las que sólo ellos sabían bogar con alta agilidad y destreza. Conocían muy bien los ríos cercanos, usaban anzuelos hechos de espinas de ciertos peces; del caparazón de las tortugas y huesos de la misma cacería. Pescaban indistintas variedades de especies acuáticas, como sábalos, pirañas, anguilas, bagres entre otros y cazaban tapires, carpinchos, cuatíes, ciervos, tortugas, iguanas, yacarés y las aves más voluminosas. Era una tribu tranquila donde siempre se percibía el rumor del fuego que daba luminosidad al ambiente nocturnal produciendo un escenario de luces y 15
sombras, cuyos matices acrecentaban la luna llena. Normalmente los aborígenes cuando se sentaban frente al fuego a recibir su calidez, veían como de las llamas surgían arabescos, unos violentos y otros más sutiles, que emergían entre la madera, que a fuego pleno, les generaba más confianza y tranquilidad, por lo que entonces, se mostraban serenos y tranquilos. Habitaban en Tipi, que eran viviendas hechas con pieles de búfalos. Esas viviendas eran lo suficientemente resistentes y proporcionaban comodidad en los tiempos invernales. En temporadas de lluvia se mantenían secas y también permanecían frescas en el cálido verano. Ellas tenían forma de cono que propiciaba un espacio en cuyo centro un fuego ayudaba a las tareas cotidianas. Una abertura en la cúpula de la tienda podía ser abierta o cerrada mediante dos varas exteriores, también esta rendija extraía el humo de la hoguera, regulando la luz en la vivienda; la protegía de la lluvia y renovaba la ventilación. La tribu Ayamá tenía sus costumbres en el orden familiar, las actividades hogareñas. Por ejemplo, si la puerta estaba cerrada era imperativo llamar y esperar a que desde adentro autorizaran la entrada, más cuando dos palos cruzados cerraban la puerta, indicaba que los propietarios de la tienda no querían ser molestados. Pero una vez que el visitante entraba debía esperar a que el dueño le señalara su lugar para sentarse. Las mujeres siempre se sentaban en la parte izquierda para poder atender el fuego y la comida y los hombres en el lado derecho. El espacio al final del Tipi le pertenecía al dueño y a los visitantes de mayor jerarquía. Gran parte de la población estaba dedicada a las jornadas agrícolas, por ende utilizaban ropa adecuada para estos menesteres; además la indumentaria dependía del nivel social. La mayoría de los aborígenes vestían en forma sencilla; las mujeres con el sovon, hipil, falda y mantos; los hombres utilizaban una especie de calzón llamado patí. Sinembargo, la nobleza utilizaba ricos y complicados atuendos bordados con plumas y gemas, calzaban sandalias de mixa y lucían grandes tocados de plumas o penachos, además de collares, pectorales y pesados cinturones con incrustaciones de nácar y piedras grabadas. Otras prendas comunes también eran de uso de los nobles, como las faldas, capas cortas o largas, chaquetas (generalmente de piel de jaguar o algodón); adornos de conchas, caracoles y diseños geométricos. Aparte del tocado, algunos nobles y chamanes llevaban enormes orejeras, narigueras, brazaletes y anillos de jade, cuarzo y oro, y se perforaban la barbilla, bajo el labio inferior, para incrustarse un bezote, también se perforaban la nariz. Los hombres se cortaban parte de la coronilla o se quemaban el pelo, dejando sobre la frente una especie de fleco que recogían y mantenían erguido por medio de un lazo, el resto del cabello largo y suelto caía sobre la espalda o era trenzado y puesto alrededor de la cabeza, dejando la parte extrema colgada. Las mujeres 16
El territorio Ayamá
dividían su cabellera en dos partes, las cuales trenzaban y enrollaban a cada lado de su cabeza. Los Amayá adoraban a varios dioses y creían que si la sangre humana no era ofrecida al Astro Rey, presumían que este dejaría de iluminar o se apagaría sumiendo en oscuridad al mundo o temían en que ya la lluvia no regresara. Así que anualmente sacrificaban a una persona para complacer a los dioses. Nunca celebraban cumpleaños, sólo se daban obsequios, pero jamás se dieron afecto o se tomaban la molestia de decirle a una persona especial para ellos cuánto les querían. Todo era de una manera correcta y fuerte, ni siquiera se miraban a los ojos. Temían que el otro sintiera lo que esa persona pudiera pensar de ellos o simplemente se avergonzaban de lo que representaban. Tenían costumbres muy fuertes, las mismas no incluían consideraciones de tipo emocional, las demostraciones afectuosas representaban ahondar en la intimidad, y esto no era permitido, lo que se refería a caricias y aprobación era materia de índole extraña. No obstante eran solidarios ante cualquier problema que surgiera y siempre se ayudaban unos a otros. Celebraban el nacimiento de un niño con predicciones de su futuro en las cuales los chamanes de la tribu tenían la palabra. Gozaban de una confianza inmensa en ellos porque los chamanes atravesaban la línea con el mundo de los espíritus y formaban una relación especial con ellos. Tenían la capacidad de controlar el tiempo, profetizar, interpretar los sueños, usar la proyección ancestral y viajar a mundos superiores. También cantaban melodías escritas por los reyes y chamanes de la tribu, y hacían bailes alrededor del fuego para darle la bienvenida a ese nuevo integrante de la tribu al mundo, lo hacían de igual manera para agradecer a los dioses por sus bendiciones. Se arreglaban de la mejor manera posible, con piedras preciosas, plumas, con sus mejores cueros y vestimentas. Era lo único que celebraban verdaderamente en grande con solemnidad. Los Ayamá tenían maestros y ellos eran quienes regían las normas de conducta en la tribu; pasaban la vida educando a los pobladores. Eran estrictos con las normas: debían ser educados, ayudar a quien lo necesitara, criar a sus hijos de una buena manera; la mujer siempre debía callar y el hombre tenía la autoridad y la palabra en todo momento. No debían reír más de lo normal, ni cantar sino era necesario, tampoco hablar fuerte y mucho menos llorar por cualquier cosa. Esta regla por supuesto era más fuerte para los hombres de la tribu. Todos vivían con la imposibilidad de demostrar sus sentimientos, alegrías y tristezas; era una tribu solidaria, pero no llegaba más allá de dar apoyo y ob17
sequios. Nunca se sintieron mal por eso, no conocían algo diferente, siempre se sentían limitados, pero pensaban que eso era parte de la vida él actuar de esta manera. Sólo les importaba agradar a los demás con su apoyo, teniendo su vivienda limpia, preparando buena comida, utilizando una adecuada vestimenta y siempre actuando de manera correcta solo para agradar a los dioses y a los miembros de la comunidad, especialmente a los que tenían poder.
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El recinto de la luz
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a maestra de la tribu, era la encargada de enseñarles las costumbres a todos los nativos, a quien se le daba el nombre de Mayarí. Ella era una mujer morena, de un metro sesenta de estatura, (altura común entre los aborígenes de la tribu). Tenía sus ojos negros y quien se los miraba producía una atracción singular, solo con mirarlos fijamente podía ver alguien con bondad que infundía mucho respeto. Su nariz, era ligeramente chata, redonda y hasta graciosa; de piel muy tostada, fuertemente brillante y suave como fina seda. Tenía una abundante y brillosa cabellera negra, la cual lucia con unas sencillas crinejas. Siempre bien ataviada, con el hipil bien limpio, con su manto de llamativos colores. Como generalidad ella era una persona admirada y apreciada por toda la tribu, sentían de ella gran agradecimiento, por cuanto siempre estaba presente en todos los momentos importantes de las familias y tenía la distinción de hacer los mejores obsequios. Era incondicional ante cualquier acontecimiento que se presentara, pero árida en lo que se refería al cariño y calor humano. Los Ayamá tenían una forma de querer muy distinta al humano común hoy día. Su agradecimiento se demostraba con la devolución de un favor o un obsequio. Mayarí tuvo un esposo, quien murió prematuramente hacía ya algún tiempo, y de ese enlace procrearon dos hijos, esos hijos se marcharon de la tribu. Quedando Mayarí sola sin ninguna compañía. Transcurrieron días y meses y la tribu aumentaba su población y ampliaba su espacio físico; se producían nuevos nacimientos y otras celebraciones pero Mayarí dejaba de asistir a la mayoría de las reuniones dejando así, excusa tras excusa. Lo que pasó fue que comenzó a sentirse sola y triste sin la compañía o apoyo de una persona amada, pero no era sólo eso, era algo mucho más profundo. Como 21
si su vida no debía ser de la manera como la vivió, con tantas prohibiciones a socializar, a sentirse viva y amada. Esto nunca preocupaba la tribu, pero mientras más días pasaban más se lamentaba de su soledad y pensaba cómo sería si sus hijos o su esposo estuviesen con ella, qué haría para agradarlos. Pensaba en las mejores sorpresas para ellos pero no daba con algo que representara la bienvenida perfecta. De esta manera se frustraba y sentía que algo estaba mal dentro de ella pero no lograba entender qué podía hacer. Pensaba a veces que era indecisión y falta de fuerza, pero luego sentía una tristeza profunda en el alma que regresaba a ella una y otra vez. Tenía miedo a morir con esa sensación de soledad, con el sentimiento de haber hecho todo por el bien de la tribu y de su familia, pero nada por ella. A todo evento los nativos sentían este vacío, esta falta de amor en sus vidas, ese temor a morir, pero no podían definirlo y hacían caso omiso de esta parte de su ser que pedía desesperadamente afecto. Ellos se regían sobretodo por sus normas y pensaban que era totalmente correcta la vida que estaban viviendo, pues nunca ninguno de los reyes, dioses o chamanes daban explicación o hablaban de todos estos malestares que existían comúnmente en cada uno de ellos. Con la ausencia de la maestra de la tribu en reuniones tan importantes, todos sentían gran preocupación, especialmente el Principal, quien conocía el estado de salud de Mayarí. Continuamente la visitaba y estaba pendiente de ella, pero cada vez su condición era peor y más deteriorada. El Principal fue muy preocupado a hablar con la Chamana de la tribu, confiado que ella le pudiera dar una solución a tanta tristeza y enfermedad de Mayarí, con sus facultades curanderas. De esta manera le expresó su preocupación ante lo que estaba sucediendo. La Chamana sabía que ese problema iba más allá de la enfermedad; era algo interno y también intuía que iba a explotar en toda la comunidad sino se buscaba una inmediata y efectiva solución. Los Chamanes eran capaces de realizar viajes al mundo espiritual mediante estados modificados de conciencia. Convulsionada, la Chamana de la tribu, ante esta situación decide viajar a la cueva donde esta se comunicaba y recibía información divina de los espíritus. Emprende así su viaje y dos días después se hace presente ya al anochecer a la referida cueva. La tribu Ayamá la denominó como la Cueva Milagrosa de los Espíritus, porque en algunas ocasiones estos les proporcionaban al Chamán una sabia inspiración, que lo capacitaba para sanar a los integrantes de su comunidad y de predecir el futuro. La cueva era una cavidad de centenares de metros de recorrido. Al entrar, se sentía un ambiente tenebroso por la obscuridad existente casi desde la entrada, pero en realidad era apta para servir de cobijo a los animales como seres humanos, en los momentos de lluvia o tempestades im22
El recinto de la luz
previstas, resguardo que utilizaban cuando existiera la posibilidad de anochecer para esperar el momento oportuno para emprender la cacería. La Chamana entró a la cueva, buscó un espacio cómodo y seco donde quedarse con seguridad; protegió sus municiones, y así pasó la noche tranquila. Al día siguiente al despertar, preparó con solemnidad su ritual, su ayuno a base de frutas y semillas, se fue muy a lo profundo de la cueva, a tal punto divino donde ella acostumbraba estar en contacto con esos seres de luz y fuerza espiritual. Entonó entonces, antiguos cánticos de invocación para los guardianes invisibles del lugar que son los espíritus protectores, con reverencia como pidiendo permiso para recibir la providencial bendición. Luego ella solícita se hizo una con la musicalidad de la cueva a través de un sagrado y mágico silencio, que le permitía a su prodigiosa mente un estado de paz y plenitud, como pasadizo a otros estados de conciencia. El primer día sólo se preparó meditando y poniéndose en sintonía con esos seres de paz. Al segundo, volvió a dirigirse a las profundidades de la cueva, se puso en estado de alerta silenciosa, sentada en una gran roca, y con las piernas cruzadas, comenzó a tener comunicación con el más allá. Entre su dialogo silente les puso en conocimiento el problema que tanto agobiaba a su tribu, por lo cual los espíritus le respondieron y ella encontró la solución. No sólo para Mayarí sino para toda el conglomerado tribal, algo que cambiaría de algún modo para bien su nueva vida. —Un Ritual de Cumpleaños es lo que debes hacer para esas personas que no han aprendido a querer —dijo en voz queda, el prominente espíritu de una manera convincente y segura, que denotaba una felicidad plena. —Buena idea gran Shayen—expresó un poco ansiosa por saber en qué consistía. —Se trata de un ejercicio de comunicación que intenta a través de la expresión afectuosa, convocar a todos a la celebración de la vida. Mediante una serie de pasos se separarán el miedo y la ansiedad en ese momento y sólo quedarán sus buenos sentimientos. Allí podrán expresarle a esa persona que está de cumpleaños lo que sienten por él o por ella y la persona se sentirá querida y plena. Después de esto sus vidas cambiarán por completo. El espíritu mayor comenzó a explicarle detalladamente lo que debía hacer cuando realizara el Ritual de Cumpleaños. Estuvo durante dos días preparándolo elaborándolo con inmenso entusiasmo y la suprema energías para llevarlo a cabo. Al cuarto día de esta sagrada experiencia, la Chamana, volvió a la tribu con muy buenas noticias.
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La inspiración
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os espíritus inspiraron a la Chamana con la siguiente expresion: “Para perder el miedo a la muerte se debe valorar la vida”. Y a través de este escrito muy antiguo le hicieron llegar una sencilla ceremonia basada en un ritual de comunicación para el día de un acontecimiento importante que requería ser celebrado, a fin de no solamente recibir regalos físicos sino también obsequios que proviniesen del amor y la valoración excelsa de las vivencias. Finalmente llegó la Chamana a la tribu con buenas noticias, sobresaltada, pero también un tanto nerviosa por esta nueva enseñanza que traía para la comunidad. No tenía idea de cómo iban a reaccionar, sabía que no iba a ser nada fácil, que el rechazo y el miedo a lo nuevo, al afecto y al calor humano, a la comunicación directa, espontánea, desde lo más íntimo iban a estar presentes ese día en el que cumpliera el mandamiento recibido. Fue a su hogar y descansó durante todo el día, mientras reposaba intentaba pensar en la mejor forma de transmitir la enseñanza a toda la tribu. Deseaba que fuera en un momento especial en el que todos estuviesen presentes y atentos. Al cabo de un rato, recordó que Mayarí estaría de cumpleaños en pocos días. ¿Qué mejor oportunidad que celebrar un nuevo año de una persona tan querida, y que en este momento era motivo de preocupación por su estado de ánimo y molestias recientes? Justamente, ése iba a ser el momento perfecto para poner en práctica la enseñanza transmitida por los espíritus. Coincidieron dos cosas que beneficiarían a la Chamana y por supuesto a toda la comunidad. En primer lugar ese día era una de las celebraciones más grandes que se realizaban en la tribu y la Chamana pondría de manifiesto el mejor ejercicio de comunicación; Y en segundo lugar sería el momento perfecto, porque 27
todos los nativos estarían presentes en el cumpleaños de Mayarí por ser la maestra de la tribu que permanentemente brindaba un apoyo incondicional y sincero. Así le entregarían regalos realmente bellos para agradecerle todo el soporte que ésta asiduamente les brindaba. Harían pues, banquetes con deliciosas comidas, adornarían el lugar con flores de distintos colores y usarían sus mejores prendas de vestir; harían los cantos y bailes especialmente coreografiados para ese día. Los Ayamá adoraban a los dioses a los cuales les profesaban gran respeto y adoración, como a las personas de poder y autoridad; una de ellas era Mayarí, quien se había ganado a lo largo de toda una vida de esfuerzos y servicios, dedicados a su tribu con la mayor devoción. Luego de tener una noche de descanso, la Chamana se dirigió a primera hora de la mañana a hablar con el Principal para contarle acerca del legado recibido en la Cueva de los Espíritus y, más importante aún, el aporte que beneficiaría a la comunidad. Entonces mientras le contaba, el Principal mostraba cada vez más una actitud distanciada y negativa, pero lo que verdaderamente sentía era miedo. Al principal realmente no le gustó la idea de hacer este ritual ni mucho menos que los nativos revelaran sus sentimientos. Todo esto le resultó extraño. Como todos los nativos, él también en muchas oportunidades de su vida, sintió esta necesidad de cariño pero nunca lo manifestó por actuar de la manera que lo hacían todos, estaba sobre un régimen común de apatía general que se transmitía entre unos y otros y esa eran las resultas de su actitud. Finalmente el Principal no aceptó la propuesta de la Chamana, le pareció bastante irrespetuoso y fuera de lugar (así proviniese de los espíritus, por quienes sentían una gran devoción). También le manifestó su rechazo y dudas diciéndole que si algo salía mal sería totalmente su responsabilidad. Era una dura prueba para la Chamana quien sentía internamente que si algo no salía como se esperaba, el futuro de esa tribu estaría comprometido y por lo tanto tendría que buscar la forma de remediarlo. Este pensamiento la llenó de tal manera que fue asaltada por un sinfín de inestables prejuicios. Las dudas y el peso de tanta responsabilidad se apoderaron de su mente. Supo que estaba en desventaja, había conflicto interno y no se lo podía permitir, necesitaba una mente en paz, solo así vendría la claridad a la que estaba acostumbrada. Se tomó un momento para volver a la calma. Y así fue cuando recordó aquella vieja frase con la que perseveraba su abuela, “todo lo que provenga del amor puro saldrá bien”. De esta manera se sintió reconfortada y agradecida del recuerdo siempre fresco en su mente de la abuela. En ese instante la salvó de toda la avalancha de miedos, dudas y angustias derivadas de la actitud del Principal. Alguien seguía esta conversación: Yarúa los estaba escuchando muy atentamente. Ella era una joven de la tribu que en varias oportunidades había sufrido el rechazo por su actitud de discrepancia ante las normas y costumbres establecidas. Pensaba diferente a ellos y siempre sintió que algo faltaba en sus vidas. 28
La inspiración
Constantemente ideaba nuevos instrumentos para facilitar el trabajo de cosecha o cualquier quehacer en el hogar, pero nunca tenía la atención de la comunidad, decían que era extraña por la manera de encarar la realidad. Era una chica de blonda y oscura cabellera compartida en dos gruesas trenzas, siempre alegre, con muchos motivos para sonreír, eso le daba una imagen feliz, aventurera, agradecida con la vida; También era muy amable con las personas, aun cuando no era igual lo que recibía de los demás, pues hablaban a sus espaldas y comentaban las cosas que hacía, hasta se mofaban de sus gustos y forma de vestir. Pero a ella nunca le importó eso. Era feliz a todo evento por todo lo que sentía en su interior. Ese día Yarúa escuchó la conversación de la Chamana con el Principal y tuvo una emoción especial, nunca había escuchado algo que la alegrara tanto como esa idea del Ritual de Cumpleaños. Sintió en numerosas oportunidades un gran vacío de algo pero no sabía qué. Experimentaba una alegría rebosante, rara vez se sintió así, algo novedoso que sería de gran impacto para la tribu se estaba gestando, más aun cuando iba a ser obsequio especial a Mayarí. Algo original se daría a conocer, eso la motivaba mucho. Todo lo que significara ir en contra de lo establecido la animaba, también sentía un gran aprecio por ésta, pues sabía que contaba con su apoyo y solidaridad ante cualquier circunstancia, con Mayarí se sentía cómoda, en fin, aceptada tal cual era. Al salir la Chamana del tipi del Principal, Yarúa se acercó emocionada, sin ninguna timidez ni vergüenza por haber escuchado una conversación en la que ella no estaba involucrada. —Yasamachamana—saludó Yarúa con el saludo usual del poblado indígena. —YasamaYarúa—respondió la Chamana. ¿Estabas escuchando? —Sin querer escuche toda la conversación y si le interesa mi opinión, me gustaría dársela— respondió. —¡Ahhh!… ¿escuchaste no? Y dime… ¿qué tienes que decir al respecto? —Estoy muy contenta, este ritual es perfecto, quisiera participar y ayudar. ¿en qué puedo ser útil Chamana? Ella circunspecta al ver la receptividad y el apoyo de Yarúa, recobró los ánimos, pues no había tenido la aceptacion esperada por parte del Principal. Ante la actitud complacida de Yarúa, comenzó a retomar fuerzas y entusiasmo por lo que iba a realizar. Sería una experiencia totalmente nueva para ella y, a la vez, tenía la certeza que por ser una inspiración sagrada, era un mandato que había que cumplir extremamente en confianza. La Chamana prometió dar a conocer a Yarúa los detalles del ritual. Sabía que contaba con ella. En los días subsiguientes se reunieron y en vista de su desinteresado y espontáneo apoyo la designó: la Guardiana del Ritual, era ella la que se 29
encargar铆a de mantener el ambiente de orden y respeto entre los asistentes, con el prop贸sito de proporcionar un espacio id贸neo a la expresi贸n de tan alto valor.
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El gran día
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legó el día trascendente y oportuno, que representaría una nueva forma de mirar los cumpleaños y por ende una oportunidad para valorar la vida, esa cosa que no se toca ni se ve, que parece nada, pero que lo es todo. El día adivinaba algo especial, pues se vistió de un sol claro y esplendoroso, con visos destellantes que hacía brillar cada superficie: el agua del río, las hojas muy verdes de los árboles, la tierra semejaba una mina de oro con partículas brillosas que hacia contrastes en su luminiscencia; las formas de los tipi se apreciaban móviles, parecía un espacio encantado y mágico. La Chamana sentía un ya conocido palpito en su corazón y en su mente. Era esa conexión con otro mundo invisible que repetía vez tras vez lo que debía hacer. Tenía grabado en su ser el mandato que recibió. Parecía que toda su vida se reducía a ese especial y único momento: el de realizar el ejercicio de comunicación, “el instante mágico”. Escogió un atuendo que, aunque tradicional para ceremonias, era por demás sencillo; no quería llamar o desviar la atención más allá de su voz e intención. Empezaba a caer la tarde y todos los preparativos eran destinados a la celebración de Mayarí. Todo se convirtió en un fluir de hechos que desembocó en el lugar más importante del poblado: el lugar utilizado para los eventos de transcendencia, festivamente decorado con vívidos colores, aromas y animadas danzas aborígenes que hacían del lugar un escenario de óleos ingenuos. La Chamana pensó en el momento de iniciar la ceremonia de los dioses, que nadie podía imaginar la gran agitación que en su interior ocurría, era una continua película que se proyectaba en su mente con momentos que se suceden. 33
Tomó posición de autoridad y pidió a los presentes que se acercaran al Círculo de la Paz. Este era el lugar donde los encargados del poder discutían muy a menudo situaciones de mucho interés colectivo. Con curiosidad todos se fueron acercando incrédulamente, pues este llamado no era muy común en los festejos. Había en el ambiente además un clima diferente, casi intimidante. La Chamana con aires de solemnidad explicó que traía una misión encomendada por los seres de alta jerarquía espiritual. Se había escogido ese momento especialmente para expresar un valioso principio que sería de máxima utilidad en los tiempos que vivían. El Principal dejaba notar en su rostro que no tenía ningún control de la situación y por sus gestos se revelaba su oposición de recelo; sin embargo, colaboraba en la ejecución de la consabida ceremonia, pues sabía que no podía ni tendría chance de rehusarse a participar, mas sin embargo, su nerviosismo lo delataba y dio paso al rumor en el grupo y muchas risas fuera de lugar. Mientras la Chamana daba las instrucciones, se apoderaba de la gente una mezcla de sensaciones entretejidas de curiosidad, alegría y angustia. Pero toda esta agitación se calmó, cuando ella aclaró lo siguiente: “Todos vamos a experimentar beneficios, nunca conocidos e inexplicables, pues al darle el regalo del instante mágico a Mayarí, estaremos recibiéndolo instantáneamente por ley de conciencia divina.” Estas palabras produjeron un silencio en los participantes. La atención que requería para el ritual había sido lograda. La Chamana pidió a Mayarí ocupar el lugar de honor al frente de la multitud, ella entonces con mucho asombro hizo caso instantáneamente a la petición. No salía del asombro y aunque estaba casi paralizada por lo inesperado de la situación, sentía que como resorte respondía a lo que se le ordenaba. Continuó la Chamana su ritual diciendo: “La vida es tan impredecible que se nos va rápidamente sin haberla apreciado en su justa dimensión. A partir de este momento quiero que tengan una actitud de alerta y observancia de su existencia, de todo lo que han vivido y con quien lo han convivido y para ello les invito a imitar a una tortuga, así como se protege del peligro metiendo patas y cabeza dentro de su caparazón, ustedes pueden entrar en su interior en profunda reflexión, dejar que la vida se exprese, escucharla, sentirla, saborearla, experimentar con cada uno de tus sentidos la oportunidad de esta existencia. Esto sólo puede hacerse estando en santo silencio e inundando de armonía todo el entorno, allí se puede situar la magia de la vida, donde no hay nada que lo contiene todo. En este espacio te pido que tomes la disposición de darle la bienvenida a toda circunstancia que actualmente se presente en tu vida, acéptala, ríndete ante ella y solo únete a ese jubiloso espacio de la nada y experimenta paz, solo paz. Siente el privilegio de estar vivo, la gran carrera de la vida ya la ganaste, estás aquí. Mira con ojos nuevos a todos y comparte esa sensación de ser, usa tus brazos para abrazarte y congratular tu vida. Puedes alargar tus brazos hasta el que está cercano a ti y siente tus brazos en el cuerpo abrazando a otro y experimenta lo hermoso de sentir a la existencia de otro ser humano que al igual que tú está vivo”. 34
El gran día
“El sonido más hermoso para un ser vivo es escuchar su nombre al lado de un TE AMO, ésta es la canción más sagrada. Hoy todos al unísono vamos a honrar la vida de Mayarí con esta música santa, lo haremos tres veces”. La Chamana le advirtió a la homenajeada que se dispusiera a recibir. Que abriera sus manos a los lados del cuerpo y las ubicara en acción receptiva y que de igual manera hiciera lo mismo en su corazón y mente, mientras iba llevando esta vibración a través del oxígeno a cada una de sus células. Así lo hizo Mayarí y todo el grupo ejecutó el canto más bonito para ella, tres veces. —¡Mayarí TE AMO!… ¡Mayarí TEAMO!… ¡Mayarí TE AMO! Luego la Chamana se colocó frente a Mayarí, tomando sus manos suavemente y mirándola a los ojos, le expresó a esta sensible homenajeada, (que ya estaba vibrante de sentimientos encontrados), todo lo que representaba para el pueblo y específicamente en lo personal contar con su apoyo, en ser guía para muchos, y ser luz en momentos de oscuridad.“Tu presencia ha iluminado muchas veces, con tus acciones y orientaciones el camino a seguir, bendigo tu vida y me uno a la alegría de tenerte siempre.” Se dieron un abrazo largo y sentido. Mayarí estuvo muy conmovida y sólo abrió sus labios para decir, gracias. La Chamana instó a los demás a hacer lo mismo que ella acababa de hacer. Se quedó muy cerca para apoyar y dejó un espacio para que otra persona ocupara el lugar que ella ocupó y rindiera su tributo de manera expresa. Vino luego Yarúa, feliz, aunque al principio no sabía ni cómo empezar, se permitió tomarla de las manos y al mirar a Mayarí se plasmó en su rostro la ternura y desde esa emoción expresó el orgullo de tener la oportunidad de compartir vivencias de mucha cercanía que le permitieron conocer a un ser dulce, entregada totalmente a su misión, con una vida llena de tantas virtudes que agradecía a los espíritus por esta oportunidad de decirle a Mayarí lo mucho que le importaba, le quería decir ella sola, TE AMO. Mayarí con lagrimas en los ojos recibía cada ofrenda amorosa con la mayor humildad al tanto que agradecía cada una de las expresiones. Fueron pasando uno a uno muy nerviosos. Dieron su testimonio de agrado y buenaventura por conocer a este noble ser. Finalmente llegó el turno del Principal. Para este momento, el rechazo que había mostrado al principio de la ceremonia se había esfumado completamente quedando un hombre desnudo de todo sentimiento de separación. Se colocó frente a ella tomando sus manos, como hicieron otros, con actitud decidida. Una vez allí, sólo miraba a Mayarí y lo que se escuchaba de sus labios eran monosílabos incoherentes, no decía una 35
frase completa. La Chamana intervino y le sugirió: “Siente y haz exactamente lo que tu corazón te mande, respira y siente.” El Principal hizo lo propuesto y en unos momentos se le vio llorar copiosamente, no pudo articular frase alguna, solo lloraba. Esta imagen conmovió no solo a Mayarí y a la Chamana sino a todos los presentes, quienes guardaron un silencio sepulcral. Luego se abrazaron comprendiendo que no había palabras para expresar lo ocurrido. Con esta última participación del Principal se cerró la actividad, no sin antes escuchar a la Chamana, quien invitó a Mayarí a comentar ante todos sus impresiones acerca del regalo mágico. Estas fueron sus palabras: “Jamás imagine que era tan rica en amigos que me ponderaran y amaran, no había sentido algo así en toda mi vida. El regalo más hermoso que he recibido es la expresión conmovedora de todos ustedes. Creo que en un momento de mi vida me aletargué al no reconocer lo privilegiada que he sido. Este ejercicio ha traído mucha alegría y lo más importante la validación más auténtica y amorosa que he recibido. Agradezco a ustedes y muy especialmente a los dioses por este regalo mágico, me han devuelto a la vida”. Si alguien preguntara cómo se ve la felicidad le diría que en los rostros de cada uno de los presentes se expresaba la auténtica felicidad. El ambiente era de una real fiesta del alma, esta era la verdadera festividad. La unión, armonía y la alegría se podían tocar, respirar y disfrutar, cualquier regalo se hizo pequeño ante esta ofrenda. Los dioses habían triunfado una vez más.
FIN.
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AYAMÁ CELEBRA LA VIDA