Federico Engels Principios del Comunismo* Pregunta 1: ¿Qué es el comunismo? Respuesta: El comunismo es la doctrina que enseña las condiciones para la emancipación del proletariado. Pregunta 2: ¿Qué es el proletariado?** Respuesta: El proletariado es aquella clase de la sociedad que no tiene más medio de vida que el que le suministra su trabajo y que no obtiene ganancia de ningún capital; aquella clase cuyo bienestar y cuya angustia, cuya * Algunos datos sobre este trabajo de Engels, titulado Principias del comunismo. En su congreso de reorganización, celebrado en Londres a comienzos de junio de 1847, la Liga de los Justos acordó, entre otras cosas, formular y hacer pública una profesión de fe comunista. Después del congreso, el comité directivo, establecido en Londres, envió a los grupos locales o "comunas” un proyecto de "profesión de fe comunista”, que constaba de siete preguntas y respuestas, con objeto de que los grupos se manifestaran acerca de ella y la profesión de fe pudiera aprobarse definitivamente en un segundo congreso, que habría de celebrarse a fines de noviembre del mismo año. Con fecha 25-26 de octubre, Engels escribió a Marx una carta, donde le hablaba de la discusión sostenida en el grupo de París, en el que Moses Hess, en ausencia de Engels había hecho aprobar "una profesión de fe, deliciosamente corregida”. He aquí las palabras de Engels: "El viernes pasado, procedí a criticarla en el circulo, pregunta por pregunta, y aún no había llegado a la mitad cuando los asistentes se dieron por satisfechos. Sin ninguna clase de oposición, se me encargó de redactar una nueva, que deberá discutirse el viernes próximo” (Karl Marx-Friedrich Engels, Briefwechsel ["Correspondencia”], Dietz Verlag, Berlín, 19491950, tomo I, pagina 98). Entre los papeles que Engels dejó al morir se encontró el texto de estos "Principios del comunismo”, publicado por vez primera en el periódico Vortoarts ("Adelante”), de Berlín, en 1914. Se trata del proyecto o borrador de la profesión de fe comunista que Engels redactó entre el 23 y el 29 de octubre de 1847, por encargo del grupo parisiense de la Liga de los Justos. En carta a Marx de 23-24 de noviembre del mismo año, en la que Engels se pone de acuerdo con aquél para viajar juntos a Londres con objeto de asistir al congreso, escribe: "Piensa algo en la profesión de fe. A mí me parece que lo mejor sería prescindir de la forma de catecismo y dar a la cosa el título de Manifiesto comunista. La forma adoptada hasta ahora no sirve, ya que habrá que exponer, más o menos, algo de historia. Yo llevaré el texto de aquí, el que
vida y cuya muerte, cuya existencia toda depende de la demanda de trabajo, es decir, de la buena o mala coyuntura del mercado, de las oscilaciones de una desenfrenada concurrencia1. El proletariado o la clase proletaria es, en una palabra, la clase obrera del siglo XIX. Pregunta 3: ¿No siempre ha habido, pues, proletarios? Respuesta: No. Clases pobres y trabajadoras yo he redactado, en tono sencillamente narrativo, pero muy mal escrito, con una prisa espantosa” ("Correspondencia”, ed. cit, pág. 105). Las numerosas correcciones, intercalados y tachaduras que aparecen en el manuscrito, así como la referencia que en la citada carta se hace a la "prisa espantosa” con que hubo de ser redactado este catecismo, no dejan lugar a la hipótesis de que se trata de la segunda versión o de una copia en limpio, como han querido deducir Bernstein y otros, apoyándose en el hecho de que la pregunta 9 no va seguida de respuesta y las preguntas 22 y 23, en vez de respuesta, aparecen a continuación con la palabra: "queda". Lo probable es que esta palabra se refiera al proyecto presentado por el comité directivo enviado en julio o agosto a las organizaciones de la Liga, o bien a la versión del mismo proyecto "deliciosamente corregido” por Moses Hess.
** Del latín: proletarius. En la antigua Roma señalaba al ciudadano que sólo junto con su familia podía servir al Estado. El marxismo, el materialismo histórico y el socialismo científico lo introducen como concepto para identificar a ese sector de la población que sólo con su fuerza de trabajo (física, intelectual, etc.) se incorpora al sistema de producción capitalista y la cual es apropiada por la burguesía; en este sentido, se opone a ésta como clase social antagónica y comprende no sólo a los obreros, sino también a toda la clase trabajada. La socióloga Marta Harnecker en su libro “Conceptos fundamentales del Materialismo histórico”, hace un estudio detallado y pormenorizado sobre este tema, texto al cual sugerimos recurrir para mayor aclaración. Así mismo, “Principios del Comunismo” de F. Engels en esta misma colección. (Nota de la Presente edición) 1 Concurrencia o libre concurrencia: libre competencia, libre mercado
las ha habido siempre, y casi siempre también las clases trabajadoras han sido pobres. Pero pobres como éstos, obreros como éstos, reducidos a las condiciones de vida que quedan indicadas, es decir, proletarios, no han existido siempre, del mismo modo que la concurrencia no ha sido siempre libre y desenfrenada. Pregunta 4: ¿Cómo nació el proletariado? 5 El proletariado nació de la revolución industrial producida en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII, y que desde entonces se ha repetido en todos los países civilizados del mundo. Esta revolución industrial fue provocada por la invención de la máquina de vapor, las diversas máquinas de hilar, el telar mecánico y toda una serie de máquinas nuevas. Estas máquinas, que eran muy caras y que, por tanto, sólo podían adquirir los grandes capitalistas, transformaron todo el régimen anterior de producción y desplazaron-a los obreros ocupados en ella, ya que las máquinas suministraban mercancías mejores y más baratas que los obreros con sus viejos tornos de hilar y sus viejos telares. De este modo, las nuevas máquinas pusieron toda la industria en manos de los grandes capitalistas, y privaron de todo valor a la escasa propiedad de los obreros (herramientas, telares, etc.), hasta que los capitalistas se fueron quedando con todo y los obreros despojados de cuanto tenían. De este modo se implantó el sistema fabril para la producción de telas de vestir. Impulsada la implantación del sistema fabril por la maquinaria, este sistema no tardó en verse trasplantado a las demás ramas industriales, y principalmente a la estampación de telas e impresión de libros, a la alfarería y a la industria metalúrgica. El trabajo fue dividiéndose más y más entre los obreros, y obreros que antes fabricaban un objeto entero veíanse ahora reducidos a trabajar en una pieza sola de él. Esta división del trabajo permitía entregar los productos más rápidamente, y, por tanto, más baratos.
Concretaba la actividad de cada obrero en un movimiento mecánico muy sencillo, que había de repetir constantemente y que podía ser, no sólo suplido, sino mejorado por una máquina. De tal modo, todas estas ramas industriales fueron cayendo una tras otra bajo la acción de la fuerza de vapor, de la maquinaria y del sistema fabril, ni más ni menos que las ramas de hilados y tejidos. Con ello, caían a la vez íntegramente en manos de los grandes capitalistas, y los obreros veíanse despojados, así, de los últimos residuos de independencia que les quedaban. Poco a poco, también los oficios manuales, con la excepción de las verdaderas manufacturas, fueron cayendo bajo la acción del sistema fabril, al venir los grandes capitalistas a desplazar progresivamente a los pequeños maestros con sus instalaciones de grandes talleres, que permiten ahorrar no pocos gastos y dividir el trabajo en gran escala. Y así, hemos venido a parar a la situación actual, en que casi todas las ramas del trabajo de los países civilizados se explotan fabrilmente y en que apenas hay ninguna donde la gran industria no haya desplazado a la manufactura y al oficio manual. Por eso la clase media de hoy, y principalmente la de los pequeños maestros artesanos, está cada vez más arruinada y la antigua situación de los obreros se ve totalmente subvertida para dejar paso a dos clases nuevas, que van absorbiendo poco a poco a todas las demás. Una es la clase de los grandes capitalistas, dueña ya casi exclusiva hoy en todos los países civilizados de la totalidad de los medios de vida y de las materias primas e instrumentos (máquinas, fábricas) necesarios para su producción. Esta clase es la de los burgueses, la burguesía. Otra es la clase de los que no poseen nada y no tienen más medio de vida que vender al burgués su trabajo, para obtener de este modo los medios de que necesitan para subsistir. Esta clase es la que llamamos la clase de los proletarios o proletariado.
Pregunta 5: ¿Bajo qué condiciones se realiza esta venta del trabajo de los proletarios a la burguesía? Respuesta: El trabajo es una mercancía como otra cualquiera y su precio obedece, por tanto, estrictamente a las mismas leyes que el de toda otra mercancía. Ahora bien, bajo el régimen de la gran industria o de la libre concurrencia, que, como veremos, significan lo mismo, el precio de una mercancía equivale, por término medio, al de su costo de producción. El precio del trabajo equivale, por tanto, al costo de producción del trabajo. Y el costo de producción de éste consiste exactamente en la cantidad de víveres necesarios para mantener al obrero en condiciones de trabajar y no dejar que la clase obrera se extinga. Por tanto, el obrero no percibirá nunca por su trabajo más de lo estrictamente necesario para ese fin. El precio del trabajo, o sea el salario, representará siempre, por consiguiente, el mínimo estrictamente necesario para sostener la vida del obrero. Pero, como la coyuntura del mercado es unas veces peor y otras mejor, percibirá unas veces más y otras menos, exactamente lo mismo que el fabricante obtiene por sus mercancías, según los casos, un precio más alto o más bajo que el que representa el costo de producción. Sin embargo, del mismo modo que el fabricante, sacando el promedio ríe los períodos buenos y los malos, no obtiene por su mercancía ni más ni menos que lo que representa el costo de producción, el obrero no percibe tampoco, por término medio, más ni menos del mínimo indispensable para vivir. Y esta ley económica del salario se impone con tanto mayor rigor cuanto mayor es la extensión en que la gran industria se va adueñando de todas las ramas del trabajo. Pregunta 6: ¿Qué clases trabajadoras existían antes de la revolución industrial? Respuesta: Las clases trabajadoras vivían bajo diferentes condiciones y ocupaban una
posición diferente respecto a las clases poseedoras dominantes, según las diferentes etapas de desarrollo de la sociedad. En la antigüedad, los trabajadores eran esclavos de la clase poseedora, como lo siguen siendo todavía hoy [1847] en muchos países retrógrados y hasta en los Estados del Sur de Norteamérica. En la Edad Media, eran siervos de la gleba de la nobleza territorial, como aún lo son actualmente en Hungría, Polonia y Rusia. En la Edad Media y hasta la revolución industrial, existían además, en las ciudades, oficiales artesanos que trabajaban al servicio de maestros pequeñoburgueses, y poco a poco, al desarrollarse la manufactura, fueron surgiendo también obreros manuales, empleados por capitalistas ya más poderosos. Pregunta 7: ¿En qué se distingue el proletario del esclavo? Respuesta: El esclavo se vende de una vez y en su totalidad. El proletario tiene que venderse por días y por horas. El esclavo es propiedad de su señor, y el interés dé éste le garantiza ya una existencia segura, por mísera que ella sea. El proletario, perteneciente, por así decirlo, a toda la clase burguesa, a quien sólo se compra su trabajo cuando alguien lo necesita, no goza de existencia segura. La única que está asegurada es la existencia de la clase obrera en bloque. El esclavo no cae bajo la acción de la concurrencia; el proletario está sujeto a ella y experimenta en su persona todas sus oscilaciones. El esclavo es considerado como un objeto y no como un miembro de la sociedad burguesa; al proletario se le reconoce la condición de persona, de miembro de la sociedad burguesa. Puede, pues, ocurrir que el esclavo lleve una existencia mejor que el proletario, pero éste se halla en una fase más alta de progreso de la sociedad y ocupa también, personalmente, una posición más elevada que la del esclavo. El esclavo se emancipa rompiendo el vínculo de la esclavitud, sin atentar para nada a las demás condiciones de la propiedad privada, y se convierte con ello de esclavo en proletario;
el proletario sólo puede emanciparse aboliendo la propiedad privada en general. Pregunta 8: ¿En qué se distingue el proletario del siervo de la gleba? Respuesta: El siervo de la gleba obtiene la posesión y el disfrute de un instrumento de producción, un pedazo de tierra, entregando a cambio una parte del fruto o prestando trabajo para el señor. El proletario trabaja con instrumentos de producción de otro, por cuenta de éste y percibiendo a cambio una parle del rendimiento de su trabajo. El siervo de la gleba da; el proletario recibe. El siervo de la gleba tiene su existencia asegurada; el proletario, no. El siervo de la gleba no se halla bajo la acción de la concurrencia; el proletario, sí. El siervo de la gleba se emancipa emigrando a la ciudad para convertirse en artesano o entregando al dueño de la tierra dinero en vez de trabajo y frutos, con lo cual se convierte en colono libre, o arrojando de la finca al señor feudal y erigiéndose él en propietario; en una palabra, consiguiendo ingresar en la clase poseedora y cayendo bajo la acción de la concurrencia. El proletario se emancipa aboliendo la concurrencia, la propiedad privada y todas las diferencias de clase. Pregunta 9: ¿En qué se distingue el proletario del artesano? Respuesta: [falta, en el original]. Pregunta 10: ¿En qué se distingue el proletario del obrero de la manufactura? Respuesta: El obrero de la manufactura de los siglos XVI, XVII y XVIII conservaba casi siempre un instrumento de producción de su propiedad: su telar, su torno de hilar, una pequeña tierra que podía trabajar en las horas libres. El proletario no tiene nada de esto. El obrero de la manufactura reside casi siempre en el campo, conviviendo en condiciones más o menos patriarcales con el patrono para quien trabaja; el proletario vive, por lo común, en las grandes ciudades y no mantiene
con su patrono más que una relación puramente pecuniaria. El obrero de la manufactura es arrancado por la gran industria al régimen patriarcal en que vive, pierde la propiedad que aún conservaba y se convierte de este modo en proletario. Pregunta 11: ¿Cuáles han sido las consecuencias inmediatas de la revolución industrial y de la división de la sociedad en burgueses y proletarios? Respuesta: En primer término, el abaratamiento de los precios de los productos industriales, al implantarse el trabajo mecánico, destruyó en todos los países del mundo civilizado el antiguo sistema de la manufactura o industria basada en el trabajo manual. Esto sacó violentamente de su aislamiento a todos los pueblos semibárbaros, que hasta entonces habían permanecido más o menos al margen del progreso histórico y cuya industria venía funcionando a base de la manufactura. No tuvieron más remedio que comprar las mercancías inglesas, que resultaban más baratas, y dejar perecer a sus propios obreros manuales. Países como la India, que llevaban ya miles de años sin experimentar el menor progreso, atraviesan de pronto por una verdadera revolución, y hasta la China va navegando hacia una conmoción revolucionaria. La situación es tal, que la invención de una nueva máquina en Inglaterra puede dejar sin pan, antes de un año, a millones de obreros chinos. De este modo, la gran industria ha unido en una red a todos los pueblos de la tierra, fundiendo en un mercado mundial único a todos los pequeños mercados locales, abriendo paso por todas partes a la civilización y al progreso, y haciendo que cuanto ocurre en los países civilizados repercuta necesariamente sobre los demás países, de tal modo, que si hoy se emancipasen en Inglaterra o Francia los trabajadores, esto provocaría por fuerza la revolución en los demás pueblos, determinando, más tarde o más temprano, la emancipación de sus propios obreros.
En segundo lugar, dondequiera que la gran industria desplaza a la manufactura, la burguesía ve crecer extraordinariamente su riqueza y su poder, y se convierte en la clase dominante dentro del país. Por eso, en todos los países en que eso acontece, la burguesía se adueña del poder político, arrollando a las antiguas clases dominantes: la aristocracia, los gremios y la monarquía absoluta, representación de ambos. La burguesía destruye el poder de la aristocracia, aboliendo los mayorazgos, las trabas puestas a la libre enajenación de la propiedad territorial y los demás privilegios de la nobleza. Aniquila el poder de los gremios, arrollando todas sus organizaciones y los privilegios del artesanado. Sobre sus ruinas levanta la libre concurrencia, es decir, un régimen social en que todo individuo tiene derecho a explotar la rama industrial que se le antoje, sin que nada pueda impedírselo, como no sea la carencia del capital necesario para ello. La implantación de la libre concurrencia equivale, por tanto, a proclamar públicamente que, a partir de ahora, no se admite entre los miembros de la sociedad más desigualdad que la de sus capitales; equivale a proclamar que el capital es la potencia decisiva, y por tanto, los capitalistas, los burgueses, la clase dominante de la sociedad. Pero en los orígenes de la gran industria, la libre concurrencia es necesaria, como único régimen social en que aquélla puede surgir. La burguesía, después de poner fin de este modo al poder social de la nobleza y de los gremios, destruye también el poder político de estas clases. Y del mismo modo que se ha instaurado en la sociedad como clase dominante, se proclama ahora clase dominante en el terreno político. Y lo hace implantando el sistema representativo, basado en la igualdad burguesa ante la ley, y el reconocimiento legal de la libre concurrencia, que en los países europeos se instaura bajo la forma de la monarquía constitucional. En estas monarquías constitucionales, sólo son electores quienes poseen un determinado
capital, es decir, los burgueses. Estos electores burgueses eligen a sus diputados, también burgueses, quienes, por medio del derecho a negar el pago de impuestos, eligen a su vez al gobierno de la burguesía. En tercer término, la gran industria hace que el proletariado se desarrolle por todas partes en las mismas proporciones que la burguesía. Las filas de los proletarios van engrosando ai mismo ritmo con que los burgueses se enriquecen. Como los proletarios sólo pueden encontrar trabajo en el capital, y éste sólo aumenta en la medida en que da empleo a obreros, es lógico que el proletariado aumente al mismo compás con que aumenta el capital. Al mismo tiempo, la gran industria concentra a burgueses y proletarios en grandes ciudades, donde la explotación industrial es mucho más ventajosa, y esta concentración de grandes masas en una zona infunde a los proletarios la conciencia de su fuerza. Además, cuanto más se desarrolla, cuantas más máquinas nuevas se inventan, desplazando al trabajo manual, mayor es la tendencia de la gran industria a mermar los salarios y a reducirlos, como hemos visto, á lo estrictamente indispensable para vivir, con lo cual hace que sea cada vez más insostenible la situación del proletariado. De este modo, va preparando, de un lado, por el descontento cada vez mayor que siembra, y de otro lado, por la fuerza creciente del proletariado, la revolución, en la que el proletariado transformará de raíz la sociedad. Pregunta 12: ¿Qué otras consecuencias ha traído la revolución industrial? Respuesta: La gran industria ha creado, con la máquina de vapor y las demás máquinas, los medios para incrementar hasta el infinito, en poco tiempo y con pocos gastos, la producción industrial. En este fácil régimen de producción, la libre concurrencia, que es corolario obligado de la gran industria, no tarda en cobrar una violencia inusitada; una muchedumbre de capitalistas se lanza sobre la
industria, produciendo en poco tiempo más de lo que puede consumirse. Consecuencia de esto es que las mercancías fabricadas no encuentren salida y que surja lo que se ama una crisis comercial. Las fábricas se ven obligadas a cerrar, los fabricantes dan en quiebra y los obreros se quedan sin pan. Se desarrolla por todas partes una miseria espantosa. Pasado algún tiempo, los productos sobrantes logran salida, las fábricas vuelven a trabajar, los salarios suben, y poco a poco, los negocios van recobrando un auge antes desconocido. Pero al cabo de poco tiempo, vuelve a existir exceso de producción y estalla una nueva crisis que sigue las huellas de la anterior. Y así, desde comienzos de siglo, la industria ha venido fluctuando constantemente entre épocas de prosperidad y épocas de crisis, y cada cinco, seis o siete años se produce una de esas crisis que traen aparejada una miseria cada vez mayor de los obreros, una agudización revolucionaria general y el mayor de los peligros para el orden social existente. Pregunta 13: ¿Qué se deduce de estas crisis comerciales, periódica' mente repetidas? Respuesta: Primero. Que la gran industria, que en la primera época de su desarrollo engendra la libre concurrencia, no puede ya contenerse dentro de los moldes de ésta; que la concurrencia, y con ella todo el régimen de producción industrial organizada a cargo de los individuos, constituye un dique que se opone a su desarrollo y que tiene que hacer y necesariamente hará saltar; que la gran industria, mientras siga funcionando sobre su base actual, sólo podrá sostenerse a flote por medio de una bancarrota general declarada de siete en siete años, bancarrota que pone en peligro, periódicamente, toda la civilización y que no hunde en la ruina solamente a los proletarios, sino también a un buen número de burgueses; que no hay, por tanto, más que una de dos soluciones: o abandonar radicalmente la gran industria, lo cual es absolutamente imposible, o implantar una organización
totalmente nueva de la sociedad, impuesta por ella, en la que la producción industrial no corra ya a cargo de una serie de fabricantes individuales, competidores los unos de los otros, sino a cargo de la sociedad entera, con arreglo a un plan fijo y ateniéndose a las necesidades de todos. Segundo. Que la gran industria, y el incremento ilimitado de la producción que ella hace posible, permite organizar un régimen social en el que se produzca lo necesario para satisfacer todas las necesidades de la vida, y en el que, por tanto, cada miembro de la sociedad esté en condiciones de desarrollar y ejercitar con absoluta libertad todas sus energías y aptitudes; por donde esa misma condición de la gran industria que en la sociedad actual es la fuente de toda la miseria y de todas las crisis comerciales, es precisamente la que, al cambiar la organización social, acabará con esa miseria y esas funestas fluctuaciones. Queda, pues, clarísimamente demostrado: 1º, que, a partir de ahora, todos estos males sólo son achacables a un orden social que no encaja >a dentro de las condiciones presentes, y 2°, que existen los medios necesarios para desterrar radicalmente esos males mediante la instauración de un nuevo orden social. Pregunta 14: ¿Cuál deberá ser este nuevo orden social? Respuesta: Lo primero que hará este orden social nuevo será despojar a los individuos competidores entre sí de la explotación de la industria y de todas las ramas de la producción, haciendo que pasen a ser incumbencia de toda la sociedad y se exploten, por tanto, en interés colectivo, con sujeción a un plan colectivo y dando intervención en ellas a todos los miembros de la colectividad. De este modo, abolirá la concurrencia, implantando en lugar de ella la asociación. Como, además, la explotación de
la industria por particulares tenía por obligado corolario la propiedad privada, y la libre concurrencia no es más que un régimen de explotación industrial por propietarios individuales, la propiedad privada no puede desligarse de la explotación individual de la industria ni de la libre concurrencia. Deberá, pues, abolirse también la propiedad privada, sustituyéndola por el disfrute colectivo de todos los medios de producción y la distribución de los productos por acuerdo común, o sea la llamada comunidad de bienes. La abolición de la propiedad privada es, incluso, la síntesis más breve y más elocuente en que toma cuerpo la transformación de todo el orden social, impuesta por el desarrollo de la industria, y por eso los comunistas hacen de ella su principal reivindicación. Pregunta 15: ¿Entonces, la abolición de la propiedad privada no ha sido factible, hasta ahora? Respuesta: 12 No. Toda transformación producida en el orden social, toda conmoción que experimenta el régimen de propiedad es y ha sido siempre consecuencia obligada del nacimiento de nuevas fuerzas productivas, que ya no saben plegarse al viejo régimen de propiedad. Así surgió la misma propiedad privada. Pues ésta no existió siempre, sino que brotó hacia fines de la Edad Media, cuando la manufactura trajo consigo un nuevo tipo de producción incompatible con la propiedad feudal y gremial recibida del pasado; la manufactura, al romper los moldes del viejo régimen de propiedad, creó una forma de propiedad nueva, la propiedad privada. La manufactura y la primera etapa de progreso de la gran industria no toleraban más forma de propiedad que la propiedad privada, ni más orden social que el basado en ella. Mientras la producción no alcanzara para cubrir las necesidades de todos y arrojara, además, un remanente de productos destinados a incrementar el capital social y a seguir fomentando y desarrollando las fuerzas productivas, necesariamente tenía
que existir una clase dominante que dispusiera de las fuerzas de producción de la sociedad y una clase pobre y oprimida. El carácter de estas clases depende en cada caso del grado de desarrollo de la producción. La Edad Media, que vive de la agricultura, engendra el señor feudal y el siervo de la gleba; al declinar la época medieval, las ciudades aportan el maestro gremial, el oficial y el jornalero, el siglo XVII hace surgir el manufacturista y el obrero de la manufactura, el siglo XIX crea los grandes fabricantes y los proletarios. Es evidente que hasta aquí las fuerzas productivas no estaban todavía lo suficientemente desarrolladas para que pudieran producir bastante para todos, y asimismo lo es que la propiedad privada había acabado por convertirse en un grillete, en un dique puesto a estas fuerzas de la producción. Pero ahora, que, primero, el desarrollo de la gran industria crea capitales y fuerzas productivas en proporciones jamás conocidas y que existen, además, los medios para incrementar hasta el infinito y rápidamente estas fuerzas productivas; segundo, que estas fuerzas productivas se hallan concentradas en manos de un número reducido de burgueses, mientras que la gran masa del pueblo se va convirtiendo más y más en una masa proletaria cuya situación se hace cada vez más mísera e insostenible, en la misma proporción en que aumentan las riquezas de los burgueses, y tercero, que estas fuerzas productivas, tan imponentes y, sin embargo, tan fáciles de manejar, rebasan hasta tal punto la propiedad privada y las fuerzas del burgués, que a cada momento provocan las más violentas alteraciones del orden social; ahora que concurren todas estas condiciones, la abolición de la propiedad privada, no sólo se ha hecho posible, sino que es, además, absolutamente necesaria. Pregunta 16: ¿Será posible abolir la propiedad privada por vía pacífica? Respuesta: Nada más deseable que eso, y los comunistas serían, con toda seguridad,
quienes menos se opondrían a ello, si tal cosa fuese factible. Los comunistas saben mejor que nadie que las conspiraciones son, no sólo estériles, sino perjudiciales. Saben mejor que nadie que las revoluciones no se hacen con el deseo ni caprichosamente, sino que son siempre Í- dondequiera el corolario obligado de circunstancias totalmente ajenas a a voluntad y a la dirección de los partidos y aun de las clases. Pero observan también que no hay apenas un solo país civilizado en que los avances del proletariado no se repriman por la fuerza, con lo cual los adversarios de los comunistas no hacen más que laborar con todo ahínco por la revolución. Y si, por fin, el proletariado oprimido se ve lanzado a ella, nosotros, los comunistas, defenderemos la causa proletaria con la acción, como ahora la defendemos con la palabra. Pregunta 17: ¿Será posible abolir de golpe la propiedad privada? Respuesta: No, del mismo modo que no cabe multiplicar de golpe las fuerzas productivas existentes en la medida necesaria para crear el comunismo. La revolución del proletariado, que a todas luces habrá de producirse, se limitará, pues, a transformar gradualmente la sociedad actual hasta que la existencia de la masa necesaria de medios de producción le permita abolir la propiedad privada. Pregunta 18: ¿Qué curso seguirá esta revolución? Respuesta: Implantará, ante todo, un Estado democrático, y dentro de él, directa o indirectamente, la dominación política del proletariado. Directamente, en Inglaterra, donde los proletarios forman ya la mayoría del pueblo. Indirectamente, en Francia y Alemania, donde la mayoría del pueblo está integrada solamente no por proletarios, sino también por pequeños campesinos y burgueses, que empiezan a desplazarse hacia el proletariado y caen cada vez más de Heno, en cuanto a sus intereses políticos, bajo la acción de éste, razón por la cual se plegarán en
seguida a sus reivindicaciones. Tal vez esto cueste reñir una segunda batalla, pero esta batalla terminará necesariamente con el triunfo del proletariado. Pero la democracia no le serviría de nada al proletariado, si no se emplease inmediatamente como medio para imponer toda una serie de medidas que ataquen directamente a la propiedad privada y garanticen la existencia del proletariado. Las medidas más importantes de este género, que se desprenden ya como corolario obligado de las condiciones actuales, son las siguientes: 1* Restricción de la propiedad privada mediante impuestos progresivos, fuertes impuestos sobre las herencias, supresión de los derechos hereditarios en la línea colateral (hermanos, sobrinos, etc.), empréstitos forzosos, etc. 2* Expropiación progresiva de los terratenientes, fabricantes, propietarios de ferrocarriles y armadores de buques, ya sea indirectamente, desplazándolos por la concurrencia de la industria del Estado, o directamente, mediante indemnización en valores públicos. 3* Confiscación de los bienes de todos los emigrantes y rebeldes a la voluntad de la mayoría del pueblo. 4* Organización del trabajo y empleo de los proletarios en los terrenos nacionales, fábricas y talleres, eliminando de este modo la competencia de los obreros entre sí y obligando a los fabricantes que aún existan a pagar los mismos altos salarios que abone el Estado. 5* Obligación de trabajar impuesta a todos los miembros de la sociedad, hasta la total abolición de la propiedad privada. Formación de ejércitos industriales, en especial para la agricultura. 6* Centralización del sistema de crédito y del tráfico monetario en manos del Estado por
medio de un banco nacional, formado con capital público y suprimiendo todos los bancos y banqueros privados. 7* Multiplicación de las fábricas y talleres nacionales, ferrocarriles y barcos, roturación de todos los terrenos y mejoramiento de los ya roturados, en la medida en que aumenten los capitales y obreros de que disponga la nación. 8* Educación de todos los niños del país, a partir del instante en que puedan prescindir de los cuidados paternos, en establecimientos nacionales y a cargo de la nación. 9* Construcción sobre solares nacionales de grandes palacios que sirvan de vivienda colectiva a comunas de ciudadanos dedicados tanto a la industria como a la agricultura y que reúnan las ventajas de la vida urbana del campo, sin compartir las limitaciones ni los inconvenientes de ambos sistemas de vida. 10* Destrucción de todas las viviendas y de todos los barrios malsanos o mal construidos de las ciudades. 11* Igualdad de derechos hereditarios para los hijos legítimos e ilegítimos. 12* Concentración de todos los medios de transporte en manos de la nación. Estas medidas no podrán implantarse todas, naturalmente, de una vez, pero cada una de ellas arrastrará consigo a las demás. Realizado el primer ataque radical contra la propiedad privada, el proletariado veráse obligado a avanzar cada vez más concentrando en manos del Estado, en proporciones cada vez mayores, todo el capital, toda la agricultura, toda la industria, todos los transportes y todo el cambio. A ello tienden todas estas medidas, que serán realizables y engendrarán sus consecuencias centralizadoras exactamente en la misma medida en que el trabajo del proletariado multiplique las fuerzas productivas del país. Finalmente, cuando todo el capital, toda la producción y todo el intercambio se
concentren en manos de la nación, la propiedad privada se vendrá a tierra por si sola, el dinero estará de más y la producción se desarrollará hasta tal punto y los hombres se transformarán en proporciones tales, que podrán desaparecer también las últimas formas de relación de la vieja sociedad. Pregunta 19: ¿Podrá llevarse a cabo esta revolución en un solo país? Respuesta: No. La gran industria, ya por el solo hecho de haber creado un mercado mundial, ha articulado entre sí a todos los pueblos de la tierra, y principalmente a los civilizados, en una red tan tupida de relaciones, que cada pueblo depende de lo que ocurre en los demás. Y no sólo esto, sino que ha nivelado hasta tal punto, en todos los países civilizados, la evolución social, que, en todos ellos la burguesía y el proletariado son las dos clases decisivas de la sociedad, y la lucha entre ambas el conflicto fundamental puesto a la orden del día. Por eso la revolución comunista no puede ser puramente nacional, sino que tendrá que desarrollarse simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, por lo menos, en Inglaterra, Norteamérica, Francia y Alemania. Dentro de cada uno de estos países, se desarrollará con más o menos celeridad, según que sea más o menos perfecta la industria, más o menos grande la riqueza y más o menos importante la masa de fuerzas productivas que ese país posea. Por eso en Alemania su curso será más lento y difícil, mientras que en Inglaterra se desarrollará con la mayor facilidad y rapidez. El movimiento repercutirá de un modo considerable en los demás países del mundo, transformando radicalmente y acelerando el curso de su desarrollo anterior. Será una revolución universal y sólo podrá librarse, por tanto, en un terreno universal. Pregunta 20: ¿Cuáles serán las consecuencias de la definitiva abolición de la propiedad privada?
Respuesta: Al despojar a los capitalistas privados del disfrute de todas las fuerzas productivas, medios de tráfico, cambio y distribución de los productos, para administrarlos con arreglo a un plan ajustado a los recursos disponibles y a las necesidades de toda la sociedad, se eliminarán, ante todo, esa serie de consecuencias deplorables que hoy lleva aparejadas la explotación de la gran industria. Desaparecerán las crisis; la voluminosa producción, que bajo el orden social vigente, representa una superproducción y es una causa tan poderosa de la miseria reinante, resultará insuficiente y deberá ser intensificada en escala mucho mayor. Con la diferencia de que, en vez de engendrar miseria, ahora, la superproducción, después de cubrir las necesidades primarias de la sociedad, garantizará la satisfacción de las necesidades de todos y engendrará nuevas necesidades, con los medios necesarios para satisfacerlas. De este modo, vendrá a convertirse en condición y causa determinante de nuevos progresos y los alcanzará sin llevar al orden social a cada paso los estremecimientos de antes. La gran industria, libre de la opresión de la propiedad privada, se desarrollará en proporciones tales que, comparado con ellas, el desarrollo anterior habrá .de parecemos tan mezquino como hoy nos parece la manufactura comparada con la gran industria de nuestros días. Este desarrollo de la industria pondrá a disposición de la sociedad una masa de productos suficiente para cubrir las necesidades de todos. Por su parte, la agricultura, embarazada hoy por la propiedad privada y la parcelación, se asimilará las mejoras y los progresos científicos ya conseguidos, tomará un auge insospechado y entregará a la sociedad una cantidad suficiente de productos para su sostenimiento. De este modo, la sociedad producirá lo necesario para poder organizar la distribución de manera que satisfaga las necesidades de todos sus miembros. Con ello, no tendrá ya razón de ser la división de la
sociedad en clases distintas contrapuestas la una a la otra. Esta división se hará inútil; más aún, incompatible con el nuevo orden social. La existencia de las clases es fruto de la división del trabajo, y ésta desaparece ahora en su forma anterior. Para imprimir a la producción industrial y agrícola el avance que queda señalado, no bastan los medios mecánicos y físicos, sino que tienen que desarrollarse también, en la misma proporción, las capacidades de los hombres que los manejan. Y así como los campesinos y obreros de manufactura del siglo XVIII cambiaron radicalmente de modo de vivir para convertirse en hombres completamente distintos al verse arrastrados por la gran industria, la explotación en común de la producción por toda la sociedad y el nuevo desarrollo que cobrará ésta reclamarán y engendrarán hombres totalmente nuevos. La explotación en común de la producción no puede ser ¡levada a cabo por hombres como los de hoy día, encadenados cada cual por su lado a una rama de la producción, sujetos a ella, explotados por ella, por hombres que sólo pueden desarrollar una de sus capacidades a costa de todas las demás, que sólo conocen una rama o la rama de la producción total. Ya la industria actual va siendo cada vez más incompatible con este tipo de hombre. La industria explotada en común y con sujeción a un plan por toda la sociedad exige hombres íntegros, cuyas capacidades estén cultivadas en todos los aspectos y que sepan abarcar con su mirada todo el conjunto sistemático de la producción. El régimen de división del trabajo, ya hoy minado por las máquinas, que convierte al uno en labriego, al otro en zapatero, a éste en obrero fabril y al de más allá en especulador bolsista, tiene, pues, que desaparecer radicalmente. La educación permitirá a los jóvenes recorrer rápidamente todo el sistema productivo, los pondrá en condiciones de desplazarse por turno de una a otra rama de la producción conforme lo exijan las necesidades de la sociedad o lo demanden sus
propias inclinaciones. Desterrará de ellos, por tanto, ese carácter unilateral y limitado que el régimen de división del trabajo imprime hoy al individuo. De este modo, la sociedad organizada sobre bases comunistas dará a sus miembros ocasión para emplear universalmente todas sus capacidades universalmente ejercitadas. Con ello, desaparecerán también, necesariamente, las diferentes clases, ya que este tipo de sociedad es incompatible con la existencia de las clases y se encarga de ofrecer por sí misma, con su implantación, los medios para abolir estas diferencias de clase. De aquí se sigue igualmente la desaparición del divorcio entre la ciudad y el campo. La explotación de la agricultura y de la industria por los mismos hombres y no por dos clases distintas es, ya de suyo, por razones perfectamente materiales, una condición necesaria de la asociación comunista. La dispersión de los cultivadores de la tierra en el campo y la concentración de las masas industriales en las grandes ciudades es un régimen que se corresponde con una fase retardataria de la agricultura y la industria, un obstáculo que se alza ante el desarrollo de ambas y que ya hoy se hace harto sensible. La asociación general de todos los miembros de la sociedad para la explotación sistemática y en común de las fuerzas productivas, la intensificación de la producción en proporciones que satisfagan las necesidades de todos, la supresión de un régimen en que las necesidades de los unos se cubren a costa de los otros, la radical abolición de las clases y de sus antagonismos, el desarrollo universal de las capacidades humanas de todos los miembros de la sociedad mediante la eliminación de la actual división del trabajo, la educación industrial, el cambio de actividades, la participación de todos en los goces creados por todos, la fusión del campo y la ciudad: tales serán los resultados más salientes de la abolición de la propiedad privada.
Pregunta 21; ¿Qué influencia ejercerá sobre la familia el orden social comunista? Respuesta; Convertirá la relación entre los dos sexos en una relación puramente privada, que sólo atañe a los interesados y en que no tiene por qué mezclarse la sociedad. Y lo conseguirá, ya que, abolida la propiedad privada y entregados los hijos a la educación común, se vendrán a tierra ¡as dos columnas fundamentales del matrimonio actual, a saber: la sumisión de la mujer al hombre y la de los hijos a los padres por medio de la propiedad privada. He aquí nuestra respuesta a la algarabía de indignación moral que levantan los filisteos contra lo que ellos llaman comunidad de la mujer en el comunismo. La comunidad de la mujer es un régimen genuino de la sociedad burguesa y que ésta practica sistemáticamente en la prostitución. La prostitución, que tiene su fundamento en la propiedad privada, desaparecerá al desaparecer ésta. Lejos, pues, de implantar la comunidad de la mujer, lo que la organización comunista hace es desterrarla. Pregunta 22: ¿Qué actitud adoptará la organización comunista ante las nacionalidades existentes? Respuesta: Falta. Pregunta 23: ¿Qué actitud adoptará ante las religiones existentes? Respuesta: Falta. Pregunta 24: ¿En qué se distinguen los comunistas de los socialistas? Respuesta: Los llamados socialistas se dividen en tres clases. La primera clase está formada por partidarios de la sociedad feudal y patriarcal, que ha sido arrollada y lo está siendo todos los días por la gran industria y el mercado mundial y la sociedad burguesa, producto de ambos. Esta clase de socialistas saca de los males de que adolece la sociedad actual la conclusión de que debe restaurarse nuevamente la sociedad feudal y patriarcal,
donde esos males no se conocían. Todas sus proposiciones se encaminan, abierta o embozadamente, hacia ese fin. Esta clase de socialistas reaccionarios debe ser combatida enérgicamente y sin descanso por los comunistas, a pesar de lo mucho que dicen condolerse y de las lágrimas de dolor que derraman por la miseria del proletariado, por las razones siguientes: 1*, porque aspira a algo totalmente imposible; 2*, porque sueña con restaurar el poder de la aristocracia, de los maestros gremiales y de los manufactureros, con todo su cortejo de reyes absolutos o feudales, burócratas, soldados y curas; sueña con restaurar una sociedad que, aunque libre de los males de la de hoy, encerraba por lo menos otros tantos abusos y no ofrecía siquiera la perspectiva de emancipar a los obreros oprimidos mediante una organización comunista; 3*, porque sus intenciones reales se ponen al desnudo cuantas veces actúa el proletariado de un modo revolucionario y comunista, aliándose inmediatamente con la burguesía contra los proletarios. La segunda clase la componen los partidarios de la sociedad actual en quienes los males obligados que de ésta brotan despiertan temores en cuanto a la firmeza de dicha sociedad. Estos socialistas aspiran, por tanto, a mantener la sociedad actual, pero remediando los males que lleva aparejados. Para lograrlo, los unos proponen simples medidas de beneficencia, los otros sistemas grandiosos de reformas, que, bajo pretexto de reorganizar la sociedad, pretenden conservar las bases sobre que ésta descansa, y por tanto, la sociedad misma. Estos socialistas b u rg u e s e s d e b e r á n s e r i g u a l m e n t e combatidos sin descanso por los comunistas, pues trabajan para sus enemigos y defienden la sociedad que los comunistas aspiran precisamente a derrocar.
Hay, finalmente, una tercera clase, que es la de los socialistas democráticos, quienes abrazan, por la misma senda revolucionaria de los comunistas, una parte de las medidas enumeradas en la contestación a la pregunta [18], pero no como medidas de tránsito hacia el comunismo, sino como providencias que bastan de suyo para poner remedio a la miseria y desterrar los males de la sociedad actual. Estos socialistas democráticos son, o bien proletarios que no tienen todavía una clara conciencia de las condiciones que determinan la emancipación de su clase, o bien representantes de la pequeña burguesía, es decir, de una clase cuyo interés coincide en muchos respectos con el de los proletarios hasta llegar al momento en que se implanta la democracia y las medidas socialistas derivadas de ella. Por consiguiente, los comunistas, en momentos de acción, deberán llegar a una inteligencia con estos socialistas democráticos y concertar con ellos una política momentánea lo más estrecha posible, siempre y cuando que dichos socialistas no actúen al servicio de la burguesía dominante ni ataquen a los comunistas. Claro está que esta inteligencia para la acción no excluye la discusión acerca de las diferencias que los separan. Pregunta 25: ¿Cuál es la actitud de los comunistas ante los demás partidos políticos de nuestra época? Respuesta: Esta actitud varía en los distintos países. En Inglaterra, Francia y Bélgica, países en que gobierna la burguesía, los comunistas tienen todavía, por el momento, intereses comunes con los distintos partidos democráticos, tanto más estrechos cuanto más se acerquen los demócratas, en las medidas socialistas proclamadas hoy por ellos en todas partes, a la meta de los comunistas; es decir, cuanto más clara y resueltamente defiendan los intereses del proletariado y se apoyen en éste. En Inglaterra, por ejemplo, el movimiento cartista, integrado por obreros, está
infinitamente más cerca de los comunistas que los demócratas pequeñoburgueses o los llamados radicales. En Norteamérica, donde rige una Constitución democrática, los comunistas deberán actuar en inteligencia con el partido que vuelva esta Constitución contra la burguesía, y pretenda utilizarla en interés del proletariado, es decir, con los reformadores nacionales agrarios. En Suiza son los radicales, a pesar de constituir un partido muy heterogéneo, los únicos con quienes los comunistas pueden entenderse, y entre ellos se destacan como los más avanzados los del cantón de Vaud y los de Ginebra. En Alemania, por último, aún no se ha librado la batalla decisiva entre la burguesía y la monarquía absoluta. Pero como los comunistas no pueden pensar en plantear su acción decisiva contra la burguesía antes de que ésta suba al poder, están interesados en ayudar a los burgueses a gobernar cuanto antes, para luego derribarlos también cuanto antes del poder conquistado. Los comunistas deben, por tanto, tomar siempre partido por la burguesía liberal frente al gobierno, pero guardándose de compartir las ilusiones de los burgueses o de prestar oídos a sus promesas seductoras acerca de las mágicas ventajas que acarreará al proletariado el triunfo de la burguesía. Las únicas ventajas que la victoria de la clase burguesa puede brindar a los comunistas son: primero, diferentes concesiones que faciliten a los comunistas la defensa, discusión y propaganda de sus principios, y como efecto de ello, la fusión del proletariado en una clase organizada, estrechamente unida y dispuesta a luchar, y segundo, la certeza de que, derribados los gobiernos absolutos, pasa a primer plano el combate' entre proletarios y burgueses. A partir de ese momento, la política de partido de los comunistas debe ser la misma que la seguida en los países donde el poder de la
burguesía está ya instaurado. Escrito en 1847. Tomado de KarI Marx-Friedrich Engels, Historisch-kritische Gesamtausgabe, Sección primera, tomo VI, Berlín, 1932, págs. 503-522.
Federico Engels Dos discursos sobre el comunismo* Señores: vivimos, como acabáis de oír y como todo el mundo sabe, en un mundo de libre competencia. Veamos, pues, un poco de cerca qué es la libre competencia y el orden sobre que descansa el mundo generado por este principio. En la sociedad en que vivimos cada cual trabaja por su cuenta y para sí, cada cual trata de enriquecerse por sus propios medios y nadie se cuida para nada de lo que hacen los demás. Nadie piensa en una organización racional ni en una distribución de los diversos trabajos, sino que, por el contrario, cada uno procura disputarle la delantera al otro, aprovecharse de las ocasiones propicias que se le brindan para su particular beneficio, sin que tenga tiempo ni ganas para pararse a recapacitar en que su propio y personal interés coincide, en el fondo, con el del resto de la sociedad. Cada capitalista lucha contra los otros capitalistas, cada obrero pelea con los otros obreros, y todos los capitalistas en bloque se hallan en guerra con los obreros en su conjunto, lo mismo que la masa obrera lucha necesariamente contra la masa capitalista. En esta guerra de todos contra todos, en este desbarajuste general y en esta * Estos Dos discursos sobre el comunismo fueron pronunciados por Engels el 15 y el 22 de febrero de 1845 en dos de las tres reuniones de discusión sobre el comunismo celebradas en Elberfeld bajo la presidencia de Moses Hess. En carta a Marx de 22 de febrero de 1845, escribe Engels, con referencia a estas reuniones: "Aquí, en Elberfeld, ocurren cosas muy curiosas. Ayer celebramos en la mayor de las salas y en el mejor de los hoteles de la ciudad nuestra tercera reunión comunista. A la primera asistieron 40, a la segunda 130, a la tercera, más de 200 personas” (Marx-Engels, Briefwechsel ["Correspondencia”], tomo I, pág. 19). Estos dos
mutua explotación reside la esencia de la sociedad burguesa actual. Ahora bien, una economía como ésta, caótica y desorganizada, necesariamente tiene que traer, a la larga, los más desastrosos resultados para la sociedad; el desorden que le sirve de base y el abandono del bienestar verdadero y general no pueden por menos ponerse de manifiesto, más temprano o más tarde, de un modo escandaloso. La ruina de la modesta clase media,28 el sector de la sociedad que servía de principal sostén a los Estados del pasado siglo, es la primera consecuencia de esta lucha. Diariamente vemos, en efecto, cómo esta clase de la sociedad se ve abrumada bajo el poder del capital; cómo, por ejemplo, los maestros sastres sueltos o los maestros ebanistas que trabajan por su cuenta pierden sus mejores clientes, desplazados por los almacenes de ropa hecha y los almacenes de muebles, y cómo van convirtiéndose de pequeños capitalistas y miembros de la clase poseedora en proletarios explotados, que trabajan por cuenta de otros, en miembros de la clase desposeída. La ruina de la clase media es una discursos fueron redactados por Engels para su publicación en los Rheinische Jahrbücher zur gesellschaftlichen Reform ["Anales renanos para la reforma social"], que dirigía Hermann Püttmann. Acerca de esto, escribe Engels a Marx, en carta de 17 de marzo de 1845: "Como, por lo demás, quería resumir prácticamente a List y desarrollar las consecuencias prácticas de su sistema, voy a tratar de redactar un poco más ampliamente uno de mis discursos de Elberfeld (los materiales se publicarán en la revisa de Püttmann]...” (Briefwechsel, tomo I, paga, 24-25).
consecuencia a cada paso deplorada de nuestra tan ensalzada libertad industrial, un resultado necesario de las ventajas de que disfruta el gran capitalista sobre sus competidores de menos recursos, el signo más ostensible en que se manifiesta la tendencia del capital a concentrarse en pocas manos. También esta tendencia del capital es reconocida por muchos; a todas horas y en todas partes se oyen quejas en el sentido de que la propiedad va acumulándose más y más, día tras día, en manos de menos gentes, mientras la gran mayoría de la nación se enriquece sin cesar. Surge, así, el clamoroso contraste entre un puñado de ricos, de una parte, y de otra una muchedumbre de pobres, contraste que en Inglaterra y Francia se ha agudizado en proporciones amenazadoras, y también en nuestro país va cobrando ese antagonismo una virulencia cada día mayor. Y, mientras se mantenga en pie la base actual sobre que descansa la sociedad, será imposible poner coto a este proceso de enriquecimiento de unos pocos y de empobrecimiento de la gran masa; el contraste, por el contrario, irá agudizándose más y más. hasta que, por último, la necesidad incontenible obligue a la sociedad a someterse a una reorganización basada en principios más racionales. Pero no son éstas, ni mucho menos, todas las consecuencias que la libre concurrencia trae consigo. Como, en este régimen, cada cual produce y consume por su cuenta, sin preocuparse gran cosa de la producción y el consumo de los demás, llega necesariamente, y muy pronto, el momento en que se acusa una clamorosa desproporción entre la producción y el consumo. La sociedad actual confía la distribución de los bienes producidos a los comerciantes, tenderos y especuladores, cada uno de los cuales, a su vez, persigue solamente su propio beneficio, y esto hace que la distribución de lo producido sin hablar de la imposibilidad en que se hallan quienes nada poseen de
procurarse una participación adecuada en el producto adolezca de la misma desproporción. ¿Por dónde puede el fabricante enterarse de la cantidad de sus artículos que encuentran salida en tal o cual mercado y, suponiendo que pudiera saberlo, de la cantidad que envían a cada uno de ellos sus competidores? Y aun resulta más difícil para el fabricante, que en la mayoría de los casos ignora incluso a dónde va a parar su mercancía, averiguar el volumen de productos que colocarán en los mercados de que se trata sus competidores extranjeros. No sabe nada de esto, y ello le obliga a fabricar, lo mismo que sus competidores, al buen tuntún, con el único consuelo de que lo mismo hacen los demás. No tiene otra pauta que el estado sin cesar fluctuante de los precios, que, tratándose de mercados alejados, son ya, al llegar a ellos sus mercancías, completamente distintos que en el momento en que fue escrita la carta informándole de ellos, y en el día en que la mercancía llega a su destino otros muy diferentes de aquel en que se embarcó. Ante esta falta de reglas que preside la producción, es perfectamente natural, por otra parte, que a cada paso se presenten paralizaciones o colapsos de la circulación, como es lógico más graves a medida que van progresando la industria y el comercio de un país. De aquí que sea Inglaterra, el país de industria más desarrollada, el que nos brinda también los ejemplos más palmarios de este fenómeno. El desarrollo del mecanismo circulatorio, los muchos especuladores y comisionistas que aquí han ido interponiéndose entri' el fabricante productor v los verdaderos consumidores, hacen que al fabricante inglés le resulte .mucho más difícil todavía que al alemán enterarse ni siquiera en mínima medida de las proporciones que median entre las existencias y la producción y el consumo. Añádase a esto que el productor inglés tiene que abastecer a casi todos los mercados del mundo, que casi nunca sabe a
dónde van a parar sus mercancías, y se comprenderá que, dada la enorme capacidad de producción de la industria inglesa, sea muy frecuente el caso de que todos los mercados aparezcan, de pronto, abarrotados. Cuando eso ocurre, la circulación se paraliza, las fábricas trabajan sólo la mitad del tiempo o quedan paradas, se declaran una serie de quiebras, las existencias tienen que liquidarse al malbarato, y la crisis comercial acarrea la pérdida de gran parte del capital trabajosamente acumulado. Inglaterra ha vivido una serie de crisis comerciales de éstas desde comienzos del presente siglo, y en los últimos dos decenios ha conocido una cada cinco o seis años. Las últimas, las de 1837 y 1842, seguramente están presentes con toda claridad en el recuerdo de la mayoría de ustedes. Aunque nuestra industria fuese tan grandiosa y nuestros mercados se hallaran tan ramificados como la industria y el comercio de Inglaterra, no cabe duda de que experimentaríamos los mismos resultados,
pero, sin llegar a ello, ya ahora vemos cómo en nuestro país los efectos de la concurrencia en la industria y en el comercio se hacen sentir en una depresión general y permanente de todas las ramas de los negocios, en un lamentable término medio entre la brillante prosperidad y la decadencia total, en un estado de moderado estancamiento, es decir, de estabilidad. ¿Cuál es la verdadera causa de estos males? ¿A qué obedecen la ruina de la clase media, el clamoroso contraste entre la pobreza y la riqueza, las paralizaciones de la circulación y el consiguiente despilfarro del capital? / Sencillamente, a la dispersión de los intereses. Cada cual trabaja para sí J y en provecho propio, sin preocuparse del bien de los demás, cuando es una verdad palpable y evidente por sí misma que el interés, el bien y la dicha de cada uno forman una unidad inseparable con los de sus semejantes. Todos debemos reconocer que nadie puede prescindir de los demás, / que el mismo interés se encarga de unirnos y asociarnos a
...cuando es una verdad palpable y evidente por sí misma que el interés, el bien y la dicha de cada uno forman una unidad inseparable con los de sus semejantes. Todos debemos reconocer que nadie puede prescindir de los demás, que el mismo interés se encarga de unirnos y asociarnos a todos en una causa común...
todos en una causa común y, sin embargo, aun reconociéndolo así, nuestros actos se dan de bofetones con esa verdad y organizamos nuestra sociedad como si nuestros intereses no fuesen armónicos, sino encontrados y hasta incompatibles entre sí. Ya hemos visto cuáles son las consecuencias de este error capital; pues bien, si queremos acabar con estas desastrosas consecuencias debemos corregir el error fundamental que las engendra, y eso es precisamente lo que el comunismo se propone. En la sociedad comunista, donde los intereses de los individuos no son antagónicos, sino que se hallan asociados, desaparece la competencia. En esa sociedad, como de suyo se comprende, no hay ya margen para que tales o cuales clases se arruinen, ni en general para la existencia de clases, como son hoy los pobres y los ricos. Y. al desaparecer en la producción y distribución de los bienes necesarios para la vida, el fin individual de enriquecerse por su cuenta, desaparecen también, por sí mismas, las crisis de la circulación. En la sociedad comunista no ofrecerá dificultad alguna conocer las exigencias de la producción y las del consumo. Sabiendo cuánto necesita por término medio el individuo, será fácil calcular lo que hace falta para satisfacer las necesidades de cierto número de ellos, y como la producción, en esa sociedad, no estará ya en manos de unos cuantos particulares dedicados a enriquecerse, sino en manos de la comunidad y de sus órganos de administración, resultará muy fácil regular la producción a tono con las necesidades. De este modo, en la organización comunista se pondrá remedio a lo? males más importantes del actual estado social. Pero, examinada la cosa más en detalle, vemos que no se reducen a eso los beneficios de este tipo de organización, sino que se extienden, además, a la eliminación de toda otra serie de inconvenientes, entre los cuales me limitaré a
señalar aquí algunos de índole económica. No cabe duda de que la actual organización de la sociedad es, desde el punto de vista económico, la más irracional y la menos práctica que concebirse pueda. El antagonismo de intereses hace que se emplee de un modo que no reporta beneficio alguno a la sociedad una gran cantidad de mano de obra, que una masa importante de capital se pierda innecesariamente, sin reproducirse. Esto lo comprobamos ya en las crisis comerciales; vemos, en ellas, cómo masas de productos que son fruto del laborioso esfuerzo de los hombres, se malbaratan a precios que representan una pérdida para el vendedor; vemos cómo, por efecto de la bancarrota, desaparecen entre las manos de sus poseedores capitales trabajosamente acumulados. Pero entremos un poco más en el detalle del mecanismo circulatorio actual. Piensen ustedes en todas las manos por las que tiene que pasar cualquier producto para llegar a las del verdadero consumidor; párense ustedes a pensar en el gran número de especuladores y traficantes ociosos que hoy se interponen entre el productor y el consumidor. Tomemos como ejemplo una bala de algodón producida en Norteamérica. Esta mercancía pasa de las manos del plantador a las del intermediario de cualquier estación del Misisipí, de donde navega, río abajo, hacia Nueva Orleans. Una vez aquí, es vendida por segunda vez puesto que el intermediario anterior se la había comprado ya al plantador; digamos que ahora la compra el especulador, para venderla de nuevo al exportador. La bala de algodón se embarca, supongamos, con destino a Liverpool, donde ahora alarga la mano hacia ella y se la apropia un codicioso especulador. Este la negocia, a su vez, a un comisionista, quien la adquiere, digamos, por cuenta de una firma alemana. La mercancía sigue así viaje, Rin abajo, hacia Rotterdam, pasando por nuevas y nuevas manos de
expedidores y, tras una docena de nuevos embarques y desembarques, llega por fin a poder, no del consumidor, ni mucho menos, sino del fabricante, quien la convierte en producto consumible y luego vende, probablemente, el hilado al tejedor y éste el tejido al fabricante de estampados, quien lo negocia al almacenista al por mayor, de manos del cual pasa al comerciante al por menor, de quien por fin, al término de esta larga cadena, adquiere la mercancía el consumidor. Pues bien, todo este ejército de intermediarios, especuladores, almacenistas, exportadores, comisionistas, expedidores y comerciantes al por mayor y al por menor, que no añaden nada a la mercancía, quieren todos vivir y enriquecerse a costa de ella y viven y se lucran, en efecto, en la mayoría de los casos, ya que de otro modo no podrían existir. Ante lo cual cabe preguntarse: ¿Es que no hay un camino más sencillo y más barato para hacer llegar de los Estados Unidos a Alemania una bala de algodón y para que los productos fabricados con esta materia prima lleguen a poder del verdadero c o n s u m i d o r, q u e e s t e c o m p l i c a d o mecanismo de las decenas de ventas y los centenares de trasiegos que obligan a la mercancía a peregrinar de almacén en almacén? ¿No es ésta una prueba palmaria del derroche de mano de obra inútil, impuesto por la dispersión de intereses? En una sociedad racionalmente organizada no hay lugar para semejante laberinto de los transportes. Con la misma facilidad con que puede saberse cuánto algodón o cuántos productos de algodón para seguir con este ejemplo necesita determinada colonia, pueden los órganos centrales de la administración de un país saber cuántos productos de esta clase necesitan todas las localidades y regiones de ese país. Una vez organizada esta estadística, cosa que fácilmente puede hacerse en uno o dos años, el promedio del consumo anual sólo variará a tono con el aumento de la población. No será,
por tanto, nada difícil determinar de antemano, en los plazos adecuados, qué cantidad de cada artículo se requerirá para satisfacer las necesidades del pueblo, a base de lo cual bastará con encargar directamente a la fuente de producción, en bloque, toda la cantidad necesaria, la cual será expedida y recibida directamente, sin intermediarios y sin más estacionamientos y transbordos que los que realmente exija la naturaleza de las comunicaciones, ahorrándose así una gran cantidad de mano de obra. Y no habrá por qué pagar su parte a especuladores ni a comerciantes al por mayor y al por menor. Pero no es esto todo, pues con ello no sólo dejará de perjudicar a la sociedad todo el tropel de especuladores e intermediarios, sino que, ahora, incluso la beneficiarán. En efecto, mientras que actualmente realizan en perjuicio de todos los demás una labor que en el mejor de los casos resulta superflua y que, sin embargo, les procura el sustento y en muchos casos les permite amasar grandes riquezas; mientras que ahora esos elementos son, por tanto, directamente dañinos para la sociedad, en la sociedad reorganizada del futuro todos ellos quedarán con las manos libres para emprender una actividad beneficiosa y podrán dedicarse a ocupaciones en las que se acrediten como miembros auténticos, y no puramente aparentes y mentidos, de la sociedad humana, en verdaderos copartícipes de la actividad social. Como vemos, la sociedad actual, que hace a cada hombre enemigo de los demás, engendra así una guerra social de todos contra todos, que reviste necesariamente en algunos individuos, sobre todo en los carentes de cultura, una forma brutal, bárbaramente violenta, la forma del crimen. Para defenderse contra el crimen, contra el empleo abierto de la violencia, la sociedad necesita de un extenso y complicado organismo de autoridades administrativas y judiciales que reclama una cantidad enorme
de trabajo inútil. También esto se simplificará extraordinariamente en la sociedad comunista, y por muy peregrino que esto pueda parecer precisamente por la razón de que, en esta sociedad, la administración no deberá velar solamente por determinados aspectos de la vida social, sino por la vida social en su conjunto, en todas y cada una de sus actividades y manifestaciones. Poniendo fin al antagonismo entre el individuo y la colectividad, oponiendo a la guerra social la paz social, cercenando la raíz misma del crimen, no tendrá ya razón de ser la mayor parte, la parte inmensamente mayor de las funciones que actualmente desempeñan las autoridades administrativas y judiciales. Ya en la actualidad vemos cómo los delitos inspirados por la pasión van viéndose desplazados cada vez más por los nacidos del cálculo, del interés, cómo disminuyen los delitos contra las personas, al paso que aumentan los delitos contra la propiedad. Si los progresos de la civilización se encargan por sí mismos de ir suavizando las explosiones violentas de la pasión, ya en la sociedad actual, que se halla en pie de guerra, ¡cuánto más no sucederá así en la sociedad comunista, en la que reinará la paz! Los delitos contra la propiedad desaparecerán por sí mismos, faltos de base, cuando cada cual cuente con lo necesario para la satisfacción de sus necesidades materiales y sus impulsos espirituales, cuando se borren las diferencias y gradaciones sociales. La justicia criminal se extinguirá por muerte natural, y con ella la justicia civil, que casi sólo entiende, en realidad, de casos relacionados con el derecho de propiedad o, por lo menos, de transgresiones nacidas en el fondo del estado social de guerra en que vivimos. En la nueva sociedad los litigios serán raras excepciones y no, como ahora, consecuencias naturales de la hostilidad general, y allí donde surjan podrán zanjarse fácilmente por la vía del arbitraje, sin necesidad de jueces.
También las autoridades administrativas encuentran ahora su fuente principal de actividades en el continuo estado de guerra en que vive la sociedad: la policía y toda la administración no hacen, en realidad, otra cosa que velar por que la guerra se mantenga velada y bajo formas indirectas, por que no degenere en la violencia abierta, en el crimen. Pero, así como es infinitamente más fácil mantener la paz que circunscribir la guerra dentro de ciertos límites, es infinitamente más fácil administrar una sociedad comunista que una sociedad basada en la competencia. Y si va ahora la civilización ha enseñado a los hombres a buscar su interés en el mantenimiento del orden público, de la sociedad pública y el interés público, haciendo con ello que resulten superfluas en buena parte la policía, la justicia y el gobierno, ¡con cuánta mayor razón no ocurrirá esto en una sociedad en la que se elevará a principio fundamental la comunidad de intereses, en la que el interés público se confundirá con el interés individual! Lo que ya ahora ocurre a pesar de la organización social, ocurrirá entonces con mayor razón y en mucho mayor medida, cuando las instituciones sociales, en vez de estorbarlo, por el contrario, lo fomenten y lo apoyen. También por este lado podemos contar, en consecuencia, con un incremento considerable de la mano de obra, mediante el rescate de la que ahora sustrae el orden vigente a la sociedad. Una de las instituciones más costosas, de que la sociedad actual no puede prescindir, son los ejércitos permanentes, que privan a la nación de la parte más vigorosa y más útil de sus brazos y la obligan a alimentar y sostener a esta parte improductiva de la población. Por el presupuesto de nuestro propio Estado sabemos lo que nos cuesta sostener un ejército permanente: veinticuatro millones al año y doscientos mil brazos de los más vigorosos arrebatados a la producción. En la sociedad comunista a nadie se le
ocurriría pensar en un ejército permanente. ¿Para qué serviría? ¿Para velar por la paz interior, dentro del país? En esa sociedad, nadie se sentiría tentado, como hemos visto, a atentar contra esa paz. El temor a las revoluciones no es más qYie la consecuencia del antagonismo de intereses; donde los intereses de todos coinciden y se armonizan, no hay razones para ese temor. ¿Para una guerra de agresión? Pero, ¿cómo podría una sociedad comunista emprender un ataque guerrero, a sabiendas de que la guerra la obligaría a sacrificar hombres y capital, a cambio de obtener, cuando más, una o dos provincias rebeldes, que sólo servirían, por tanto, para introducir la perturbación en el
orden social? ¿Para una guerra defensiva? Esta clase de guerra no requiere un ejército permanente, ya que será fácil hacer que todo miembro apto de la sociedad, además de desempeñar sus ocupaciones propias, se adiestre en el ejercicio real, no ostentoso, de las armas en la medida necesaria para asegurar la defensa del país. Y no debe perderse de vista, además, que el miembro de una sociedad así, en caso de guerra guerra que, por otra parte, sólo podría darse contra naciones anticomunistas, defendería a su verdadera patria, a su verdadero hogar y pelearía, por tanto, con un entusiasmo, una tenacidad y una valentía ante las que se vería aventada como la paja el amaestramiento mecánico, cuartelario, de cualquier ejército
moderno. Basta pensar en las maravillas de heroísmo realizadas por los ejércitos revolucionarios de 1792 a 1799, a pesar de que sólo luchaban por una ilusión, por una patria ficticia, para darse cuenta de cuál será la fuerza de aquel ejército, que se batiría, no por una ilusión, sino por una tangible realidad. Por tanto, la masa enorme de mano de obra que los ejércitos sustraen ahora a los pueblos civilizados sería reintegrada al trabajo, con una organización comunista; no produciría simplemente lo que consumiera, sino que suministraría a los almacenes de la sociedad una cantidad mucho mayor de productos de la necesaria para su sustento. Un despilfarro todavía peor de mano de obra lo causa, en la sociedad actual, el modo como los ricos explotan su posición social. Y, al decir esto, no quiero referirme a ese ostentoso lujo, inútil y hasta ridículo que nace sólo del afán de distinguirse y que absorbe una gran cantidad do trabajo. Basta entrar en la casa, en el santuario de un rico para convencerse del necio, insensato derroche de trabajo inútil que representa la cantidad de personas destinadas, en esas casas, a servir a uno solo, ocupadas en trivialidades o, cuando mucho, en faenas que sólo se explican por el aislamiento de los ricos entre las cuatro paredes de su morada. Pues. ¿qué hacen, en qué se ocupan todo ese tropel de doncellas, cocineros, lacayos, cocheros, criados, jardineros y demás servidumbre consagrada a los ricos? ¡Cuan pocas horas del día se hallan ocupados en algo para hacer realmente grata la vida a sus señores, para facilitar a éstos el libre desarrollo y el ejercicio de su naturaleza humana y de sus fuerzas innatas y cuánto tiempo, en cambio, tienen que dedicar a labores explicables tan sólo por la mala organización de nuestra sociedad, tales como el adornar la trasera de la carroza, estar atentos a los caprichos de sus amos, cargar con los perros falderos y otras ridiculeces por
el estilo! En la sociedad racionalmente organizada, en la que cada cual podrá vivir sin rendir tributo a los caprichos de los ricos y sin dejarse tampoco seducir por ellos, en esta sociedad, podrá emplearse también, naturalmente, en provecho de todos y en el de la sociedad el trabajo que actualmente se disipa en la servidumbre del lujo. La acción de la libre concurrencia determina también directamente, en la sociedad actual, otro despilfarro de mano de obra, al dejar sin trabaje a gran número de obreros que desearían trabajar, pero que no pueden encontrar trabajo. La sociedad en la que vivimos no cuenta con la organización necesaria para enterarse de cómo se emplea realmente la mane de obra, ya que deja al arbitrio de cada cual el buscarse su fuente de ingresos, y esto explica como la cosa más natural del mundo por qué, a] distribuirse los trabajos real o aparentemente útiles, cierto número de obreros quedan con las manos vacías. Y sucede así con tanta mayor razón cuanto que la lucha de la competencia espolea a cada individuo a poner en tensión sus fuerzas hasta el máximo, a valerse de todas las ventajas que se le ofrecen, a sustituir la mano de obra cara por otra más barata, pare lo que la creciente civilización brinda nuevos y nuevos medios; dicho en otras palabras, en esta sociedad cada cual tiene necesariamente que es forzarse en quitar el pan a otros, en desplazar el trabajo de otros, de una u otra manera. He aquí por qué, en toda sociedad civilizada, encontramos tanta gente privada de trabajo, a la que les gustaría trabajar, pero que no encuentra ocupación y cuyo número es bastante mayor de lo que generalmente se cree. Esa gente se ve obligada a prostituirse bajo la forma que sea, a barrer las calles, a estarse plantada en las esquinas, a malvivir prestando pequeños servicios, a ganarse malamente la vida como buhoneros, vendiendo por las casas toda suerte de pequeñas mercancías o, como esta misma
noche hemos visto nosotros que hacían dos o tres pobres muchachas, a recorrer los lugares tocando la guitarra, cantando y bailando, ex puestas a todos los insultos y las desvergonzadas proposiciones, con tal de ganar unas cuantas monedas. ¡Y cuántas son, por último, las que se ven en el trance de entregarse a la prostitución, en el sentido directo de la palabra! El número de estas desventuradas que no tienen un pedazo de pan que llevarse a la boca -y a quienes no queda otro camino que degradarse de un modo o de otro, es muy grande nuestros centros de beneficencia lo saben bien, y no hay que olvidar que la sociedad tiene que alimentar,* mejor o peor, a toda esta gente, aunque no le reporte beneficio alguno. Ya que la sociedad tiene que cargar con su sustento debiera velar también por que estas gentes privadas de trabajo se ganaran la vida honradamente. Pero la sociedad actual, basada en la competencia, no puede hacerlo. A la vista de todo esto y aún podría citar toda otra multitud de ejemplos, se comprenderá que la sociedad actual dispone de una plétora de fuerzas de producción, que sólo aguardan a una organización raciona] y a una distribución debidamente ordenada para ponerse en acción con e! mayor provecho para todos. Por eso pueden ustedes juzgar cuan poce fundamento tiene el temor de que una justa distribución de las actividades sociales echaría sobre los hombros de cada individuo una carga tal de trabajo, que le impediría ocuparse de ninguna otra cosa. Por el contrario, hay que suponer que cuando se implante esa organización se reducirá a la mitad el tiempo que ahora acostumbra a trabajar cada cual, aunque sólo sea por el hecho de que entonces podrá emplearse la mano de obra que actualmente se halla ociosa o no encuentra el empleo adecuado. Pero las ventajas que brinda la organización comunista, al sacar rendimiento a la mano de obra que actualmente se despilfarra, no son, ni mucho menos, las más importantes. La
fuente mayor de ahorro de trabajo se halla en la asociación de las fuerzas individuales para formar la fuerza colectiva social y en la organización que descansa sobre esta concentración de fuerzas antes enfrentadas. En este punto, quiero adherirme a las propuestas del socialista inglés Robert Owen, por ser las más prácticas y las más elaboradas de todas. Owen propone que. en vez de las ciudades y aldeas actuales, con sus viviendas sueltas y que se entorpecen unas a otras, se levanten grandes palacios sobre una superficie cuadrada de unos 1.650 pies de lado, rodeados de grandes jardines y en los que podrían vivir cómodamente de dos a tres mil personas. No cabe duda de que estos edificios, ofreciendo a sus moradores las comodidades de las mejores viviendas actuales, saldrían mucho más baratos y serían mucho más fáciles de construir que todo el cúmulo de viviendas individuales, en su mayoría pésimas, que el sistema actual ayuda a levantar para una muchedumbre de gentes, cada cual por su lado. Con este sistema, desaparecerán sin incomodidad alguna todas esas habitaciones vacías de las casas ricas o que sólo se usan, cuando más, una o dos veces al año, y se ahorrará, asimismo, un gran espacio en la construcción: bodegas, sótanos, etc. Y si de la construcción pasamos al detalle de la economía doméstica, veremos mejor todavía cuáles son las ventajas de la comunidad. Una economía desorganizada y dispersa como la actual representa un despilfarro enorme de material y de trabajo, por ejemplo en lo que se refiere a la calefacción. Actualmente, hay que tener una estufa en cada cuarto, encenderla, cebarla y vigilarla; llevar el combustible a cada sitio y retirar las cenizas de todas las estufas, una por una. ¡Cuánto más sencillo, más cómodo y más barato resultaría un sistema común de calefacción a base de tubos de vapor, por ejemplo, alimentados por una gran caldera central, como el que ya en la actualidad
funciona en algunos grandes locales sociales, fábricas, iglesias, etc.! Y otro tanto podría decirse de la iluminación por gas. que ahora resulta muy costosa, entre otras cosas, por el hecho de que hasta los tubos más delgados deben empotrarse bajo tierra v de que toda la instalación necesita ser enormemente larga, por razón del gran espacio que hay que iluminar en nuestras ciudades, cuando con la organización que se propone podría concentrarse todo en un área cuadrada de 1.650 pies, sin necesidad de disminuir por ello el número de mecheros y sin que, por tanto, el resultado fuese inferior, sino tal vez superior al de cualquier ciudad mediana de nuestros días. ¡Y qué despilfarro de espacio, material v trabajo no supone la preparación de las comidas, con esta economía dispersa en que vivimos, en la que cada familia se ve obligada a cocinar por separado su pequeña porción de alimentos, a comprar sus cacerolas y a sostener su cocinera propia, yendo a buscar sus vituallas al mercado, a la tienda, a la carnicería y a la panadería! Bien podemos suponer que con una organización colectiva de la preparación y el servicio de los alimentos se ahorrarían dos terceras partes del trabajo que actualmente se invierte en estas atenciones y que la tercera parte restante se ejecutaría mejor y más atentamente que ahora. Por último, las faenas domésticas. No cabe duda de que los edificios colectivos que se preconizan podrían limpiarse y mantenerse en excelente estado, procediendo también a organizar y reglamentar estos trabajos, con un esfuerzo infinitamente menor que el que ahora supone mantener en debidas condiciones las doscientas o trescientas casas separadas en las que actualmente viven quienes en una sociedad organizada se congregarían en dichas moradas comunes. Hemos apuntado solamente algunas de las infinitas ventajas que en el terreno
económico reportaría la organización comunista de la sociedad humana. No podemos, en unos cuantos momentos y en pocas palabras, esclarecer ante ustedes nuestro principio y razonarlo convenientemente en todos sus aspectos. Ni es ése tampoco nuestro propósito. Sólo aspiramos, ya que no podemos hacer otra cosa, a aclarar algunos puntos y a incitar al estudio de estos problemas a quienes no se hallan aún familiarizados con ellos. En las palabras de esta noche, confiamos en haberles hecho ver. por lo menos, que el comunismo no contradice a la naturaleza, a la mente ni al corazón humanos, ni es tampoco una teoría nacida simplemente de la fantasía y sin arraigo alguno en la realidad. Se pregunta cómo puede esta teoría ponerse en práctica, qué clase de medidas pueden proponerse para dar paso a su implantación. Caben diversos caminos pura marchar hacia esa meta. Los ingleses probablemente comenzarán creando unas cuantas colonias y dejando a cada cual en libertad de incorporarse o no a ellas; los franceses, en cambio, preferirán tal vez implantar el comunismo por la vía nacional. En cuanto a los alemanes, no es fácil saber el camino que seguirán, ya que en Alemania el movimiento social es algo nuevo. Por el momento, me limitaré a señalar. entre los posibles caminos preparatorios, uno solo del que en los últimos tiempos se ha hablado mucho: me refiero a la aplicación de tres medidas que necesariamente
La primera de ellas consistiría en la educación general de todos los niños sin excepción a costa del Estado; un tipo de educación igual para todos y mantenida hasta el momento en que el individuo sea capaz de desenvolverse por su cuenta como miembro de la sociedad...
darán como resultado el comunismo en la práctica. La primera de ellas consistiría en la educación general de todos los niños sin excepción a costa del Estado; un tipo de educación igual para todos y mantenida hasta el momento en que el individuo sea capaz de desenvolverse por su cuenta como miembro de la sociedad. Esta medida representaría simplemente un acto de justicia hacia nuestros hermanos carentes de recursos, pues no cabe duda de que todo hombre tiene derecho a contar con los medios necesarios para el pleno desarrollo de sus capacidades y de que la sociedad delinque por partida doble contra el individuo cuando hace de la ignorancia una secuela necesaria de la pobreza. Huelga detenerse a demostrar que la sociedad sale más beneficiada cuando quienes la forman son gentes cultas que cuando son individuos ignorantes y zafios, y si un proletario culto no se prestaría jamás así hay que esperarlo, indudablemente a permanecer en el estado de sojuzgamiento en que se halla nuestro actual proletariado, no es menos cierto que solamente de una clase obrera dotada de cultura puede esperarse la serenidad y la cordura necesarias para transformar pacíficamente la sociedad. Ahora bien, que tampoco un proletariado inculto está dispuesto a seguir como
actualmente se halla lo demuestran los disturbios ocurridos en Silesia y en Bohemia, por lo que a Alemania se refiere, para no hablar de otros pueblos. La segunda medida sería la total reorganización de la beneficencia, agrupando a todos los ciudadanos indigentes
dotados de moral, independientes y activos, colocándolos en condiciones que pronto envidiarían los trabajadores aislados y que iría preparando la reorganización total de la sociedad.
Las dos medidas anteriores requieren dinero. Para reunirlo y, al mismo tiempo, hacer cambiar todo el sistema de los impuestos que actualmente se perciben y a los que se da una distribución tan injusta, se propone en el plan de reformas presentado un impuesto general y progresivo sobre el capital, cuya tasa aumentará con la cuantía de éste. De este modo, todos contribuirían a soportar las cargas de la administración pública en la medida de sus posibilidades, sin que éstas recayeran principalmente, como hasta ahora ocurre en todos los países, sobre los hombros de quienes poseen menos recursos. El principio de la en colonias en las que se les dedique a tributación es, en el fondo, un principio trabajos agrícolas e industriales y se organice puramente comunista, pues en todos los su trabajo en provecho de toda la colonia. países se invoca la llamada propiedad Hasta ahora, los capitales de la beneficencia nacional en apoyo del derecho a cobrar pública se han destinado a préstamos con impuestos. Una de dos: o la propiedad interés, es decir, que sólo sirven para procurar privada es sacrosanta, en cuyo caso no a los ricos nuevos medios con que explotar a existirá propiedad nacional y el Estado los desposeídos. Ya es carecerá del derecho 4 hora de que dichos ...que se proclame al Estado cobrar impuestos, o el capitales se utilicen Estado se halla realmente en beneficio propietario general y que, realmente asistido de de los pobres, de que se como tal. administre la e s t e d e r e c h o , y invierta en favor de entonces no será éstos el rendimiento de p r o p i e d a d p ú b l i c a e n sacrosanta la propiedad estos capitales en su b e n e f i c i o d e t o d a l a privada, sino que se t o t a l i d a d , y n o sociedad... hallará por encima de solamente el tres por ella la propiedad de la ciento de sus intereses, nación y el verdadero propietario será el de que se ofrezca un ejemplo grandioso de Estado. Este último principio es el que asociación del capital y el trabajo. De este generalmente se reconoce, y en realidad lo modo, se utilizaría la mano de obra de todos único que nosotros pedimos es que se le tome los desposeídos en beneficio de la sociedad y en serio, que se proclame al Estado se convertiría a estos elementos de indigentes propietario general y que, como tal. desmoralizados y oprimidos en hombres
administre la propiedad pública en beneficio de toda la sociedad. Y el primer paso que para ello debe dar es implantar un régimen de tributación basado exclusivamente en la capacidad de cada uno para pagar impuestos y en el verdadero interés público. Como ven ustedes, no se trata, ni mucho menos, de implantar la comunidad de bienes de la noche a la mañana y en contra de la voluntad de la nación, sino, ante lodo y sobre todo, de señalar el fin y los medios y los caminos para la consecución de esta meta. Y que el principio comunista será el principio del mañana lo garantiza no sólo la trayectoria por la que marchan todas las naciones civilizadas, sino también la rapidez con que avanza la disolución de todas las instituciones sociales hasta ahora vigentes; lo garantiza la sana razón humana y, sobre todo, el corazón humano.
II Señores: En nuestra última reunión se me reprochó que tomara mis ejemplos e ilustraciones casi exclusivamente de países extranjeros, y sobre todo de Inglaterra. Se me dijo que Inglaterra y Francia no nos interesan, que nosotros vivimos en Alemania y que de lo que se trata es de demostrar la necesidad y la excelencia del comunismo para nuestro país. Otro reproche que se nos ha hecho es que no hemos razonado suficientemente la necesidad histórica del comunismo. Así es, en efecto, y no podía ser de otro modo. Y es que una necesidad histórica no se puede probar tan rápidamente como la congruencia de dos triángulos; es algo que sólo puede demostrarse mediante el estudio y el examen a fondo de amplias premisas. Quiero, sin embargo, esforzarme hoy por salir al paso de esos dos reproches; trataré de probar que el
comunismo es, para Alemania, si no una necesidad histórica, por lo menos una necesidad económica. Examinemos, ante todo, la situación social que actualmente prevalece en Alemania. Que hay en nuestro país mucha pobreza es cosa conocida. Silesia y Bohemia han hablado por sí mismas. De la miseria reinante en las comarcas del Mosela y de Eifel ha informado por extenso la Rheinischc Zeitung ["Gaceta Renana".] La región de los Montes Metalíferos conoce una. extrema penuria desde tiempo inmemorial. Y no andan mejor las cosas en el Senne y en los distritos textiles de Westfalia. De todas las regiones de Alemania llegan quejas, y no podía esperarse otra cosa. Nuestro proletariado es numeroso, y necesariamente tiene que serlo y, para comprenderlo, basta con echar un vistazo a la situación social de nuestro país. La existencia de un proletariado numeroso en los distritos industriales responde a la naturaleza misma de las cosas. La industria no puede existir si no cuenta con un gran número de obreros que se hallen totalmente a su disposición, que trabajen exclusivamente para ella y renuncien a todo otro medio de vida, ya que las actividades industriales, en un régimen de competencia, excluyen toda otra posible ocupación. De ahí que encontremos en todas las zonas industriales un proletariado demasiado numeroso y demasiado ostensible para que nadie pueda negarlo. En los distritos agrícolas, por el contrario, no existe ni puede existir afirman muchos tal proletariado. Pero sí existe, y no puede ser de otro modo. La existencia del proletariado es necesaria en las regiones en que impera la gran propiedad sobre la tierra; las grandes haciendas necesitan contar con jornaleros y jornaleras, no pueden existir sin proletarios. Y la. aparición de una clase desposeída es, asimismo, inevitable en las zonas en que la propiedad sobre la tierra se halla parcelada;
las fincas pueden dividirse hasta llegar a cierto grado, a partir del cual cesa la división; y como sólo puede recibir tierra una o dos personas de cada familia, las demás se convierten necesariamente en proletarios, en trabajadores desposeídos. Además, la división de las tierras se lleva, generalmente, hasta un punto en que las parcelas son demasiado pequeñas para sostener a una familia, lo que da como resultado la formación de una clase de gentes que, como ocurre con la pequeña clase media 20 de las ciudades, ocupan una posición intermedia entre la clase poseedora y la desposeída, que, impedida por lo que posee de abrazar otra ocupación, no pueda sin embargo vivir con ello. También en esta clase reina una gran miseria. El necesario incremento numérico y constante de este proletariado lo aseguran el progresivo empobrecimiento de las clases medias, al que yo me refería por extenso hace ocho días y la tendencia del capital a concentrarse en pocas manos. Creo que no es necesario volver ahora sobre estos puntos; me limitaré a observar que estas causas del nacimiento y el incremento constantes del proletariado seguirán en pie y engendrarán las mismas consecuencias mientras se mantenga el régimen de la competencia. Bajo cualesquiera condiciones, el proletariado no sólo seguirá existiendo, sino que se extenderá, además, continuamente y representará un poder cada vez más amenazador dentro de nuestra sociedad, mientras cada cual produzca por su propia cuenta y en oposición a todos los demás. Pero el proletariado llegará a alcanzar un grado tal de poder y de conciencia en que ya no se resignará a seguir soportando el peso de todo el edificio social, que gravita constantemente sobre sus hombros, sino que reclamará una distribución más armónica de las cargas y los derechos sociales; y, cuando ese momento llegue si es que entre tanto no cambia la naturaleza humana, se hará inevitable la
revolución social. Es éste un problema en el que hasta ahora no se han parado a pensar nuestros economistas. Ellos no se preocupan de la distribución, sino solamente de la creación de la riqueza nacional. Abstraigámonos, sin embargo, por un momento, del hecho de que la revolución social es, como hemos demostrado, el resultado de la competencia y examinemos de momento las formas concretas bajo las que se presenta la competencia y las diferentes posibilidades económicas que para Alemania representa cada una de ellas. Alemania o, para decirlo más exactamente, la Liga aduanera alemana 1,¡~- cuenta, por el momento, con unos aranceles de aduanas que representan una solución intermedia. Nuestros aranceles son demasiado bajos como aranceles protectores y demasiado altos para la libertad de comercio. Caben, pues, tres soluciones: la de implantar la libertad comercial completa, la de proteger nuestra industria mediante aranceles bastante altos o, por último, la de mantener en pie el sistema actual. Veamos cada uno de estos tres casos. Si proclamamos la libertad de comercio y suprimimos los aranceles aduaneros, se arruinará toda nuestra industria, exceptuando algunas ramas. Se vendrían a tierra, en ese caso, la industria de hilados de algodón, la industria mecánica textil, la mayoría de las ramas de la industria del algodón y de la lana, ramas importantes de la industria de la seda y la casi totalidad de la extracción y la fundición del hierro. Los obreros repentinamente privados de pan en todas estas ramas se verían desplazados en masa a la agricultura y a los restos de la industria, brotaría por todas partes el pauperismo, la crisis aceleraría la centralización de la propiedad en unas cuantas manos y, a juzgar por los sucesos de Silesia, esta crisis traería necesariamente como consecuencia una revolución social.
La segunda solución es la implantación de aranceles protectores. Últimamente, estos aranceles son el hijo predilecto de la mayoría de nuestros industriales, razón por la cual debemos examinarlos un poco de cerca. El señor List ha reducido a sistema los deseos de nuestros capitalistas, y a este sistema, que casi todos los capitalistas alemanes profesan como un credo, me atendré yo aquí. El señor List propone aranceles progresivos, hasta que lleguen a ser lo bastante elevados para asegurar al fabricante el mercado interior; una vez que alcancen este punto, deberán mantenerse en él durante algún tiempo, para ir descendiendo después, hasta que, por último, al cabo de determinado número de años, cese toda protección. Supongamos por un momento que este plan se ponga en práctica y se decreten los aranceles protectores. Se elevará el nivel de la industria, el capital que aún se halla ocioso se lanzará a las empresas industriales, crecerá la demanda de obreros, aumentando con ella los salarios, se vaciarán las casas para pobres y se logrará, por lo menos en apariencia, un estado de gran prosperidad. Este estado de cosas durará hasta que nuestra industria se extienda lo bastante para poder abastecer el mercado interior. No podrá extenderse más, pues si no puede imponerse en el mercado interior sin un régimen de protección, menos todavía podrá penetrar en los mercados neutrales, luchando contra la competencia de fuera. Pero ahora, piensa el señor List, la industria interior será, por lo menos, suficientemente fuerte para necesitar de menos protección y ya será posible comenzar a reducir los aranceles. Concedamos esto, por un momento. Se procede a rebajar las tarifas aduaneras. Si no a la primera, a la segunda o tercera reducción arancelaria, la protección disminuirá hasta el punto de que la industria extranjera digamos concretamente la inglesa podrá competir en el mercado alemán con la nuestra. El señor List desea, incluso, que eso ocurra. Pero, ¿cuáles serán las
consecuencias? Que la industria alemana, a partir de ese momento, tendrá que afrontar, como propias, todas las fluctuaciones y todas las crisis de la inglesa. Tan pronto como se vean abarrotados de mercancías inglesas los mercados de ultramar, los ingleses harán lo que ya están haciendo ahora y lo que el señor List relata con verdadero enternecimiento: lanzarán todas sus existencias al mercado de Alemania, el más cercano, y volverán a mandar, con ello, la Liga aduanera al "desván de los trastos viejos". Consecuencia de ello será que la industria inglesa volverá a florecer, ya que tendrá como mercado el mundo entero, que no podrá prescindir de sus mercancías, mientras que la industria alemana no será indispensable ni siquiera para el mercado propio, tendrá que afrontar la competencia de los ingleses en su propia casa y padecerá del exceso de mercancías inglesas lanzadas durante la crisis a los mercados de sus clientes. Y, entonces, nuestra industria saboreará hasta las heces el cáliz de los peores períodos de crisis de la industria inglesa, pero sin disfrutar más que en una medida muy pequeña de sus períodos de prosperidad; en una palabra, estaremos exactamente tan mal como ahora estamos. Resultado final: toda la industria se verá entonces abocada al mismo resultado depresivo en que al presente se hallan las ramas semiprotegidas; se hundirán una empresa tras otra, sin que surjan otras nuevas; nuestra maquinaría envejecerá, sin que estemos en condiciones- de reponerla por otra nueva y perfeccionada; el estancamiento se trocará en retroceso y, según la propia afirmación del señor List, decaerán una rama industria] tras otra y, por último, se hundirán totalmente. Nos encontraremos, como consecuencia de ello, con un numeroso proletariado, obra de la gran industria y carente ahora de medios de vida y de trabajo; y podemos estar seguros de que, cuando esa hora llegue, este proletariado exigirá de la
clase poseedora que se le dé trabajo y se le alimente. Eso es lo que ocurrirá si se rebajan los aranceles. Supongamos ahora que no se rebajan, sino que se mantienen tal como están, aguardando a que la competencia interna entre los fabricantes interiores se torne ilusoria, para proceder luego a su rebaja. La consecuencia de ello será que la industria alemana se verá paralizada, tan pronto se halle en condiciones de abastecer el mercado interior. No serán necesarias nuevas empresas, puesto que las existentes bastan para las necesidades del mercado, y en nuevos mercados no podrá pensarse, como ya se ha dicho, mientras la industria interior reclame protección. Ahora bien, una industria que no progrese en extensión no puede tampoco perfeccionarse. Permanecerá necesariamente estacionaria hacia afuera y hacia adentro. No existirá, para ella, el perfeccionamiento de la maquinaria. No podrá desterrar las viejas máquinas ni encontrará para las nuevas empresas que puedan aplicarlas. Y como, mientras tanto, otras naciones marchan hacia adelante, el estancamiento de nuestra industria se trocará en un nuevo retroceso. Los ingleses, gracias a su progreso, no tardarán en producir con la baratura necesaria para poder competir en nuestro propio mercado con nuestra industria atrasada, o pesar de los aranceles protectores, y como en la lucha de la competencia, como en toda lucha, vence el más fuerte, nadie dude que acabaremos siendo derrotados. Y se producirá, así, el mismo resultado señalado más arriba: el proletariado artificialmente creado exigirá de los poseedores lo que éstos no podrán conceder mientras sean exclusivamente eso, poseedores, y estallará la revolución social. Queda todavía por examinar otro posible caso, el caso muy inverosímil de que los alemanes consigan llevar a nuestra industria, por medio de los aranceles protectores, a un punto en que pueda competir con los ingleses
sin necesidad de protección. Supongamos que así ocurra: ¿cuáles serían, en ese caso, las c o n s e c u e n c i a s ? Ta n p r o n t o c o m o comenzáramos a competir con los ingleses en los mercados extranjeros neutrales, se desataría una lucha a vida o muerte entre nuestra industria y la inglesa. Los ingleses apelarían a todas sus fuerzas para desalojarnos de los mercados antes abastecidos por ellos; no tendrían más remedio que hacerlo, ya que se verían atacados en su fuente de vida, en su punto más neurálgico. Y no cabe duda de que conseguirían derrotarnos, ya que disponen de grandes recursos y cuentan con las ventajas de una industria secular. Se las arreglarán para mantener nuestra industria circunscrita a nuestro propio mercado, manteniéndola con ello estacionaria, con lo que volveremos a encontrarnos en la misma situación que a c a b a m o s d e d e s c r i b i r. A l e m a n i a permanecerá estancada, los ingleses avanzarán y nuestra industria, abocada a una decadencia inevitable, no estará en condiciones de mantener al proletariado artificialmente creado por ella, lo que acarreará la revolución social. Pero, supongamos que llegamos a vencer a los ingleses en los mercados neutrales y les arrebatamos un canal de salida tras otro, ¿qué habríamos conseguido, en este caso punto menos que imposible? En el mejor de los supuestos, recorreríamos por segunda vez la misma trayectoria industrial en que Inglaterra nos ha precedido, para llegar, más tarde o más temprano, a donde ahora se encuentra Inglaterra, o sea en vísperas de una revolución social. Pero lo más probable sería que las cosas marcharan más de prisa. Las continuas victorias de la industria alemana acabarían necesariamente arruinando a la inglesa y no harían, con ello, más que acelerar el levantamiento en masa del proletariado, que ya ahora, sin necesidad de eso, amenaza a los ingleses. El hambre, que no tardaría en presentarse, empujaría a los obreros ingleses
a la revolución y, tal como las cosas están ahora, esa revolución social repercutiría poderosamente sobre los países del continente, especialmente sobre Francia y Alemania, repercusión tanto más intensa cuanto más numeroso fuera el proletariado artificial creado en Alemania por una industria forzada. La revolución se convertiría inmediatamente en europea y vendría a perturbar muy desagradablemente los sueños de nuestros fabricantes en torno al monopolio industrial de Alemania. La posibilidad de una coexistencia pacífica de las dos industrias, la inglesa y la alemana, se estrella contra el régimen de 'la competencia. Repito que toda industria tiene necesariamente que avanzar si no quiere marchar hacia atrás y perecer; y para poder avanzar tiene que extenderse, conquistar nuevos mercados, crecer constantemente mediante la creación de nuevas empresas. Y como, desde que China se ha abierto al comercio de fuera, ya no es posible conquistar nuevos mercados, sino solamente perfeccionar la explotación de los existentes, lo que quiere decir que la expansión de la industria, en el futuro, será más lenta que hasta ahora, Inglaterra estará todavía menos dispuesta que hasta aquí a tolerar un competidor. Para proteger su propia industria, necesita tener a raya a la de todos los demás países: para Inglaterra, la afirmación de su monopolio industrial no es simplemente una cuestión de mayores o menores ganancias, sino una cuestión vital. La lucha de la competencia entre las naciones es ya de suyo mucho más enconada y más resuelta que entre los individuos, porque se trata de una lucha concentrada, de una lucha de masas, que sólo puede terminar con el triunfo decidido de uno y la derrota aplastante de otro de los contendientes. De ahí que semejante lucha entre los alemanes y los ingleses, cualquiera que fuese su resultado, no beneficiaría ni a nuestros industriales ni a los de Inglaterra, sino que traería
necesariamente consigo, como dicho, una revolución social.
queda
Hemos visto, pues, lo que Alemania puede esperar, en todos y cada uno de los casos posibles, tanto de la libertad comercial como del sistema proteccionista. Sólo queda por examinar otra posibilidad, a saber: la de que Alemania siga manteniéndose en la posición intermedia en que actualmente se halla. Pero ya hemos visto cuáles serían las consecuencias de semejante actitud. Acabarían pereciendo necesariamente, una rama tras otra de nuestra industria, los obreros industriales se quedarían sin pan y, cuando el hambre llegara a cierto límite, se lanzarían a una revolución contra la clase poseedora. De este modo, vemos confirmado en el detalle lo que yo comenzaba diciendo, al comenzar, de la competencia en general: que la consecuencia inevitable de las relaciones sociales existentes es, bajo cualesquiera condiciones y en todos los casos, una revolución social. Con la misma certeza con que podemos desarrollar un nuevo axioma partiendo de los principios matemáticos dados, podemos inferir, a base de las relaciones económicas existentes y de los principios de la Economía política, una revolución social inevitable. Pero, fijémonos un poco más de cerca en esta revolución. ¿Bajo qué forma se presentará, cuáles serán sus resultados, en qué se distinguirá de las violentas conmociones anteriores? Una revolución social, señores, es algo completamente distinto de las revoluciones políticas hasta ahora conocidas; no va dirigida, como éstas, contra la propiedad del monopolio, sino contra el monopolio de la propiedad; una revolución social, señores, es la guerra abierta de los pobres contra los ricos. Y no cabe duda de que una lucha así, una lucha en la que se ponen en acción, abiertamente y sin recato, todos los resortes y todas las causas que en los
conflictos anteriores permanecían velados y ocultos, amenaza con tomar un cariz más violento y más sangriento que cuantas la han precedido. Esta lucha puede conducir a uno de dos resultados. 0 las fuerzas que se rebelan atacan solamente a la manifestación y no a la esencia misma, a la forma y no a la realidad, o abordan la realidad y atacan al mal en su raíz. En el primer caso, dejarán en pie la propiedad privada y se limitarán a cambiar su distribución, con lo que se mantendrán las causas que han determinado el estado de cosas actual y que, tarde o temprano, conducirán a otro parecido y provocarán necesariamente una nueva revolución.
propuestas que fe hacen a los obreros para mejorar su situación y vean si no responden todas al principio de la propiedad común. Estudien ustedes todos los sistemas de reforma social, a ver cuántos encuentran que no sean comunistas. De todos los sistemas importantes que hoy se conocen, sólo hay uno no comunista, el de Fourier, quien se fija más en la organización social de la actividad humana que en la distribución de sus productos. Son todos hechos que justifican la conclusión de que una futura revolución social desembocaría en la implantación del principio comunista, sin dejar lugar apenas a otra posibilidad.
Ahora bien, ¿es posible que ocurra esto? ¿Ha existido alguna vez una revolución que no haya logrado realmente sus aspiraciones? La revolución inglesa impuso tanto los principios religiosos como los principios políticos cuya violación por parte de Carlos I la provocaron; la burguesía francesa, por su parte, en su lucha contra la monarquía y la nobleza, consiguió cuanto se proponía, acabó con todos los abusos que la empujaron a sublevarse. ¿Por qué la sublevación de los pobres va a deponer las armas antes de haber acabado con la pobreza y con las causas que la engendran? Ello no es posible, señores; el admitir semejante cosa iría en contra de toda la experiencia histórica. Y tampoco nos permite dar eso por posible el estado actual de cultura de los obreros, sobre todo en Inglaterra y Francia. Sólo queda, pues, la segunda alternativa, la de que la futura revolución social ataque también las causas reales de la pobreza y la miseria, de la ignorancia y el crimen; que lleve a cabo, por tanto, una verdadera revolución social.
Y si las conclusiones a que llegamos, señores, son acertadas; si la revolución social y el comunismo práctico constituyen el resultado necesario de las condiciones existentes, es claro que debemos preocuparnos, ante todo, de las medidas por medio de las cuales podemos prevenir una transformación violenta y sangrienta del régimen social. Para conseguir esto sólo hay un medio: la pacífica implantación o, por lo menos, la preparación pacífica del comunismo. Por tanto, si no queremos una solución sangrienta del problema social, si no queremos que la contradicción cada día mayor entre la cultura y la situación en que viven nuestros proletarios se agudice hasta el máximo, hasta llegar a un estado de cosas en el que. a juzgar por todas nuestras experiencias acerca de la naturaleza humana, se encarguen de resolver tajantemente esta contradicción la violencia brutal, la desesperación y el espíritu de venganza; si no queremos que tal cosa ocurra, debemos ocuparnos seria e imparcialmente de la cuestión social y poner cuanto esté de nuestra parte para humanizar la situación de los modernos ilotas.*
Párense ustedes, señores, a considerar cuáles son las ideas que mueven a los obreros, en aquellos países en que también el obrero piensa; fíjense ustedes en las diversas fracciones del movimiento obrero de Francia, y digan si no son todas ellas comunista?. Vayan ustedes a Inglaterra y escuchen las
Es posible que algunos de ustedes piensen que no es posible elevar a las clases actualmente * Quien se halla o se considera desposeído de los derechos ciudaddanos.
humilladas sin rebajar la situación de quienes que queremos es. por el contrario, ocupan ahora un lugar más alto; a quienes así restablecerla. Y si, aun prescindiendo de esto, piensen les diremos se paran ustedes a que se trata de crear pensar de verdad en las p a r a l o d o s l o s ...se trata de crear para lodos los consecuencias a que hombres en general h o m b r e s e n g e n e r a l u n a n e c e s a r i a m e n t e una situación de vida el actual estado situación de vida en la que cada dllevará .en la que cada cual e cosas, en el pueda desarrollar c u a l p u e d a d e s a r r o l l a r l a b e r i n t o d e l i b r e m e n t e s u l i b r e m e n t e s u n a t u r a l e z a contradicciones y naturaleza humana y trastornos a que nos mantener relaciones humana y mantener relaciones conduce, encontrarán humanas con sus humanas con sus semejantes, sin que vale la pena semejantes, sin estudiar seriamente y a temor a que nadie pueda fondo temor a que nadie la cuestión pueda perturbar esa perturbar esa situación de vida social. Si hubiera situación de vida por por la violencia... logrado convencerles la violencia; les de ello, consideraría diremos que lo que plenamente lograda la algunos individuos deberán sacrificar, para finalidad de mi discurso. lograr esto, no es el goce verdaderamente Discursos pronunciados en Elberfeld, los días humano de la vida, sino una apariencia de 15 y 22 de febrero de 1845. Texto de los goce engendrada por un falso orden social, Rheinische Jahrbücher zur algo que va en contra de la razón y del corazón gesellschaltlichen Reform ["Anales de quienes actualmente gozan de esas renanos para la Reforma social"], 1845, tomo aparentes ventajas. I, págs. 45-62 y 71-81. Tomado de Karl Lejos de pretender destruir la vida Marx-Friedrich Engels, Historischverdaderamente humana, digna del hombre, kritische Gesamtausgabe, sección I, tomo con todas sus condiciones y necesidades, lo IV, Berlín. 1932, págs. 369-390.
Carlos Marx-Federico Engels Las fuerzas productivas y las formas de cambio y de propiedad Cambio y fuerza productiva. La más importante división del trabajo físico y espiritual es la separación de la ciudad y el campo. La contraposición entre el campo y la ciudad comienza con el tránsito de la barbarie a la civilización, del régimen tribal al Estado, de la localidad a la nación, y se mantiene a lo largo de toda la historia de la civilización hasta llegar a nuestros días (Anti-corn-lawleague 5). "Con la ciudad aparece, al mismo tiempo, la necesidad de la administración, de la policía, de los impuestos, etc., en una palabra, del régimen colectivo y, por tanto, de la política en general. Se manifiesta aquí por vez primera la separación de la población en dos grandes clases, basada en la división del trabajo y en los instrumentos de producción. La ciudad es ya obra de la concentración de la población, de los instrumentos de producción, del capital, del disfrute y de las necesidades, al paso que el campo sirve de exponente cabalmente al hecho contrario, al aislamiento y la soledad. La contraposición entre la ciudad y el campo sólo puede darse dentro de la propiedad privada. Es la expresión más palmaria de la absorción del individuo por la división del trabajo, por una determinada actividad que le viene impuesta, absorción que convierte a unos en limitados animales urbanos y a otros en limitados animales rústicos, reproduciendo diariamente este antagonismo de intereses. El trabajo vuelve a ser aquí lo fundamental, el
poder sobre los individuos, y mientras exista este poder, tiene que existir necesariamente la propiedad privada. La abolición de la antítesis entre la ciudad y el campo es una de las primeras condiciones para la comunidad, condición que depende, a su vez, de una masa de premisas materiales, que no es posible alcanzar por obra de la simple voluntad, como cualquiera puede percibir a primera vista. (Estas condiciones habrán de ser desarrolladas más adelante.) La separación de la ciudad y el campo puede concebirse también como la separación del capital y la propiedad sobre la tierra, como el comienzo de una existencia y de un desarrollo del capital independientes de la propiedad territorial, de una propiedad basada solamente en el trabajo y en el intercambio. En las ciudades que la Edad Media no heredó, ya acabadas, de la historia anterior, sino que surgieron como formaciones nuevas a tase de los siervo:, de la gleba convertidos en hombres libres, el trabajo especial de cada uno de éstos era la única propiedad con que contaba, fuera del pequeño capital aportado por él y consistente casi exclusivamente en las herramientas más necesarias. La competencia de los siervos fugitivos que constantemente afluían a la ciudad, la guerra continua del campo contra los centros urbanos y, como consecuencia de ello, la necesidad de un poder militar organizado por parte de las ciudades, el nexo de la propiedad en común sobre determinado trabajo, la necesidad de disponer de lonjas comunes para vender las mercaderías, en una época en que los artesanos eran al mismo tiempo
commerçants, y la consiguiente exclusión de estas lonjas de los individuos incompetentes, el antagonismo de intereses entre unos y otros oficios, la necesidad de proteger un trabajo aprendido con mucho esfuerzo y la organización feudal de todo el país: tales fueron las causas que movieron a los trabajadores de cada oficio a agruparse en gremios. No tenemos por qué entrar aquí en las múltiples modificaciones del régimen gremial, producto de la trayectoria histórica ulterior. La huida de los siervos de la gleba a las ciudades hizo afluir a éstas una corriente ininterrumpida de fugitivos durante toda la Edad Media. Estos siervos, perseguidos en el campo por sus señores, presentábanse sueltos en las ciudades, donde se encontraban con agrupaciones organizadas frente a las que eran impotentes y en las que tenían que resignarse a ocupar el lugar que les asignaran la demanda de su trabajo y el interés de sus competidores urbanos, ya agremiados. Estos trabajadores que afluían a la ciudad cada cual por su lado no podían llegar a ser nunca una potencia, ya que, si su trabajo era un trabajo gremial que tuviera que aprenderse, los maestros de los gremios se apoderaban de ellos y los organizaban con arreglo a sus intereses, y en los casos en que el trabajo no tenía que aprenderse y no se hallaba, por tanto, encuadrado en ningún gremio, sino que era simple trabajo de jornaleros, quienes lo ejercían no llegaban a formar ninguna organización y seguían siendo para siempre una muchedumbre desorganizada. Fue la necesidad del trabajo de los jornaleros en las ciudades la que creó esta plebe. Estas ciudades eran verdaderas "asociaciones" creadas por la necesidad inmediata, por la preocupación de defender la propiedad y para multiplicar los medios de producción y los medios de defensa de los diferentes vecinos. La plebe de estas ciudades hallábase privada de todo poder, por el hecho de hallarse formada por un tropel de individuos extraños los unos a los otros y
venidos allí cada uno por su parte, frente a los cuales aparecía un poder organizado, militarmente pertrechado y que los miraba con malos ojos y los vigilaba celosamente. Los oficiales y aprendices de cada oficio se hallaban organizados como mejor cuadraba al interés de los maestros; la relación patriarcal que les unía a los maestros de los gremios dotaba a éstos de un doble poder, de una parte mediante su influencia directa sobre la vida toda de los oficiales y, de otra parte, porque para los oficiales que trabajan con el mismo maestro éste constituía un nexo real de unión que los mantenía en cohesión frente a los oficiales de los demás maestros y los separaba de éstos; por último, los oficiales se hallaban vinculados a la organización existente por su interés en llegar a ser un día maestros. Esto explica por qué, mientras ía plebe se lanzaba, por lo menos, de vez en cuando, a sublevaciones y revueltas contra toda esta organización urbana, las cuales, sin embargo, no encontraban repercusión alguna, por la impotencia de quienes las sostenían, los oficiales, por su parte, sólo se dejarán arrastrar a pequeños actos de resistencia y de protesta dentro de cada gremio, actos que son, en realidad, parte integrante de la existencia del propio régimen gremial. Las grandes insurrecciones de la Edad Media partieron todas del campo, y por ello mismo resultaron todas ellas fallidas, debido precisamente a su dispersión y a la tosquedad inherente a la población campesina. La división del trabajo entre los distintos gremios, en las ciudades, era todavía [completamente natural], y en los gremios mismos no existía para nada entre los diferentes trabajadores. Cada uno de éstos tenía que hallarse versado en toda una serie de trabajos y hacer cuanto sus herramientas le permitieran; el limitado intercambio y las escasas relaciones de unas ciudades con otras; la escasez de población y la limitación de las necesidades no permitían que la
división del trabajo se desarrollara, razón por la cual quien quisiera llegar a ser maestro necesitaba dominar todo el oficio. De aquí que todavía encontremos en los artesanos medievales cierto interés por su trabajo especial y por su destreza para ejercerlo, destreza que puede, incluso, llegar hasta un sentido artístico más o menos limitado. Pero a esto se debe también el que los artesanos medievales viviesen totalmente consagrados a su trabajo, mantuviesen una resignada actitud de vasallaje con respecto a él y se viesen enteramente absorbidos por sus ocupaciones, mucho más que el obrero moderno, a quien su trabajo le es indiferente. El capital, en estas ciudades, era un capital natural, formado por la vivienda, las herramientas del oficio y la clientela tradicional y hereditaria, capital irrealizable por razón del incipiente intercambio y de la escasa circulación, y que se heredaba de padres a hijos. No era, como en los tiempos modernos, un capital tasable en dinero, en el que tanto da que se invierta en tales o cuales cosas, sino un capital directamente entrelazado con el trabajo determinado y concreto de su poseedor e inseparable de él; era, por tanto, en este sentido, un capital estable. El paso siguiente, en el desarrollo de la división del trabajo, fue la separación de la producción y el cambio, la formación de una clase especial de comerciantes, separación que en las ciudades históricamente tradicionales (en las que, entre otras cosas, existían judíos) se había heredado del pasado y que en las ciudades recién fundadas no tardó en presentarse. Se establecía con ello la posibilidad de relaciones comerciales que fuesen más allá de los ámbitos inmediatos, posibilidad cuya realización dependía de los medios de comunicación existentes, del estado de seguridad pública logrado en el país y condicionado por las circunstancias políticas (sabido es que en toda la Edad Media los mercaderes hacían sus recorridos
en caravanas armadas) y de las necesidades más primitivas o más desarrolladas de las zonas asequibles al comercio, con arreglo a su correspondiente grado de cultura. Al constituirse el camino en una clase especial y al extenderse el comercio, por medio de los mercaderes, hasta mas allá de la periferia inmediata a la ciudad, se opera inmediatamente una relación de interdependencia entre la producción y el intercambio. Las ciudades se relacionan unas con otras, se ¡levan de una ciudad a otra nuevos instrumentos de trabajo, y la separación entre la producción y el intercambio no tarda en provocar una nueva división de la producción entre las distintas ciudades, y pronto vemos cómo cada una de ellas tiende a explotar, predominantemente, una rama industrial. La limitación inicial a una determinada localidad comienza a desaparecer, poco a poco. En la Edad Media, los vecinos de cada ciudad veíanse obligados a agruparse en contra de la nobleza rural, para defender su pellejo; la expansión del comercio y el desarrollo de las comunicaciones empujaron a cada ciudad a conocer a otras, que habían hecho valer los mismos intereses, en lucha contra la misma síntesis. De las muchas vecindades leales de las diferentes ciudades fue surgiendo así, paulatinamente, la clase burguesa. Las condiciones de vida de los diferentes burgueses o vecinos de los burgos o ciudades, empujadas por la reacción entre las relaciones existentes o por el tipo de trabajo que ello imponía, convertíanse al mismo tiempo en condiciones comunes a todos dios e independientes de cada individuo. Los vecinos de las ciudades habían ido creando estas condiciones al separarse de las agrupaciones feudales a la vez que fueron creados por ellas, por cuanto que se hallaban condicionadas por su oposición al feudalismo, con el que se habían encontrado. Al entrar en contacto unas ciudades con otras, estas condiciones comunes se desarrollaron
hasta convertirse en condiciones de clase. Idénticas condiciones, idénticas antitesis e idénticos intereses tenían necesariamente que provocar en todas partes, muy a grandes rasgos, idénticas costumbres. La burguesía misma comienza a desarrollarse poco a poco con sus condiciones, se escinde luego, bajo la acción de la división del trabajo, en diferentes fracciones y, por último, absorbe todas las clases poseedoras con que se había encontrado al nacer (al paso que hace que la mayoría de la clase desposeída con que se encuentra y una parte de la clase poseedora anterior se desarrollen para formar una nueva clase, el proletariado), en la medida en que toda la propiedad anterior se convierte en capital industrial o comercial. Los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase, pues de otro modo ellos mismos se enfrentan unos con otros, hostilmente, en el plano de la competencia y, de otra parte, la clase se sustantiva, a su \e¿, frente a los individuos que la forman, de tal modo que éstos se encuentran ya con sus condiciones de vida predestinadas, por así decirlo; se encuentran con que la clase les asigna su posición en la vida y. con ello, la trayectoria de su desarrollo personal; se ven absorbidos por ella. Es el mismo fenómeno que el de la absorción de los diferentes individuos por la división del trabajo, y para eliminarlo no hay otro camino que la abolición de la propiedad privada y del trabajo mismo. Ya hemos indicado varias veces cómo esta absorción de los individuos por la clase se desarrolla hasta convertirse, al mismo tiempo, en una absorción por diversas ideas, etc. El que las fuerzas productivas obtenidas en una localidad, y principalmente las invenciones, se pierdan o no para el desarrollo ulterior, dependerá exclusivamente de la extensión del intercambio. Cuando aún no existe un intercambio que trascienda más allá de la
vecindad más inmediata, no hay más remedio que realizar cada invento especialmente en cada localidad, y bastan los simples accidentes fortuitos, tales como las irrupciones de los pueblos bárbaros e incluso las guerras habituales, para reducir las fuerzas productivas y las necesidades de un país hasta un punto en que se vea obligado a comenzar de nuevo. En los inicios de la historia, todos los inventos tenían que hacerse diariamente de nuevo y en cada localidad, con independencia de las otras. Cuan poco seguras se hallan de una destrucción total las fuerzas productivas pobremente desarrolladas, aun en casos en que el comercio ha logrado una relativa extensión, lo demuestran los fenicios, cuyas invenciones desaparecieron durante largo tiempo, al ser desplazada esta nación del comercio por la conquista de Alejandro y la consiguiente decadencia. Y lo mismo ocurrió en la Edad Media, por ejemplo, con la industria del cristal policromado. La permanencia de las fuerzas productivas obtenidas sólo se garantiza al adquirir carácter universal el intercambio, al tener como base la gran industria y al incorporarse todas las naciones a la lucha de la competencia. La división del trabajo entre las diferentes ciudades trajo como siguiente consecuencia el nacimiento de las manufacturas, como ramas de producción que se salían ya de los marcos del régimen gremial. El primer florecimiento de las manufacturas en Italia, y más tarde en Flandes tuvo como premisa histórica el intercambio con naciones extranjeras. En otros países en Inglaterra y Francia, por ejemplo, las manufacturas comenzaron limitándose al mercado interior. Aparte de las premisas ya indicadas, las manufacturas presuponen una concentración ya bastante avanzada de la población sobre todo en el campo y del capital, que comienza a reunirse en pocas manos, ya en el interior de los gremios, a despecho de las ordenanzas
gremiales, ya entre los comerciantes. El trabajo que desde el primer momento presuponía el funcionamiento de una máquina, siquiera fuese bajo la forma más rudimentaria, no tardó en revelarse como el más susceptible de desarrollo. El primer trabajo que se vio impulsado y adquirió nuevo desarrollo mediante la extensión del intercambio fue el trabajo textil, que hasta ahora venían ejerciendo los campesinos como actividad accesoria, para procurarse las necesarias prendas de vestir. I-a manufactura textil fue la primera y siguió siendo luego la más importante de todas. La demanda de telas para vestir, que crecía a medida que aumentaba la población, la incipiente acumulación y movilización del capital natural por efecto de la circulación acelerada y la necesidad de cierto lujo, provocada por todos estos factores y propiciada por la gradual expansión del intercambio, imprimieron al arte textil un impulso cuantitativo y cualitativo que lo obligó a salirse de los marcos de la forma de producción tradicional. Junto a los campesinos que tejían para atender a sus propias necesidades, los cuales siguieron existiendo y existen todavía hoy, apareció en las ciudades una nueva clase de tejedores que destinaban todos sus productos al mercado interior y, muchas veces, incluso a los mercados de fuera. El arte textil, que en la mayoría de los casos requería poca destreza y que no tardó en desdoblarse en una serie infinita de ramas, se resistía por su propia naturaleza a soportar las trabas del régimen gremial. Esto explica por qué los tejedores trabajaban casi siempre en aldeas y en zonas de mercado sin organización gremial, que poco a poco fueron convirtiéndose en ciudades y que no tardaron en figurar, además, entre las más florecientes de cada país. Con la manufactura exenta de las trabas gremiales cambiaron también, al mismo
tiempo, las relaciones de la propiedad. El primer paso de avance sobre el capital natural estable se había dado mediante la aparición de los comerciantes, cuyo capital fue desde el primer momento un capital móvil, es decir, un capital en el sentido moderno de la palabra, en la medida en que ello era posible en las circunstancias de aquel entonces. El segundo paso de avance lo dio la manufactura, que a su vez movilizó una masa del capital natural e incrementó en general la masa del capital móvil frente a la de éste. Y la manufactura se convirtió, al mismo tiempo, en el refugio de los campesinos contra los gremios a que ellos no tenían acceso o que les pagaban mal, lo mismo que en su día las ciudades dominadas por los gremios habían brindado a la población campesina refugio contra (la nobleza rural que la oprimía). Los comienzos de las manufacturas trajeron consigo, además, un período de vagabundaje, provocado por la terminación de las mesnadas feudales, por el licenciamiento de los ejércitos enrolados que habían servido a los reyes contra los vasallos, por los progresos de la agricultura y la transformación de grandes extensiones de tierras de labor en pasturas. Esto por sí solo demuestra cómo la aparición de este vagabundaje coincide exactamente con la disolución del feudalismo. En el siglo XIII nos encontramos ya con determinados períodos de este tipo, aunque el vagabundaje sólo se generaliza y convierte en un fenómeno permanente a fines del XV y comienzos del XVI. Tan numerosos eran estos vagabundos, que Enrique VIII de Inglaterra, para no citar más que a este monarca, mandó decapitar a 72.000. Hubo que vencer enormes dificultades y una larguísima resistencia hasta lograr que estas grandes masas de gentes dedicadas a la vagancia se decidieran a trabajar. El rápido florecimiento de las manufacturas, sobre todo en Inglaterra, fue absorbiéndolas, poro a poco.
La manufactura lanzó a las diversas naciones al terreno de la competencia, a la lucha comercial, ventilada en forma de guerras, aranceles protectores y prohibiciones, al paso que antes las naciones, cuando se hallaban en contacto, mantenían entre sí un inofensivo intercambio comercial. A partir de ahora, el comercio adquiere una significación política. La manufactura trajo consigo, al mismo tiempo, una actitud di-tinta del trabajador ante el patrono. En los gremios persistía la vieja relación patriarcal entre oficiales y maestros; en la manufactura esta relación fue suplantada por la relación monetaria entre el trabajador y el capitalista: en el campo y en las pequeñas ciudades, esta relación seguía teniendo un color patriarcal, pero en las grandes ciudades, en las ciudades manufactureras por excelencia, perdió en seguida, casi en absoluto, ese matiz. La manufactura, y en general el movimiento de la producción, experimentaron un auge enorme gracias a la expansión del comercio como consecuencia del descubrimiento de América y de la ruta marítima hacia las Indias orientales. Los nuevos productos importados de estas tierras, y principalmente las masas de oro y plata lanzadas a la circulación, hicieron cambiar totalmente la posición de unas clases con respecto a otras y asestaron un rudo golpe a la propiedad feudal de la tierra y a los trabajadores, al paso que las expediciones de aventureros, la colonización y, sobre todo, la expansión de los mercados hacia el mercado mundial, que ahora se había vuelto posible y se iba realizando día tras día, hacia surgir una nueva fase del desarrollo histórico, en la que en general no hemos de detenernos aquí. La colonización de los países recién descubiertos sirvió de nuevo incentivo a la lucha comercial entre las naciones y le dio, por tanto, mayor extensión y mayor encono. La expansión del comercio y de la manufactura sirvió para acelerar la acumulación del capital móvil, mientras en
los gremios, en los que nada estimulaba la ampliación de la producción, el capital natural permanecía estable o incluso decrecía. El comercio y la manufactura crearon la gran burguesía, al paso que en los gremios se concentraba la pequeña burguesía, que ahora ya no seguía dominando, como antes, en las ciudades, sino que tenía que inclinarse bajo la dominación de los grandes comerciantes y manufactureros. De aquí la decadencia de los gremios tan pronto entraban en contacto con la manufactura. Durante la época de que hemos hablado, las relaciones comerciales entre las naciones revestían dos formas distintas. Al principio, la escasa cantidad de oro y plata circulantes condicionaba la prohibición de exportar estos metales, y la industria, generalmente importada del extranjero e impuesta por la necesidad de dar ocupación a la creciente población urbana, no podía desenvolverse sin un régimen de protección, que, naturalmente, no iba dirigido solamente contra la competencia interior, sino también, y fundamentalmente, contra la competencia de fuera. El privilegio local de los gremios hacíase extensivo, en estas prohibiciones primitivas, a toda la nación. Los aranceles aduaneros surgieron de los tributos que los señores feudales imponían a los mercaderes que atravesaban sus territorios como rescate contra el saqueo, que más tarde fueron percibidos también por las ciudades y que, al surgid los Estados modernos, eran e! recurso más al alcance de la mano del fisco para obtener dinero. La aparición en los mercados europeos del oro y la plata de América, el desarrollo gradual de la industria, el rápido auge del comercio y, como consecuencia de ello, el florecimiento de la burguesía no gremial y del dinero, dieron a todas estas medidas una significación distinta. El Estado, que cada día podía prescindir menos del dinero, obtuvo ahora, por razones de orden fiscal, la
prohibición de exportar oro y plata; los burgueses, que veían su gran objetivo de acaparación en estas masas de dinero lanzadas ahora nuevamente sobre el mercado, sentíanse plenamente satisfechos con ello; los anteriores privilegios, vendidos por dinero, convirtiéronse en fuente de ingresos para el gobierno; surgieron en la legislación aduanera los aranceles de exportación, que, interponiendo un obstáculo en el camino de la industria, perseguían fines puramente fiscales. El segundo período comenzó a mediados del siglo XVII y duró casi basta finales del XVIII. El comercio y la navegación habíanse desarrollado más rápidamente que la manufactura, la cual desempeñaba un papel secundario; las colonias comenzaron a convertirse en importantes consumidores y las diferentes naciones sueltas fueron tomando posiciones, mediante largas luchas, en el mercado mundial que se abría. Este período comienza con las leyes de navegación y los monopolios coloniales.9 La competencia entre unas y otras naciones era eliminada, dentro de lo posible, por medio de aranceles, prohibiciones, tratados y otras medidas; en última apelación, la lucha de competencia se libraba y decidía por medio de la guerra (principalmente, de la guerra marítima). La nación más poderosa en el mar, Inglaterra, mantenía su supremacía en el comercio y en la manufactura. Vemos ya aquí la concentración limitada a un solo país. La manufactura había disfrutado de una constante protección, por medio de aranceles protectores en el mercado interior, mediante monopolios en el mercado colonial y, en el mercado exterior, llevando hasta el máximo las tarifas aduaneras diferenciales. Se favorecía la elaboración de las materias primas producidas en el propio país (lana y lino en Inglaterra, seda en Francia), prohibiéndose su exportación (la de la lana, en Inglaterra), a la par que se descuidaba o se perseguía la elaboración de la materia prima
importada (así, en Inglaterra, del algodón). Como es natural, la nación predominante en el comercio marítimo y como potencia colonial procuró asegurarse también la mayor extensión cuantitativa y cualitativa de la manufactura. Esta no podía en modo alguno prescindir de un régimen de protección,.ya que fácilmente puede perder su mercado y verse arruinada por los más pequeños cambios producidos en los otros países; es fácil introducirla en un país de condiciones hasta cierto punto favorables, pero esto mismo hace que sea también fácil destruirla. Pero, al mismo tiempo, por el modo como funciona en el país, principalmente en el siglo XVIII, la manufactura se entrelaza de tal modo con las relaciones de vida de una gran masa de individuos, que ningún país puede aventurarse a poner en juego su existencia abriendo el paso a la libre competencia. Depende, enteramente, por tanto, en cuanto se la lleva hasta la exportación, de la expansión o la restricción del comercio y ejerce (sobre él) una repercusión relativamente muy pequeña. De aquí su (importancia) secundaría y de aquí también la influencia de los (comerciantes) en el siglo XVIII. Eran los comerciantes, sobre todo los armadores de buques, los que por encima de los demás acuciaban para conseguir protección del Estado y monopolios; aunque también los manufactureros, es cierto, demandaban v conseguían medidas proteccionistas, marchaban constantemente, en cuanto a importancia política, a la zaga de los comerciantes. Las ciudades comerciales, y principalmente las ciudades marítimas, convirtiéronse en cierto modo en centros civilizados y de la gran burguesía, al paso que en las ciudades fabriles seguía existiendo la pequeña burguesía. Cfr. Aikin. etc. El siglo XVIII fue el siglo del comercio. Así lo dice expresamente Pinto: “I.e commerce fait la marotte du siècle” y "Depuis quelque temps il n'est plus question que de commerce, de navigation et de marine."
Este período M caracteriza también por la cesación de las prohibiciones de exportación de oro y plata, por el nacimiento del comercio de dinero, la aparición de los bancos, de la deuda pública, del papel-moneda, de las especulaciones con arciones y valores, del agiotaje en toda clase de artículos y del desarrollo del dinero en general. El capital vuelve a perder ahora gran parte del carácter natural todavía inherente a él. La concentración del comercio y de la manufactura en un país, Inglaterra, mantenida y desarrollada incesantemente a lo largo del siglo xvii. fue creando para este país, paulatinamente, un relativo mercado mundial y, con ello, una demanda para los productos manufactureros de este mismo país, que las anteriores fuerzas productivas de la industria no alcanzaban ya a satisfacer. Y esta demanda, que rebasaba la capacidad de las fuerzas de producción, fue la fuerza propulsora que dio nacimiento al tercer período de la propiedad privada desde la Edad Media, creando la gran industria y, con ella, la aplicación de las fuerzas naturales a la producción industrial, la maquinaría y la más extensa división del trabajo. Las restantes condiciones de esta nueva fase la libertad de competencia dentro de la nación, el desarrollo de la mecánica teórica (la mecánica, llevada a su apogeo por Newton, había sido la ciencia más popular de Francia e Inglaterra, en el siglo XVIII), etc. existían ya en Inglaterra. (La libre concurrencia en el seno de la misma nación hubo de ser conquistada en todas partes por una revolución: en 1640 y 1688 en Inglaterra, en 1789 en Francia.) La competencia obligó en seguida a todo país deseoso de conservar su papel histórico a proteger sus manufacturas por medio de nuevas medidas arancelarías (ya que los viejo aranceles resultaban insuficientes,, a la vista de la gran industria), y poco después a introducir la gran industria al amparo de aranceles proteccionistas. Pese a estos recursos
protectores, la gran industria universalizó la competencia (la gran industria es la libertad práctica de comercio, y los aranceles proteccionistas no pasan de ser, en ella, un paliativo, un dique defensivo dentro de la libertad comercial), creó los medios de comunicaciones y el moderno mercado mundial, sometió a su férula el comercio, convirtió todo el capital en capital industrial y engendró, con ello, la rápida circulación (el desarrollo del sistema monetario) y la centralización de los capitales. Por medio de la competencia universal, obligó a todos los individuos a poner en tensión sus energías hasta el máximo. Destruyó donde le fue posible la ideología, la religión, la moral, etc., y, donde no pudo hacerlo, la convirtió en una mentira palpable. Creó por vez primera la historia universal, haciendo que toda nación civilizada y todo individuo, dentro de ella, dependiera del mundo entero para la satisfacción de sus necesidades y acabando con el exclusivismo natural y primitivo de naciones aisladas, que hasta ahora existía. Colocó la ciencia de la naturaleza bajo la férula del capital y arrancó a la división del trabajo la última apariencia de un régimen natural. Acabó, en términos generales, con todo lo natural, en la medida en que es posible hacerlo dentro del trabajo, y redujo todas las relaciones naturales a relaciones basadas en el dinero. Creó, en vez de las ciudades naturales, las grandes ciudades industriales modernas, que surgen de la noche a la mañana. Destruye, donde quiera que penetra, el artesanado y todas las fases anteriores de la industria. Da cima al triunfo [de la] ciudad comercial sobre el campo. [Su primera premisa] es el sistema automático. [Su desarrollo engendró una masa de fuerzas productivas] que encontraban en la propiedad privada una traba entorpecedora, como los gremios lo habían sido para la manufactura y la pequeña explotación agrícola para los avances del artesanado. Estas fuerzas productivas, bajo el régimen de la propiedad privada, sólo experimentan un
desarrollo unilateral, se convierten para la mayoría en fuerzas destructivas y gran cantidad de ellas ni siquiera pueden llegar a aplicarse, con la propiedad privada. La gran industria crea por doquier, en general, las mismas relaciones entre las clases de la sociedad, destruyendo con ello el carácter propio y peculiar de las distintas nacionalidades. Finalmente, mientras que la burguesía de cada nación sigue manteniendo sus intereses nacionales aparte, la gran industria ha creado una clase que en todas las naciones se mueve por el mismo interés y en la que ha quedado ya destruida toda nacionalidad; una clase que se ha desentendido realmente de todo el viejo mundo y que, al mismo tiempo, se enfrenta a él. Esta clase hace insoportable al obrero no sólo la relación con el capitalista, sino incluso la relación con el mismo trabajo. Huelga decir que la gran industria no alcanza el mismo nivel de desarrollo en todas y cada una de las localidades de un país. Sin embargo, esto no detiene el movimiento de clase del proletariado, ya que los proletarios engendrados por la gran industria se ponen a la cabeza de este movimiento y arrastran consigo a toda la masa, y puesto que los obreros eliminados por la gran industria se ven empujados por ésta a una situación de vida aún peor que la de los obreros de la gran industria misma. Y, del mismo modo, los países en que se ha desarrollado una gran industria influyen sobre los países más o menos no industriales, en la medida en que éstos se ven impulsados por el intercambio mundial a la lucha universal por la competencia. Estas diferentes formas son otras tantas formas de la organización del trabajo y, por tanto, de la propiedad. En todo período se ha dado una agrupación de las fuerzas productivas existentes, siempre y cuando que así lo exigieran e impusieran las necesidades.
Relación entre el Estado y el derecho y la propiedad. La primera forma de la propiedad es, tanto en el mundo antiguo como en la Edad Media, la propiedad tribal, condicionada entre los romanos, principalmente, por la guerra y entre los germanos por la ganadería. Entre los pueblos antiguos, teniendo en cuenta que en una misma ciudad convivían diversas tribus, la propiedad tribal aparece como propiedad del Estado y el derecho del individuo a disfrutarla como simple possessio, la cual, sin embargo, se limita, como la propiedad tribal en todos los casos, a la propiedad sobre la tierra. La verdadera propiedad privada, entre los antiguos, al igual que en los pueblos modernos, comienza con la propiedad mobiliaria. (La esclavitud y la comunidad) (el dominum ex jure quiritium). En los pueblos surgidos de la Edad Media, la propiedad tribal se desarrolla pasando por varias etapas propiedad feudal de la tierra, propiedad mobiliaria corporativa, capital manufacturero hasta llegar al capital moderno, condicionado por la gran industria y la competencia universal, a la propiedad privada pura, que se ha despojado ya de toda apariencia de comunidad y ha eliminado toda influencia del Estado sobre el desarrollo de la propiedad. A esta propiedad privada moderna corresponde el Estado moderno, paulatinamente comprado, en rigor, por los propietarios privados, entregado completamente a éstos por el sistema de la deuda pública y cuya existencia, como revela el alza y la baja de los valores del Estado en la Bolsa, depende enteramente del crédito comercial que le concedan los propietarios privados, los burgueses. La burguesía, por ser ya una clase, y no un simple estamento, se
halla obligada a organizarse en un plano nacional y no ya solamente en un plano local y a dar a su interés medio una forma general. Mediante la emancipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad, el Estado cobra una existencia especial junto a la sociedad civil y al margen de ella; pero no es tampoco más que la forma de organización a que necesariamente se someten los burgueses, tanto en lo interior como en lo exterior, para la mutua garantía de su propiedad y de sus intereses. La independencia del Estado sólo se da, hoy día, en aquellos países en que los estamentos aún no se han desarrollado totalmente hasta convertirse en clases, donde aún desempeñan cierto papel los estamentos, eliminados ya en los países más avanzados, donde existe cierta mezcla y donde, por tanto, ninguna parte de la población puede llegar a dominar sobre las demás. Es esto, en efecto, lo que ocurre en Alemania. El ejemplo más acabado del Estado moderno lo tenemos en Norteamérica. Los modernos escritores franceses, ingleses y norteamericanos se manifiestan todos en el sentido de que el Estado sólo existe en función de la propiedad privada, lo que, a fuerza de repetirse, se ha incorporado ya a la conciencia habitual. Como el Estado es la forma bajo la que los individuos de una clase dominante hacen valer sus intereses comunes y en la que se condensa toda la sociedad civil de una época, se sigue de aquí que todas las instituciones comunes tienen como mediador al Estado y adquieren a través de él una forma política. De ahí la ilusión de que la ley se basa en la voluntad y, además, en la voluntad desgajada de su base real, en la voluntad libre. Y, del mismo modo, se reduce el derecho, a su vez, a la ley. El derecho privado se desarrolla, conjuntamente con la propiedad privada, como resultado de la desintegración de la comunidad natural. Entre los romanos, el desarrollo de la propiedad privada y el
derecho privado no acarreó más concurrencias industriales y comerciales porque el modo de producción de Roma siguió siendo enteramente el mismo que antes. En los pueblos modernos, donde la comunidad feudal fue disuelta por la industria y el comercio, el nacimiento de la propiedad privada y el derecho privado abrió una nueva fase, susceptible de un desarrollo ulterior. La primera ciudad que en la Edad Media mantenía un comercio extenso por mar, Amalfi, fue también la primera en que se desarrolló un derecho marítimo. Y tan pronto como, primero en Italia y más tarde en otros países, la industria y el comercio se encargaron dé seguir desarrollando la propiedad privada, se acogió de nuevo el derecho romano desarrollado y se lo elevó a autoridad. Y cuando, más tarde, la burguesía era ya lo suficientemente fuerte para que los príncipes tomaran bajo su protección sus intereses, con la mira de derrocar a la nobleza feudal por medio de la burguesía, comenzó en todos los países como en Francia, durante el siglo XVI el verdadero desarrollo del derecho, que en todos ellos, exceptuando a Inglaterra, tomó como base el derecho romano. Pero también en Inglaterra se utilizaron, para el desarrollo ulterior del derecho privado, algunos principios jurídicos romanos (principalmente, en lo tocante a la propiedad mobiliaria). (No se olvide que el derecho carece de historia propia, como carece también de ella la religión.) El derecho privado proclama las relaciones de propiedad existentes como el resultado de la voluntad general. El mismo jus utendi et abutendi expresa, de una parte, el hecho de que la propiedad privada ya no guarda la menor relación con la comunidad y, de otra parte, la ilusión de que la misma propiedad privada descansa sobre la mera voluntad privada, como el derecho a disponer arbitrariamente do la cosa. En la práctica, el abuti tropieza con limitaciones económicas muy determinadas y concretas .para el
propietario privado, si no quiere que su propiedad, y con ella su jus abutendi, pasen a otras manos, puesto que la cosa no es tal cosa simplemente en relación con su voluntad, sino que solamente se convierte en verdadera propiedad en el comercio e independientemente del derecho a una cosa i solamente allí se convierte en una relación, en lo que los filósofos llaman una idea). Esta ilusión jurídica, que reduce el derecho a la mera voluntad, conduce, necesariamente, en el desarrollo ulterior de las relaciones de propiedad, al resultado de que una persona puede ostentar un título jurídico a una cosa sin llegar a tener realmente ésta. Así, por ejemplo, si la competencia suprime la renta de una finca, el propietario conservará, sin duda alguna, el título jurídico de propiedad, y con él el correspondiente jus utendi et abuntendi. Pero nada podrá hacer con él ni poseerá nada en cuanto propietario de la tierra, a menos que disponga del capital suficiente para poder cultivar su finca. Y por la misma ilusión de los juristas se explica el que para ellos y para todos los códigos en general sea algo fortuito el que los individuos entablen relaciones entre sí, celebrando, por ejemplo, contratos, considerando estas relaciones como nexos que se (pueden) o no contraer, según se quiera, y cuyo contenido descansa íntegramente sobre el capricho individual de los contratantes. Tan pronto como el desarrollo de la industria y del comercio hace surgir nuevas formas de intercambio, por ejemplo, las compañías de seguros, etcétera, el derecho se ve obligado, en cada caso, a dar entrada a estas formas entre los modos de adquirir la propiedad. Nada más usual que la idea de que en la historia, hasta ahora, todo ha consistido en la acción de tomar. Los bárbaros tomaron el Imperio romano, y con esta toma se explica el paso del mundo antiguo al feudalismo. Pero, en la toma por los bárbaros, se trata de saber si la nación tomada por ellos había llegado a desarrollar fuerzas productivas industriales
como ocurre en los pueblos modernos, o si sus fuerzas productivas descansaban, en lo fundamental, simplemente sobre su unión y sobre la comunidad. E1 acto de tomar se halla, además, condicionado por el objeto que se toma. La fortuna de un banquero, consistente en papeles, no puede en modo alguno ser tomada sin que quien la toma se someta a las condiciones de producción y de intercambio del país tomado. Y lo mismo ocurre con todo el capital industrial de un país industrial moderno. Finalmente, la acción de tomar se termina siempre muy pronto, y cuando ya no hay nada que tomar, necesariamente hay que empezar a producir. Y de esta necesidad de producir, muy pronto declarada, se sigue el que la forma de la comunidad adoptada por los conquistadores instalados en el país tiene necesariamente que corresponder a la fase de desarrollo de las fuerzas productivas con que allí se encuentran o. cuando no es ése el caso, modificarse a tono con las fuerzas productivas. Y esto explica también el hecho que se creyó observar por todas partes en la época posterior a la transmigración de los pueblos, a saber: que los vasallos se convirtieron en señores y los conquistadores adoptaron muy pronto la lengua, la cultura y las costumbres de los conquistados. El feudalismo no salió ni mucho menos, ya listo y organizado, de Alemania, sino que tuvo su origen, por parte de los conquistadores, en la organización guerrera que los ejércitos fueron adquiriendo durante la propia conquista y se desarrolló hasta convertirse en el verdadero feudalismo después de ella, gracias a la acción de las fuerzas productivas encontradas en los países conquistados. Hasta qué punto se hallaba condicionada esta forma por las fuerzas productivas lo revelan los intentos frustrados que se hicieron para imponer otras formas nacidas de viejas reminiscencias romanas (Carlomagno, etc.)
Instrumentos de producción y formas de propiedad naturales y civilizados ... encontrado. De lo primero se desprende la premisa de una división del trabajo desarrollada y de un comercio extenso; de lo segundo, la localidad. En el primer caso, es necesario reunir a los individuos; en el segundo, se los encuentra ya, como instrumentos de producción, junto al instrumento de producción mismo. Se manifiesta aquí, por tanto, la diferencia entre los instrumentos de producción naturales y los creados por la civilización. La tierra (lo mismo que el agua, etc.) puede considerarse como instrumento de producción natural. En el primer caso, cuando se trata de un instrumento de producción natural, los individuos son absorbidos por la naturaleza; en el segundo caso, por un producto del trabajo. Por eso, en el primer caso, la propiedad (propiedad territorial) aparece también como un poder directo y natural, y en el segundo caso como poder del trabajo, especialmente del trabajo acumulado, del capital. El primer caso presupone que los individuos aparezcan agrupados por cualquier vínculo, ya sea el de la familia, el de la tribu, el de la tierra, etc.; en el segundo caso, en cambio, se los supone independientes los unos de los otros y relacionados solamente por medio del intercambio. En el primer caso el intercambio es, fundamentalmente, un intercambio entre los hombres y la naturaleza, en el que se trueca el trabajo de unos por los productos de otros; en el segundo caso, tiene que haberse ya llevado prácticamente a cabo la división entre el trabajo físico y el intelectual. En el primer caso, el poder del propietario sobre quienes no lo son puede descansar en
relaciones personales, en una especie de comunidad; en el segundo caso, tiene necesariamente que haber cobrado forma material en un tercer objeto, en el dinero. En el primer caso, existe la pequeña industria, pero absorbida por el empleo del instrumento de producción natural y, por tanto, sin distinción del trabajo entre diferentes individuos; en el segundo caso, la industria sólo consiste en la división del trabajo y sólo se realiza por medio de ésta. Hemos partido, hasta ahora, de los instrumentos de producción y ya aquí se nos ha revelado la necesidad de la propiedad privada para ciertas fases industriales. En la industrie extractive la propiedad privada coincide todavía con el trabajo; en la pequeña industria y en toda la agricultura anterior, la propiedad es consecuencia necesaria de los instrumentos de producción existentes; en la gran industria, la contradicción entre el instrumento de producción y la propiedad privada es, antes que nada, un producto de la industria, y hace falta que, para poder engendrarlo, la gran industria se halle ya bastante desarrollada. Con ella surge también, por tanto, la posibilidad de la abolición de la propiedad privada. La gran industria y la competencia funden y unifican todas las condiciones de existencia, condicionalidades y unilateralidades de los individuos bajo las dos formas más simples: la propiedad privada y el trabajo. Con el dinero, se establece como algo fortuito para los individuos toda forma de intercambio y el intercambio mismo. Ya en el dinero va implícito, por tanto, el que todo intercambio anterior sólo era intercambio de los individuos en determinadas condiciones, y no de los individuos en cuanto tales individuos. Y estas condiciones se reducen a dos: trabajo acumulado, es decir, propiedad privada, o trabajo real. Al desaparecer estas dos condiciones o una sola de ellas, el intercambio se paraliza. Los propios economistas modernos, como por ejemplo
Sismondi, Cherbuliez, etcétera, contraponen la association des individus a la association des capitaux. De otra parte, los individuos mismos quedan completamente absorbidos por la división del trabajo y reducidos, con ello, a la más completa dependencia de los unos con respecto a los otros. La propiedad privada, en la medida en que se enfrenta al trabajo, dentro de éste, se desarrolla partiendo de la necesidad de la acumulación y, aunque en sus comienzos presente cada vez más marcada la forma de la comunidad, va acercándose más y más, en su desarrollo ulterior, a la moderna forma de la propiedad privada. La división del trabajo sienta ya de antemano las premisas para la división de las condiciones de trabajo, las herramientas y los materiales y, con ello, para la diseminación del capital acumulado entre diferentes propietarios y, por consiguiente, también para su diseminación, entre el capital y el trabajo y para las diferentes formas de la misma propiedad. Cuanto más se desarrolle la división del trabajo y crezca la acumulación, más se agudizará también esa diseminación. El trabajo mismo sólo podrá existir bajo el supuesto de ella. Nos encontramos, pues, aquí ante di>s hechos. En primer lugar, vemos que las fuerzas productivas aparecen como fuerzas totalmente independientes y separadas de los individuos, como un mundo propio al lado de éstos, lo que tiene su razón de ser en el hecho de que los individuos, cuyas fuerzas son aquéllas, existen diseminados v en contraposición los unos con los otros, al paso que estas fuerzas sólo son fuerzas reales y verdaderas en el intercambio y la cohesión entre estos individuos. Por tanto, de una parte, una totalidad de fuerzas productivas que adoptan, en cierto modo, una forma material y que para los mismos individuos no son ya sus propias fuerzas, sino las de la propiedad privada y. por tanto, sólo son las de los individuos en cuanto propietarios
privados. En ningún otro período anterior habían llegado las fuerzas productivas a revestir esta forma indiferente para el intercambio de los individuos como tales individuos, porque su intercambio era todavía limitado. De otra parte, a estas fuerzas productivas se enfrenta la mayoría de los individuos, de los que estas fuerzas se han desgarrado y que, por tanto, despojados de todo con-tenido real de vida, se han convertido en individuos abstractos y, por ello mismo, se ven puestos en condiciones de relacionarse los unos con los otros como individuos. La única relación que aún mantienen los individuos con las fuerzas productivas y con su propia existencia, el trabajo, ha perdido en ellos toda apariencia de actividad propia y sólo conserva su vida empequeñeciéndola. Mientras que en los períodos anteriores la propia actividad y la creación de la vida material aparecían separadas por el hecho de atribuirse a personas distintas, y la creación de la vida material, por la limitación de los individuos mismos, se consideraba como una modalidad subordinada de la propia actividad, ahora estos dos aspectos se desdoblan de tal modo, que la vida material pasa a ser considerada como el fin, y la creación de esta vida material, el trabajo (ahora, la única forma posible, pero forma negativa, como veremos, de la propia actividad), se revela como medio. Las cosas, por tanto, han ido tan lejos, que los individuos necesitan apropiarse la totalidad de las fuerzas productivas existentes, no sólo para poder ejercer su propia actividad, sino, en general, para asegurar su propia existencia. Esta apropiación se halla condicionada, ante todo, por el objeto que se trata de apropiarse, es decir, por las fuerzas productivas, desarrolladas ahora hasta convertirse en una totalidad y que sólo existen dentro de un intercambio universal. Por tanto, esta apropiación deberá necesariamente tener, ya desde este punto de
vista, un carácter universal en consonancia con las fuerzas productivas y con el intercambio. La apropiación de estas fuerzas no es, de suyo, otra cosa que el desarrollo de las capacidades individuales correspondientes a los instrumentos materiales de producción. La apropiación de una totalidad de instrumentos de producción es ya de por sí, consiguientemente, el desarrollo de una totalidad de capacidades en los individuos mismos. Esta apropiación se halla, además, condicionada por los individuos apropiantes. Sólo los proletarios de la época actual, totalmente excluidos del ejercicio de su propia actividad, se hallan en condiciones de hacer valer su propia actividad, íntegra y no limitada, consistente en la apropiación de una totalidad de fuerzas productivas y en el consiguiente desarrollo de una totalidad de capacidades. Todas las anteriores apropiaciones revolucionarías habían tenido un carácter limitado; individuos cuya propia actividad se veía restringida por un instrumento de producción y un intercambio limitados, se apropiaban este instrumento limitado de producción y, con ello, no hacían, por tanto, más que limitarle nuevamente. Su instrumento de producción pasaba a ser propiedad suya, pero ellos mismos se veían absorbidos por la división del trabajo y por su propio instrumento de producción; en cambio, en la apropiación por los proletarios es una masa de instrumentos de producción la que tiene necesariamente que verse absorbida por cada individuo, y la propiedad sobre ellos, por todos. El -moderno intercambio universal sólo puede verse absorbido entre los individuos siempre y cuando que se vea absorbido por todos. La apropiación se halla, además, condicionada por el modo como tiene que llevarse a cabo. En efecto, sólo puede llevarse a cabo mediante una asociación, que, dado el carácter del proletariado mismo, no puede ser tampoco más que una asociación universal, y
por obra de una revolución en la que, de una parte, se derroque el poder del modo de producción y de intercambio anterior y la organización social correspondiente y en la que, de otra parte, se desarrollan el carácter universal y la energía de que el proletariado necesita para llevar a cabo la apropiación, a la par que el mismo proletariado, por su parte, se despoja de cuanto pueda quedar en él de la posición que ocupaba en la anterior sociedad. Solamente al llegar a esta fase coincide la propia actividad con la vida material, lo que corresponde al desarrollo de los individuos como individuos totales y a la superación de cuanto hay en ellos de natural; y a ello corresponde la transformación del trabajo en propia actividad y la del intercambio anterior condicionado en intercambio entre los individuos en cuanto tales. Con la apropiación de la totalidad de las fuerzas productivas por los individuos asociados termina la propiedad privada. Mientras que en la historia anterior se manifestaba siempre como fortuita una especial condición, ahora pasa a ser fortuita la asociación de los individuos mismos, la adquisición privada particular de cada uno. Los filósofos se han representado como un ideal, al que llaman "el hombre", a los individuos que no se ven ya absorbidos por la división del trabajo, concibiendo todo este proceso que nosotros acabamos de exponer como el proceso de desarrollo "del hombre", para lo que bajo los individuos que hasta ahora hemos visto actuar en cada fase histórica se desliza el concepto "del hombre", presentándolo como la fuerza propulsora de la historia. De este modo, se concibe todo este proceso como el proceso de autoenajenación "del hombre", y la razón principal de ello está en que constantemente se atribuye por debajo de cuerda el individuo medio de la fase posterior a la anterior y la conciencia posterior a los individuos anteriores. Y esta inversión, que de antemano hace caso omiso de las condiciones reales, es lo que permite
convertir toda la historia en un proceso de desarrollo de la conciencia. Resumiendo, obtenemos de la concepción de la historia que dejamos expuesta los siguientes resultados: 1° En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser fuente de males, que no son ya tales fuerzas de producción, sino más bien fuerzas de destrucción (maquinaria y dinero); y, lo que se halla íntimamente relacionado con ello, surge una clase condenada a soportar todos los inconvenientes de la sociedad sin gozar de sus ventajas, que se ve expulsada de la sociedad y obligada a colocarse en la más resuelta contraposición a todas las demás clases; una clase que forma la mayoría de todos los miembros de la sociedad y de la que nace la conciencia de que es necesaria una revolución radical, la conciencia comunista, conciencia que, naturalmente, puede llegar a formarse también entre las otras clases, al contemplar la posición en que se halla colocada ésta; 2º, que las condiciones en que pueden emplearse determinadas fuerzas de producción son las condiciones de la dominación de una determinada clase de la sociedad, cuyo poder social, emanado de su riqueza, encuentra su expresión idealistapráctica en la forma de Estado imperante en cada caso, razón por la cual toda lucha revolucionaría va necesariamente dirigida contra una clase, la que hasta ahora domina; 3º, que todas las anteriores revoluciones dejaron intacto el modo de actividad y sólo trataban de lograr otra distribución de esta actividad, una nueva distribución del trabajo entre otras personas, al paso que la revolución comunista va dirigida contra el modo anterior de actividad, elimina el trabajo y suprime la dominación de las clases al acabar con las clases mismas, ya que esta revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no
reconoce como clase y que expresa ya de por sí la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc., dentro de la actual sociedad, y 4º, que, tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución, y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases.
El comunismo. Producción de la forma misma de cambio. E1 comunismo se distingue de todos los movimientos anteriores en que echa por tierra la base de todas las relaciones de producción y de intercambio que hasta ahora han existido y por primera vez aborda de un modo consciente todas las premisas naturales como creación de los hombres anteriores, despojándolas de su carácter natural y sometiéndolas al poder de los individuos asociados. Su institución es, por tanto, esencialmente económica, la elaboración material de las condiciones de esta asociación; hace de las condiciones existentes condiciones para la asociación. Lo existente, lo que crea el comunismo, es precisamente la base real para hacer imposible cuanto existe independientemente de los individuos, en cuanto este algo existente no es, sin embargo, otra cosa que un producto del intercambio anterior de los
individuos mismos. Los comunistas tratan, por tanto, prácticamente, las condiciones creadas por la producción y el intercambio anteriores como condiciones inorgánicas, sin llegar siquiera a imaginarse que las generaciones anteriores se propusieran o pensaran suministrarles materiales y sin creer que estas condiciones fuesen, para los individuos que las creaban, inorgánicas. La diferencia entre el individuo persona] y el individuo contingente no es una diferencia de concepto, sino un hecho histórico. Y esta diferencia adopta diverso sentido según las diversas épocas, como ocurre, por ejemplo, con el estamento, algo casual para el individuo en el siglo XVIII, y también, plus ou moins, la familia. No es una diferencia que nosotros tengamos que establecer para todos los tiempos, sino que cada tiempo de por sí la establece entre los diferentes elementos con que se encuentra, y no ciertamente en cuanto al concepto, sino obligado por las colisiones materiales de la vida. Lo que a la época posterior le parece casual en contraposición a la anterior y también, por tanto, entre los elementos que de la anterior han pasado a ella, es una forma de intercambio que correspondía a un (determinado desarrollo de las fuerzas productivas. La relación entre las fuerzas de producción y la forma de intercambio es la que media entre ésta y la actividad o el modo de manifestarse de los individuos. (La forma fundamental de este modo de manifestarse es, naturalmente, la forma material. de la que dependen todas las demás, la espiritual, la política, la religiosa, etcétera). La diversa conformación de la vida material depende en cada caso, naturalmente, de las necesidades ya desarrolladas, y tanto la creación como la satisfacción de estas necesidades es de suyo un proceso histórico, que no encontraremos en ninguna oveja ni en ningún perro (recalcitrante argumento fundamental de Stirner adversus hominem a pesar de que las ovejas y los perros, bajo su forma actual, son también, ciertamente, aunque malgré eux, productos de un proceso
histórico). Las condiciones bajo las cuales mantienen intercambio entre sí los individuos, antes de que se interponga la contradicción, son condiciones inherentes a su individualidad y no algo externo a ellos, condiciones en las cuales estos determinados individuos existentes bajo determinadas relaciones pueden únicamente producir su vida material y lo relacionado con ella; son, por tanto, las condiciones de su propio modo de manifestarse, y este mismo modo de manifestarse las produce. La determinada condición bajo la que producen corresponde, pues, mientras no se interpone la contradicción, a su condicionalidad real, a su existencia unilateral, unilateralidad que sólo se revela al interponerse la contradicción y que, por consiguiente, sólo existe para los que vienen después. Luego, esta condición aparece como una traba casual, y entonces se desliza también para la época anterior la conciencia de que es una traba. Estas diferentes condiciones, que primeramente aparecen como condiciones del propio modo de manifestarse y más tarde como trabas de él, forman a lo largo de todo el desarrollo histórico una serie coherente de formas de intercambio, cuya cohesión consiste en que la forma anterior de intercambio, convertida en una traba, es sustituida por otra nueva, más a tono con las fuerzas productivas desarrolladas y. por tanto, con el modo progresivo de la propia manifestación de los individuos, que à son tour se convierte de nuevo en una traba y es sustituida, a su vez, por otra. Y, como estas condiciones corresponden en cada fase al desarrollo simultáneo de las fuerzas productivas, tenemos que su historia es, al propio tiempo, la historia de las fuerzas productivas en desarrollo y heredadas por cada nueva generación y, por tanto, la historia del desarrollo de las fuerzas de los mismos individuos. Y, como este desarrollo se opera de un modo natural, es decir, no se halla subordinado a un
plan de conjunto de individuos libremente asociados, parte de diferentes localidades, tribus, naciones, ramas de trabajo, etcétera, cada una de las cuales se desarrolla con independencia de las otras y sólo paulatinamente entra en relación con ellas. Este proceso se desarrolla, además, muy lentamente; las diferentes fases y los diversos intereses no se superan nunca del todo, fino que sólo se subordinan al interés victorioso y van arrastrándose siglo tras siglo al lado de éste. De donde se sigue que, incluso dentro de una nación, los individuos, aun independientemente de sus condiciones patrimoniales, siguen líneas de desarrollo completamente distintas y que un interés anterior, cuya forma peculiar de intercambio se ve ya desplazada por otra correspondiente a un interés posterior, puede mantenerse durante largo tiempo en posesión de un poder tradicional en la aparente comunidad sustantivada frente a los individuos (en el Estado y en el derecho), poder al que en última instancia sólo podrá poner fin una revolución. Y así se explica también por qué, con respecto a ciertos puntos concretos susceptibles de una síntesis más general, la conciencia puede, a veces, parecer que se halla más avanzada que las relaciones empíricas contemporáneas, razón por la cual vemos cómo, muchas veces, a la vista de las luchas do una época posterior, se invocan como autoridades las doctrinas de teóricos anteriores. En cambio, en países como Norteamérica, que comienzan desde el principio en una época histórica ya muy avanzada, el proceso de desarrollo marcha muy rápidamente. Estos países no tienen más premisas naturales que los individuos que allí se instalan como colonos, movidos a ello por las formas de intercambio de los viejos países, que no corresponden ya a sus necesidades. Comienzan, pues, con los individuos más progresivos de los viejos países y, por tanto, con la forma de intercambio más
desarrollada, correspondiente a esos individuos, antes ya de que esta forma de intercambio haya podido imponerse en los países viejos. Tal es lo que ocurre con todas las colonias, cuando no se trata de simples estaciones militares o factorías comerciales. Ejemplos de ello los tenemos en Cartago. las colonias griegas y la Islandia de los siglos XI y XII. Y una situación parecida se da también en caso de conquista, cuando se trasplanta directamente al país conquistado la forma de intercambio desarrollada sobre otro suelo; mientras que en su país de origen esta forma se hallaba aún impregnada de intereses y relaciones procedentes de épocas anteriores, aquí, en cambio, puede y debe imponerse totalmente y sin el menor obstáculo, entre otras razones para asegurar de un modo estable el poder de los conquistadores. (Inglaterra y Nápoles después de la conquista por los normandos, que llevó a uno y otro sitio la forma más acabada de la organización feudal.) Todas las colisiones de la historia nacen, pues, según nuestra concepción, de la contradicción entre las fuerzas productivas y la forma de intercambio. Por lo demás, no es necesario que esta contradicción, para provocar colisiones en un país, se agudice precisamente en este país mismo. La competencia con países industrialmente más desarrollados, provocada por un mayor intercambio internacional, basta para engendrar también una contradicción semejante en países de industria menos desarrollada (así, por ejemplo, el proletariado latente en Alemania se ha puesto de manifiesto por la competencia de la industria inglesa). Esta contradicción entre las fuerzas productivas y la forma de intercambio, que, como veíamos, se ha manifestado ya repetidas veces en la historia anterior, pero sin llegar a poner en peligro la base de la misma, tenía que traducirse necesariamente, cada vez que eso ocurría, en una revolución,
pero adoptando al mismo tiempo diversas formas accesorias, como totalidad de colisiones, colisiones entre diversas clases, contradicción de la conciencia, lucha de ideas, etc., lucha política, etc. Desde un punto de vista limitado, cabe destacar una de estas formas accesorias y considerarla como la base de estas revoluciones, cosa tanto más fácil cuanto que los mismos individuos que sirven de punto de partida a las revoluciones se hacen ilusiones acerca de su propia actividad, con arreglo a su grado de cultura y a la fase del desarrollo histórico de que se trata. La transformación de los poderes (relaciones) personales en materiales por obra de la división del trabaje no puede revocarse quitándose de la cabeza la idea general acerca de ella, sino haciendo que los individuos sometan de nuevo a su mando estos poderes materiales y supriman la división del trabajo. Y esto no es posible hacerlo sin la comunidad. Solamente dentro de la comunidad (con otros tiene todo) individuo los medios necesarios para desarrollar sus dotes en todos los sentidos; solamente dentro de la comunidad es posible, por tanto, la libertad personal. En los sustitutivos de la comunidad que hasta ahora han existido, en el Estado, etc., la libertad personal sólo existía para los individuos desarrollados dentro de las relaciones de la clase dominante y sólo tratándose de individuos de esta clase. La aparente comunidad en que se han asociado hasta ahora los individuos ha cobrado siempre una existencia propia e independiente frente a ellos y, por tratarse de la asociación de una clase en contra de otra, no sólo era, al mismo tiempo, una comunidad puramente ilusoria para la clase dominada, sino también una nueva traba. Dentro de la comunidad real y verdadera, los individuos adquieren, al mismo tiempo, su libertad al asociarse y por medio de la asociación. De toda la exposición anterior se desprende
que la relación de comunidad en que entran los individuos de una clase, relación condicionada por sus intereses comunes frente a un tercero, era siempre una comunidad a la que pertenecían estos individuos solamente- como individuos medios, solamente en cuanto vivían dentro de las condiciones de existencia de su clase; es decir, una relación que no los unía en cuanto tales individuos, sino en cuanto miembros de una clase. En cambio, con la comunidad de los proletarios revolucionarios, que toman bajo su control sus condiciones de existencia y las de todos los miembros de la sociedad, sucede cabalmente lo contrario: en ella toman parte los individuos en cuanto tales individuos. Esta comunidad no es otra cosa, precisamente, que la asociación de los individuos (partiendo, naturalmente, de la premisa de las fuerzas productivas tal y como ahora se han desarrollado), que entrega a su control las contradicciones del libre desarrollo y movimiento de los individuos, condiciones que hasta ahora se hallaban a merced del azar y habían cobrado existencia propia e independiente frente a los diferentes individuos, precisamente por la separación de éstos como individuos, y que luego, con su necesaria asociación y por medio de la división del trabajo, se habían convertido en un vínculo ajeno a ellos. La anterior asociación era sencillamente una asociación (de ningún modo voluntaria, a la manera de la que se nos pinta, por ejemplo, en el Control social4 sino necesaria) (cfr., por ejemplo, la formación del Estado norteamericano y las repúblicas sudamericanas) acerca de estas condiciones, dentro de las cuales lograban luego los individuos el disfrute de lo contingente. A este derecho a disfrutar libremente, dentro de ciertas condiciones, de lo que ofreciera el azar se le llamaba, basta ahora, libertad personal. Estas condiciones de existencia sólo son, naturalmente, las fuerzas de producción y las formas de intercambio existentes en cada caso.
Si consideramos filosóficamente este desarrollo de los individuos en las condiciones comunes de existencia de los estamentos y las clases que se suceden históricamente y con arreglo a las ¡deas generales que de este modo se les han impuesto, llegamos fácilmente a imaginamos que en estos individuos se ha desarrollado la especie o el hombre, o que ellos han desarrollado al hombre; un modo de imaginarse éste que se da de bofetadas con la historia. Luego, podemos concebir estos diferentes estamentos y clases como especificaciones del concepto general, como variedades de la especie, como fases de desarrollo del nombre. Esta absorción de los individuos por determinadas clases no podrá superarse, en efecto, hasta que se forme una clase que no tenga ya por qué oponer ningún interés especial de clase a la clase dominante. Los individuos han partido siempre de sí mismos, aunque naturalmente, dentro de sus condiciones y relaciones históricas dadas, y no del individuo "puro", en el sentido de los ideólogos. Pero, en el curso del desarrollo histórico, y precisamente por medio de la sustantivación de las relaciones sociales que es inevitable dentro de la división del trabajo, se acusa una diferencia entre la vida de cada individuo, en cuanto se trata de su vida personal, y esa misma vida supeditada a una determinada rama del trabajo y a las correspondientes condiciones. (Lo que no debe entenderse en el sentido de que, por ejemplo, el rentista, el capitalista, etc., dejen de ser personas, sino en el de que su personalidad se halla condicionada y determinada por relaciones de clase muy concretas, y la diferencia sólo se pone de manifiesto en contraposición con otra clase y, con respecto a ésta, solamente cuando se presenta la bancarrota.) En el estamento (y más todavía en la tribu) esto parece aún velado; y así, por ejemplo, un noble sigue siendo un noble y un y villano un villano,
independientemente de sus otras relaciones, por ser aquélla una cualidad inseparable de su personalidad. La diferencia del individuo personal con respecto al individuo de clase, el carácter fortuito de las condiciones de vida para el in(dividuo), sólo se manifiestan con la aparición de la clase, que es, a su vez, un producto de la burguesía. La competencia y la lucha [de unos] individuos con otros es la que engendra y desarrolla este carácter fortuito en cuanto tal. En la imaginación, los individuos, bajo el poder de la burguesía, son, por tanto, más libres que antes, porque sus condiciones de vida son, para ellos, algo puramente fortuito; pero, en la realidad, son, naturalmente, menos libres, ya que se hallan más supeditados a un poder material. La diferencia del estamento se manifiesta, concretamente, en la antítesis de burguesía y proletariado. Al aparecer el estamento de los vecinos de las ciudades, las corporaciones, etc.. frente a la nobleza rural, su condición de existencia, la propiedad mobiliaria y el trabajo artesanal, que había existido ya de un modo latente antes de su separación de la asociación feudal, apareció como algo positivo, que se hacía valer frente a la propiedad inmueble feudal, y esto explica por qué volvió a revestir en su modo, primeramente, la forma feudal. Es cierto que los siervos de la gleba fugitivos consideraban a su servidumbre anterior como algo fortuito en su personalidad. Pero con ello no hacían sino lo mismo que hace toda clase que se libera de una traba, aparte de que ellos, al obrar di-este modo, no se liberaban como clase, sino aisladamente. Además, no se salían de los marcos del régimen de los estamentos, sino que formaban un estamento nuevo y retenían en su nueva situación su modo de trabajo anterior, v hasta lo desarrollaban, al liberarlo de trabas que ya no correspondían al desarrollo que había alcanzado. Tratándose de los proletarios, por el contrario, su propia condición divida, el trabajo, v con
ella todas las condiciones de existencia de la sociedad actual, se han convertido para ellos en algo fortuito, sobre lo que cada proletario de por sí no tenía el menor control y sobre lo que no podía darles tampoco el control ninguna organización social, y la contradicción entre la personalidad del proletario individual y su condición de vida, tal como le viene impuesta, es decir, el trabajo, se revela ante él mismo, sobre todo porque se ve sacrificado ya desde su infancia y porque no tiene la menor posibilidad de llegar a obtener, dentro de su clase, las condiciones que le coloquen en otra situación. Así, pues, mientras que los siervos fugitivos sólo querían desarrollar libremente y hacer valer sus condiciones de vida ya existentes, razón por la cual sólo llegaron, en fin de cuentas, al trabajo libre, los proletarios, para hacerse valer personalmente, necesitan acabar con su propia condición de existencia anterior, que es al mismo tiempo la de toda la anterior sociedad, con el trabajo. Se hallan también, por tanto, en contraposición directa con la forma que los individuos han venido considerando, hasta ahora, como sinónimo de la sociedad en su conjunto, ron el Estado, y necesitan derrocar al Estado, para imponer su personalidad. Escrito en 1845-1846. Tomado de La ideología alemana, trad. esp. de W. Roces. Ed. Pueblos Unidos, Montevideo, 1959, págs. 53-86.