EL AFRONTAMIENTO DE LA MUERTE A TRAVES DE LA HISTORIA

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EL AFRONTAMIENTO DE LA MUERTE A TRAVÉS DE LA HISTORIA Ana Urmeneta



El afrontamiento de la muerte a través de la historia

1. INTRODUCCIÓN “La muerte nos sucede a lo vivos. Y de una manera muy especial, por problematizada, a los seres humanos. Sólo la muerte enseña a vivir, lo cual supone que hay que enfrentarse con la muerte, y hay que enfrentarse con la idea que cada uno tiene de la muerte”. De esta forma el filósofo Javier Sádaba nos introduce al tema del afrontamiento de la muerte, pero aunque es inevitable enfrentarse a ella, la forma de hacerlo no ha sido la misma a lo largo de la historia. La muerte es el último rito del ciclo de la vida, pero al tener un importante componente cultural, ha evolucionado en el tiempo, y es por esta razón materia de reflexión para el historiador. Al observar el afrontamiento actual de la muerte el historiador se pregunta ¿ha sido siempre así?, y comprueba que a pesar de que la muerte en todas las épocas ha inquietado al hombre, la representación y las actitudes del hombre ante la muerte (costumbres, mitos, creencias, ritos) han sido muy diferentes en distintas épocas y sociedades. Así por ejemplo, en el mundo preindustrial, sometido al ciclo demográfico antiguo, la muerte no era un personaje oculto, ignorado y postergado hasta el momento inevitable, como se hace en la actualidad. Por el contrario, estaba firmemente enquistada en la vida. Los muertos compartían con los vivos el suelo urbano y el espacio sagrado de los templos. La muerte se mostraba cercana por la menor esperanza de vida y por la precariedad y fragilidad de la existencia. Esta presencia de la muerte obligó a los seres humanos que la sufrían a darle un significado racional que sirviera para paliar la angustia e integrar socialmente a quienes vivían en su temor. La respuesta tuvo un contenido, ante todo, religioso, fue el cristianismo quien dotó a la muerte de un significado consolador: había que morir para renacer a la vida eterna. Sin embargo, ha sido en el siglo XX, especialmente en su segunda mitad, el momento en el que se han modificado llamativamente las actitudes ante la muerte. Precisamente ha coincidido con la toma de conciencia de que los sentimientos y las creencias se podían historiar. 317


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El historiar la muerte ha sido una respuesta a un tema que preocupa a la sociedad actual, por ello se ha ahondado en el análisis de las creencias populares y se ha pretendido hacer una aproximación a la postura adoptada por el ser humano ante la muerte.

2. ¿CÓMO SE VIVE ACTUALMENTE LA MUERTE? ¿QUÉ CAMBIOS SE HAN DADO? En la actualidad se ha experimentado una crisis en los dispositivos tradicionales que la sociedad tenía para afrontar la muerte. El historiador Philippe Ariès ha presentado a la muerte de hoy día como salvaje, ya que progresivamente ha perdido la contención de los muros de la religión, de la comunidad y de la familia. Estos marcos que domesticaban la muerte se han fracturado, por la fuerza de la razón el primero, y con el peso de la ciencia, específicamente la ciencia médica, el segundo. La razón, el progreso y la tecnología médica, entre otras causas, han modificado la actitud ante la muerte, y este cambio ha quedado reflejado en: la forma de morir, la estancia del moribundo, el duelo, los modos de enterramiento y la pérdida de la mayoría de los ritos funerarios. No debemos olvidar que los ritos funerarios, como los velatorios prolongados, la preservación del luto y el tiempo de duelo, o las visitas periódicas al cementerio significaban mucho más que una demostración de respeto y afecto a la memoria del difunto. Eran “una estrategia” defensiva de la sociedad, y su función fundamental consistía en preservar el equilibrio individual y social de los vivos”. Si esta estrategia ha desaparecido prácticamente, ¿cómo afrontamos la muerte los hombres y mujeres del siglo XXI? Analicemos el proceso que ha posibilitado la ruptura ayudados por el recurso histórico, porque quizás pueda permitirnos entender cómo ha sido construida la imagen que hoy tenemos y reflexionar sobre las actitudes actuales ante la muerte. 318


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3. LA FORMA DE MORIR En nuestra sociedad en la que prima el modelo del hombre moderno que “todo lo puede”, la muerte ha sido excluida, debe disimularse, ocultarse, y superarse rápidamente. Sin embargo esta actitud es nueva, no tiene nada que ver con la forma de responder en otros tiempos. En la Edad Media existía la creencia de que la muerte avisaba, pero para que la muerte fuese anunciada, era preciso que no fuera súbita. Se debía morir rodeado de los familiares, tener tiempo para las despedidas y para testamentar. Así se garantizaba la continuidad de las voluntades del moribundo y la distribución de sus bienes. Sólo se temía una forma de muerte: la repentina, considerada infame y vergonzosa porque impedía ponerse en gracia de Dios. Un hombre del medioevo estaba aterrado ante la idea de morir así, prefería un tiempo de arrepentimiento y de balance de sus deudas con Dios y con los hombres; incluso en las oraciones medievales se rezaba: “líbranos Señor de la muerte repentina”. La creencia de que la muerte avisaba ha sobrevivido mucho tiempo en las mentalidades populares. En cambio, en la actualidad, la muerte deseada es la muerte rápida, y preferentemente, la que llega cuando se está dormido. Se habla de la buena cuando se asocia a una muerte súbita, sin dolor. En épocas anteriores el moribundo conocía la proximidad de su muerte y se preparaba para ella. No se ocultaba como ahora, muy al contrario, el sacerdote y el médico tenían la obligación de avisar al enfermo cuando la enfermedad se agravaba o en el caso de peligro de muerte. La persona agonizante debía estar en el centro de la reunión y presidir la ceremonia. La muerte era, por lo tanto, un acontecimiento público, hasta tal punto que los médicos de finales del siglo XVIII comenzaron a quejarse del gentío que invadía la sala del moribundo. Esta costumbre ha persistido hasta finales del siglo XIX, incluso a principios del siglo XX, cuando se llevaba el viático a un enfermo, todo el mundo podía entrar en la casa y en su habitación. 319


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En la actualidad la muerte se silencia, no se habla de ella, sobre todo cuando se tiene salud, y se deja para cuando llegue la hora, como puede ser, y no en todos lo casos, cuando se trata de enfermos terminales. La conspiración de silencio por parte de la familia impide, en muchas ocasiones, hablar explícitamente de la muerte.

4. ¿CÓMO SE HA VIVIDO LA MUERTE EUSKALHERRIA (EL PAÍS VASCO Y NAVARRA)?

EN

En El País Vasco y Navarra, especialmente en las zonas rurales, hasta hace pocos años ha permanecido un modelo de muerte pública. Todas las actividades del ritual mortuorio estaban preceptuadas. Algunos ritos como el doblar de campanas, o el paseo del cortejo fúnebre, tenían un claro significado: compartir el dolor con la comunidad. Se comenzaba anunciando el momento de la agonía con el toque de campanas del sacristán y la salida del sacerdote llevando el viático; de esta forma todos eran partícipes del gran paso. El mismo significado del viático: “provisión de ruta”, informa de la función de este rito, que consistía en administrar la eucaristía a personas gravemente enfermas para ayudarles a afrontar la muerte. Al paso del viático, los vecinos se arrodillaban y se descubrían. En el momento de agonía se avisaba con toques de campana para que la comunidad tuviera un recuerdo piadoso con el agonizante. En Pamplona, las personas adineradas recibían campaneo durante un cuarto de hora, mientras que los pobres sólo tenían 33 campanazos. El ayuntamiento en 1787 tuvo que limitar a 50 golpes el campaneo de los ricos para paliar las molestias que tanto ruido suponía para los enfermos y para el vecindario en general. Cuando se producía el fallecimiento, en algunos pueblos, la familia designaba a varios jóvenes para que avisaran al sacerdote, al sacristán y a los familiares, eran los mandatariak. En otros pueblos, los familiares del muerto suspendían sus trabajos y comunicaban la noticia al vecino que vivía en la primera casa a la derecha del camino de la iglesia, éste con los suyos era quien amortajaba el cadáver, y comunicaba la noticia al cura, al campanero, a los parientes, etc. En la actualidad el aviso se hace a través de las esquelas en el periódico. 320


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Además del aviso del estado agónico de un feligrés, había otros toques de campana relacionados con la funeración, como el que acompañaba a los cortejos o los que anunciaban los funerales. El sacristán tocaba a muerto y en la forma de doblar las campanas se reconocía si se trataba de hombre, mujer, o niño. La familia estaba acompañada en todo momento y durante la noche se velaba a la persona difunta. La costumbre regulaba la obligatoriedad de asistir a la vela, al menos algún representante de cada unidad familiar. En Oñate (Guipúzcoa) en el recuerdo de personas de cierta edad permanece el haberse practicado la vela (gaubela), de forma generalizada, hasta hace muy pocos años. Al velatorio nocturno acudían familiares y personas cercanas, unos para rezar en la cámara mortuoria, los demás, como acompañamiento, por lo que no era extraño que charlaran o jugasen a las cartas, bebieran café e incluso copas, pero nunca delante del difunto. No hay que olvidar los banquetes que se celebraban en los funerales. En los comienzos del siglo XX en Alsasua (Navarra) era costumbre invitar a comer en la casa a los forasteros que asistían a los funerales, a los parientes y a uno por cada familia de cofrades. En la comida reinaba generalmente alegría, cuidando todos de no mentar al fallecido. Estos banquetes preocupaban a las autoridades civiles y religiosas. En primer lugar por el excesivo gasto y en segundo, porque no era extraordinario que la abundante comida y bebida alegrara los ánimos y concluyesen el banquete con una auténtica juerga. En el hogar, como señal de luto, se cubrían los espejos con telas negras, y se paraban los relojes para que no rompieran el silencio. Durante los primeros días los vecinos más cercanos asumían las tareas domésticas, en la cocina las mujeres, los hombres en el campo y establo. ¿Qué queda de todo esto? En la actualidad, generalmente, no se muere en el domicilio, sino en el hospital. La muerte se retira de la sociedad, pierde su carácter de ceremonia pública y se convierte en un acto privado, reservado a los allegados. Todo se invierte. 321


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5. LA MUERTE EN EL HOSPITAL Hay dos momentos históricos que marcan una ruptura: en el siglo XIX, cuando los médicos comienzan a diagnosticar la muerte, y en el siglo XX, a partir de los años sesenta, cuando surge una nueva cultura de la muerte, o quizá mejor, del morir. Según Diego Gracia se ha llegado a dar una revolución de la muerte. Las Unidades de Cuidados Intensivos, los trasplantes de corazón, las técnicas de soporte vital, etc., son algunos agentes de esta revolución. Estas rupturas instauran una nueva forma de ver y hablar de la muerte, nos marcan una nueva concepción, una nueva mirada. Hasta principios del XIX la figura del médico estaba separada de la muerte. El médico acompañaba al paciente mientras “había algo que hacer”, cuando consideraba que estaba desahuciado, el agonizante quedaba al cuidado de su familia. En esta época se vivía con terror ser enterrado vivo. Este miedo queda reflejado en los testamentos, donde se especifica el tiempo que debe pasar desde la muerte hasta ser enterrado. Ejemplo de ello es la indicación de una mujer de la nobleza gijonesa: “que no se me dé sepultura ni se me amortaje hasta que no dé señales positivas de corrupción y que pasen veinticuatro horas después de mi muerte en el caso de que no muriera de enfermedad repentina; en este caso, no quiero que me entierren ni me amortajen hasta que pasen cuarenta y ocho horas como disponen los Santos Cánones”. Con el descubrimiento del estetoscopio (1818) se comienza a confiar en el diagnóstico médico y el miedo a la muerte aparente se apacigua. A partir de este momento la muerte comienza a dejar de ser patrimonio de la religión y de la filosofía, como había sido antaño, y empieza a ser una cuestión de la ciencia médica. Sin embargo el gran cambio se dará, sobre todo, en la segunda mitad del siglo XX: cuando la habitación del moribundo pase de la casa al hospital. Ese traslado será aceptado por los familiares, por ser, en otras cosas, el único sitio donde se podrá escapar a la publicidad. La muerte oculta en el hospital se inicia tímidamente en los años 1930-40, y se generaliza a partir de 1950. Varios factores han contribuido a esta transformación. Por una parte influyó la idea de bienes322


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tar, intimidad, higiene personal y asepsia, pero como consecuencia, los sentidos ya no pudieron soportar los olores y el espectáculo de la muerte. Esta actitud contrasta con la mantenida hasta principios del siglo XX donde el sufrimiento y la enfermedad eran un rasgo de la cotidianidad. Por otra, el peso de los cuidados que había sido compartido por vecinos y amigos, sobre todo en las clases populares y en el campo, con el transcurso de los años queda limitado a los parientes más próximos. Además en las ciudades la presencia de un enfermo grave en un piso comenzó a ocasionar más de un trastorno en la familia. Hay que añadir la tendencia de los médicos a mandar a un enfermo al hospital en cuanto hallaban indicios de gravedad. Todo ello ha contribuido a que, especialmente en las ciudades, se haya dejado de morir en casa. Pero se debe reconocer que al avanzar la tecnología de la salud y aparecer los Cuidados Intensivos, se ha posibilitado prolongar la vida a pacientes que de no ser por estos cuidados morirían. Como contrapartida, se han modificado los límites de la vida y de la muerte y de la forma de morir, ya que el agonizante no podrá estar acompañado de su familia. No hay más que presentar un dato para dejar bien patente hasta qué punto la muerte está medicalizada: un 78% de las personas que mueren en nuestro país lo hace en un hospital o centro sanitario (incluyendo geriátricos y residencias de ancianos). Esta situación ha provocado una ruptura de los lazos sociales y se ha reflejado en el distanciamiento de la muerte y en la reducción de los acompañamientos. En la muestra que analizó G.Gorer en su investigación sobre las actitudes inglesas en 1663, demostró que sólo la cuarta parte había asistido a la muerte de un pariente próximo. La realidad es que a partir de1945 desaparecieron, en razón de la medicalización de la muerte, los caracteres tradicionales de la misma: revisión de la vida, publicidad, escena de despedida, etc. El hecho es que el progreso de las técnicas quirúrgicas y médicas y un personal competente hacen que las condiciones de su eficacia plena estén reunidas en el hospital. 323


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6. EL DUELO En épocas pretéritas la muerte no era un acto solamente individual: al ser un gran paso de la vida se celebraba con una ceremonia que tenía por objeto marcar la solidaridad del individuo con su comunidad. En esta ceremonia había momentos claves: la aceptación por el moribundo de su papel activo, la escena de los adioses y la escena del duelo. La comunidad se reunía en torno al lecho y manifestaba en el duelo la inquietud que provocaba el paso de la muerte. La comunidad misma se debilitaba por la pérdida de uno de sus miembros. Sin embargo, en la historia contemporánea de la muerte se rechaza y suprime el duelo. Será a partir de la guerra de 1914 cuando socialmente se prohíba el duelo. A partir de esta fecha en Occidente no será correcto manifestar en público la nostalgia. Exactamente lo contrario que se ha mantenido durante siglos. En estos últimos años se han modificado diferentes actos que acompañaban al duelo: se ha suprimido el desfile de condolencias al final del servicio religioso, en las esquelas se acompaña una fórmula ya generalizada: “la familia no recibe”, y se evitan las habituales visitas de vecinos y amigos antes de los funerales. La familia guarda para sí misma el dolor y lo oculta a los demás, pero la supresión del duelo no se debe a la frivolidad del superviviente sino a una coacción de la sociedad. Es un rechazo manifiesto de la muerte. Se considera que la manifestación pública del duelo, y también su expresión privada, son de naturaleza morbosa. La expresión del dolor manifestada con lágrimas se convierte en crisis de nervios o en depresión. El duelo es una enfermedad. Quien lo muestra prueba la debilidad de carácter. En la actualidad esta actitud es corriente. Sin embargo, los psicólogos estiman que esta actitud puede ser peligrosa y anormal e insisten en la necesidad del duelo y los peligros de su represión. La apreciación de los psicólogos es contraria a la que la sociedad tiene, ésta lo considera morboso, mientras que para ellos es la represión del duelo lo que es morboso y causa morbidez. 324


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A pesar de que el duelo estaba ritualizado en el pasado, también encontramos diferencias. El duelo medieval y moderno era más social que individual, expresaba la angustia de la comunidad visitada por la muerte y se manifestaba vociferando para que la muerte no volviera. En el siglo XIX conserva su papel social pero aparece como medio de expresión de una pena inmensa. A su vez es la posibilidad, para el entorno, de compartir esa pena y de socorrer al superviviente. El duelo del siglo XIX responde, desde luego con excesivo teatro, a las exigencias de los psicólogos. En la actualidad el superviviente queda aplastado entre el peso de su pena y la prohibición de la sociedad. La función social del duelo ha cambiado, lo que revela una transformación profunda de la actitud ante la muerte. La muerte del otro, según los psicólogos, representa una pérdida que produce dolor, y para afrontarlo se debe elaborar emocional y racionalmente el duelo para poder seguir viviendo. Ahora bien, algunas veces no se es capaz de elaborarlo y aparece el duelo patológico: frente a la pérdida de un ser querido “la vida ya no tiene sentido”. Hasta hace pocos años, los rituales funerarios habían sido pautas culturales capaces de ayudar a elaborar emocionalmente la pérdida de los seres queridos. Con su pérdida, el duelo, probablemente, se ha hecho cada vez más patológico. Basta con mirar las consecuencias, aproximadamente un 16 % de las personas que han padecido la pérdida de un ser querido presentaron un cuadro de depresión durante un año o más después del fallecimiento de un familiar. En compensación, en los países desarrollados se ha dado una progresiva “medicalización” como soporte de la respuesta de adaptación a la pérdida sufrida.

7. EL ENTERRAMIENTO La forma de enterrar a los muertos también está relacionada con la actitud de la sociedad ante la muerte. Los antiguos temían la vecindad de los muertos y los mantenían aparte. Los muertos, enterrados o incinerados, eran impuros y amenazaban con mancillar a los vivos, por eso los cementerios en la antigüedad estaban fuera de las ciudades. 325


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La inhumación de cadáveres era lo habitual en la península ibérica hasta la Edad de Hierro, entonces quedó desplazada por la incineración. Este nuevo ritual funerario implicaba un trasfondo mental diferente: no se trataba de devolver el cuerpo a la tierra, sino que se planteaba como una vuelta del alma a las alturas. Con el Cristianismo, debido a la creencia en la resurrección de los muertos, la incineración desapareció y se retornó a la inhumación. A partir del siglo VI se observa otro cambio entre la actitud pagana y la nueva actitud cristiana: los muertos convivirán con los vivos y se enterrarán en la iglesia hasta finales del siglo XVIII, fecha en la que trasladarán a los cementerios. En nuestra época, en los países desarrollados, la incineración comienza a predominar sobre la inhumación. Escoger la incineración, según Gorer, significa que se rechaza el culto de las tumbas y de los cementerios, culto que se había desarrollado desde el principio del siglo XIX. El cementerio sigue siendo el lugar del recuerdo y de la visita. Con la incineración lo que se rechaza es el carácter público de los cementerios, no se debe interpretar como signo de indiferencia u olvido. A partir de ahora habrá dos maneras de cultivar el recuerdo: una tradicional, desde finales del siglo XVIII, sobre la tumba, y otra, más actual, en la casa. En el Estado español se sigue manteniendo la inhumación, pero en los últimos años cada vez la incineración tiene más adeptos. Recientemente los cementerios católicos han reservado un lugar para la cremación y ha desaparecido la prohibición de incineración, como en otros tiempos.

8. MORIR EN EL SIGLO XX: DOS FORMAS DE AFRONTAR LA MUERTE A continuación se presentan dos formas de afrontar la muerte en este recién finalizado siglo XX. En primer lugar la imagen de un enfermo terminal de 65 años, afectado de un cáncer de garganta, con serias dificultades físicas y emocionales que ante la desesperación de encontrarse en un estado 326


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lamentable y con un dolor insoportable, no encuentra otra salida que el suicidio. Para que no culparan a nadie de su muerte, y manifestando de esta forma su voluntariedad, dejó dos cartas de su puño y letra, en las que se despedía de todos y anunciaba su suicidio y el motivo del mismo: “... No culpen a nadie de mi muerte, voy a echarme al río, no puedo sufrir más”.

Las dos cartas que dejó y el informe médico son testimonio de la poca calidad de vida del enfermo. Sólo podía expresarse por gestos, tenía dificultad para respirar, para deglutir... El dictamen fue el siguiente: “... padecía desde hacía ocho años una enfermedad crónica en la laringe, diagnosticada de un tumor de estructura fibromatosa. En mayo del año 1917 tuvo que ser operado de una traqueotomía de urgencia, pues el desarrollo del tumor le producía accesos de dispnea que hubieran ocasionado su muerte. Al poco tiempo de traqueotomizado se le hizo la extirpación total del tumor, pero no se pudo descanular por haberse formado bridas cicatriciales que unían la glotis. La enfermedad, a pesar de los cuidados que se tenían, iba avanzando, y el tumor se reprodujo invadiendo toda la laringe y regiones inmediatas originando multitud de molestias para la respiración y deglución é indudablemente hubiere originado la defunción del enfermo en plazo no lejano”.

El nivel de desarrollo de la medicina en esa época, año 1918, no alcanzaba a aliviar el dolor físico ni a tratar el estado depresivo en el que se encontraba el enfermo. El suicidio, seguramente, se presentó como liberación. ¿Qué suponía para la mentalidad de la época que una persona se suicidara? El suicidio era castigado por la Iglesia con la negación de sepultura, honras y funerales, se expulsaba de la comunidad religiosa a la persona suicida y la familia quedaba marcada por una lacra social. Estas razones empujaron, durante siglos, a disimular el suicidio. Las creencias populares promovieron que se alegara enajenación mental si no se podía ocultar, de forma que se pudiera admitir al presunto suicida en el cementerio (Pellicer,1985:86). La demencia, si se justificaba, era considerada atenuante. 327


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El párroco, en todo tipo de muerte violenta, tenía la obligación de comunicarlo al Arzobispado y solicitar licencia para el entierro. Antes de dar respuesta, se ordenaba abrir un proceso para averiguar la causa de la muerte. Tres testigos, al menos, debían declarar sobre la vida y costumbres de la persona fallecida, y el médico debía testificar para dar a conocer la posibilidad de alteración mental. Toda la vida del presunto suicida se revisaba. Si de las declaraciones se deducía que no era responsable de su acto, la Iglesia daba permiso para enterrarlo en lugar sagrado. Si se descubría la intencionalidad, se respondía con la denegación de sepultura religiosa. En este caso no fueron suficientes los atenuantes presentados por el médico (intenso dolor y depresión) para convencer al Tribunal eclesiástico. La sentencia fue precisa: se denegó la sepultura eclesiástica y fue enterrado en el cementerio civil. El Código de Derecho Canónico de 1917 privaba a los que se suicidaban voluntariamente de sepultura eclesiástica y de honras fúnebres. Esta normativa ha perdurado hasta el 25 de enero de 1983, momento en el que se les ha considerado enfermos mentales, por lo tanto, no responsables. Si analizamos este caso desde nuestra óptica actual, quizás no sepamos reconocer la gravedad de la sentencia. Deberemos revisarla con la mentalidad de la época para valorar su trascendencia. En Navarra, al igual que en el resto del estado, la sociedad era confesional católica. Separar a un miembro de la comunidad religiosa suponía una vergüenza para la familia y una crisis en la comunidad social. Entenderemos mejor el estado de desesperación de este hombre, con arraigadas creencias religiosas, si tenemos en cuenta que al dolor físico, se sumaba el sufrimiento que conlleva una depresión y el que suponía conocer las consecuencias del suicidio: ser arrojado fuera de la comunidad cristiana y enterrado junto a los impenitentes. La otra forma de morir la presentamos en nuestra época. 328


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En vez de buscar otro caso que refleje la vivencia de un enfermo oncológico, hemos trasladado este mismo caso a la actualidad y decidido que el enfermo participe del programa de Cuidados Paliativos. El panorama, seguramente, sería muy distinto. Desde la creación de los Cuidados Paliativos, y especialmente en los últimos años, ha surgido una nueva sensibilidad ante la forma de morir, sobre todo en la posibilidad de dar al enfermo terminal calidad de vida y una muerte digna. En primer lugar, este programa podría haber proporcionado al enfermo alivio de su dolor. Se sabe que el dolor se suele presentar en el 70% de los enfermos oncológicos y hasta en un 90% en los que se hallan en fases avanzadas, que enterfiere en la calidad de vida y a menudo repercute negativamente en la evolución de la propia enfermedad cancerosa (con frecuencia genera además depresión y peor respuesta al tratamiento). Si se hubiera dispuesto de esta información en 1918, ¿no hubiera servido como atenuante? Para Sanz Ortiz, considerado en España como uno de los padres de la normalización del dolor, curar y cuidar a los enfermos corresponde a los servicios sanitarios, como también les corresponde aliviar el dolor y evitar los sufrimientos. El dolor, manifiesta, es una experiencia universal que siempre ha acompañado al hombre. Sin embargo, a lo largo de veinte siglos los profesionales sanitarios se han enfrentado al problema del dolor “con grandes dosis de literatura y superstición. Sólo en los últimos treinta años se ha evolucionado del empirismo y la ineficacia al refinamiento terapéutico que dimana de una sólida fisiopatología. En este caso, reducido el dolor, el enfermo estaría en mejores condiciones de recibir los cuidados de un personal sanitario capaz de atender sus necesidades y podría haber contado con un ambiente propicio, rodeado de su familia y/o de amigos íntimos. En estas condiciones, ¿hubiera recurrido al suicidio? Es probable que no. Este clima de compasión podría haberle ayudado a afrontar la muerte sin desesperación. 329


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A MODO DE REFLEXIÓN Se han dado grandes cambios en la forma de morir y de afrontar la muerte. En la actualidad la muerte propia suele ser rechazada, como si no fuera a ocurrir nunca; o se vive con miedo, distancia, preocupación, y sólo en algunos casos, aceptación. La muerte se siente como algo lejano y que sucede a los “otros”, por lo que se rechaza, se oculta y se silencia. Por ello, no es de extrañar, que con la pretensión de proteger al moribundo o al enfermo grave, se oculte hasta el final la gravedad del enfermo, restándole así la posibilidad de hablar de sus miedos y sus necesidades La muerte ha pasado de considerarse un espectáculo público a ser un acontecimiento privado, íntimo. Se ha ganado en privacidad pero a costa, en algunas ocasiones, de la soledad. El duelo, por su parte, ha perdido su valor de antaño y prácticamente ha desaparecido. Las causas que pueden explicar estos cambios son producto de la evolución de la sociedad: la urbanización, el progreso de la tecnología, la medicalización de la enfermedad, y como consecuencia, la simplificación o desaparición de los ritos, la ruptura de los lazos sociales y la medicalización de la muerte. Como describe Sanz Ortiz, uno de los problemas actuales de la medicina es que se ha superado el paréntesis histórico producido por el extraordinario desarrollo científico técnico de la medicina curativa y hemos vuelto a tocar fondo. El médico científico técnico, con atención exclusiva para la curación, se encuentra desarmado, desinformado e incapacitado para ayudar a la familia en la que uno de sus miembros está abocado a una muerte próxima. Cuando no puede alargar la vida del paciente no sabe llenarla de contenido. En cambio, la aparición en escena de la filosofía de los Cuidados Paliativos plantea otra forma de afrontar la muerte. Se orienta como un trabajo interdisciplinar en el que prima brindar al paciente y su familia una atención “holística”, es decir integral y humana, presenta la necesidad de potenciar la comunicación entre la persona enferma, el personal sanitario y la familia. Reconoce la conveniencia de los acompañamientos para que nadie muera solo, y recupera el 330


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duelo como modo de canalizar la pérdida. ¿Por qué no extender estos Cuidados al resto de los moribundos? Para Salvador Urraca la proliferación de los Cuidados Paliativos en nuestro país, tanto hospitalarios como domiciliarios, “abre una puerta a la esperanza en la asistencia integral a los moribundos”. Si estos aspectos se incorporasen a la práctica diaria, se modificaría favorablemente la imagen que tenemos de la muerte. Quizás este tratamiento de la muerte sirva para hacer una reflexión sobre la necesidad de recuperar algunos aspectos positivos que se han perdido en el transcurso del tiempo, como las despedidas, los acompañamientos y el duelo, y sensibilizar a la sociedad para dirigir la investigación no sólo hacia nuevas técnicas y fármacos, sino también hacia procedimientos y habilidades que permiten mejorar la calidad en la atención prestada. De esta forma, los recursos que proporcionan la alta tecnología y el progreso no sólo irán dirigidos a mitigar el dolor y prolongar la vida, sino a humanizar la sanidad.

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